IV. EL PRENDIMIENTO


TEXTO BÍBLICO

«Todavía estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: —Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: ¡Salve, Maestro!, y le dio un beso. Jesús le dijo: —Amigo, ¿a qué vienes?

Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: —Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen la espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, quien pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?

Entonces dijo Jesús a la gente: —¿Habéis venido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar y no me detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.

«Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron».

(Mt 26,47-56)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mc 14,43-52; Lc 22,47-53; Jn 18,2-11.

Gal 2,19-20: «Con Cristo estoy crucificado... que me amó y se entregó a sí mismo por mí.»

Ef 5,1-2: «...se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma».

Sal 40(39): «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído... entonces yo dije: —Aquí estoy, porque está escrito en el libro que cumpla tu voluntad.»

Sal 56(55): «Piedad, Dios mío, que me atacan y me acosan... Cuando siento miedo confío en ti..., acechan mis pasos, me están aguardando... Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco...»

Sal 55(54): «Si mi enemigo me injuriase lo aguantaría... pero eres tú, mi amigo...»


PUNTOS

  1. Y le dio un beso.

  2. Vuelve tu espada a su sitio.

  3. Los discípulos le abandonaron y huyeron.


MEDITACIÓN

1. Y le dio un beso

Todavía sigues sin comprender cómo el Señor consintió que los labios del traidor le rozasen en un gesto tan falso. Y ello es porque todavía no has perseverado lo suficiente en la escuela de la Pasión, y no has hecho tuyas las entrañas de misericordia del divino Maestro.

Ese beso le costó a Jesús más que el hecho de que lo maniataran con brusquedad aquellos hombres violentos. Pero... «¡eres tú, mi amigo y confidente, a quién unía una dulce intimidad!» (Sal 55,14-15).

Como le cuestan —le costaron— todas las traiciones y menosprecios de los que se dicen amigos suyos. De aquellos que le siguen en el contento, en la comodidad y en la consolación, pero que no son capaces de velar una hora en Getsemaní, ni permanecer al pie de la cruz viendo el fracaso de aquello que amaban y en que creían.

Fíjate, amigo de Jesús, que la amistad no es algo conquistado definitivamente, sino algo que no cesa de construirse. Puedes profundizar en ella abriéndote con confianza, sin repliegues, al Señor, con un sincero conocimiento de ti mismo: de tu limitación, de tu inconsecuencia, de tu pobreza. La humildad será la contraseña que te permitirá llegar más lejos.

Pero puedes retroceder, si no vas hacia adelante. Cambiar poco a poco, insensiblemente, haciéndote más «razonable», más calculador, como Judas. Tu amor puede entibiarse si no te preocupas de encenderlo, incluso extinguirse. Y quedarse en gestos externos, vacíos y traidores... ¡como aquel beso!

Entonces no te será difícil captar, cuando vayas al Getsemaní de la oración, aquella queja inefable: —Amigo, ¿a qué has venido?


2. Vuelve tu espada a su sitio

Admiras, sin duda, el gesto valiente de Pedro, acometiendo él solo a aquel tropel armado de palos y espadas. Ciertamente su coraje no le duró mucho, pero la reacción fue de un celo gallardo.

Lástima que, en aquel, momento ese fervor fuera indiscreto. El Señor, identificado totalmente con el querer del Padre que conocía perfectamente, se entrega a una Pasión voluntariamente aceptada.

La Pasión no fue inevitable, como algunos piensan hoy. Fácilmente Jesús podría haberse defendido, o haber huido esta situación.

Sin embargo, él quiere que se cumplan las Escrituras de los profetas, en las cuales había leído el destino del Siervo de Yahveh: aquel cuyos padecimientos y muerte traerían la salvación para todo el pueblo.

Esto tiene que moverte a amar a tu Señor por encima de toda medida. Amor con amor se paga. Y él «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Soy yo, es mi rescate y mi liberación, el motivo por el que el Señor se deja atar, por el que renuncia a toda defensa para dar muerte en su cuerpo al pecado y a la muerte: ¡a mi pecado y a mi muerte!

Por eso la defensa armada de Pedro es inoportuna. Por eso el Maestro te enseña, a un tiempo, el camino de la mansedumbre y el camino de la conformidad con la voluntad de Dios.


3. Los discípulos le abandonaron y huyeron

¡Qué pronto nos olvidamos de los beneficios recibidos! ¡Qué poco duran, casi siempre, nuestros buenos propósitos!

Sí, estas breves palabras sobre el abandono de todos resultan dolorosas, y nos sublevamos contra aquella actitud cobarde de los apóstoles. Ellos, que habían sido los testigos privilegiados de su vida y sus milagros, que fueron dichosos porque vieron lo que muchos profetas y justos hubieran querido ver y no vieron... Ellos, que fueron enseñados por la misma Verdad, que habían sido alimentados con el Pan de vida hacía pocas horas..., fallaron.

Tú no has sido favorecido de tantos dones como los Apóstoles y, sin embargo, puedes aprovecharte ahora de la meditación de este episodio. Querrías con todas tus fuerzas permanecer al lado del Maestro, ser apresado con él y seguirle —atado con su misma cuerda hasta la casa del Pontífice. Querrías permanecer con él hasta el final, por gratitud, por lealtad.

Y, sin embargo, sabes para cuán poco vales. No ya las amenazas de una multitud armada, sino las malas caras, el respeto humano, el temor al ridículo, a la burla del otro, al qué dirán..., todo eso, llegado el momento, te hace temblar y huir. Y dejarle solo.

No, el Maestro no fue abandonado una sola vez. La desbandada continúa hasta hoy, y por eso la Pasión, en cierto sentido, no ha terminado.

Sólo la vista de la cruz, el dolor de María, las lágrimas de Pedro, nuestra humilde petición de perdón,la oración perseverante, conseguirán aquel prodigio: «cuando Yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

Dile al Maestro, con lágrimas en los ojos, que así lo deseas. Duélete de tu huida y propón, para las ocasiones venideras, permanecer junto a él siempre, aunque os quedéis los dos solos contra todo y todos.


ORACIÓN

Señor Jesús, un beso fue el sello de la traición del apóstol. Un beso cobarde de quien jamás, ni siquiera al final, fue capaz de enfrentarse abiertamente a ti. Un beso más amargo que las injurias de los que, con palos y espadas, salieron de noche a prenderte.

Tú sabes, Señor, que yo te quiero con sinceridad. Pero tú me sondeas y me conoces perfectamente. No se te oculta el que, debajo de mis gestos y acciones más superficiales, se oculta un repliegue egoísta que te niega y te traiciona. Incluso cuando parece que te busco de verdad, es a mí a quien busco incansablemente.

Por la contemplación de tu prendimiento, concédeme el don del desprendimiento más absoluto de mí mismo. Purifica cuanto hay en el fondo de mi alma que te desagrade.

Que yo pueda decirte con todo el corazón que te quiero, y quedarme reposando en tu Corazón sin escuchar esa dulce queja: —¡Si me amaras de verdad...!

Yo me esforzaré con mayor empeño, a partir de ahora, por superar mis miedos, mis complejos, mis depresiones. No quiero volver a huir jamás en el momento de la prueba, dejándote solo.

Espíritu Santo consolador, que guías mi oración y me enseñas a pedir lo que conviene: dame tus siete dones, y en especial el de la fortaleza. Que éste me ayude a permanecer firme en medio de las pruebas más duras, con la certeza de que, si Cristo está conmigo, ¿quién será capaz de separarme de su amor?

También en las pruebas más vulgares: en ese deber cotidiano que me fatiga y aburre; en el malestar físico que me aflige e impacienta; en el respeto humano que me atenaza y me impide ser testigo valiente del Señor; en el trato con las personas que no me son agradables...

Espíritu divino, que por amor esté dispuesto a emplear violencia conmigo mismo, pero jamás contra mi prójimo. Y que el canto del gallo me encuentre, ya compugido, velando en oración junto a mi Maestro. Amén.


ORACIONES BREVES

«¿A quién buscáis».

«Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».

«Líbranos del mal».

«Del maligno enemigo, defiéndeme».

«El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

«Siempre confío en mi Dios».