XII. LA FLAGELACIÓN


TEXTO BÍBLICO

«Pilato, entonces, tomó a Jesús y mandó azotarle».

(Jn 19,1)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mt 27,26; Mc 15,15.

Mc 10,34: «El Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas... le entregarán a los gentiles... le azotarán y le matarán» (también en Lc 18,33).

Sal 38(37): «tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne, estoy agotado, deshecho del todo...»

Is 50,4-6: «ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban...»

Is 53,3-6: «nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas...»

Sal 129(128): «en mis espaldas metieron el arado y alargaron los surcos...»

Is 51,22-23: «tu pusiste tu espalda como suelo, y como calle de los que pasaban«.


PUNTOS

  1. Pilato manda castigar a Jesús.

  2. Los soldados azotan al Señor.


MEDITACIÓN

1. Pilato manda castigar a Jesús

Nuevo desatino en este simulacro de proceso. El Procurador ha reconocido, por tercera vez, la inocencia del Señor. Y, sin embargo, trata de ablandar al populacho, infligiéndole un castigo cruel e ignominioso, para que le «permitan» ponerlo en libertad.

Los judíos solían castigar algunos delitos o pecados —normalmente contra la honestidad— por medio de azotes. Estos eran cuarenta y, por escrúpulo de excederse, se aplicaban sólo treinta y nueve, con un látigo de ramales de cuero. Así fue castigado cinco veces San Pablo (2.a Cor 11,24).

Para los romanos la flagelación era un castigo de esclavos del que estaban libres los ciudadanos romanos, y precedía siempre a la crucifixión. El número de golpes no estaba fijado, y el instrumento con que se ejecutaba también estaba compuesto de ramales de cuero, pero éstos terminaban normalmente en huesecillos o bolitas de metal, a veces puntiagudas, con objeto de desgarrar la piel. Dicen los autores que, con frecuencia, el tormento acababa con la muerte del reo, o con su invalidez.

Pilato ordenó, seguramente, una flagelación cruel, con el objeto de excitar más la compasión de los judíos.

Tu Maestro ya lo había previsto y anunciado: «El Hijo del hombre será entregado... le azotarán...» (Mt 10,34). Precisamente esta previsión había incrementado su angustia en Getsemaní. El sufrimiento físico y el moral se aunaron en este momento, en el que el Señor comienza a verter su sangre preciosa por nosotros. Y él lo acepta sin abrir los labios, sin una protesta ante tamaña injusticia, con sed de mi redención.


2. Los soldados azotan al Señor

Jesús, desnudo, es atado a una columna baja por los soldados. Aquellos desventurados creerían que así no se les escaparía del tormento, cuando el Maestro estaba sólo atado por las sólidas cuerdas de un amor loco. ¿Cómo si no hubiera sido posible retener de tal manera al Hijo amado, al Ungido de Dios, al predilecto?

Pero aquellas ataduras son una nueva humillación que acepta; como la de la desnudez, como la de las injurias que proferían contra él, al ver la mansedumbre y poca resistencia que ofrecía la víctima.

Comienzan los golpes a menudear sobre el purísimo cuerpo del Maestro. Y se redoblan con mayor rabia y fuerza al ver que de sus labios no se escapa una queja. Es una especie de competición desaforada a ver quién puede causarle más daño.

Y brota la sangre, la primera sangre que él quiso derramar por ti, hasta dejar completamente bañadas sus espaldas y piernas.

Metieron en ella el arado, y alargaron los surcos (Sal 129,3).

Así se preparó la tierra buena que debía producir frutos de vida eterna. Así pudo él conseguir, para ti, el que desarraigaras de tu corazón todas las malas raíces de tus afecciones desordenadas.

Te basta mirarlo a él, atado a la columna, para que odies la falsa libertad de tus pasiones, y desees atarte, por amor, a la santa voluntad de Dios. Te basta mirarlo ensangrentado, herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas (Is 53,5), sin parte ilesa en su carne (Sal 38,4.8), para que aborrezcas lo que en otro tiempo te proporcionaba contento.

Escucha los golpes y los insultos, besa el suelo empapado por su sangre, contempla, y propón en tu corazón lo que debas hacer.


ORACIÓN

¡Oh, Señor!, ¿cómo podré contemplarte con serenidad en este momento de la flagelación? El ver tu cuerpo destrozado me tendría que bastar, sin más reflexiones, para decidir una profunda reforma de mi vida.

¿Por qué eres castigado, siendo inocente? Soy yo el que pequé, ¿por qué has de cargar tú con mis culpas? Yo merezco los azotes mil veces, no ya solamente por mis desobediencias y rebeldías, sino por haber sido la causa de tanto sufrimiento y tormento que tu pasaste por mí.

No pases de largo, Señor, sin consolarme con la abundancia de tu gracia, porque dejado a mí mismo debería morir de pena y remordimiento.

Yo te bendigo por tu infinita bondad y misericordia. Por rescatarme del poder del pecado y de la muerte eterna, has querido soportar humillaciones y latigazos, comprándome al precio de tu sangre. Yo te adoro y te bendigo porque, al anonadarte de esa manera, me muestras mejor que con cualquier explicación el amor insondable de Dios, y me mueves a amarte a ti sobre todas las cosas; no tanto por el miedo al castigo merecido, ni por anhelo del premio prometido, sino por tu amor mismo.

Átame, Señor, contigo, con lazos de amor, a la columna sólida de la voluntad del Padre. Y ayúdame a perseverar allí, venga lo que viniere, en tu compañía.

Por esos tus atroces padecimientos, voluntariamente aceptados, dame, Señor, un sincero espíritu de arrepentimiento con que llorar mis pecados pasados, y un firme propósito de no volver a ofenderte.

Que con tu gracia sepa rechazar las tentaciones y malas inclinaciones, y busque con valentía la penitencia y reparación. Mis pequeñas contrariedades y molestias de cada día, mis penas, mis vencimientos, yo te los ofrezco, Padre Santo, en unión de la Pasión de tu Hijo, por la salvación de todos los hombres. Que para ninguno de ellos esa sangre derramada sea inútil, sino que todos reconozcan y adoren al que tu enviaste, Jesucristo, nuestro Señor y Maestro. Amen.


ORACIONES BREVES

«Jesús, herido por mis rebeldías.»

«Jesús, molido por mis culpas.»

«Y él no abría la boca.»

«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.»

«Jesús, obediente hasta la muerte.»

«Corazón de Jesús, saciado de oprobios.»