X. JESÚS ANTE HERODES


TEXTO BÍBLICO

«Pero ellos insistían diciendo: —Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí. Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también por Jerusalén.

Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia.

Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarlo y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y lo remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados».

(Lc 23,5-12)


OTROS TEXTOS

Mt 4,1-11: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes...» (paralelos: Mc 1,12-13; Lc 4,1-13).

Sal 2: «Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran, contra el Señor y contra su Mesías...».

Hch 4,23-31: «en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido...».

Sal 59(58): «líbrame de mi enemigo, Dios mío..., sálvame de los hombres sanguinarios..., mira cómo sueltan la lengua, sus labios son puñales... Pero tú, Señor, te ríes de ellos, haces burla de los arrogantes».


PUNTOS

  1. Herodes se alegró mucho.

  2. El no respondió nada.

  3. Desprecio y burla de Herodes y su corte.


MEDITACIÓN

1. Herodes se alegró mucho

Pilato ha decidido librarse del asunto sin enfrentarse con los judíos, y sin condenar al inocente. Y aprovecha la oportunidad de que Herodes se encuentra esos días en Jerusalén, para enviarle a su súbdito y desentenderse del enojoso asunto. Los judíos se impacientan porque el asunto no se despacha con la prontitud que ellos quisieran, y acompañan, con gran alboroto, a Jesús, que va custodiado por soldados de la guarnición. Al palacio de Herodes.

Este se alegró mucho. Era hombre ligero y frívolo, amigo de fiestas y banquetes. Inmoral en su vida privada, y supersticioso.

Deseaba ver a Jesús (Lc 9,9), porque había oído hablar de sus milagros y quería presenciar uno. Herodes nos resulta un hombre muy actual...

Nosotros también vivimos en el ansia de novedades más que en el ansia de verdad. Dispuestos a dar oídos a la primera interpretación diferente, al último grito en las ideas. Sobre todo si constituyen un alivio a nuestro particular camino de la cruz, que es seco, áspero, sin concesiones.

Parece más fácil ir hacia Cristo por medio de muchas cosas —métodos, experiencias, teologías, prodigios, comodidades...— que por la negación de todas ellas. Y nos equivocamos.

Si existe algún camino para llegar rápidamente al Señor es el que él nos muestra: el del silencio y el abandono, el de la humillación, el del perdón, el del amor crucificado.


2. El no respondió
nada

Herodes no puede oír una sola palabra de Jesús, no ya ver un milagro. Los signos los había realizado Jesús, a manos llenas, en Galilea; a los pobres, a los necesitados, a los que acudían a él con una esperanza contra toda lógica. «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,5).

Sus palabras, su enseñanza, resonaban aún en todo Israel: «desde Galilea, donde comenzó», hasta la misma Jerusalén.

Pero Jesús no se aviene a desempeñar el papel de bufón de su corte. Ni Herodes buscaba la verdad, ni acudía a él como pobre y necesitado.

Quienes están embotados por el vicio, y se hacen esclavos de sus pasiones, se incapacitan para escuchar la Palabra del Señor en su interior. A lo más alcanzan a oír la voz de sus enviados, y a sentir la mordedura de la conciencia...

Así, Herodes escuchó a Juan; pero no quiso preparar el camino al Señor, ni enderezar sus sendas extraviadas. Más aún, acalló esta voz, dando muerte al profeta. Por eso no pudo escuchar al que es la Palabra, como lo habían hecho los más pequeños de sus súbditos.

Con amor y temor tienes que recibir esta lección. Pues Jesús no es tu posesión adquirida de una vez para siempre. El no está tampoco para plegarse a tu capricho o tus fantasías. Si tú te apartas de él, obrando lo que le disgusta, o entregándote a una vida fácil y a las comodidades, no te extrañes de que su voz deje de sonar por un tiempo en tu corazón.

Remueve entonces los obstáculos, duélete de tu tibieza y de tus negligencias, y verás cómo el Señor acudirá de nuevo a esa cita diaria contigo, que anhela y desea más que tú.


3. Desprecio y burla de Herodes y su corte

¡Qué propio es de nuestra pobre condición humana el despreciar cuanto no llegamos a comprender o poseer! ¡Qué lejos llegamos en esto cuando nuestra vanidad se siente, además, herida!

Ante su corte y ante los acusadores de Jesús, Herodes se sintió en ridículo, y no vio más salida airosa que la de ridiculizar, él mismo, al Señor.

¿No resultaba necio ese hombre que, pudiendo tan fácilmente conseguir la libertad, complaciendo al rey en algo sencillo, persistía en ese silencio obstinado y en esa falta de colaboración?

Los sacerdotes y escribas, inquietos por el desenlace del asunto, acusan insistentemente. Le recordarían malignamente a Herodes cómo aquel hombre le había insultado en público, llamándole zorro (Lc 13,22), y otras cosas.

No se atrevió empero Herodes a condenarlo. Seguramente le pesaba todavía en la conciencia la muerte de Juan Bautista, y no querría cargarla con más sangre. Su venganza fue la burla. Toda la corte, aduladora, le secunda. Suenan las risotadas, los comentarios agudos acerca de la rusticidad del prisionero, de su falta de talento, de su aspecto deplorable. Jesús era un hombre del pueblo, no un cortesano refinado. ¿Qué dirían de Nazaret y de los nazarenos?

¿Y se quiere rey? Es gracioso. Y la chanza llega hasta disfrazarlo con un traje vistoso, que acentúe lo ridículo de su figura...

A ti te gustaría, ahora, haber callado en tantas ocasiones: aquel chiste fácil, aquel comentario satírico y sin caridad. Tú, hombre ingenioso, no sabes ahora de qué manera colocarte de la parte de Jesús, desligarte de los cortesanos entre los que te ves —de repente—metido.

Es el momento de decirle al Señor tu pena y tu arrepentimiento. De explicarle cómo deseas que, con su ayuda, tu lengua esté crurcificada a la burla sin piedad, a la crítica inmisericorde, a la chacota sobre los defectos de tu prójimo..., aunque tú también tengas un público que te aplauda y te celebre.

¿Ves cómo la humillación increíble de tu Maestro fue necesaria? Llora, promete, consuela, acompaña al Señor.


ORACIÓN

Maestro bueno, vuelves a ser tentado en esta ocasión, como aquella otra, al principio de tu vida pública, en el desierto. Entonces renunciaste a convertir las piedras en panes para satisfacer tu necesidad; aunque quisiste luego multiplicar los panes y peces de aquel chico para dar de comer a la multitud hambrienta. Y para alimentarme a mí te haces pan cada día en la Eucaristía.

Entonces renunciaste a imponer tu mesianismo por medio del espectáculo, tirándote abajo del pináculo del Templo; pero realizaste infinidad de curaciones y prodigios en beneficio de otros, y mandabas luego guardar silencio.

No necesitas comprar la clemencia de Herodes. Tu alimento es hacer la voluntad del Padre, y esa voluntad la comprendiste y aceptaste plenamente en Getsemaní.

Yo también sé lo que quiere el Padre, y lo asumo en ocasiones... Pero en otras, Señor, tú sabes que mi camino pasa más cerca del palacio de Herodes que del Calvario. Es otra cosa la que veo por ahí, la que me enseñan. Y tengo un miedo espantoso al ridículo, a que se fijen en mí porque en tal o cual punto actúo de manera distinta a los demás...

Es más, yo tampoco respeto en ocasiones a los débiles: a los menos dotados que yo, a los menos inteligentes, a los menos amados, a los impopulares. Humillo, tal vez sin malicia, como Herodes, por quedar bien, para ser más querido, más admirado, más brillante... a costa de otros.

Y tú, mi Jesús, manipulado, disfrazado con esa vestidura ridícula, burlado y tenido por estúpido, insultado y zaherido... por mí.

Ayúdame, te lo ruego, a salir de esa corte aduladora de los que siempre quieren «salir en la foto», de los que siempre quieren quedar bien. Ayúdame a salir de mis intereses y a buscar los tuyos, sin manipularte, mi Señor, sino dejándome llevar por ti.

Dame un corazón misericordioso, como el tuyo, para ponerme siempre de parte del débil, aunque yo resulte perseguido por ello. Dame un corazón humilde, como el tuyo, para que nunca pierda la paz por grandes que sean las contradicciones. Y hazme alegre, con esa alegría discreta pero radiante que el mundo no conoce, que procede de tu divina consolación, en medio de las tribulaciones.


ORACIONES BREVES

«Se alían los reyes de la tierra contra el Señor».

«Corazón de Jesús, saciado de oprobios, ten piedad de mí».

«Pasión de Cristo, confórtame».

«No tentarás al Señor tu Dios».

«Jesús, manso y humilde de corazón».