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La alegría del Evangelio

 

¿Por qué estos Ejercicios?

Saludo cordialmente a todos los presentes y a los que, a través de la radio, me están escuchando en las diversas iglesias de la diócesis. Es un gran don del Señor, a la vez que un compromiso para los que estamos aquí, el vivir una comunión de oración aunque estemos físicamente distantes.

Son tres, fundamentalmente, los motivos que me han impulsado a proponeros cinco tardes seguidas de reflexión y meditación:

1. En primer lugar, el centenario de san Juan Bosco, el amigo de los jóvenes. Al principio se pensó en traer a esta catedral los restos mortales del santo, como para escuchar su mensaje reunidos en torno a su cuerpo.

De todas formas, don Bosco está espiritualmente presente, especialmente con su mensaje de alegría: «Laetari et bene facere»: estad alegres y haced el bien. Pidamos al Señor, por su intercesión, el don de acoger este mensaje de alegría que el santo supo llevar de forma tan eficaz a tantos jóvenes de su tiempo y que sigue llevando hoy a todo el mundo.

2. El segundo motivo es la preparación para la Jornada mundial de la Juventud, que se celebrará el próximo domingo y que anticiparemos en la vigilia del sábado con la Traditio Symboli.

Queremos unirnos a las intenciones del Papa; por eso el título de los Ejercicios repite la invitación que él propuso para la Jornada de la Juventud: «Haced lo que El os diga» (Jn 2,5).

Esta expresión, como sabéis, está tomada del episodio de Caná que nos narra el evangelista Juan. En este relato, María actúa para la alegría de los convidados, para la alegría de los esposos, para la laeegría de la gente; y Jesús actúa para la alegría de los hombres.

Así pues, nuestros Ejercicios tendrán como tema fundamental la pregunta que nos planteamos ya en esta primera meditación, pero que recogeremos las otras tardes: ¿Qué le falta a mi alegría? ¿Y qué aumento de alegría quiere darme el Señor para la vida a que me ha destinado?

La pregunta tendrá que brotar de nuestro corazón. Mi alegría se ve perturbada por muchos problemas personales, por muchos acontecimientos sociales —pienso en el hecho tan triste de Belfast, de dos soldados linchados por la gente, por ejemplo—, por problemas de la comunidad.

¡Señor! ¿Cómo quieres infundirnos tu fuerza, tu gracia, para que sirvamos a la alegría y a la paz de los hombres?

3. El tercer motivo por el que os pedí la asistencia a estos Ejercicios es mi convicción profunda de que todos necesitamos un mayor arraigo contemplativo. Tenemos necesidad de entrar más en nosotros mismos, de escuchar en el corazón la Palabra de Dios, de revisar con valentía las heridas interiores que perturban nuestra alegría y de exponerlas a la medicina de la Palabra del Señor. Tenemos necesidad de hacer sitio al Espíritu Santo dentro de nosotros, para un obrar más constante, más perseverante, para ser constructores de paz, para superar nuestras inquietudes y las de nuestras comunidades, las rencillas, los temores, los prejuicios.

Hoy, en este momento particular de la Iglesia, tenemos necesidad, sin duda, de un mayor arraigo contemplativo.

Se habla con frecuencia de la fragilidad actual de los jóvenes; pero queremos confesar que todos, jóvenes y menos jóvenes, somos frágiles, y lo somos tanto más cuanto menos arraigados estamos en la fe. Y estamos poco arraigados en la fe porque no perseveramos suficientemente en la escucha silenciosa de la Palabra.

Así pues, ¿qué nos pide el Señor a cada uno en estas tardes? Me parece que nos pide, sobre todo, cuatro actitudes:

— El silencio, que tendrá su culminación en los diez minutos de silencio que seguirán a mi exposición de la Palabra. Procurad vivirlos como el momento más precioso y rico de toda la sesión. No será un tiempo vacío si nace del asombro y del respeto ante la venida del Espíritu Santo que quiere invadir nuestro corazón.

— La escucha de la Palabra de Dios proclamada en el evangelio; la escucha de mis reflexiones sobre el texto y del pensamiento final de don Bosco. (Cada tarde, un padre salesiano concluía la reunión actualizando para el día de hoy una enseñanza de san Juan Bosco).

La perseverancia contra el cansancio, ya que el ejercicio que queremos hacer es fatigoso y requiere una victoria sobre nosotros mismos, aun a pesar del frío, el sueño, la inquietud, el nerviosismo y la ansiedad.

— Finalmente, el Señor nos pide que recemos a partir de la Palabra escuchada, que hablemos con El y con Maria, nuestra Madre, que nos dirijamos al Padre hablándole de nosotros, de la sociedad en que vivimos, de nuestra poca alegría, de lo que nos falta, de lo que nos gustaría tener...


El relato de Caná

El evangelista Juan tiene una habilidad especial para concentrar en unas pocas lineas un montón de símbolos y de significados, resumiendo en un solo texto la substancia de todos los demás. Desde este punto de vista, si aprendemos a penetrar en un solo episodio, podremos penetrar en todo el resto del cuarto evangelio y de la historia de la salvación.

Empecemos a releer, muy sencillamente, el episodio de Caná que habéis escuchado, a fin de comprenderlo en su globalidad, como si nos pusiéramos en lo alto de un monte para contemplar un panorama.

Ante todo, hemos de considerar que el relato es mucho más amplio de lo que cabría esperar. Si lo hubiese referido Marcos, por ejemplo, se habría limitado a decir lo siguiente: «Estando Jesús en un banquete de bodas, sucedió que escaseaba el vino, y Jesús transformó en vino el agua que allí había, y todos bebieron hasta hartarse». Estas pocas palabras son suficientes para dar el meollo del episodio.

Pero, si Juan prefirió detenerse en tantos detalles concretos, como veremos, significa que nos quiere decir muchas más cosas que la simple narración de un hecho. Por tanto, conviene profundizar en la lectura para poner de manifiesto las intenciones del evangelista.

Preguntémonos, entonces, quiénes son los personajes que actúan; cuáles son los símbolos que Juan pone de relieve; cuáles los valores que evoca.

El texto dice:

«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, le dice a Jesús su madre: `No tienen vino'. Jesús le responde: `¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora'. Dice su madre a los sirvientes: `Haced lo que él os diga'. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: `Llenad las tinajas de agua'. Y las llenaron hasta arriba. `Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala'. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, si que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: `Todo el mundo sirve primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora'. Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaún con su madre y los hermanos, pero no se quedaron allí muchos días» (Jn 2,1-12).


Los personajes

La madre de Jesús es el primer personaje que se menciona. No se dice su nombre en todo el evangelio de Juan.

En nuestro texto se habla varias veces de ella: la madre de Jesús estaba en las bodas; al faltar el vino, la madre se lo indica al Hijo; luego Jesús interpela a su madre con el nombre de «mujer» y, a pesar de su respuesta, la madre dice a los sirvientes que hagan lo que El Ies diga.

Al final del episodio se menciona de nuevo a la madre, que bajó con Jesús y los demás a Cafarnaún.

El relato de Caná está, ante todo, bajo el signo de la madre de Jesús. El Papa lo comenta ampliamente en la encíclica Redemptoris Mater, que ha dirigido a toda la Iglesia para el Año Mariano.

Maria es llamada por Jesús «mujer»; ese mismo título volverá a aparecer en el evangelio de Juan solamente en el momento de la cruz, es decir, cuando Jesús le presenta al evangelista diciéndole: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). Esto significa que Caná tiene que leerse en relación con el episodio de la cruz, y que en este episodio de las bodas se nos anuncia veladamente el misterio de la Redención.

— El segundo personaje destacado es Jesús; invitado a la boda, llega con sus discípulos, escucha a la madre que le invita a poner remedio, le responde primero con unas palabras que suenan como un rechazo; luego da órdenes por dos veces a los sirvientes.

Su presencia vuelve a recordarse al final del episodio: «Así dio comienzo Jesús a sus señales y manifestó su gloria». Es un pasaje cristológico muy importante: aquí Jesús manifiesta su gloria.

Recordáis cómo, en el prólogo, el evangelista Juan resume todo el misterio de la encarnación en la expresión: «Hemos visto su gloria» (Jn 1,14). Por tanto, subrayar que Jesús la manifiesta en Caná sugiere un misterio grande.

— El tercer personaje está representado por una categoría de personas: los discípulos, que son invitados a la boda, presencian el hecho y «creyeron» en Jesús. Evidentemente, es un momento muy importante también para el camino de los discípulos.

Los discípulos no son los Doce, como se nos ocurriría pensar a primera vista. En este momento del evangelio de Juan son solamente los dos primeros discípulos (el propio evangelista Juan y Andrés) que habían seguido al Señor por invitación de Juan Bautista, y luego Simón, con el que ya se había encontrado Jesús, Felipe y Natanael.

Cinco hombres que, tímidamente, le acompañan y que al principio no se dan mucha cuenta de lo que acontece, pero después sienten un estremecimiento y a sus ojos se revela la gloria de Jesús.

— Los sirvientes son también personajes destacados: tienen la valentía de creer en la palabra de Maria; tienen la valentía de. ejecutar, sin plantearse muchos problemas, las órdenes de Jesús, y de esta forma se convierten en los que saben lo que ha pasado. Son de las poquísimas personas que comprenden el hecho.

— El maestresala es otro personaje del relato. Representa un papel algo mezquino, ya que no cae en la cuenta de que falta el vino, y luego, al encontrarse frente a la novedad, no sabe cómo explicarla e inventa una ocurrencia graciosa para reprochar al esposo.

El maestresala no se da cuenta de que ha habido una manifestación de Dios. Representa al hombre rodeado por algo superior a él, pero que cree poder dominar la situación, siendo así que en realidad se queda al margen.

— El esposo es el último personaje del relato; es una figura apenas esbozada, evanescente, que permanece en el fondo de la escena. Beneficiario de un gran don del poder divino, no cae en la cuenta de ello.

Una serie de personas muy diversas: María, Jesús, los apóstoles, los sirvientes, el maestresala, el esposo y, naturalmente, la gente. Hombres y mujeres, con sus capacidades e incapacidades, con sus problemas, con sus preocupaciones cotidianas, pueblan este episodio. Podemos decir que es una pequeña multitud sorprendida en un momento típico de la vida cotidiana —la fiesta, la alegría, el banquete— y que aprovecha Jesús para su intervención de amor y de alegria.


Los símbolos

El pasaje es también rico en símbolos: indicaciones de tiempo y de situaciones que, a la luz de toda la Escritura, asumen un significado de realidades más altas.

— Los esponsales son esa realidad humana en la que se lee el misterio de Cristo y de la Iglesia. Como sabemos por la Escritura, son el símbolo de la alianza, del amor de Dios con el hombre.

— «Tres días después» es la frase con que comienza el relato. Para el Nuevo Testamento tiene un sentido muy concreto: en efecto, el tercer día es el de la Resurrección. Con esta mención misteriosa, Juan nos lleva al tema determinante, decisivo: la Pascua de Jesús. Es interesante el versículo que sigue inmediatamente al episodio, porque dice: «Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén» (Jn 2,13). No es posible dejar de leer nuestro pasaje a la luz de la Pascua.

Más aún. El capítulo primero del evangelio de Juan está plagado de indicaciones cronológicas: «al día siguiente «(Jn 1,26) Juan Bautista ve venir a Jesús; «al día siguiente» (Jn 1,35) Juan Bautista se encontraba con dos de sus discípulos; «al día siguiente» (Jn 1,43) Jesús partió para Galilea. Sumando todos estos días, comprobamos que el evangelista ha construido el arco —llamémoslo así— de la primera semana del ministerio de Jesús, que culmina en la manifestación de Caná. Pero también la última semana del ministerio de Jesús culminará en la manifestación definitiva del Señor, del vino nuevo, de la alegria nupcial, de la humanidad renovada; es decir, culminará en la Resurrección.

En Caná tenemos, por así decirlo, el primer síntoma de que Jesús ha venido a renovar la alegria del hombre, enturbiada por las dificultades y contratiempos cotidianos.

«Todavía no ha llegado mi hora» es otra mención cronológica rica en símbolos.

Desde el principio, Jesús nos invita a mirar hacia su hora, aquella en la que, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre..., se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó... y se puso a lavar los pies de los discípulos» (cf. Jn 13,1-5).

El milagro de Caná anticipa la hora definitiva de la muerte de Jesús, de su resurrección, de su manifestación a la humanidad.

— El vino es un elemento simbólico muy importante para la Escritura. Está en el centro del episodio: primero, porque falta; luego, porque se constata su falta; más tarde, porque se intenta remediar dicha falta; y, finalmente, porque la falta es suplida por la abundancia.

El vino, como meditaremos mañana por la tarde, es una imagen bíblica fundamental: «Tú has dado a mi corazón más alegria que cuando abundan el trigo y el vino nuevo», canta el salmista (Sal 4,8). El vino es el símbolo de la alegría de Dios, del entusiasmo, de una vitalidad exuberante. Por tanto, el vino es lo que se opone a la tristeza, a la monotonía cotidiana, a la repetitividad, al aburrimiento. Es el salto alegre del hombre que abandona las precauciones, los temores, los reparos, las reservas, y se lanza...

Es un tema simbólico fundamental para comprender el significado del relato.

— Las seis tinajas de piedra son descritas cuidadosamente por Juan. Tinajas de piedra vacías, incapaces de dar lo que deberían dar; deberían contener aceite o vino para el banquete; pero, al estar vacías, constituyen una realidad pesada, molesta, un estorbo. Son símbolo de una religiosidad seca, vacía, sin contenido, formalista, de una religiosidad que Jesús viene a transformar.

— Así, el agua vertida con abundancia en las tinajas, capaz de convertirse en una realidad nueva, es símbolo de la riqueza y la abundancia de la vida del Espíritu, evocada precisamente en el agua que una fuente inagotable derrama sobre la tierra.

Como veis, son muchos los signos y los símbolos de esta página de Caná que recuerdan otras páginas de la Escritura y que convierten el relato en una verdadera mina de enseñanzas para quien lo medita con amor, en un condensado de los misterios divinos.


Los valores

Especialmente en la última parte del relato, el evangelista Juan subraya expresamente algunos valores:

Como ya hemos recordado, las señales o milagros, la gloria, la fe, la Pascua, son los valores de gran significado teológico que están presentes en nuestro episodio.

Os invito a meditar, durante unos minutos de silencio, en todo lo que hemos dicho, dejando que empiecen a entrar en vosotros todos los personajes, las situaciones, los símbolos...

En efecto, meditar bíblicamente significa masticar bien el texto hasta que consigamos saborearlo en toda su profundidad y sentir que el Espíritu Santo de Dios —que nos presenta en Jesús la fuerza de su acción histórica— está en nosotros.


Conclusión

Hemos visto así las diversas realidades de las personas que nos ha presentado el evangelista. Se nos ha presentado la humanidad, no sólo en sus situaciones personales, sino también en las colectivas; los grupos (sirvientes, discípulos) y las grandes instituciones que la componen. Las instituciones naturales —el matrimonio, la fiesta, el banquete— y las instituciones religiosas: una religiosidad seca, vacía, petrificada, gris, incapaz de saciar al hombre, y una religiosidad nueva, traída por Jesús: la atención de Maria, las ganas de hacer el bien a los demás, la capacidad de llenar de alegría el corazón del hombre.

«-Concédenos, Señor, contemplar la riqueza de tu revelación en estas sencillas palabras del evangelista. Concédenos dejarnos invitar a las bodas de tu Palabra, para que podamos gustar abundantemente el vino del Espíritu y llenarnos de la revelación, de la riqueza de las Escrituras, con la que quieres alimentarnos todos los días de esta semana. Concédenos penetrar en algunos momentos fundamentales y en algunas enseñanzas decisivas de este pasaje evangélico, que es como una síntesis de tu misterio de amor, de redención, de gracia, de atención al hombre, de ofrecimiento de alegría a tu Iglesia».

Intentad plantearos, con paz y serenidad, las dos preguntas que hicimos al principio:

— Señor, ¿qué le falta a mi alegría?; ¿qué turba mi alegria?; ¿qué le falta a nuestra alegría, como grupo, como Iglesia, como sociedad?

— Señor, ¿qué aumento de alegría quieres darnos?; ¿qué alegría tienes reservada para mí, para hacerme participar de esta fiesta, para sacarme de mis apuros y de mi aridez, de mi religiosidad quizá un tanto cansina, fatigosa, estancada, de la religiosidad de nuestro grupo que gira un poco en torno a sí misma, de nuestra pesantez de Iglesia?

«¡Señor! Creo en Ti, espero en Ti, cuento contigo, porque Tú, a través de la escucha de tu Palabra evangélica, nos quieres llenar del vino nuevo de tu Espíritu.

Y tú, María, causa de nuestra alegría, ayúdanos a entrar en esta Palabra y a prepararnos a meditar las enseñanzas y exigencias que contiene para cada uno de nosotros".