Capítulo tercero

LOS LIBROS SAGRADOS


Después de haber estudiado el hecho de la inspiración en los libros sagrados, debemos examinar ahora sus consecuencias en los libros que de ella resultaron. Los autores que exponen esta cuestión oscilan generalmente entre los métodos, según la formación de su mente y las disciplinas a que están acostumbrados. Los unos, como teólogos deductivos, sacan de la doctrina de la inspiración las consecuencias que les parecen imponerse, tratando de darle la suficiente flexibilidad para que se adapten a los diferentes casos que hay que considerar 1. Los otros, partiendo de los libros bíblicos tal como les aparecen al final de su trabajo crítico, se esfuerzan por descubrir bajo estas palabras humanas el mensaje de Dios que en ellos se expresa. Aplicados correctamente, los dos métodos deberían converger. En cambio, si se practican aisladamente, entrañan grandes peligros. El primero tiene el grave inconveniente de no integrar suficientemente los resultados de la. crítica en la elaboración de la reflexión teológica, como si la crítica fuera un quehacer profano del

1. Por lo demás, hojeando los tratados clásicos se comprobará que estas consecuencias se reducen de ordinario a la inerrancia. Esta problemática un tanto restringida es superada por J. SCHILDENBERGER, Vom Geheimnis des Gotteswortes, p. 38-69; Fin y contenido de la Escritura.

que pudiera prescindir la teología; por esto mismo el teólogo, se expone a hallarse en tensión perpetua con el exegeta, sin contar que puede además llegar a callejones sin salida, como lo han mostrado tantas discusiones sobre la inerrancia bíblica durante el siglo pasado 2. En la segunda manera de proceder, el peligro consiste por el contrario en insistir tanto en el aspecto humano de la Escritura que su trascendencia quede más o menos enmascarada: en lugar de hallar en ella la revelación divina como un dato absoluto, puede ocurrir que se vea ante todo un pensamiento humano en el que se refractó en cierto modo este dato. De ahí las acusaciones contrarias que se lanzarán mutuamente críticos y teólogos. Controversias muy recientes muestran que la hipótesis no tiene nada de quimérico3.

En el fondo, estos dos peligros contrarios son 'idénticos a los que acechan a la teología de la encarnación: los puros críticos caerían fácilmente en una especie de nestorianismo bíblico, y los puros teólogos en un monofisismo inconsciente. Ahora bien, hay que salir al paso a los dos peligros a la vez, para lo cual no basta con denunciar el de la otra parte. La única solución consiste en jugar con los dos tableros, en apelar conjuntamente a las indicaciones de la exégesis y a los recursos de la reflexión teológica para combinar sus datos. Las resultados sólidos de una sana crítica proporcionan el medio de operar esta síntesis sin especial dificultad 4. De dos cuestiones vamos a tratar sucesivamente. En primer lugar examinaremos en forma muy general las consecuencias de la inspiración en los. libros santos. Esta exposición preliminar nos permitirá abordar luego el punto más delicado: el de la inerrancia, o mejor dicho el de la verdad de la Escritura.

 

§ I. LA PALABRA DE DIOS EN LENGUAJE HUMANO

La primera consecuencia de la inspiración es la naturaleza humano-divina de la Escritura: ésta encierra la palabra de Dios en

2. Infra, p. 143-145.
3. Infra, p. 168, nota 134.
4. Esta conjunción de la crítica y de la teología la realiza muy bien G. Auzou, La
Parcele de Diem. Approches du mystére des saintes Écritures, París '1960; pero el fin y el género de la obra excluyen el examen técnico de los problemas discutidos aquí.

Ienguaje humano. Aquí hay que guardarse de concepciones simplistas, como si la Escritura perteneciera a la teología en cuanto palabra de Dios, y a la crítica en cuanto lenguaje humano. Tal dicotomía ignoraría la realidad de las cosas: en la Escritura todo es de Dios y todo es del hombre; todo viene de Dios, pero todo pasa por el hombre. Tanto si se estudia su pensamiento o su lenguaje, importa, pues, aplicar un enfoque que ponga en evidencia esta acción común de Dios y del hombre. Un aspecto particular de los libros sagrados va a facilitarnos el elemento deseado que permite establecer el enlace entre la teología y la crítica: es el puesto que ocupan en la vida del pueblo de Dios y las funciones específicas que en ella desempeñan. En efecto, el estudio profundizado del carisma escriturario ha mostrado que, en los autores sagrados, éste se inserta siempre en el carisma funcional relativo a la misión que les es propia 5: de profeta, apóstol, sacerdote, escriba, didáscalo, etc. Así también los libros escritos por ellos tienen una relación muy estrecha con la vida de la comunidad donde nacen, ya se trate de Israel o de la Iglesia primitiva: constituyen para ella una literatura funcional, cuyo contenido y forma son correlativos a sus estructuras, a sus necesidades prácticas, a sus actividades específicas. En comprobar este hecho, capital coinciden la crítica y la teología. Ahora bien sus consecuencias son de la mayor importancia.

En toda época la vida del pueblo de Dios está regida por dos factores: 1) El primero es la palabra de Dios, a la que el hombre debe responder con su fe. Bajo este respecto la vida del pueblo de Dios es por esencia un diálogo entre Dios y el hombre. En cuanto literatura funcional de ese pueblo, los libros sagrados están ordenados a fijar por escrito, bajo la garantía de Dios mismo, las dos. facetas del diálogo, captándola en lo vivo durante los siglos en que la revelación está en curso, de desarrollo. Bajo esta forma concreta se nos presenta a nosotros la palabra de Dios, cuando nos alcanza para exigir nuestra fe. 2) Mas, por otra parte, la vida del pueblo de Dios está también sujeta constantemente a condicionamientos humanos de todas clases: una historia, las estructuras institucionales de una sociedad que experimenta mutaciones sucesivas, una civilización y

5. Supra, p. 87-90, 94-98.

una cultura en perpetua evolución... Los libros sagrados, en cuanto literatura funcional de esta comunidad humana, se sirven del lenguaje que conviene en cada caso particular a los hombres para quienes son escritos. En ellos la palabra de Dios se amolda a todas las variedades de que es susceptible la palabra humana, en el marco vivo en que reviste forma literaria.

 

I. LA ESCRITURA COMO PALABRA DE DIOS

La Escritura contiene la palabra de Dios dirigida a los hombres con miras a su salvación. De ahí resulta que más allá de su diversidad de superficie, posee una unidad profunda: unidad de objeto o, más exactamente, de punto de vista.

1. EL OBJETO ÚNICO DE LA ESCRITURA

Como la encarnación y como la Iglesia, los libros sagrados son un elemento esencial de la economía de la salvación. Traducen su misterio en lenguaje humano; este misterio constituye así su único objeto, como es también el objeto único de la revelación. No significa esto que este misterio aparezca en ellos bajo la forma de un sistema ideológica cuidadosamente construido y repetido por todas partes, cuyos datos se pueden deducir a partir de algunos principios y cuyos artículos se encadenen lógicamente como en un tratado filosófico. Su unidad es de otro orden: es la de un organismo sobrenatural enteramente articulado, tanto en el plano de la historia y de las instituciones como en el de la expresión doctrinal, sobre la persona del Verbo hecho carne. Es cierto que Jesucristo, piedra clave de todo el conjunto, no se manifestó en el mundo sino muy tarde, «en la plenitud de los tiempos» (Gál 4, 4). Pero una vez ocurrida esta manifestación histórica, apareció con toda razón como el foco único hacia el que convergían ya las líneas de la revelación preparatoria6. Así el misterio de nuestra salvación en Cristo constituye el único' objeto de que nos hablan todas las páginas de los dos

6. Sentido cristiano del AT, p. 427-431.

Testamentos, aun cuando en el Antiguo su formulación literaria esté involucrada, sea imperfecta y parcialmente implícita.

La presentación de este misterio no adopta tampoco en ellos el tenor de las exposiciones sistemáticas a que se ha habituado nuestro pensar teológico. Se integra, como acabamos de decir, en el diálogo que prosigue de siglo en siglo entre Dios y su pueblo: el Verbo de Dios habla a los hombres (por los profetas, luego en persona, finalmente por sus enviados), y su palabra suscita en ellos una respuesta de fe. En los libros sagrados se dejan oir alternativamente esta interpelación y esta respuesta, y así es como la revelación del misterio adopta forma literaria. Por esta razón la palabra que lo revela está siempre profundamente implicada en el tiempo. A cualquier nivel que se la considere, es un mensaje particular destinado a tales hombres de tal época, a los que Dios llama entonces a formar la comunidad de salvación. Los autores mismos que la transmiten no se dirigen a esta comunidad desde el exterior; muy al contrario, participan en su fe, en su vida, en su drama. El diálogo entre Dios y su pueblo lo conocen desde dentro, por su experiencia personal; el misterio de que dan testimonio 4o viven por su propia cuenta. Esto no bastaría para hacer de sus libros palabra de Dios en el sentido fuerte del término; pero esto establece un vínculo muy profundo entre su mensaje y su situación en la existencia. Aquí viene a insertarse el carisma escriturario, ligado siempre a un carisma funcional que corresponde exactamente a esta situación. Entonces los autores sagrados, bajo la moción divina, traducen en forma auténtica las dos facetas del diálogo entre Dios y su pueblo. Así es como el misterio de Cristo se ve progresivamente descubierto a medida que se va desplegando en la historia humana. Evidentemente, en los escritores anteriores al advenimiento de Jesús el conocimiento de fe y el conocimiento carismático no alcanzan nunca este misterio sino bajo un velo, que lo oculta parcialmente a sus miradas 7. Pero por muy imperfecta que sea todavía su manera de traducirlo, no por ello deja de constituir el objeto de su testimonio.

7. Se puede insistir sobre la realidad de esta fe en el misterio de Cristo en el Antiguo Testamento, con tal de añadir que todavía contiene mucho de implícito. A Cristo sólo se le conoce «bajo el velo de las figuras», hasta el día en que su manifestación en la historja humana permita que desaparezcan las figuras ante la realidad que ellas mismas significaban. Cf. Sentido cristiano del AT, p. 160 s, 431.


II. EL PUNTO DE VISTA DE LA ESCRITURA

Precisemos lo que hay que entender aquí por objeto único. Es notorio, en efecto, que la Escritura afecta a multitud de terrenos : como literatura funcional del pueblo de Dios refleja normalmente todos los aspectos de su vida, de su experiencia, de su pensamiento durante los dos milenios que dura la historia de la revelación. Pero hay un factor que unifica en profundidad esta diversidad operante. Ninguno de los elementos particulares que figuran en los libros sagrados se integra en ellos en forma incondicional. Aun cuando ocupe en ellos un puesto considerable y se sitúe en el primer plano de los mismos, los autores sagrados sólo se interesan por él desde un único punto de vista: su relación con el misterio de la salvación. En lenguaje escolástico, útil aquí por su precisión, diremos que es el objeto formal «qua» de su testimonio, sea cual fuere su objeto material. Este hecho es una consecuencia directa de la inspiración escrituraria. Ésta tiene como efecto elevar al autor sagrado a un ángulo de visión que se subordina al del Verba mismo, cuyo instrumento ha venido a ser este hombre. Consiguientemente, los juicios de verdad y los juicios de valor que formula con vistas al libro que ha de escribir, su elección de los materiales y finalmente sus aserciones positivas se efectúan en esta perspectiva única que define su formalidad. Ahora bien, también aquí el razonamiento teológico coincide sin dificultad con los datos de la crítica. En efecto, la vida de la comunidad de salvación, cuya literatura funcional son los libros bíblicos, no tiene tampoco por su parte sino un centro de interés: la relación de los hombres con el Dios vivo en la economía religiosa definida por las dos alianzas; su participación en el misterio de la salvación según la medida y en la manera que convienen a cada tiempo.

Considerando la Escritura como palabra de Dios vemos así aparecer un principio fundamental que hallará más abajo aplicaciones importantes. Cuando examinemos las discusiones suscitadas por la crítica a propósito de la verdad de la Escritura, nos permitirá descartar las cuestiones mal planteadas y las soluciones sofísticas.

 

II. LA PALABRA DE DIOS EN SU EXPRESIÓN HUMANA

Pasemos ahora a la otra faz de las cosas. Para llegar a los espíritus de los hombres, la palabra de Dios asumió las particularidades del lenguaje humano, tales como existían en el medio en que vivían sus depositarios 8. Este dato de sentido común suscita dos clases de cuestiones. 1) Dada la originalidad de la revelación con respecto a cualquier otra corriente de pensamiento, incluso y sobre todo de orden religioso, ¿no deberemos decir que se creó un lenguaje y formas literarias específicas? 2) Pero por otra parte, dada la inserción de la revelación en una comunidad histórica determinada, este lenguaje y estas formas literarias ¿no estuvieron sujetos a toda clase de condicionamientos culturales que los ponían en estrecha relación con los de las civilizaciones circundantes?


I. CARACTERES ESPECÍFICOS DE LA LITERATURA BÍBLICA

1. El problema del lenguaje 9

a) Del lenguaje común al lenguaje religioso. El lenguaje humano, expresión del pensamiento, medio de comunicación social10, está condicionado por la experiencia sensible en función de la cual fue elaborada. Sea cual fuere el grado de abstracción que alcance, se le puede aplicar un adagio paralelo al tan conocido principio: Nihil in intellectu, quod non prius fuerit in sensu. Si se quiere, pues, que traduzca esa experiencia original que es la relación religiosa de los hombres con Dios, hay que operar en él una verdadera transmutación: después de haber seleccionado palabras, asociaciones de imágenes, etc., se las transpone, se les da una nueva carga, se les confiere finalmente un alcance que no tenían en su origen. Se crea así un lenguaje técnico adaptado a las necesidades de un terreno especial,

  1. Algunas indicaciones en J. LEVIE, La Bible, parole humaine et message de Dieu, p. 241-275. Análisis más riguroso del problema en G. Auzou, op. cit., p. 88-163.

  2. Sentido cristiano del AT, p. 431-435, X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, p. 19-24. J. A. HUTCHINSON, Language and Faith: Studies in Sign, Symbol and Meaning, Filadelfia 1963.

  3. Sobre los problemas generales del lenguaje, cf. infra, p. 133, nota 31.

que es el de la experiencia religiosa. Esta creación no se abandona al azar o al capricho. Reposa en la percepción, más o menos neta y consciente, de las conexiones y analogías que existen entre los dos órdenes de experiencia en que se traduce la vida: la experiencia exterior de nuestras, relaciones con el mundo y con los otros hombres, la experiencia íntima de nuestras relaciones con Dios. Tal es la base simbólica sobre la que resultan posibles por una parte una representación del mundo divino, y por otra parte una expresión de nuestras relaciones con él 11. Para pensar en el Creador o para hablar de Él se toma como punto de partida el reflejo que Él mismo ha dejado en sus criaturas (Rom 1, 20); para hablarle se utiliza el lenguaje articulado o de gestos que sirve comúnmente para traducir las relaciones humanas.

Sin embargo, en la práctica no es tan sencilla la cuestión. Pues la revelación natural resulta ambigua para la humanidad pecadora. En más de un caso está expuesta a ser entendida torcidamente. Entonces los simbolismos objetivos a que recurre espontáneamente el lenguaje religioso se degrada o se llenan de un contenido erróneo. Es el drama común de los mitos y de los ritos, en el marco de todas las religiones paganas. Uno de los aspectos mayores de la revelación bíblica consiste en volver a poner en orden estos simbolismos con vistas a la creación de un lenguaje religioso correcto. Como se ve a cada página de la Escritura, muchos símbolos comunes a todos los lenguajes religiosos y consagrados por un empleo duradero en el medio oriental, son aquí reasumidos y explotados. Restituidos a una perspectiva exacta, expresan en forma auténtica el conocimiento del Dios vivo y las relaciones que su pueblo mantiene con Él. Por ejemplo, se dan a Dios los títulos de rey, de padre, de esposo, etc. Estas expresiones son accesibles a todo el mundo, puesto que se refieren a la experiencia humana más común; pero se

11. Aquí no nos toca examinar los diversos papeles de la palabra en la religión (cf. G. VAN DER LEEUw, La religión dans son essence et ses manifestations, trad. fr., París 1955, p. 394-438). Sobre el papel de los símbolos en la expresión del pensamiento religioso y en la esfera ritual, cf. M. ÉLIADE, Traité d'histoire des religions, París 1949, (trad. castellana: Tratado de historia de las religiones, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1954; repertorio sistemático de los símbolos generales utilizados en las diversas corrientes religiosas). P. Ricoaus, Finitude et culpabilité, sI. La symbolique du mal, París 1960, p. 11.25, 154-165; Symbolique et temporalité, en Herméneutique et tradition (coloquio internacional de Roma), Roma-París 1963, p. 5-31.

las ha despojado de las resonancias particulares que habían asumido en los mitos politeístas 12. Así también el uso de los símbolos implica en el Antiguo Testamento una reasunción de las oblaciones sacrificiales, de los lugares y tiempos sagrados, etc.; pero estos ritos comunes a todas las corrientes religiosas fueron purificados de las ambigüedades o desviaciones de que adolecían en los cultos naturistas del antiguo oriente.

b) El lenguaje específico de la revelación 13. Sin embargo, la purificación del lenguaje religioso común no es el punto esencial de la revelación bíblica. Ésta tiene como fin principal notificar a los hombres el misterio de la salvación, cuyo centro es Cristo. No podría hacerlo sin hallar un lenguaje adecuado, simbólico también, pero diferente del que se basa en las experiencias humanas de carácter universal. Los símbolos que se habrán de utilizar deberán enraizarse aquí en una experiencia particular, intrínsecamente ligada con el misterio mismo de la salvación. Esta experiencia es ante todo aquella con que fueron privilegiados los apóstoles : el contacto inmediato con el Verbo hecho carne (cf. 1 Jn 1, 1-3). En efecto, la humanidad de Jesús no era un símbolo cualquiera de las realidades divinas; era su signo perfecto, su sacramento. Pero era necesario además que Jesús mismo tuviera un medio de comunicación con sus contemporáneos para hacerles comprender lo que Él hacía y lo que era; y sus testigos debían luego disponer de un lenguaje susceptible de expresar correctamente su experiencia. El Antiguo Testamento cuidó de la formación de este lenguaje específico, preadaptado a la traducción del misterio de Cristo. Por lo demás, desde esta época sirvió para traducir una revelación anticipada de este misterio, considerado en algunos de sus aspectos constitutivos. Ahora bien, tenía un punto de partida muy preciso: la experiencia original del pueblo al que se había concedido la revelación.

En efecto, la revelación no tuvo como único vehículo la palabra de los enviados divinos. Los acontecimientos de la historia de Israel, sus instituciones religiosas y civiles, los personajes que daban a su destino una orientación decisiva, fueron así dispuestos por Dios

  1. Acerca de la imagen de Dios Padre, cf. W. MARCEL, Abba, Padre. El mensaje del Padre en el NT, Herder, Barcelona 1967, p. 7.136.

  2. Cf. M. J. CONGAR, La fe y la teología, p. 26.32 de la edición francesa.

con vistas al misterio de la salvación; no solamente porque preparaban su advenimiento futuro, sino también porque prefiguraban sus rasgos en diversos respectos 14. Simultáneamente la experiencia humana más concreta y más embebida en el mundo visible, pero también la más particular que darse pueda, revistió el valor de una experiencia de fe, cuyo significado iluminan progresivamente los enviados divinos. Así fue como nació una simbólica nueva sin pareja en las otras religiones, puesto que estaba ligada con 'lo, que en otras partes no podía jamás integrarse en el pensamiento religioso: la historia humana en su proceso irreversible y en sus acontecimientos singulares 15. En este marco los símbolos más comunes del lenguaje religioso tomaron una coloración específica. Por ejemplo, las nociones del Dios-padre y del Dios-esposo adquirieron un sentido absolutamente nuevo por su enlace con la experiencia del Éxodo y de la alianza del Sinaí 16. En una palabra, la experiencia propia de Israel como pueblo de Dios forjó las categorías mentales en que podría expresarse el misterio de la salvación. En efecto, el Nuevo Testamento se refirió siempre a estas categorías para hablar de dicho misterio: Jesús mismo, naciendo de Israel y recibiendo una educación judía, comenzó asumiéndolas 17; después de Él sus testigos volvieron a utilizarlas para anunciar el evangelio a partir de las Escrituras.

c) Carácter normativo del lenguaje bíblico. Hay por tanto en los libros sagrados un lenguaje específico que no se puede reducir a ningún otro y que sigue siendo normativo para la teología de todos los tiempos. En efecto, la historia de los dos Testamentos es el único punto del espacio y del tiempo en que una experiencia humana ha desempeñado esta función reveladora que los simbolismos fundamentales del lenguaje bíblico dejaron consagrada para siempre. Esta historia es el único lugar en el que las categorías mentales del hombre han sido así refundidas bajo la presión directa de la reve-

14. Sentido cristiano del AT, p. 298.303. G. Auzou, La Parole de Dieu, p. 167 ss (La historia que es revelación). Cf. infra, p. 342 ss.

15. Cf. en particular M. ÉLIADE, Le mythe de l'éternel retour, París 1949, p. 139-240, sobre todo p. 152-156 (La historia considerada como teofanía). H. DUMÉRY, Phénoménologia et religion, París 1958, p. 6.26.

16. P. GRELOT, Le couple humain dans rÉcriture, París 21964, p. 50 ss. En cuanto al título de Padre, cf. W. MARCIEL, op. cit., p. 18-41.

17. Infra, cap. vi, p. 331 ss.

lación en función del misterio de Cristo cuya traducción auténtica debían facilitar. El hecho de que los dos Testamentos usaran sucesivamente de la 'lengua hebrea (o aramea) y de la lengua griega, no significa que las categorías connaturales a estas lenguas se vieran elevadas por sí mismas al estado de normas 18. Más bien fueron las primeras que experimentaron esta refundición que las conformaba con las exigencias de una experiencia sui generis: la de la vida en Cristo, anticipada en forma incompleta en el Antiguo Testamento, realizada en plenitud en el Nuevo. Al mismo tiempo las palabras, la fraseología, las asociaciones de imágenes, etc., adquirieron en él una densidad particular que vuelve a encontrarse, sustancialmente idéntica, bajo la doble vestidura semítica y griega.

En este lenguaje específico no aparece casi en ninguna parte la abstracción. Este hecho tiene la ventaja inapreciable de no solidarizado con ningún sistema filosófico particular. Pero cuando la teología cristiana recurra al lenguaje de las filosofías para poner la revelación al alcance de los espíritus habituados a esta forma de pensar, habrá de referirse a este lenguaje específico de la Escritura para refundir aquellos sistemas e imponerles una carga de pensamiento que no habían podido prever las filosofías paganas 19. Las palabras humanas adquirieron un verdadero valor normativo desde que el Verbo de Dios las empleó para hablar a los hombres, ya en persona, ya por intermedio de sus profetas o de sus apóstoles.

2. El problema de las formas literarias20

a) Principio general. En toda obra 'literaria, sea cual fuere, el lenguaje humano se vierte en moldes generales que determinan el alcance de las palabras, de las frases y de todos los elementos com:-

18. C. TRESMONTANT, Essai sur la pensée hébraique, París 1953, identificaba en forma excesiva pensamiento hebraico y pensamiento bíblico, utilizando el pensamiento griego como medio para hacer resaltar el contraste. No conviene exagerar esta manera de ver, como lo diremos más adelante.

19. Cf. los ejemplos dados a propósito de la teología medieval por M. D. CuaNu, Vocabulaire biblique et vocabulaire théologique, NRT, 1952, p. 1029-1041 (= La foi dans i'intelligence, París 1964, p. 171-186).

20. A. ROBERT, art. Littéraires (Genres), en DBS, t. 5, col. 405-421. Aun utilizando aquí los datos suministrados por la crítica, nos limitamos a ideas generales. Lo esencial es, en efecto, ver el lugar que los géneros literarios ocupan en la teología del libro inspirado.

ponentes. Aquí no se trata únicamente de formas estilísticas, sino de géneros literarios en los que se sitúan estas formas. Ahora bien, estos géneros no se dejan nunca al arbitrio de cada autor. Le son impuestos por su medio social, aun cuando él mismo haga de ellos un uso original que influye en su evolución ulterior. Se puede decir que definen las convenciones de lenguaje dentro de las cuales se hace posible la comunicación entre un escritor y su público. Así corresponden a la mentalidad, a la cultura, a las costumbres de tal grupo social determinado, cuyas necesidades o deseos quiere colmar el escritor. Los libros sagrados no podrían escapar a esta ley, y se comprende que la encíclica Divino afflante Spiritu haya insistido fuertemente en ello 21 desarrollando una sugerencia elemental de Spiritus Paraclitus22.

Sin embargo, el planteamiento mismo de este problema resulta con frecuencia equívoco, pues se mezclan en él dos cuestiones que están efectivamente ligadas, pero que convendría distinguir cuidadosamente. La primera, en la que todos piensan inmediatamente, es la diferencia que existe entre los géneros literarios modernos y los que solían cultivar los antiguos orientales, por ejemplo al narrar la historia. Es ésta una cuestión de cultura, que la encíclica por lo demás ha subrayado 23. Sin embargo, no es la más importante, puesto que se plantea otra que afecta mucho más íntimamente a la naturaleza de los libros sagrados. Éstos constituyen, como ya hemos dicho, la literatura funcional del pueblo de Dios; hay que preguntarse, pues, si por serlo no emplearán géneros literarios específicos o no conferirán una determinación específica a géneros de más amplio uso.

b) La Biblia. como literatura funcional. Volvemos a hallar aquí este aspecto de la Escritura que nos ha proporcionado ya preciosas informaciones. Los libros sagrados, escritos por hombres que ejercían ciertas funciones en el pueblo de Dios, fueron compuestos para responder a las necesidades de su vida desempeñando en ella deter-

21. Ench. B., 556-561. Cf. P. EUFRASIO DI CRISTO RE, I generi litterari e l'encíclica «Divino afflante Spiritu», en Questioni bibliche olla luce dell'enciclica, i, Roma 1949, p. 1-30 (con historia de la cuestión desde la encíclica Providentissimus). Volumen colectivo: Los géneros literarios de la S. Escritura, Barcelona 1957.

22. Ench. B., 448.

23. Ibid., 558-559.

minados papeles. Esta finalidad ilumina el fin, el andamiento general y los procedimientos de expresión de cada uno de ellos, puesto que el lugar que ocupaban respectivamente en la vida comunitaria imponía en la práctica su estructura literaria 24. Nos quedaríamos, por tanto, en la superficie de las cosas y comprometeríamos la correcta inteligencia de los libros sagrados si nos contentáramos con repartirlos artificialmente entre las grandes clases a que nos tienen acostumbrados nuestras literaturas modernas. Desde tal punto de vista tendríamos en el Antiguo Testamento libros históricos, libros proféticos, libros poéticos o sapienciales; en el Nuevo Testamento, libros históricos (los evangelios y los Hechos), epístolas y un libro profético (el Apocalipsis). El resultado de esta nueva clasificación pragmática sería el de asimilar completamente el género histórico practicado en los dos Testamentos al de nuestras historias modernas, exceptuando ciertas convenciones de escritura sin importancia real. Pero de hecho es errónea esta manera de ver las cosas, pues se olvida preguntar primeramente a la comunidad de cada Testamento lo que ella pensaba de su propia literatura, qué funciones confería a cada uno de los libros en cuestión, con qué fin y con qué espíritu fueron redactados.

El problema debe abordarse por el otro extremo, sin prejuicios de ninguna clase. Entonces se comprueba que ni nuestras literaturas modernas ni las de la antigüedad clásica u oriental nos proporcionan todos los elementos necesarios para apreciar los géneros literarios de la Biblia en lo que tienen de original y de irreductible. La razón es sencilla: ni la comunidad de Israel en los diferentes estadios de su desarrollo ni la Iglesia primitiva son agrupaciones religiosas idénticas en todos los puntos con las que las rodean. Su fe tiene caracteres propios, de donde dimanan ciertas necesidades particulares : su relación con la palabra de Dios rige la estructura de la tradición que la conserva, y al mismo tiempo explica el puesto asignado a la literatura profética; ,su relación con la experiencia histórica, compren-

24. Aquí se puede reconocer uno de los principios fundamentales de la formgeschichtliche Methode, centrado en la búsqueda del Sita mn Leben de los textos y de la forma a que da lugar. Si los utilizadores de este método han cometido errores de aplicación, esto no impide que el método mismo responda a una exigencia de la teología de la inspiración, como comprobaremos aquí. Lo que importa es hacer buen uso de él (cf. infra, p. 443 ss). Los que lo atacan por principio muestran sencillamente que no conocen su naturaleza ni su verdadero valor.

dida como una experiencia del designio de la salvación, determina la atención que se aplica a los acontecimientos, y explica también el puesto otorgado al testimonio histórico en los conjuntos literarios más diversos. Asimismo la comunidad israelita y la comunidad cristiana implican formas de culto y de enseñanza, se articulan sobre ministerios, etc., que determinan todavía más directamente las formas de expresión adoptadas por la literatura. Vamos a dar dos ejemplos tomados de cada uno de los dos Testamentos.

Grandes conjuntos literarios, como el Deuteronomio y los libros impregnados de su espíritu, desde Josué al 2.° libro de los Reyes, sólo pueden comprenderse correctamente si se descubre en ellos su relación exacta con la comunidad israelita de tal época 25, con sus problemas (religiosos, morales y sociales), su culto, sus medios influyentes, sus personalidades dominantes, etc. En efecto, los géneros literarios que aquí encontramos (jurídico, ritual, parenético, histórico, etc.) no tienen en el Antiguo Testamento sólo una existencia general que los reduciría en todas partes a un patrón uniforme, sino que todas sus realizaciones particulares llevan la marca del tiempo en que se produjeron. Dicho en otros términos: las formas que reviste la palabra de Dios en la literatura deuteronómica están condicionadas por una sociología religiosa determinada, que ilumina sus detalles y justifica su contenido.

Sin embargo, ésta no es sino una primera etapa del trabajo que se ha de hacer. En efecto, después de haber establecido el punto de inserción del Deuteronomio y de las obras conexas en la vida y en la historia de Israel al nivel de su edición final, hay que rehacer el mismo estudio a propósito de todos sus materiales constitutivos. Por ejemplo, si existen afinidades literarias entre la profesión de fe de Dt 26, 5-10, la catequesis final de Dt 6, 20-25 y el discurso sacerdotal de Jos 24, 1-15 seguido de una profesión de fe ritual (Jos 24, 16-24), esto no se debe a pura casualidad, sino es indicio de una relación común de todos estos pasajes con una cierta forma de culto 26. Y si estos diversos pasajes no se pueden finalmente

25. Sobre estos problemas v. H. CAZELLES, en la Introducción a la Biblia, t. i, p. 371-375; J. DELORME, p. 384-386, 399-402, 423-427.

26. Este punto ha sido puesto en claro por G. vox RAn, Das formgeschichtliche Problem des Hexateuch, 1938, p. 23-30 (reproducido en Gesammelte Studien zum Penteteuch, p. 33-41).

reducir a ninguno de los patrones clásicos atestiguados en las literaturas del antiguo oriente, esta originalidad literaria es indicio de una originalidad más profunda que alcanza el plano del pensamiento y que pone a la religión del Antiguo Testamento en una situación aparte: sea cual fuere el género de los textos, revelan los estrechos vínculos que unen al culto con una cierta experiencia histórica, que fue en Israel mediadora de revelación. El análisis de la forma literaria permitirá por tanto apreciar en su justo valor el testimonio de los textos en cuestión en todos los planos en que se sitúa: histórica, dogmático, cultual... Así es como se podrá comprender su alcance como palabra de Dios. El mismo trabajo hay que hacer con todos los escritas del Antiguo Testamento, sea al nivel de su edición definitiva, sea al de sus redacciones más antiguas, o de sus fuentes.

En el Nuevo Testamento la vida de la Iglesia primitiva condiciona de la misma manera la redacción de los libras sagrados. Veamos el ejemplo de los evangelios. Estos libros no son Vidas de Jesús, escritas con las preocupaciones y el método de los historiadores modernos y ni siquiera de los historiadores griegos 27. Cada uno de ellos, tomado globalmente, presenta concretamente la buena nueva del reino de Dios y de la salvación, realizados en Jesucristo según las promesas de las Escrituras. Como tal, el género evangelio no tiene equivalente en ninguna otra religión, ni siquiera en el judaísmo, cuya literatura se supone sin embargo conocida. Es una forma literaria específicamente cristiana, que no se comprende sino en función de la predicación cristiana, tal como se halla en los discursos de los Hechos o en las epístolas paulinas. Los libritos que la emplean tienen así un puesto bien establecido en la vida de las comunidades cristianas: responden a sus necesidades catequéticas más fundamentales. Podemos, sin embargo, y debemos remontarnos más atrás que este estadio final de su composición literaria y plantear las mismas cuestiones a propósito de cada uno de los materiales que los constituyen. En cada caso particular hallaremos así en el trasfondo de los textos los centros de interés de la Iglesia apostó-

27. J. Mito?. - X. LÉON.DUFOUR, L'Évangile et les évangües, París 1954 (particularmente el cap. 1). X. LEON DUFURs et l'histoire de Jésus, París 1963, p. 213-220. D. M. SrAiLEY, Les évengiles, histo:re du salut, en Catholiques et protestents: Confrontations théologiques, trad. fr., París 1963, p. 115-148.

tica, los diversos aspectos de su vida comunitaria, las funciones jerárquicas que la estructuraban, etc.28. Con otras palabras: en el interior del género evangelio, los materiales integrados en nuestros libritos se diversifican y distribuyen entre un cierto número de géneros más especializados, todos los cuales responden a fines prácticos bastante fáciles de establecer. El estudio de estos géneros no puede hacerse sin un estudio paralelo del medio en que tomaron forma las tradiciones evangélicas, puesto que su forma fue impuesta prácticamente por las exigencias de este medio. Así es como se pondrá en evidencia el valor propio de todos los elementos encerrados por los textos y su alcance exacto como palabra de Dios.

Vemos de qué manera debe conducirse el estudio de los géneros literarios en los libros bíblicos, y cómo la clave del problema consiste en la relación de esta literatura funcional con el medio religioso en que nace.


II. LOS CONDICIONAMIENTOS HUMANOS DE LA PALABRA DE DIOS

Después de haber insistido en el carácter específico del lenguaje y de las formas literarias empleadas en la Biblia, hay que considerar ahora el otro aspecto de la cuestión. La palabra de Dios, tomando forma en tal sociedad determinada, se sometió a toda clase de condicionamientos humanos, imposibles de evitar: los de la estructura de espíritu y de la mentalidad, del grado y de las formas de cultura.

El hecho podría estudiarse en el caso de Cristo mismo. Jesús habló hebreo o arameo; proporcionó la expresión de su mensaje y la presentación de su misterio a la mentalidad de sus oyentes y a su grado de cultura; usó formas literarias que les eran familiares, aun cuando lo hizo con originalidad; se sirvió de los términos clave de la teología judía, aun cuando les dio un contenido inédito; se adaptó a una visión del mundo, del hombre, de la sociedad, de la historia, que era entonces corriente, rectificándola únicamente allí donde habría traicionado la realidad misteriosa que tenía que revelar. Haciéndose carne, asumiendo una humanidad individual, el Verbo no sólo limitó su contacto con las sociedades y las culturas

28. X. LÉON-DUFOUR, en Introducción a la Biblia, t. II, p. 294-298; en L'Avangile et les évangiles, p. 58-75; en Les évangiles et 1'histoire de Tésus, p. 266.280.

que se suceden en el transcurso de los tiempos, sino que además se sujetó a adoptar el lenguaje y las. costumbres del medio bastante estrecho en que había querido nacer, hasta un punto que puede parecemos desconcertante. Esta condescendencia 29, ligada a la encarnación, es un aspecto esencial de la pedagogía divina.

Volvernos a hallarla a fortiori en el caso de los escritores sagrados, cuya actividad fue asumida por el Verbo en un grado' evidentemente menor que en el caso de la unión hipostática 30: la inspiración respetó plenamente las singularidades individuales de estos instrumentos humanos, forzosamente limitados, imperfectos y hasta deficientes en determinados puntos. Aquí notaremos dos consecuencias que conciernen al problema del lenguaje de la Escritura y al de los géneros literarios.

1. El problema del lenguaje

a) Lenguas y mentalidades en la condición actual del hombre. Todo lenguaje toma forma en una lengua determinada 31. Ahora bien, una lengua no es una simple síntesis de referencias sonoras, que se pueda intercambiar con todos los sistemas paralelos. Refleja una cierta estructura mental, que supone una captación original del mundo, y de la existencia, íntimamente ligada con los estratos profundos de la vida psíquica. Este modo de ver las cosas parece completamente natural a los que hablan 'la lengua en cuestión, pues les falta distancia para hacer su crítica. Sin embargo, tal visión no

  1. Encíclica Divino afflante Spiritu, en Ench. B., 559 (con referencia a san Juan Crisóstomo).

  2. Supra, p. 100 s.

  3. Independientemente de los análisis técnicos (cf. infra, p. 440), el pensamiento contemporáneo ha fijado frecuentemente su atención en el problema filosófico del lenguaje. Cf. por ejemplo: B. PARAIN, Recherches sur la nature et les fonctions du langage, París 1942; L. LAVELLE, La parole et l'écriture, París 1942; M. MERLEAU-PONTY, Phénoménologie de la perception, París 1945, p. 203-232; G. GUSDORF, La parole, París 1963. Sin embargo, analizando en abstracto el fenómeno del lenguaje, se dejan de lado las cuestiones planteadas por la diversidad de las lenguas (así todavía F. GABORIAU, Phénoménologie de l'existence, Gravitations 2, Tournai-París 1963, p. 67-109, especialmente p. 70 s). Ahora bien, este problema es capital para la apreciación del lenguaje bíblico. Suscitado por F. DE SAUSSURE, Cours de linguistique général (reed., París 1964), sirve actualmente de punto de partida a C. LÉVI-STRAUSS, Anthropologie structurale, París 1962, criticado por P. RICOEUR, Symbolique et temporalité, en Herméneutique et tradition, Roma-París 1963, p. 1-31. No tenemos por qué entrar en el estudio detallado de este problema, pero no podemos dejar de lado algunos de sus datos.

puede tener pretensiones de universalidad ni confundirse con el absoluto del espíritu humano; no es nunca sino una actuación particular de éste, más o menos rica, más o menos extensa, más o menos apta para percibir y traducir sus valores, que ella ordena espontáneamente según un modo que le es propio. Ningún hombre puede disociar su pensamiento del sistema de referencias mentales que debe al medio en que ha sido educado. Aun cuando se vea en la necesidad de hacer saltar sus moldes para traducir ideas o experiencias nuevas, no lo logrará sino respetando primeramente el genio propio de la lengua que habla.

Entre las lenguas es posible la comunicación porque el espíritu humano es el mismo, fundamentalmente en todas partes. Pero no por ello son las lenguas menos irreducibles unas a otras, ya que los diversos aspectos de la experiencia humana se sienten en ellas diferentemente; tanto que para entenderse de una a otra se requiere siempre un difícil esfuerzo de despego de sí y de comprensión del otro. Esta fragmentación espiritual del género humano, indicio cierto de su condición pecadora (Gén 11, 1-9), no será superada sino en la consumación escatológica de la salvación (Is 66, 18; Ap 7, 9). De aquí a entonces la riquezas concretas del espíritu humano no pueden sacarse a la luz sino mediante el diálogo de las lenguas y de las culturas, en un esfuerzo de integración constantemente reanudado, pero nunca acabado 32.

Con esta diversidad de las lenguas se mezcla íntimamente la de las mentalidades, que afecta a una capa más profunda de la vida mental y no recubre exactamente la primera. El hecho ha sido analizado repetidas veces por J. Guitton, y precisamente a propósito de los 'libros sagrados 33. En efecto, la expresión del pensamiento humano no puede nunca abstraerse de cierto involucramiento que, como el lenguaje, es un dato social y corresponde a una experiencia particular de la vida. Variable según los tiempos y los medios, viene a colorear de manera especial esa captación de la existencia que

32. J. DANIÉLOU, La division des langues, en Essai sur le mystére de l'histoire, París 1953, p. 46-60. Trad. cast.: El misterio de la historia, Dinor, San Sebastián 1957.

33. J. GUITTON, Esprit et mentalité, IX congreso de filosofía (1937), reproducido en lean Guitton, «Revue Montalembert», número especial, 1962, p. 339-344; Portrait de Monsieur Pauget, París 1941, p. 107-137; Le développement des idées dan.: 1'Ancien Testament, Aix-en-Provence, 1947, p. 33-36, 85-88; Difficnités de croire, París 1948, p. 76-82.

toda obra literaria, según su género propio, trata siempre de traducir. También él está estrechamente adherido al espíritu, tanto que un hombre es sensible a la mentalidad ajena sin poder determinar exactamente las particularidades de la suya. Sin embargo, no sería un error grave hipostasiar a ésta, confiriéndole un valor universal y absoluto.

b) Lenguas y mentalidades en la Escritura. La Escritura no puede escapar a estas leyes fundamentales de 'la psicología humana. Es verdad que, para traducir la revelación divina, el lenguaje humano debió prestarse a una refundición. Pero de ello no se sigue que se pueda poner en el mismo plano el misterio sobrenatural revelado por la palabra de Dios y los medios de expresión, necesariamente particulares y limitados, de que hace uso. El conocimiento real del misterio de fe tomó la forma de ideas en el espíritu de los autores sagrados y se vertió en palabras para llegar al espíritu de los otros hombres y despertar en ellos la experiencia de la fe. Mas para guardar su pleno valor de significado, estas ideas y estas palabras deben entenderse según su intencionalidad 34. De esta forma lo que en ellas reviste carácter relativo será a la vez comprendido y superado.

Por lo que hace a las lenguas, la revelación asumió primeramente las categorías mentales de las lenguas semíticas (hebreo y arameo), no sin refundirlas para ordenarlas a sus fines. Es por tanto imposible saber exactamente lo que nos dice Dios en la Escritura sin conocerlas con precisión 35. Esto no quiere decir que tales categorías mentales fueran canonizadas en sí mismas, pero sí que sirvieron de instrumento providencial para permitir la primera toma

34. Esto no lo aceptarán los teólogos que parecen admitir una equivalencia total entre el conocimiento de fe y su enunciado conceptual, confundiendo así el conocimiento concreto de las realidades reveladas con el esfuerzo de expresión que trata de dar cuenta de ellas. Pero cuanto más rico es el conocimiento de fe, tanto más conciencia tiene el que lo posee de la impotencia de sus conceptos y de su lenguaje para traducir todo el contenido de aquél. Sólo puede aspirar a ello por diferentes caminos, y esta aspiración intencional es la que determina el sentido de sus conceptos y de sus palabras; éstas no pueden por tanto comprenderse exactamente sino teniendo en cuenta su intención subjetiva. El mismo esfuerzo debe hacerse frente a los datos escriturísticos: en cuanto lenguaje humano no deben disociarse de la intención expresiva que los dictó, puesto que se trata de alcanzar el pensamiento profundo de los autores sagrados, objetivamente en toda su riqueza, por intermedio del lenguaje.

35. G. Auzou, La Parole de Dieu, p. 151-163.

de conciencia de las realidades reveladas. Luego el paso del hebreo al griego mostró que el misterio de la salvación era susceptible de traducirse a todas las lenguas, con tal que éstas sufran la refundición que impone siempre la revelación 36. Así el griego de los Setenta 37 y del Nuevo Testamento, convirtiéndose en vehículo de la palabra de Dios, la revistió de sus coloraciones propias. De rechazo, la verdad divina se implantó sólidamente en la cultura griega. Es el primer paso hacia el estado final del pueblo de Dios, en el que la buena nueva debe anunciarse y la alabanza divina proclamarse en toda lengua (cf. Act 2, 6-11). Efectivamente, en la Iglesia la unidad de todos los espíritus en una misma fe no se realiza con la canonización de una lengua particular (por ejemplo, el siríaco, el griego o el latín), sino con un diálogo concertado de las lenguas y de las culturas, refundidas al contacto con el lenguaje normativo de la Escritura.

En cuanto a las mentalidades que en todos los estadios de la revelación condicionaron su expresión literaria, importa todavía más no confundirlas con lo absoluto de la palabra de Dios, cuyas envolturas constituían. Pero si se quiere apreciar correctamente su relatividad y sus límites, no hay que tomar como norma la mentalidad occidental del siglo xx 38. Es preciso por el contrario acercarse a ellas con una simpatía comprensiva, a fin de ver los problemas en cierto modo con los ojos de los escritores sagrados. Entonces los particularismos de su espíritu dejarán de ser una pantalla interpuesta entre la palabra de Dios y el hombre de hoy.

36. Al lado de consideraciones muy acertadas, hay manifiestas exageraciones en la obra de T. BoMA", Hebrew Thought Compared with Greek, Londres 1960. Una crítica rigurosa de la misma se hallará en el libro de J. BARR, The Semantics of Biblical Lenguages, Oxford 1961, p. 8-20 y passim.

37. C. H. Doran, The Bible and the Greek, Londres 1935, p. 1-95. J. CosTE, La premiére expérience de traduction biblique: La Septante, LMD 53 (1958) p. 56-88. La influencia lingüística del hebreo sobre el griego de los Setenta la subraya H. S. GEHMAN, The Hebraic Character of Septuagint, VT, 1951, p. 81-90.

38. ¿No se da el caso de que los teólogos cristianos juzguen demasiado rudimentario y demasiado poco preciso el lenguaje de los libros sagrados, o demasiado someras las concepciones que supone? Por ejemplo, se estimará muy primitiva la antropología de los autores sagrados, comparándola implícitamente con la de los filósofos griegos o de los modernos. ¿Qué hay que pensar de este complejo de superioridad?

2. El problema de los géneros literarios

a) La Biblia y las literaturas antiguas. Hemos subrayado más arriba los caracteres específicos de los géneros literarios empleados en la Biblia. Esto no quiere decir que fueran creados como algo completamente nuevo.

En el Antiguo Testamento se desarrollaron a partir de fórmulas corrientes que fueron refundidas para adaptarlas a las necesidades y a las exigencias de la religión de Israel. Existían leyes y rituales antes de la redacción de los códigos mosaicos, textos adivinatorios antes de los oráculos de los profetas, himnos litúrgicos antes de la composición de los salmos, colecciones sapienciales antes de la edición de los Proverbios, etc. Por tanto, es siempre pertinente buscar en el medio oriental lo que sirvió de punto de partida a los géneros literarios bíblicos, como también lo que pudo influir lateralmente en su desarrollo 39. Sólo hay que guardarse de exagerar las semejanzas , hasta el punto de olvidar los rasgos especítales. Por ejemplo, existen efectivamente paralelismos de fórmulas y de fraseología entre las respuestas oraculares dadas por los adivinos mesopotámicos o sirios y los oráculos de los profetas israelitas: si aportan a los hombres una palabra de Dios, no es para poner la ciencia divina al servicio de sus intereses cotidianos gracias a una técnica de consultación secreta, sino para revelarles, el designio de Dios en la historia humana con todos los elementos que éste implica. En estas condiciones el género quedó completamente transformado 40.

En el Nuevo Testamento se modifica el planteamiento del problema. En efecto, si bien la Iglesia primitiva se desarrolla sobre todo en el ámbito griego, sus textos literarios hunden sus raíces en el judaísmo (de lengua griega o de lengua hebreo-aramea), aun cuando acá o allá se pueda percibir una influencia lateral del helenismo 41. Hay por tanto que buscar en la literatura judía todo lo

39. H. CAZELLES y P. GRELOT, en Introducción a la Biblia, t. I, p. 138-144.

40. Cf. los estudios de A. NÉHER, L'essence du prophétisme, París 1955, y J. LINn-BLOM, Prophecy in Ancient Israel, Oxford 1962.

41. A. FEUILLET y P. GRELOT, en Introducción a la Biblia, t. I, p. 155-162. Cf. L. CERFAUX, ibid., t. 2, p. 342-343 (Hechos); J. CAMBIER, ibid., 364 ss (epístolas); M. E.

que puede ilustrar el origen de los géneros neotestamentarios: anécdotas biográficas relativas a los rabinos célebres, apocalipsis, sentencias y parábolas rabínicas, cartas cambiadas entre comunidades (cf. 2 Mac 1), exégesis de tipo rabínico, qumraniano o filoniano, etc. Únicamente habrá que guardarse de concluir, sobre la base de los paralelismos descubiertos, una identidad de espíritu y de pensamiento: los géneros neotestamentarios poseen rasgos específicos, ligados a la originalidad de la doctrina y de la experiencia espiritual que revelan. Vemos el servicio que puede prestar el método de comparación literaria: iluminando desde el exterior los textos bíblicos permite reconocer mejor sus caracteres propios y apreciar más exactamente su alcance 42.

b) Los géneros literarios y la evolución de la cultura. Desde la época de los patriarcas hasta el final de la era apostólica, el pueblo de Dios se halló constantemente en estado de evolución cultural, como todas las comunidades de 'la historia . Estuvo sucesivamente en contacto con las civilizaciones más diversas (egipcia, micénica, cananea, mesopotámica, persa, griega, romana) y asimiló de ellas múltiples elementos. Pasó de una cultura oral (en todo el Génesis no se menciona la escritura ni una .sola vez) 44 a una cultura en la

  1. Cuanta más atención se preste a este enraizamiento de los textos en la vida religiosa del pueblo de Dios, tanto menos tentados nos veremos a buscar en la Biblia géneros puramente profanos, como serían la poesía erótica sin referencia específicamente moral (problema del Cantar de los cantares), la reflexión de sabiduría sin referencia religiosa (problema de algunos proverbios), la historia-ciencia, preocupada únicamente por la fisonomía externa de los hechos, etc. No se niega que se pueda hallar vestigios indirectos de estos géneros, en forma de citas o de imitaciones (cf. A. BENTZEN, Introduction to the Old Testament, Copenhague 1948, t. I, p. 124 ss; O. EISSFELDT, Einleitung in das Alte Testament, Tubinga 21958, p. 101 ss). Pero desde este punto de vista, también se podría comparar el lirismo de Prudencio con el de Ausonio o de Horacio.

  2. Cf. P. GRELOT, La formación del Antiguo Testamento, en Introducción a la Biblia, 5. 1, p. 712-758 (esta evolución cultural se describe a grandes rasgos, como marco de la historia literaria del Antiguo Testamento).

  3. Desde este punto de vista, los héroes de la Ilíada se hallan en la misma situación que los patriarcas bíblicos. La única mención de la escritura que figura en el poema se halla en el episodio marginal de Belerofonte: éste, acusado falsamente por Antea, mujer de Preto, es enviado a Licia por Preto, llevando unas tabletas en las que éste ha escrito <signos funestos», es decir, una orden de muerte (canto 6, 168.179). La conducta de Antea es curiosamente paralela a la de la mujer de Putifar frente a José; pero la semejanza no pasa de aquí, pues las hazafias de Belerofonte parecen inspiradas remotamente en las de Gilgamés. Por lo que atañe a la escritura no se puede concluir que los aqueos de Agamenón la ignoraran, pues las tabletas micénicas en linear B contienen griego arcaico. Pero el uso que se hacía de ella era limitado, como debía suceder también en Canaán en la época de los patriarcas (en Gén 38, 18 Judá posee un sello que debe servir para sellar los contratos). Por lo demás, la tradición oral es la que sirve de vehículo de la cultura. Los paralelismos entre el Antiguo Testamento y los poemas homéricos han sido particularmente subrayados por C. H. GORDON, Homer and the Bible, en HUCA, 1955, p. 43-108; Before the Bible, Londres 1962. H. HAAG, Homer und das Alte Testament, en «Tübinger Theologische Quartalschrift», 1961, p. 1-24.

que lo escrito desempeñaba un papel cada vez más importante. Todos estos factores tuvieron repercusiones evidentes sobre la literatura. Los medios de expresión adaptados a las necesidades y a la mentalidad del antiguo Israel quedaron bastante anticuados en la época de la monarquía, y los que habían empleado los escribas judíos en el tiempo de la cautividad y de la restauración postexílica no estaban ya en vigor en los tiempos helenísticos y en la época romana. La continuidad de 'las formas literarias de una época a otra no' se mantuvo jamás sino a costa de metamorfosis con frecuencia muy profundas, como la que transformó el oráculo profético en apocalipsis 45. La inteligencia de los textos exige por tanto una atención constante a esta evolución de 'las formas en que se vertió la palabra de Dios.

Quizá sea en materia de historia donde son más sensibles esta evolución y esta diversidad; tanto mejor lo observamos cuanto que nuestra cultura tiene en este punto concepciones completamente diferentes de las de la antigüedad 46. De manera general se llamará histórico a todo texto que conserve el recuerdo del pasado, ya sea como documento, ya como reconstrucción sistemática. Ahora bien, hay mil maneras de hacerlo, todas ellas ligadas a la mentalidad y al grado de cultura que caracterizan a un determinado grupo, social. Cuando la intención didáctica de los autores bíblicos se refiere de alguna manera a la historia, no se puede nunca decir a priori a qué convenciones de escritura obedecen los textos que compusieron o las fuentes que utilizaron o reprodujeron. Hay tantos problemas como casos particulares, de modo que el género histórico es en realidad polimorfo, en la Biblia como en cualquier otra parte. Olvi-

45.. E. B. ALLo, Saint lean: L'Apocalypse, París 1933, p. xxtx-xxxly. B. VAWTER, Apocalyptic: Its Relations to Prophecy, CBQ, 1960, p. 33-46.

46. Volveremos a tratar detalladamente este punto a propósito de la verdad de la Escritura (infra, p 176 ss). Por el momento basta con señalarlo de paso.

darlo so pretexto de que la Biblia es palabra de Dios sería recaer en ese monofisismo bíblico' cuyo peligro hemos indicado, y sería exponerse a decir necedades. No es con nuestra medida de europeos del siglo xx como debemos calibrar los instrumentos humanos de que se sirvió el Verbo para hablar a los hombres de otro tiempo, aunque apuntando tras ellos a los de todas los tiempos. La inspiración, al asumir la psicología normal de cada autor sagrado, respetó su manera propia de expresarse. Cualquiera que sea la dificultad de los problemas planteados por esta diversidad de formas literarias, hay que mirarla de frente para comprender exactamente el mensaje de Dios. Decidir a priori que todos los relatos de la Sagrada Escritura pertenecen a la misma categoría sería proyectar arbitrariamente en el pasado bíblico una uniformidad que contradice a la historia de todas las culturas humanas.

 

§ II. LA VERDAD DE LA ESCRITURA

I. BREVE HISTORIA DEL PROBLEMA

 

El problema que abordamos ahora es tratado generalmente bajo el título de inerrancia bíblica 47. Pero esta formulación tiene un doble defecto. 1) Presenta bajo una luz negativa (la ausencia de error) lo que es un privilegio positivo. de la Escritura: en cuanto palabra de Dios y fijación escrita de la revelación participa de la verdad misma de Dios. 2) La preocupación de defender la Biblia contra los racionalistas que pretenden descubrir en ella errores no está exenta de peligros, pues se expone a encerrar al apologista en una problemática estrecha, cuya crítica debería comenzar por hacer;

47. E. MAxGExoT, art. Inspiration, DTC, t. 7/2, col. 2207-2266 (publicado en 1926, aunque la bibliografía y la discusión de las cuestiones reflejan el horizonte de 1910/1912); G. COURTADE, art. Inspiration-Inerrance, DBS, t. 4, col. 520-550; P. BErroIT, en La prophétie, p. 340-353; en Initiation biblique3, p. 34-44; cf. RB, 1956, p. 418-421. A. SEA, en Institutiones biblicae5, p. 85-98. J. SCHILDENBERGER, Das Geheimnis des Gotteswortes, p. 70-86; Inspiration et inerrance de la sainte Écriture, en Questions théologiques aujourd'hui, trad. fr., Brujas-París 1964, p. 149-169. G. CASTELLINO, L'inerranza della S. Scrittura, Turín 1949, H. Hi)PFL - L. LELOIR, Introductio generalis in Sacram Scripturam', p. 79-118. M. ADINOLFI, Ispirazione e inerranza, Roma 1962. J. SCHILDENBERGER es el único que da a su exposición el título de «La verdad de la Escritura»; pero vuelve también a la problemática clásica de la inerrancia.

sin contar que el estudio teológico de un misterio sobrenatural como la Escritura no debe dejarse restringir a las cuestiones de actualidad que la apologética está obligada a examinar en detalle. Esta visión de las cosas va a quedar confirmada con una breve historia del problema, que constituirá la mejor introducción a una formulación correcta del mismo.


I. DE LOS ORÍGENES CRISTIANOS AL SIGLO XVI

La creencia en la verdad de la Escritura está latente en toda la literatura teológica de la Iglesia; está incluida en la definición misma de la Escritura como palabra de Dios. En este punto es inútil multiplicar las citas. Pero' defendiendo esta creencia contra los ataques venidos de diferentes lados es como poco a poco se han ido entreviendo los problemas suscitados por ella. La primera alusión se halla en el Diálogo con Tritón de san Justino 48. El apologista cristiano presiente en su adversario judío la intención de ponerle en un aprieto haciéndole decir que las Escrituras se contradicen; él protesta enérgicamente y muestra en la interpretación cristiana de las promesas proféticas el medio de armonizarlas entre sí. La controversia se vuelve más dura a partir del momento en que la crítica pagana entra en lid con Celo, Porfirio y Juliano el Apóstata 49. Éstos descubren sobre todo contradicciones entre los dos Testamentos o entre los cuatro evangelistas. En función de esta problemática, san Jerónimo y san Agustín se sienten obligados a formular algunos principios. San Jerónimo 50 distingue el error propiamente dicho de las inexactitudes de pura forma, que él consiente en reconocer en ciertos pasajes evangélicos. San Agustín piensa que, en caso de contradicción aparente, vel mendosum esse codicem, vel

  1. Diálogo con Trifón, 65, 2; ed. G. ARCHAMBAULT, col. redes et documents, París 1909, p. 309-311.

  2. Este conocimiento de la crítica pagana nos lo proporcionan sobre todo los apologia tas cristianos que la refutan: Oafoanas, Contra Celsum, PG, 11, 641-1632; san CIRILO DE ALEJANDRfA, Contra Iulianum, PG, 76, 509-1064. Véanse las exposiciones de J. BAREILLE, art. Celse, DTC, t. 2/2, col. 2090-2100; L. VAGAN" art. Porphyre, DTC, t. 12/2, col. 2555-2590; P. BENot;, Un adversaire du christianisme au III" siécle, en «Exégése et théologie», t. 2, p. 428-435; J. VITEAU, art. folien l'Apostat, DTC, t. 8/2, col. 1959 a.

  3. Exposición de la doctrina de san Jerónimo en la encíclica Spiritus Paraditos, Ench. B., 450.453. Cf. G. COURTADE, en DBS, t. 4, col. 527.

interpretem non assecutum esse quod dictum est, vel me minime intelexisse, non ambigam 51 Durante mucho tiempo la exégesis católica se atendrá a estas generalidades.

Notemos sin embargo en santo Tomás un planteamiento del problema sensiblemente más preciso. Abordando las dificultades del cap. 1 del Génesis 52, observa siguiendo a san Agustín: 1) Hay que mantener firmemente la verdad de la Escritura; 2) cuando la Escritura ha sido objeto de varias interpretaciones, hay que descartar las que la razón muestra inexactas, a fin de no exponerla a las befas de los incrédulos y cerrar a éstos el camino de 'la fe. Esto quiere decir que esta verdad debe ser objeto de un examen crítica. No es, sin embargo, una mera cuestión de hecho, sino cuestión de derecho, puesto que dimana del conocimiento profético, del que disfrutaron los autores sagrados en una forma o en otra 53 Hay que distinguir lo que los profetas pudieron decir por sí mismos y lo que dijeron bajo el influjo del carisma; pero una vez concedido esto, hay que mantener que quidquid in Sacra Scriptura continetur, verum est 54; pensar lo contrario sería herético 55 Esta doctrina será adoptada, prácticamente sin retoques, por los teólogos del siglo xvi; Suárez, por ejemplo, declara acerca del autor inspirado quod Spiritus illi7 specialiter assistat et custodiar illum ab omni errare et falsitate et ab omnibus verbis, quae non expediunt vet decent talem Scripturam 56

51. Carta 82, 1, 3 (PL, 33, 277; se trata de una larga carta a san Jerónimo). Nótese que san Agustín aplicó su ingeniosidad a las cuestiones suscitadas por las contradicciones aparentes de los evangelios, en el De censen:u evangelistarum, PL, 34, 1041-1230.

52. I, q. 68, art. 1.

53. II-II, q. 171, art. 6, in corp.

54. Quodl. 12, q. 17, art. 1, ad 1. Santo Tomás, una vez sentado este principio, se apresura a añadir que los intérpretes de la Escritura no están evidentemente respaldados por su infalibilidad (ed. R. SIIAllI, Turín-Roma 1949, p. 235).

55. In Ioannis evangelium, 13, leed. 1 (ed. R. CAI, Turín 51952, p. 324). En este lugar se esfuerza el comentario por resolver los problemas cronológicos de la fecha de la cena, donde parecen contradecirse los sinópticos y san Juan.

56. Tract. De fide, De regulis fidei, Disp. 5, 3, 3 (citado en las Institutiones biblicae, n.• 26).


II. DEL SIGLO XVII AL XX

1. Discusiones críticas

No iba a tardar en estallar el conflicto entre esta doctrina poseída tranquilamente por los teólogos y la ciencia naciente. El primer terreno de enfrentamiento fue el de las ciencias de la naturaleza. El fondo del asunto Galileo, por ejemplo, era una discusión sobre la inerrancia de la Escritura. En opinión de sus jueces, al enseñar Galileo que la tierra gira en torno al sol acusaba a la Biblia de error; en efecto: las expresiones usadas por los textos sagrados ¿no obligan a sostener lo contrario? 57. En el siglo xIx llegó a tal extremo la antinomia que los teólogos hubieron de buscar un medio para establecer la armonía entre una ciencia cada vez menos hipotética y una Escritura que se hacía incómoda. Los diferentes sistemas concordistas intentaron la conciliación, con tanto menor probabilidad de lograrlo cuanto que debían seguir la evolución de los sistemas científicos 58.

Por lo demás, el conflicto tendía a cambiar de terreno, pues el desarrollo de las disciplinas históricas ponía ahora en tela de juicio la inerrancia de la Escritura en este punto concreto. El problema de las contradicciones internas entre los evangelios estaba ya superado; lo que se discutía con creciente empeño era el valor documental de todos los libros «históricos», por lo menos bajo la forma en que la interpretación tradicional solía entenderlos. De aquí resultaba en los espíritus críticos una negativa a admitir la inspiración de la Escritura, como lo explicó muy bien Reatan: «Las doctrinas católicas más mitigadas no permiten admitir en el texto sagrado ningún error caracterizado, ninguna contradicción, ni siquiera en cosas que no conciernen a la fe ni a las costumbres. Ahora

57. Últimamente, con ocasión del 4.• centenario de Galileo (1964), se ha procedido a revisar su proceso. Se ha mostrado que la actitud exegética de Galileo anticipaba la posición adoptada por León xtti en la encíclica Providentissimus. Véase todo el fascículo de la «Revue d'histoire des Sciences», 1964, p. 289-408 (con una traducción de la Carta de Galileo a Cristina de Lorena, reproducida en BVC, 68, p. 13-48); D. DURARLE, Autour de l'affaire Galilée en Parole de Mission, 1964, p. 565-576; A. M. DUBARLE, Les principes exégétiques et théologiques de Galilée concernant les sciences du la nature, RSPT, 1966, p. 67-87.

58. G. COURTADE, en DBS, t. 4, col. 544 s.

bien, pongamos que entre las mil escaramuzas que surgen entre la crítica y la apologética acerca de los detalles del texto que se supone sagrado, haya algunos casos en los que por coincidencia casual y contrariamente a las apariencias, tenga razón la apologética: pero es imposible que tenga mil veces razón en su empeño, y basta con que le falte razón una sola vez para que caiga por su base la tesis de la inspiración» 59. Una vez más, el racionalismo crítica y la apologética tradicional, aun razonando a partir de premisas opuestas, se situaban en el mismo terreno.

2. Posiciones católicas

Aquellos teólogos y exegetas que estaban correctamente informados sobre los datos objetivos de la ciencia moderna no podían menos de sentir desazón. En el fondo, 'la exégesis católica se hallaba en un atolladero y había que hallar el medio de sacarla de él. Los primeros intentos en este sentido resultaron discutibles y hasta francamente fallidos por no distinguir suficientemente las cuestiones de la inspiración y de la inerrancia o por emplear un vocabulario no exento de equívocos. Se proponía restringir la inspiración a las materias de fe y de costumbres 60, o también sustraerle los obiter dicta 61 o las citas implícitas 62. El padre Zanecchia hablaba de la «verdad relativa» de la Escritura en un sentido perfectamente ortodoxo 63, pero Loisy usaba la misma terminología para exponer una de las tesis fundamentales del modernismo 64. Las tomas de posición de la autoridad eclesiástica apuntaban a eliminar estos errores o estos malos planteamientos del problema. En la encíclica Providentissimus el pasaje esencial consagrado a la inspiración se ligaba en realidad a una afirmación de la inerrancia bíblica, ma-

59. E. RENAN, Souvenirs d'enfance et de jeunesse, 5, 4 (hacia el final).

60. La inspiración «garantizaría el escrito contra todo error en las materias de fe y de moral, pero se admitiría que la preservación no va más allá; tendría entonces los mismos límites que la infalibilidad de la Iglesia» (monseñor D'HULST, La question biblique, en «Le Correspondant», enero de 1893; cf. G. COURTADE, art. cit., col. 522).

61. Fórmula de Newman, cf. G. COURTADE, art. cit., col. 498.

62. A. LEMONNYER, art. Citations implicites, DBS, t. 2, col. 51-55.

63. Scriptor sacer sub divina inspiratione, Roma 1903, p. 84-91. Sobre esta doctrina de Zanecchia, cf. G. COURTADE, art. cit., col. 323 s.

64. Ibid., col. 322 s. (con las necesarias indicaciones bibliográficas).

tizada, pero muy firme 65. El decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi rechazaban toda restricción del campo de la inspiración 66 toda teoría equívoca sobre la «verdad relativa» 67. Al mismo tiempo las decretos de la Comisión Bíblica frenaban la comezón de hipótesis críticas nuevas, que amenazaban poner en peligro la verdad de los libros sagrados 68. En igual forma se ponía en guardia posteriiormente en la encíclica Spiritus Paraclitus, muy severa contra el abuso de la teoría de los géneros literarios 69.


III. DESARROLLO DE LA CUESTIÓN EN EL SIGLO XX

1. De «Providentissimus» a «Divino afflante Spiritu»

Cuando se compara la encíclica Providentissimus y la Divino afflante Spiritu se ve todo el camino recorrido durante los cincuenta años que las separan. León xui disipaba ya el equívoco, mantenido por los apologistas conservadores, sobre el acuerdo entre la Biblia y las ciencias de la naturaleza. Recordaba que en este punto, según la palabra de san Agustín, Spiritum Dei, qui per (Scriptores sacros) loquebatur, noluisse isla (videlicet intimam adspectabilium rerum constitutionem) docere homines, nulli saluti profutura70. De estas cosas sensibles hablan los autores sagrados «en función de las apariencias», como lo había dicho santo Tomás 71. De esta manera se planteaba correctamente el problema y se dirimía la controversia del concordismo. Pero ¿se podía aplicar el mismo principio a la historia, como parecía insinuarlo una frase de la encíclica 72, según el parecer del padre Lagrange? 73. ¿Qué sería una

65. Ench. B., 120-125.
66. Ibid., 202, 273, 280.
67.
Ibid., 279.
68.
Los textos están reproducidos en Ench. B. Su traducción se hallará en la Initiation biblique3, p. 506-520. Para apreciar su alcance exacto, cf. las explicaciones dadas por el secretario de la C.B. a la sazón de la reedición de este enquiridión (1954); J. LEvIE, La Bible, parole humaine et message de Dieu, París-Lovaina 1958, p. 215-218.

69. Ench. B.,
461.
70. Ibid., 121.
71. I, q. 70, art. 1, ad 3.

72. «Haec ipsa deinde ad cognatas disciplinas, ad historiam praesertim, iuvabit transferri» (Ench. B., 123).
73. M. J. LAGRANGE, La méthode historique, p. 104. En las páginas siguientes cita el padre Lagrange, siguiendo a Cornely, textos de san Agustín y de san Jerónimo que parecen hablar en el mismo sentido.

historia «según las apariencias»? 74. La encíclica Spiritus Paraclitus rechazó formalmente esta interpretación 75, cortando las alas a la teoría de las «apariencias históricas» 76. Así pues, la encíclica Divino afflante Spiritu aborda por otro camino el examen de la cuestión. Recordando que los escritores de otro tiempo no concebían como nosotros el arte de exponer los hechos y no se servían del mismo lenguaje, dice claramente: «Cuando se pretende objetar que los autores sagrados se desviaron de la fidelidad histórica o hablaron con poca exactitud, se observa que sólo se trata de maneras de decir o de contar habituales en los antiguos, de las que los hombres usaban corrientemente en sus relaciones mutuas y que se empleaban de hecho lícita y comúnmente. La equidad requiere, pues... que no se las tache de error ni más ni menos que como se hace cuando se las encuentra en el uso cotidiano de la vida» 77. Así pues, todo se reduce a un problema de crítica literaria bien entendida, puesto que lo que entra en juego son las variedades del género «histórico». Esta apertura hacia la crítica, invitada explícitamente a esclarecer la cuestión cuando surgen dificultades de detalle, muestra el camino por el que debe marchar la teología para salir de los atolladeros en que se había perdido en otro tiempo.

2. Después de «Divina afflante Spiritu»

Estos principios generales no dejan de plantear cuestiones difíciles cuando se quiere pasar a su aplicación. Las exposiciones posteriores a 1943 son sin embargo mucho más satisfactorias que las de comienzos del siglo. El cardenal Bea, en las Institutiones biblicae, examina detenidamente el problema de las «aserciones de los autores sagrados» 78, puesto que es ahí donde se debe buscar el elemento formal de su enseñanza; trata luego de aplicar el prin-

74. Expresión del padre de HUMMELHAUER, Exegetisches sur Inspirationsfrage, Friburgo 1904 (cf. G. COURTADE, art cit., DBS, t. 4, col. 546 s).

75. Ench. B., 457.

76. A esta teoría se refería ya el decreto 2 de la C.B. (23 de junio de 1905), ibid., 161. Cf. la crítica de la teoría por G. COURTA»E, art. cit., col. 547 s.

77. Ench. B., 560.

78. Institutiones bíblicaes, p. 75.84.

cipio de la inerrancia a los diferentes géneros literarios 79. La Introductio generalis, más clásica, de Hópfl-Leloir 80 parte de la «cuestión bíblica» y estudia las relaciones de la Biblia con las ciencias y con la historia, reasumiendo los tres problemas de la historia según las apariencias, de los géneros literarios en historia, y de las citas implícitas. El análisis es mucho más detallado en G. Courtade, que sienta una serie de principios directivos, centrados las más de las veces en el estudio literario, de los textos bíblicos 81. No obstante el esfuerzo desplegado, se siente a través de su texto, que es difícil hallar el punto de encuentro entre las exigencias concretas de la crítica y los datos abstractos de la teología: su acuerdo fundamental podría dejar subsistir no pocos puntos de fricción. El padre Benoit 82 se sitúa más cerca de la psicología tomista cuando se esfuerza por marcar los límites exactos de la inerrancia en función de tres elementos: el objeto formal del juicio del escritor, su grado de afirmación, su proposición de la verdad al asentimiento del lector, habida cuenta del género literario que emplea. Si bien esta exposición la siguen prácticamente numerosos teólogos 83, ha sufrido sin embargo las críticas de J. Coppens 84, y más recientemente las del padre Zerafa 85, que ataca los criterios observados y no retiene sino el de los géneros literarios cuando el sentido de los textos no ha sido todavía establecido por la interpretación auténtica de la Iglesia. Esto quiere decir que en no pocos puntos la cuestión está todavía en estudio 86. Pese a las reservas del padre Zerafa, podemos creer que un examen teológico más atento de sus datos

79. Ibid., p. 90-97.

80. H. HÓPPL - L. LELOIR, Introductio generalis», p. 79-118.

81. DBS, art. cit., col. 530.558.

82. P. BENOIT, La prophétie, p. 340-353; Initiation biblique3, p. 36-44; cf. RB, 1956, p. 418.421.

83. A. BARUCQ y H. CAZELLES, en Introducción a la Biblia, t. 1, p. 82-90. J. T. FoRESTELL, The Limitations of Inerrancy, CBQ, 1958, p. 9-18.

84. J. CopPENS, en ETL, 1956, p. 715 s (respuesta del padre BExoIT, en RB, 1956, p. 416-422); L'inspiration et l'ielerrance bibliques, ETL, 1957, p. 36-57.

85. P. ZERAFA, The Limits of Biblical Inerrancy, en -eAngelicum», 1962, p. 92-119.

86. La exposición de M. ADINOLFI, Ispirasione e inerransa, no obstante su claridad, no sale de los carriles habituales y sigue enfocando negativamente el problema de la inerrancia. Ahora bien, «la consecuencia principal de la inspiración» consiste mucho más en «la riqueza inagotable que proviene de la realidad de la palabra de Dios al hombre; la inerrancia no es sino el aspecto negatitvo de esta verdad» (F. FESTORAllI, en «La scuola cattolica, Suplemento bibliografico», 1963, p. 126"). Con otras palabras, hay que modificar el planteamiento del problema.

fundamentales puede aportarle cierto esclarecimiento. Así el intento de N. Lohfink 87 de enlazar la inerrancia del Antiguo Testamento con su unidad interna, tal como la comprendió la Iglesia apostólica, muestra que este problema delicado se presenta bajo un aspecto, diferente cuando! se lo examina desde cierta distancia. Esto es lo que vamos a tratar de hacer aquí. Pero, como ya hemos dicho, para acabar con los equívocos, !sustituiremos deliberadamente la problemática corriente de la inerrancia por una problemática más exacta: la de la verdad de la Escritura 88.


II.
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

En lugar de partir, como hace el padre Benoit, de la psicología del autor sagrado, reasumiremos bajo dos aspectos diferentes la definición de la Escritura como palabra de Dios dirigida a los hombres por intermedio de los inspirados. Dios no habla a los hombres sino para darles su revelación: 'la verdad de la Escritura es, por tanto, del mismo orden que la de esta revelación. Dios no habla a los hombres sino por medio de otros hombres : en la Escritura su enseñanza pasa, por tanto, por la de los escritores sagrados para llegar hasta nosotros. Así pues, para esclarecer el problema presente hay que reflexionar sobre dos puntos: la verdad de 'la revelación divina y la enseñanza de los autores sagrados.
 

I. LA VERDAD DE LA REVELACIÓN

1. El objeto formal de la revelación

Al estudiar antes la Escritura como palabra de Dios, hemos visto que este carácter le confería una profunda unidad de objeto y de punto de vista 89. En el fondo, Dios no revela en ella más que

87. N. LOHFINK, Ueber die Irrtumlosigkeit und die Einheit der Schrif1, en «Stimmen der Zeit», p. 161-181. Salvo algunas reservas de detalle, este artículo ha recibido la aprobación de J. Coperas, Comment mieux concevoir et énoncer 1'inspiration et l'inerrance des saintes Écrituresf NRT, 1964, p. 933.947.

88. La obra de O. LORETZ, Die Wahrheit der Bibel, Friburgo de Brisgovia 1964, nos ha llegado demasiado tarde para peder tenerla en cuenta aquí.

89. Supra, p. 120-122.

una soda cosa: el misterio de la salvación realizado en Cristo. Por supuesto, este misterio contiene aspectos diversos, en la medida misma en que todos los aspectos de la experiencia humana están implicados en él o poseen conexiones con él. Reducirlo a verdades religiosas o morales disociables de las realidades cósmicas, sociales o históricas, sería entender torcidamente la idea misma de la salvación humana tal como la presenta la revelación bíblica. Pero supuesto esto, es cierto que ninguna realidad de este mundo es objeto de enseñanza divina dada a manera de revelación, sino únicamente bajo el ángulo particular de su relación con el misterio de la salvación.

Al formular este principio no pretendemos en modo alguno volver a las teorías defectuosas que restringían ya el campo de la inspiración, ya el de la inerrancia. Únicamente comprobamos que la revelación divina tiene un campo propio, o por mejor decir un objeto formal «quo» (para emplear el lenguaje escolástico), que especifica todos los objetos materiales a los que puede afectar la palabra de Dios 90. Las enseñanzas que se deben buscar en la Sagrada Escritura pertenecen exactamente a este mismo campo. Sólo hay en ella verdad divinamente garantizada sobre los puntos que se refieren a este campo, puesto que fuera de esto no contiene ninguna enseñanza positiva que exija por nuestra parte una adhesión de fe. Más adelante veremos cómo el principio se aplica a los diversos aspectos del saber humano. Por ahora basta con sentarlo.

2. El carácter progresivo de la revelación

Este objeto único de la revelación no fue enseñado a los hombres de un solo golpe. Fue puesto en claro progresivamente me-

90. Santo Tomás recurre a este mismo criterio para determinar lo que puede ser «materia de profecía»: «Omnia illa quorum cognitio potest esse utilis ad salutem sunt materia prophetiae, sive sint praeterita, sive futura, sive aeterna, sive necessaria, sive contingentia. Illa yero quae ad salutem pertinere non possunt, sunt extranea a materia prophetiae... Dico autem necessaria ad salutem, sive sunt necessaria ad instructionem fidei, sive ad informationem morum. Multa autem quae sunt in scientiis demonstrata ad hoc possunt esse utilia; ...unde et de his invenimus in sacra Seriptura fieri mentionem» (De veritate, q. 12, art. 2, in corp.). Nótese que hay aquí equivalencia práctica entre la profecía y la Sagrada Escritura. Yero lo que santo Tomás llama materia prophetiae es considerado evidentemente sub respecta salarie para que pueda ser objeto de ensefianza en la Escritura.

diante la conjunción de dos factores: acontecimientos significativos, en los que la palabra de Dios se manifestaba como operante; palabras proféticas, que explicaban el sentido de estos acontecimientos o que hallaban en ellos signos capaces de acreditarlos. La inserción de la revelación en la historia humana queda así subrayada, pero simultáneamente también su crecimiento en el transcurso del tiempo. La revelación total fue dada a los hombres en Cristo, por la conjunción de sus palabras y de sus actos; por esto los depositarios de esta revelación percibieron su contenido con precisión tanto mayor, cuanto más próximos a Cristo estuvieron, ya antes, ya después, como lo dice repetidas veces santo Tomás 91.

El crecimiento de la revelación no se efectuó, sin embargo, de la misma manera antes de Cristo y después de Él. Antes de Cristo, en el Antiguo Testamento, los diversos aspectos de su misterio no se revelaron sino de manera incoativa, emergiendo en un momento dado de una sombra casi total, y manteniéndose siempre a la espera de una iluminación futura. Ello suponía un acrecentamiento sustancial de los artículos de fe, aun cuando el fondo del misterio se mantenía idéntico a sí mismo en su esencia 92. Pero una vez que apareció Cristo, una vez que hubo hablado y obrado, realizado su sacrificio con su muerte y su resurrección, la revelación quedó virtualmente acabada, puesto que ya no había que esperar ningún acto revelador por parte de Dios. Pero todavía era preciso que los testigos escogidos por Jesús y guiados por el Espíritu Santo explicitaran, cada uno a su manera, el sentido de sus palabras, de sus actos, de su destino final. Bajo este respecto se debe hablar también de crecimiento de la revelación entre pentecostés y la muerte del último apóstol. Después de esto, en la tradición eclesiástica, el progreso dogmático no versará ya sobre la esencia de la revelación, sino que se limitará a explicitar su contenido.

Los libros sagrados se extienden por todo el lapso de tiempo en que la revelación estuvo en vías de crecimiento, y fijan la palabra de Dios a los niveles sucesivos por que pasó la pedagogía divina 93. Esto quiere decir que su contenido positivo debe apreciarse

91. ST II-II, q. 174, art. 6, in corp.; q. 1 art . 7, ad 1.

92. Cf. Sentido cristiano del AT, p. 155-161.

93. Santo Tomás nota excelentemente esta relación entre el crecimiento de la fe y la pedagogía divina: «Sicut magister, qui novit totam artem, non statim a principio tradit eam discipulo, quia capere non potest, sed paulatim, condescendens eius capacitati; et hac ratione profecerunt in cognitione fidei per temporum successionem» (u-u, q. 1 art. 7, ad. 2).

en una perspectiva dinámica, teniendo en cuenta su situación en los tiempos. Descomponer los del Antiguo Testamento en proposiciones formales, a las que se atribuyera el mismo carácter de verdad que a la epístola de los Romanos o al cuarto evangelio, seria olvidar que Cristo, con sus palabras y sus actos, cumplió el Antiguo Testamento y acabó de descubrir el sentido, de su ley, de su historia y de sus Escrituras. La verdad encerrada en los textos que de ahí provienen, reside esencialmente en este cumplimiento. Rebasa, pues, necesariamente la inteligencia que los mismos autores inspirados podían tener de ella; si pretendiéramos atenernos a esta inteligencia, mutilaríamos el alcance real de su testimonio. Cuando la Iglesia apostólica legó la Biblia judía a las edades venideras, no la dejó como una Letra estereotipada, sino como una Escritura cumplida 94.

En cuanto a los textos del Nuevo Testamento, todos ellos expresan, según la intención explícita de sus autores, la revelación acabada en Jesucristo. ¿Quiere esto decir que todos la traduzcan con la misma perfección? En realidad, la revelación total del misterio de Cristo resulta de la conjunción de todos los testimonios apostólicos, que se esclarecen los unos por los otros. Es por tanto posible que ciertos textos no proyecten sobre él sino una luz parcial, y que haya que relacionarlos con textos paralelos o complementarios para percibir su verdadero alcance. Por consiguiente, la doctrina del Nuevo Testamento no debe tampoco reducirse a una cierta letra establecida por vía de crítica, que limitara el testimonio apostólico a las aserciones explícitas de tal autor particular. Las mismas palabras de Jesús durante su vida terrena tienen necesidad de una luz complementaria para ser comprendidas correctamente. Por ejemplo, ¿se podrá resolver la cuestión de la ciencia de Cristo

94. Este punto lo subraya excelentemente N. LOHFINK, Ueber die Irrtumlosigkeit und die Einheit der Schrift, en «Stimmen der Zeib>, 1964, p. 173-181: no se puede decir que la Escritura está exenta de error sino leyéndola como un todo y reordenando en función de esta totalidad las afirmaciones particulares que contiene (p. 178). Pero no nos parece necesario fundar este principio en la atribución de una cierta inspiración escrituraria a la Iglesia apostólica, en cuanto autor final del Antiguo Testamento (cf. supra p. 80). En este punto nos separamos, pues, de J. CorPENS, art. cit., NRT, 1964, p. 940, 946.

sobre la única base del logion sinóptico 95 en que Jesús declara ignorar el día y la hora del fin? (Mc 13, 32 par). De hecho este logion debe integrarse en la teología cristiana, y ciertamente no hay que trampear con él. Pero el testimonio apostólico sobre Jesús en su condición mortal no debe reducirse a esto. Ni 'siquiera se reduce al solo contenido de la tradición sinóptica. Sean cuales fueren los problemas planteados por la tradición joánnica, también su testimonio debe recogerse, con lo cual el problema cambia de aspecto 96. Este mero ejemplo muestra que la verdad de cada texto' debe comprenderse teniendo en cuenta el conjunto de la revelación y su carácter progresivo.
 

II. LA ENSEÑANZA DE LOS AUTORES INSPIRADOS

1. Opiniones privadas y enseñanzas carismáticas

En el caso de los escritores sagrados, al igual que en el de los profetas, el conocimiento carismático no afecta del mismo modo a todos los campos del saber y no ilumina igualmente todos los aspectos del misterio de fe. Se aplica exclusivamente al mensaje particular que tal profeta o tal escritor debe transmitir al pueblo de Dios en tales circunstancias determinadas. Incluso acerca de los profetas sienta santo Tomás el principio 97 de que hay que distinguir entre las opiniones personales expresadas por el hombre bajo su propia responsabilidad, y el mensaje transmitido bajo el influjo del carisma profético. Un ejemplo concreto servirá para ilustrar esta distinción: la contradicción entre las dos declaraciones sucesivas de Natán a David (2 Sam 7, 3 y 5 ss), la primera hecha por su propia iniciativa, y la segunda después de haber recibido una

95. Cf. el comentario de M. J. LAGRANGE, Évangile selon saint Marc, p. 350 s. Discusiones prácticas en torno a este logion: J. LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t. 1, p. 559-590. Es sabido de qué manera utilizó Lossv este texto, en torno al cual construyó la psicología humana de Jesús (Les évengiles synoptiques, Ceffonds 1908, t. t1, p. 437-440).

96. Para Loisy, el dicho realista de Mc 13, 32 representa la historia; los textos joánicos cristalizan una teología cristiana tardía. Cf. su correspondencia con M. Blondel, en Au coeur de la crise modernista: Le dossier d'une controverse, presentado por R. MARLÉ, París 1960, p. 81-111.

97. Quodl. 12, q. 26, art. 17, ad 1.

palabra de Dios. La indicación es esclarecedora, pues nos libra de otorgar a los escritores sagrados una especie de infalibilidad universal, como si una doctrina revelada se pudiera deducir de todos los detalles en que se reflejan las ideas que aquéllos tenían en la cabeza 98.

Cuando santo Tomás declara: Quidquid in sacra Scriptura continetur, verum est, lo entiende evidentemente dentro de los límites que acabamos de señalar.

Importa por consiguiente poner en claro, en cada libro, o, fragmento de libro, el género de enseñanza que en él el autor ha propuesto efectivamente al asentimiento de los 'lectores. Esto exige que nos tomemos una cierta distancia, para apreciar correctamente su intención didáctica. Aquí entra en juego el análisis literario, puesto que cada género tiene su verdad propia; o más bien, cada género es apto para transmitir enseñanzas de uno u otro, orden. Además la utilización particular de un género cualquiera hecha por un autor en un caso determinado, es susceptible de numerosas variaciones; hay por tanto que establecer cuidadosamente el punto sobre el que carga el acento, el elemento central en torno al cual se agrupan todos los materiales. Una simple comparación de Mt 8, 5-13 con Le 7, 1-10, por ejemplo, muestra que en los dos pasajes el peso de la aserción no afecta al hecho de que el centurión implorara por sí mismo la curación de su servidor (Mateo), o que 'la hubiera hecho pedir por medio de notables judíos (Lucas). En este punto preciso las dos presentaciones del episodio son inconciliables 99. Pero no. hay que dejarse ofuscar por el detalle en cuestión, ya que está en un conjunto más amplio que constituye el objeto esencial de la afirmación; no hay por tanto que separarlo de él si se quiere apreciar exactamente su valor. En una palabra, cuando se dice que la enseñanza divina pasa por la de los escritores inspirados, hay que entender que por el carisma de la inspiración el Verbo asume la intención didáctica de aquéllos, sin cambiarles ni las leyes

98. Cf. los ejemplos dados por P. BENOIT, Initiation bibliques, p. 39.
99.
Siempre se puede intentar una armonización conciliante. La de san AGUSTIN, De consenso evangelistarum, 2, 20 (PL, 34, 1100-1101) se lleva las preferencias del padre LAGRANGE, $vangile selon saint Matthieu, p. 164. Pero tratando de circunscribir así los detalles del hecho, nos alejamos de la enseñanza intencional dada por los evangelistas, aun cuando se haya demostrado que uno de ellos ofrezca una representatción más realista y más precisa del pasado.

de su psicología ni las condiciones de expresión literaria que les son normales en su ambiente.

2. Los grados de afirmación

Esto nos lleva a considerar un último punto. La Escritura no es un agregado de teoremas abstractos de asunto religioso. Siendo una literatura funcional del pueblo de Dios, deja oir alternativamente la voz de Dios que habla al hambre y la voz del hombre que responde a Dios con su vida de fe 100. El misterio de la salvación que forma el objeto de la enseñanza divina puede, por tanto, presentarse aquí de dos maneras: ya bajo la forma de mensaje enunciado en nombre de Dios, ya bajo la forma de una realidad vivida, que es integrada en la experiencia humana y que suscita la oración. Hay que tener en cuenta esta dualidad para sacar de cada texto los datos que puede suministrar, y, aun así, no será siempre fácil definir el peso de la afirmación inspirada.

El caso más sencillo es evidentemente aquel en que el autor propone por sí mismo una enseñanza en nombre de Dios. Ahora bien, aun entonces puede variar el grado en que se compromete el autor: «Todo lo que el hagiógrafo afirma, enuncia, insinúa debe tenerse por afirmado, enunciado, insinuado por el Espíritu Santo», declaraba en 1915 la Comisión Bíblica 101 El padre Benoit comenta muy acertadamente: «Al lado de la afirmación categórica se da la proposición de una probabilidad, de una posibilidad, y hasta de una mera conjetura e incluso duda» 102. Es éste un punto importante que en cada caso particular puede hacer que varíe mucho el coeficiente de certeza. La situación es mucho más compleja todavía cuando el autor describe una cierta experiencia humana (histórica, social o psicológica) y formula en función de ella una respuesta de fe o de oración. ¿Dónde se halla entonces la enseñanza propuesta? Cuando el autor del libro de Job expone la angustia que causa al hombre el problema del mal, cuando hace dialogar sobre

100. Supra, p. 120 s.
101. Ench. B.,
433.
102. Initiation biblique',
p. 37 s. Con esta observación relaciona el padre Benoit el problema de las citas implícitas. Cf. A. MORETTI, De scripturarum inerrantia et de hagiographis opinantibus, en «Divus Thomas», 1959, p. 32-68.

este tema a Job y a sus tres amigos que sostienen tesis contradictorias, ¿qué es lo que enseña exactamente? El cardenal Bea, en sus Institutiones biblicae, hacía notar con razón que al lado de las enseñanzas positivas se halla también en la Escritura la expresión de dudas o de sentimientos que, hablando con propiedad, no constituyen enseñanzas 103 Aquí también deberá intervenir el análisis psicológico y literario si se quiere que la dogmática pueda explotar correctamente los textos.


III.
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS

Los principios que acabamos de formular son muy generales. Su aplicación a los textos bíblicos suscita toda una serie de cuestiones, las más importantes de las cuales, por lo menos, debemos señalar aquí. Dejando de lado la distinción hecha entre la opinión privada de los autores sagrados, que puede traslucirse a través de sus libras, y su enseñanza formal 104, 'las dispondremos en tomo a los tres. factores que condicionan la expresión de esta enseñanza: el objeto formal de la revelación, su carácter progresivo y la variedad del lenguaje y de los géneros que sirven para traducirla.


I. EL OBJETO FORMAL DE LA REVELACIÓN

Puesto que el objeto formal de la revelación define el de las enseñanzas dadas por la Escritura, hay que preguntarse en qué medida caen bajo su acción los diferentes campos del saber. Para el dogma, revelación de los misterios sobrenaturales, y para la moral, revelación de las vías que se han de seguir para llegar a ellos y vivir en ellos, no se plantea la cuestión: dependen de ella

103. Este punto se ha de apreciar concretamente en cada caso particular. Por ejemplo, es incontestable que, para el autor del salmo 88, Dios no se acuerda ya de los muertos, que han sido arrancados a sus manos (v. 6; cf. 11-13). Esta doctrina es manifiestamente incorrecta, si se la compara con la revelación completa. Pero la gracia propia del salmista consiste en expresar en forma carismática la angustia de los hombres frente a tal perspectiva. Sería por tanto absurdo sacar de su frase una conclusión teológica, como si expresara el mensaje que él está encargado de transmitir. Nadie piensa en hacerlo, por lo demás.

104. Institutiones biblicae, nn. 77-78 (p. 76-78).

con pleno derecho. Pero es muy raro que la Escritura trate' de esto en estado puro, y en este sentido se plantean diferentes problemas : ¿enseña también la metafísica, las ciencias, la historia?

1. La Escritura y la metafísica

Por lo que hace a la metafísica, hay que entenderse acerca del sentido de esta palabra. Si se entiende por ella un intento de explicación racional de las cosas, elaborado por vía de reflexión abstracta y que conduce a la construcción de un sistema coherente (como los de Platón o, de Aristóteles, de Descartes o de Hegel), hay que decir que la Biblia no contiene nada de esto. Apenas si se hallan vestigios ocasionales en la Sabiduría o en ciertas epístolas; desde este punto de vista, el lenguaje de la revelación y su sustrato mental son prefilosóficos 105. Pero si se entiende por metafísica la afirmación de ciertas realidades o de ciertos valores que no caen bajo los sentidos, aun cuando su conocimiento ilumina la naturaleza profunda de la experiencia humana, entonces la Escritura contiene metafísica, explícita o implícitamente 106, tanto que la filosofía hallará en ella un punto de partida para desarrollarse en forma nueva e inédita. Desde este punto de vista es perfectamente justo hablar de una metafísica bíblica que ha marcado para siempre el pensamiento de los padres de la Iglesia y de los filósofos cristianos 107.

Vamos a dar algunos ejemplos. La concepción de Dios como el Único, como «el que es, que era y que viene», como el Absoluto personal del que dependemos totalmente, como el Solo a quien deba dirigirse el homenaje religioso del hombre, encierra un dato de teodicea natural. Ahora bien, este dato no entró plenamente en el campo, de la reflexión humana sino por la revelación del Dios de la alianza, con el cual trabó Israel sus relaciones en el Sinaí y que se manifestó finalmente en su Hijo. Así también la definición de las relaciones entre Dios y el mundo en términos de creación

105. Supra, p. 126 s.
106. Cf. los ejemplos dados por santo Tomás, De veritate, q. 12, art. 2.
107. C. TRESMONTANT, La métaphysique du christianisme et la naissance de la philosophie chrétienne, París 1962; Les idées maitresses de la philosophie chrétienne, París 1962.

proporciona un elemento esencial de cosmología racional, sea descartando las tentaciones del panteísmo, del politeísmo o del dualismo, sea confiriendo a los seres creados un sentido y funciones de orden religioso. Es cierto que a esta afirmación se asocia la revelación progresiva del misterio íntimo de Dios : en el Antiguo Testamento Dios crea por su palabra y su espíritu (Sal 33, 6), por la actividad de su sabiduría (Prov 8); en el Nuevo crea por su Hijo, que es su imagen visible (C'ol 1, 15-16) y su Verbo (Jn 1, 3). Este segundo nivel de profundidad no' pertenece ya a 'la filosofía; pero no impide a la noción de creación poseer una inteligibilidad racional, que permitirá a los filósofos cristianos reordenar en función de ella el ejemplarismo platónico o la cosmología aristotélica 108. Por lo que atañe a la antropología 109, se halla en la Escritura una concepción del hombre que marca fuertemente la unidad de su ser, con exclusión de todo dualismo metafísico; una afirmación de su carácter de imagen de Dios (Gén 1, 27) que funda su dignidad y su soberanía 'sobre el mundo; una afirmación de 'la bondad de los sexos que' funda el valor propio' de la pareja (Gén 1, 27-28; 2, 21-24), etc. Ahora bien, todos estos puntos ponen en claro' verdades naturales, que una vez conocidas satisfacen plenamente a la razón humana; pero fue necesaria una revelación sobrenatural para rectificar su comprensión en el espíritu entenebrecido de la humanidad pecadora (cf. Rom 1, 21-22).

Vemos en qué sentido debe buscarse una metafísica en la Escritura: no bajo la forma de un sistema particular, definido de una vez para siempre, sino como una percepción concreta de ciertas realidades que deben servir de eje a todos los sistemas, cualesquiera que sean. En este punto de vista hay que situarse, y no en el de las técnicas filosóficas, para apreciar correctamente la philosophia perenrtis inherente al pensamiento cristiano. Será cristiana toda filosofía que asuma correctamente los datos de ésta.

108. E. Gilson, L'esprit de la philosophie médiévale, París '1944, p. 33-37.
109. Sobre la antropología bíblica, cf. la rápida exposición de R. GuELLUY, Le creación (~El misterio cristiano»), Herder, Barcelona 1968, p. 113-125 que da una bibliografía de la materia; X. LÉON-DUFOUR, art.
Hombre, VTB, p. 345-351. Se hallará una buena integración de los datos bíblicos en la reflexión teológica en R. LE TROQUER, Homme, qui suis-je? Essai d'anthropologie chrétienne, París 1957.

2. La Escritura y las ciencias de la naturaleza

La concepción del mundo común a los autores bíblicos nos aparece totalmente anticuada, tanto o más que la Física de Aristóteles. Este punto constituyó durante largo tiempo una fuente de dificultades 110 Para esclarecerlo ha bastado con volver a los sanos principios agustinianos y tomistas : en la Escritura no nos enseña Dios la constitución íntima de las cosas de la naturaleza; los autores sagrados hablan de ellas conforme a la representación que estaba. en uso en su época 111. Es por consiguiente normal que la investigación científica rebase esta representación arcaica y alcance una imagen más objetiva de las cosas hasta en su constitución íntima. El resultado obtenido no entrará nunca en conflicto con las afirmaciones de la Escritura, con tal que éstas se comprendan bien y la hipótesis científica no introduzca subrepticiamente alguna aserción metafísica errónea. Por ejemplo, la idea de creación entendida correctamente deja intacta la cuestión de cómo crea Dios, del papel que confiere a las causas segundas en la producción de los efectos debidos a su acto creador, de las etapas por que ha pasado el mundo creado 112, etc. Los puntos en que la revelación entra en el plano de las ciencias de la naturaleza son en total muy pocos. Citemos la afirmación de la unidad del género humano y de su solidaridad «en Adán», que no podría entenderse sin una cierta base biológica; en este punto, la teología fundada en la Escritura coincide con la paleontología humana 113 La maternidad

110. Supra, p. 143 s.

111. Ench. B., 120-122.

112. Cf. la posición de la encíclica Humani generis, en Ench. B., 616.

113. Ibid., 617. Notemos aquí que también las expresiones empleadas por la encíclica deben entenderse en función de su intencionalidad y de su género propio. Recordando lo esencial de un dogma que debe sostener el cristiano, no pretende el documento decirlo todo sobre este dogma. Dos hechos lo muestran hasta la evidencia. Desde el punto de vista científico no se hace la menor distinción entre el monofiletismo y el monogenismo, que se presentan sin embargo en condiciones bastante diferentes y plantean a la teología distintos problemas. Desde el punto de vista exegético, las aserciones globales de Gén 2-3 y de Rom 5 se mencionan en forma general, sin suscitar la cuestión de las convenciones literarias a que recurre Gén 2-3 para hablar de los orígenes, y más particularmente de Adán; ahora bien, esta cuestión deberá ser tomada en consideración por el teólogo cuando quiera precisar la manera como la Escritura enseña la unidad concreta del género humano, supuesta por la teología del pecado original y de la redención. Hay lugar, pues, para una búsqueda positiva, difícil sin duda, pero muy importante para la inteligencia correcta del testimonio escriturístico y del dogma mismo (cf. Sentido cristiano del AT, p. 111, nota 27). Sobre el aspecto científico del problema, cf. E. SONÉ, Un siécle d'anthropologie préhistorique. Compatibilité ou incompatibilité du monogénisme. NRT, 1962, p. 622-631, 709-734. Sobre el problema exegético, cf. J. DE FRAINE, La Bible et !'origine de 1'homme, Brujas-París 1960.

virginal de María, que en toda hipótesis es un milagro de gracia, no verificable científicamente, no deja por ello de ser una aserción formal del Nuevo Testamento 114

3. La Escritura y la historia

La cuestión es mucho más compleja cuando se pasa a la historia. Sólo se la puede tratar por etapas, preguntándose primero qué es lo que constituye en general el objeto del conocimiento histórico, y luego qué es en este terreno objeto de una afirmación de la Escritura.

a) Objeto y método del conocimiento histórico. El problema con que topamos aquí pertenece a la lógica de las ciencias. En efecto, en el siglo xix y a comienzos del xx la denuncia de los errores históricos de la Biblia por los críticos racionalistas iba ligada a una determinada concepción de la historia que los .apologistas no pensaban en discutir y de la que ciertos teólogos son todavía víctimas inconscientes. Se había creído poder dar a la historia una categoría de ciencia concibiendo su objeto y su método según el modelo de las ciencias de la naturaleza 115 Se pedía por tanto al historiador que hiciera un cuadro perfectamente objetivo del pasado, es decir, prácticamente una fotografía de los acontecimientos, considerados como cosas en sí, que se podían observar imparcialmente y describir con exactitud en sus detalles yuxtapuestos. Historia verdadera quería decir historia exacta. Conforme a esto se regía la crítica de las fuentes de información : descartando inexorablemente todos los elementos subjetivos que los testigos o los narradores antiguos hubieran podido mezclar en sus relatos, el historia

114. Sobre este punto, que ha sido recientemente objeto de una controversia, cf. la posición matizada de K. RAEN&R, Marie, mére du Seigneur, trd. fr., París 1960, p. 21-22 (versión castellana: María, madre del Señor, Herder, Barcelona 1967, p. 51 ss), que respeta el misterio evitando suscitar cuestiones insolubles; Virginitas in partu, trad. fr. en J. BETZ y H. FRIES, Église et tradition, Le Puy-Lyón 1963, p. 289-318 (exposición técnica del problema teológico).

115. Cf. la obra clásica de V. LANGLOIS y C. SEIGNOBOS, L'histoire et ses méthodes, París 1898.

dor sólo debía retener de ellos un residuo que constituiría a sus ojos el hecho objetivo, reducido quizá a un esqueleto, pera por lo menos asegurado críticamente.

Concepción quimérica y hasta parcialmente falsa, cuya crítica han sabido hacer los historiadores recientes 116 ¿Qué es, en efecto, un acontecimiento? ¿No es más. que una colección de detalles yuxtapuestos, que hayan existido independientemente de toda subjetividad humana? ¿No es más bien lo que constituye el principio unificador de estos detalles, es decir, en definitiva una experiencia humana vivida por un individuo o un grupo más o menos vasto (en los casos límite, por el género humano entero), observado por el historiador a mayor o menor escala, según el espesor del estrato humano cuyas reacciones analiza? Cierto que en esta experiencia humana hay una parte de elementos objetivos observables desde fuera y verificables materialmente; pero su sentido y su alcance, que constituyen su interés humano, rebasan esta simple materialidad. Al mismo tiempo, en el conocimiento histórico la exactitud de los detalles en cuestión se subordina al valor propio de esta experiencia vivida en la que se integran; la captación de ésta es lo que constituye formalmente la verdad objetiva de la historia 117. Así no puede eliminarse lo subjetivo sin que al mismo tiempo quede la historia vacía de su contenido. Más aún, precisamente por eso adquiere su verdadero interés humano. En efecto, ¿por qué tratamos de conocer el pasado de nuestra raza sino para ver en él realizadas posibilidades de existencia que subsisten para nosotros en estado virtual? Lo que descubrimos por mediación de la 'historia no es un pasado muerto, sino a nosotros mismos debatiéndonos

116. R. ARON, Introduction a la philosaphie de l'histoire en Dimensions de la conscience historique, París 1961, p. 93.123. M. BLOCH, Apologie pour 1'histoire, ea Métier d'historien, París 1961. H. I. MARROU, De la cenaaissance historique, París 41959; Qu'est-ce que l'histaire? en L'histoire et ses méthodes, bajo la dirección de C. SANARAN, París 1961, p. 1-33. J. HouRs, Valeur de 1'histoire, París 1953. P. RICOEUR, Histoire et vértice, París '1964, p. 23-44 (Objetividad y subjetividad en historia). Una crítica pertinente del positivismo histórico había sido esbozada ya por M. BLONDEL, Histoire et dogme, en Premiers écrits, París 1956, p. 161-200; cf. las cartas a Loisy, en Au coeur de la erice moderniste, p. 72-113. Pero estas observaciones estaban hechas en el marco de una controversia teológica, y venían de un filósofo poco avezado a la práctica del método histórico.

117. Para completar esta definición habría que añadir el estudio de las consecuencias del hecho, que se han manifestado en la experiencia humana ulterior. Aquí nos limitamos al examen del punto de partida para tratar de precisar su exacta naturaleza.

con el tiempo como los hombres de antaño. Aquí la historia desemboca en plena metafísica. No ya en el sentido de que nos permita identificar como subyacente a la evolución humana alguna idea en marcha que nos suministre su clave 118, sino en el sentido de que nos revela al hombre en su condición concreta, afrontando las situaciones en que debe realizar su destino terreno 119. Imposible practicar la historia sin elaborar al mismo tiempo una filosofía de la historia 120; los que más aparentan resistirse a hacerlo no dejan de referirse inconscientemente a un sistema que rige su pensamiento y su vida.

El trabajo del historiador sobre sus fuentes no puede por tanto adoptar la forma de una reducción crítica con vistas a expurgarlas de sus elementos subjetivos. Se trata por el contrario de comprender en profundidad esas subjetividades humanas cuyo encuentro y coincidencia, en tales circunstancias determinadas, constituyeron lo esencial del acontecimiento, por encima de los fenómenos sensibles integrados por éste. Un testimonio es tanto más interesante cuanto más implicado se vio su autor en el acontecimiento referido. Sólo habrá que cuidar de interpretarlo correctamente, comprendiendo el punto de vista del testigo, apreciando, si es necesario, sus límites, y sobre todo confrontándolo con el de otros participantes 121. El método así esbozado difiere profundamente del de las ciencias de la naturaleza. En primer lugar, se aplica ante todo

118. Esta visión fundamental del sistema hegeliano, que aplica al devenir colectivo de la humanidad las nociones kantianas de fenómeno y de número, ha sido reinterpretada por el marxismo en función del materialismo filosófico; pero no por ello ha cambiado de naturaleza. J. MARITAIN, Po e une phiüosophie de 1'histoire, París 1957, p. 3342, no se equivoca al denunciar esta «ilusión hegeliana». Sobre los antecedentes de esta concepción en Kant, cf. J. LACROIX, La phtilosophie kanttienne de !'histeire, en Histoire et mystére, Tournai-París 1962, p. 29-58.

119. Esta manera de abordar la cuestión suministró a M. Heidegger una pieza maestra de su sistema, expuesto en Sein und Zeit (41935, p. 372 as). Cf. la traducción de las páginas consagradas a «Temporalidad e historicidad» en Qu'est-ce que la métaphysiquef, trad. fr. de H. COR,BIN, París 1951, p. 168-208.

120. La importancia de este cambio en la concepción de la historia la subrayan pensadores tan diferentes como W. F. ALBRIGHT, From the Stone Age to Christianity, Baltimore '1946, p. 48-87 (trad. fr., París 1951, p. 51.90) y R. BIn.TMANN, History and Eschatology, Edimburgo 1957 (trad. fr. Neuchátel-París 1959). Es sabido que Bultmann adopta en este punto las concepciones del existencialismo heideggeriano.

121. Habría que afíadir su confrontación con las consecuencias manifestadas más tarde, pues éstas existían en germen en el acontecimiento, y no es imposible que un participante clarividente sintiera hasta cierto punto la presencia oculta de estas virtualidades.

a hechos singulares, que no se repiten nunca exactamente, que no pueden reducirse totalmente a leyes generales, aun cuando' ciertos mecanismos psicológicos o sociales desempeñen en él un papel evidente 122. Luego, el objeto' que se ha de conocer no pertenece al orden de las cosas que se pueden medir y reducir a fórmulas : se trata del hombre mismo, no ya considerado en su generalidad como en fisiología o en metafísica, sino en las particularidades de su existencia individual y social, reveladoras del fondo de su ser. El estudio histórico exigirá por consiguiente gran dosis de intuición psicológica, una simpatía comprensiva con los hombres del pasado, cuya experiencia hay que revivir con el pensamiento para comunicar su conocimiento a los lectores de hoy. Bajo este último aspecto el trabajo del historiador pertenece menos a la ciencia que a la filosofía y al arte en el sentido noble de la palabra. Pero por esta misma razón implica la intervención constante de ciertos factores subjetivos, para escoger y tamizar los datos, para organizarlos en un relato seguido y hacerlos así inteligibles 123.

En tal perspectiva ¿qué se hace de la exactitud de los detalles materiales, de los fenómenos sensibles que forman la fisonomía externa de los hechos? No se trata de sacrificarla, sino de ponerla en el puesto que le corresponde. Porque lo que importa en historia es la verdad global de esos conjuntas' en que' se integran y adquieren sentido los fenómenos o, dicho con otras palabras, de la experiencia humana en que una vez figuraron. Cierto que para que sea verdadero el cuadro de conjunto, no puede reconstruirse

122. En este sentido es como se puede hablar de leyes de la historia. La palabra ley toma otra acepción cuando se la emplea en el marco de una reflexión filosófica sobre la historia, por ejemplo, en J. MARITAIN, Pour une philosophie de l'histoire, París 1957, p. 57-127 (leyes funcionales y leyes vectoriales).

123. «El historiador no toma posesión de un dato: lo estructura según ciertos valores, traza en él vectores según ciertas elecciones fundamentales. En la masa compacta de los hechos destaca lo significativo y abandona lo indiferente, distingue algo importante y algo accesorio, algo esencial y algo accidental, tensiones y equilibrios, progresos, realizaciones y decadencias. Toda la historia es libre elección de perspectivas, saber hipotético que va indefinidamente en busca de verificaciones. No se puede impedir la intrusión del historiador en la historia, la de la opción en la observación, ni la de la práctica en el saber» (J. BOLVERESSE, Sevoir absolu et théologie de 1'histoire, en L'histoire et ¡'historien, «Recherches et débats», 47 [1964], p. 166 s). Pero no se trata, por supuesto, de hacer que la historia objetiva se pliegue a la subjetividad del historiador; se trata de aplicar ésta a la comprensión correcta de la experiencia humana pasada, gracias a una disponibilidad y a una apertura interior'que exigen gran disciplina de espíritu (cf. P. RlcoEuR, Histoire et vérité, p. 34 ss).

arbitrariamente a merced de las fantasías individuales 124. Pero, por una parte, se le puede dar como centro una experiencia humana individual más o menos amplia (la de un individuo, de un grupo restringido, de un Estado, del mundo entero), lo cual modificará sensiblemente el significado de los detalles que entren en juego. Por otra parte, a medida que nos alejamos de este centro, la verdad del cuadro va adquiriendo un margen progresivamente más grande de aproximación, de esquematismo, de representación convencional. Por lo demás, ¿cómo podría suceder de otra manera, siendo imposible una recuperación integral de todos los detalles, y mucho menos su restitución en un relato? Por aquí se echa de ver que en el relato' de un testigo, como en el de un historiador de profesión, no todos lbs detalles tienen el mismo peso; no alcanzan el mismo grado de afirmación. La historia verdadera no' se confunde con la historia exacta 125. Por un lado, puede ser verdadera admitiendo inexactitudes de detalle, si los detalles en cuestión no son centrales para el acontecimiento; por lo demás, una exactitud absoluta rebasaria las posibilidades humanas. Inversamente, la historia crítica podrá acumular los detalles exactos sin ser verdadera, si evocando una experiencia humana pasada y apreciándola cualitativamente, pasa de largo lo esencial o impone a los detalles una interpretación que desmienten los testimonios de los participantes. Aquí nos hallamos en los antípodas del positivismo histórico.

b) El testimonio histórico de la Escritura. Con respecto al designio de salvación, único objeto de las enseñanzas de la Escritura, la historia humana se halla en una situación muy diferente de la de las ciencias de la naturaleza. Por una parte, la palabra de Dios es un acontecimiento que sobreviene en el tiempo, y los signos que la acreditan son igualmente acontecimientos. Por otra parte, la salvación de los hombres se rliza en una serie de acontecimientos, no solamente porque se consuma en la muerte y en la resurrección de Jesucristo, sino porque implica la institución progresiva, en medio

124. Entre los detalles, los hay que deberán necesariamente ser retenidos por la historia, pero no es necesariamente de éstos, de los que los testigos habrán conservado el recuerdo más preciso.

125. «La historia es necesariamente el reino de lo inexacto. Este descubrimiento no es vano; justifica al historiador. Lo justifica de todas sus perplejidades. El método histórico no puede ser sino un método inexacto» (P. RICOEVR, op. cit., p. 79 s).

de las sociedades humanas, de una sociedad sui generis, en la que el hombre entra en comunión con Dios. Por estas razones el dogma cristiano, a la inversa de todas las místicas de evasión que buscan el medio de escapar a la historia, se construye en torno a un misterio que se hizo presente a nosotros insertándolo en la historia: la encarnación del Verbo de Dios «nacido de la Virgen María, crucificado bajo Poncio Pilato, resucitado al tercer día de entre los muertos». Este vínculo íntimo de la revelación con la experiencia histórica de los hombres explica que la historia ocupe un puesto tan importante en la Escritura 126. No hay por tanto que pensar en excluirla de sus enseñanzas; pero hay que ver exactamente de qué manera entra en ellas.

En primer lugar, la Escritura no considera nunca la historia humana sino bajo el ángulo de las relaciones entre los hombres y Dios. Estas relaciones se entablan dentro de una colectividad histórica. Israel, luego la Iglesia. Consiguientemente, la experiencia vivida de esta colectividad, que contiene aspectos fenoménicos muy semejantes a los que encontramos en otras partes,' adquiere sin embargo un significado cuyo contenido es revelado progresivamente por la palabra de Dios. Los acontecimientos que la constituyen manifiestan los actos de Dios en el tiempo; por eso dan testimonio de ellos los libros sagrados, no tanto para retenerla parte que tomó el pueblo de Dios en la aventura general de la humanidad, cuanto para hacer que en ellos se descubra la experimentación práctica y la revelación de las vías de Dios, que conducen al hombre a la salvación y patentizan el sentido último de su existencia. De esta manera, en efecto, la historia humana viene a ser historia sagrada, y formalmente como historia sagrada es objeto de enseñanza en la Biblia 127.

Por esto mismo, la importancia respectiva de todos los elementos que la componen (personajes, coyunturas, detalles concretos de todas clases) escapa a los criterios en uso entre los historiadores profanos; en forma intencional, los historiadores sagrados juzgan

126. Cf. Sentido cristiano del AT, p. 265-266.

127. Este punto lo pone de relieve, al término de un estudio sobre el género histórico en el antiguo Israel, J. Haesrat., Geschichten und Geschichte im Alten Testament bis sur persischen Zeit, Gütersloh 1964, p. 232-236.

de ellos en función del designio de salvación que se proponen evocar. Así sería absurdo poner en el mismo pie todos los episodios que encierran los relatos bíblicos, desde las aventuras de, David proscrito hasta la condenación a muerte' de Jesús, como si esta yuxtaposición sin relieve bastara para dar a conocer el género de enseñanza que contienen. En realidad el testimonio de los autores 'sagrados no se refiere tanto a la materialidad de los hechos brutos cuanto a sus relaciones con el misterio de la salvación, al significado que de ellos dimana 128. Si es cierto que todo relato histórico apunta a alcanzar, a partir de los testimonios, la experiencia vivida por los hombres de otro tiempo, los historiadores sagrados tratan de alcanzar un segundo nivel de profundidad, pues en dicha experiencia ven la envoltura y el soporte de una experiencia espiritual más importante que el haz de fenómenos que la sostenía, puesto que allí se revela concretamente la relación del hombre con Dios en el designio de salvación. Tal es la realidad objetiva que se esfuerzan por hacer ver; pero se trata de una objetividad sobrenatural que por definición no puede ser captada por la historia-ciencia.

Los autores sagrados, para evocar esta presencia del designio de salvación en los tiempos, pronuncian — por lo menos implícitamente — un juicio de valor sobre los hechos humanos que refieren. Ahora bien, para descubrirlo, en más de un caso hay que considerar el relato a distancia, porque el lugar que ellos asignan a los detalles fenoménicos no' es siempre proporcional a su importancia respectiva. Por ejemplo, el relato de las aventuras de David proscrito y de la revolución de Jehú es más circunstanciado y con frecuencia más preciso que el de las apariciones de Cristo resucitado 129. ¿Quiere esto decir que la enseñanza dada allí sea más abundante o de mejor calidad? De ninguna manera, pues el alcance y el significado de los

128. Sentido cristiano del AT, p. 281-282.
129. Es cierto que las apariciones de Cristo resucitado se concentran en un tiempo muy breve y que su recuerdo nos llega por diferentes caminos, visiblemente independientes, puesto que sus detalles no concuerdan siempre. Esto basta para asegurar su realidad histórica, en cuanto experiencia hecha por un cierto número de testigos. Pero además, en los relatos evangélicos, los gestos y las palabras de Cristo resucitado están todos ellos colmados de significado religioso, aun cuando el detalle de la historia sea bastante impreciso (X. LÉON-DueovR, Les évangiles et l'histoire de Jésus, p. 444-450). Desde este punto de vista su caso difiere profundamente de los hechos del Antiguo Testamento a que hacemos alusión aquí.

episodios en cuestión no aparece sino en función de conjuntos más amplios: la vida de David, elegido de Dios, y el drama de Israel, pueblo pecador. ¿A qué nivel se sitúa, pues, la enseñanza positiva que entendían dar los autores sagrados y que reclama una adhesión de fe? ¿Es al nivel de estos conjuntos, como los episodios se integran en una categoría proporcionada a su función, o bien al nivel de los detalles mismos, materialmente exactos en los casos enfocados aquí, pero despojados de alcance religioso, fuera del marco más amplio en que tuvieron lugar? La respuesta no es dudosa: hay que estudiar los detalles situándolos al nivel de los conjuntos. Igualmente sería sofístico decir que la documentación edomita reproducida en Gén 36, 9-43 viene a ser ipso facto objeto de fe por estar incluida en la Escritura. Para ver en qué interesa a la fe hay que hacer un rodeo bastante largo. En efecto, su relación con la historia sagrada no se comprende sino' en función de otros dos hechos: la conquista de Edom por David (2 Sam 8, 13-14; cf. Núm 24, 17 s), manifestación del poder concedido por Dios a su elegido; el misterio de las elecciones divinas que se fijaron en Israel más bien que en el pueblo hermano (cf. Gén 25, 19-34; 27-33; 35-36; Mal 1, 2; Rom 9, 13). Esta meditación sobre el sentido de la historia, que se mantiene al nivel de una revelación muy incompleta, tenía necesidad de una representación concreta del pasado edomita para poder desarrollarse, y por esta razón utiliza la pequeña documentación tomada de los archivos de Edom. ¿Quiere esto decir que ponga el acento sobre los detalles de esta documentación para transformarlos en objeto de fe? De ninguna manera, pues los utiliza por lo que valen en sí, sin cambiar su naturaleza, a fin de dejar oir lo que constituye el objeto de la fe israelita: la elección de Israel y el sentido religioso de las victorias de David. En una palabra, el testimonio de los autores sagrados versa sobre la historia como misterio, sea cual fuere la naturaleza de los materiales utilizados por ellos para evocar su aspecto fenoménico. Hallaremos de nuevo este último punto cuando examinemos las variedades del género histórico en la Biblia; pero definiendo el objeto religioso del género determinamos ya su orientación fundamental.

Estas observaciones no significan que los fenómenos históricos en cuanto tales escapen a las intenciones de los autores inspirados, sino que su pintura se subordina a un elemento más importante. ¿Quién negará, por ejemplo, que el misterio de Cristo, rey de las naciones, constituido en esta función desde su nacimiento, es la afirmación esencial a que se ordena la tradición de la visita de los Magos en Belén en el relato de Mt 2, 1-12? Este misterio es, en efecto, el objeto directo' dei la fe cristiana, mientras que el episodio de los Magos en cuanto tal sólo entra aquí de manera indirecta 130. Hay que recordar sin embargo que toda reflexión 'sobre el sentido de la historia supone la realidad de los hechos a que se aplica. En un caso particular podremos preguntarnos a qué se aplica exactamente: Mt 2, 1-12 ¿es una reflexión sobre la infancia de Cristo o sobre la iniciativa de los magos? Y si el evangelista quiere ante todo presentar aquí concretamente a Cristo como rey de las naciones, ¿concede sin embargo un valor de hecho histórico al episodio que recogió en la tradición cristiana? Pero si bien es licito, y hasta necesario, inquirir así acerca de las intenciones exactas de los autores sagrados, no se puede ver en su presentación de la historia sagrada una pura construcción del espíritu, destinada únicamente a traducir ideas religiosas y a ilustrar una fe. Cierto que existen relatos de este género, como por ejemplo Job o Jonás; pero tal no puede ser el caso de los que entienden referir los actos de Dios en el mundo: éstos tienen una intención histórica global que no se puede poner en duda sin desfigurar 'la naturaleza de la fe judía y cristiana 131

En este punto la exégesis no católica, influida por la concepción positivista de la historia-ciencia y por los prejuicios metafísicos hostiles a lo sobrenatural, ha subestimado con frecuencia las exigencias del conocimiento histórico que en el contexto bíblico se asociaron siempre a la fe 132. No es el caso de acomodarnos a estas tendencias

130. Para la exégesis de este capítulo, cf. S. MUÑOZ IGLESIAS, El género literario del evangelio de la infancia en san Mateo, EstB, 1958, p. 243-273. M. M. Bousxx, Tke Literary Genus of Matthew 1.2, CBQ, 1960, p. 160-175. X. LÉoN-DuFouR, op. cit., p. 343-351. A. VboTLE, Die Genealogie Mt 1, 2.16 und die mattkdische Kindheitsgesckickte, BZ, 1964, p. 45-48, 239-262; 1965, p. 32.49.

131. Por lo que hace al Antiguo Testamento, cf. Sentido cristiano del AT, p. 266 s. En cuanto a los evangelios, cf. las observaciones de X. LÉON-DUFOUR, en Introducción a la Biblia, t. II, p. 297 s.

132. Ejemplos característicos: A. Lorsv, La naissance du christianisme, París 1933, p. 7-8. C. GUIGNEBERT, Jésus, París 1933, p. 46-47: <Les interesa exclusivamente el mito de salvación con que han sustituido la realidad de la existencia y de la predicación de jesús, y lo que quizá dejaron subsistir de la tradición primera, de los recuerdos exactos sobre el maestro galileo, es únicamente lo que podía aceptar su concepción del Señor, salvo algunas inadvertencias» (p. 47). Es difícil incurrir en un peor contrasentido a propósito del interés que tenían por el Jesús de la historia los que veían en él al Señor de la fe. Cf. las observaciones de X. LÉON-DupouR, Jésus-Christ et ¡'historien, BCE, 1961, p. 357.360.

para adoptar opiniones que in discrimen adducunt germanam veritatem historicam et obiectivam Scripturae Sacrae, como decía un reciente monitum del Santo Oficio 133. Sería sin embargo un error no menos peligroso caer en el exceso opuesto y volver en nombre de una fe mal entendida y de una concepción muy discutible de la historia a la misma confusión entre historia verdadera e historia exacta, cuyos equívocos acabamos de denunciar. El Santo Oficio, al recordar la germana ventas historica et obiectiva de la Escritura, ha descartado dos errores graves: 1) el de ver en los relatos bíblicos que narran la historia de la salvación narraciones puramente legendarias, regidas únicamente por las ideas que traducen, sin arraigo real en la experiencia humana que pretenden referir; 2) el de tomar las realidades sobrenaturales en que estos relatos ven el principio explicativo de los hechos, por interpretaciones completamente subjetivas de la fe, sin fundamento en la esfera divina en la que la fe introduce al hombre. Dicho esto, sería injurioso atribuir al Santo Oficio una concepción de la objetividad que reasumiera las de los historiadores positivistas. Es posible que algunos teólogos y apologetas hayan caído en esta trampa por inadvertencia 134. Pero ésta no es una razón para seguirles por el mismo camino.

133. Texto en «Osservatore Romano», 22 de junio de 1961.

134. Esta concepción de la objetividad histórica ocupa, a lo que parece, el último término en cierto número de artículos escritos estos últimos años para reaccionar contra los entusiasmos excesivos de la crítica, por ejemplo: A. RoMEO, L'enciclica «Divino afflante Spiritu» e le «opiniones nova¢», en «Divinitas», 1960, p. 385-456 (la controversia abierta con este artículo la resume J. A. FITZMYER, A Recent Scriptural Roma" Controversy, en «Theological Studies», 1961, p. 426-444); cardenal E. RUFFINI, Literary Genres and Working Hypotheses in Recent Biblical Studies, AER, 1961, p. 362-365 (tradución de un artículo aparecido en el «Osservatore Romano» en agosto de 1961); The Bible and its Genuine Historical and Objectival Truth, AER, 1962, p. 361-368; G. T. KENNEDY, The Holy Office Monitum and the Teaching of Scripture, ibid., p. 145.151 (seguido de una controversia en la misma revista: W. L. MORAN, Father Kennedy's Exegesis of the Monitum, 1962, p. 174.180; G. T. KENNEDY, A. Reply to fr. Moran, p. 181-191; J. C. FENTON, Father Moran's Prediction, p. 192.201); F. SPADAFORA, Rasionalismo, esegesi cattolica e magisterio, Rovigo 1962. En todos estos textos no se examina nunca a fondo el problema metodológico del objeto formal de la historia en general y de la historia sagrada en particular. Se lo supone resuelto, corno si se tratara de una evidencia. El hecho de que sea difícil de definir y de que el positivismo histórico se haya equivocado en ello parcialmente debería imponer más circunspección. En particular, habría lugar de criticar una concepción estrecha de la historia-ciencia, de la que son inconscientemente víctimas muchos de nuestros contemporáneos, ya partan de ella para atacar la veracidad de la Biblia, ya la admitan tácitamente al defender esta historicidad. Es posible que la dificultad provenga, en teología, del hecho de que nuestros estudios eclesiásticos se fundan todavía en una cultura humana demasiado abstracta, en la que el problema particular del conocimiento histórico no se estudia con bastante rigor, y en la que la iniciación en los métodos propios de la historia no está al nivel de la iniciación metafísica. Consiguientemente, la verdad en materia de historia se concibe bajo una forma idéntica a la verdad en materia de metafísica o de dogma. Ahora bien, la verdad no es una noción unívoca, sino análoga, que se especifica según los terrenos a que se aplica, según el objeto sobre el que versa el juicio humano.

De aquí podemos sacar una conclusión provisional. La historia vivida por el pueblo de Dios implicó siempre, en cuanto experiencia humana, un significado sobrenatural que le daba todo su valor. El conocimiento de este significado no fue nunca una percepción espontánea del genio humano, y menos todavía creación artificial de una creencia sin fundamento objetivo, sino fruto de una revelación aportada por 'los enviados de Dios. Para ponerla en evidencia con profundidad creciente los escritores sagrados consignaron el recuerdo de los acontecimientos y luego no se cansaron de reiterar su relato bajo formas que bastaban para su finalidad doctrinal, aunque no correspondieran a nuestra concepción moderna de la historia. Este último punto merecería un examen detallado. Limitémonos a notar aquí que los autores bíblicos, para subrayar el significado de un hecho en el designio de salvación, recurrieron con frecuencia a procedimientos 'literarios muy diferentes de los que emplearía un teólogo moderno. Si bien acá y allá encontramos capítulos enteros de teología (Jue 2, 10-23; 2 Re 17, 7-23), las más de las veces la reflexión religiosa se integra en los relatos mismos bajo las formas más variadas. Esto mismo dice ya que la enseñanza de la Escritura en materia de historia es asombrosamente compleja.


II. EL CARÁCTER PROGRESIVO DE LA REVELACIÓN

1. La educación de la fe

Puesto que la Escritura es el libro de la pedagogía divina, la afirmación de las verdades crece en ella con el andar del tiempo. No se puede por tanto hallar en los textos del Antiguo Testamento una base suficiente para la teología cristiana si no se rebasan los limites que les impuso su situación en el tiempo: entendidos al pie de la letra acusan constantemente estos límites. Jesús mismo, durante su vida terrena, dejó en una cierta penumbra puntos de doctrina que sólo 'su resurrección podía esclarecer plenamente y que los apóstoles no comprenderían sino bajo el influjo del Espíritu Santo (In 14, 26; 16, 13); así por lo que se refiere al misterio del reino de Dios en sus relaciones con la Iglesia, o al misterio del Mesías «que debía sufrir antes de entrar en su gloria». Para limitarnos al Antiguo Testamento, el progreso dogmático se manifiesta en él por una constante maduración de los problemas, a los que la palabra de Dios aporta una solución cada vez más completa. No se trata tanto de añadir verdades nuevas a las que ya se admitían, cuanto de proyectar nueva luz sobre dichas verdades para hacer aparecer en ellas aspectos insospechados en espera de que en Cristo acabe todo de elucidarse perfectamente.

En tanto la revelación camina así hacia su fin, los textos no se limitan a exponer las verdades de la fe; traducen también las ignorancias humanas y a veces las angustias que causan. Así en cuanto al problema de 'la retribución individual que atormenta a los salmistas (Sal 39, 6-7. 11-14; 49; 73), al autor se Job y al Eclesiastés (Ecl 7, 15; 8, 10): ninguna luz, durante algún tiempo, sobre una vida futura bienaventurada (Sal 88; Is 38, 18-19)135 Además, la transformación de las perspectivas da a veces lugar a una modificación radical en la expresión de la creencia. Por ejemplo, el mesianismo dinástico de 2 Sam 7, 12-16, a partir de Isaías (Is 9, 1-6; 11, 1-7) cede el puesto a la espera de un rey futuro cuyas glorias temporales se describen con complacencia (Zac 9, 9-10; cf. Sal 2; 72; 110, interpretados mesiánicamente) 136. ¿Cuál es exactamente la verdad de estos textos, que Jesús no cumplirá sino trasponiéndolos a otro plano? Incluso en los casos en que menos manifiesta es la mutación interna de las Escrituras, la expresión de los misterios de la fe se mantiene en ellas largo tiempo involucrada, incoativa. En vano se buscaría en el Antiguo Testamento una doctrina acabada del pecado original 137: el alcance exacto de Gén 3 no aparecerá con

135. Cf. Sentido cristiano del AT, p. 349.351 (con bibliografía).
136. Ibid., p. 379 s (con bibliografía).

137. A.
M. DuanRLE, Le péché origine! dans l'Écriture, París 1958.

claridad sino una vez efectuada la redención, en Rom 5, 1-19 o Ap 12. Y así de todos los dogmas.

No se trata de volver aquí a una teoría de la verdad relativa tal como la proponía la teología modernista, y ni siquiera tal como fue entendida por algunos teólogos católicos en una formulación vacilante y desmañada 138. Solamente hay que dar cuenta de un hecho: en los libros inspirados el dogma ha 'sido objeto de aproximaciones sucesivas que recubrían a su manera el conjunto de los problemas. Los diversos aspectos del misterio de la salvación no aparecían en un principio sino en estado de esbozos, progresivamente mejor perfilados, pero nunca definitivos antes del Nuevo Testamento. Testimonios verídicos a no dudarlo, por la parte de enseñanza positiva que encerraban; pero su verdad era proporcional a la medida de luz que Dios había comunicado a sus autores en función de la situación en que se hallaba en su época la comunidad de la salvación y del papel que debían desempeñar en la pedagogía divina 139.

2. La educación moral

Se observa una progresión del mismo género cuando se enfoca el problema desde el punto de vista de la conducta humana y de las reglas que la dirigen 140. El Antiguo Testamento no es una colección de historias edificantes en el sentido en que tendería a entenderlo la opinión popular. Libro de educación, muestra a los hombres tal como son y no tal como debieran ser; hace asistir a sus reacciones frente a la palabra de Dios, al drama espiritual que nace de su mal corazón y pone a su 'libertad en conflicto con la gracia. Este género de testimonio apunta a la edificación, pero lo hace presentando el pecado como pecado y manifestando sus consecuencias.

138. Supra, p. 144, nota 63.

139. A propósito del crecimiento de los artículos de fe a través de los tiempos, santo Tomás escribe luminosamente: «Licet in hominibus quidam se habuerunt per modum causae agentis, quia fuerunt fidei doctores, tamen manifestatio Spiritus datur talibus ad utilitatem communem, ut dicitur 1 Cor 12; et ideo dabatur patribus qui erant institutores fidei, quantum oportebat pro tempore illo populo tradi, vel nude, vel in figura» (II-II, q. 1, art. 7, ad 3).

140. A. GELIN, Morale et Ancien Testament, en Problémes d'Ancien Testament, París 1952, p. 71-92. J. LEVIE, La Bible, parole humaine et message de Dieu, p. 261-275.

En la pedagogía bíblica el pecado mismo sirve a los fines de Dios revelando en el hombre una necesidad de gracia que sólo Cristo satisfará 141 Frente a los personajes a los que se ve vivir en la Escritura, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, habrá, pues, que operar siempre un discernimiento de espíritus, pues representan según los casos la fidelidad auténtica o la conducta que hay que evitar.

Hay otro factor que también se debe tener en cuenta para apreciar las enseñanzas morales contenidas en los textos. La revelación de la ley de perfección no vino sino con Jesucristo (Mt 5, 48), al mismo tiempo que se daba el Espíritu Santo, gracias al cual la justicia de la ley puede cumplirse en nosotros (Rom 8, 3-11). Así pues, anteriormente no aparecen nunca los mandamientos en situación perfecta, puesto que permanecen exteriores al hombre (Rom 7, 113): tenerlos «en el corazón» (Dt 6, 6) es una gracia reservada a los tiempos de la alianza escatológica (Jer 31, 33). En su misma formulación llevan las huellas del estado de decaimiento espiritual en que había incurrido entonces el género humano: ciertas prescripciones de la ley son dadas ad duritiiam cordis (Mt 19, 8), y Jesús deberá rectificarlas (Mt 5, 20-48) a fin de dar cumplimiento a la ley y a los profetas (Mt 5, 17-19). De aquí resulta una consecuencia evidente: en materia de moral como en materia de dogma debe buscarse el contenido, positivo de los textos a la luz de un criterio que sólo puede suministrar el Nuevo Testamento 142

Así la verdad de la Escritura resulta de su totalidad; no reside en cada texto tomado, en particular, sino a condición de no separarlo de este conjunto. La teología bíblica, es decir, la parte de la teología positiva que examina las fuentes escriturísticas de la doctrina 143, es histórica por su naturaleza. No puede contentarse con invocar algunas auctoritates extraídas de su contexto. Es necesario que siga de un extremo a otro el desarrollo de las ideas y de los

141. Sentido cristiano del AT, p. 214 s (cf. infra, p. 336-339).

142. Ibid., p. 207-209; cf. N. LOHFINK, art. cit., en «Stimmen der Zeit» p. 177 ss. Esta plenitud de sentido que cobran en el Nuevo Testamento los preceptos de la antigua ley la subraya bien J. M. AUBERT, Ley de Dios, ley de los hombres, «El misterio cristiano», Herder, Barcelona, en preparación, p. 116.150 (particularmente 141 ss) de la edición francesa.

143. F. J. CwIEKowsxl, Biblical Theology as Histarscal Theology, CBQ, 1962, p. 404-411.

temas en el interior de la revelación 144 Volveremos a hallar este punto en el último capítulo de nuestro tratado 145.


III. LAS VARIEDADES DEL LENGUAJE HUMANO

1. Problemas generales

a) Las formas literarias y la verdad de la Escritura. Hablando de las formas literarias en la Biblia hemos subrayado su estrecha relación con la vida y las estructuras del pueblo de Dios 146. Este punto no puede suscitar ninguna dificultad por lo que hace a la verdad de la Biblia. Muy al contrario, esclarece el alcance del testimonio dado por cada texto y, por consiguiente, el género de verdad que hay que buscar en ellos, puesto que hay siempre correlación entre la enseñanza dada por el texto y su situación en la vida de la comunidad, ya se trate de Israel o de la Iglesia primitiva. Pero hemos visto también que en cada época la cultura humana del medio bíblico condicionaba el lenguaje y las formas 'literarias empleadas en la Escritura 147. Aquí está en juego la verdad de la Escritura; no ya en el sentido de que resulte relativizada, sino en el sentido de que su formulación se adapta a la mentalidad y a la civilización de los ambientes en que vieron la luz los libros sagrados.

La encíclica Divino afflarte Spiritu ha insistido en este punto con la mayor claridad: «Entre las maneras de hablar y de escribir de que solía servirse el lenguaje humano en los pueblos antiguos, en particular entre los orientales, ninguna es extraña a los libros sagrados, supuesto, sin embargo, que el lenguaje empleado no repugne en nada a la santidad ni a la verdad de Dios... 148. El exegeta católico, al exponer la Sagrada Escritura, al probar y defender su absoluta inerrancia, debe usar prudentemente de este recurso; debe investigar cómo la manera de hablar o el género literario empleado por el hagiógrafo puede conducir a la verdadera y exacta interpretación... Gracias al conocimiento y a la justa apreciación de las maneras de hablar y de escribir de los antiguos podrán resol-

144. Sentido cristiano del AT, p. 442 a.
145. Ingra,
p. 462 s.
146. Supra,
p. 127-132.
147.
Supra, p. 132.140.
148. Ench. B., 559.

verse no pocas objeciones levantadas contra la verdad y el valor de las letras divinas» 149. En estas declaraciones se deja percibir todavía el contexto de la apologética defensiva, pero no por ello dejan de tener valor positivo los principios enunciados: para apreciar correctamente la verdad de los libros sagrados hay que tener en cuenta su género literario, puesto que cada género tiene su verdad propia 150.

b) El problema del mito. ¿El carácter inspirado de los libros sagrados es compatible con cualquier clase de género literario? Notemos que la cuestión no se plantea exactamente en estos términos, pues el carácter funcional de la Escritura y su relación con la vida religiosa del pueblo de Dios excluyen ya los géneros puramente profanos 151 Entre los que quedan ¿cuál podría considerarse a priori como indigno de la palabra de Dios? Dejando a un lado el problema de la historia, sobre el que todavía hemos de volver, uno solo, requiere discusión: el mito, género religioso por excelencia en todas las civilizaciones antiguas 152.

¿Pudo 'la Escritura servirse del mito para expresar la revelación del Dios vivo? 153. Todo depende de la definición que se dé del mito. Si éste es la traducción de una doctrina donde lo divino se mezcla con cosas del cosmos y de la sociedad de modo que la cosmogonía se enraíce en una teogonía; si le es esencial contar una historia ejemplar de los dioses en la que nuestra experiencia de la existencia hallara su explicación última, entonces el pensamiento y la literatura de la Biblia están en franco conflicto con él', Pero si se trata de una pura forma literaria en la que, para hablar de Dios, el símbolo desempeña el mismo papel que el lenguaje abstracto en

149. Ibid., 560.

150. Este principio general no es discutido por nadie. Cf., por ejemplo, las expresiones de G. T. Ksmrnw, art. cit., AER, 1962, p. 189 (que reproduce un texto aparecido ya en 1961): «Each literary form has a species of truth proper to it and must be considerad closely to determine the authors's purpose in employing it.»

151. Supra, p. 138, nota 42.

152. R. CAlLLOts, Le mythe et 1'homme, París 1938. M. ÉLIADE, Traité d'histoire des religions, p. 350-372; Aspects du mythe, París 1963, p. 9-32. P. RICaEUR, La symbolique du mal, p. 153-162. P. GRIMAL, L'homme et le mythe, en Mythologies, t. 1, París 1963, p. 4-13.

153. J. HENNINGER, H. CAZELLES, R. MARLÉ, art. Mythe, DBS, t. 6, col. 225-268. J. L. M~KENZIE, Myth and the Old Testement, CBQ, 1959, p. 265-282 (= Mytks and Realities, Londres 1963, p. 182-200). B. S. CHILDS, Myth and Reality in the Oid Testament, Londres 1960. A. ANwENDER, Zum Problem des Mythos, Wurzburgo 1964.

metafísica 154, en la que las relaciones entre Dios y el hombre son objeto de una escenificación dramática, entonces la Biblia recurre sin dificultad a este medio, pues halla en él un procedimiento de expresión muy adaptado a los gustos y a las exigencias del mundo israelita.

Pero la Biblia es lo bastante enérgica en su afirmación del Dios único para poder evocarlo, impunemente usando de antropomorfismos (procedimiento mítico cual ninguno) o incluso, empleando viejos temas mitológicos despojados de su veneno. Frente a los mitos politeístas, tan seductores para el hombre antiguo, la Escritura opone doctrina a doctrina, negando un pensamiento erróneo. Pero para hacerlo eficazmente recurre en más de un caso a los mismos símbolos, que así llena de contenido nuevo, (por ejemplo: Sal 18, 8-16; 74, 12-15; 89, 10-11, etc.)155.

Entendido en este sentido restringido, el mito es un género literario como otro cualquiera, que posee su verdad propia y no es indigno de la palabra de Dios, puesto que bajo el velo del símbolo sugiere lo que no podría decir claramente en lenguaje abstracto 156. Los textos del magisterio relativos a la cuestión (decisiones de la Comisión Bíblica 157 sobre los primeros capítulos del Génesis, y encíclica Humani Generis 158) no se sitúan nunca en esa perspectiva de revalorización del mito, común actualmente entre los etnólogos y los historiadores de las religiones. Dejan a la palabra su acepción

154. Sobre el parentesco de este lenguaje simbólico con el ejemplarismo platónico, cf. M. ÉLIADE, Le mythe de l'éternel retour, París 1949, p. 63-65. Este aspecto del mito lo pone bien de relieve P. RlcoEUR, La symbolique du mal, p. 153 ss; Herméneutique des symboles, en IV problema della demitizzazione, «Archivio di filosofia», Padua 1961, p. 51.73.

155. Se hallarán buenos ejemplos en el estudio de E. LIPIÑSEI, Yáhveh mátale, en «Biblica», 1963, p. 405-460 (particularmente p. 434 y 456). Cf. P. RICOEUR, en Hermenéutique et tradition, p. 33.

156. La expresión mítica del pensamiento religioso está, en efecto, más próxima a la experiencia existencial que su expresión abstracta, que representa un primer esfuerzo de desmitificación. Sobre las relaciones entre el mito y el pensamiento racional, cf. el excelente estudio de G. GUSDORF, Mythe et métaphysique, París 1953 (particularmente p. 216-229 y 244-262). La conclusión a que llegamos nosotros es sustancialmente idéntica con la de H. FRIas, Le mythe et la révélation, en Questions théologiques aujourd'hui, t. 1, p. 49-58. Aquí no entramos en la discusión suscitada por Bultmann a propósito de la desmitificación del Nuevo Testamento; por lo demás, su definición del mito no corresponde a la que acabamos de dar (cf. R. MARLá, Bultmann et 1'interprétatian du Nouveau Testament, París 1956, p. 41-71). Volveremos sobre ello al tratar de la hermenéutica (infra, p. 274; 295, nota 186; 441 s).

157. Ench. B., 337 (y la encíclica Providentissimus, ibid., 100).

158. Ibid., 618.

más antigua, que sigue siendo la del lenguaje corriente 159. Ahora bien, desde este punto de vista es incontestable que las historias divinas de la revelación han substituido las antiguas mitologías por una historia sagrada totalmente diferente, que no se desarrolla ya en el universo de los dioses y en el tiempo primordial, sino en el interior del mundo creado, en el tiempo cósmico y humano. Allí es donde se anuda el drama de la existencia humana, y sólo para evocar la dimensión religiosa de este drama utiliza la Escritura una representación concreta de Dios que le hace correr impunemente el riesgo de la mitología (cf. Gén 2, 8-9; 3, 8 ss; 7, 16b, etc.) 160.

2. El problema de la historia en la Biblia 161

Ya hemos visto por qué los libros sagrados se interesan necesariamente por la historia y bajo qué ángulo tratan de ella 162. De ahí resulta en los dos Testamentos una valorización del género histórico que no tiene equivalente en las otras literaturas religiosas, como ha subrayado justamente la encíclica Divino afflante Spiritu 163. Pero una vez sentados estos puntos, permanece entero el problema de las formas literarias en que se vierte el testimonio histórico; en efecto, en todas las épocas y en todas las civilizaciones no hay género más complejo que el de la historia. Sería ingenuo imaginar que los autores inspirados se sometieran de antemano a las normas científicas a que estamos acostumbrados nosotros, ya por lo que concierne a la objetividad de los testimonios y de las fuentes, ya por lo que se refiere a la imparcialidad de los relatos; primero, porque no hay que transponer a la antigüedad oriental las preocupaciones particulares de nuestros días, y luego porque aquí se trata de una teoría de la historia que impone muchas reservas 164. Partiendo de ella es como desde el siglo xix ciertos críticos de tendencia ra-

159. Cf. J. Montura«, art. cit., DBS, t. 6, cal. 245-246, donde se ve la evolución del sentido del término, empleado hoy con un contenido positivo. También, G. Gusnoaa, op. cit., p. 216 s.
160. H.
Dussasla, Les valeurs chrétiennes de YAncien Testament, Maredsous 1948, p. 98.
161. G. Coo:rana, art. cit., DBS, t. 4, col. 550.557. A. Bias Institutiones nn. 95-97. H. HSrar. - L.
Duma, Introductio generalas, p. 101-118.
162. Supra, p. 162-169.
163.
Ench. B., 558-559.
164. Supra, p. 159-163.

cionalista tendían a vaciar de su contenido a la historia bíblica. Muchos apologistas, aun combatiéndoles, condescendieron demasiado con ellos siguiéndolos en su propio terreno, clasificando globalmente los textos en históricos y no históricos, sin plantearse ninguna cuestión sobre la naturaleza y las formas de la historia 165 Posición simplista, que embrolla el problema en lugar de clarificar sus datas.

a) Las farmas de la historia. El fin del género histórico considerado bajo su aspecto más general consiste en conservar vivo el recuerdo de la experiencia humana pasada, por vía oral o por vía escrita, en el plano de la documentación rudimentaria o de las síntesis eruditas. Pero hay mil maneras de hacerlo, todas ellas ligadas a la mentalidad o al grado de cultura de un determinado grupo social. Todos los procedimientos empleados a este objeto son aceptables, desde el momento que su empleo es común.

Algunos ejemplos escogidos entre las grandes obras de las literaturas occidentales bastarán para dar una idea de la diversidad de estos procedimientos. Van, según los casos, desde la leyenda popular en la que la realidad se reviste de un manto de ficción (la historia de Tito Livio que explica la caída del último rey de Roma) hasta el cuadro minucioso en el que todos los detalles han sido comprobados (La cité antique de Fustel de Coulanges)166, desde la amplificación épica donde tiene su puesto lo maravilloso (la muerte de Roldán en Roncesvalles en la Chanson de Raland, comparada con la crónica de Eginardo) hasta el relato que desenreda el ovillo de las responsabilidades humanas (Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides)167. A un cierto nivel de civilización y en cuanto a ciertas categorías de hechos, la leyenda 168 y la epopeya son, pues, los

  1. Supra, p. 168, nota 134.

  2. En el cuadro subsiste, naturalmente, una parte de hipótesis, puesto que los datos brutos han tenido que ser interpretados para que encajen en la síntesis final. Pero tal es la condición de todo conocimiento histórico.

  3. Cf. R. ARON, Thucydide et le récit historique, en Dimensions de la consciente historique, p. 126-167.

  4. Hay, pues, que revalorizar la leyenda como género literario. El desprecio en que la tuvo el siglo zlz (como también al mito) provenía de aquel positivismo pretencioso que imponía en todas partes su ingenua concepción de la historia-ciencia. únicamente hay que observar que el problema de las leyendas no es sencillo, pues pueden tener diferentes fuentes. Unas tienen sus raíces en la historia, otras no son sino antiguos mitos degradados al nivel de cuentos, otras mezclan los elementos de estas dos clases. Hay que analizarlas para juzgar en cada caso particular.

conservatorios normales del recuerdo, de lo que tenemos múltiples ejemplos en 'la antigüedad oriental o clásica y en la edad media. Entre estas casos y el de la crónica escrita por un testigo inmediato de los hechos referidos (caso de Jainville cuando evoca la figura de san Luis rey de Francia), existe una multitud de formas intermedias: historia moralizadora que retiene un solo aspecto de los hechos para sacar de ellos lecciones de historia, de los héroes epónimos, que transpone la de los grupos sociales, relato etiológico que da cuenta de un hecho de civilización (costumbre, rito, nombre de lugar, parentesco entre pueblos...) evocando esquemáticamente su origen, etcétera... Sin contar que en cada caso particular muchos factores modifican la precisión y el valor de los detalles que dan forma concreta a los relatos. Por lo demás, es raro que éstos tengan únicamente alcance histórico; generalmente hay que analizarlos desde diversos puntos de vista para agotar su contenido.

Puesto que estas maneras de escribir tenían carta de naturaleza en las literaturas antiguas, no hay la menor razón para que la literatura bíblica las rechazara. Bastaba con que se adaptasen a la finalidad didáctica, siempre religiosa, de los autores sagrados, permitiéndoles dar una representación del pasado que conviniera a 'su propósito. Esta verificación no pone en tela de juicio la veracidad de estos autores, pero deja abierta la cuestión de las. formas literarias por ellos empleadas 169. Éstas deben examinarse de cerca en cada caso particular.

b) La historia en el Antiguo' Testamento 170. En el Antiguo Testamento el género histórico es esencialmente plural, según la naturaleza de los acontecimientos que se hayan de narrar, de los materiales utilizados para hacerlo, de las lecciones que se hayan de introducir en los relatos, de las convenciones literarias utilizadas.

He aquí algunos ejemplos tomados del Pentateuco 171. Las narra-

169. Cf. encíclica Divino afflante Spiritu, en Ench. B., 559. Mucho antes de la publicación de este texto se halla el principio sentado luminosamente en una página profética de L. DxsNGYEYS, «Bulletin de Littérature Ecclésiastiques, 1927, p. 132-138.

170. A. RosEar, art. Historique (Genre), en DBS, t. 4, col. 7-23. O. EISSFELDT, Eirnleitung in das Alte Testament3, p. 41-72 (con bibliografía sobre la cuestión). J. HEMPEL, Gechiehten und Geschichte im Alten Testament bis sur persischen Zeit, Gütersloh 1964.

171. Acerca de todos los ejemplos dados remitimos a los comentarios de los libros sagrados, particularmente en francés, en BPC: A. CLAMER, La Genése, París 1953; L'Éxode, Parla 1956.

ciones de éste entienden referir una historia real: la del designio de la salvación que sale a la luz gracias a la historia de Israel. Pero sus materiales constitutivos están tomados de fuentes (orales o escritas) que se escalonan a todo lo largo de la gradación señalada más arriba. Ahora bien, los narradores inspirados no cambiaron la naturaleza y la forma literaria de sus fuentes cuando integraron su contenido en la revelación. Cierto que subordinándolas y adaptándolas a ;su mensaje propio fueron guiados por el instinto' infalible de su carisma 172; pero esto no quiere decir que, nos transmitieran relatos utilizables inmediatamente en una historia crítica de Israel 173. De la epopeya legendaria del diluvio sacan nuestros historiadores un ejemplo tipo de catástrofe que muestra la actualización del juicio de Dios en la historia humana; es una reinterpretación religiosa que deja subsistir todos los problemas planteados por la correspondiente tradición mesopotámica. El epónimo Caín, antepasado convencional de los Qenitas, sirve para evocar la barbarie del desierto en los tiempos prehistóricas y las querellan fratricidas que son un hecho general en la historia humana (Gén 4, 1-6). La aventura de los epónimos Simeón y Leví (Gén 34) conserva la memoria de un episodio oscuro en el que se vieron implicadas las dos tribus correspondientes hacia fines de la era patriarcal; dato histórico precioso transmitido bajo una forma literaria que vuelve a hallarse, menos acabada, eta Jue 1, 3 ss. La historia. de José tomó la forma de un relato didáctico, emparentado con la literatura sapiencial por su tendencia moralizadora y sus procedimientos redaecionales 174; hay que tener esto en cuenta para extraer los elementos utilizables en una historia crítica, mediante una discusión en que seguramente habrá diversidad de pareceres 175. Jos 10, 12-13 conservó por azar un frag-

172. Cf. la encíclica Humani Generis, en Ench. B., 618.

173. Desde este punto de vista, la Historia de Israel de G. RICCIOTTI (trad. cast., Barcelona 1945) no es completamente satisfactoria, pero la de M. NOHT (trad. fr., París 1954) adopta una reserva excesiva sobre ciertos puntos y opciones críticas discutibles. Se hallará un juicio más equilibrado en la de J. BRIGET, A History of Israel, Londres 1960. Sobre el discernimiento crítico de los datos, cf. las excelentes observaciones de M. J. LAGRANGE, La méthode historique, p. 183 ss (La historia primitiva).

174. G. vox RAD, Josephgeschichte und die iiltere Chokma, en VT, Suplemento 1, Leiden 1953, p. 120-127 (reproducido en Gesammelte Studien sum Alten Testament, Munich 1958, p. 272.280).

175. J. VERGOTE, Joseph en Égypte, Lovaina 1959. P. MONTET, L'Égypte et la Bible, Neuchátel-París 1959, p. 15.23. H. CAZELLES, Patriarches, en DBS, t. 7, col. 114 ss, 137.

mento de poema épico utilizado por el narrador en su evocación del combate de Gabaón; esto nos instruye sobre el género exacto del relato en prosa (10, 10-14) que imita sus procedimientos. Partiendo de aquí se comprende mejor la gran epopeya en prosa de la salida de Egipto, visiblemente facticia (Éx 5-14)176: Yahveh es el héroe central, y todo está aquí calculado para exaltar su victoria sobre Faraón, exactamente como en las piezas líricas que la celebran de otra manera (Éx 15, 2-17; Sal 77, 14-21; 78, 12-31.43-54; 106, 7 ss; 114; Is 63, 8-13, etc.).

Todos estos textos pertenecen a la historia desde cierto punto de vista; proporcionan incluso una buena documentación injustamente rechazada por una crítica radical, que por lo demás está en vías de retroceso. Pero su verdad histórica no se sitúa al nivel de los detalles anecdóticos yuxtapuestos; no se confunde con una exactitud material apreciada sólo en el plano de los fenómenos sensibles. Para captarla hay que tener en cuenta dos elementos: las convenciones de escritura propias de cada relato y la intención didáctica que refiere el acontecimiento en cuestión al designio de salvación en que se integra. Operación compleja que excluye toda definición a priori del género histórico, pero también toda generalización in-debida. Porque Simeón y Leví personifiquen a colectividades en Gén 34 no se puede decir lo mismo de Abraham, de Isaac y de Jacob 177; porque el relato etnológico de Jue 2, 1-5 sea una construcción artificial fundada en el topónimo Bókim, no se puede concluir que el relato de Gén 28, 10-19 no atestigüe una relación histórica entre el lugar santo de Betel y los antepasados de Israel en la época patriarcal; y así sucesivamente. Situándonos en esta perspectiva nos resulta más fácil precisar la relación de Gén 3 con la historia 178. No se trata en modo alguno de una representación realista del pecado de los orígenes, enfocado desde un punto de vista externo, sino de una evocación 'sustancial, en la que la psicología de la ten-

176. A. CLAMER, L'Exode, p. 16.18.

177. H. CAZELLES, art. Patriarches, en DBS, t. 7, col. 120-135.

178. Aparte los comentarios del Génesis, cf. G. LAnssERT, Le drame du jardin d'Éden, en NRT, 1954, p. 917-948, 1044-1072. A. M. DuBARLE, Le péché originel dens l'Acriture, p. 39-74. L. LIGIER, Péché d'Adam et péché du monde, t. 1, París 1960, p. 171-286. L. ALoaso-ScnóaEL, Motivos sapienciales y de alianza en Gén 2-3, en <Biblicaa, 1962, p. 295.316.

tación interfiere con una floración de símbolos escogidos juiciosamente. Situada en el punto de partida de la historia humana, esta imagen del pecado tipo (la pretensión de «conocer el bien y el mal» sin referirse a la ley de Dios) inicia en estilo sapiencial una reflexión teológica que el Nuevo Testamento llevará a su término: el primer uso de la libertad humana, la primera opción del hombre frente a Dios fue, pues, una negativa. Tal es en sustancia el hecho, ligado a la presencia del pecado en la historia, que el relato permite alcanzar; pero de este hecho sólo proporciona una representación convencional, tanto más llena de sentido cuanto que tiende a expresar lo que constituye la esencia del pecado.

El polimorfismo del género histórico no debería restringirse a los textos antiguos, como si las composiciones de época más tardía se acercaran necesariamente a nuestra manera de escribir. Esto es verdad tocante a un documento como la historia interna del reinado de David y de su sucesión 179, obra maestra compuesta por un testigo ocular de los hechos, cuyas intenciones teológicas guardan una admirable discreción. Pero al lado de esto vemos que persisten las formas narrativas que utilizan lo maravilloso para hacer 'lo sobre-natural sensible a los lectores : el nlidras del éxodo, contenido en Sab 16-19 aventaja todavía en este sentido a los relatos arcaicos. Vemos también desarrollarse el género narrativo en sentido de la ficción didáctica 180, donde se ha perdido de vista el realismo histórico (Judit, Ester, cualquiera que sea el punto de partida tradicional). Incluso en los libros de los Reyes y de las Crónicas se diversifican los materiales, y los que los utilizan no comprenden de la misma manera su oficio de historiadores 181. Todo el mundo conoce las dificultades cronológicas que suscitan 'los libros de Esdras y de Nehemías 182 el Cronista, ordenando como lo hizo el contenido

179. J. DELORME, en Introducción a la Biblia, t. 1, p. 410-412.

180. A. LEFÉVRE, ibid., p. 675-676 (Judit). H. LUSSEAU, ibid., p. 628-631 (Ester). A. ROBERT, art. cit., en DBS, t. 4, col. 20-22 (Ester). A. BARUCQ, Judith, Esther, BJ, p. 13-15, 77-80. 11. CAZELLES, Note sur la composition du rouleau d'Esther, en Festschrift H. Junker, Tréveris 1961, p. 17-29. E. HAAG, Studien zum Buche Judith, Tréveris 1963.

181. J. DELORME, en Introducción a la Biblia, t. 1, p. 409-421 (Reyes). H. LussEAU, ibid., p. 655-661. A. M. BRUNET, Le Chroniste et ses sources, RB, 1953, p. 481-508; 1954, p. 349-386.

182. Exposición del problema por R. DE VAUX, art. Israel, en DBS, t. 4, col. 765-769. H. LussEAU, en Introducción a la Biblia. t. 1, p. 648-650. V. PAVLOVSEY, Die Chronologie der Tltigkeit Esdras, en «Biblicaa, 1957, p. 275-305, 428-456.

de esta documentación, ¿entendía empeñar su responsabilidad en un problema de fechas? La comparación de los dos libros de los Macabeos — cuando es posible — permite captar al vivo la manera propia de los dos autores 183. Ahora bien, apreciadas desde el punto de vista de la crítica moderna, ni la historia apologética del primer libro de los Macabeos, influida por los viejos relatos bíblicos al mismo tiempo que por la historiografía griega, ni la historia patética del segundo libro que mira a la edificación y recurre a veces a lo maravilloso, están exentas de debilidades. Todo estriba en entender correctamente el testimonio dado por cada autor dentro de sus límites y conforme a las convenciones de escritura (comp. 1 Mac 4, 28-35 y 2 Mac 11, 5-12).

Nos hemos ceñido a algunos ejemplos. Éstos bastan para mostrar que la simple yuxtaposición de los relatos tomados de la Biblia en nuestras Clásicas historias sagradas, más respetuosas de una letra estereotipada que solícitas de comprender su alcance real, es una falacia que los críticos modernos descubren fácilmente.

c) La historia en el Nuevo Testamento 184 El medio social y cultural en que tomó forma la historia neotestamentaria no se puede asimilar ni al Israel del tiempo de los jueces, ni al de la corte salomónica, ni al de la cautividad de Babilonia, ni, finalmente, a ninguno de los medios en que nacieron los libros del Antiguo Testamento. Esto quiere decir que las formas de la historia 'serán aquí bastante diferentes. Los recuerdos conservados se agrupan en dos categorías muy distintas: los que conciernen a Jesucristo, objeto central de la fe cristiana, y los relativos a los orígenes de la Iglesia (Hechos y alusiones episódicas de las epístolas). Estas dos categorías plantean problemas diferentes, ya que no es la misma su relación con el misterio de la fe.

Los recuerdos relativos a los orígenes cristianos están referidos en parte en documentos de primera mano: epístolas paulinas, fragmentas-«nosotros» de los Hechos 185. Esto no quiere decir que los pasajes en cuestión no exijan examen crítico, ya que el punto de

183. Cf. la introducción de J. STARCKY, Les livres des Maccabées, BJ, París 21961, p. 13-14.

184. Exposición demasiado sucinta y superada en parte por la crítica más reciente, en L. VáNARD, art. Historique (Genre), en DBS. t. 4, col. 23-32.

185. J. DuPONT, Les sources du livre des Acres, Brujas-París 1960, p. 73-107.

vista particular de un hombre no traduce necesariamente toda la complejidad de una situación, sobre todo si este hambre está implicado en una polémica (caso de la epístola a los Gálatas, por ejempló). En cuanto a la documentación de segunda mano (por ejemplo, en Act 1-15), requiere una simpatía comprensiva, pero su carácter es muy variado 186. El valor de sus detalles cambia, pues, en la misma medida, ya que el grado de afirmación del historiador inspirado está regido por dos elementos: su punto de vista específicamente religioso y la naturaleza de los materiales que tiene a su disposición. Si en Act 10, 1-11, 18 la conversión de Cornelio ocurre antes de la fundación de la Iglesia de Antioquía (11, 19-21), no es esto por razones de cronología (11, 19 se encadena con 8, 3), sino por un motivo de otro orden: Pedro y la iglesia de Jerusalén conservan su preeminencia cuando se trata de introducir a un pagano en la Iglesia sin hacerlo pasar por el judaísmo. En este punto hay que respetar la intención de Lucas, tan clara a la lectura del cap. 15.

En cuanto al problema de los relatos evangélicos 187, se lo debe examinar sin pasión si no se quiere dar en callejones sin salida. Se entiende que globalmente quieren conservar el recuerdo de un personaje histórico real, de sus actos y de sus palabras, de 'sus gestos significativos y del destino final que consumó su vida. El punto central de la predicación apostólica (en san Pablo como en los Hechos), es, en efecto, la identidad del Señor de la fe y de Jesús de Nazaret, conocido por la tradición de sus testigos 188. Toda la cuestión está en saber cómo estos testigos, y la tradición oral después de ellos, y finalmente los autores de las síntesis evangélicas, conservaron este recuerdo, en qué formas fijaron literariamente sus rasgos,

186. L. CERFAUX, en Introducción a la Biblia, t. n, p. 331-334. L. TRoclrÉ, Le livre des Actes et l'histoire, París 1957, p. 154-214.

187. X. LÉOx-DUFOUR, en Introducción a la Biblia, t. st, p. 310-315; Les évangiles et l'histoire de Jésus, p. 334-351. No entramos aquí en el detalle de los diversos géneros a que pueden reducirse los relatos evangélicos. Es un problema de crítica literaria que nos llevaría demasiado lejos. Se hallará un compendio de esta cuestión en Les évangiles et l'histoire de Jésus, p. 236-241. Cf. también la puesta a punto del cardenal BEA, L'historicité des évangiles synoptiques (en <Civiltá Cattolica», 6 y 20 de junio de 1964), trad. fr., <La documentatien catholiques, 1964, col. 771-788 y 825-842.

188. X. Láox-Duroua, Jésus-Christ et 1'historien, BCE, 1961, p. 357-360; Les évangiles et l'histoire de Jésus, p. 480-492. Así se ve superada la problemática de la época modernista, que oponía artificialmente el Jesús de la historia al Cristo de la fe (supra, p. 167, nota 132).

en fechas que se escalonan sin duda a todo lo largo del siglo 1189. Al plantear esta cuestión no se pone en duda la veracidad de los relatos en cuestión; únicamente nos esforzamos por comprenderlos inteligentemente, coma invita a ello la reciente instrucción de la Comisión Bíblica sobre la verdad histórica de los evangelios 190. En efecto, la cristalización delos recuerdos no tuvo por función esencial contar la historia de Jesús para satisfacer la curiosidad de los fieles 191, sino alimentar su fe dándoles un conocimiento concreto de su persona.

Así no hay ningún relato evangélico en el que no se discierna una intención didáctica de otro orden que la historia: dogmática, moral, apologética, litúrgica, etc. Sería extraño que no se marcara esto en su contextura literaria, puesto que las convenciones de escritura se coordinan aquí seguramente con las enseñanzas dadas. Historia y doctrina no se excluyen, sino que se imbricar; pero de aquí se sigue que no' todos los relatos dependen de las mismas leyes. No se trata ni de acusarles de deformar la historia para plegarlos a tesis ideológicas, ni de defender a toda costa la exactitud material de todos los detalles que encierran. Se trata de descubrir sus convenciones de escritura. Operando este análisis seguramente se apreciarán mejor los límites del conocimiento histórico que se puede tener de Jesús. ¿Qué importa, si este conocimiento sigue siendo auténtico bajo las diversas formas que transmiten su sustancia, y si más allá del drama visible cuyos actores y testigos fueron los apóstoles, se alcanza el misterio subyacente a esta experiencia humana cargada de sentido? 192. En el fondo hay pocas perícopas que

189. La cuestión de fecha tiene su importancia, ya que la larga transmisión de una tradición por vía oral influye evidentemente en su forma literaria y en la precisión de sus detalles. Uno es el problema del relato de la cena, fijado ya muy temprano en su sustancia (1 Cor 11, 23-25 muestra una tradición recibida por Pablo, sin duda en el medio en que fue bautizado), y otro es el problema de los relatos de la infancia en Mateo, vinculados al último estrato redaccional del evangelio y transmitidos hasta entonces por vía oral (L. VAGANAY, Le probléme synoptique, Tournai-París 1954, p. 234-237); otro, final-mente, el problema de los relatos joánicos, fijados tardíamente, aun cuando la tradición de que dependen manifiesta más temprano sus huellas (cf. J. A. BAILEY, The traditions common to the Gospels of Luke asid Iohn, Leiden 1963).

190. Texto en rBiblicas, 1964, p. 466-471; trad. fr. en NRT, 1964, p. 634-643 (con un breve comentario de J. Rademakers).

191. Este punto de vista es el de los evangelios apócrifos. Es conocido el escaso valor de estas obras (cf. J. BONSIRVa y C. BIGARÉ, en Introducción a la Biblia, t. II, p. 668-674; E. Aswos, art. Apocryphes du Nouveau Testament, DBS, t. 1, col. 470-488).

192. X. LEON-DUFOUR, Les évangiles et 1'histoire de 'éstes, p. 458-478.

planteen exactamente los mismos problemas. La visita de los Magos a Belén, el relata de la anunciación, el del bautismo de Jesús, el de su triple tentación, el de la curación de la hija de Jairo según san Marcos y el de la del ciego de nacimiento según san Juan, etc., no obedecen a las mismas leyes literarias 193 . El evangelio, aun allí donde trata de dar un conocimiento de Jesús como personaje de la historia humana, es un género multiforme. Para comprender correctamente su testimonio, nuestro espíritu debe adaptarse con flexibilidad a esta extremada variedad.

La Escritura no enseña, pues, la historia como los concilios enseñan el dogma o dictan el derecho canónico: tal verificación es asunto de sentido común. Guardémonos de trasladar a esta esfera particular los métodos de razonamiento que convienen a otras : interpretando dogmáticamente el testimonio histórico de los textos inspirados nos exponemos a tremendos contrasentidos. El espíritu de geometría de los lógicos debe ceder aquí el paso al espíritu de fineza.


IV. CONCLUSIÓN

Vemos ya qué alcance hay que dar al adagio tomista: Quidquid in sacra Scriptura continetur, verum est. En este contexto continetur no significa la simple presencia material de una proposición en los libros sagrados, ni siquiera excluyendo aquellas que visiblemente no hace suyas el autor («No hay Dios», dice el impío en su corazón...). Santo Tomás piensa aquí en las enseñanzas formales dadas por los escritores inspirados bajo el influjo de su carisma. Esto no reduce ni el campo de la inspiración ni el de la inerrancia; pero invita a apreciar correctamente el de las enseñanzas formales. En efecto, éstas no resultan únicamente del análisis de las frases contenidas en los textos, sino que dependen de tres factores que acabamos de enumerar: objeto formal de la revelación que determina el punto de vista de todas las aserciones bíblicas; desarrollo de la revelación, que introduce un coeficiente de relatividad en la formulación de las doctrinas; diversidad de los géneros literarios, que especifica el tenor de cada texto.

193. Ibid., p. 239 s, 325 ss.

En esta perspectiva, francamente más precisa de lo que era en el siglo XIII o 'incluso a comienzos del siglo xix, el escándalo de Renan, que se daba de cabeza contra el principio de la inerrancia 194, aparece fundado en un vasto malentendido. Es cierto que en Renan el malentendido iba acompañado de la adhesión implícita a otro género de creencia: la aceptación de los temas filosóficos entonces en boga en Alemania acompañaba su acceso a la crítica bíblica 195. La teología y la apologética, desembarazándose de este malentendido, han salido ganando ampliamente con el cambio. Liberadas de los problemas y de las cuestiones mal planteadas, pueden consagrarse serenamente a sus propios quehaceres : exponer a partir de la Escritura el contenido de la revelación, y jalonar con la ayuda de la Escritura el camino de la fe.

194. Supra, p. 143, nota 58.

195. Esta adhesión a un credo filosófico es constantemente sensible en los Souvenirs d'enfance et de jeunesse, aun cuando en ellos impute Renan su pérdida de la fe a la sola crítica histórica. Pero es sabido que Renan, habiendo abandonado el seminario en 1845, comenzó L'avenir de la science en 1848.1849 (J. Pon®eiER, Renan d'aprés des documents inédits, París 1943, p. 73 ss). Sobre la filosofía religiosa de Renan, cf. J. PORIMIER, La pensée religieuse d'Ernest Renan, París 1925 (cf. el capítulo sobre Dios, p. 15-22). Una análoga metafísica implícita constituye el trasfondo del pensamiento de Loisy, incluso cuando pretende no hacer otra cosa que historia; cf., por ejemplo, su carta a M. Blondel, en la documentación publicada por R. MAat.É, Au coeur de la cnse moderniste, p. 84; cf. H. GouxIER, Tradition et développement a l'époque du modernisme, en Herméneutique et tradition, Roma-París 1963, p. 75-104. Se puede decir que siempre sucede así, pues no hay historiador que no empeñe sus opciones más íntimas en su estudio de los hechos bíblicos. No puede reconstruir su desarrollo sin tomar partido con respecto al mensaje que le está vinculado, y esta decisión interior rige no solamente sus juicios de valor, sino hasta sus mismas hipótesis de trabajo. Volveremos sobre este punto cuando examinemos el problema de la crítica histórica en hermenéutica (infra, p. 425-428).