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Moisés y el Espíritu

 

El capítulo 11 del libro de los Números es una composición narrativa compleja. En la presente meditación nos interesa el tema del Espíritu que se plantea en la oración de Moisés a Dios, se continúa en la respuesta de Dios a Moisés y se realiza después en una ceremonia litúrgica solemne. Antes de centrarnos en el tema de nuestra meditación, es conveniente ofrecer una visión de conjunto de todo el capítulo a partir del verso 4.

 

1. CONTEXTO NARRATIVO

Los israelitas en marcha —el pueblo escogido y también otras personas que se les habían sumado— empiezan a protestar, porque están hartos de ese plato único que es el maná. ¡Todos los días la misma comida! Quieren cambiar y que el cambio consista en carne. La respuesta de Moisés no se dirige a ellos, sino a Dios, a quien se enfrenta en una admirable plegaria, que deberá ser comentada en otra meditación dedicada a la oración de Moisés.

Queja de Moisés a Dios: ¡no puedo con la carga!

Respuesta de Dios a Moisés: es muy sencillo. Búscate colaboradores, reparte con ellos carga y espíritu, y podrás con la carga.

Inmediatamente responde Dios a la impaciencia del pueblo que pide carne para comer. Les envía bandadas de codornices, ellos comen hasta hartarse y sufren un cólico por su gula. Terminado este episodio —la protesta del pueblo, la comida y el castigo—, volvemos a los colaboradores de Moisés entrando de lleno en el tema del Espíritu.

Moisés posee el Espíritu de Dios para su cargo. Ahora se repartirá una parte de ese don entre sus colaboradores. Dios mismo señala el ritual que se cumple en una ceremonia litúrgica. Ahí podría terminar el capítulo, pero de repente se añade un epílogo sugestivo que habla de la efusión, del reparto del Espíritu fuera de los márgenes previstos.

Esta es la visión de conjunto del capítulo, donde se entrelazan o se trenzan dos hilos narrativos: el de la protesta y comida del pueblo y el del reparto del Espíritu entre los colaboradores de Moisés.

Hecha esta aclaración, abordamos nuestro tema, el tema del Espíritu. Se trata de una respuesta de Dios a Moisés, que se queja de no poder con todo el pueblo él solo y pide ayuda.

¿Cómo hay que entender esta ayuda? ¿Pide la ayuda de Dios o la colaboración de otras personas? Al parecer, lo que Moisés necesita y pide es la ayuda de Dios. Quisiera desentenderse de los trabajos del liderazgo del pueblo para que sea Dios mismo quien se encargue de ello. Pero Dios indica en su respuesta que no será él mismo quien asuma la carga; deberá llevarla Moisés, buscándose, eso sí, colaboradores humanos que se la alivien.

Nos encontramos ante dos perspectivas. La primera, la de la carga, tiene su preparación en el capítulo 33 del libro del Exodo y es tan acorde con lo allí narrado que algunos exegetas pondrían el pasaje aquí estudiado, narrativa y contextualmente, a continuación de los primeros versos del capítulo 33 del Exodo. Se lee allí:

«El Señor dijo a Moisés:

Anda, marcha desde aquí con el pueblo que sacaste de Egipto a la tierra que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob que se la daría a su descendencia. Enviaré por delante a mi ángel para que expulse a los cananeos, amorreos, hititas, fereceos, heveos y jebuseos; sube a la tierra que mana leche y miel. Pero yo no subiré entre vosotros, porque sois un pueblo testarudo y os devoraría en el camino» (vv. 1-3).

Moisés tiene que conducir al pueblo que él mismo ha sacado de Egipto. Tendrá consigo a un enviado de Dios, a un ángel, pero Dios no será compañero de viaje, porque es muy exigente: es como un fuego devorador. Y Moisés se queda solo sin la compañía decisiva de Dios, y al llegar a este momento —Números 11— se queja a Dios diciendo: ¿por qué maltratas a tu siervo?

El empalme es posible sin ser necesario. También en este capítulo 11 el empalme es coherente y fluido: el pueblo se queja, Moisés no sabe qué hacer y le pasa la queja a Dios.

 

2. EL SENADO

Este es el tema que prepara el reparto de espíritu y carga entre los ancianos. Los designaremos como el grupo o «Colegio» o «Senado» que asiste a Moisés. El tema se inscribe en una práctica muy amplia en Israel que, con variedades, encontramos repetida o prolongada en otros pueblos, en la Iglesia y en el mundo civil. Se trata de un grupo de personas competentes, de ordinario gente de edad, que participan en el gobierno con voto deliberativo o con funciones determinantes. Lo solemos llamar «senado» (del latín «senes» = anciano), y es un grupo de personas a quienes por su edad se supone maduras en sensatez.

En el A.T. existe la misma institución: son los zeqenim, los ancianos. La palabra significa originariamente la edad, y más tarde pasa a significar la función.

Este grupo de «senadores» hace su aparición ya al principio del Éxodo, pero tiene su aparición más importante en el capítulo 18, donde Moisés recibe de su suegro Jetró este consejo amistoso y familiar:

«Te estás matando, tú y el pueblo que te acompaña; la tarea es demasiado gravosa y no puedes despacharla tú solo... Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles que respeten a Dios, sinceros, enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte... Los asuntos graves, que te los pasen a ti; los asuntos sencillos, que los resuelvan ellos. Así os repartiréis la carga y tú podrás con la tuya» (Ex 18,18-22).

Muchos autores relacionan este capítulo 18 del Exodo con el 11 de los Números. Más tarde, en el gran capítulo 24 del Exodo, cuando Moisés acude al encuentro con Dios, le acompaña también un «senado», un grupo de setenta senadores que van a visitar personalmente al Señor. Tenemos, pues, ya en el libro del Exodo una visión antecedente que atestigua la existencia de ese «senado» de colaboradores con Moisés, con lo cual queda situado el tema de los «ancianos».

 

3. EL ESPÍRITU

El capítulo 11 de los Números, por consiguiente, no cae en el vacío. Habla de un tema que de alguna manera ya conocemos. Pero introduce otro tema nuevo: el tema del Espíritu.

El Espíritu es un don de Dios. En el A.T. no se habla todavía de Espíritu Santo como Persona Trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se habla del Espíritu como dinamismo de Dios, dinamismo creador, ordenador y motor de la historia, que mueve al hombre... y se le llama normalmente Espíritu de Dios o Espíritu del Señor. En algún caso se llamará también Espíritu Santo, pero no con la fuerza ni densidad que entre nosotros tiene esa denominación.

En cuanto jefe y guía del pueblo, Moisés posee una cantidad —términos cuantitativos— y una densidad de dones de ese Espíritu para el cumplimiento de su función. Dios, que ha dado un encargo y una carga a Moisés, le ha dotado de cualidades para llevar a término esa empresa; esas cualidades son los dones, la capacidad, el Espíritu de Dios. Y si los colaboradores de Moisés van a asumir una parte de la carga confiada a él, lógicamente recibirán también una parte de sus cualidades, de su Espíritu.

Podemos estudiar y comprender esta manifestación del Espíritu a través de un texto narrativamente muy posterior, pero históricamente anterior, quizá. Nos referimos a una experiencia de Saúl, primer rey de Israel. El profeta Samuel unge a Saúl rey de Israel. En ese momento recibe el rey las cualidades, el Espíritu necesario para su función, que se manifiestan de manera peculiar:

«...Vete luego a Loma de Dios, donde está la guarnición filistea; al llegar al pueblo te toparás con un grupo de profetas que baja del cerro en danza frenética, detrás de una banda de arpas y cítaras, panderos y flautas. Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre y te mezclarás en su danza (...) Cuando te sucedan estas señales, haz lo que se te ofrezca, que Dios está contigo» (1 Sam 10,5-7).

Esta danza frenética es como una danza de derviches de tipo orgiástico que manifiesta el trance.

Poco más adelante se lee: «Fueron a Loma y, de pronto, dieron con un grupo de profetas. El Espíritu de Dios invadió a Saúl, que se puso a danzar entre ellos. Los que lo conocían de antes y lo veían danzando con los profetas, comentaban: ¿qué le pasa al hijo de Quis? Hasta Saúl anda con los profetas» (vv. 10-11).

La danza orgiástica manifiesta en Israel la presencia del Espíritu, es una de las funciones de los nebi'im. En nuestro caso, Saúl posee el Espíritu para gobernar, porque se le ha dado en la unción conferida por Samuel de parte de Dios; ese Espíritu va a manifestarse y exteriorizar su presencia en gestos, incorporando a Saúl a la danza frenética, del grupo de los derviches. Pero Saúl no recibe el Espíritu por contagio con los profetas; el contagio sólo sirve para hacer que se exteriorice hacia fuera lo que existe dentro.

 

4. COMENTARIO

Tenemos ya los principales puntos de referencia para entender, explicar y meditar un texto de particular importancia. Lo hemos situado en su contexto. Moisés necesita ayuda, pero ¿divina o humana? Dios le responde prometiéndole una ayuda humana.

Ayuda humana —primer tema— es el Senado, los ancianos.

El don del Espíritu —segundo tema— y su manifestación orgiástica.

Con estos elementos es ya posible leer los versos del capítulo 11 que nos interesan:

«Moisés dijo disgustado al Señor: Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor y no tendré que pasar tales penas» (v. 15).

«El Señor respondió a Moisés: Tráeme setenta dirigentes que te conste que dirigen y gobiernan al pueblo, llévalos a la tienda del encuentro y que esperen allí contigo» (v. 17).

«Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta dirigentes del pueblo y los colocó alrededor de la tienda. El Señor bajó en la nube, habló con él y, apartando parte del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta dirigentes del pueblo. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, una sola vez» (vv. 24-25).

Alguien ha visto aquí un cambio de tema, porque el espíritu hace que esos hombres «profeticen», y el verbo hebreo indica aquí unas manifestaciones extáticas, orgiásticas. No se trata de eso, dicen; no les hacía falta el don del espíritu para profetizar, sino el don de gobernar.

La objeción no parece tener valor si tenemos en cuenta lo dicho sobre Saúl. Saúl posee el don del espíritu para gobernar, y lo manifiesta en una danza frenética. Estos hombres han recibido una participación del espíritu de Moisés, espíritu de gobierno, y ese espíritu se manifiesta inicialmente, de una sola vez por todas, en gestos extáticos y orgiásticos. La manifestación del espíritu consiste en eso.

Aquí podría terminar esta escena significativa y rica en enseñanzas, porque nos habla de un afán monopolizador de todas las funciones, de todas las responsabilidades: un hombre acapara cargos y funciones y luego se queja de que no puede con todo. Nos habla de una visión humana, sensata, que tiene que aprender más a delegar que a monopolizar. Y Dios sanciona esa delegación de autoridad, de poder, de cualidades, de una manera litúrgica: con un mandato. No se trata de igualar a Moisés con los miembros de ese senado. Moisés sigue siendo el confidente, a él dirige Dios todas las palabras y no a los demás; él tiene el puesto en la cumbre; pero eso no excluye la corresponsabilidad en la base. Y Dios, que ha hecho así al hombre, entra en el juego y sanciona verdaderamente la delegación de Moisés.

Puede llamar la atención esa forma cuántica en el reparto del espíritu, como si el espíritu fuera una cantidad, en vez de una intensidad; como si Moisés tuviera 100, y de esos 100 restara 70 para dar una pequeña porción a cada anciano.

Se trata de una visión en términos primitivos y simples. Es útil recordar a este propósito el caso del profeta Eliseo, que pide a su maestro antes de morir: «dame dos tercios de tu espíritu» (2 Re ). Equivale a pedir: hazme heredero de tu misión profética, porque el heredero se lleva dos tercios. Hay algo de proyección al campo del espíritu de una realidad económica mensurable, cuantificable (dos tercios). Lo indicado en el bello texto de la sucesión de Elías por Eliseo está de alguna manera presente aquí, y lo aceptamos en esa calidad poética narrativa.

 

5. APÉNDICE INESPERADO

Con esta enseñanza de la delegación de espíritu y funciones podría terminar el relato. Y podemos sospechar que fue así y que existió otro relato de una vocación también profética y de mando de dos personajes que figuran con sus nombres y que luego se han hecho ilustres en la tradición posterior. Sus nombres son Eldad y Medad. Este episodio, en otro tiempo independiente, lo encontramos aquí a manera de epílogo perfectamente ligado con lo anterior. El vínculo está precisamente en lo inesperado, y lo inesperado nos va a dar una enseñanza muy importante.

Dios ha dado una orden a Moisés: «escoge 70 personas ya entrenadas y capaces, y luego celebra una ceremonia litúrgica junto a la tienda del encuentro, en lugar sagrado fuera del campamento, y en esa ceremonia yo haré un reparto de espíritu y de dones». Moisés cumple el mandato, y de repente sucede lo inesperado:

«Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:

Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:

No hay claridad en lo del registro amplio de este epílogo, y es precisamente esa falta de claridad la que nos hace sospechar que originariamente era otro relato aparte. Se trata de una anécdota que el autor ha empalmado magistralmente hasta convertir el empalme en sustancia del relato.

Podemos suponer que Eldad y Medad figuraban en un registro amplio de autoridades, pero no estaban incluidos en el número de los 70, que en esta hipótesis se convertiría en 72. La cuestión queda abierta. Y de repente sucede lo inesperado: estos dos hombres entran en trance, caen en éxtasis y empiezan su danza con gesticulaciones frenéticas que manifiestan la presencia del espíritu. Sucede fuera de la liturgia, fuera de la tienda, fuera de la forma colegial. El espíritu que los domina se ha saltado las reglas prescritas... Sí. Dios ha prescrito una ceremonia litúrgica y se ha atenido a ella, pero no se ha «atado» a esas reglas; el espíritu no está «encadenado» y puede actuar fuera del número y fuera de las reglas.

Esta es la enseñanza. Quien piensa poder controlar al espíritu con esquemas humanos se equivoca. El espíritu es libertad y se comunica junto a la tienda o en el campamento, a los 70 convocados nominalmente y a los otros dos que no están en el grupo. El espíritu es libre, soberano, está por encima de Moisés y de la palabra, que solamente tiene fuerza si va acompañada del espíritu.

En el campamento cunden la confusión y el desconcierto: ¿son 70 o 72? ¿Tienen los dos disidentes autoridad o no la tienen? Y alguien va inmediatamente a informar a Moisés para que él ponga orden en la turbación reinante. Cuando el joven Josué, fiel servidor de Moisés, lo oye, siente celo por el prestigio de su maestro. Piensa que Moisés tiene que imponer su autoridad y prohibir absolutamente esas manifestaciones, para que el espíritu quede circunscrito al grupo que el mismo Moisés ha consagrado y convocado.

Pero Moisés responde algo relevante y egregio, abierto, por encima de las rencillas humanas: «¿Estás celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!». En vez de un pueblo rebelde y murmurador, quisiera yo tener un pueblo profético, lleno del don de ese espíritu que se me ha comunicado a mí y a los 70, como también a los dos que estaban fuera de programa y actúan por libre. Moisés ha comprendido la esencia y el valor del espíritu, pero no puede resistirse a expresar un deseo: ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!

 

6. PROLONGACIÓN DEL TEMA

Aquí termina el relato del libro de los Números, pero no termina todo. Hay que seguir adelante para pasar a un texto de un profeta, probablemente postexílico, que anuncia algo espectacular para los tiempos venideros finales. Lo llamamos escatología, y el profeta es Joel:

«Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día» (3,1-2).

Lo que Moisés pedía como realización de un sueño lo anuncia Joel como realidad futura, sin distinción de sexo ni edad. Imaginemos que los 70 eran ancianos y que Eldad y Medad eran jóvenes. No está en el texto, pero para Joel no hay distinción. El espíritu se da a jóvenes y ancianos, a siervos y siervas... porque no hay distinción de sexo ni edad ni condición social. El espíritu se dará a todos. Esta es la magnífica promesa de Joel sobre la que se proyecta el sueño generoso de Moisés: ¡ojalá todo el pueblo fuera profeta!

La promesa de Joel queda pendiente hasta que llegue el momento de su cumplimiento. La llegada se relata en los Hechos de los Apóstoles. Pedro y los Once logran entenderse con la multitud abigarrada venida de todas las regiones del mundo y que se expresa en disparidad de idiomas. Desconcertados al oir a los apóstoles hablar en la lengua nativa de cada uno, se preguntaban unos a otros sin poder explicárselo, mientras otros se burlaban diciendo: están bebidos. Pedro pidió atención y dijo:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Estos no están borrachos como suponéis; no es más que media mañana. Está sucediendo lo que dijo el profeta Joel: En los últimos días derramaré mi espíritu sobre todo hombre: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días» (2,14-18).

El día de Pentecostés se cumple la profecía de Joel, se hace realidad el sueño de Moisés, porque Cristo Resucitado ha ascendido al cielo para enviar el Espíritu del Padre, su Espíritu, a todos los que crean en él. Ese don del Espíritu es un don bautismal, fundamental, que se da sin distinción a todos los que creen en él.

El capítulo comentado del libro de los Números nos sirve de trampolín para abrirnos a una meditación ulterior y ver la proyección del AT sobre el NT. Allí el pueblo pide carne y la recibe; los ancianos, en cambio, reciben espíritu. La carne sacia, pero produce cólico, mientras que el espíritu llena a los ancianos y se derrama más allá de ellos.

San Juan reúne estos temas de la carne y del espíritu en el capítulo 6 de su evangelio. Jesús dará a comer el nuevo y verdadero maná que es su propia carne. «No fue Moisés quien os dejó el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo» (v. 32). «Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron: aquí está el pan que baja del cielo para comerlo y no morir» (v. 50). «Sólo el Espíritu da vida, la carne no sirve para nada» (v. 63). El Espíritu que da vida reside también en la palabra: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (v. 68).

 

GREGORIO DE NISA:

EL PROGRESO ESPIRITUAL

«En las cosas sensibles la perfección es abarcada por sus límites; por ejemplo, la cantidad, discreta o continua. Toda realidad cuantitativa se define por sus límites. El que se ocupa de la vara o la decena, sabe dónde empieza y dónde acaba, en lo cual consiste su perfección. Tratándose de la virtud, el Apóstol nos enseña que su límite consiste en no tenerlo. Aquel hombre sublime, el divino Pablo, siguiendo la carrera de la virtud, nunca dejó de tender hacia delante; no consideraba seguro detenerse en la carrera. ¿Por qué? Porque el bien por esencia no tiene límite, se delimita sólo por su opuesto. Por ejemplo, la vida por la muerte, la luz por las tinieblas; y cualquier bien cesa si alcanza su opuesto.

Como el límite de la vida es la muerte, así la conducta virtuosa limita con la conducta viciosa. Por eso dije con razón que la perfección de la virtud no tiene límite. Pues está claro que lo que tiene límite no es virtud. Voy a explicar ahora cómo los que viven virtuosamente no pueden alcanzar su perfección.

El bien en sentido primario y propio, lo que por esencia es bueno, es Dios; como se concibe, se llama y es. Como la virtud no tiene otro límite que la maldad, se sigue que en Dios no cabe el contrario. El que persigue la virtud participa del mismo Dios, que es la virtud plena. Lo que es bello por esencia no tiene límite y es apetecido por cuantos lo conocen. De donde se sigue que el deseo de participar de ello se extiende cuanto el bien ilimitado, y por lo tanto no puede detenerse. Por eso es imposible alcanzar la perfección, porque no tiene límites. Su límite es ser ilimitada. Entonces, ¿cómo podrá nadie alcanzar el límite buscado, si no hay tal límite?

Pero, si el razonamiento ha mostrado que la totalidad es inalcanzable, no por eso descuidemos el mandato del Señor: Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Pues tratándose de cosas por esencia valiosas, aunque no podamos conseguir la totalidad, conseguir una parte es ganancia grande para quien posea razón. Por tanto, todo nuestro esfuerzo debe ser no decaer de la perfección adquirida, antes conseguir todo lo que podamos. Quizá consista en eso la perfección de la naturaleza humana, en desear siempre más el bien.

Voy a dar un ejemplo de la Escritura, tomado del profeta Isaías: `Mirad a Abrahán vuestro padre, a Sara que os dio a luz' . La recomendación se dirige a los que yerran fuera de la virtud. Como los marineros, arrastrados al mar lejos del tranquilo puerto, se orientan al ver una señal, sea una fogata en una cima o un picacho de un monte, así los que, extraviados por su mente, yerran en el mar de la vida pueden enderezarse al puerto de la voluntad divina tomando ejemplo de Abrahán y Sara. Como la naturaleza humana se divide en varón y hembra y ambos han de elegir libremente el bien o el mal, por eso la voz de Dios propone a cada uno un modelo acomodado de virtud, para que se enderece el varón mirando a Abrahán, la mujer mirando a Sara. Así nosotros pondremos delante el recuerdo de un hombre de virtud probada, que cumpla la función de la fogata y nos enseñe cómo es posible dirigir el alma al puerto seguro de la virtud, sin ser sacudidos en la galerna de la vida, sin naufragar en el abismo tempestuoso del mal. (...) Pues bien, nos propondremos como modelo la vida de Moisés... como lo presenta la Sagrada Escritura (PG 44,400).

 

COMENTARIO:

Gregorio, con su mente filosófica, ha tomado a Moisés como modelo de un proceso, no de actos sueltos. En Moisés admira el desarrollo de una vida, el progreso de una virtud o perfección. La perfección humana es paradójica, pues de algún modo consiste en negarse a sí misma. En efecto, perfecto es etimológicamente lo acabado, lo terminado. El hombre que se considerase acabado, perfecto, se aplicaría una medida cuantitativa sacada de sí, no una medida cualitativa externa y suprema. El hombre es, también en la virtud, finito en cada momento, indefinido en la posibilidad. Como la medida de su virtud está en participar de Dios, en imitar a su modo la perfección del Padre, su única perfección posible es seguir siempre adelante. Así, para el hombre, ser perfecto es saberse siempre imperfecto y querer ser siempre mejor.