VII. JESÚS CAE DE NUEVO


TRADICIÓN

El Señor, agotado por sus padecimientos, en especial por la pérdida de sangre ocasionada por la flagelación, tropezó y cayó una segunda vez poco antes de salir de las murallas de la ciudad.


TEXTOS BÍBLICOS

Sal 140(139): «Defiéndeme, Señor... de los hombres violentos que preparan zancadillas a mis pasos. Los soberbios me esconden trampas; los perversos me tienden una red y por el camino me colocan lazos».

Lam 4,20: «el ungido de Yahveh quedó preso en sus fosas; aquel de quien decían unos: ¡A su sombra viviremos entre las naciones!».

Fil 2,5-11: «se despojó de su rango, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz».

Jn 15,12-17: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos».

Hb 4,14-16: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compádecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado».

También sirven todos los textos propuestos para la estación III.


PUNTOS

  1. Debilidad del Señor.

  2. Jesús cae en el camino.


MEDITACIÓN

1. Debilidad del Señor

Muchos padecimientos se han amontonado en pocas horas sobre tu Maestro. Excesivos para que los pueda soportar la naturaleza humana, aunque esta naturaleza sea la más perfecta.

De un lado los tormentos físicos: las brutalidades del prendimiento y de los criados de los pontífices; la noche sin dormir, vejado continuamente; los latigazos, que le han hecho verter mucha sangre; la corona de espinas y los golpes de los soldados; la aspereza del camino; el peso de la cruz...

De otro los sufrimientos morales: el dolor por la traición de Judas y por las negaciones de Pedro; la tristeza y la angustia del huerto; las humillaciones recibidas ante los jueces y las infligidas por los soldados y el populacho en este camino del Calvario.

Y sobre todo la ingratitud —la tuya, la mía, la de tantos favorecidos por su predicación y milagros— que pesa como una losa sobre su Corazón amante y agradecido. El abandono de los discípulos, la soledad...

El ha querido sufrir todo lo que nosotros podíamos sufrir, tocar el fondo de toda miseria humana. Excepto el pecado. «No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas» (Hb 4,15).

Su entrega ha sido, como su amor, desmedida. Porque la medida del verdadero amor es, precisamente, el ser sin medida.

¿Y la del nuestro? Cuántas veces —lo sabes bien— te has dado un poquito solamente... para volverte pronto atrás, y retomar lo que habías entregado al Señor en un momento de debilidad.

Contempla a Jesús que se te ha dado por completo, y pídele esa generosidad de un amor que no se mide, que no se calcula; que cree no haber dado nada cuando ya lo ha dado todo.


2. Jesús cae en el camino

En esta ocasión la caída fue más dolorosa si cabe. Las rodillas del Señor estaban ya rajadas como consecuencia de la primera caída bajo el peso de la cruz.

Tu Maestro es todo él una llaga. Pero muchos espectadores se ríen de su sacrificio: ¡Este hacía caminar a los paralíticos, y ahora no puede ni tenerse de pie! ¡Valiente Mesías! ¡A la cruz el impostor!

Mientras el Señor se esfuerza por volver a levantarse escuchó éstas o parecidas palabras. Lo tratan como a un enemigo.

Hasta los que conservaban alguna esperanza en él —¡tal vez hará uno de sus milagros al final para salvarse!— se escandalizan ahora y marchan a sus casas.

En su radical impotencia y debilidad, atormentado tan cruelmente, Jesús no pierde la paciencia. Su espíritu conserva la paz, porque está anclado firmemente en la voluntad del Padre: su designio es redimir a todos los hombres por su Pasión y Cruz. Y así vuelve a caer, para levantarte en tus recaídas —tan monótonas— en el pecado.

Vuelve a caer para que tu jamás desprecies a aquellos que caen a tu alrededor. Para que no te dejes llevar nunca por el orgullo — como el fariseo que oraba de pie— por muchos progresos que creas haber realizado en la vida espiritual; porque como él, si de verdad llevamos la cruz, somos siempre débiles. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Pídele la gracia de conocer interiormente todo lo que él padeció por ti, para que reconociéndolo y agradeciéndolo, más le ames y mejor le sigas.


ORACIÓN

Maestro mío, a pesar de que Simón de Cirene te ha ayudado a llevar la cruz, te veo otra vez lastimosamente caído, humillado de una forma cruel por hombres sin corazón, que no se apiadan de tu tropiezo y de tus sufrimientos.

Tu soledad es mayor después de haber gozado, por unos instantes, de la visión de tu Madre Santísima, y de haber sido atendido caritativamente por aquella mujer que se atrevió a limpiarte la cara.

Por eso, y porque por mí quisiste hacerte pecado, tus rodillas heridas vuelven a conocer el filo de las agudas piedras del camino, y tu rostro divino a besar su polvo.

Señor, tú has querido volver a caer, aunque no fuera necesario, para que me convenza de que, aun con mi esporádica buena voluntad, no será raro que vuelva también yo a recaer dos, tres, cinco, veinte veces... Para enseñarme que tú me quieres a pesar de todo; o quizás, si me arrepiento, precisamente a causa de esta fragilidad mía.

Sólo te pido el servirte con más generosidad y decisión que hasta ahora. Que cuando diga «Esto tiene que ser así», sepa mantener mi palabra. Que no vuelva a reclamar lo que una vez te entregué.

Hazme comprender, Maestro mío, que mis problemas de cada día y mis dolores, todo lo que de negativo me encuentro en la vida, no son carentes de sentido por completo. Yo puedo ofrecerlos, como tú, por mis hermanos, por el mundo que sufre, por los pecadores, y hacerlos así —con los tuyos— redentores.

Que nunca me agobie y encierre en mis preocupaciones, sino que sepa abrirme a los demás, y comunicar el gozo de mi fe. Que nunca me considere irremediablemente derrotado, sino que en ti encuentre la fuerza necesaria para levantarme.

Gracias, Jesús, porque en esta segunda caída te haces bien cercano a nosotros. Si no puedo imitarte en el andar sobre el mar, al menos sí en el tropezar y levantarme con la ayuda de tu gracia. Amén.


ORACIONES BREVES

«Sin mí nada podéis hacer».

«Tenemos un Señor que puede compadecerse de nuestras flaquezas».

«Jesús, herido por mis rebeldías».

«No hay mayor amor que el dar la vida por los amigos».

«Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte».

«Fue probado en todo, menos en el pecado».