XIII. LA CORONACIÓN DE ESPINAS


TEXTO BÍBLICO

Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto púpura; y trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: —;Salve, Rey de los judíos!, y después de escupirle, cogían la caña y le golpeaban con ella la cabeza».

(Mt 27,27-30)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mc 14,16-19; Jn 19,2-3.

Mc 10,33-34: «... le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán...» (también en Lc 18,32).

Sal 2: «Tú eres mi Hijo... te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro...».

Sal 96 (95): «Alégrese el cielo, goce la tierra... delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia, y los pueblos con rectitud».

Is 50,4-11: «Mi rostro no hurtó a los insultos y salivazos. Porque Yahveh habría de ayudarme... por eso puse mi cara como el pedernal».

Is 53,1-7: «No tenía apariencia ni presencia... Despreciable y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta».

Zac 6,9-15: «He aquí un hombre cuyo nombre es Germen... El edificará el Templo de Yahveh: él llevará las insignias reales, se sentará y dominará en su trono... Sabréis entonces que Yahveh me ha enviado a vosotros...».


PUNTOS

  1. Le pusieron una corona de espinas.

  2. Le hacían burla diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!

  3. Cogían la caña y le golpeaban en la cabeza.


MEDITACIÓN


Le pusieron una corona de espinas

No cesaron los soldados de azotar a Jesús hasta que temieron por su vida. Pero ni siquiera entonces dejaron a su víctima, sino que, por propia iniciativa, buscan otros medios con que divertirse con ella. Así le visten la clámide púrpura, emblema de realeza, y le ponen, a modo de cetro, una caña en la mano.

Para terminar la cruel burla, le encasquetaron en la cabeza una corona de espinas. Tal vez, dicen algunos, estos soldados no eran romanos, sino mercenarios reclutados en los pueblos vecinos y rivales de Israel. Considera, por tanto, la saña con que atormentaron al Rey del cielo, del que habían oído decir que se hacía pasar por rey de sus enemigos judíos.

Contempla esas espinas largas y agudísimas penetrando en la cabeza del Maestro, la sangre que le comienza a chorrear por la frente y le nubla los ojos, ya empañados por las lágrimas.

Considera las terribles punzadas en toda su cabeza y en las orejas. Todo eso tuvo que pasar el Señor para mortificar en sí todo lo que en ti era desordenado: tus pensamientos e imaginaciones alocadas, la concupiscencia de tus ojos y la curiosidad de tus oídos.

La corona de Jesús es de espinas, ¿buscarás tú una de rosas? Su cetro es de caña, ¿buscarás tú uno de oro?

Aprende dónde está la gloria vana del mundo, para despreciarla, y prefiere revestirte de un harapo viejo —como tu Maestro, que por ti quiso llevarlo— antes que cubrirte de lujo y ostentación.


2. Le hacían burla diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!

La cohorte desfila, en una procesión macabra y sacrílega, delante del pobre Rey de Israel, para rendirle pleitesía. Resuenan las carcajadas, celebrando lo ridículo de su aspecto y la buena ocurrencia que han tenido algunos. ¡Salva, Rey de los judíos!, y doblan la rodilla haciendo una cómica reverencia. Le escupen...

Jesús no dice palabra. Sus ojos hinchados y turbios miran hacia el suelo. Sus manos sostienen mansamente la caña, que no ha querido dejar caer. Símbolo supremo de su humillación, pero también de su verdadera realeza.

Es él quien te ha enseñado, al principio de la Pasión, que para ser primero hay que ponerse, como esclavo, a lavar los pies de otro.

Mira sus manos agarrotadas sobre aquel mísero cetro de irrisión. Busca en ellas tu honor, tu fama y tus derechos, y no en otra parte.

Escucha el saludo. Es una aclamación verdadera y honorífica, pero resulta un insulto viniendo de sus atormentadores. Examina tu oración y comprueba que tus palabras vayan siempre en sintonía con tus acciones, y con los afectos de tu corazón..., no sea que dobles tu rodilla pero no quebrantes y humilles tu espíritu.

El dolor físico, el sufrimiento moral y la repugnancia, experimentados por Jesús en este momento de su Pasión, cuya duración desconocemos, te hagan, con ayuda de su gracia, verdaderamente paciente, humilde y resignado.


3. Cogían la caña y le golpeaban en la
cabeza

La paciencia del prisionero, sus labios tumefactos cerrados, obstinados en un silencio no roto ni siquiera durante la flagelación, enardecen a los verdugos.

Tal vez la corona no hace suficiente daño y, para clavarla más y conseguir así los gemidos de la víctima, le «cogían la caña y le golpeaban con ella en la cabeza». Bárbaro comportamiento de aquellos que no se conmovían ante un espectáculo que hubiera hecho llorar a las piedras.

El golpear en la cabeza, y con una caña, es señal de menosprecio absoluto. El mismo que se le hizo entonces a la Cabeza, lo sigue padeciendo hoy el Cuerpo místico de Cristo. ¿Acaso no se burla y se hiere de todos los modos posibles, en nuestros días, a la Iglesia y sus pastores?

Se deforman las verdades de nuestra fe, se hace escarnio de los principios de la moral, se ridiculiza y se ataca al Papa, a la disciplina eclesiástica, a la sagrada liturgia...

Si así han tratado al Maestro, ¿cómo ha de esperarse que tratarían a los discípulos?

Contempla a tu Rey, humilde y paciente, y prométele que, ya que no pudiste evitar sus sufrimientos —pues por tus pecados va el Señor a su Pasión— al menos no serás de los que se ensañen contra él. Dobla las rodillas y adóralo en tu corazón como al verdadero Rey de tu alma. Pídele que todos lo reconozcan como tal.

Señor, ¡venga a nosotros tu Reino!


ORACIÓN

Rey mío Jesús, de muy lejos vinieron unos magos de Oriente a adorarte cuando eras un niño. Su pregunta acerca de dónde estaba el rey de los judíos causó entonces escándalo e incomprensión. Pero ellos supieron reconocerte en aquella casita pobre, y rendirte el homenaje de sus dones.

Ahora, en tu Pasión has aceptado el título de Rey, que rechazaste en otros momentos de popularidad. Y como Rey has sido coronado, y vistes púrpura, y ciñes cetro.

Ayúdame, Señor, a reconocerte sin escándalo en esta mascarada sangrienta. Que mi corazón deje de hacerse preguntas atropelladas, que no trate de comprenderlo todo. Dame, más bien, la actitud de los magos:

—el buscarte con seriedad y sin ahorrar esfuerzos;
—el reconocerte cuando te encuentre;
—el adorarte en la fe y en la pobreza
—y el ofrecerme y entregarme a ti con todo lo que soy y tengo.

¡Qué largos y continuados son tus tormentos, buen Jesús! Y apenas han pasado unas horas desde tu prendimiento. Hubiera bastado un minuto, ¿qué digo un minuto?, una centésima de segundo, para mi redención.

Por mí preferiste pasar angustias y suplicios, a permanecer eternamente adorado por los ángeles en el cielo. Por mí te hiciste carne mortal y dolorida...

Todas las potencias del cielo te contemplan en muda adoración y arrobamiento. El Padre te contempla con infinito amor... Los hombres te hemos hecho un espectáculo burlesco: te hemos coronado de espinas, te escupimos en el rostro, y golpeamos tu cabeza herida con una caña. Y seguimos haciéndolo por los siglos, pues tu Pasión continúa en cada hombre que sufre las consecuencias del pecado de sus hermanos.

Gracias, misericordioso Señor, porque el infierno no se ha abierto al instante para tragarme, sino que son mis ojos los que abriste para que pueda verte, y para llorar de compasión.

Permite que yo también me arrodille y te salude como a mi Rey, reparando y limpiando con mi adoración y acatamiento, las injurias con que eres ofendido, y los salivazos con que eres escupido.


ORACIONES BREVES

«El Señor llega a regir la tierra».

«El Hijo del hombre será entregado a los gentiles».

«Venga a nosotros tu Reino».

«¡Cristo, reina!».

«Su rostro no hurtó a insultos y salivazos».

«Señor Jesús, hecho despreciable por mí».

«Con nuestros pecados fue coronado».