También
es llamado Cristo Faces de Dios, como parece en el Salmo ochenta y ocho,
que dice: «La misericordia y la verdad precederán tus faces.» Y dícelo,
porque con Cristo nació la verdad y la justicia y la misericordia, como lo
testifica Isaías, diciendo: «y la justicia nacerá con Él juntamente.» Y
también el mismo David, cuando en el Salmo ochenta y cuatro, que es todo del
advenimiento de Cristo, dice: «La misericordia y la verdad se encontraron. La
justicia y la paz se dieron paz. La verdad nació de la tierra y la justicia
miró desde el cielo. El Señor por su parte fue liberal, y la tierra por la
suya respondió con buen fruto. La justicia va delante de Él y pone en el
camino sus pisadas.» Ítem, dásele a Cristo este mismo nombre en el Salmo
noventa y cuatro, adonde David, convidando a los hombres para el recibimiento de
la buena nueva del Evangelio, les dice: «Ganemos por la mano a su faz en
confesión y loor.» Y más claro en el Salmo setenta y nueve: «Conviértenos,
dice, Dios de nuestra salud; muéstranos tus faces, y seremos salvos.» Y
asimismo Isaías, en el capítulo sesenta y cuatro, le da este nombre, diciendo:
«Descendiste, y delante de tus faces se derritieron los montes.» Porque
claramente habla allí de la venida de Cristo, como en él se parece.
-Demás
de estos lugares que ha leído Sabino -dijo entonces Marcelo- hay otro muy
señalado que no le puso el papel, y merece ser referido. Pero antes que diga de
él, quiero decir que en el Salmo setenta y nueve, aquellas palabras que se
acaban ahora de leer: «Conviértenos, Dios de nuestra salud», se repiten en
él tres veces, en el principio y en el medio y en el fin del Salmo, lo cual no
carece de misterio, y, a mi parecer, se hizo por una de dos razones: de las
cuales la una es para hacernos saber que, hasta acabar Dios y perfeccionar del
todo al hombre, pone en él sus manos tres veces: una criándole del polvo y
llevándole del no ser al ser, que le dio en el paraíso; otra reparándole
después de estragado, haciéndose Él para este fin hombre también; y la
tercera resucitándole después de muerto, para no morir ni mudarse jamás. En
señal de lo cual, en el libro del Génesis, en la historia de la
creación del hombre, se repite tres veces esta palabra criar. Porque dice de
esta manera: «Y crió Dios al hombre a su imagen y semejanza; a la imagen de
Dios le crió; criólos hembra y varón.»
Y
la segunda razón, y lo que por más cierto tengo, es que en el Salmo de que
hablamos pide el Profeta a Dios en tres lugares que convierta su pueblo a sí y
le descubra sus faces, que es a Cristo, como hemos ya dicho; porque son tres
veces las que señaladamente el Verbo divino se mostró y mostrará al mundo, y
señaladamente a los del pueblo judaico, para darles luz y salud. Porque lo
primero se les mostró en el monte, adonde les dio ley y les notificó su amor y
voluntad; y cercado y como vestido de fuego y de otras señales visibles, les
habló sensiblemente, de manera que le oyó hablar todo el pueblo; y comenzó a
humanarse con ellos entonces, como quien tenía determinado de hacerse hombre de
ellos y entre ellos después, como lo hizo. Y este fue el aparecimiento segundo,
cuando nació rodeado de nuestra carne y conversó con nosotros, y viviendo y
muriendo negoció nuestro bien. El tercero será cuando en el fin de los siglos
tornará a venir otra vez para entera salud de su Iglesia. Y aun, si yo no me
engaño, estas tres venidas del Verbo, una en apariencias y voces sensibles,
otras dos hecho ya verdadero hombre, significó y señaló el mismo Verbo en la
zarza, cuando Moisés le pidió señas de quién era, y Él, para dárselas, le
dijo así: «El que seré, seré, seré», repitiendo esta palabra de tiempo
futuro tres veces, y como diciéndoles: «Yo soy el que prometí a vuestros
padres venir ahora para libraros de Egipto, y nacer después entre vosotros para
redimiros del pecado, y tomar últimamente en la misma forma de hombre para
destruir la muerte y perfeccionaros del todo. Soy el que seré vuestra guía en
el desierto, y el que seré vuestra salud hecho hombre, y el que seré vuestra
entera gloria, hecho juez.»
Aquí
Juliano, atravesándose, dijo:
-No
dice el texto seré, sino soy, de tiempo presente: porque, aunque
la palabra original en el sonido sea seré, mas en la significación es soy,
según la propiedad de aquella lengua.
-Es
verdad -respondió Marcelo- que en aquella lengua las palabras apropiadas al
tiempo futuro se ponen algunas veces por el presente; y en aquel lugar podemos
muy bien entender que se pusieron así, como lo entendieron primero San
Jerónimo y los intérpretes griegos. Pero lo que digo ahora es que, sin sacar
de sus términos a aquellas palabras, sino tomándolas en su primer sonido y
significación, nos declaran el misterio que he dicho. Y es misterio que, para
el propósito de lo que entonces Moisés quería saber, convenía mucho que se
dijese.
Porque,
yo os pregunto, Juliano: ¿no es cosa cierta que comunicó Dios con Abraham este
secreto, que se había de hacer hombre y nacer de su linaje de él?
-Cosa
cierta es -respondió- y así lo testifica Él mismo en el Evangelio, diciendo:
«Abraham deseó ver mi día, vióle y gozóse.»
-Pues
¿no es cierto también -prosiguió Marcelo- que este mismo misterio lo tuvo
Dios escondido hasta que lo obró, no sólo de los demonios, sino aun de muchos
de los ángeles?
-Así
se entiende -respondió Juliano- de lo que escribe San Pablo.
-Por
manera -dijo Marcelo- que era caso secreto éste, y cosa que pasaba entre Dios y
Abraham y algunos de sus sucesores, conviene a saber: los sucesores principales
y las cabezas de linaje, con los cuales, de uno en otro y como de mano en mano,
se había comunicado este hecho y promesa de Dios.
-Así
-respondió Juliano- parece.
-Pues
siendo así -añadió Marcelo-, y siendo también manifiesto que Moisés, en el
lugar de que hablamos, cuando dijo a Dios: «Yo, Señor, iré, como me lo
mandas, a los hijos de Israel, y les diré: El Dios de vuestros padres me envía
a vosotros; mas si me preguntaren cómo se llama ese Dios, ¿qué les
responderé»? Así que, siendo manifiesto que Moisés, por estas palabras que
he referido, pidió a Dios alguna seña cierta de sí, por la cual, así el
mismo Moisés como los principales del pueblo de Israel, a quien había de ir
con aquella embajada, quedasen saneados que era su verdadero Dios el que le
había aparecido y le enviaba, y no algún otro espíritu falso y engañoso. Por
manera que pidiendo Moisés a Dios una seña como ésta, y dándosela Dios en
aquellas palabras, diciéndole: «Diles: El que seré, seré, seré, me envía a
vosotros»; la razón misma nos obliga a entender que lo que Dios dice por estas
palabras era cosa secreta y encubierta a cualquier otro espíritu, y seña que
sólo Dios y aquellos a quien se había de decir la sabían, y que era como la
tésera militar, o lo que en la guerra decimos dar nombre, que está secreto
entre solos el capitán y los soldados que hacen cuerpo de guardia. Y por la
misma razón se concluye que lo que dijo Dios a Moisés en estas palabras es el
misterio que he dicho; porque este solo misterio era el que sabían solamente
Dios y Abraham y sus sucesores, y el que solamente entre ellos estaba secreto.
Que
lo demás que entienden algunos haber significado y declarado Dios de sí a
Moisés en este lugar, que es su perfección infinita, y ser Él el mismo ser
por esencia, notorio era, no solamente a los ángeles, pero también a los
demonios; y aun a los hombres sabios y doctos es manifiesto que Dios es ser por
esencia y que es ser infinito, porque es cosa que con la luz natural se conoce.
Y así, cualquier otro espíritu que quisiera engañar a Moisés y vendérsele
por su Dios verdadero, lo pudiera, mintiendo, decir de sí mismo; y no tuviera
Moisés, con oír esta seña, ni para salir de duda bastante razón, ni cierta
señal para sacar de ella a los príncipes de su pueblo a quien iba.
Mas
el lugar que dije al principio, del cual el papel se olvidó, es lo que en el
capítulo sexto del libro de los Números mandó Dios al sacerdote que
dijese sobre el pueblo cuando le bendijese, que es esto: «Descubra Dios sus
faces a ti y haya piedad de ti. Vuelva Dios sus faces a ti y dete paz». Porque
no podemos dudar sino que Cristo y su nacimiento entre nosotros son estas faces
que el sacerdote pedía en este lugar a Dios que descubriese a su pueblo, como
Teodoreto y como San Cirilo lo afirman, doctores santos y antiguos. Y demás de
su testimonio, que es de grande autoridad, se convence lo mismo de que en el
Salmo sesenta y seis, en el cual, según todos lo confiesan, David pide a Dios
que envíe al mundo a Jesucristo, comienza el Profeta con, las palabras de esta
bendición y casi la señala con el dedo y la declara, y no le falta sino decir
a Dios claramente: «La bendición que por orden tuya echa sobre el pueblo el
sacerdote, eso, Señor, es lo que te suplico; y te pido que nos descubras ya a
tu Hijo y Salvador nuestro, conforme a como la voz pública de tu pueblo lo
pide.» Porque dice de esta manera: «Dios haya piedad de nosotros y nos
bendiga. Descubra sobre nosotros sus faces y haya piedad de nosotros.»
Y
en el libro del Eclesiástico, después de haber el Sabio pedido a Dios
con muchas y muy ardientes palabras la salud de su pueblo, y el quebrantamiento
de la soberbia y pecado y la libertad de los humildes opresos, y el allegamiento
de los buenos esparcidos, y su venganza y honra, y su deseado juicio, con la
manifestación de su ensalzamiento sobre todas las naciones del mundo, que es
puntualmente pedirle a Dios la primera y la segunda venida de Cristo, concluye
al fin y dice: «Conforme a la bendición de Aarón, así, Señor, haz con tu
pueblo y enderézanos por el camino de tu justicia.» Y sabida cosa es que el
camino de la justicia de Dios es Jesucristo, así como Él mismo lo dice: «Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida.» Y pues San Pablo dice, escribiendo a
los de Éfeso: «Bendito sea el Padre y Dios de nuestro señor Jesucristo, que
nos ha bendecido con toda bendición espiritual y sobrecelestial en
Jesucristo», viene maravillosamente muy bien que en la bendición que se daba
al pueblo antes que Cristo viniese, no se demandase ni desease de Dios otra cosa
sino sólo a Cristo, fuente y origen de toda feliz bendición; y viene muy bien
que consuenen y se respondan así estas dos Escrituras, nueva y antigua. Así
que las faces de Dios que se piden en aqueste lugar son Cristo sin duda.
Y
concierta con esto ver que se piden dos veces, para mostrar que son dos sus
venidas. En lo cual es digno de considerar lo justo y lo propio de las palabras
que el Espíritu Santo da a cada cosa. Porque en la primera venida dice descubrir,
diciendo: «Descubra sus faces Dios», porque en ella comenzó Cristo a ser
visible en el mundo. Mas en la segunda dice volver, diciendo: «Vuelva
Dios sus faces», porque entonces volverá otra vez a ser visto. En la primera,
según otra letra, dice lucir, porque la obra de aquella venida fue
desterrar del mundo la noche del error, y como dijo San Juan: «Resplandecer en
las tinieblas la luz.» Y así Cristo por esta causa es llamado luz y sol de
justicia. Mas en la segunda dice ensalzar, porque el que vino antes
humilde, vendrá entonces alto y glorioso; y vendrá, no a dar ya nueva
doctrina, sino a repartir el castigo y la gloria.
Y
aun en la primera dice: «Haya piedad de vosotros», conociendo y como
señalando que se habían de haber ingrata y cruelmente con Cristo, yque habían
de merecer, por su ceguedad e ingratitud, ser por Él consumidos; y por esta
causa le pide que se apiade de ellos y que no los consuma. Mas en la segunda
dice que Dios les dé paz, esto es, que dé fin a su tan luengo trabajo, y que
los guíe a puerto de descanso después de tan fiera tormenta, y que los meta en
el abrigo y sosiego de su Iglesia, y en la paz de espíritu que hay en ella y en
todas sus espirituales riquezas. O dice lo primero porque entonces vino Cristo
solamente a perdonar lo pecado y a buscar lo perdido, como Él mismo lo dice; y
lo segundo, porque ha de venir después a dar paz y reposo al trabajo santo y a
remunerar lo bien hecho.
Mas,
pues Cristo tiene este nombre, es de ver ahora por qué le tiene. En lo cual
conviene advertir que, aunque Cristo se llama y es cara de Dios por dondequiera
que le miremos, porque según que es hombre, se nombra así, y según que es
Dios y en cuanto es el Verbo, es también propia y perfectamente imagen y figura
del Padre, como San Pablo le llama en diversos lugares; pero lo que tratamos
ahora es lo que toca a el ser de hombre, y lo que buscamos es el título por
donde la naturaleza humana de Cristo merece ser llamada sus faces. Y para
decirlo en una palabra, decimos que Cristo hombre es faces y cara de
Dios, porque, como cada uno se conoce en la cara, así Dios se nos representa en
Él y se nos demuestra quién es clarísima y perfectísimamente. Lo cual en
tanto es verdad, que por ninguna de las criaturas por sí, ni por la universidad
de ellas juntas, los rayos de las divinas condiciones y bienes relucen y pasan a
nuestros ojos, ni mayores ni más claros ni en mayor abundancia que por el alma
de Cristo, y por su cuerpo, y por todas sus inclinaciones, hechos y dichos, con
todo lo demás que pertenece a su oficio.
Y
comencemos por el cuerpo, que es lo primero y más descubierto: en el cual,
aunque no le vemos, mas por la relación que tenemos de él, y entretanto que
viene aquel bienaventurado día en que por su bondad infinita esperamos verle
amigo para nosotros y alegre; así que, dado que no le veamos, pero pongamos
ahora con la fe los ojos en aquel rostro divino y en aquellas figuras de Él,
figuradas con el dedo del Espíritu Santo; y miremos el semblante hermoso y la
postura grave y suave, y aquellos ojos y boca, ésta nadando siempre en dulzura,
y aquéllos muy más claros y resplandecientes que el sol; y miremos toda la
compostura del cuerpo, su estado, su movimiento, sus miembros concebidos en la
misma pureza, y dotados de inestimable belleza. Mas ¿para qué voy menoscabando
este bien con mis pobres palabras, pues tengo las del mismo Espíritu que le
formó en el vientre de la sacratísima Virgen, que nos le pintan en el libro de
los Cantares por la boca de la enamorada pastora, diciendo: «Blanco y
colorado, trae bandera entre los millares. Su cabeza, oro de Tíbar. Sus
cabellos, enriscados y negros, sus ojos, como los de las palomas junto a los
arroyos de las aguas, bañadas en leche; sus mejillas, como eras de plantas
olorosas de los olores de confección; sus labios, violetas, que destilan
preciada mirra. Sus manos, rollos de oro llenos de Tarsis. Su vientre, bien como
el marfil adornado de zafiros. Sus piernas, columnas de mármol fundadas sobre
bases de oro fino; el su semblante como el del Líbano, erguido como los cedros;
su paladar, dulzuras, y todo Él deseos?»
Pues
pongamos los ojos en esta acabada beldad, y contemplémosla bien, y conoceremos
que todo lo que puede caber de Dios en un cuerpo, y cuanto le es posible
participar de él, y retraerle y figurarle y asemejársele, todo esto, con
ventajas grandísimas, entre todos los otros cuerpos resplandece en éste; y
veremos que en su género y condición es como un retrato vivo y perfecto.
Porque lo que en el cuerpo es color (que quiero, para mayor evidencia, cotejar
por menudo cada una cosa con otra, y señalar en este retrato suyo, que formó
Dios de hecho, habiéndole pintado muchos años antes con las palabras, cuán
enteramente responde todo con su verdad; aunque, por no ser largo, diré poco de
cada cosa, o no la diré, sino tocarla he solamente). Por manera que el color en
el cuerpo, el cual resulta de la mezcla de las cualidades y humores que hay en
él, y que es lo primero que se viene a los ojos, responde a la liga, o, si lo
podemos decir así, a la mezcla y tejido que hacen entre sí las perfecciones de
Dios. Pues así como se dice de aquel color que se tiñe de colorado y de
blanco, así toda esta mezcla secreta se colora de sencillo y amoroso. Porque lo
que luego se nos ofrece a los ojos cuando los alzamos a Dios, es una verdad pura
y una perfección simple y sencilla que ama.
Y
asimismo, la cabeza en el cuerpo dice con lo que en Dios es la alteza de su
saber. Aquélla, pues, es de oro de Tíbar, y ésta son tesoros de sabiduría.
Los cabellos que de la cabeza nacen se dicen ser enriscados y negros; los
pensamientos y consejos que proceden de aquel saber, son ensalzados y oscuros.
Los ojos de la providencia de Dios y los ojos de aqueste cuerpo son unos; que
éstos miran, como palomas bañadas en leche, las aguas; aquéllos atienden y
proveen a la universidad de las cosas con suavidad y dulzura grandísima, dando
a cada una su sustento y, como digamos, su leche. Pues ¿qué diré de las
mejillas, que aquí son eras olorosas de plantas, y en Dios son su justicia y su
misericordia, que se descubren y se le echan más de ver, como si dijésemos, en
el uno y en el otro lado del rostro, y que esparcen su olor por todas las cosas?
Que, como es escrito, «Todos los caminos del Señor son misericordia y
verdad.»
Y
la boca y los labios, que son en Dios los avisos que nos da y las Escrituras
santas donde nos habla, así como en este cuerpo son violetas y mirra, así en
Dios tienen mucho de encendido y de amargo, con que encienden a la virtud y
amargan y amortiguan el vicio. Y ni más ni menos, lo que en Dios son las manos,
que son el poderío suyo para obrar y las obras hechas por Él, son semejantes a
las de este cuerpo, hechas como rollos de oro rematados en tarsis; esto es, son
perfectas y hermosas y todas muy buenas, como la Escritura lo dice: «Vio Dios
todo lo que hiciera, y todo era muy bueno.»
Pues
para las entrañas de Dios y para la fecundidad de su virtud, que es como el
vientre donde todo se engendra, ¿qué imagen será mejor que este vientre
blanco y como hecho de marfil y adornado de zafiros? Y las piernas del mismo,
que son hermosas y firmes, como mármoles sobre basas de oro, clara pintura sin
duda son de la firmeza divina no mudable que es como aquello en que Dios
estriba. Es también su semblante como el del Líbano, que es como la altura de
la naturaleza divina, llena de majestad y belleza. Y, finalmente, es dulzuras su
paladar, y deseos todo él; para que entendamos del todo cuán merecidamente
este cuerpo es llamado imagen y faces y cara de Dios, el cual es
dulcísimo y amabilísimo por todas partes, así como es escrito: «Gustad y ved
cuán dulce es el Señor»; y «cuán grande es, Señor, la muchedumbre de tu
dulzura, que escondiste para los que te aman.»
Pues
si en el cuerpo de Cristo se descubre y reluce tanto la figura divina, ¿cuánto
más expresa imagen suya será su santísima alma, la cual verdaderamente, así
por la perfección de su naturaleza como por los tesoros de sobrenaturales
riquezas que Dios en ella ayuntó, se asemeja a Dios y le retrata más vecina y
acabadamente que otra criatura ninguna? Y después del mundo original, que es el
Verbo, el mayor mundo y el más vecino al original es aquesta divina alma; y el
mundo visible, comparado con ella, es pobreza y pequeñez; porque Dios sabe y
tiene presente delante de los ojos de su conocimiento todo lo que es y puede
ser; y el alma de Cristo ve con los suyos todo lo que fue, es y será.
En
el saber de Dios están las ideas y las razones de todo, y en esta alma el
conocimiento de todas las artes y ciencias. Dios es fuente de todo el ser, y el
alma de Cristo de todo el buen ser, quiero decir, de todos los bienes de gracia
y justicia, con que lo que es se hace justo y bueno y perfecto; porque de la
gracia que hay en Él mana toda la nuestra. Y no sólo es gracioso en los ojos
de Dios para sí, sino para nosotros también, porque tiene justicia, con que
parece en el acatamiento de Dios amable sobre todas las criaturas; y tiene
justicia poderosa para hacerlas amables a todas, infundiendo en sus vasos de
cada una algún efecto de aquella su grande virtud, como es escrito: «De cuya
abundancia recibimos todos gracia por gracia», esto es, de una gracia otra
gracia; de aquella gracia, que es fuente, otra gracia que es como su arroyo; y
de aquel dechado de gracia que está en Él, un traslado de gracia, o una otra
gracia trasladada que mora en los justos.
Y,
finalmente, Dios cría y sustenta al universo todo, y le guía y endereza a su
bien; y el alma de Cristo recría y repara y defiende, y continuamente va
alentando e inspirando para lo bueno y lo justo, cuanto es de su parte, a todo
el género humano. Dios se ama a sí y se conoce infinitamente; y ella le ama y
le conoce con un conocimiento y amor en cierta manera infinito. Dios es
sapientísimo, y ella de inmenso saber; Dios poderoso, y ella sobre toda fuerza
natural poderosa. Y como, si pusiésemos muchos espejos en diversas distancias
delante de un rostro hermoso, la figura y facciones de él, en el espejo que le
estuviese más cerca, se demostraría mejor, así esta alma santísima, como
está junta, y, si lo hemos de decir así, apegadísima por unión personal al
Verbo Divino, recibe sus resplandores en sí y se figura de ellos más vivamente
que otro ninguno.
Pero
vamos más adelante, y, pues hemos dicho del cuerpo de Cristo y de su alma por
sí, digamos de lo que resulta de todo junto, y busquemos en sus inclinaciones y
condición y costumbres estas faces e imagen de Dios.
Él
dice de sí que es manso y humilde, y nos convida a que aprendamos a serlo de
Él Y mucho antes el profeta Isaías, viéndolo en espíritu, nos le pintó con
las mismas condiciones, diciendo: «No dará voces ni será aceptador de
personas, y su voz no sonará fuera. A la caña quebrantada no quebrará, ni
sabrá hacer mal ni aun a una poca de estopa que echa humo. No será acedo ni
revoltoso.» Y no se ha de entender que es Cristo manso y humilde por virtud de
la gracia que tiene solamente, sino, así como por inclinación natural son bien
inclinados los hombres, unos a una virtud y otros a otra, así también la
humanidad de Cristo, de su natural compostura, es de condición llena de llaneza
y mansedumbre.
Pues
con ser Cristo, así por la gracia que tenía como por la misma disposición de
su naturaleza, un dechado de perfecta humildad, por otra parte, tiene tanta
alteza y grandeza de ánimo, que cabe en Él, sin desvanecerle, el ser Rey de
los hombres, y Señor de los ángeles, y cabeza y gobernador de todas las cosas,
y el ser adorado de todas ellas, y el estar a la diestra de Dios unido con Él,
y hecho una persona con Él. Pues ¿qué es esto sino ser faces del mismo
Dios?
El
cual, con ser tan manso como la enormidad de nuestros pecados y la grandeza de
los perdones suyos (y no sólo de los perdones, sino de las maneras que ha usado
para nos perdonar), lo testifican y enseñan; es también tan alto y tan grande
como lo pide el nombre de Dios, y como lo dice Job por galana manera: «Alturas
de cielos, ¿qué harás? Honduras de abismo, ¿cómo le entenderás? Longura
más que tierra medida suya, y anchura allende del mar.» Y juntamente con esta
inmensidad de grandeza y celsitud podemos decir que se humilla tanto y se allana
con sus criaturas, que tiene cuenta con los pajaricos, y provee a las hormigas,
y pinta las flores, y desciende hasta lo más bajo del centro y hasta los más
viles gusanos. Y, lo que es más claro argumento de su llana bondad, mantiene y
acaricia a los pecadores, y los alumbra con esta luz hermosa que vemos; y,
estando altísimo en sí, se abaja con sus criaturas, y, como dice
el
Salmo, «Estando en el cielo, está también en la tierra.»
Pues
¿qué diré del amor que nos tiene Dios, y de la caridad para con nosotros que
arde en el alma de Cristo? ¿De lo que Dios hace por los hombres y de lo que la
humanidad de Cristo ha padecido por ellos? ¿Cómo los podré comparar entre
sí, o qué podré decir, cotejándolos, que más verdadero sea, que es llamar a
esto faces e imagen de aquello? Cristo nos amó hasta darnos su vida; y
Dios, inducido de nuestro amor, porque no puede darnos la suya, danos la de su
Hijo, Cristo. Porque no padezcamos infierno y porque gocemos nosotros del cielo,
padece prisiones y azotes y afrentosa y dolorosa muerte. Y Dios, por el mismo
fin, ya que no era posible padecerla en su misma naturaleza, buscó y halló
orden para padecerla por su misma persona. Y aquella voluntad, ardiente y
encendida, que la naturaleza humana de Cristo tuvo de morir por los hombres, no
fue sino como una llama que se prendió del fuego de amor y deseo, que ardían
en la voluntad de Dios, de hacerse hombre para morir por ellos.
No
tiene fin este cuento, y cuanto más desplego las velas, tanto hallo mayor
camino que andar, y se me descubren nuevos mares cuanto más navego; y cuanto
más considero estas faces, tanto por más partes se me descubren en
ellas el ser y las perfecciones de Dios.
Mas
conviéneme ya recoger, y hacerlo he con decir solamente que, así como Dios es
trino y uno, trino en personas y uno en esencia, así Cristo y sus fieles, por
representar en esto también a Dios, son en personas muchos y diferentes; mas
(como ya comenzamos a decir, y diremos más largamente después), en espíritu y
en una unidad secreta, que se explica mal con palabras y que se entiende bien
por los que la gustan, son uno mismo. Y dado que las cualidades de gracia y de
justicia y de los demás dones divinos, que están en los justos, sean en razón
semejantes, y divididos y diferentes en número; pero el espíritu que vive en
todos ellos, o, por mejor decir, el que los hace vivir vida justa, y el que los
alienta y menea, y el que despierta y pone en obra las mismas cualidades y dones
que he dicho, es en todos uno y solo, y el mismo de Cristo. Y así vive en los
suyos Él, y ellos viven por Él, y todos en Él; y son uno mismo multiplicado
en personas, y en cualidad y sustancia de espíritu simple y sencillo, conforme
a lo que pidió a su Padre, diciendo: «Para que sean todos una cosa, así como
somos una cosa nosotros.»
Dícese
también Cristo faces de Dios porque, como por la cara se conoce uno,
así Dios por medio de Cristo quiere ser conocido. Y el que sin este medio le
conoce, no le conoce; y por esto dice Él de sí mismo que manifestó el nombre
de su Padre a los hombres. Y es llamado puerta y entrada por la misma razón;
porque Él sólo nos guía y encamina y hace entrar en el conocimiento de Dios y
en su amor verdadero. Y baste haber dicho hasta aquí de lo que toca a este
nombre.
Y,
dicho esto, Marcelo calló; y Sabino prosiguió luego:
Llámase
también Camino Cristo en la Sagrada Escritura. Él mismo se llama así
en San Juan, en el capítulo catorce: «Yo, dice, soy camino, verdad y vida.» Y
puede pertenecer a esto mismo lo que dice Isaías en el capítulo treinta y
cinco: «Habrá entonces senda y camino, y será llamado camino santo, y será
para vosotros camino derecho.» Y no es ajeno de ello lo del Salmo quince:
«Hiciste que me sean manifiestos los caminos de vida.» Y mucho menos lo del
Salmo sesenta y seis: «Para que conozcan en la tierra tu camino»; y declara
luego qué camino: «En todas las gentes tu salud», que es el nombre de Jesús.
-No
será necesario -dijo Marcelo, luego que Sabino hubo leído esto- probar que Camino
es nombre de Cristo, pues Él mismo se le pone. Mas es necesario ver y entender
la razón por que se le pone, y lo que nos quiso enseñar a nosotros llamándose
a sí camino nuestro. Y aunque esto en parte está ya dicho, por el parentesco
que este nombre tiene con el que acabamos de decir ahora (porque ser faces
y ser camino en una cierta razón es lo mismo); mas porque, además de aquello,
encierra este nombre otras muchas consideraciones en sí, será conveniente que
particularmente digamos de él.
Pues
para esto, lo primero se debe advertir que camino en la Sagrada Escritura
se toma en diversas maneras. Que algunas veces camino en ella significa
la condición y el ingenio de cada uno, y su inclinación y manera de proceder,
y lo que suelen llamar estilo en romance, o lo que llaman humor ahora.
Conforme a esto es lo de David en el Salmo, cuando hablando de Dios dice:
«Manifestó a Moisés sus caminos.» Porque los caminos de Dios que llama
allí, son aquello que el mismo Salmo dice luego, que es lo que Dios manifestó
de su condición en el Éxodo cuando se le demostró en el monte y en la peña,
y poniéndole la mano en los ojos, pasó por delante de Él, y en pasando le
dijo: «Yo soy amador entrañable, y compasivo mucho, y muy sufrido, largo en
misericordia y verdadero, y que castigo hasta lo cuarto y uso de piedad hasta lo
mil.». Así que estas buenas condiciones de Dios y estas entrañas suyas son
allí sus caminos.
Camino
se llama en otra manera la profesión de vivir que escoge cada uno para sí
mismo, y su intento y aquello que pretende o en la vida o en algún negocio
particular, y lo que se pone como por blanco.
Y
en esta significación dice el Salmo: «Descubre tu camino al Señor, y Él lo
hará.». Que es decirnos David que pongamos nuestros intentos y pretensiones en
los ojos y en las manos de Dios, poniendo en su providencia confiadamente el
cuidado de ellos, y que con esto quedemos seguros de Él que los tomará a su
cargo y les dará buen suceso. Y si los ponemos en sus manos, cosa debida es que
sean cuales ellas son; esto es, que sean de cualidad que se pueda encargar de
ellos Dios, que es justicia y bondad. Así que, de una vez y por unas mismas
palabras, nos avisa allí de dos cosas el Salmo: una, que no pretendamos
negocios ni prosigamos intentos en que no se pueda pedir la ayuda de Dios; otra,
que, después de así apurados y justificados, no los fiemos de nuestras
fuerzas, sino que los echemos en las suyas, y nos remitamos a Él con esperanza
segura.
La
obra que cada uno hace, también es llamada camino suyo. En los Proverbios
dice la Sabiduría de sí: «El Señor me crió en el principio de sus
caminos»; esto es, soy la primera cosa que procedió de Dios. Y del elefante se
dice en el libro de Job que es el principio de los caminos de Dios, porque,
entre las obras que hizo Dios cuando crió a los animales, es obra muy
aventajada. Y en el Deuteronomio dice Moisés que son juicio los caminos
de Dios, queriendo decir que sus obras son santas y justas. Y el justo desea y
pide en el Salmo que sus caminos, esto es, sus pasos y obras, se enderecen
siempre a cumplir lo que Dios le manda que haga.
Dícese
más camino el precepto y la ley. Así lo usa David: «Guardé los
caminos del Señor y no hice cosa mala contra mi Dios.» Y más claro en otro
lugar: «Corrí por el camino de tus mandamientos, cuando ensanchaste mi
corazón. Por manera que este nombre camino, demás de lo que significa
con propiedad, que es aquello por donde se va a algún lugar sin error, pasa su
significación a otras cuatro cosas por semejanza: a la inclinación, a la
profesión, a las obras de cada uno, a la ley y preceptos; porque cada una de
estas cosas encamina al hombre a algún paradero, y el hombre por ellas, como
por camino, se endereza a algún fin. Que cierto es que la ley guía, y las
obras conducen, y la profesión ordena, y la inclinación lleva cada cual a su
cosa.
Esto
así presupuesto, veamos por qué razón de éstas Cristo es dicho camino;
o veamos si por todas ellas lo es, como lo es, sin duda, por todas. Porque,
cuanto a la propiedad del vocablo, así como aquel camino (y señaló Marcelo
con el dedo, porque se parecía de allí), es el de la corte porque lleva a la
corte, y a la morada del Rey a todos los que enderezan sus pasos por él, así
Cristo es el camino del cielo, porque, si no es poniendo las pisadas en él y
siguiendo su huella, ninguno va al cielo. Y no sólo digo que hemos de poner los
pies donde Él puso los suyos, y que nuestras obras, que son nuestros pasos, han
de seguir a las obras que Él hizo, sino que, lo que es propio al camino,
nuestras obras han de ir andando sobre él, porque, si salen de él, van
perdidas. Que cierto es que el paso y la obra que en Cristo no estriba y cuyo
fundamento no es Él, no se adelanta ni se allega hacia el cielo.
Muchos
de los que vivieron sin Cristo abrazaron la pobreza y amaron la castidad y
siguieron la justicia, modestia y templanza; por manera que, quien no lo mirara
de cerca, juzgara que iban por donde Cristo fue y que se parecían a Él en los
pasos; mas, como no estribaban en Él, no siguieron camino ni llegaron al cielo.
La oveja perdida, que fueron los hombres, el Pastor que la halló, como se dice
en San Lucas, no la trajo al rebaño por sus pies de ella ni guiándola delante
de sí, sino sobre sí y sobre sus hombros. Porque, si no es sobre Él, no
podemos andar, digo, no será de provecho para ir al cielo lo que sobre otro
suelo anduviéremos.
¿No
habéis visto algunas madres, Sabino, que teniendo con sus dos manos las dos de
sus niños, hacen que sobre sus pies de ellas pongan ellos sus pies, y así los
van allegando a sí y los abrazan, y son juntamente su suelo y su guía? ¡Oh
piedad la de Dios! Esta misma forma guardáis, Señor, con nuestra flaqueza y
niñez. Vos nos dais la mano de vuestro favor. Vos hacéis que pongamos en
vuestros bien guiados pasos los nuestros. Vos hacéis que subamos. Vos que nos
adelantemos. Vos sustentáis nuestras pisadas siempre en Vos mismo, hasta que,
avecinados a Vos en la manera de vecindad que os contenta, con nudo estrecho nos
ayuntáis en el cielo.
Y
porque, Juliano, los caminos son en diferentes maneras, que unos son llanos y
abiertos, y otros estrechos y de cuesta, y unos más largos, y otros que son
como sendas de atajo; Cristo, verdadero camino y universal, cuanto es de su
parte, contiene todas estas diferencias en sí; que tiene llanezas abiertas y
sin dificultad de tropiezos, por donde caminan descansadamente los flacos, y
tiene sendas más estrechas y altas para los que son de más fuerza, y tiene
rodeos para unos, porque así les conviene, y ni más ni menos por donde atajen
y abrevien los que se quisieren apresurar. Mas veamos lo que escribe de este
nuestro camino Isaías: «Y habrá allí senda y camino, y será llamado camino
santo. No caminará por él persona no limpia, y será derecho este camino para
vosotros; los ignorantes en él no se perderán. No habrá león en él, ni
bestia fiera, ni subirá por él ninguna mala alimaña. Caminarle han los
librados, y los redimidos por el Señor volverán, y vendrán a Sión con loores
y gozo sobre sus cabezas sin fin. Ellos asirán del gozo y de la alegría, y el
dolor y el gemido huirá de ellos.»
Lo
que dice senda, la palabra original significa todo aquello que es paso,
por donde se va de una cosa a otra; pero no como quiera paso, sino paso algo
más levantado que los demás del suelo que le está vecino, y paso llano, o
porque está enlosado o porque está limpio de piedras y libre de tropiezos. Y,
conforme a esto, unas veces significa esta palabra las gradas de piedra por
donde se sube, y otras la calzada empedrada y levantada del suelo, y otras la
senda que se ve ir limpia en la cuesta, dando vueltas desde la raíz a la
cumbre. Y todo ello dice con Cristo muy bien, porque es calzada y sendero, y
escalón llano y firme. Que es decir que tiene dos cualidades este camino, la
una de alteza y la otra de desembarazo, las cuales son propias así a lo que
llamarnos gradas como a lo que decimos sendero o calzada. Porque es verdad que
todos los que caminan por Cristo van altos y van sin tropiezos. Van altos, lo
uno porque suben; suben, digo, porque su caminar es propiamente subir; porque la
virtud cristiana siempre es mejoramiento y adelantamiento del alma. Y así, los
que andan y se ejercitan en ella forzosamente crecen, y el andar mismo es
hacerse de continuo mayores; al revés de los que siguen la vereda del vicio,
que siempre descienden, porque el ser vicioso es deshacerse y venir a menos de
lo que es; y cuanto va más, tanto más se menoscaba y disminuye, y viene por
sus pasos contados, primero a ser bruto, y después a menos que bruto, y
finalmente a ser casi nada.
Los
hijos de Israel, cuyos pasos desde Egipto hasta Judea fueron imagen de esto,
siempre fueron subiendo por razón del sitio y disposición de la tierra. Y en
el templo antiguo, que también fue figura, por ninguna parte se podía entrar
sin subir. Y así el Sabio, aunque por semejanza de resplandor y de luz, dice lo
mismo así de los que caminan por Cristo como de los que no quieren seguirle. De
los unos dice: «La senda de los justos, como luz que resplandece y crece y va a
adelante hasta que sube a ser día perfecto.» De los otros, en un particular
que los comprende: «Desciende, dice, a la muerte su casa, y a los abismos sus
sendas.» Pues esto es lo uno. Lo otro, van altos porque van siempre lejos del
suelo, que es lo más bajo. Y van lejos de él, porque lo que el suelo ama,
ellos lo aborrecen; lo que sigue, huyen; y lo que estima, desprecian. Y lo
último, van así porque huellan sobre lo que el juicio de los hombres tiene
puesto en la cumbre, las riquezas, los deleites, las honras. Y esto cuanto a la
primera cualidad de la alteza.
Y
lo mismo se ve en la segunda, de llaneza y de carecer de tropiezos. Porque el
que endereza sus pasos conforme a Cristo no se encuentra con nadie; a todos les
da ventaja; no se opone a sus pretensiones; no les contramina sus designios;
sufre sus iras, sus injurias, sus violencias; y si le maltratan y despojan los
otros, no se tiene por despojado, sino por desembarazado y más suelto para
seguir su viaje. Como, al revés, hallan los que otro camino llevan, a cada
paso, innumerables estorbos porque pretenden otros lo que ellos pretenden, y
caminan todos a un fin, y a fin en que los unos a los otros se estorban; y así
se ofenden cada momento y tropiezan entre sí mismos, y caen, y paran, y vuelven
atrás desesperados de llegar adonde iban. Mas en Cristo, como hemos dicho, no
se halla tropiezo, porque es como camino real en que todos los que quieren caben
sin embarazarse.
Y
no solamente es Cristo grada y calzada y sendero por estas dos cualidades
dichas, que son comunes a todas estas tres cosas, sino también por lo propio de
cada una de ellas comunican su nombre con Él; porque es grada para la entrada
del templo del cielo y sendero que guía sin error a lo alto del monte adonde la
virtud hace vida, y calzada enjuta y firme, en quien nunca o el paso engaña o
desliza o titubea el pie. Que los otros caminos más verdaderamente son
deslizaderos o despeñaderos, que, cuando menos se piensa, o están cortados, o
debajo de los pies se sumen ellos y echa en vacío el pie el miserable que
caminaba seguro.
Y
así, Salomón dice: «El camino de los malos, barranco y abertura honda.»
¿Cuántos en las riquezas y por las riquezas, que buscaron y hallaron,
perdieron la vida? ¿Cuántos, caminando a la honra, hallaron su afrenta? Pues
del deleite, ¿qué podemos decir, sino que su remate es dolor? Pues no desliza
así ni hunde los pasos el que nuestro camino sigue, porque los pone en piedra
firme de continuo. Y por eso dice David: «Está la ley de Dios en su corazón;
no padecerán engaños sus pasos.» Y Salomón: «El camino de los malos, como
valladar de zarzas; la senda del justo, sin cosa que le ofenda.»
Pero
añade Isaías: «Senda y camino, y será llamado santo.» En el original la
palabra camino se repite tres veces, en esta manera. «Y será camino, y camino,
y camino llamado santo»; porque Cristo es camino para todo género de gente. Y
todos ellos, los que caminan en él, se reducen a tres: a principiantes, que
llaman, en la virtud; a aprovechados en ella; a los que nombran perfectos. De
los cuales tres órdenes se compone todo lo escogido de la Iglesia; así como su
imagen, el templo antiguo, se componía de tres partes, portal y palacio y
sagrario; y como los aposentos que estaban apegados a él y le cercaban a la
redonda por los dos lados y por las espaldas se repartían en tres diferencias,
que unos eran piezas bajas, y otros entresuelos y otros sobrados. Es, pues,
Cristo tres veces camino; porque es calzada allanada y abierta para los
imperfectos, y camino para los que tienen más fuerza, y camino santo para los
que son ya perfectos en Él.
Dice
más: «No pasará por él persona no limpia»; porque, aunque en la Iglesia de
Cristo y en su cuerpo místico hay muchas no limpias, mas los que pasan por él
todos son limpios; quiero decir que el andar en él siempre es limpieza, porque
los pasos que no son limpios no son pasos hechos sobre este camino. Y son
limpios también todos los que pasan por él; no todos los que comienzan en él,
sino todos los que comienzan, y demedian, y pasan hasta llegar al fin, porque el
no ser limpio es parar o volver atrás o salir del camino. Y así, el que no
parare, sino pasare, como dicho es, forzosamente ha de ser limpio».
Y
parece aún más claro de lo que se sigue: «Y será camino cierto para
vosotros.» Adonde el original dice puntualmente: «Y Él les andará el
camino», o «Él a ellos les es el camino que andan». Por manera que Cristo es
el camino nuestro, y el que anda también el camino; porque anda Él andando
nosotros o, por mejor decir, andamos nosotros porque anda Él y porque su
movimiento nos mueve. Y así Él mismo es el camino que andamos y el que anda
con nosotros, y el que nos incita para que andemos. Pues cierto es que Cristo no
hará compañía a lo que no fuere limpieza. Así que no camina aquí lo sucio
ni se adelanta lo que es pecador, porque ninguno camina aquí si Cristo no
camina con él. Y de esto mismo nace lo que viene luego. «Ni los ignorantes se
perderán en él.» Porque ¿quién se perderá con tal guía? Mas ¡qué bien
dice los ignorantes! Porque los sabios, confiados de sí y que presumen valerse
y abrir camino por sí, fácilmente se pierden; antes, de necesidad se pierden
si confían en sí. Mayormente que si Cristo es Él mismo guía y camino, bien
se convence que es camino claro y sin vueltas, y que nadie lo pierde si no lo
quiere perder de propósito. «Esta es la voluntad de mi Padre, dice Él mismo,
que no pierda ninguno de los que me dio, sino que los traiga a vida en el día
postrero.»
Y
sin duda, Juliano, no hay cosa más clara a los ojos de la razón ni más libre
de engaño que el camino de Dios. Bien lo dice David: «Los mandamientos del
Señor que son sus caminos lucidos, y que dan luz a los ojos. Los juicios
suyos, verdaderos y que se abonan a sí mismos.» Pero ya que el camino carece
de error, ¿hácenlo por ventura peligroso las fieras, o saltean en él? Quien
lo allana y endereza, ése también lo asegura; y así, añade el Profeta: «No
habrá león en él, ni andará por él bestia fiera.» Y no dice andará,
sino subirá; porque si, o la fiereza de la pasión, o el demonio, león
enemigo, acomete a los que caminan aquí, si ellos perseveran en el camino,
nunca los sobrepuja ni viene a ser superior suyo, antes queda siempre caído y
bajo. Pues si éstos no, ¿quién andará? «Y andarán, dice, en él los
redimidos.» Porque primero es ser redimidos que caminantes; primero es que
Cristo, por su gracia y por la justicia que pone en ellos, los libre de la
culpa, a quien servían cautivos, y les desate las prisiones con que estaban
atados; y después es que comiencen a andar. Que no somos redimidos por haber
caminado primero, ni por los buenos pasos que dimos, ni venimos a la justicia
por nuestros pies: «No por las obras justas que hicimos, dice, sino según su
misericordia nos hizo salvos.» Así que no nace nuestra redención de nuestro
camino y merecimiento; sino, redimidos una vez, podemos caminar y merecer
después, alentados con la virtud de aquel bien.
Y
es en tanto verdad que solos los redimidos y libertados caminan aquí, y que
primero que caminan son libres, que ni los que son libres y justos caminan ni se
adelantan, sino con solos aquellos pasos quedan como justos y libres; porque la
redención y la justicia y el espíritu que la hace, encerrado en el nuestro, y
el movimiento suyo, y las obras que de este movimiento, y conforme a este
movimiento hacemos, son para en este camino los pies. Pues han de ser redimidos;
mas ¿por quién redimidos? La palabra original lo descubre, porque significa
aquello a quien otro alguno por vía de parentesco y de deudo lo rescata, y,
como solemos decir, lo saca por el tanto. De manera que, si no caminan aquí
sino aquellos a quien redime su deudo, y por vía de deudo, clara cosa será que
solamente caminan los redimidos por Cristo, el cual es deudo nuestro por parte
de la naturaleza nuestra de que se vistió, y nos redime por serlo. Porque como
hombre padeció por los hombres, y como hermano y cabeza de ellos pagó, según
todo derecho, lo que ellos debían; y nos rescató para sí, como cosa que le
pertenecíamos por sangre y linaje, como se dirá en su lugar.
Añade:
«Y los redimidos por el Señor volverán a andar por él.» Esto toca
propiamente a los del pueblo judaico, que en el fin de los tiempos se han de
reducir a la Iglesia; y, reducidos, comenzarán a caminar por este nuestro
camino con pasos largos, confesándole por Mesías. Porque, dice, tomarán a
este camino, en el cual anduvieron verdaderamente primero, cuando sirvieron a
Dios en la fe de su venida que esperaban, y le agradaron; y después se salieron
de él, y no lo quisieron conocer cuando lo vieron, y así ahora no andan en
él; mas está profetizado que han de tomar. Y por eso dice que volverán otra
vez al camino los que el Señor redimió. Y tiene cada una de estas palabras su
particular razón, que demuestra ser así lo que digo. Porque lo primero, en el
original, en lugar de lo que decimos Señor, está el nombre de Dios
propio, el cual tiene particular significación de una entrañable piedad y
misericordia. Y lo segundo, lo que decimos redimidos, al pie de la letra
suena redenciones o rescates; en manera que dice que los rescates o redenciones
del Piadosísimo tornarán a volver. Y llama rescates o redenciones a los de
este linaje, porque no los rescató una sola vez de sus enemigos, sino muchas
veces y en muchas maneras, como las Sagradas Letras lo dicen.
Y
llámase en este particular misericordiosísimo a sí mismo: lo uno, porque,
aunque lo es siempre con todos, mas es cosa que admira el extremo de regalo y de
amor con que trató Dios a aquel pueblo, desmereciéndolo él. Lo otro, porque
teniéndole tan desechado ahora y tan apartado de sí, y desechado y apartado
con tan justa razón, como a infiel y homicida; y pareciendo que no se acuerda
ya de él, por haber pasado tantos siglos que le dura el enojo, después de
tanto olvido y de tan luengo desecho, querer tornarle a su gracia, y, de hecho,
tomarle, señal manifiesta es de que su amor para con él es entrañable y
grandísimo, pues no lo acaban ni las vueltas del tiempo tan largas, ni los
enojos tan encendidos, ni las causas de ellos tan repetidas y tan justas. Y
señal cierta es que tiene en el pecho de Dios muy hondas raíces este querer,
pues cortado y al parecer seco, torna a brotar con tanta fuerza. De arte que
Isaías llama rescates a los judíos, y a Dios le llama piadoso; porque sola su
no vencida piedad para con ellos, después de tantos rescates de Dios, y de
tantas y tan malas pagas de ellos, los tomará últimamente a librar; y libres y
ayuntados a los demás libertados que están ahora en la Iglesia, los pondrá en
el camino de ella y los guiará derechamente por él.
Mas
¡qué dichosa suerte y qué gozoso y bienaventurado viaje, adonde el camino es
Cristo, y la guía de él es Él mismo, y la guarda y la seguridad ni más ni
menos es Él, y adonde los que van por él son sus hechuras y rescatados suyos!
Y así, todos ellos son nobles y libres; libres, digo, de los demonios y
rescatados de la culpa, y favorecidos contra sus reliquias, y defendidos de
cualesquier acontecimientos malos, y alentados al bien con prendas y gustos de
él; y llamados a premios tan ricos, que la esperanza sola de ellos los hace
bienandantes en cierta manera. Y así concluye, diciendo: «Y vendrán a Sión
con loores y alegría no perecedera en sus cabezas; asirán del gozo y
asirán del placer, y huirá de ellos el gemido y dolor.»
Y
por esta manera es llamado camino Cristo, según aquello que con
propiedad significa; y no menos lo es según aquellas cosas que por semejanza
son llamadas así. Porque si el camino de cada uno son, como decíamos, las
inclinaciones que tiene, y aquello a que le lleva su juicio y su gusto, Cristo,
con gran verdad, es camino de Dios; porque es, como poco antes dijimos,
imagen viva suya y retrato verdadero de sus inclinaciones y condiciones todas;
o, por decirlo mejor, es como una ejecución y un poner por obra todo aquello
que a Dios le place y agrada más. Y si es camino el fin, y el propósito que se
pone cada uno a sí mismo para enderezar sus obras, camino es sin duda
Cristo de Dios; pues, como decíamos hoy al principio, después de sí mismo,
Cristo es el fin principal a quien Dios mira en todo cuanto produce.
Y,
finalmente, ¿cómo no será Cristo camino, si se llama camino todo lo
que es ley, regla y mandamiento que ordena y endereza la vida, pues es Él sólo
la ley? Porque no solamente dice lo que hemos de obrar, mas obra lo que nos dice
que obremos, y nos da fuerzas para que obremos lo que nos dice. Y así, no manda
solamente a la razón, sino hace en la voluntad ley de lo que manda, y se lanza
en ella; y, lanzado allí, es su bien y su ley. Mas no digamos ahora de esto,
porque tiene su propio lugar adonde después lo diremos.
Y
dicho esto, calló Marcelo, y Sabino abrió su papel y dijo:
Llámase
también Cristo Pastor. Él mismo dice en San Juan: «Yo soy buen
pastor.» Y en la epístola a los hebreos dice San Pablo de Dios: «Que
resucitó a Jesús, Pastor grande de ovejas.» Y San Pedro dice del mismo:
«Cuando apareciere el Príncipe de los Pastores.» Y por los profetas es
llamado de la misma manera. Por Isaías, en el capítulo cuarenta; por Ezequiel,
en el capítulo treinta y cuatro; por Zacarías, en el capítulo once.
Y
Marcelo dijo luego:
-Lo
que dije en el nombre pasado, puedo también decir en éste: que es excusado
probar que es nombre de Cristo, pues Él mismo se le pone. Mas, como esto es
fácil, así es negocio de mucha consideración el traer a luz todas las causas
por qué se pone este nombre. Porque en esto que llamamos Pastor se pueden
considerar muchas cosas: unas que miran propiamente a su oficio, y otras que
pertenecen a las condiciones de su persona y su vida. Porque lo primero, la vida
pastoril es vida sosegada y apartada de los ruidos de las ciudades, y de los
vicios y deleites de ellas. Es inocente, así por esto como por parte del trato
y granjería en que se emplea. Tiene sus deleites, y tantos mayores cuanto nacen
de cosas más sencillas y más puras y más naturales: de la vista del cielo
libre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del verdor de las yerbas,
y de la belleza de las rosas y de las flores. Las aves con su canto y las aguas
con su frescura le deleitan y sirven. Y así, por esta razón, es vivienda muy
natural y muy antigua entre los hombres, que luego en los primeros de ellos hubo
pastores; y es muy usada por los mejores hombres que ha habido, que Jacob y los
doce patriarcas la siguieron, y David fue pastor; y es muy alabada de todos,
que, como sabéis, no hay poeta, Sabino, que no la cante y alabe.
-Cuando
ninguno la loara -dijo Sabino entonces- basta para quedar muy loada lo que dice
de ella el Poeta latino, que en todo lo que dijo venció a los demás, y en
aquello parece que vence a sí mismo: tanto son escogidos y elegantes los versos
con que lo dice. Mas, porque, Marcelo, decís de lo que es ser Pastor, y
del caso que de los pastores la poesía hace, mucho es de maravillar con qué
juicio los poetas, siempre que quisieron decir algunos accidentes de amor, los
pusieron en los pastores, y usaron, más que de otros, de sus personas para
representar esta pasión en ellas; que así lo hizo Teócrito y Virgilio. Y
¿quién no lo hizo, pues el mismo Espíritu Santo, en el libro de los Cantares,
tomó dos personas de pastores, para por sus figuras de ellos y por su boca
hacer representación del increíble amor que nos tiene? Y parece, por otra
parte, que son personas no convenientes para esta representación los pastores,
porque son toscos y rústicos. Y no parece que se conforman ni que caben las
finezas que hay en el amor, y lo muy propio y grave de él con lo tosco y
villano.
-Verdad
es, Sabino -respondió Marcelo- que usan los poetas de lo pastoril para decir
del amor; mas no tenéis razón en pensar que para decir de él hay personas
más a propósito que los pastores, ni en quien se represente mejor. Porque
puede ser que en las ciudades se sepa mejor hablar; pero la fineza del sentir es
del campo y de la soledad.
Y,
a la verdad, los poetas antiguos, y cuanto más antiguos tanto con mayor
cuidado, atendieron mucho a huir de lo lascivo y artificioso, de que está lleno
el amor que en las ciudades se cría, que tiene poco de verdad, y mucho de arte
y de torpeza. Mas el pastoril, como tienen los pastores los ánimos sencillos y
no contaminados con vicios, es puro y ordenado a buen fin; y como gozan del
sosiego y libertad de negocios que les ofrece la vida sola del campo, no
habiendo en él cosa que los divierta, es muy vivo y agudo. Y ayúdales a ello
también la vista desembarazada, de que continuo gozan, del cielo y de la tierra
y de los demás elementos; que es ella en sí una imagen clara, o por mejor
decir, una como escuela de amor puro y verdadero. Porque los demuestra a todos
amistados entre sí y puestos en orden, y abrazados, como si dijésemos, unos
con otros, y concertados con armonía grandísima, y respondiéndose a veces, y
comunicándose sus virtudes, y pasándose unos en otros y ayuntándose y
mezclándose todos, y con su mezcla y ayuntamiento sacando de continuo a luz y
produciendo los frutos que hermosean el aire y la tierra. Así que los pastores
son en esto aventajados a los otros hombres. Y así, sea esta la segunda cosa
que señalamos en la condición del Pastor; que es muy dispuesto al bien querer.
Y
sea la tercera lo que toca a su oficio, que aunque es oficio de gobernar y
regir, pero es muy diferente de los otros gobiernos. Porque lo uno, su gobierno
no consiste en dar leyes ni en poner mandamientos, sino en apacentar y alimentar
a los que gobierna. Y lo segundo, no guarda una regla generalmente con todos y
en todos los tiempos, sino en cada tiempo y en cada ocasión ordena su gobierno
conforme al caso particular del que rige. Lo tercero, no es gobierno el suyo que
se reparte y ejercita por muchos ministros, sino él solo administra todo lo que
a su grey le conviene; que él la apasta y la abreva, y la baña y la trasquila,
y la cura y la castiga, y la reposa y la recrea y hace música, y la ampara y
defiende. Y últimamente, es propio de su oficio recoger lo esparcido y traer a
un rebaño a muchos, que de suyo cada uno de ellos caminara por sí. Por donde
las sagradas Letras, de lo esparcido y descarriado y perdido dicen siempre que
son como ovejas que no tienen Pastor; como en San Mateo se ve y en libro de los
Reyes y en otros lugares. De manera que la vida del pastor es inocente y
sosegada y deleitosa, y la condición de su estado es inclinada al amor, y su
ejercicio es gobernar dando pasto, y acomodando su gobierno a las condiciones
particulares de cada uno, y siendo él solo para los que gobierna todo lo que le
es necesario, y enderezando siempre su obra a esto, que es hacer rebaño y grey.
Veamos,
pues, ahora si Cristo tiene esto, y las ventajas con que lo tiene; y así
veremos cuán merecidamente es llamado Pastor. Vive en los campos Cristo,
y goza del cielo libre, y ama la soledad y el sosiego; y en el silencio de todo
aquello que pone en alboroto la vida, tiene puesto Él su deleite. Porque así
como lo que se comprende en el campo es lo más puro de lo visible, y es lo
sencillo y como el original de todo lo que de ello se compone y se mezcla, así
aquella región de vida adonde vive aqueste nuestro glorioso bien, es la pura
verdad y la sencillez de la luz de Dios, y el original expreso de todo lo que
tiene ser, y las raíces firmes de donde nacen y adonde estriban todas las
criaturas. Y si lo habemos de decir así, aquellos son los elementos puros y los
campos de flor eterna vestidos, y los mineros de las aguas vivas, y los montes
verdaderamente preñados de mil bienes altísimos, y los sombríos y repuestos
valles, y los bosques de la frescura, adonde, exentos de toda injuria,
gloriosamente florecen la haya y la oliva y el lináloe, con todos los demás
árboles del incienso, en que reposan ejércitos de aves en gloria y en música
dulcísima que jamás ensordece. Con la cual región si comparamos este nuestro
miserable destierro, es comparar el desasiego con la paz, y el desconcierto y la
turbación y el bullicio y disgusto de la más inquieta ciudad, con la misma
pureza y quietud y dulzura. Que aquí se afana y allí se descansa; aquí se
imagina y allí se ve; aquí las sombras de las cosas nos atemorizan y asombran;
allí la verdad asosiega y deleita. Esto es tinieblas, bullicio, alboroto;
aquello es luz purísima en sosiego eterno.
Bien
y con razón le conjura a este Pastor la esposa pastora que le demuestre este
lugar de su pasto. «Demuéstrame, dice, ¡oh querido de mi alma!, adónde
apacientas y adónde reposas en el mediodía.» Que es con razón mediodía
aquel lugar que pregunta, adonde está la luz no contaminada en su colmo y
adonde, en sumo silencio de todo lo bullicioso, sólo se oye la voz dulce de
Cristo, que, cercado de su glorioso rebaño, suena en sus oídos de Él sin
ruido y con incomparable deleite, en que, traspasadas las almas santas, y como
enajenadas de sí, sólo viven en su Pastor. Así que es Pastor Cristo por la
región donde vive, y también lo es por la manera de vivienda que ama, que es
el sosiego de la soledad, como lo demuestra en los suyos a los cuales llama
siempre a la soledad y retiramiento del campo. Dijo a Abraham: «Sal de tu
tierra y de tu parentela, y haré de ti grandes gentes.» A Elías, para
mostrársele, le hizo penetrar el desierto. Los hijos de los profetas vivían en
la soledad del Jordán.
De
su pueblo, dice Él mismo por el Profeta que le sacará al campo y le retirará
a la soledad, y allí le enseñará. Y en forma de Esposo, ¿qué otra cosa pide
a su esposa sino esta salida?: «Levántate, dice, amiga mía, y apresúrate y
ven; que ya se pasó el invierno, pasóse la lluvia, fuese; ya han aparecido en
nuestra tierra las flores, y el tiempo del podar es venido. La voz de la
tortolilla se oye, y brota ya la higuera sus higos, y la uva menuda da olor.
Levántate, hermosa mía, y ven.» Que quiere que les sea agradable a los suyos
aquello mismo que Él ama; y así como Él por ser Pastor ama el campo, así los
suyos, porque han de ser sus ovejas, han de amar el campo también; que las
ovejas tienen su pasto y su sustento en el campo.
Porque,
a la verdad, Juliano, los que han de ser apacentados por Dios han de desechar
los sustentos del mundo, y salir de sus tinieblas y lazos a la libertad clara de
la verdad, y a la soledad, poco seguida, de la virtud, y al desembarazo de todo
lo que pone en alboroto la vida; porque allí nace el pasto que mantiene en
felicidad eterna nuestra alma y que no se agosta jamás. Que adonde vive y se
goza el Pastor, allí han de residir sus ovejas, según que al una de
ellas decía: «Nuestra conversación es en los cielos.» Y como dice el mismo Pastor:
«Las sus ovejas reconocen su voz y le siguen.» Mas si es Pastor Cristo
por el lugar de su vida, ¿cuánto con más razón lo será por el ingenio de su
condición, por las amorosas entrañas que tiene, a cuya grandeza no hay lengua
ni encarecimiento que allegue? Porque, demás de que todas sus obras son amor,
que en nacer nos amó y viviendo nos ama, y por nuestro amor padeció muerte, y
todo lo que en la vida hizo y todo lo que en el morir padeció, y cuanto
glorioso ahora y asentado a la diestra del Padre negocia y entiende, lo ordena
todo con amor para nuestro provecho.
Así
que, demás de que todo su obrar es amar, la afición y la terneza de entrañas,
y la solicitud y cuidado amoroso, y el encendimiento e intensión de voluntad
con que siempre hace esas mismas obras de amor que por nosotros obró, excede
todo cuanto se puede imaginar y decir. No hay madre así solicita, ni esposa
así blanda, ni corazón de amor así tierno y vencido, ni título ninguno de
amistad así puesto en fineza, que le iguale o le llegue. Porque antes que le
amemos nos ama; y, ofendiéndole y despreciándole locamente, nos busca; y no
puede tanto la ceguedad de mi vista ni mi obstinada dureza, que no pueda más la
blandura ardiente de su misericordia dulcísima. Madruga, durmiendo nosotros
descuidados del peligro que nos amenaza. Madruga, digo: antes que amanezca se
levanta; o, por decir verdad, no duerme ni reposa, sino asido siempre al aldaba
de nuestro corazón, de continuo y a todas horas le hiere y le dice, como en los
Cantares se escribe: «Ábreme, hermana mía, amiga mía, esposa mía,
ábreme; que la cabeza traigo llena de rocío, las guedejas de mis cabellos
llenas de gotas de la noche.» «No duerme, dice David, ni se adormece el que
guarda a Israel.»
Que
en la verdad, así como en la divinidad es amor, conforme a San Juan: «Dios es
caridad», así en la Humanidad, que de nosotros tomó, es amor y blandura. Y
como el sol, que de suyo es fuente de luz, todo cuanto hace perpetuamente es
lucir, enviando, sin nunca cesar, rayos de claridad de sí mismo, así Cristo,
como fuente viva de amor que nunca se agota, mana de continuo en amor, y en su
rostro y en su figura siempre está bulliendo este fuego, y por todo su traje y
persona traspasan y se nos vienen a los ojos sus llamas, y todo es rayos de amor
cuanto de Él se parece.
Que
por esta causa, cuando se demostró primero a Moisés, no le demostró sino unas
llamas de fuego que se emprendía en una zarza: como haciendo allí figura de
nosotros y de sí mismo, de las espinas de la aspereza nuestra y de los ardores
vivos y amorosos de sus entrañas, y como mostrando en la apariencia visible el
fiero encendimiento que le abrasaba lo secreto del pecho con amor de su pueblo.
Y lo mismo se ve en la figura de Él, que San Juan en el principio de sus
revelaciones nos pone, a do dice que vio una imagen de hombre cuyo rostro lucía
como el sol, y cuyos ojos eran como llamas de fuego, y sus pies como oriámbar
encendido en ardiente hornaza, y que le centelleaban siete estrellas en la mano
derecha, y que se ceñía por junto a los pechos con cinto de oro, y que le
cercaban en derredor siete antorchas encendidas en sus candeleros. Que es decir
de Cristo que expiraba llamas de amor que se le descubrían por todas partes, y
que le encendían la cara y le salían por los ojos, y le ponían fuego a los
pies, y le lucían por las manos, y le rodeaban en tomo resplandeciendo. Y que
como el oro, que es señal de la caridad en la Sagrada Escritura, le ceñía las
vestiduras junto a los pechos, así el amor de sus vestiduras que en las mismas
Letras significan los fieles que se allegan a Cristo, le rodeaba el corazón.
Mas
dejemos esto, que es llano, y pasemos al oficio del pastor y a lo propio que le
pertenece. Porque si es del oficio del pastor gobernar apacentando, como ahora
decía, sólo Cristo es Pastor verdadero, porque Él sólo es, entre todos
cuantos gobernaron jamás, el que pudo usar y el que usa de este género de
gobierno. Y así, en el Salmo, David, hablando de este Pastor, juntó como una
misma cosa el apacentar y el regir. Porque dice: «El Señor me rige, no me
faltará nada; en lugar de pastos abundantes me pone.» Porque el propio
gobernar de Cristo, como por ventura después diremos, es darnos su gracia y la
fuerza eficaz de su espíritu; la cual así nos rige, que nos alimenta; o, por
decir la verdad, su regir principal es darnos alimento y sustento. Porque la
gracia de Cristo es vida del alma y salud de la voluntad, y fuerzas de todo lo
flaco que hay en nosotros, y reparo de lo que gastan vicios, y antídoto eficaz
contra su veneno y ponzoña, y restaurativo saludable, y, finalmente,
mantenimiento que cría en nosotros inmortalidad resplandeciente y gloriosa. Y
así, todos los dichosos que por este Pastor se gobiernan, en todo lo
que, movidos de Él, o hacen o padecen, crecen y se adelantan y adquieren vigor
nuevo, y todo les es virtuoso y jugoso y sabrosísimo pasto. Que esto es lo que
Él mismo dice en San Juan: «El que por Mí entrare, entrará y saldrá, y
siempre hallará pastos.» Porque el entrar y el salir, según la propiedad de
la Sagrada Escritura, comprende toda la vida y las diferencias de lo que en ella
se obra.
Por
donde dice que en el entrar y en el salir, esto es, en la vida y en la muerte,
en el tiempo próspero y en el turbio y adverso, en la salud y en la flaqueza,
en la guerra y en la paz, hallarán sabor los suyos a quienes Él guía; y no
solamente sabor, sino mantenimiento de vida y pastos sustanciales y saludables.
Conforme a lo cual es también lo que Isaías profetiza de las ovejas de este Pastor,
cuando dice: «Sobre los caminos serán apacentados, y en todos los llanos,
pastos para ellos; no tendrán hambre ni sed, ni las fatigará el bochorno ni el
sol. Porque el piadoso de ellos los rige y los lleva a las fuentes del agua.»
Que, como veis, en decir que serán apacentados sobre los caminos, dice que le
son pasto los pasos que dan y los caminos que andan; y que los caminos que en
los malos son barrancos y tropiezos y muerte, como ellos lo dicen: «Que
anduvieron caminos dificultosos y ásperos», en las ovejas de este Pastor
son apastamiento y alivio. Y dice que así en los altos ásperos como en los
lugares llanos y hondos, esto es, como decía, en todo lo que en la vida sucede,
tienen sus cebos y pastos, seguros de hambre y defendidos del sol. Y esto ¿por
qué? Porque dice: Él que se apiadó de ellos, ese mismo es el que los rige.
Que es decir que porque los rige Cristo, que es el que sólo con obra y con
verdad se condolió de los hombres; como señalando lo que decimos, que su regir
es dar gobierno y sustento, y guiar siempre a los suyos a las fuentes del agua,
que es en la Escritura a la gracia del Espíritu, que refresca y cría y
engruesa y sustenta.
Y
también el Sabio miró a esto a do dice que «la ley de la sabiduría es fuente
de vida.» Adonde, como parece, juntó la ley y la fuente; lo uno, porque poner
Cristo a sus ovejas ley es criar en ellas fuerzas y salud para ella por medio de
la gracia, así como he dicho. Y lo otro, porque eso mismo que nos manda es
aquello de que se ceba nuestro descanso y nuestra verdadera vida. Porque todo lo
que nos manda es que vivamos en descanso y que gocemos de paz, y que seamos
ricos y alegres, y que consigamos la verdadera nobleza. Porque no plantó Dios
sin causa en nosotros los deseos de estos bienes, ni condenó lo que Él mismo
plantó, sino que la ceguedad de nuestra miseria, movida del deseo, y no
conociendo el bien a que se endereza el deseo, y engañada de otras cosas que
tienen apariencia de aquello que se desea, por apetecer la vida sigue la muerte;
y en lugar de las riquezas y de la honra, va desalentada en pos de la afrenta y
de la pobreza. Y así, Cristo nos pone leyes que nos guíen sin error a aquello
verdadero que nuestro deseo apetece.
De
manera que sus leyes dan vida, y lo que nos manda es nuestro puro sustento y
apaciéntanos con salud y con deleite y con honra y descanso, con esas mismas
reglas que nos pone con que vivamos. Que como dice el Profeta: «Acerca de Ti
está la fuente de la vida, y en tu lumbre veremos la lumbre.» Porque la vida y
el ser que es el ser verdadero, y las obras que a tal ser le convienen, nacen y
manan, como de fuente, de la lumbre de Cristo. Esto es, de las leyes suyas, así
las de gracia que nos da como las de mandamientos que nos escribe. Que es
también la causa de aquella querella contra nosotros suya, tan justa y tan
sentida, que pone por Jeremías, diciendo: «Dejáronme a Mí, fuente de agua
viva, y caváronse cisternas quebradas, en que el agua no para.» Porque,
guiándonos Él al verdadero pasto y al bien, escogemos nosotros por nuestras
manos lo que nos lleva a la muerte. Y siendo fuente Él, buscamos nosotros
pozos; y siendo manantial su corriente, escogemos cisternas rotas, adonde el
agua no se detiene. Y a la verdad, así como aquello que Cristo nos manda es lo
mismo que nos sustenta la vida, así lo que nosotros por nuestro error
escogemos, y los caminos que seguimos guiados de nuestros antojos, no se pueden
nombrar mejor que como el Profeta los nombra.
Lo
primero, cisternas cavadas en tierra con increíble trabajo nuestro, esto es,
bienes buscados entre la vileza del polvo con diligencia infinita. Que si
consideramos lo que suda el avariento en su pozo, y las ansias con que anhela el
ambicioso a su bien, y lo que cuesta de dolor al lascivo el deleite, no hay
trabajo ni miseria que con la suya se iguale. Y lo segundo, nombra las cisternas
secas y rotas, grandes en apariencia y que convidan así a los que de lejos las
ven, y les prometen agua que satisfaga a su sed; mas en la verdad son hoyos
hondos y oscuros, y yermos de aquel mismo bien que prometen, o, por mejor decir,
llenos de lo que le contradice y repugna porque en lugar de agua dan cieno. Y la
riqueza del avaro le hace pobre. Y al ambicioso su deseo de honra le trae a ser
apocado y vil siervo. Y el deleite deshonesto a quien lo ama le atormenta y
enferma.
Mas
si Cristo es Pastor porque rige apastando y porque sus mandamientos son
mantenimientos de vida, también lo será porque en su regir no mide a sus
ganados por un mismo rasero, sino atiende a lo particular de cada uno que rige.
Porque rige apacentando, y el pasto se mide según el hambre y necesidad de cada
uno que pace. Por donde, entre las propiedades del buen Pastor, pone
Cristo en el Evangelio que llama por su nombre a cada una de sus ovejas; que es
decir que conoce lo particular de cada una de ellas, y la rige y llama al bien
en la forma particular que más le conviene, no a todas por una forma, sino a
cada cual por la suya. Que de una manera pace Cristo a los flacos, y de otra a
los crecidos en fuerza; de una a los perfectos, y de otra a los que aprovechan;
y tiene con cada uno su estilo, y es negocio maravilloso el secreto trato que
tiene con sus ovejas, y sus diferentes y admirables maneras. Que así como en el
tiempo que vivió con nosotros, en las curas y beneficios que hizo, no guardó
con todos una misma forma de hacer, sino a unos curó con su sola palabra; a
otros, con su palabra y presencia; a otros tocó con la mano; a otros no los
sanaba luego después de tocados, sino cuando iban su camino, y ya de Él
apartados les enviaba salud; a unos que se la pedían y a otros que le miraban
callando; así en este trato oculto y en esta medicina secreta que en sus ovejas
continuo hace, es extraño milagro ver la variedad de que usa y cómo se hace y
se mide a las figuras y condiciones de todos. Por lo cual llama bien San Pedro multiforme
a su gracia, porque se transforma con cada uno en diferentes figuras.
Y
no es cosa que tiene una figura sola o un rostro. Antes como al pan que en el
templo antiguo se ponía ante Dios, que fue clara imagen de Cristo, le llama pan
de faces la Escritura divina, así el gobierno de Cristo y el sustento que
da a los suyos es de muchas faces y es pan. Pan porque sustenta, y de
muchas faces porque se hace con cada uno según su manera; y como en el
maná dice la Sabiduría que hallaba cada uno su gusto, así diferencia sus
pastos Cristo, conformándose con las diferencias de todos. Por lo cual su
gobierno es gobierno extremadamente perfecto; porque, como dice Platón, no es
la mejor gobernación la de leyes escritas, porque son unas y no se mudan, y los
casos particulares son muchos y que se varían, según las circunstancias, por
horas. Y así acaece no ser justo en este caso lo que en común se estableció
con justicia; y el tratar con sola la ley escrita es como tratar con un hombre
cabezudo por una parte y que no admite razón, y por otra poderoso para hacer lo
que dice, que es trabajoso y fuerte caso. La perfecta gobernación es de ley
viva, que entienda siempre lo mejor, y que quiera siempre aquello bueno que
entiende. De manera que la ley sea el bueno y sano juicio del que gobierna, que
se ajusta siempre con la particular de aquel a quien rige.
Mas
porque este gobierno no se halla en el suelo, porque ninguno de los que hay en
él es ni tan sabio ni tan bueno que, o no se engañe o no quiera hacer lo que
ve que no es justo, por eso es imperfecta la gobernación de los hombres, y
solamente no lo es la manera con que Cristo nos rige; que, como está
perfectamente dotado de saber y bondad, ni yerra en lo justo ni quiere lo que es
malo; y así, siempre ve lo que a cada uno conviene, y a eso mismo le guía, y,
como San Pablo de sí dice, «A todos se hace todas las cosas, para ganarlos a
todos.» Que toca ya en lo tercero y propio de este oficio, según que dijimos,
que es ser un oficio lleno de muchos oficios, y que todos los administra el Pastor.
Porque verdaderamente es así, que todas aquellas cosas que hacen para la
felicidad de los hombres, que son diferentes y muchas, Cristo principalmente las
ejecuta y las hace: que Él nos llama y nos corrige, y nos lava y nos sana, y
nos santifica y nos deleita, y nos viste de gloria. Y de todos los medios de que
Dios usa para guiar bien un alma, Cristo es el merecedor y el autor.
Mas
¡qué bien y qué copiosamente dice de esto el Profeta! Porque el Señor Dios
dice así: «Yo mismo buscaré mis ovejas y las rebuscaré; como revee el pastor
su rebaño cuando se pone en medio de sus esparcidas ovejas, así Yo buscaré mi
ganado; sacaré mis ovejas de todos los lugares a do se esparcieron en el día
de la nube y de la oscuridad; y sacarélas de los pueblos, y recogerlas he de
las tierras, y tornarélas a meter en su patria, y las apacentaré en los montes
de Israel. En los arroyos y en todas las moradas del suelo las apacentaré con
pastos muy buenos, y serán sus pastos en los montes de Israel más erguidos.
Allí reposarán en pastos sabrosos, y pacerán en los montes de Israel pastos
gruesos. Yo apacentaré a mi rebaño y Yo le haré que repose, dice Dios el
Señor. A la oveja perdida buscaré, a la ablentada tomaré a su rebaño,
ligaré a la quebrada y daré fuerza a la enferma, y a la gruesa y fuerte
castigaré; paceréla en juicio.» Porque dice que Él mismo busca sus ovejas, y
que las guía si estaban perdidas, y si cautivas las redime, y si enfermas las
sana, y Él mismo las libra del mal y las mete en el bien, y las sube a los
pastos más altos. En todos los arroyos y en todas las moradas las apacienta,
porque en todo lo que les sucede les halla pastos, y en todo lo que permanece o
se pasa; y porque todo es por Cristo, añade luego el Profeta: «Yo levantaré
sobre ellas un Pastor y apacentarálas mi siervo David; Él las apacentará y
Él será su Pastor; y Yo, el Señor, seré su Dios; y en medio de ellas
ensalzado mi siervo David.»
En
que se consideran tres cosas. Una, que para poner en ejecución todo esto que
promete Dios a los suyos, les dice que les dará a Cristo, Pastor, a
quien llama siervo suyo y David (porque es descendiente de David según la
carne), en que es menor y sujeto a su Padre. La segunda, que para tantas cosas
promete un solo Pastor, así para mostrar que Cristo puede con todo, como
para enseñar que en Él es siempre uno el que rige. Porque en los hombres,
aunque sea uno sólo el que gobierna a los otros, nunca acontece que los
gobierne uno solo; porque de ordinario viven en uno muchos: sus pasiones, sus
afectos, sus intereses, que manda cada uno su parte. Y la tercera es que este Pastor
que Dios promete y tiene dado a su Iglesia, dice que ha de estar levantado en
medio de sus ovejas; que es decir que ha de residir en lo secreto de sus
entrañas, enseñoreándose de ellas, y que las ha de apacentar dentro de sí.
Porque
cierto es que el verdadero pasto del hombre está dentro del mismo hombre, y en
los bienes de que es señor cada uno. Porque es sin duda el fundamento del bien
aquella división de bienes en que Epicteto, filósofo, comienza su libro;
porque dice de esta manera: «De las cosas, unas están en nuestra mano y otras
fuera de nuestro poder. En nuestra mano están los juicios, los apetitos, los
deseos y los desvíos, y, en una palabra, todas las que son nuestras obras.
Fuera de nuestro poder están el cuerpo y la hacienda, y las honras y los
mandos, y, en una palabra, todo lo que no es obras nuestras. Las que están en
nuestra mano son libres de suyo, y que no padecen estorbo ni impedimento; mas
las que van fuera de nuestro poder son flacas y siervas, y que nos pueden ser
estorbadas y, al fin, son ajenas todas. Por lo cual conviene que adviertas que,
si lo que de suyo es siervo lo tuvieres por libre tú, y tuvieres por propio lo
que es ajeno, serás embarazado fácilmente, y caerás en tristeza y en
turbación, y reprenderás a veces a los hombres y a Dios. Mas si solamente
tuvieres por tuyo lo que de veras lo es, y lo ajeno por ajeno, como lo es en
verdad, nadie te podrá hacer fuerza jamás, ninguno estorbará tu designio, no
reprenderás a ninguno ni tendrás queja de él, no harás nada forzado, nadie
te dañará, ni tendrás enemigo, ni padecerás detrimento.»
Por
manera que, por cuanto la buena suerte del hombre consiste en el buen uso de
aquellas obras y cosas de que es señor enteramente, todas las cuales obras y
cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y debajo de su gobierno, sin respeto a
fuerza exterior; por eso el regir y el apacentar al hombre, es el hacer que use
bien de esto que es suyo y que tiene encerrado en sí mismo. Y así Dios con
justa causa pone a Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas
del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus juicios,
sus apetitos y deseos al bien, con que se alimente y cobre siempre mayores
fuerzas el alma, y se cumpla de esta manera lo que el mismo Profeta dice: «Que
serán apacentados en todos los mejores pastos de su tierra propia»; esto es,
en aquello que es pura y propiamente buena suerte y buena dicha del hombre. Y no
en esto solamente, sino también «en los montes altísimos de Israel», que son
los bienes soberanos del cielo, que sobran a los naturales bienes sobre toda
manera, porque es señor de todos ellos aquese mismo Pastor que los
guía, o para decir la verdad, porque los tiene todos y amontonados en sí.
Y
porque los tiene en sí, por esta misma causa, lanzándose en medio de su
ganado, mueve siempre a sí sus ovejas; y no lanzándose solamente, sino
levantándose y encumbrándose en ellas, según lo que el Profeta de Él dice.
Porque en sí es alto por el amontonamiento de bienes soberanos que tiene; y en
ellas es alto también, porque, apacentándolas, las levanta del suelo, y las
aleja cuanto más va de la tierra, y las tira siempre hacia sí mismo, y las
enrisca en su alteza, encumbrándolas siempre más y entrañándolas en los
altísimos bienes suyos. Y porque Él uno mismo está en los pechos de cada una
de sus ovejas, y porque su pacerlas es ayuntarlas consigo y entrañarlas en sí,
como ahora decía, por eso le conviene también lo postrero que pertenece al Pastor,
que es hacer unidad y rebaño. Lo cual hace Cristo por maravilloso modo, como
por ventura diremos después. Y bástenos decir ahora que no está la vestidura
tan allegada al cuerpo del que la viste, ni ciñe tan estrechamente por la
cintura la cinta, ni se ayuntan tan conformemente la cabeza y los miembros, ni
los padres son tan deudos del hijo, ni el esposo con su esposa tan uno, cuanto
Cristo, nuestro divino Pastor, consigo y entre sí hace una su grey.
Así
lo pide y así lo alcanza, y así de hecho lo hace. Que los demás hombres que,
antes de Él y sin Él, introdujeron en el mundo leyes y sectas, no sembraron
paz, sino división; y no vinieron a reducir a rebaño, sino, como Cristo dice
en San Juan, fueron ladrones y mercenarios, que entraron a dividir y desollar y
dar muerte al rebaño. Que, aunque la muchedumbre de los malos haga contra las
ovejas de Cristo bando por sí, no por eso los malos son unos ni hacen un
rebaño suyo en que estén adunados, sino cuanto son sus deseos y sus pasiones y
sus pretendencias, que son diversas y muchas, tanto están diferentes contra sí
mismos. Y no es rebaño el suyo de unidad y de paz, sino ayuntamiento de guerra
y gavilla de muchos enemigos que entre sí mismos se aborrecen y dañan, porque
cada uno tiene su diferente querer. Mas Cristo, nuestro Pastor, porque es
verdaderamente Pastor, hace paz y rebaño. Y aun por esto, allende de lo
que dicho tenemos, le llama Dios Pastor uno en el lugar alegado; porque
su oficio todo es hacer unidad. Así que Cristo es Pastor por todo lo dicho; y
porque si es del pastor el desvelarse para guardar y mejorar su ganado, Cristo
vela sobre los suyos siempre y los rodea solícito. Que, como David dice: «Los
ojos del Señor sobre los justos, y sus oídos en sus ruegos. Y aunque la madre
se olvide de su hijo, Yo, dice, no me olvido de ti.» Y si es del pastor
trabajar por su ganado al frío y al hielo, ¿quién cual Cristo trabajó por el
bien de los suyos? Con verdad Jacob, como en su nombre, decía: «Gravemente
laceré de noche y de día, unas veces al calor y otras veces al hielo, y huyó
de mis ojos el sueño.» Y si es del pastor servir abatido, vivir en hábito
despreciado, y no ser adorado y servido, Cristo, hecho al traje de sus ovejas, y
vestido de su bajeza y su piel, sirvió por ganar su ganado.
Y
porque hemos dicho cómo le conviene a Cristo todo lo que es del pastor, digamos
ahora las ventajas que en este oficio Cristo hace a todos los otros pastores.
Porque no solamente es Pastor, sino Pastor como no lo fue otro
ninguno; que así lo certificó Él cuando dijo: «Yo soy el buen Pastor.»
Que el bueno allí es señal de excelencia, como si dijese el Pastor
aventajado entre todos. Pues sea la primera ventaja, que los otros lo son o por
caso o por suerte; mas Cristo nació para ser Pastor, y escogió antes que
naciese, nacer para ello; que, como de sí mismo dice, bajó del cielo y se hizo
Pastor hombre, para buscar al hombre, oveja perdida. Y así como nació
para llevar a pacer, dio, luego que nació, a los pastores nueva de su venida.
Demás de esto, los otros pastores guardan el ganado que hallan; mas nuestro Pastor
Él se hace el ganado que ha de guardar. Que no sólo debemos a Cristo que nos
rige y nos apacienta en la forma ya dicha, sino también y primeramente, que
siendo animales fieros, nos da condiciones de ovejas; y que, siendo perdidos,
nos hace ganados suyos, y que cría en nosotros el espíritu de sencillez y de
mansedumbre y de santa y fiel humildad, por el cual pertenecemos a su rebaño. Y
la tercera ventaja es que murió por el bien de su grey; lo que no hizo algún
otro pastor, y que por sacarnos de entre los dientes del lobo, consintió que
hiciesen en Él presa los lobos.
Y
sea lo cuarto, que es así Pastor que es pasto también, y que su
apacentar es darse a sí a sus ovejas. Porque el regir Cristo a los suyos y el
llevarlos al pasto, no es otra cosa sino hacer que se lance en ellos y que se
embeba y que se incorpore su vida, y hacer que con encendimientos fieles de
caridad le traspasen sus ovejas a sus entrañas, en las cuales traspasado, muda
Él sus ovejas en sí. Porque cebándose ellas de Él, se desnudan así de sí
mismas y se visten de sus cualidades de Cristo; y creciendo con este dichoso
pasto el ganado, viene por sus pasos contados a ser con su Pastor una
cosa.
Y
finalmente, como otros nombres y oficios le convengan a Cristo, o desde algún
principio o hasta un cierto fin o según algún tiempo, este nombre de Pastor
en Él carece de término. Porque antes que naciese en la carne, apacentó a las
criaturas luego que salieron a luz; porque Él gobierna y sustenta las cosas, y
Él mismo da cebo a los ángeles, «y todo espera de Él su mantenimiento a su
tiempo» como en el Salmo se dice. Y ni más ni menos, nacido ya hombre, con su
espíritu y con su carne apacienta a los hombres, y luego que subió al cielo
llovió sobre el suelo su cebo; y luego y ahora y después, y en todos los
tiempos y horas, secreta y maravillosamente y por mil maneras los ceba; en el
suelo los apacienta, y en el cielo será también su Pastor, cuando allá
los llevare; y en cuanto se revolvieren los siglos, y en cuanto vivieren sus
ovejas, que vivirán eternamente con Él, Él vivirá en ellas, comunicándoles
su misma vida, hecho su pastor y su pasto.
Y calló Marcelo aquí, significando a Sabino que pasase adelante, que luego desplegó el papel y leyó: