INTRODUCCIÓN
 

MEDITAR LA PASIÓN
 

Desde los primeros siglos los cristianos veneraron los lugares relacionados con la vida de Cristo, y muy en especial aquellos que hacían referencia a su Pasión y muerte en cruz. Con algunos intervalos, debidos a las vicisitudes históricas que en cada momento atravesaba la región, las peregrinaciones se sucedieron y multiplicaron. Una curiosa relación escrita, en que se describen estos lugares tal como estaban en el siglo IV, así como la liturgia de la Semana Santa que se tenía en ellos, ha llegado hasta nosotros, obra de la monja viajera Egeria.

A partir de las Cruzadas se traslada a Europa la devoción de recorrer el camino que siguió el Señor desde el Pretorio, presuntamente situado en la fortaleza Antonia, hasta el Calvario. Para ello se erigen «Calvarios» en distintos lugares, con «estaciones» (sitios para pararse a meditar en algo ocurrido en ese camino) en número variable.

Con la concesión de la custodia de la Tierra Santa a los franciscanos en el siglo XIV, son éstos los que se encargarán de la definitiva implantación de esta devoción en Europa, y de la fijación de las catorce estaciones clásicas.

El éxito del Vía Crucis, la devoción católica más aprobada y popular del mundo después del Rosario, nos sugiere un par de reflexiones.

Por un lado, la utilidad que tiene para la oración mental el considerar un cuadro muy concreto, que se aísla de su contexto.

Es decir, todas las potencias humanas y espirituales se concentran en un momento particular, evitando así la dispersión que podría producir una materia más amplia o compleja.

Las personas sencillas, o poco formadas, sin excesivo esfuerzo pueden representarse un hecho singular, aunque la meditación de un proceso más largo no les resulte accesible.

En segundo lugar, la importancia que reviste para nuestra época una vuelta a lo tangible en la vida espiritual.

Hay momentos, en la historia de la espiritualidad cristiana, en que la piedad de los fieles es alimentada por conceptos más abstractos. En esas épocas la contemplación de la humanidad de Cristo pasa a un segundo término, o bien es diluida en una consideración general de la condición humana, o incluso englobada y sustituida por la vida de otros hombres (por ejemplo, los santos), o colectividades (por ejemplo, el pueblo en lucha).

Santa Teresa de Jesús pone en guardia contra esta postergación de la humanidad de Cristo, en beneficio de consideraciones más espiritualizadas, o de la supresión de toda consideración. Dice en su Vida que, cuando Dios quiere suspender las potencias, impidiendo el ejercicio de la memoria y el entendimiento (oración de meditación), y el de la voluntad (oración afectiva), entonces la pérdida de la consideración de la Humanidad de Cristo es aceptable; aunque parece que se pierde, en realidad se goza de ella. Pero el que «nosotros, de maña y con cuidado, nos acostumbremos a no procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre —y pluguiese al Señor que fuese siempre— esta sacratísima Humanidad, esto digo que no me parece bien, y es andar el alma en el aire, como dicen... por mucho que le parezca que anda llena de Dios»(V 22,9)

Las causas de esta manía de querer apartarse del camino que pasa por la humanidad del Señor, según la misma Santa, son dos: la falta de humildad (que hace mucho daño para progresar en la vida de oración), y el querernos hacer ángeles, teniendo un cuerpo.

La meditación de la Pasión de Cristo quizá sea el medio, recomendado por Santa Teresa y todos los místicos y autores espirituales, que nos permita un acercamiento más fácil a la Santa Humanidad y, por consiguiente, un progreso más rápido en la vida espiritual.

Son estos motivos los que nos han impulsado a presentar este librito —y a darle la estructura que tiene— que desearíamos que pudiera prestar una ayuda a todos los interesados en seguir la anterior recomendación.

Para tomar toda la materia de la Pasión, a las catorce estaciones del Via Crucis anteponemos otras catorce de un Via Passionis. Con ello seguimos el criterio, antes expuesto, de aislar momentos particulares —con cierta flexibilidad— para evitar la dispersión.

De esta manera se ofrecen más claramente unos «lugares espirituales» donde poder encontrarnos con Dios (a través de Cristo en el instante de su mayor «kenosis»), y con nosotros mismos.

Meditar la Pasión del Señor, siguiendo un camino, será también seguirle a él llevando nuestra propia cruz, es decir, cuanto somos y tenemos: limitaciones, pecados y circunstancias dolorosas de nuestra vida. Partir tras sus huellas rastreando la pista más indeleble y segura: «mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (l.a Cor 1,22-23).

Se impone ahora perfilar negativamente este libro de oración, con objeto de que quede más nítido el propósito del autor. En concreto:

—No es un tratado de oración. Daremos algunas indicaciones prácticas, como meras sugerencias, para mejor servirse de él. Pero renunciamos a una exposición sistemática de los pasos de la oración, sus dificultades, progreso, etc.

—No es una exégesis de los textos de la Pasión, ni un libro de teología. Se trata sólo de una ayuda para la oración personal, y el único criterio con el que se le podrá juzgar es el de si, efectivamente, la proporciona o no. Es inútil entrar en discusión acerca de la interpretación de tales o cuales pasajes. De ahí también el que se insista en ciertas ideas que pueden suscitar mejor los afectos en la oración, sin cuidarse de que se repitan con frecuencia.

—No es una presentación completa del misterio de Cristo. De hecho algunos pensarán que falta una meditación sobre la Resurrección. Ya a lo largo del siglo XX ha habido muchos intentos de añadir una decimoquinta estación al Via Crucis, aunque la Santa Sede nunca ha querido oficialmente aceptarla. Así los Via Crucis canónicamente erigidos en la actualidad, siguen teniendo las catorce tradicionales.

¿Cuál es la razón? Creemos, con San Ignacio de Loyola, que para meditar con fruto la Pasión es preferible, metodológicamente (no teológicamente), aislarla lo más posible de la consideración de la Resurrección. En los Ejercicios espirituales, tercera semana (n.° 206), recomienda: «no procurando traer pensamientos alegres, aunque buenos y santos, así como son de resurrección y de gloria, mas antes induciendo a mí mismo a dolor y a pena y quebranto, trayendo en memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor que pasó desde el punto que nació hasta el misterio de la Pasión en el que al presente me hallo». Es decir, sin querer anticipar el desenlace, que ya conocemos por la fe.

—No es un libro de celebraciones comunitarias, sino de oración personal. Lo que no excluye que, aunque las meditaciones y oraciones estén compuestas en un tono intimista, puedan ser aprovechados algunos de sus materiales para la oración comunitaria o la celebración. En ellas están presentes, no sólo la reflexión sobre la propia vida, sino la intercesión por los hermanos, y el sufrimiento del hombre —de cualquier hombre— que continúa, en cierta manera, la Pasión.

—No se le da el mismo tratamiento a todas las estaciones. Y ello porque, obviamente, no todas tienen el mismo contenido y profundidad teológicos. Así por ejemplo, la institución de la Eucaristía, misterio de nuestra fe, y la segunda caída del Señor, episodio no bíblico. Con esto no queremos decir que esta última no sea buena para meditar, y excitar afectos de amor por Jesús, sino que su extensión, normalmente, habrá de ser más breve. Con todo, procuraremos dar siempre suficiente materia para cada una.

—No es un libro dirigido a un público determinado. Firmemente creemos que, tanto personas espiritualmente cultivadas, como principiantes, adultos o jóvenes, podrán aprovecharse algo de él.

La meditación de la Pasión es útil a todos. Así, según la definición clásica, sus frutos serían los siguientes:

• A los principiantes les moverá al arrepentimiento sincero de sus pecados. Les dará gracias y fuerza para conocer y corregir sus afecciones desordenadas, y mortificar sus pasiones, con lo que se purificarán y dispondrán a mayor perfección. Asimismo, a estos que se inician en la meditación, la Pasión les ofrecerá materia abundante y sencilla en la que la imaginación y el entendimiento puedan ocuparse. Eso además de que es la parte de la vida del Señor más conocida por los cristianos, incluso poco formados, y por ello más interiorizada y preparada para ser tema de oración vivencial.

• A los que van de bien en mejor, la consideración de la Pasión les empujará con fuerza a las virtudes sólidas. Si la oración de éstos es efectiva, más o menos simplificada, nada puede tanto suscitar los afectos (agradecimiento, acción de gracias, dolor de los pecados, dolor de los sufrimientos del Señor, actos de humildad, de amor, de esperanza, etc.), como la Pasión.

• A los perfectos puede serles de inestimable ayuda para alcanzar la unión y, si Dios quiere, la oración extraordinaria en cualquiera de sus grados. Recordamos aquí lo que hemos dicho más arriba sobre la importancia de no apartarse nunca de la Humanidad de Cristo.

A este efecto viene bien el consejo que San Francisco de Borja le dio a Santa Teresa, cuando ésta le dio cuenta de su oración, pidiéndole opinión (V. 24,4): que comenzara siempre en un paso de la Pasión, y que, si a partir de ahí, el Señor le llevase el espíritu, que no le resistiese, sino que le dejara llevarla.

Lo que la Santa siempre hacía, a pesar de los altísimos dones de que era favorecida por Dios.

Recordemos, por último, que San Alberto Magno decía que meditar la Pasión aprovechaba al hombre más que ayunar un año entero a pan y agua; disciplinarse cada día hasta derramar sangre; recitar cada día todo el salterio. Porque éstos son ejercicios exteriores, y no sirven tanto para la compunción, y para alcanzar virtudes y amor, como el meditar, atenta y profundamente, la Pasión de Cristo; lo cual daría sentido, por otra parte, a todas las austeridades y penitencias que después se practicasen.

Vayamos finalmente a la parte más práctica de esta Introducción.

¿Cómo utilizar este librito? Realizaremos algunas sugerencias, conscientes de que cada uno debe servirse de él de la manera que crea que más le ayudará a encontrar a Dios. Y terminaremos dando cuatro consejos generales, que nos parecen importantes para desarrollar una buena vida de oración.

La estructura de las 28 estaciones que proponemos, es la siguiente:

a) TEXTO BIBLICO: Normalmente se trata de un texto evangélico —sólo uno— en que se narra el episodio que se va a contemplar o meditar. En los pocos casos en que éste sea extra-bíblico, se cambia por su sucinta descripción.

Para algunas personas el texto bastará para la oración, a veces, o con frecuencia. Si es así, no conviene pasar adelante, y dejaremos el resto del capítulo para hacer lectura espiritual en otro momento.

b) OTROS TEXTOS: Incluimos aquí los paralelos evangélicos, si existen. Como preparación a la oración pueden consultarse para advertir las diferencias, siempre interesantes, entre las redacciones de los distintos evangelistas.

Otros textos, a veces muy breves, ya del Antiguo, ya del Nuevo Testamento, se dan principalmente para enriquecer la oración: proporcionando matices o nuevas comprensiones a la historia; situándola en una perspectiva más amplia; o simplemente suministrando palabras y expresiones que puedan utilizarse en el diálogo con el Señor.

Por último, otros textos más largos (por ejemplo salmos), pueden utilizarse como recurso de oración alternativo, es decir, tomarlos como cuerpo de la oración, dejando como telón de fondo la consideración de la estación. También pueden usarse simplemente como los anteriores.

c) PUNTOS: Se trata de centrar la atención en unos pocos instantes —hechos, palabras o consideraciones— de la Historia. Si se sigue la meditación, estos puntos ayudarán a la memoria a recordar, sin que haya que estar volviendo continuamente al texto de la MEDITACION o de la HISTORIA; lo que a veces se revela distractivo y poco conveniente para algunas personas.

Habrá a quienes la lectura de los puntos, junto con la historia, les bastará para orientar y realizar la oración, porque sin más ayudas pueden meditar a partir de estas sugerencias. Entonces aconsejamos encarecidamente no leer la MEDITACION, con objeto de no estorbar la propia, que se haría espontáneamente.

d) MEDITACIÓN: Puede ser práctica para personas que tienen distintos tipos de oración. A quienes oren meditando de una forma clásica, es decir, discurriendo con el entendimiento para profundizar el misterio, ponderando, comparando, considerando, etc., les proporcionará ideas que faciliten luego su «trabajo» personal; como estas ideas están expuestas en un tono coloquial, invitando continuamente a entrar en la intimidad del Señor, le facilitarán el paso al diálogo con Jesús, en que consiste la oración propiamente dicha.

A quienes sean más intuitivos, sin necesidad de pasar mucho tiempo en esta tarea de «masticar» la materia, les dará ya casi hecha la meditación, cuya lectura les ayudará a ponerse con facilidad en oración; para ellos podría permitirse la lectura de la MEDITACION durante el tiempo consagrado a la oración, y no antes. Es decir, harían de ella una lectura meditada, en frecuente coloquio con el Señor (evitando quedarse en una simple lectura espiritual, que no trata de suscitar afectos).

Para otros, que disfruten de una oración afectiva muy simplificada, o incluso hayan llegado a la contemplación adquirida, la lectura de la MEDITACION puede servirles simplemente de preparación, remota o próxima, del corazón, recogiéndolo y disponiéndolo suavemente.

En general, el método de la «contemplación ignaciana» puede ser enriquecido con ella. Se trata de ayudarse de la imaginación para contemplar el episodio, viendo y considerando las personas que en él intervienen; oyendo luego lo que hablan, y considerándolo; mirando finalmente lo que hacen, y reflexionando sobre ello, tratando de aplicar todo a mi propia persona. También considerar y ponderar todo lo que Cristo padeció, y cómo lo sufrió por mí, con paciencia, sin usar las prerrogativas que podría otorgarle su divinidad. A todo ello pueden colaborar los PUNTOS y la MEDITACION.

e) ORACION: Lo más importante en la oración es el coloquio o diálogo con el Señor, en el que se le presentan los distintos afectos de nuestro corazón, ya sea con muchas, ya con muy pocas palabras, según él inspire.

A algunas personas esta oración de afectos les ocupa todo o casi todo el tiempo de la oración, sin que sean capaces de hallar ningún fruto (o muy poco) en el discurrir. A veces, sin embargo, sobreviene la aridez, no pudiendo volver a la meditación discursiva (de lo cual hay que cerciorarse, consultándolo si es preciso con algún padre espiritual experimentado), ni proseguir espontáneamente el diálogo con Jesús. Cuando estemos en esta sequedad suele ser útil tener una oración hecha que, partiendo de algunas consideraciones muy sencillas (meditación ligera), puede excitar nuestros afectos; si no se logra este objetivo, al menos puede ser recitada, siquiera sea vocalmente, tratando de poner en ello la máxima atención, y haciendo propios (aunque no se sientan, ni se experimente gusto en ellos) los afectos allí expresados.

f) ORACIONES BREVES: Para aquellas personas que han simplificado más su oración, es decir, que han suprimido o reducido al mínimo los actos del entendimiento, y de la voluntad (éstos no desaparecen del todo en la oración ordinaria, pero pueden ser muy sencillos y espaciados, unidos a una atención amorosa a Dios constante), será muy útil disponer de alguna frase corta, fácil de memorizar, que ayude a mantener esa atención amorosa al misterio, y a suscitar afectos muy simples de la voluntad. Es por eso que, al final de cada estación, ponemos unas cuantas oraciones breves, o «mantras», de los que puedan servirse.

Estas oraciones breves ayudarán también a los que practican otros tipos de oración porque, en general, creemos que, según la variedad de circunstancias, todo puede servirle a todos.

Incluso para fomentar la presencia de Dios durante el día, en medio de las múltiples ocupaciones de nuestra vida ordinaria, el tomar una de estas oraciones breves (después de haber dedicado un rato más largo a meditar sobre la estación correspondiente) puede ser apropiado. Una vez memorizada procurará recordarse y repetirse muchas veces, sin variarla, a lo largo de la jornada.

Ello requiere, por supuesto, una cierta disciplina que hay que esforzarse en adquirir.

Pasemos, entonces, para terminar, a esos cuatro consejos que habíamos prometido:

1. Evitarla curiosidad. En la oración lo importante no es aprender nuevas cosas. Por eso hay que quedarse allá donde se encuentre facilidad para el diálogo con el Señor, sin querer pasar adelante, a otro punto o a otra estación; mientras 1.° que tengo entre manos me sirva, no hay que dejarlo para ver más materia. Porque, como dice San Ignacio en sus Ejercicos (n.° 2): «no el mucho saber harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente».

2. Perseverar. Aunque no se encuentre sino aridez. A la orilla del mar vemos el constante acercarse y retroceder de las olas sobre la playa; unas veces en la arena quedan piedrecitas, algas, basuras... Pero otras veces puede el mar dejar en ella una concha rara y preciosa, o una perla. Vulgaridades y cosas importantes vienen y van a la playa de nuestra oración; con frecuencia más las primeras que las segundas. Pero quien no persiste allí, a la espera, jamás encontrará el objeto precioso.

Dios puede tardar en darse, o en hacerse sentir, pero al final nunca falla; porque «quien pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mt 7,8). Aunque la estación contemplada se nos «resista» debemos insistir, «golpear» con ella, confiadamente, la puerta de la misericordia de Dios.

3. Prepararse a orar. Seleccionar bien la materia. Leer el texto o los textos. Memorizar los puntos, si es preciso, etc.

Luego procurar buscar un poco de tranquilidad. El agua turbia hay que dejarla reposar, para que se asienten en el fondo las impurezas, y ella se quede clara y transparente. Tan transparente que el sol pueda atravesarla, iluminarla hasta lo más profundo... Y para que la superficie se haga tersa como un espejo, capaz de reflejar ese sol y ese cielo que está sobre ella.

Conseguido esto, es conveniente tratar de ponerse en la presencia de Dios, adorarlo con un acto de fe, y pedirle que nos ayude, en ese rato, a agradarle lo mejor que podamos, pues puramente por su amor estamos allí meditando.

 4. Desasimiento. Algunos van a meditar la Pasión queriendo sólo lágrimas y sentimientos tiernos, consuelos y gustos. Pensando que la materia puede ser propicia a ello, acuden a la oración con un deseo desordenado que desagrada mucho a Dios.

Dice San Buenaventura que es de amor propio, y no de Dios, querer dulzura en las amarguras de Cristo, y consuelo en sus desconsuelos.

Cuanto menos se aferre uno a ello, tanto más aprisa avanzará en la vida espiritual y hará progresos en la oración.