XIII. EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ


TEXTO BÍBLICO

«Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.

Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo — aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar».

(Jn 19,38-40)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mt 27,57-59; Mc 15,42-46; Lc 23,50-52.

Sal 31(30): «Señor, que no me avergüence de haberte invocado... Que bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles... en el asilo de tu presencia los escondes de las conjuras humanas... Yo decía en mi ansiedad: Me has arrojado de tu vista. Pero tú escuchaste mi voz suplicante cuando yo te gritaba».

Lam 2.13: «¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿ Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar?».

Lam 3,15-27: «El me ha colmado de amargura, me ha abrevado con ajenjo... Esto revolveré en mi corazón, por ello esperaré: Que el amor de Yahveh no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura...».

Ct 8,6-7: «Porque es fuerte el amor como la muerte... Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahveh. Grandes aguas no pueden apagar el amor».


PUNTOS

  1. Retiraron su cuerpo.

  2. Y lo ungieron con aromas.


MEDITACIÓN

1. Retiraron su cuerpo

La tarde cae rápidamente. Un miembro del Sanedrín, discípulo en secreto del Señor, José de Arimatea, tiene la valentía de ir al Pretorio y reclamar el cadáver del Señor. Su valor se ve premiado: Pilato se lo concede, no sin antes asegurarse de que Jesús ha muerto ya.

A José se le va a unir otro sanedrita, del que Juan ya nos habló en su evangelio (3,1-21). Curiosamente estos hombres, hasta ahora, no han podido o no se han atrevido a dar la cara por Jesús. Ahora que él ya ha muerto, cuando lo normal sería dar el asunto por concluido y ocultar para siempre que habían sido sus discípulos, se arriesgan a ser expulsados del Sanedrín e incluso excomulgados de la sinagoga. Por prestarle al cadáver del Señor este tributo de su respeto y amor, ahora que no creen poder recibir nada a cambio, están dispuestos a perder su fama y su posición.

¿Crees tú que el Señor los dejaría ir sin recompensa? Te recomiendo que te hagas muy devoto de estos santos, pues si a José de Arimatea le fue concedido el cuerpo de tu Maestro, y es él quien lo depositó en brazos de María, es muy posible que, si se lo pides, también te lo quiera entregar a ti.

Nicodemo y José, con infinita reverencia, derramando abundantes lágrimas, arrancan los clavos y, abrazados al sagrado cuerpo, lo dejan en el regazo de su Madre. Jesús ha terminado su Pasión, pero no María. Ella lo amó, como ninguna madre ha amado jamás a su hijo.

Siendo llena de gracia, su amor no tiene el más mínimo repliegue sobre sí. Por eso su dolor no tiene ningún otro que se le pueda comparar.

Es un dolor mudo. Son lágrimas incontenibles y ardientes. Pero no hay en María rebelión, ni odio, ni desesperanza. Su dolor es puro, mientras abraza el cuerpo sin vida del Señor y besa sin descanso al amor de su alma. ¿Quién podrá jamás sondear la profundidad de su pena?

Póstrate a sus pies para pedirle perdón de los pecados que fueron la causa de tantos sufrimientos. Pídele que comparta contigo el peso de su dolor. Pídele que abrase tu corazón en el amor de Cristo, su Hijo, para que no tengas de ahora en adelante más aspiración ni deseo que el de agradarle en todo.


2. Y lo ungieron con aromas

Nicodemo llevaba una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Una exageración por la cantidad —unos treinta kilos— y el precio del producto. Pero ¿puede ser exagerado algo de lo que se le entrega al Maestro? ¿Pone límites o hace economías el amor?

Aprende a ofrecerle a Jesús lo mejor de ti, y sin medida. ¡Qué vergüenza la de los cristianos que regatean con el Señor!

Habría algunos —los que nunca entienden nada— que dirían que, para qué ya. Tantos cumplimientos con el cuerpo muerto, que ya no sufre, mientras que en vida...

Son los que ni hacen nada, ni quieren dejar hacer. Tú no te turbes. Por mucho que hayas pecado, aunque el daño que hayas causado sea irremediable, siempre puede tu amor conseguir el milagro de la reparación.

Para eso Jesús te permite usar el buen aroma de tu oración y las vendas de tu penitencia y abnegación. No dudes en emplear las unas y las otras con generosidad y abundancia. Y no olvides que al Señor lo puedes encontrar siempre vivo en el pobre y en el que sufre.


ORACIÓN

Mi buen Jesús, siento una sana envidia de José de Arimatea y de Nicodemo. Ellos pudieron abrazar tu cuerpo y llevarlo en brazos.

Lo limpiaron de la sangre que lo cubría por completo. Quitaron de tu cabeza la corona, y de tus pies y manos los clavos. Lo entregaron a tu Santísima Madre, y volvieron a recibirlo de ella para ungirle, mereciendo su bendición y gratitud por la buena obra que realizaban. Su falta de ánimo de un principio ha desaparecido; su cobardía se ha transformado en audaz testimonio. Tanto les movió tu Pasión y muerte.

Señor, viéndoles yo siento renacer mis fuerzas. Ellos no pensaron que ya fuera «demasiado tarde» para servirte. Al final se comprometieron públicamente contigo, cuando debía resultar más difícil.

Por eso yo no quiero desesperar de aprovechar en tu servicio, aunque sea hoy tibio y lleno de respetos humanos. Con tu gracia, en la escuela de la Pasión, yo aprenderé a ser fuerte y generoso en tu seguimiento.

Madre Dolorosa, que sostienes en tu regazo a Jesús muerto, con el mismo amor con que lo sostenían cuando era niño. Sosténme en mis desfallecimientos y titubeos. Tú lo presentaste a su Padre, en el Templo, hace muchos años, llena de alegría. Ahora se lo vuelves a presentar, sin vida, cuando tu alma está atravesada, con los mismos sentimientos de ofrenda, con el mismo deseo de cumplir su voluntad.

¡Dichosa tú, Virgen María, cuya fe fue superior a la de Abraham y a la de todos los justos! Porque por tu obediencia y amor te has hecho digna de ser asociada para siempre a los méritos de la Pasión de Jesús. Místicamente has sido crucificada con él, y si vives todavía después de tan atroces dolores, es porque él quiere que seas la Madre de la Iglesia naciente, mi Madre.

Enséñame a sufrir con paciencia las contradicciones y la soledad. Enséñame a amar la penitencia voluntaria con que pueda expiar mis pecados y los del mundo; con que pueda asociarme, también yo, a la gran obra de la Redención.

Y después de este destierro, muéstranos al fruto bendito de tu vientre, Jesús.


ORACIONES BREVES

«Es fuerte el amor como la muerte».

«Señor, que no me avergüence de haberte invocado».

«Madre Dolorsa, ruega por nosotros».

«El amor del Señor no se ha agotado».

«Tomaron el cuerpo de Jesús».

«Grande como el mar es tu quebranto».