INTRODUCCIÓN

 

SAN GREGORIO Y SU OBRA.

1.-  Sus Orígenes.

 

            Nació San Gregorio Magno hacia el año 540 de una familia noble y además de Santos: la Iglesia venera como santos a sus padres: San Giordano y Santa Silvia así como a dos tías suyas, hermanas de su madre; Santa Tarcila y Santa Emiliana.

 

            Uno de sus biógrafos, San Gregorio de Tours, dice que su formación humanística fue esmerada, pues “había sido instruido de tal forma en las letras, gramática, didáctica y retórica, que en la Ciudad Eterna nadie le superaba”(Historia de los Francos X.1). Dadas sus virtudes y por esta formación humanística, se explica por qué desde muy joven haya gozado de la simpatía del Emperador Justino II quien en 571 le confió la Prefectura de Roma, lo cual lo obligó a estudiar jurisprudencia y administración, para regir con acierto la Ciudad de Roma.

 

Muy pronto Gregorio, llamado como sus padres, al camino de la santidad, renunció a la gestión pública, vendió su patrimonio dando una parte a los pobres y con la otra construyó seis monasterios en Sicilia, su propio palacio, heredado de su padre, lo convirtió en monasterio, en el actual Monte Celio de Roma, ofreciéndolo a los monjes benedictinos con el título de San Andrés.  Nunca quiso Gregorio ser el abad de su monasterio sino que se sometía a la obediencia del Abad Valencio.  Al firmar el Acta de donación en 587 por primera vez usa el título de “siervo de los siervos de Dios” que lo conservó también de Papa y desde entonces lo han tomado todos los Papas de la historia.

 

Poco tiempo duró esta paz monástica de San Gregorio ya que el Papa Pelagio II lo hizo Cardenal y lo envió en 578 como diplomático papal a la Corte de Constantinopla cerca del emperador Tiberio II.  En el 585 regresó a su monasterio del Celio como el humilde benedictino que meditaba y explicaba la Palabra de Dios.

 

2. Gregorio Papa.

 

A fines del 589 sobrevinieron a Roma grandes catástrofes a causa del desbordamiento del Tíber que además de destruir muchos edificios entre ellos el de los graneros de la Iglesia, mató a muchos animales que trajeron a Roma una gran peste; una de las primeras víctimas fue el Papa Pelagio II.

 

El clero, el Pueblo y el Senado Romano aclamaron como Supremo Pontífice al Cardenal Gregorio, sólo el humilde monje del Celio se resistía a aceptar esta responsabilidad.  Trató de buscar apoyo en sus grandes amigos como Juan, Patriarca de Constantinopla, Atanasio, Patriarca de Antioquia, Leandro, Obispo de Sevilla, Teoctista, hermana del Emperador Mauricio.  Incluso trató de influir en el mismo Emperador. Sabido es que desde Justiniano la elección de un Pontífice Romano estaba sujeta a la ratificación del Emperador que daba el “visto bueno” para que se consagrara el nuevo Pontífice.  San Gregorio estaba seguro que influiría en el Emperador para que no ratificara su elección porque era amigo personal desde que había estado en Constantinopla, además Gregorio le había bautizado a sus hijos. Escribió al Emperador, pero el Prefecto de Roma, Germán, interceptó esta correspondencia y sólo hizo al Emperador la petición de los electores; Gregorio se dio cuenta de esta acción de Germán y trató de huir de Roma, mientras tanto llegó la ratificación del Emperador Mauricio y fue consagrado en San Pedro el 3 de septiembre del 590.

 

3.     Gregorio y su obra literaria.

 

Las “Morales” sobre Job.

 

            Fue la gran obra que Gregorio había empezado a escribir todavía siendo diplomático en Constantinopla y que terminó durante los primeros años de su Pontificado. Se trata de un comentario al libro de Jb cuya primera redacción fue una serie de homilías dadas a los monjes de Constantinopla pero más tarde les dio la forma de treinta y cinco libros, fue dedicada al obispo de Sevilla, San Leandro.

 

Los “Diálogos”.

 

            Se trata de una obrita dividida en cuatro libros que narran “la vida de los santos” que él o sus amigos habían conocido.  Naturalmente que se encuentran en los “Diálogos” muchas leyendas ya que Gregorio no garantiza la autoridad de sus testigos, más aun él mismo dice que no debemos creer tan fácilmente al carácter divino de los sueños como si fueran una revelación ya que con frecuencia se entremezclan con ilusiones (Diálogos IV. 48).  Además no hay que pensar que el único criterio de santidad está en los milagros sino que está en la virtud y muchos santos nunca hicieron milagros y no son menos santos que los que hicieron   (Diálogos 1.12).

 

            Los Diálogos fueron dedicados a la Reina Lembarda Teodolinda y alcanzaron una gran difusión en la Edad Media.

 

“El Sacramento Gregoriano”

 

            Es una colección de oraciones de la misa que existían hasta el tiempo de San Gregorio y que él no sólo quiso coleccionar sino también reglamentar.

 

“El Antifonario Gregoriano”.

 

            Es también una colección que contiene precisamente el canto llamado “gregoriano”, esto no significa que San Gregorio haya inventado este canto o que haya compuesto muchas melodías sino que él quiso ofrecer a la comodidad de los cantores una colección de estos cantos ordenándolos según el año litúrgico.  Él fue el gran organizador de la “Schola Cantorum”.

 

“El Registro”

 

            Es también una colección de Cartas enviadas por los Papas, siguiendo un orden cronológico.

 

4.     “LA REGLA PASTORAL”.

 

Una vez que San Gregorio fue consagrado Papa escribió a sus amigos cartas llenas de humildad quejándose de su nueva carga como una desgracia.  Uno de estos amigos fue Juan, obispo de Ravena, Italia.  Juan le contesta al Nuevo Papa reprochándole “respetuosa y fraternalmente” su proceder en el aceptar el Pontificado prefiriendo su propio descanso monacal. Agradecido el Papa con su amigo le dedicó este libro de la Regla Pastoral.  Juan sólo fue la ocasión, porque San Gregorio ya pensaba desde el principio de su Pontificado trazar un programa de su vida de Pastor  (Morales II.6).

 

a)         Contenido de la Regla Pastoral.

 

            Gregorio divide su obra en cuatro partes en las cuales pretende dar la imagen del buen pastor: su vocación, su vida, su ministerio y su humildad.

 

            La vocación: quien se sienta llamado por Dios al ministerio pastoral debe prepararse sin pusilanimidad pero también sin orgullo porque el pastor es llamado a un servicio que es todo un arte, más aún es “el arte de las artes”, debe por tanto adquirir todas aquellas disposiciones, cualidades y virtudes que requiere este servicio.  Superar todas aquellas imperfecciones que ya el mismo Señor en el Antiguo Testamento no quiere en los sacerdotes Levitas (Lev.21.17 sgs). Once capítulos explican este pensamiento.

 

La vida del Pastor:

 

            La vida del pastor debe conformarse a un principio fundamental: la rectitud que le exige su ministerio, así el pastor debe callar cuando sea necesario, pero también debe hablar con toda libertad cuando sea necesario.  Es un servidor no un mandatario, por tanto debe ser un pontífice como Cristo, misericordioso y fiel, ha de vigilar constantemente sobre sí mismo y sobre su rebaño el cual no ha de tratar de agradar sino de hacerle amar la verdad para lo cual es necesario al pastor el estudio constante y la meditación reverente, amorosa, fervorosa diaria de la Palabra de Dios  (II. Cap. 11).

 

El ministerio del pastor:

 

            Esta tercera parte es la más larga y la más importante de todo el libro, en ella San Gregorio propone bellísimos principios sobre dos aspectos fundamentales de la evangelización: anunciar y denunciar y para esto compara el oficio del pastor con el del médico que tiene primero que diagnosticar para luego curar, sólo en el cap. 1 enumera hasta 70 clases de enfermos del espíritu proponiéndoles también la medicina.

 

La humildad del pastor:

 

            Desarrolla la idea del Señor: “Cuando hayais hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho sólo lo que debíamos hacer”  (Luc. 17.10).   El oficio del pastor es un “magisterio de humildad”.

 

            Esta IV parte contrasta con la anterior, pues mientras aquella consta de cuarenta capítulos, ésta tiene uno solo.

 

            Sin duda alguna la Regla Pastoral es una de las obras maestras de Teología Pastoral de todos los tiempos, una doctrina no sólo segura sino que además sorpresivamente moderna no obstante haber sido propuesta en el siglo VI, con un estilo sencillo, transparente, ameno que a veces puede parecer un poco ingenuo, pero con la ingenuidad de los santos, es decir, lleno de unción, de espontaneidad, de sentimientos paternales y sobre todo de una profundísima humildad.

 

En el mismo epílogo del libro podemos entrever estas virtudes cuando San Gregorio dice a Juan de Ravena: “He aquí, santo varón, cómo obligado a reprenderme a mí mismo y tratando de mostrar cómo debe ser el buen pastor, yo feo pintor he pintado un hombre hermoso.  He querido conducir a otros a las playas de la perfección, yo, que todavía me encuentro entre las olas de mis pecados.

 

En este naufragio de mi vida, sostenme con la tabla de tu oración y al que sumerge el propio peso de sus faltas levántalo con la mano de tus merecimientos”.

 

5.           Difusión de la Regla Pastoral.

 

San Gregorio terminó su obra en febrero del 591 y envió luego un ejemplar al Obispo de Ravena el cual distribuyó varias copias entre obispos y sacerdotes.

 

            El Papa envió otra copia a Venancio, obispo de Luni en noviembre del 594 no para su uso personal, sino para un sacerdote de nombre Columbo, a él le enviaría después otra copia  (Registro V.17).

 

            La noticia del libro llegó también al Emperador Mauricio quien recibió un ejemplar de manos del apocrisiario pontificio Anatolio; agradó tanto al Emperador la lectura del libro que lo mandó traducir al griego, traducción que hizo Anastasio, patriarca de Antioquia y amigo personal del Papa.  A San Gregorio desagradó la noticia de esta traducción porque decía que los griegos eran mejores que él  (Registro XII.6). El Papa pensaba seguramente en el “Discurso Apologético” de San Gregorio Nacianceno con el que justifica su propia huida después de su ordenación, junto con su amigo San Basilio al Ponto.  Este discurso es también todo un tratado sobre la excelencia y los deberes sacerdotales.

 

            Este discurso el Papa lo cita al principio de la tercera parte de su obra.

 

            El Papa también piensa en otra obra también monumental: “Sobre el sacerdocio” de San Juan Crisóstomo, donde también trata de justificar su huida cuando quisieron conferirle la dignidad episcopal.

 

            Tenemos otra traducción que procede del siglo IX que mandó hacer Alfredo el Grande, Rey de Inglaterra. A Inglaterra había llegado ya la Regla Pastoral en la misma época de San Gregorio ya que él mismo había mandado a San Agustín y a los demás misioneros monjes de San Andrés en el 596.  Esto lo afirma el mismo Alfredo al ofrecer esta traducción: “Este escrito lo trajo Agustín, del sur, del lado de allá del salado mar a los habitantes de la Isla, conforme al mandato del Heraldo de Dios el Papa de Roma, el sabio Gregorio, versado en la ciencia y de admirable sabiduría  (Hedley “Lex Levitarum” (Meredsous) Pág. 12).

 

            El Papa envió también otro ejemplar a su gran amigo Leandro, Obispo de Sevilla en el 594 acompañado de una carta donde le dice: “Gregorio a Leandro, Obispo de Sevilla: Cuántos deseos tengo de verte porque me estimas tanto, tú lo sientes en tu propio corazón, pero ya que estando separados por tan larga distancia, no puedo verte, una cosa he hecho para contigo que me ha inspirado la caridad: enviarte, con nuestro hijo común, Probino, presbítero, el libro de la Regla Pastoral que escribí al principio de mi episcopado... En esta obra no te envío los manuscritos de la tercera y cuarta parte, porque los códices de esas partes se los he dado a los monasterios.  Estos pues léelos diligentemente pero con más diligencia llora mis pecados, no sea para mí una culpa mayor mostrar que sé lo que dejo de hacer.  De los grandes problemas que me apremias en esta iglesia, brevemente, pero con claridad te hablé en mi carta, pues escribo tan poco a quien más que a todos amo”.

 

            San Leandro divulgó por toda España el libro de la Regla Pastoral.  Licianiano Obispo de Cartagena, amigo de San Leandro al leerlo expresa al Papa su grande admiración y se queja de encontrar tan pocos pastores que respondieran al ideal que propone en su libro  (Registro I.41.a).

 

            También desde Francia San Columbano difundió la Regla Pastoral.

 

            Durante la gran reforma de la Iglesia en tiempos de Carlomagno todos los Concilios provinciales aconsejaban a los Obispos, a los monjes y a los sacerdotes, la lectura y la práctica de la Regla Pastoral.

 

            En síntesis se puede decir que durante la Edad Media, la regla Pastoral fue el libro más universalmente leído por Sacerdotes y Obispos y era considerado como el propio código de vida, así como la Regla de San Benito lo era para los monjes y después de la Sagrada Escritura tal vez sea uno de los libros más editados desde que se descubrió la imprenta.

 

            La actualidad de esta nueva edición se puede fundamentar en las mismas palabras de San Licianiano: “La Regla Pastoral no es sólo para los pastores sino también para aquellos que no son sacerdotes porque este libro es una regla de vida, escuela de todas las virtudes, donde la meditación de este libro encuentra toda clase de medicinas para la vida donde se aprende a valorar la caducidad siempre cambiante de las cosas de este mundo y nos enseña a fijar nuestra mirada en la estabilidad de la vida perdurable”  (P.L. 77.599-600).

J. Jesús Haro Pbro.

 


 


REGLA PASTORAL DEL PAPA SAN GREGORIO
Gregorio a Juan1 (Obispo de Ravena) su muy
Reverendo y santo hermano y coepíscopo.

Me reprochas, carísimo hermano, con suaves y humildes expresiones, el que haya yo pretendido sustraerme a las responsabilidades del gobierno pastoral, ocultándome. Pues bien, a fin de que no crean algunos que es de poco peso semejante carga, quiero exponer en este libro lo que yo siento acerca de su gravedad, con el fin de que los que se hallan libres de ella no la echen imprudentemente sobre sí, y los que la han ya asumido, sin medir su alcance, sientan con temor las obligaciones que han contraído.

Y para que la materia de este libro llegue al ánimo del lector con argumentos ordenados y como paso tras paso, la dividiré en cuatro tratados. Pues uno ha de ponderar bien ante todo –si las circunstancias le obligan a ello– con qué disposiciones se ha de llegar a la altura del gobierno de las almas; y luego de haber llegado a él debidamente, cómo ha de arreglar su conducta; y una vez arreglado su método de vida, cómo ha de enseñar; y después de aprender cómo ha de enseñar, sepa sondear con adecuadas consideraciones día tras día sus propias flaquezas: no sea que la humildad le aparte de asumir el ministerio; o bien se haga indigno por su conducta de llegar a desempeñarlo; o la doctrina que predica esté en desacuerdo con su vida; o el orgullo le haga creerse superior a sus mismas enseñanzas.

Es menester ante todo que un saludable temor modere sus aspiraciones; luego que su tenor de vida vaya de acuerdo con el magisterio que desempeña sin haberlo buscado; después, que las virtudes del pastor, que se manifiestan en su conducta, se propaguen por el ministerio de la predicación; y por último, es necesario que el pensamiento de su propia pequeñez haga que no repare en sus mismas buenas obras, no sea que la hinchazón de la soberbia las desvirtúe a los ojos de Aquel que es Juez invisible.

Pero como no escasean las personas que, asemejándose a mí en la ignorancia, pretenden, sin conocerse a sí mismas, enseñar lo que no han aprendido, y que estiman el cargo de enseñar tanto más ligero cuanto que ignoran la magnitud de su peso, reciban ellas su merecida reprensión en el exordio mismo de este libro, pues ya que con precipitación e ignorancia aspiran a conquistar la fortaleza del magisterio de las almas se vean rechazados en los comienzos de este nuestro tratado por la temeridad de sus locas pretensiones.