Prólogo


Le he pedido a Gregorio de Nisa (334-394) que me preste su prólogo a la Vida de Moisés para confeccionar el mío. Me ha respondido que accede, pero me sugiere que aproveche algo más de su libro. Me conmuevo ante su generosidad, y a la vez me asusto, pensando en la distancia temporal y en la dificultad de su estilo griego. Comprendiendo mi gesto, él, que está ya fuera del tiempo, me anima a modernizar «juiciosamente» lenguaje y estilo. No sé si Gregorio piensa que el lector moderno es menos inteligente o que está menos entrenado en la retórica; como él ve las cosas tan de arriba...

La idea me atrae, y me asalta otro susto: ¿qué papel harán mis meditaciones incidentales junto a páginas de la obra clásica de Gregorio? Por si el miedo lo dicta la vanidad, acepto la propuesta y entro en el prólogo de Gregorio, que suena aproximadamente así:

«Los aficionados a las carreras de caballos, al ver a sus favoritos empeñados en la competición, aun-que éstos ponen todo su empeño en correr, les gritan solícitos desde las gradas: ¡a por la victoria!; siguen con la mirada la carrera, los incitan como si pu-dieran añadir velocidad al cochero, se inclinan con los caballos, alargan y agitan el brazo como si fuera el látigo. No que esos gestos contribuyan a la victoria, sino que lo hacen para mostrar con voces y gestos su interés y preferencia.

Eso es lo que me parece que voy a hacer contigo, hermano queridísimo. Si bien tú compites noble-mente en el estadio de la virtud, en una carrera divina, y con pasos ágiles y ligeros te apresuras al premio de la vocación celeste, yo te grito y te incito y te espoleo a no remitir en la velocidad. Y esto lo hago, no movido por algún impulso irracional, sino para complacer a mi hijo queridísimo...».

Gregorio continúa en otro párrafo justificando modestamente su escrito. Yo tendré que justificar las libertades que me tomo con su texto, menos por lo que tomo que por lo que dejo. Con ocasión del presente libro, quisiera que el lector, en breves intermedios, escuche directamente la voz de la tradición modulada por los Padres de la Iglesia.

Y no tengo que escribir más prólogo, antes con el lector me encomiendo a su protección celeste.