Segunda Semana de Pascua

EL ENCUENTRO
CON EL RESUCITADO

 

Domingo

Encuentro con el Resucitado
en medio de la rutina (Mt 28,7)

En Marcos y en Mateo, el ángel conmina a las mujeres a que le digan a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis» (Mt 28,7). Los discípulos deben regresar a casa, a Galilea. No se reunirá con ellos en la ciudad santa de Jerusalén, sino allí donde se encuentran en casa, allí donde viven y trabajan, en medio de su rutina. Galilea era la tierra en la que convivían judíos y gentiles. Galilea no representa solamente la rutina, sino también el «pueblo mixto», la mezcla que compone nuestra vida. Galilea es nuestra vida. En nosotros conviven judíos y gentiles. En nosotros se unen los cercanos a Dios y los alejados de Él, la fe y la incredulidad, el amor y el odio, la vida y la rigidez, la luz y la oscuridad. Y también convivimos con personas que buscan a Dios y con personas que no se preocupan por Dios, con personas a las que queremos y con otros con los que nos llevamos mal.

En medio de esta mezcla veremos al Resucitado en nuestra Galilea. Eso es lo que el ángel nos promete. El ángel apela a nuestros ojos. Con ellos veremos al Resucitado.

No se trata de escuchar en primer lugar, sino de ver. Se necesitan nuevos ojos para poder reconocer al Resucitado en medio de nuestra vida. Veremos al Resucitado cuando contemplemos el rostro de una persona en la que el dolor recule ante la felicidad, iluminado por la esperanza y la confianza. Veremos al Resucitado cuando observemos que se soluciona un conflicto, que el ambiente se relaja gracias a un discurso, que los hombres se reconcilian unos con otros. La Resurrección también tendrá lugar, aunque los evangelistas la describan como algo invisible, algo que no se puede observar. Podemos ver la Resurrección cuando observamos atentamente la naturaleza florecida en primavera. No en vano, muchas canciones de Pascua representan tras la Resurrección el florecimiento de la creación. Friedrich Spee canta: «Ahora se vuelve verde lo que puede verdear. Aleluya, Aleluya, los árboles comienzan a florecer. Aleluya, Aleluya, los rayos de sol ya vienen. Aleluya, Aleluya, y da un nuevo resplandor al mundo. Aleluya, Aleluya». En las flores que se abren, en el verde césped, en la policromía de los prados en primavera es donde vemos al Resucitado, donde nos queda claro que la vida es más fuerte que la muerte. No en vano se relaciona también a la primavera con el amor. Mayo es el mes del amor. Cuando la naturaleza florece, cuando los pájaros se aparean y mientras cantan durante la época de apareamiento sus bellas melodías, aparece también en el hombre el deseo de un amor que lo hechice todo.

Contempla hoy detenidamente la primavera que surge a tu alrededor y reconoce en ella la fuerza de la Resurrección. Mira el amor que también florece en tu vida. El Resucitado también va delante de ti. Ya está en tu vida, en tu Galilea. Sólo necesitas mantener los ojos atentos para descubrir al Resucitado en medio de la mezcla de tu vida.

Cuando lo ves, tu Galilea se transforma, y es entonces cuando tiene lugar la Resurrección en medio de tu vida.

 

Lunes

Dedicarle la vida (Lc 24,5-6)

Los dos hombres con vestiduras resplandecientes con los que se encuentran las mujeres en el sepulcro en el evangelio de Lucas plantean la provocadora pregunta: «iPor qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Es interesante lo que las dos criaturas celestiales plantean a las mujeres. Lucas retrata en el capítulo 24 de su evangelio que la fe pascual de sus discípulos se despierta lentamente y que también puede despertarse nuestra fe en la Resurrección. Es probable que, como las mujeres, también nosotros comencemos a buscar al Resucitado en el último lugar en el que lo hemos visto, en el sepulcro. Mientras las mujeres van al sepulcro, al terrorífico lugar, los discípulos de Emaús lo evitan. Huyen del lugar de su desconsuelo. Tanto las mujeres como los discípulos de Emails regresan y se reúnen en Jerusalén. Mientras aún están hablando, se les aparece el Resucitado. Come con ellos y les habla. Los conduce hasta los alrededores de Betania y allí asciende al cielo ante sus ojos. Por primera vez los discípulos creen realmente. Y cantan entonces con gran gozo un canto de alabanza a Dios.

Se puede percibir con cuánta finura describe Lucas el nacimiento de la fe de Pascua. Primero está la búsqueda del cadáver. Eso es comprensible, pero no lleva a sentir al Resucitado. A menudo buscamos la vida entre la muerte. Queremos encontrarla en las letras muertas de la ley. Creemos que la vida es cumplir todos los mandamientos, hacerlo todo bien. Conozco a una mujer que siempre pregunta desde su infancia: «iLo he hecho bien? ¿Está bien así?». Pero con estas preguntas sobre la corrección no vuelve a la vida. Busca a los vivos entre los muertos. Otros buscan la vida en el ámbito del dinero y de las posesiones, que son cosas totalmente muertas. Jesús exhorta al joven que quiere seguirlo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ven a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,60). El dinero, las posesiones, el poder, la apariencia son cosas muertas. Debemos enterrarlas, dejarlas muertas. Debemos dedicarnos a la vida, al reino de Dios. La vida se convertirá en una vida auténtica cuando Dios entre en ella, cuando reine en ella, cuando plasme en ella su luz y su amor.

También está muerto el joven que malvende su herencia y lleva una vida desenfrenada, el que calma su hambre con algarrobas, con cosas baratas que realmente no alimentan. El placer exterior, vivir sin disciplina, dejarse llevar, darse caprichos, todo esto está muerto para Lucas. Allí no podemos encontrar vida. Cuando el hijo se da la vuelta y regresa a casa es cuando regresa a la vida. El padre celebra la vida: «Porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado» (Lc 15,24). En el marco de la muerte no encontramos la vida. Los dos mensajeros divinos muestran a las mujeres un camino en el que pueden encontrar la vida. Les remiten a las palabras de Jesús: «Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea, que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día» (Lc 24,6-7). El recuerdo de las palabras de Jesús permite que las mujeres crean en la Resurrección. Encuentran la vida en las palabras de Jesús. Cuando recuerdan sus palabras o, tal y como lo plasma el término en latín recordamini, cuando las palabras se meditan en el corazón, cuando vuelven al corazón, es entonces cuando se produce la Resurrección.

¿Buscas tú a los vivos entre los muertos? ¿Qué debes enterrar porque hace tiempo que está muerto? Quizá conflictos pasados que siguen enfermándote, decepciones que te amargan. Escribe todo lo que está muerto en ti y entiérralo en el jardín o en una maceta. Siembra encima flores, para que pueda florecer nueva vida en el sepulcro de tus heridas. Las flores te recordarán que no quieres volver a cavar la tumba de nuestra herida historia. De otra forma el sepulcro de tu pasado no florecerá jamás.

 

Martes

El Resucitado camina a nuestro lado (Lc 24,13ss.)

Lucas nos cuenta la más bella historia de Pascua. Cuenta que dos discípulos vuelven desconsolados hacia Jerusalén. Regresan del lugar de su desconsuelo. No quieren tener nada más que ver con su pasado. Pero continúan hablando el uno con el otro. Intercambian palabras sobre lo que les ha sucedido. Quieren descubrir hablando por qué ha sucedido todo así y qué posible significado puede tener lo acaecido para ellos. Como no se callan ni cierran sencillamente los ojos ante lo que ha pasado, Jesús puede intervenir en su conversación y encaminarla hacia otra dirección. Pero Jesús no lo tiene fácil con ellos. Lucas nos describe la situación de estos discípulos. No están ciegos, pero tienen la vista nublada. No reconocen a Jesús. No creen a las mujeres que hacen referencia a la aparición del ángel. Jesús les reprocha que sean torpes y que sus corazones sean tardíos. Como no tienen juicio, no entienden lo que ha sucedido en Jerusalén. Ser tardíos de corazón significa que el corazón es holgazán. No pueden imaginarse otro desenlace distinto al que han vivido. Son torpes y no conciben la novedad y lo extraordinario de la Resurrección.

Jesús transforma a estos discípulos torpes y tardos tan sólo dejándoles hablar. Les anima a explicar su visión de las cosas. Comienzan con un reproche hacia el desconocido por ser el único forastero que estaba en Jerusalén durante la Pascua y que no sabía lo que había pasado. La crucifixión de Jesús, dicen, había sido el tema de conversación de toda la ciudad. Y entonces ellos le cuentan su versión. Habían puesto todas sus esperanzas en Jesús. Era un profeta poderoso en obra y en palabras. Esperaban que hubiera liberado a Israel. Pero ya habían pasado tres días tras su muerte. Al tercer día se libera el alma del cuerpo, así que ya no tenían más esperanza de que pudiera liberarse de las ataduras de la muerte. Jesús les deja explicar cómo han vivido ellos las cosas y cómo las ven. Pero entonces comienza a hablar. Se toma en serio sus informaciones y sus sentimientos, pero se enfrenta a ellos utilizando las palabras de las Escrituras. De esa forma les ofrece una nueva perspectiva. Les interpreta el destino de Jesús conforme a las Escrituras. Era necesario que Jesús sufriera, pero eso no era más que un pasadizo hacia su Resurrección. Los discípulos lo escuchan, incrédulos al principio. Pero las palabras de Jesús les llegan al corazón. Le piden que se quede con ellos.

Este es probablemente uno de los momentos más importantes en el relato de Lucas de la Resurrección. El Resucitado camina junto a nosotros. Cuando caminamos, cuando no nos quedamos sencillamente quietos, el Resucitado está a nuestro lado y podemos hablar con él. Podemos contarle todo aquello que no comprendemos en nuestras vidas. Él nos lo explicará y nos ofrecerá una nueva perspectiva conforme a las Escrituras. El Resucitado deja que le pidamos que se quede junto a nosotros cuando atardece, cuando se hace la oscuridad en nosotros y a nuestro alrededor. Camina con nosotros hacia el lugar en el que nos alojamos para estar con nosotros. Este es el reconfortante mensaje de este relato: «Y entró para quedarse con ellos» (Lc 24,29).

Imagina que el Resucitado recorre hoy junto a ti todos tus caminos, que está junto a ti cuando trabajas, que también comparte contigo tu paseo, que está junto a ti allá donde vayas. Cuando no comprendas tu vida, pregúntale cuál es el significado de todo. Muéstrale tu decepción. Quizá descubras que todo aquello que te sucede posee un profundo significado.

 

Miércoles

¿No era necesario que me sucediera...? (Lc 24,26)

Se pueden entender también las afirmaciones de los discípulos sobre lo sucedido a Jesús como un retrato de nuestra propia realidad interior. Las palabras de los discípulos resonarían entonces en voz alta en nuestras bocas: «Esperábamos que nuestra vida triunfara, ser poderosos de obra y de palabra, tener éxito, que todo conduciría a algo. Pero entonces todo se frustra. Fallamos. Todo se resquebraja en nuestro interior. Ya no hay esperanza. Nada tiene ningún sentido ya». Jesús no nos reprocha por pensar así. Intentar interpretar de otra forma lo vivido en las Escrituras. La clave de su nueva perspectiva reza: «¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?» (Lc 24,26). Trasladada a nuestra situación, esta frase quiere decir: «¿No era necesario que sucediera para que todo te fuera bien? No debes soportar todo eso para liberarte de las ilusiones que te has hecho sobre tu vida, para que se cree en ti la imagen que Dios se ha hecho de ti?».

Durante diez años he practicado el senderismo con jóvenes en el Parque Natural de Steigerwald. En muchas ocasiones he utilizado esta frase para meditarla durante los tiempos de silencio: «iNo era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?». Caminamos en silencio durante una hora. Durante ese tiempo los jóvenes deben repetirse continuamente esta frase y contemplarla a la luz de su vida entera. Cuando medito esta frase en mi decepción, en mis heridas de la infancia, en las heridas de mi época de internado y de colegio, en mi incomprensión en el monasterio, en la frustración en el trabajo, entonces dejo de quejarme de todo. Puedo ver la historia de mi vida con nuevos ojos. Todo debía ser así, todo era bueno. Todo sirve para que forme la imagen que Dios se ha hecho de mí. Dios me ha modelado y me ha formado a través de todas las experiencias de mi vida tal y como Él quería desde el principio. Para mí la frase de Jesús se ha convertido en una frase clave que me ayuda a reconciliarme con la historia de mi vida. Y a menudo se la ofrezco a las personas para que mediten sobre ella. Eso les ayuda a ver su vida con nuevos ojos. Y entonces encuentran la razón en medio de la sinrazón, la esperanza en medio de la decepción, la confianza en medio de la desconfianza.

La forma en la que Jesús camina junto a los discípulos sería un buen ejemplo para nuestros diálogos sobre la sanación del alma. Debemos dejar que la gente cuente lo que ha vivido, la razón por la que se preocupan, lo que les ha decepcionado. No debemos suavizar lo que nos cuentan, sino que debemos dejarlo tal y como nos lo cuentan. Pero debemos comparar la historia de su vida con las Escrituras e interpretarla a la luz de las Escrituras, para que la comprendan mejor. Esta máxima que Jesús da a sus discípulos también puede sernos útil. Pregúntate hoy en todo aquello que experimentes si tu perspectiva es realmente la única posible. Y plantéate en todos los pensamientos que acudan hoy a tu mente la frase de Jesús: «¿No era necesario que sucediera para que todo te fuera bien?». ¿No debías sufrir el dolor para librarte de tus emociones? ¿No debes sufrir para poder recorrer el camino de la transformación, para que alcances la gloria que Dios te tiene destinada? ¿Puedes creer que Dios te ha guiado en todo, que estás en sus manos? ¿Qué te dirá Dios sobre todo lo que has vivido? ¿llacia clénde te dirige Dios dejándote vivir todo eso? ¿Cuál es en el trasfondo de tu vida tu vocación personal, tu misión?

 

Jueves

La partición del pan (Lc 24,30-31)

Jesús caminó con los discípulos y «entró para quedarse con ellos» (Lc 24,29). Este es el sentido de la Resurrección para Lucas, que Jesús camina junto a nosotros allá donde vayamos y que, allá donde nos alojemos, comerá con nosotros. Para Lucas la Eucaristía es el lugar en el que nos encontramos con el Resucitado. Nos lo relata de forma espectacular: «Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado» (Lc 24,30-31). Jesús es huésped en casa de los discípulos, pero aquí se comporta como anfitrión cuando coge él mismo el pan, lo bendice, lo parte y lo reparte. Y los discípulos reconocen con toda seguridad al Resucitado por la forma en la que parte el pan. Desde entonces el momento de partir el pan es aquel en el que saben que el Resucitado está entre ellos. En cada partición del pan, en cada Eucaristía es el propio Resucitado el que parte el pan para los discípulos y el que nos da su amor. Y los discípulos siempre reaccionan con alegría ante la presencia de Jesús: «Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (He 2,46).

Ningún otro evangelista relata tantas comidas como Lucas. Jesús come continuamente con los discípulos, con los fariseos, con los pecadores y con los publicanos. La Eucaristía es para Lucas la continuación de todas esas comidas que Jesús tenía con las personas, y en las que hizo visibles la bondad de Dios y la amistad de los hombres. Eucaristía significa que el propio Jesús vuelve a estar entre nosotros. Nos habla y nos aclara nuestra vida. Debemos sentirnos en comunión con él y alegrarnos por ello. Pero no lo vemos. Lucas describe la invisibilidad de Jesús con una expresión típica griega: «Él desapareció de su lado» (He 24,31). Dios se nos aparece y al mismo tiempo escapa a nuestra vista. Los discípulos abren los ojos. Reconocen al propio Jesús en el hombre que está partiendo el pan. Y al mismo tiempo, desaparece. Lo ven con sus ojos interiores. Eucaristía significa que miramos con esos ojos interiores. Entonces veremos en la comida que estamos teniendo, en el pan que partimos, que el propio Resucitado está entre nosotros. Si tienes ocasión de tomar parte hoy en la Eucaristía, imagínate que el propio Jesús, el Resucitado, está presente. Él mismo parte el pan. Te dedica palabras de amor. Abre tu corazón a esas palabras, para que comience a arder como el corazón de los discípulos de Emaús. Y cuando el sacerdote deposite el pan partido en tu mano en la comunión, imagínate que el Resucitado hace que todo lo que está roto y quebrado en ti sane y vuelva a unirse para transformar las fisuras de tu vida en cicatrices de vida. Espero que abras los ojos y reconozcas tú mismo a Jesús, que se ofrece a ti a través del símbolo del pan para compartir su vida contigo y hacer que tu corazón arda con su amor.

 

Viernes

Relatos de la comunidad durante la Pascua (Lc 24,34-35)

Como Jesús encendió los corazones de los discípulos de Emaús, volvieron inmediatamente a Jerusalén. Tenían que contar a sus amigos lo que habían visto y oído. No podían guardarse su alegría para sí mismos. Cuando posteriormente llegaron al atardecer a Jerusalén, encontraron a los Once y a los otros discípulos reunidos, «que decían: "Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón". Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan» (Lc 24,34-35). Los que se quedaron en casa y los que venían de fuera se contaron lo que les había sucedido a cada uno de ellos. Y su relato se convirtió en una declaración: «Verdaderamente el Señor ha resucitado». La esencia de la experiencia se plasma en dos palabras: «Se le ha visto y se le ha reconocido». Simón ha visto al Resucitado y los discípulos de Emaús lo han reconocido al partir el pan. Ver solamente no es suficiente. Se debe entender qué es lo que se ve. Así es como también nosotros podemos experimentar la Resurrección. Cuando los discípulos se estaban contando lo que les había sucedido a cada uno, el Resucitado se apareció en medio de ellos y les dedicó un saludo de paz.

Los relatos comunitarios de los discípulos son una bonita imagen de la Iglesia. La Iglesia es una comunidad de personas que se cuentan unas a otras lo que han vivido, lo que han visto y lo que han reconocido. Unos cuentan lo que han vivido, otros se basan en las experiencias de terceros, como los discípulos de Jerusalén, que hablan sobre la aparición del Resucitado que le sucedió a Simón. Todos tenemos experiencias a lo largo de nuestro camino. Cuando se trata de experiencias que nos abren los ojos y hacen que nos arda el corazón, nos encontramos con el Resucitado. Para Lucas la Resurrección tiene lugar siempre que nuestro corazón se conmueve profundamente o, como expresa Paul Tillich, cuando algo nos «afecta irremediablemente». Se trata de experiencias cotidianas: conversaciones, encuentros, comidas, particiones del pan, paseos, empresas conjuntas. Hablamos mucho con los demás y nos encontramos continuamente con personas. Pero a menudo la conversación no es más que murmuración y el encuentro un puro contacto. Allí donde haya una auténtica conversación, donde unos les abran los ojos a los otros, donde una conversación haga que el corazón se encienda, allí es donde tiene lugar la Resurrección, allí es donde finalmente nos encontramos con el Resucitado, que se nos aparece en la figura de un caminante.

Hoy en día muchos hablan de forma demasiado concisa de sus experiencias divinas. Esto recuerda a una prostitución espiritual. Los discípulos se cuentan las cosas de forma distinta. Usan palabras adecuadas. Hablan de hechos, pues lo que ha sucedido es bastante pragmático. Pero explican estos sucesos desde la fe, ya que han reconocido al mismísimo Cristo en lo que ha sucedido. No imponen sus experiencias al resto, pero saben que el Serior ha resucitado realmente. Son fieles a sus experiencias, y hacen a los demás partícipes de ellas. Así, las verdaderas comunidades se forman a partir de creyentes, de personas que han experimentado a Dios. Cuando las personas hablan con franqueza y al mismo tiempo con prudencia y cautela de lo que han vivido a lo largo de su camino y cómo lo han entendido y comprendido ellos, el Resucitado se aparece en medio de ellos. Entonces se convierte el discurso en una experiencia de resurrección. Se produce una presión en la que entramos en contacto con la verdad, en la que la existencia de Dios se hace palpable. San Agustín narra así la conversación con su madre, Mónica. De repente se paró el tiempo y entraron en contacto con Dios. Lucas forma parte de la tradición de grandes narradores griegos. Narra de tal forma que se abren nuestros ojos y se enciende nuestro corazón.

¿Qué quieres contar a los demás? ¿Has reflexionado a menudo sobre lo que quieres decir a tu amigo o a tu amiga y, sin embargo, lo retrasas continuamente? Resucitar significa atender al impulso interior que te insta a hablar con los demás. Cuando te atrevas a decir lo que durante tanto tiempo has ido formando en tu corazón, experimentarás cómo se crea una nueva relación, cómo arde el corazón, cómo el propio Resucitado habla en ti.

 

Sábado

Duda y fe (Lc 24,36-49)

El día de Pascua culmina en el evangelio de Lucas con la aparición de Jesús ante todos los discípulos. Los discípulos acaban de contarse lo que han vivido y han confesado al resto que el Señor ha resucitado realmente. Sin embargo, cuando el Resucitado se aparece materialmente ante ellos se asustan y tienen miedo. Creen que se trata de una fantasía, de una mera ilusión. Probablemente les sigue resultando difícil creer en la Resurrección. Jesús intenta disipar sus dudas en tres pasos. En primer lugar les habla. No es ninguna fantasía. Realmente está ahí. Les habla tal y como lo hacía cuando estaba vivo. Jesús penetra en los pensamientos de los discípulos. Siente que es necesario un segundo paso para despejar las dudas sobre su identidad. Así, los invita: «Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24,39). Y entonces les muestra sus pies y sus manos. De esa forma comprueban que la identidad del Resucitado es la del Maestro a quien siguen. Jesús no es una simple aparición. Ha resucitado en cuerpo y alma. Lucas ataca en este relato el concepto del cuerpo aparente, que probablemente se había extendido por la Iglesia primitiva. Dice a los cristianos que Jesús ha resucitado realmente y no sólo en la mente de los discípulos. Se ha hecho visible, tangible, accesible.

Los discípulos reaccionan ante las palabras de Jesús tocando sus pies y sus manos con asombro y alegría. Están abrumados por la felicidad, sobrepasados por la dicha. Pero es una dicha aún sin fe. Probablemente se trata tan sólo de un sentimiento, de un furor que no es duradero. Es una dicha que los maravilla, pero que no puede avanzar hasta hacerse fe. La fe siempre está relacionada con el reconocimiento y la confesión. Para que los discípulos puedan llegar a pasar del mero sentimiento de felicidad a la fe, Jesús les dice: «iTenéis algo de comer?» (Lc 24,41). Le dan un trozo de pez asado. «Lo tomó y comió delante de ellos» (Lc 24,43). Un espíritu no puede comer. El Resucitado es un hombre con carne y sangre. Puede hablar y puede comer. Y se le puede tocar. Jesús debe conducirlos hasta allí lentamente para que crean realmente en la Resurrección.

Quizá tú también experimentes las mismas dudas de los discípulos: dudas sobre la Resurrección, sobre la identidad del Resucitado y el crucificado, dudas sobre la existencia carnal del Resucitado. Lucas también quiere transformar tus dudas en fe. Tus dudas deben existir. Te empujarán a profundizar en tu fe y te liberarán de ilusiones y proyecciones. El Resucitado resuelve tus dudas, mostrándote sus manos y sus pies. Las heridas de sus pies y sus manos están glorificadas. Puedes experimentar la Resurrección cuando haces real la transformación en tus heridas. Tus heridas hacen referencia a todos los golpes que has recibido, al duro golpe de la muerte de tu padre o de tu madre, a las manos retraídas y rechazadas. Hieres tus pies cuando alguien te pisotea, cuando no te apoya, cuando no te acompaña. Al comulgar, el Resucitado reposa en tus manos heridas para que la luz de su amor brille en tus heridas.

Te deseo que el Resucitado disipe tus dudas y que te conduzca hacia la fe y hacia la dicha, para que puedas decir con todo tu corazón: «El Señor ha resucitado realmente. También ha resucitado para mí. Se levanta en mí. Vive en cuerpo en mí y transforma también las heridas de mis pies y mis manos para que en mis heridas brille la luz de Dios».