Prólogo


En la Iglesia primitiva, la Pascua marcaba la mitad del año litúrgico. Los cristianos celebraban durante cincuenta días la resurrección del Señor. Fascinados, cantaban continuamente el Aleluya de Pascua. Y al cantar plasmaban su dicha porque el amor había vencido a la muerte, porque a través de la Resurrección ya formamos parte de la Gloria de Jesucristo. San Agustín dice en un sermón sobre el Aleluya de Pascua: «Permítenos cantar el Aleluya aquí en la Tierra, donde aún tenemos preocupaciones, para que llegado el momento podamos cantarlo llenos de confianza... Permítenos cantar, no para regocijarnos en la paz, sino para hallar consuelo a nuestra pena. Así, como caminantes, solemos cantar: i Canta, pero camina! i Cantando hallas consuelo en la necesidad, no ames el mal humor! iCanta y camina!».

Muchos cristianos han perdido hoy en día el interés por el misterio de la Pascua. Celebran la primavera, pero no relacionan el bello mes de mayo con la Pascua, sino con el acontecimiento del florecimiento de la naturaleza. En la Iglesia primitiva, ambas cosas iban unidas: la resurrección de Jesucristo renovaba también la creación. La Pascua ya era originariamente una celebración primaveral. Los judíos sustituyeron con la celebración de la Pascua la fiesta cananea de la primavera y le dieron otra interpretación. Los cristianos conocieron el verdadero significado de la primavera a través del misterio de la Pascua: la vida es más fuerte que la muerte. Transformamos la rigidez de la tumba en un jardín en flor. Las ataduras que nos retienen en la vida se liberan. Gracias a la Resurrección, descubrimos nueva vida en nuestro cuerpo y en nuestra alma.

El camino de Resurrección que recorremos durante los cincuenta días de Pascua es un camino con cada vez más vida, más libertad y más dicha. Celebramos el camino de la Encarnación. Y, conforme lo celebramos, vamos entrando en contacto con las posibilidades que Dios nos ha regalado. Recorrer el camino de la Resurrección significa liberarse de todo aquello que nos ata en la vida, de todo lo que nos gobierna, para experimentar la grandeza y la libertad de la vida, para despertar del sueño de nuestras ilusiones y abrirnos a la verdadera vida. Durante la Cuaresma y la Semana Santa hemos visto reflejadas nuestras propias heridas en el calvario de Jesús al meditar. Durante la Pascua dejamos atrás nuestras heridas. Nos centramos en la vida, en nuestro deseo de que esta florezca en nuestras heridas. Incluso hoy, cuando muchas personas se duelen continuamente de viejas heridas, la Resurrección les permite ejercitar la vida, que es más fuerte que las heridas y los bloqueos.

El camino de la Resurrección es un camino terapéutico. Es un entrenamiento de la vida. La terapia normalmente se ocupa de nuestras heridas y busca liberarnos de las opresiones y las enfermedades de la historia de nuestra vida. Es algo totalmente razonable. Pero muchos quieren seguir junto a sus heridas. Buscan continuamente nuevas formas de abrir antiguas heridas. Eso conduce fácilmente a un círculo vicioso en torno a uno mismo y al senti miento depresivo tan característico de nuestra sociedad. El camino de la Resurrección plantea algo muy distinto. Comienza con la vida que quiere florecer en nosotros, con nuestras posibilidades y nuestras habilidades, con aquello que Dios quiere atraer hacia nosotros. Los relatos de Pascua son tan terapéuticos como todas las historias de sanaciones que nos narran los evangelios. Así, los lectores y las lectoras no sólo pueden recorrer el camino de la Resurrección en Pascua, sino también a lo largo del resto del año. Siempre que su vida se vea amenazada, cuando la depresión y la desesperanza toman la palabra, cuando la resignación y la decepción se extienden, la meditación sobre el camino de la Resurrección puede ayudar a volver a entrar en contacto con la vida que supera a la muerte, que nos levanta de la tumba, que rompe en pedazos nuestro bloqueo interior y nos conduce hacia la grandeza y la libertad de la Resurrección. Cada domingo celebramos la resurrección de Jesús. Por lo tanto, propongo recorrer el camino de la Resurrección de domingo a domingo para ayudar a florecer la vida que hay en nosotros, que muchas veces se ve encarcelada en la prisión de las circunstancias o deshecha por un ritmo de trabajo mortal. Recorriendo el camino de la Resurrección podemos practicar la vida que Dios nos ha destinado a través de la resurrección de Jesús.

He escogido un evangelio de Pascua para cada semana. De ese evangelio me he centrado en un símbolo o una actitud y he intentado interpretarlos conforme a la situación de nuestras vidas. Así, cada día puede estar representado por una escena que nos permita mirar nuestra vida con otros ojos y vivirla. Cada escena muestra el misterio de la Resurrección desde una perspectiva distinta. Tras el comentario planteo a los lectores y lectoras una serie de ejercicios que deben ayudarlos a que la vida de la Resurrección fluya a través de su herida y la sane. También se plantean preguntas que serán respondidas en nuestra vida cotidiana.

Complemento los símbolos y las actitudes con historias arquetípicas procedentes de los Hechos de los apóstoles. Lucas es un maestro de la narración. Sus relatos son como retratos en los que la luz de la Resurrección ilumina a los discípulos de Jesús en distintas situaciones. Lucas escribió los Hechos de los apóstoles como una historia de Pascua, como el camino de la Resurrección de los discípulos. En sus obras, los discípulos experimentaron continuamente la Resurrección. Lucas quiere mostrarnos que la Resurrección también es posible para nosotros en las distintas situaciones de nuestra vida, que también pueden derrumbarse en nuestro interior los muros de nuestra prisión y que podemos recorrer el «nuevo camino» de la vida. Para Lucas, el «nuevo camino» es el camino cristiano, el camino en el que las personas encuentran la verdadera vida. Que este «nuevo camino» también se convierta para ti en un camino de resurrección, en un camino en el que te abras paso hacia la libertad y la dicha de la Resurrección.