6. La motivación

Nadie ignora que en un momento importante de su vida toda persona experimenta una situación psicológica particular. En cierta manera se puede decir también que cada momento es vivido de un modo particular. Hablando con todo rigor, se diría precisamente que no hay dos momentos absolutamente iguales en la vida de un hombre. Por consiguiente, el hombre es un ser fundamentalmente inestable.

Para adaptarse a las nuevas circunstancias de cada momento, el hombre se sirve de un mecanismo psicológico propio que llamamos motivación. La motivación consiste en un impulso interior que lleva al individuo a organizar su actitud y su comportamiento para adaptarse a una concreta situación psicológica. Ejerce, por tanto, en el conjunto del organismo un papel de modificación de la conducta. Se dice que el individuo está motivado para hacer esto o aquello cuando está en disposición de actuar en este o aquel sentido por un objetivo concreto.

La motivación es una energía psíquica. Se desencadena en virtud de un estímulo interno o externo al individuo. El estímulo nace de la percepción de la posibilidad ofrecida por un objetivo, por una persona o bien por un deseo. El estímulo funciona como un impulso para reaccionar frente a una situación determinada.

Algunas veces el estímulo puede crear una necesidad que antes no existía. La necesidad engendra la energía motivadora.

El individuo puede estar espontáneamente motivado para obrar en cierto sentido, para un determinado tipo de comportamiento. Pero espontáneo no significa sin causa. Lo mismo que en el mundo físico, tampoco en la vida se da ningún movimiento que no esté causado por un motivo o motor.

También es posible que una persona motive a otra para que se mueva en un sentido previsto por la primera. Esta posibilidad nos abre una gran perspectiva en el terreno de la pedagogía. En efecto, podemos influir activamente en el ritmo y en el sentido del aprendizaje y del crecimiento de la personalidad. Esta intervención directa en la vida del niño y de los jóvenes no significa ciertamente formar un tipo determinado a ultranza. Si no respetamos la libertad de los jóvenes para que elijan de forma autónoma su destino de vida, nos equivocaremos profundamente. Educar y formar no es intoxicar la mente de los jóvenes con ideologías que rechazan ni someterles a un lavado de cerebro. Un proceso de formación sistemática en la vida religiosa supone no ya la aceptación del formando solamente, sino su opción libre de seguir ese camino a fin de alcanzar su objetivo vocacional.

El factor fundamental de toda opción y de todo método más o menos complejo para obtener un resultado previamente fijado es la existencia de un motivo que anime al sujeto a la acción.

Así pues, motivar es el arte de desencadenar en el individuo energías que lo lleven a actuar en el sentido querido directamente por el maestro y libremente aceptado por el sujeto, con un medio adecuado a la consecución del objetivo de su ideal. Y esto significa intervenir directamente en el comportamiento del formando. Se da por descontado la libre aceptación de una ayuda por parte del responsable para el ingreso en una institución.

Al comienzo de cualquier acción intencionada siempre encontramos una motivación. Se trata de una energía interna de la que se sirve el individuo para organizar los medios de que dispone para conseguir el fin que ha previsto. Todo sucede como cuando uno tiene hambre o sed. Ante el hambre o la sed que experimenta, se siente también movido a ir a buscar o a inventar los medios que le permitan encontrar el agua o la comida. El desequilibrio que se ha experimentado con la necesidad de comer o de beber que se presentó desencadena siempre un mecanismo interno de defensa, una energía psíquica que impulsa al individuo a procurarse los medios para aplacar el sufrimiento de la necesidad y restablecer lo antes posible el equilibrio orgánico.

Todo comportamiento y toda conducta están siempre motivados. Frente a la actitud o el comportamiento de un individuo podremos siempre preguntarnos: "¿Por qué hace esto o aquello?... ¿Por qué actúa de este modo?"

Todo movimiento hecho para un cambio cualquiera corresponde al deseo de satisfacer una necesidad. Por ejemplo: satisfacemos el deseo de comer para aliviar el sufrimiento de la necesidad, es decir, de la carencia de alimento. Satisfacemos el deseo de descansar para suprimir el malestar de la fatiga.

El equilibrio externo e interno, físico, psíquico y espiritual sufre alteraciones continuamente debido al proceso extraordinariamente dinámico de la vida. Estas modificaciones significan muchas veces un pequeño desequilibrio del bienestar con la necesidad respectiva de encontrar un nuevo equilibrio a través de un nuevo comportamiento adaptado.

La acción voluntaria supone siempre el muelle impulsor de un motivo. El motivo es un factor que repercute directamente en el proceso psicológico de la motivación para una modificación del comportamiento. Se puede decir también que se trata de un argumento que justifica la iniciativa y el esfuerzo por la conquista del objetivo ambicionado. El motivo puede ser un objeto exterior al individuo, como, por ejemplo, cuando un niño ve un juguete e insiste en tenerlo, ese objeto constituye el motivo para desencadenar todo el proceso tan complejo de una motivación. Otras veces el motivo para desencadenar este proceso puede ser una sensación interna de malestar, como, por ejemplo, el nerviosismo que lleva a una persona a buscar un cigarrillo o un vaso de vino para fumar y beber. He aquí por qué incluso una simple ambición o bien una aspiración al éxito o el miedo al fracaso pueden funcionar también como motivos. En sentido más amplio, cualquier hecho conocido puede inclinar a uno a una acción. En ese caso ese hecho se convierte en un motivo para obrar.

 

Motivar

De todo lo que llevamos dicho se puede ya deducir la enorme importancia de la motivación en la pedagogía y en los métodos de educación y de formación. Desde el punto de vista pedagógico, motivar es:

A la luz de este concepto queda claro que la motivación es un elemento esencial en todos los métodos de educación y de formación. Podemos considerarla incluso como la cosa más importante que el educador y el formador tienen que hacer con los alumnos y los formandos. Se trata del tema central del arte de la pedagogía.

La eficacia de la motivación pedagógica como instrumento de educación y de formación depende sobre todo de la comprensión que el educando consigue tener en la relación que existe entre su esfuerzo personal y el objetivo mediato e inmediato del mismo. Para facilitar la eficacia de la motivación didáctica, ésta tiene que ser lo más natural y espontáneamente interesante que se pueda. Estas condiciones dependen mucho de la personalidad del educador. Hay maneras de ser y de expresarse que constituyen por sí mismas una buena motivación para el respeto, la atención y la acogida de los alumnos. Estos se sienten espontáneamente inclinados a tomar una actitud abierta y receptiva. Por otra parte, también es verdad que la fuerza de una motivación lograda puede suplir en parte la pobreza de ciertas aptitudes personales de un educador o formador.

Se da una relación directa entre la motivación y los métodos de coordinación y de animación de una comunidad. El éxito o el fracaso de un superior en su tarea de gobernar una comunidad religiosa depende sustancialmente de su habilidad para señalar motivaciones justas y verdaderamente eficaces. El superior estimula o desalienta a una comunidad sobre todo por las motivaciones que emplea en sus relaciones con cada uno de los miembros y con el conjunto de la comunidad.

¿Por qué es tan importante motivar activamente a los educandos, a los formandos y a los miembros de una comunidad religiosa?

La respuesta espontánea a esta pregunta es que mediante la motivación se organizan los incentivos, los procedimientos didácticos y la sistematización del ambiente. Son precisamente estos aspectos de la actividad pedagógica los que interfieren con mayor profundidad en el comportamiento y en la conducta del grupo. Un grupo escolar o formativo reacciona espontáneamente de acuerdo con la naturaleza de los incentivos y de los procedimientos didácticos. Ningún educador o formador moderno ignora el influjo que el ambiente ejerce en la actitud y el comportamiento de los niños y de los jóvenes. La psicología de la propaganda, de la venta, la arquitectura, el comercio, la industria, hasta los bares utilizan actualmente un uso refinado de las líneas, de la forma, de los colores, de los materiales, de la música funcional..., todo ello para condicionar a las personas para el objetivo previsto: vender más, producir más, consumir más, atraer con mayor fuerza, incitar a volver de nuevo... Por eso precisamente también la escuela, una casa de formación y una comunidad religiosa tienen que organizar sus ambientes de vida, de estudio, de oración, de trabajo, de tal forma que motiven a las personas para que vivan bien y trabajen con alegría. Es necesario motivar a los alumnos y a los formandos para que puedan desarrollar su esfuerzo de crecimiento personal con entusiasmo, con perseverancia y con buena voluntad. Los alumnos y los jóvenes formandos no convenientemente motivados por sus maestros se aburren y se hacen perezosos o rebeldes. Se sienten oprimidos y desalentados. Viven y trabajan con rabia y con miedo. Y por eso sus actividades discentes pierden en eficacia.

Con la vida comunitaria ocurre lo mismo. Una comunidad religiosa convenientemente motivada para la vida comunitaria de hermandad, de oración y de actividad apostólica vive en armonía y cumple con su función en la Iglesia. En el caso contrario puede transformarse en piedra de escándalo para nuestros hermanos laicos y, por consiguie1te, en una institución no sólo inútil, sino incluso nociva para el reino de Dios.

Impulsar a las personas para que actúen y organicen su actividad y su comportamiento usando únicamente su fuerza de voluntad o bien en virtud del imperativo categórico para que cumplan con un deber no produce buenos efectos en orden al crecimiento personal. Se pueden obtener resultados objetivos relativamente buenos, pero generalmente no producen cambios profundos. Una educación y una formación voluntaristas son generalmente superficiales y más aparentes que reales. Actúan en la personalidad de una manera parecida a un alimento tragado a la fuerza.

El sujeto experimenta el voluntarismo en su intimidad como una forma de opresión que él se impone a sí mismo. Por eso le repugna, ya que toda violencia y opresión siempre son destructivas por naturaleza. Engendran fuerzas de inhibición de la energía creadora. Si esa energía quedase bloqueada, el hombre no podría ya gozar de la alegría de vivir en sus relaciones interpersonales ni tendría la verdadera satisfacción de ser autor, de ser padre de sus propias obras. Su vida se quedaría un tanto vacía de sentido. Es ésta una de las causas más frecuentes de los desalientos y de la mediocridad existencial de algunos religiosos.

Si la motivación se hace con inteligencia, lleva a las personas a obrar espontáneamente con entusiasmo y con gozo en el sentido por el que han actuado. Con buenas técnicas y procedimientos educativos, el formador consigue interesar a los formandos en todas las actividades que les propone. En la vida comunitaria sucede lo mismo. Por eso, saber motivar es una de las cualidades y de los conocimientos requeridos en todo educador y en todo maestro en todos los niveles de la formación escolar. Y debería ser una condición sine qua non para un cargo de formador y de superior en la vida religiosa.

Una casa de formación en donde se hace una buena motivación constituye un punto de atracción para un joven formando. Los religiosos toman cariño a una comunidad en donde la gente se siente motivada para vivir la hermandad, la amistad, donde hay unión y solidaridad, donde se puede rezar de verdad y donde, por consiguiente, se vive con alegría.

El formando motivado se muestra curioso respecto a todo lo que sucede en su comunidad, está atento a todos los acontecimientos. Trabaja y busca para encontrar las cosas. Manifiesta una sed natural de saber y de saber hacer. En una palabra, trabaja con alegría... y crece...

Motivar al formando es presentarle razones y motivos que sean de tal naturaleza que lo muevan a tomar actitudes y comportamientos adecuados para la consecución del objetivo propuesto. ¿Cómo saber si un formando está adecuadamente motivado?

Hay varios medios y señales que nos permiten averiguarlo:

  1. Actitud adecuada a la actividad que tiene que desarrollar.

  2. Orientación de aquellas actividades que conducen claramente al objetivo propuesto.

Cualquier individuo con inteligencia normal es capaz de interpretar correctamente estos signos.

La fuerza de la motivación depende de la intensidad del interés que despierta en el sujeto respecto al objetivo que hay que alcanzar. Por eso, para que se produzca la motivación es muy necesario que el formador insista en el valor de los motivos que presenta. Pero la apreciación de este valor depende sobre todo de la manera con que se presenten esos motivos. Para poder presentarlos de la forma más adecuada es menester que el formador esté profundamente convencido de dicho valor. El grado de autenticidad de sus sentimientos en este sentido condiciona el grado de fe y de confianza con que le creerán los formandos. Bajo este aspecto, los niños y los jóvenes son, en general, más sensibles de lo que a veces pensamos los adultos. Se diría que poseen un sexto sentido para percibir el grado de nuestra veracidad. Cualquier tipo de falsedad será recibido por lo menos con cierta desconfianza, que se experimentará aunque no se manifieste abiertamente.

El secreto del éxito de un educador y de un formador consiste en su arte de motivar a los educandos. Consiste en su capacidad de despertar, de sostener y de orientar el interés de los formandos. Esta habilidad es en parte innata y en parte adquirida. Hay características de la personalidad que constituyen por sí mismas un factor espontáneo de motivación para los formandos. Las encontramos en todos los grandes formadores, empezando por Jesucristo, pasando por san Pablo y los demás apóstoles tras la venida del Espíritu Santo sobre ellos. Hay ejemplos históricos que ya hemos citado anteriormente. Seguramente también el lector conocerá ejemplos de hombres y de mujeres que son educadores y formadores con gran éxito. Basta con observar un poco su método de trabajo para descubrir sin dificultad que su secreto está en la motivación que logran poner por obra en medio de los formandos. Resulta que hay formadores y educadores que motivan espontáneamente a los alumnos y los formandos sin que éstos se den cuenta de ello. Una fuerte personalidad, con su modo natural de ser y de manifestarse, puede ser un triunfador en todo lo que emprende. La explicación de este fenómeno social está en el hecho de que estas personas tienen una personalidad que posee el precioso poder de motivar espontáneamente a los que se acercan a ellas. Son abiertos, sencillos, comunicativos, respetuosos, benévolos, inspiran confianza... Por fortuna, con buena voluntad y algunos conocimientos de las ciencias humanas todo educador y todo formador podrá mejorar siempre su propia personalidad y su capacidad de motivar a sus formandos.

 

El sentimiento de éxito

Existe en el proceso de la motivación un elemento psicológico capaz de sostener y de mantener viva y eficaz la energía motivacional durante períodos más o menos largos. Es lo que llamamos el sentimiento de éxito.

El éxito de una experiencia hace nacer la confianza. La confianza en la posibilidad de tener éxito favorece el esfuerzo y da nuevos impulsos para iniciar nuevas experiencias. La repetición de la experiencia hecha con éxito tiende a estabilizar una motivación permanente. De este modo, todo éxito en un intento por la solución de un problema refuerza la confianza en el éxito del esfuerzo realizado. El descubrimiento del camino para llegar a la solución que se busca aumenta la confianza personal del sujeto en su capacidad personal.

El elemento fundamental del sentimiento de éxito es, por tanto, la fe del sujeto en la posibilidad de lograrlo. Cuanto más se transforma esta fe en una convicción que se va convirtiendo poco a poco en evidencia, tanto mayor será la seguridad del individuo en sí mismo. Esta seguridad es una actitud permanente de confianza, que nace de la experiencia de éxitos sucesivos.

El sentimiento de éxito refuerza extraordinariamente la motivación inicial. Por eso, el educando y el formando tienen necesidad de saber en cada momento si los resultados de su esfuerzo corresponden a lo que se esperaban y a lo que el formador deseaba de ellos. Sin ese conocimiento el formando permanecería a oscuras, sin saber si está o no está en el camino justo. Nadie acepta que le obliguen a marchar por un camino sin saber adónde irá a parar. No basta con explicarle al comienzo de la marcha el sentido de una peregrinación tan larga..., larga como la vida entera. La juventud es un tiempo demasiado precioso para que se gaste en ligerezas o en simples aventuras. La decisión de entrar en la vida religiosa o en el sacerdocio es una decisión existencialmente demasiado importante para exponerse estúpidamente a un fracaso. Cualquier joven inteligente desea saber con la mayor claridad posible si se dan o no se dan las condiciones mínimas para tener éxito.

Para estar constantemente informado sobre este punto, el formando tiene necesidad urgente del acompañamiento de su formador. Este tendrá que estar constantemente atento a las actitudes y los comportamientos del formando para valorarlos en orden al crecimiento del sujeto. De vez en cuando los resultados de estas observaciones v verificaciones tienen que comunicarse y discutirse objetivamente con el interesado para que tome conciencia de su propia situación. Tener conciencia de que va progresando en el sentido deseado por el formador responsable constituye una poderosa motivación. Un formador inteligente y hábil, al final de una discusión de este género acaba siempre tranquilizando al formando con su simpatía, con su ayuda y su estima. Saber que su superior responsable está contento de él a pesar de sus debilidades es para el formando un motivo para un esfuerzo mayor de superación y de crecimiento en el sentido de su opción vocacional.

 

Esquema básico del proceso de la actividad motivada

Toda actividad planificada se va desarrollando a través de tres fases de pensamiento lógico:

  1. Estructuración esquemática del plan general.

  2. Motivación.

  3. Ejecución.

El que se dispone a realizar una obra cualquiera toma en primer lugar una actitud mental estratégica. Organiza imaginativamente un plan general. De acuerdo con cada caso, el plan general se va estudiando en sus detalles. Para la ejecución de éstos se prevén otros tantos proyectos específicos.

La decisión de organizar un plan supone que se ha realizado ya la concepción de una idea. Pero la idea nace de la percepción de un objeto o de un acontecimiento significativo, es decir, de algo que ha desencadenado un proceso motivacional. Organizar concretamente el plan y los proyectos para lo que se desea realizar es un nuevo motivo que refuerza la motivación inicial.

Por consiguiente, hablando con todo rigor, la concepción del plan, la organización del mismo y la motivación constituyen en el fondo aspectos distintos de un mismo y único proceso mental-comportamental. Se desarrollan sincrónicamente.

Pero existe también una diferencia dinámica fundamental entre la motivación y la estructuración concreta de un plan de acción. Es la siguiente: cronológicamente, la motivación precede al principio de la acción. Pero hay más todavía; cuando se ha realizado la primera fase de la acción, es decir, la organización concreta del plan, entonces la motivación se ve reforzada por esta experiencia que normalmente sigue estimulando al sujeto a pasar a la tercera fase: la ejecución del plan a través de la realización sucesiva de los diversos proyectos.

El éxito en la realización de un proyecto significa el refuerzo de la motivación para la realización del proyecto siguiente. De este modo, de éxito en éxito, el individuo va progresando en la construcción prevista del plan general. Un éxito parcial es motivo para una nueva iniciativa cargada de optimismo y de confianza. Así es como se progresa. Así es como se crece.

La actividad organizativa para la conquista de objetivos intencionados es una cualidad esencial al hombre. Los animales no prevén ni organizan planes ni proyectos. Actúan espontáneamente, impulsados directamente por su instinto.

En último análisis, vivir es amar. Pero no es posible amar sin resolver problemas. Por consiguiente, la actividad del trabajo es también indispensable para todo el que quiera vivir y amar.

La actividad para estructurar el esquema de un plan o de un proyecto se desarrolla a través de tres etapas:

 

Visión

El sujeto ve el objetivo porque lo ha descubierto casualmente o porque alguien se lo ha presentado. Así es como nace generalmente la vocación a la vida religiosa. El niño o el joven se encuentran con un religioso, con una religiosa, con un sacerdote que les impresiona por cualquier motivo personal, a menudo puramente humano. Otros empezaron a pensar en la posibilidad de entrar por este camino después de una conferencia, de una homilía, de una catequesis sobre la vocación religiosa o sacerdotal. Hay casos que descubren la vocación religiosa a través de una lectura... De todas formas, la primera etapa de una vocación siempre consiste en ver esta posibilidad como un objetivo.

Si el objetivo propuesto despierta en el sujeto el interés por el asunto, lo analizará. La primera tarea de un formador que se ocupa de las vocaciones religiosas o sacerdotales es la de ofrecer al posible candidato todos los informes que necesita para aclarar el objetivo que ha podido percibir. Esas informaciones le permitirán conocer con claridad desde el principio al menos tres aspectos del problema:

Qué es lo que verdaderamente busca.

Cómo podrá encontrar lo que busca.

— Cuándo podrá alcanzar el objetivo que en cierto modo le atrae.

Se trata de las nociones mínimas sobre la vida consagra-da: su significación evangélica, eclesial y existencial; las condiciones y los medios que hay que emplear para convertirse en una persona consagrada; los aspectos jurídicos para la entrada y la permanencia en la vida religiosa consagrada.

 

Resonancia emocional

La comprensión clara en lo que se refiere a los aspectos fundamentales de la vida religiosa o sacerdotal despierta naturalmente en el joven ecos emocionales. La cualidad de la emoción que experimenta se manifiesta a través de su actitud frente a la cuestión discutida. En general, la emoción vivida aparece externamente bajo una de estas tres formas:

— Indiferencia.

— Atracción.

— Repugnancia.

Cada uno de estos tres aspectos revela una motivación distinta frente al objetivo.

La actitud de indiferencia nos dice que el objetivo presentado no ha sensibilizado al sujeto. Por eso no ha despertado ningún interés. No existe, pues, ninguna energía interna capaz de mover al individuo en la dirección de ese objetivo.

La actitud de atracción revela la existencia interna de una energía psíquica de interés que impulsa al individuo a moverse en el sentido de este objetivo. Se dice que está inicialmente motivado. Es tarea del formador interferir en este momento con encuentros formales e informales a fin de sostener este interés inicial v pensar en acudir a procedimientos inteligentes a fin de estimular el aumento del mismo.

La actitud de repugnancia significa un rechazo del objetivo. El sentimiento de repugnancia es un mecanismo de defensa frente a un objetivo visto o presentado como una posibilidad. En ese caso sería prácticamente inútil insistir en el intento de despertar un interés en donde hay señales claras de rechazo. Más aún, intentar convencer a un joven para que entre en una casa de formación y para que haga un intento de adaptación al estilo de vida que allí se vive podría resultar peligroso. Un condicionamiento artificial de la vocación a partir de medios externos acaba siempre en una religiosidad moralmente frágil y psicológicamente débil. En ese caso, al faltar una decisión verdaderamente personal, basada en unos valores evangélicos bien asimilados, esos religiosos y sacerdotes estarían expuestos a toda clase de sufrimientos neuróticos y de inadaptación comunitaria y apostólica. Muchas veces acaban abandonando un género de vida que en realidad no han querido nunca personalmente. Una decisión vocacional o es auténticamente personal y libre o no es una verdadera decisión.

Ordinariamente, el comportamiento del formando a lo largo del período de su formación fundamental, hasta su profesión perpetua o hasta su ordenación sacerdotal, se desarrolla como una consecuencia de su actitud inicial frente al problema vocacional. Si no existe al principio un signo seguro de una cierta atracción, quizá sería lo mejor ayudar al posible candidato a insertarse en otra realidad distinta. Parece ser que la primera señal concreta de una verdadera llamada del Señor a la vida consagrada es precisamente la atracción, aun cuando la atracción por sí sola no sea nunca una señal segura. Para la confirmación de la existencia de una verdadera vocación se requieren, además, otras condiciones.

Deseo

La emoción de sentirse atraído por un objetivo despierta también cierto grado de ansiedad por poseer. El ansia es un malestar al mismo tiempo psíquico y físico, algo así como un temor difuso, una inseguridad o una desgracia inminente. El ansia asociada al deseo expresa el miedo de perder lo que se ha visto como algo capaz de satisfacer una necesidad profunda.

El deseo es un sentimiento de respuesta a la emoción de la atracción. Consiste psicológicamente en la experiencia personal de un impulso. Solamente la adhesión afectiva al objetivo visto como un objetivo hace que el esfuerzo por crecer y por formarse resulte agradable y, por tanto, deseable. No basta con que el formador le diga al formando que tiene que amar su vocación. Semejante manera de hablar no tiene ningún sentido para el formando. Podrá amar únicamente lo que es experimentado y vivido por él como digno de ser amado. Uno no ama porque tenga que amar. El que ama, ama porque puede amar, porque siente que ama, porque no puede menos de amar.

Todo lo que hastía y todo lo que mortifica repugna naturalmente. Pero esta afirmación no quiere decir que el hombre tenga que buscar y aceptar únicamente las cosas y las situaciones que le hacen experimentar cierto gozo, cierto placer o cierta satisfacción. Esto sería caer en el error del hedonismo. El hedonista reduce su vida a la búsqueda de sensaciones agradables y a la huida de todo lo que pueda hacerle sufrir. Buscar para sí mismo solamente los sufrimientos sería caer en el extremo opuesto, en el masoquismo. También aquí la virtud está en el medio. El placer y el sufrimiento son dos cosas inevitables en la vida. Por consiguiente, el que quiera vivir en la realidad tiene que aceptar a priori los gozos ofrecidos espontáneamente por la vida y las frustraciones que son inevitables.

Es importante que el formando sepa que la realidad de la vida religiosa vivida tal como debe vivirse es fuente de muchas alegrías puras, de muchas satisfacciones, pero también de sufrimientos ineludibles, lo mismo que ocurre con cualquier otro estado de vida. Por eso, una opción vocacional hecha sobre la base de la búsqueda del placer o, por el contrario, de la necesidad de sufrir para expiar ciertas culpas, sería seguramente una decisión equivocada y peligrosa para el equilibrio existencial del sujeto.

Incluyen el deseo sentimientos de ambición, de ansia y de apetencia... Los tres están animados del impulso por conquistar el objetivo descubierto como un bien que hay que integrar. El grado de intensidad del deseo determina la fuerza de la motivación. Estimular el deseo de alcanzar el objetivo final es, por consiguiente, intensificar la motivación. Unicamente un deseo muy grande es capaz de establecer una motivación dominante. Es esto una gran ventaja para el formando. Ayudarle a unificar todas sus energías psíquicas y a canalizarlas en una sola dirección: la del objetivo vocacional. Es fácil comprender la velocidad del ritmo de progreso en el acercamiento del sujeto a su objetivo, que se ha convertido casi en el único punto de atracción de sus pensamientos, emociones y actividades. Es éste el máximo de motivación que tiene que buscar un formador a través de todo lo que puede emprender para la educación de los jóvenes. aspirantes y novicios.

La motivación dominante tiende a fijar y a estabilizar la atención del sujeto, permitiendo de este modo una gran concentración de la conducta. La actitud externa del individuo en una situación de gran concentración mental en torno a un punto de atención se caracteriza por la inhibición de los movimientos externos caracterizada por una intensa actividad mental: observación activa, búsqueda, pensamiento lógico, organización mental de un plan de acción, cálculo de los riesgos, saboreo previo del sentimiento de éxito y..., final-mente, decisión final de actuar o bien de desistir de la empresa.

Un interés grande tiende a eliminar del campo de con-ciencia las interferencias extrañas al objetivo principal en la medida en que el sujeto se siente motivado por este objetivo. Las desviaciones de la actividad demasiado frecuentes o demasiado grandes en el sentido del objetivo propuesto significan siempre lo mismo que las distracciones demasiado frecuentes o demasiado grandes en la oración: debilidad o falta de motivación.

El interés dominante en una situación cualquiera hace que esa situación resulte muy agradable. El sujeto parece como si estuviera embriagado de gozo, de satisfacción espiritual, científica, poética, artística, mística... Se diría que se trata de la concreción del instinto de creatividad. "Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que todo era bueno" (Gén 1,31). "Dios dio por terminada su obra el séptimo día, y en este día cesó de toda obra que había hecho. Dios bendijo este día y lo santificó" (Gén 2,2-3). Después de cada obra puesta al día a través de una intensa actividad dirigida y dinamizada por una motivación dominante, el hombre creador, como borracho de satisfacción por el éxito obtenido, se relaja y se pone a descansar...

Solamente las respuestas claras al porqué, al cómo y al cuándo de un proceso de acción sistemática son capaces de desencadenar la conducta plenamente adecuada a la consecución del fin propuesto. Dar respuestas acertadas a los interrogantes del formando es un problema de informática que corresponde resolver al formador.

La conducta del formando debidamente motivado no siempre es necesariamente la respuesta más atinada al de-seo de alcanzar el objetivo. Cabe pensar que es más bien una consecuencia directa de la naturaleza de las informaciones que posee sobre el objetivo. Inmediatamente se percibe la importancia para el formador de volver siempre de nuevo sobre el tema de la información. No bastan, cierta-mente, las informaciones iniciales mínimas para un primer impulso motivador. Las informaciones sobre el objetivo tienen que repetirse con frecuencia para profundizarlas y ampliarlas cada vez más. La repetición de las informaciones es uno de los factores esenciales para el sostenimiento y para la orientación de la motivación.

 

Dinámica psicológica de la motivación

Desde el punto de vista psicológico, la motivación puede comprenderse como un dinamismo psíquico que desencadena los medios eficaces para la consecución de un fin establecido de antemano, aun cuando ese fin no sea claramente consciente. Se trata, por tanto, de una energía interna, de una fuerza que impulsa al individuo a actuar en un sentido determinado.

Así pues, motivar para una acción es hacer algo que haga nacer en el individuo un impulso que lo lleve espontáneamente a asumir esta o aquella actitud, a obrar de esta o de aquella manera. La primera condición para que nazca una verdadera motivación es que lo que se hace con esa finalidad sea verdaderamente reconocido y aceptado por el individuo como algo que le ayuda. Se plantea aquí el problema de la adecuación de los incentivos, un problema que aclararemos a continuación.

Cabe pensar que el formando está adecuadamente motivado si realiza con alegría y con entusiasmo sus tareas de trabajo, de estudio, de oración formal personal y comunitaria; si actúa con naturalidad y con gozo.

 

Los incentivos

Incentivar es estimular. Los incentivos pedagógicos son, por tanto, los procedimientos didácticos destinados a estimular unas actividades discentes adecuadas a desencadenar procesos internos de motivación para las actividades apropiadas a la consecución del objetivo propuesto. Todo lo que el formador haga a fin de despertar, de hacer crecer y de mantener el interés del formando por la actividad orientada hacia el fin propuesto puede calificarse con el nombre de incentivo.

Para que un incentivo produzca el efecto deseado tiene que ponerse de acuerdo con determinadas condiciones. En primer lugar, el formando tiene que saber claramente la finalidad de lo que se le pide que haga. Después es necesario que comprenda el valor funcional de crecimiento personal que se realiza a través del incentivo propuesto.

Justificar un incentivo cualquiera por la explicación de una razón parecida a una prueba de capacidad de obediencia ciega es correr el riesgo de que no se le acepte. Repugna naturalmente aceptar el sacrificio de un valor esencial a la dignidad humana: la libertad de decisión personal. Verse obligado a decidir sin haber comprendido todavía en profundidad la ley evangélica de "perderse por el Reino..." y de la necesidad de que "el grano de trigo se pudra para que pueda dar fruto..." es correr el riesgo de desalentarse.

Un formador que tenga el debido sentido común será siempre muy prudente a la hora de poner incentivos un tanto extraordinarios. Intentará aclarar ante todo el porqué de la exigencia o bien de la oportunidad de seguir aquello que propone como incentivo. Aquellas famosas "pruebas" a las que los antiguos formadores sometían a los novicios, más o menos simples, ingenuos y sin mucha cultura, quizá no puedan ser comprendidas fácilmente por los jóvenes mejor in-formados de hoy. El formador podría exponerse al ridículo y a la pérdida del importante factor pedagógico de su prestigio personal.

El incentivo es el medio práctico más eficaz que posee el formador para asegurar la continuidad de la motivación. Sin una buena motivación no se logrará nunca una interiorización de los grandes valores evangélicos. Y si este objetivo quedase frustrado, habría fracasado toda la formación. Por consiguiente, vale la pena tomar todos los medios para que quede bien asegurado el mantenimiento de una motivación capaz de garantizar un esfuerzo eficaz de crecimiento en el sentido vocacional.

 

Los incentivos más importantes para la formación

Al formando no le basta con saber que Dios lo llama. Tiene que descubrir, además, que puede dar una respuesta válida a esta llamada. Se trata de favorecer el desarrollo de una actitud eficaz para el esfuerzo personal de búsqueda del camino exacto.

Entre otros incentivos que son ciertamente útiles para una buena motivación están los siguientes:

a) Crear y mantener un clima de libertad y de creatividad

En la cárcel, el hombre no se mueve creativamente. Es capaz de movilizar sus energías constructivas solamente si se siente libre. El prisionero utiliza sus energías vitales para defenderse y para excavar una galería de escape. El hombre ha sido creado para vivir libre. La libertad es, por consiguiente, una de las condiciones para que pueda ser verdaderamente hombre. Unicamente el hombre libre dispone de medios para realizarse existencialmente según su propia naturaleza.

b) Recordar de vez en cuando el sentido de responsabilidad

El religioso ha sido llamado para prestar un servicio a los demás. Para salvarse basta con observar los mandamientos de Dios. La vocación para la vida religiosa tiene siempre un sentido social. El Señor llama a un hombre a este género de vida para ayudarle en su obra de salvación del mundo. Para anunciar la buena nueva de la salvación ha querido que se le asocie un pequeño grupo de compañeros. Nos ha querido indicar de este modo que la obra de la salvación es de una responsabilidad colectiva. Por eso precisamente un auténtico apóstol religioso se alimenta siempre de un profundo sentimiento de solidaridad y de corresponsabilidad.

La animación adecuada y eficaz se fundamenta ante todo sobre la base de la motivación, de los estímulos positivos y de una orientación segura. Tiene que procurar que el estado interior del formando sufra una discreta presión para que vaya cambiando poco a poco en el sentido querido tanto por el formador como por el formando. La motivación para un verdadero cambio del corazón en el crecimiento espiritual nace siempre del interior del sujeto. Se trata de un impulso o de una moción del Espíritu Santo que habita en el corazón del hombre.

El formador tiene que contar mucho más con esta fuerza de la gracia que actúa en el interior del formando que con su personal capacidad pedagógica o su habilidad de formador. Es mejor que piense como san Pablo en lo que se refiere a su apostolado entre las jóvenes iglesias que había fundado: "Yo planto la palabra de Dios, Apolo la riega y Dios la hace crecer". ¡Qué engañado estaría el formador que pensase que el crecimiento del formando depende sobre todo de lo que él dice o hace!...

c) Animar constantemente a una intensa vida de oración

La oración es al mismo tiempo consecuencia y causa de crecimiento de la unión con Dios. Como hemos visto, la fuerza del impulso para el crecimiento espiritual y, por tanto, para la eficacia apostólica depende precisamente de la unión del apóstol con aquel que lo ha enviado a su mies. El formando que no llegase a descubrir la oración se debilita-ría espiritualmente y caminaría hacia la muerte. Su vocación germinaría en un terreno estéril; no podría crecer y moriría precozmente. Solamente una auténtica vida de oración conseguiría sostener los grandes esfuerzos de desarrollo espiritual de una vocación consagrada.

d) Concientizar constantemente la vida de consagración

La consagración del religioso no se realiza solamente por la profesión de los votos. Esto es solamente el acto formal más evidente de un proceso muy largo y prácticamente interminable de santificación a través de la entrega total de sí mismo al Señor. El formando empieza a comprender lo que tiene que hacer para responder a la invitación del Señor a seguirle cada vez más de cerca. Empieza a proseguir en el camino de la perfección. Consagrarse al Señor en la vida religiosa es comprometerse en serio a crecer en la unión con Dios.

e) Asegurar una buena dinámica de vida comunitaria

La vida comunitaria es una vida de unión fraternal en torno a Cristo. Cada miembro de la comunidad se esfuerza en acercarse cada vez más al Señor. Se puede descubrir experimentalmente que los compañeros de comunidad hacen lo mismo si se descubren también los unos a los otros como compañeros de viaje. De este descubrimiento nace la hermandad y la amistad. Estos son dos factores muy importantes de ayuda, de apoyo y de sostén recíproco en las dificultades naturales de la vida. La inserción amorosa en el grupo comunitario es una seguridad para el equilibrio humano y espiritual de los religiosos.

f) Estimular constantemente la vida apostólica dentro v fuera de la comunidad

El amor se caracteriza por un impulso espontáneo por expresarse. El amor es una fuerza de expansión del hombre. Cuanto más ama uno, tanto más siente el impulso de darse. Por eso un religioso que vive en profundidad su consagración no puede menos de ser apostólico. Su explosión apostólica se hace sentir normalmente primero en su propia comunidad a través de unas excelentes relaciones interpersonales de amistad con sus hermanos. Cuanto más unidos están entre sí en el amor de Dios los compañeros de una comunidad religiosa, tanto más sienten también la necesidad de expresar la abundancia de su amor con los hermanos laicos. Este es el apostolado a través de las obras apostólicas.

El esfuerzo pedagógico del formador. resultará más o menos estéril si no consigue sensibilizar al formando para una verdadera disponibilidad a la gracia. El crecimiento vocacional se realiza con el condimento de la gracia. "Sin mí no podéis hacer nada". Un formando que se cierre a la gracia y sea sordo a las invitaciones del Señor para una entrega más generosa a los demás no podrá progresar espiritualmente.

 

Incentivos de apoyo

Además de estos seis incentivos más importantes hay otros que son también indispensables para una motivación que funcione. Actúan más bien como incentivos de apoyo. Citaremos a continuación unos cuantos:

La amistad

Consiste en una relación un tanto privilegiada entre dos personas. Una relación de confianza algo más profunda que permita también un diálogo de una cierta profundidad. Entre hermanos y hermanas siempre se puede conversar. Pero los amigos logran también intercambiar cosas más persona-les a nivel de confianza. Una amistad auténtica es una enorme riqueza. La característica de la amistad es la no exclusividad. Sigue abierta. No alimenta celos ni desconfianzas. Abre a las personas y las hace crecer. Acerca a Dios. En la amistad todo es gratuito.

La fraternidad

Una comunidad está unida con vínculos de fraternidad o deja de ser una comunidad. Hay grupos de personas que se reúnen simplemente para trabajar juntos, para estudiar juntos. No son nunca una comunidad de vida. La comunidad que constituyen los formadores y los formandos tiene que ser una comunidad de vida. Se han reunido para crecer juntos como una pequeña iglesia doméstica. Pues bien, el concepto de iglesia sólo puede aplicarse a los grupos de personas que viven juntos como hermanos bajo la guía del mismo Padre de todos los hombres. La fraternidad nace precisamente del sentimiento de tener todos el mismo Padre y la misma Madre. Cualquier otro vínculo que no sea el de la hermandad será insuficiente para crear una comunidad de vida. Desde el comienzo de su primera experiencia el formando tiene que acostumbrarse a vivir en medio de sus compañeros y de sus formadores como en una familia. El sentimiento de familia es un importante factor de estímulo para el crecimiento humano y espiritual.

La unión

El hombre está hecho para vivir con los demás. La soledad es para él una situación nociva, opuesta a su naturaleza.

Varias veces en el evangelio habla Cristo directa o indirectamente de la necesidad que tiene el hombre de estar junto con sus semejantes. La caridad, el amor, la mansedumbre, la humildad, la misericordia, la familia, la unión y otras cosas por el estilo son palabras que aparecen con frecuencia en sus discursos y en sus obras. "Amaos como yo os he amado", decía a sus discípulos. "Una casa dividida en sí misma se derrumba", afirmaba.

La Iglesia fundada por Jesús está hecha de la unión de unas personas en torno a él para sostenerse mutuamente en el esfuerzo de construcción permanente del reino de Dios en la tierra. Un reino de amor. Las personas reunidas entre sí por causa de los valores evangélicos representan siempre un testimonio de Iglesia. Si la comunidad de los formandos y de sus formadores no estuviese caracterizada por una profunda unión de sus miembros, no se podría creer que toman en serio el mensaje de Jesucristo. Por eso precisa-mente la experiencia de esta vida de unión es tan importan-te para estimular al formando a proseguir en su búsqueda de las realidades vocacionales de la vida consagrada.

Solidaridad

La solidaridad comunitaria es un fruto importante de la amistad y de la hermandad. Es un sentimiento de cohesión de cada uno de los miembros de un grupo de personas que se sienten un cuerpo sólidamente integrado. Cuanto más fuerte es el sentimiento de solidaridad, tanto más se estrecha la dinámica interna del grupo. La solidaridad es una etapa psicodinámica de crecimiento de un grupo, que precede inmediatamente a la etapa final: la comunión.

En cierto modo puede decirse que el hombre se va construyendo progresivamente con el objetivo final de la comunión. Una comunidad de consagrados que vivan realmente en comunión entre sí en torno a Cristo son un espectáculo de elocuente testimonio escatológico.

"Dios es amor" v la finalidad de toda su obra creadora es la de hacer que crezca ese amor. Podría decirse que el ansia de ir creciendo en amor y, por consiguiente, en solidaridad es la ley eterna de todas las cosas.

Si la comunidad formativa no fuese profundamente solidaria en la búsqueda de un constante crecimiento vocacional, sería difícil creer en la seriedad de su empeño.

Estimular objetivamente la solidaridad del grupo formativo es un incentivo muy válido para sostener el entusiasmo de los formandos.

La creatividad

La creatividad es un resultado directo del amor. Es, además, un instinto estrechamente ligado al amor. El hombre más o menos satisfecho respecto a su necesidad existencial de amar y de ser amado explota espontáneamente en una actividad creadora. Sus realizaciones son como el fruto de su amor. La obra maestra de la actividad creadora del hombre es el hijo. Desgraciadamente, el hijo no es siempre el fruto espontáneo del verdadero amor entre dos personas. Puede ser también el resultado no deseado de una pasión ciega, de la violencia destructiva, del egoísmo...

El hombre profundamente satisfecho en sus exigencias naturales de ser aceptado, de ser acogido, de ser amado..., pone toda su capacidad creativa en lo que hace, porque lo hace con, amor. Crear condiciones comunitarias favorables y estimular la creatividad del formando es un medio más para asegurar el buen resultado del empeño formativo.

La iniciativa

La iniciativa va estrechamente ligada al sentimiento de libertad y de satisfacción objetiva. De todas formas, un sentimiento negativo intenso de rebelión o de desesperación puede llevar al hombre a tomar iniciativas más bien destructoras para encontrar una vía de escape a su situación gravemente intolerable. La capacidad de iniciativa puede nacer de la necesidad instintiva de crear o bien de la necesidad de defenderse contra una grave amenaza de destrucción.

La capacidad de iniciativa es siempre una manifestación del deseo de vivir. El que ya no quiere vivir se deja morir de inanición o bien toma una última iniciativa para destruirse definitivamente.

No es necesario estimular mucho a un formando normal a que tome iniciativas para llevar adelante el lento proceso de su crecimiento vocacional. Basta con ponerlo en una situación de suficiente libertad y sin miedo alguno para que espontáneamente emprenda iniciativas adecuadas que pro-muevan su crecimiento humano y espiritual.

Para despertar y mantener el interés por los grandes valores terminales e instrumentales de la vida consagrada, los religiosos emplean periódicamente algunos medios un tanto extraordinarios. Algunos de ellos son muy antiguos. Otros, más modernos. Estos últimos son, en general, incentivos tradicionales con nombre y métodos adaptados a la mentalidad del hombre actual. Como incentivos más usados por los religiosos de hoy podemos citar, entre otros: los ejercicios espirituales, la revisión de vida, el discernimiento espiritual y el proyecto de vida comunitaria. En estas páginas hablaremos sólo de los tres últimos incentivos señalados.

 

La revisión de vida

Se trata de una dinámica muy distinta de las demás dinámicas de grupo. No tiene la finalidad de resolver problemas, de encauzar el trabajo, el estudio, etc.

La revisión de vida es un acto religioso.

Tiene como finalidad la purificación en su sentido espiritual, la ayuda mutua espiritual, el crecimiento de la vida comunitaria, o sea el conocimiento recíproco, el amor mutuo, la solidaridad con todos, la confianza de unos con otros. Pero todo esto tiene que hacerse dentro de un clima de oración.

¿Cómo se hace la revisión de vida? Algo así como la oración participada y compartida, repartida, con la diferencia de que aquí nadie habla directamente con el Señor, sino con los hombres, con los compañeros.

Fases

— Se sientan todos en círculo (silencio respetuoso, recogimiento, invocación del Espíritu Santo).

— Examen de conciencia particular durante unos minutos.

— Manifestaciones individuales (uno tras otro va explicando a los demás lo que siente en su interior: a nivel de oración, de estudio, de relaciones interpersonales, etcétera).

También se puede establecer de antemano el tema de la revisión de vida. Unas veces podrá ser sobre nuestra vida comunitaria; otras, sobre nuestra oración, sobre la actividad apostólica, sobre las relaciones con las personas de fuera de la comunidad, etc.

Además de hablar cada uno de sí mismo, puede hablar también de la marcha general de la comunidad: cómo la ve, cómo la siente; pero sin acusar ni atacar a nadie. Puede, por el contrario, manifestar su parte de culpa, ya que las cosas no van como deberían ir, y manifestar su resolución como aportación personal para mejorar algo que tenga que mejorar.

Algunas reglas importantes para que la revisión de vida sea realmente de provecho para la comunidad:

1. Nadie tiene que ser obligado ni forzado moralmente a manifestarse, si no quiere.

2. Cada uno tiene que hablar tan sólo de lo que libremente quiera, es decir, de lo que percibe como un bien para sí y para los demás o como un mal para sí mismo.

3. También puede hablarse de los demás, pero:

— No hablar nunca mal, ni acusar, atacar o juzgar.

— Puede decirse de los demás lo que en su conducta hace bien y sirve de ayuda a los otros, pero siempre con sencillez y discreción, sin adular ni poner a nadie en apuros.

4. Justificarse de la conducta propia sólo en lo que haya que aclarar para evitar el escándalo y la interpretación menos justa. Por ejemplo: no haber asistido a la oración en común...

5. Confesar humildemente v con sencillez las debilidades humanas sin justificarlas (apertura de conciencia).

6. No hablar de cosas, aunque sean verdaderas, que puedan escandalizar a las personas con poca experiencia o insuficientemente formadas.

7. Eventualmente los que escuchan pueden responder a la persona que se manifiesta para animarla, para ayudarle a expresar lo que se comprende que quiere expresar sin conseguirlo adecuadamente, para pedirle que aclare mejor algo de lo que haya dicho y que no se haya comprendido bien.

¿Qué han de hacer los demás, mientras uno se manifiesta?

— Escuchan con respeto y atención.

— Acogen y aceptan con amor y comprensión todo lo que se manifiesta.

— No critican en público lo que uno ha dicho en la revisión de vida, aunque se trate de algo que no debería haber dicho. En este caso hay que aceptar incluso ese error o pecado, y luego, en particular, el superior u otra persona puede hacerle fraternalmente una advertencia.

Aunque nunca hay que obligar a nadie a que se manifieste, es importante que todos quieran contribuir con buena voluntad, en cuanto les sea posible. Cuando nadie o sólo unos pocos tienen ánimos para manifestarse, esto puede tener varios significados:

— Puede haber muchos que sean tímidos.

— Puede ser que se encuentre a un nivel muy bajo la auténtica vida comunitaria: falta de amor fraterno, falta de espíritu de cooperación, falta de espíritu religioso, falta de solidaridad, etc.

— Puede existir una falta de confianza mutua, ya que las personas no se conocen suficientemente en profundidad.

— Puede haber una falta de sencillez por la escasa autenticidad en la vida de oración.

— Puede haber excesivo autoritarismo en el coordinador, que bloquee la libertad personal de los individuos.

Cuantas más personas se manifiestan de la forma requerida, tanto más será esto una señal de que se trata de una comunidad de vida auténtica, que asume con seriedad su consagración y desea progresar realmente. En el crecimiento de las virtudes es como se realiza la unión con Dios.

Para terminar puede dedicarse cierto espacio de tiempo a oraciones espontáneas:

— De acción de gracias al Señor por las cosas buenas que han sucedido en el grupo.

— De promesa de esfuerzo personal para el buen ejemplo en la fidelidad.

— De propósito de vencer los defectos y las debilidades personales, etc.

El último acto de la reunión puede ser el rezo devoto y comunitaria de una fórmula de oración y un canto.

Es muy importante que todos sean conscientes de que cuanto ha tenido lugar en la sesión de revisión de vida, es decir, todo lo que los demás han manifestado, sea considerado por cada uno como bajo secreto profesional. Cada uno puede hablar con los demás tan sólo de sus propias manifestaciones, si lo cree útil y conveniente para sí mismo; pero nadie tiene derecho a comentar las manifestaciones de los demás, a no ser por un motivo muy serio; y en ese caso, siempre en privado y con mucha seriedad.

 

Práctica del discernimiento espiritual individual y comunitario

Información general

¿Qué es el discernimiento espiritual?

Es "el conocimiento íntimo de la acción de Dios en el corazón del hombre, don del Espíritu Santo, fruto de la caridad" (Novus ordo poenitentiae. Introductio n. 10).

Conocimiento íntimo, que penetra dentro del objeto. En cierto sentido, también el objeto penetra en el corazón. Se trata de un conocimiento que está en relación con el "sensus fidei": "no lo sé, pero esto no va de acuerdo con el evangelio...; se siente..."

Acción de Dios: Dios ejerce continuamente una influencia sobre mí. Me va trabajando, me robustece, me cultiva...

Discernir quiere decir cómo es la acción de Dios en el hombre:

— ¿Qué es lo que Dios quiere de mí en esta situación de error o de injusticia?...

— ¿Qué es lo que ha querido indicarme en esta circunstancia favorable o bien adversa e imprevista?...

— ¿Por qué permite esta situación incómoda y prolongada?...

El corazón del hombre. El escenario en donde Dios actúa es el corazón del hombre. El corazón es lo más profundo del hombre.

Don del Espíritu Santo. La acción de Dios es la transformación interior, que es siempre obra del Espíritu Santo. El don de Dios es el Espíritu Santo que él pone en nuestros corazones.

Fruto de la caridad. El Espíritu Santo nos da la caridad. La caridad es la que nos lleva a discernir, porque: "Le suplico que vuestra caridad crezca cada día más en conocimiento y en toda inteligencia, para que sepáis discernir lo más perfecto, a fin de que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios" (F1p 1,9-11).

"La discreta caridad os enseñará lo que tenéis que hacer" (san Ignacio).

La voluntad de Dios en particular es la que se nos ha indicado hic et nunc (aquí y ahora).

Hay dos maneras de entender esto:

— De modo estático: ver cómo podré saber de Dios qué es lo que quiere de mí; ¿cómo podré descubrirlo?

— De modo dinámico: Dios quiere que haga lo que corresponde a una persona madura en la fe (cf Rom 12,2).

El discernimiento se relaciona con algo que está en nosotros: nuestra fe y nuestro amor. Sólo es capaz de hacer un verdadero discernimiento espiritual aquel que tiene la verdadera fe y que vive un profundo amor de Dios. Un hombre maduro en la fe busca el bien, lo que le agrada a Dios...

El bien es, por tanto, lo que se hace con amor, porque agrada a Dios.

Lo perfecto es lo que corresponde a la madurez de la fe, de la esperanza, de la caridad.

El espíritu de discernimiento

Existe cierta relación profunda entre discernimiento y obediencia, así como entre obediencia y escucha. Escuchar significa hacer un discernimiento, lo cual a su vez implica estos tres puntos:

a) Escuchar a Dios que habla.

b) Acoger lo que Dios dice.

c) Seguir la voluntad de Dios.

Y para discernir:

— Iluminar la mente.

— Iluminar el corazón.

— Seguir un método y una técnica.

Hacer un auténtico discernimiento espiritual es siempre una experiencia espiritual.

En la Iglesia todos somos sujetos de discernimiento y todo está sujeto a un continuo cambio: la realidad de cada día es distinta de la del día anterior. Por eso el discernimiento tiene que ser continuo.

Discernir es descubrir lo mejor para llegar al Absoluto, al reino de Dios y su justicia.

El resultado de un buen discernimiento personal o comunitario es la conciencia de la certeza de que Dios quiere de hecho esto o aquello.

San Ignacio fue quizá el primero que utilizó sistemáticamente el discernimiento espiritual para sus opciones y decisiones.

El espíritu que se requiere para un auténtico discernimiento es un verdadero espíritu religioso, un espíritu de búsqueda, animado por la fe y por el amor de Dios, un espíritu de renuncia a sí mismo.

Espíritu de discernimiento es el estado del espíritu o, mejor dicho, la actitud de búsqueda continua de la santa voluntad del Señor en cada circunstancia. Para hacerlo un poco científicamente existe también una metodología adecuada. Se trata de un proceso, de una dinámica que comprende: un espíritu, una metodología y una técnica. Trabajar con espíritu sobrenatural y en clima de oración: "Muéstrame, Señor, tus caminos..."

Un buen discernimiento requiere perfecta libertad de espíritu, no tener prejuicios ni intereses personales. El hombre de fe percibe las cosas no con los ojos carnales de animal racional, sino con los ojos de Dios, que mora en él y que lo ha adoptado como hijo. Es verdaderamente libre solamente el religioso para quien es siempre evidente que Dios es amor: "Dios es amor, y el que está en el amor está en Dios, y Dios en él" (1 Jn 4,16).

La oración guarda una estrecha relación con el discernimiento espiritual, porque:

Da a conocer la voluntad de Dios: es luz.

Crea un clima de paz y de serenidad.

Ayuda a liberarnos, a dejarnos en una disposición de santá indiferencia.

Nos sitúa en una atmósfera de fe, estimula la esperanza y dispone a la caridad.

Nos pone en contacto con la palabra de Dios, que es el que discierne (cf Heb 4,12-13) los sentimientos de Jesús, el sensus Christi.

El discernimiento empieza cuando el sujeto, en un clima de oración, se pone a pensar delante de Dios en las razones, las ventajas y 'desventajas de lo que se le propone. Pueden surgir entonces razones humanas, pero tienen que ser valoradas desde el punto de vista de la fe. Hay que escribirlas.

Buscar de manera conveniente cuál es la voluntad de Dios. Este trabajo tiene que hacerse con mucha verdad, con libertad, con responsabilidad y con amor.

Con verdad: no mi verdad, sino la verdad... Con libertad: liberarse de sí mismo, de las presiones internas y externas, no querer defender los propios intereses humanos...

Con responsabilidad, tal como corresponde a un adulto en la fe; no improvisar; escribir las ideas...

Con amor, sin tener prejuicios contra nadie.

El discernimiento se hace siempre desde dentro, en nuestro espíritu. Cuanto más verdaderamente espiritual sea una persona, tanto mayor capacidad será la suya para hacer un buen discernimiento espiritual. La conciencia me indica lo que puedo hacer y lo que no puedo. En definitiva, la conciencia es el juez personal de cada uno.

Cada uno puede hacer sólo un tipo de discernimiento. Este será hecho siempre por la conciencia y cada uno tiene su propia conciencia, siempre igual en sí misma. La conciencia es la evidencia del hombre a la luz de su fe. De aquí se deduce que siempre hay que respetar la conciencia de los demás. Nunca se puede entrar en ella. Allí cada uno se encuentra a solas con Dios. La única ley absoluta es la conciencia de cada uno. La conciencia recta es fiel a Dios, al amor de Dios, y no al egoísmo.


Actitudes personales fundamentales para hacer un discernimiénto espiritual

1. Tener una conciencia íntima de la obra de Dios en el corazón de los hombres.

2. Ser interiormente libre y tener un corazón de pobre.

3. Estar decidido a buscar y a encontrar la voluntad de Dios.

4. Ser generoso en el trabajo de discernimiento a pesar de las dificultades.

5. Tener el deseo de aceptar la verdad hasta sus últimas consecuencias.

6. Tener un amor reverencial a Jesucristo pobre y humillado.


El método de discernimiento espiritual

Tomar todo el tiempo necesario: uno, dos, tres días dedicados exclusivamente a eso (fuera de casa). En un verdadero discernimiento se sabe cuándo comienza, pero no se sabe cuándo acaba.

Leer y meditar: Sab 9,9-18; Rom 12,1-2; Ef 5,6-20; Flp 1,9-11; Heb 5,11-14; 1 Jn 2,27-28; Rom 8,14; Gál 5,18; Col 3,12-17; 1 Jn 4,1-6; 1 Cor, capítulos 12 y 14; 1 Tes 5,12-23.

Se puede discernir espiritualmente sólo sobre un objeto que sea lícito, oscuro o ambiguo, concreto, práctico, unívoco. Además, es preciso que el que quiera hacer el discernimiento espiritual tenga cierto conocimiento y sea capaz de una decisión libre. El objeto debe ser importante.

No puede discernir espiritualmente más que el que tenga un buen conocimiento del objeto sobre el que se quiere discernir. El objeto formal de cualquier problema que se propone para un discernimiento espiritual es siempre el mismo: la voluntad de Dios. Así pues, hay que conocer objetivamente los criterios evangélicos para dar un juicio.

La actitud psicológica subjetiva que se requiere en el que quiere discernir es el reconocimiento y la aceptación de su afectividad personal, cierta capacidad de imaginación, de pensamiento lógico, de adaptación cultural...

4. El discernimiento tiene que ser una opción entre dos alternativas. Para ello, establecer desde el comienzo las hipó-tesis entre las que hay que escoger. Es mejor que sean sola-mente dos, como por ejemplo:

  1. en un caso de discernimiento individual: ¿vida religiosa o vida de matrimonio?

  2. en un caso de discernimiento comunitario: ¿fundar una nueva casa en Madrid o en Barcelona?

5. El discernimiento espiritual puede ser individual o comunitario. En el primer caso el sujeto se compromete personalmente en descubrir la voluntad de Dios en una situación personal. En el segundo caso se comprometen varias personas en descubrir la voluntad de Dios en una situación personal de una o de varias personas, como por ejemplo de una comunidad.


Técnica para el discernimiento individual

Fase 1. Establecer las hipótesis sobre el sí y el no en dos niveles: humano y religioso. Escribir la primera hipótesis en el gráfico G-1, y la segunda en el gráfico G-2.

Fase II. Hacer oración durante algún tiempo (una hora o más), a fin de despojarse de sí mismo, de los intereses personales, egoísmo, miedo, apego a las cosas, a los objetos, a las personas, a los cargos, a la tarea, al dinero, etc. Discernir supone no conformarse con el mundo, sino transformarse y renovarse por dentro. Se trata de una tarea que hay que realizar en el fondo del alma, del propio ser... Por tanto, sumergirse en Dios para identificarse cada vez más con él. Escuchar para percibir lo que quiere. Querer solamente la gloria del Señor, el bien de la Iglesia o de la congregación, de la comunidad... Así pues, el sujeto tiene que tomar una actitud de santa indiferencia, de pobre que escucha, que busca... Esta oración se puede hacer muy bien con la ayuda de las bienaventuranzas: pobreza (los pobres, los hambrientos, los afligidos, los perseguidos, los humillados, los aplastados, los marginados...), hambre y sed de justicia por el prójimo, por Dios..., pureza de corazón (unidad, sencillez, espontaneidad, como los niños), misericordia-paz (obras de caridad, reconciliación, amor al prójimo...), persecución por causa de la justicia... Ambiente de alegría y de paz...

Fase III. Para la primera hipótesis, en un clima de oración y de unión con Dios:

  1. Buscar y escribir en el gráfico G-1, bajo la letra A, las razones y ventajas que justificarían el sí en un nivel humano.

  2. Buscar y escribir en el gráfico G-1, bajo la letra B, las razones y desventajas que justificarían el no en un nivel humano.

  3. Buscar y escribir en el gráfico G-1, bajo la letra C, las razones y ventajas que justificarían el sí en un nivel espiritual.

  4. Buscar y escribir en el gráfico G-1, bajo la letra D, las razones y desventajas que justificarían el no en un nivel espiritual.

Fase IV. Intervalo para horas en el sentido de la fase II.

Fase V. Para la segunda hipótesis, hacer lo mismo que en la fase III escribiendo las razones, las ventajas y desventajas en el gráfico G-2.

a) Razones y ventajas que justificarían el sí en un nivel humano bajo la letra E.

b) Razones y desventajas que justificarían el no en un  nivel humano bajo la letra F.

c) Razones y ventajas que justificarían el sí en un nivel espiritual bajo la letra G.

d) Razones y desventajas que justificarían el no en un nivel espiritual bajo la letra H.

Encontrar todos los argumentos en favor y en contra de cada una de las dos hipótesis. Estos argumentos pertenecen al terreno de la razón, de la inteligencia. Luego, escuchar lo que el Espíritu dice en el corazón.

Fase IV Deliberación. El proceso de discernimiento espiritual sigue tres etapas: un discernimiento personal, la comunicación del resultado de este discernimiento personal a alguna persona inteligente, prudente y espiritual, para que haga una crítica objetiva en orden a conseguir un consentimiento.

La deliberación debe ser siempre personal, incluso en el discernimiento comunitario. Se lleva a cabo en un clima de oración y de silencio.

Repasar, por ejemplo, alguno de los trozos de la Biblia indicados anteriormente ayudará a tranquilizar el ánimo. Hay que tomar una decisión. Pero hay que evitar que esta decisión se tome únicamente con la razón o con la inteligencia, y menos aún sólo con el sentimiento.

Ambiente de silencio, de oración y de acogida. Poner atención en lo que dice el Señor por medio de los demás. Percibir algo sobre "¿qué es lo que Dios quiere...?"

Lo más importante para el discernimiento es estar en la disposición de aceptar la voluntad de Dios. Se trata de des-cubrir lo más profundo del alma, lo más profundo del propio ser purificado de todo. La brújula de una nave no funciona bien cuando hay demasiado hierro en la carga... Hacer un juicio personal sobre el problema. Este juicio tiene que ser:

  1. Lo más verdadero posible; no sólo con una verdad subjetiva, sino acercándonos lo más posible a la verdad objetiva, a la voluntad de Dios...

  2. Lo más libre que sea posible; por eso debe ser también personal y secreto (sin presiones externas); liberarse no sólo de presiones externas, sino también in-ternas.

  3. Responsable: basado en razones concretas, no arbitrario; puede basarse en una intuición, pero de todos modos tiene que ser una intuición fundada.

  4. Provisional, para poder revisarse antes de tomar una resolución definitiva. Pero este juicio final, a pesar de su provisionalidad, debe hacerse siempre como si fuera' definitivo.

Hay dos clases de juicios: el psicológico y el pneumático. El segundo no se opone al primero. El primero puede ser insuficiente.

El juicio humano tiene que integrar los resultados de la razón, de la inteligencia y de los sentimientos. El discernimiento espiritual exige que el juicio sea siempre pneumático. Hay que obrar como hijo de Dios. Se trata de despertar en nosotros los sentimientos de Jesús: pobreza, humildad, caridad, generosidad, comprensión... Cuando estamos estrechamente unidos a Dios, es el Espíritu Santo el que nos recuerda..., el que evoca..., el que hace sentir..., el que nos da a conocer..., el que nos hace saborear..., el qué nos da la fuerza..., el que nos hace reaccionar precisamente como Jesús.

Uno puede muy bien tomar el evangelio, recogerse dentro de su corazón y, si éste es limpio, preguntarse qué es lo que harían en aquellas circunstancias María..., Jesús..., los santos...

Para otro quizá sea más fácil imaginarse de qué manera actuaría tal persona —cristiana— en mi caso, para tener así una pista de solución. Los santos son espejos de Jesucristo y de su evangelio.

En este último caso, preguntarse también cómo interpretarías tú el problema si tuvieras que aconsejar a otra persona que te ha pedido ayuda. Cuando se trata de un problema personal, se da el peligro de la tendencia a errar en la verdadera solución debido a una visión demasiado subjetiva.

Así pues, una vez conocidos los pros y los contras, se plantea el difícil problema de la decisión. San' Pablo decía que discernir es distinguir lo verdadero de lo falso: "Y no os adaptéis a este mundo; al contrario, reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable a él, lo perfecto" (Rom 12,2). "Nadie os engañe con vanos discursos... Andad como hijos de la luz... juzgando qué es lo que agrada al Señor" (Ef 5,6-11). "Debiendo ser ya maestros por razón del tiempo, todavía tenéis necesidad de que se os enseñen los primeros rudimentos de los oráculos de Dios, y habéis llegado a tener necesidad de leche, no de alimento sólido. Ahora bien, aquel que se alimenta de leche no puede gustar la doctrina de la justicia, porque es niño todavía. El alimento sólido es para los perfectos, que por razón de la costumbre tienen el sentido moral desarrollado para el discernimiento del bien y del mal" (Heb 5,12-14).

Es preciso que el discernimiento se haga solamente en una situación de tranquilidad, de bienestar, de esperanza. Así pues, hacer un silencio interior y dirigir la atención hacia el sentimiento para tomar conciencia de lo que uno realmente siente respecto a la situación. No pensar en los condicionamientos que pueden influir en la decisión. No justificar ni analizar nada. Dar gracias a Dios por lo que se va descubriendo... Ponerse en presencia de Dios. Recordar que Dios nos habla también por medio de nuestros hermanos y de los acontecimientos...

Respecto a la misma situación, la razón puede decir sí y el corazón no. Para la razón, ver los pros y los contras. En la oración, ver si Dios quiere esto o aquello para una mayor paz interior. La paz interior tiene que orientar la decisión: una decisión según la voluntad de Dios produce más paz.

La deliberación personal se hace prácticamente por me-dio de la confrontación y el estudio comparativo de las razones, ventajas y desventajas de una de las hipótesis en todos los niveles, con las razones, ventajas y desventajas de la otra, de acuerdp con las indicaciones que vamos señalando, de forma que en cada caso hay que escoger el contenido de una de las letras: A, B, C..., ya escritas en los gráficos G-1 y G-2, hasta llegar a una sola letra, cuyo contenido representa la conclusión provisional:

a) Escoger entre los contenidos de las letras A y E en los gráficos G-1 y G-2 y escribir la letra del contenido elegido en el espacio primero del cuadro X en el gráfico G-3.

b) Escoger entre los contenidos de las letras B y F y  escribir la letra del contenido escogido en el espacio segundo del cuadro X (gráfico G-3).

c) Escoger entre los contenidos de las letras C y G y escribir la letra del contenido escogido en el espacio tercero del cuadro X (gráfico G-3).

d) Escoger entre los contenidos de las letras D y H y escribir la letra del contenido escogido en el espacio cuarto del cuadro X (gráfico G-3).

e) Escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios primero y tercero del cuadro X y escribir la letra del contenido escogido en el espacio primero del cuadro Y (gráfico G-3).

f) Escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios segundo y cuarto del cuadro X y escribir la letra del contenido escogido en el espacio segundo del cuadro Y (gráfico G-3).

g) Finalmente, escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios primero y segundo del cuadro Y y escribir la letra del contenido escogido en el espacio único del cuadro Z.

La letra escrita en el espacio único del cuadro Z indica tres informaciones importantes:

  1. La hipótesis escogida.

  2. Los motivos y las razones de esta elección.

  3. Indica además que, según el juicio prudencial humano, el sujeto cree que la decisión final de este discernimiento espiritual hecho con seriedad delante de Dios corresponde realmente a la voluntad de Dios sobre él en la situación personal sobre la que ha he-cho el discernimiento.

Este resultado representa por tanto la conclusión final provisional. Escribirla así:

  1. Hipótesis escogida: ...........................................................................................................

  2. Razones, ventajas o desventajas que han influido en la decisión:

................................................................................................................. ................................................................................................................. .................................................................................................................

3. Sentimientos que se experimentan al final del discernimiento espiritual que se ha hecho:

................................................................................................................. .................................................................................................................

Puede suceder que alguien no se sienta tranquilo con la solución obtenida... En ese caso hay que comenzar de nuevo el proceso del discernimiento, porque "creo que no he encontrado todavía el camino de Dios..."

Así pues, comenzar otra vez el proceso de la deliberación y del estudio comparativo desde el principio, como se indicó en la fase VI. En todo caso, hay que purificarse también de todo apego personal, ahondar en la oración e insistir con el Señor para que nos ayude a conocer su santa voluntad, disponiéndose a seguirla por encima de todo deseo personal.

Si el sujeto se siente en paz con el resultado provisional obtenido por medio de este proceso de deliberación y de elección, tiene que considerar concluida la primera parte del discernimiento. El resultado de un buen discernimiento espiritual personal es la conciencia de la certeza de que Dios quiere o no quiere de hecho esto o aquello.

 

Confirmación

El último paso del discernimiento es la confirmación. No hay que tener prisa. Dejar pasar algo de tiempo para que se calmen los pensamientos, las emociones y los sentimientos. La decisión final tiene que ir tomándose poco a poco.

La confirmación puede ser exterior o interior.

La exterior no puede venir de fuera. Nos la puede dar:

La confirmación interior puede proceder:

De todas formas, un verdadero discernimiento espiritual personal hace siempre al sujeto más sensible a la acción del Espíritu Santo; en consecuencia, lo estimula hacia una mayor fidelidad a la gracia en su camino apostólico y hacia su crecimiento espiritual.

Proceso de discernimiento espiritual comunitario

El discernimiento espiritual comunitario es análogo al discernimiento personal.

Véase el texto de 1 Cor 12 y 14: unidad con el cuerpo de la Iglesia y diversidad de carismas; función principal de la caridad fraterna; el don de lenguas y el de la profecía en el interior de la comunidad cristiana.

En sentido amplio puede decirse que el discernimiento comunitario es cualquier modo de buscar juntos la voluntad de Dios de manera evangélica. Por medio del discernimiento espiritual comunitario los miembros de un grupo de vida se comprometen a iluminar juntos la situación personal de uno de ellos o una situación que se refiere a toda la comunidad y a cada uno de sus miembros. Se trata, por tanto, de buscar juntos el sentido de la vida de cada uno.

Una cierta madurez humana es una de las condiciones requeridas a los miembros de la comunidad para hacer un discernimiento comunitario (Heb 5,14). Esta madurez supone, por consiguiente, la existencia de unos objetivos comunes, la superación del egocentrismo, la empatía, el amor, la aceptación y el perdón mutuos, la ayuda recíproca, la solidaridad... La comunidad religiosa bastante integrada a nivel espiritual destaca también la oración personal y comunitaria compartida, la edificación mutua por el ejemplo de fidelidad, de sencillez, de espíritu de familia... En una palabra, la comunidad psicológicamente madura es también capaz de objetivar recíprocamente las ideas y los sentimientos tanto en la oración compartida como en las sesiones de dinámica de grupo; por ejemplo, la revisión de vida (Heb 5,14). Para el éxito de estas dinámicas es fundamental la capacidad de estar disponibles y de escuchar: cada uno se esfuerza por revelarse a sí mismo a los demás en la medida de lo posible, sin atacar a nadie.

Hay tres tipos de discernimiento comunitario:

  1. Todos disciernen sobre un mismo objeto comunitario.

  2. Uno de la comunidad pide ayuda a los demás para discernir y todos disciernen con él sobre su problema personal.

  3. Ayuda mutua para que cada uno pueda discernir en su propia situación.

Cada uno tiene que discernir qué es lo que debe hacer personalmente, y para ello tiene que pedir el parecer de todos. Todos le ayudan a cada uno en el discernimiento de la voluntad de Dios sobre sus relaciones con el grupo.

Si deciden los demás sobre el problema de uno, se corre el peligro de ser manipulados. Hay que reservarse personalmente el derecho a tomar la decisión final.

El discernimiento comunitario presenta dos peligros:

  1. Liberalismo, es decir, dejar que cada uno haga su discernimiento personal en lo que se refiere al bien común.

  2. Marxismo, o sea someter a sí mismo la decisión de los demás.

Decidir por los demás es marxismo; decidir por razones personales es liberalismo.

Antiguamente la autoridad concentraba el poder y decidía por el súbdito. El superior definía la voluntad de Dios y exigía obediencia ciega. "El que obedece nunca se equivoca"... Los religiosos formaban entonces una comunidad de obediencia ciega. Todos hacían las mismas cosas al mismo tiempo.

Esto era muy cómodo... Dispensaba a cada religioso de la fatigosa búsqueda de la voluntad de Dios. Muchos se hacían pasivos y no tenían mucho sentido de responsabilidad personal.

Hoy todos tenemos un sentido muy agudo del valor de la persona y de la libertad. Los hijos empiezan a mandar a sus padres. Los religiosos se consideran personas libres que vi-ven cada uno su propia fe en la búsqueda personal de la voluntad de Dios bajo la obediencia dialogada y personalmente responsable. De esta actitud antropocéntrica de res-peto a la dignidad del hombre como hijo de Dios puede resultar también un poco de anarquía en el gobierno. A menudo no se sabe bien quién es el que manda... Sentimos la necesidad de pasar de un gobierno de autoridad domina-dora a una autoridad animadora.

El papel del superior en el discernimiento comunitario es el mismo que tiene de acuerdo con la naturaleza de la institución. El superior tiene que ayudar a la comunidad a madurar psicológicamente hasta el punto necesario para poder hacer con éxito un discernimiento comunitario espiritual. Tiene que consentir además, al menos implícitamente y con humildad, verse puesto en cuestión por el discernimiento comunitario. Su intervención no es indispensable en el discernimiento comunitario. No tiene que servirse de su autoridad para hacer prevalecer una u otra de sus opiniones. De todas formas, el superior representa el vínculo de la unidad entre todos en el sentido de que debe incrementar la conciencia de unidad.

Debido a su carisma específico, el superior está llamado también a ayudar al grupo a que se dé cuenta de su pertenencia a un cuerpo social más amplio. Si él no tiene una preparación suficiente para acompañar personalmente el discernimiento espiritual de su comunidad, tendrá que hacerse , sustituir por otro que tenga experiencia.

Después del discernimiento comunitario, el superior tiene que sentirse el más comprometido de todos para estimular a la comunidad a seguir las decisiones tomadas según la constitución y las reglas de su instituto. Su forma de mandar tiene que estar de acuerdo con lo que ha aprendido a través del discernimiento espiritual de la comunidad.

El discernimiento comunitario sólo puede hacerlo una comunidad adulta que piense de forma autónoma y que sea capaz de tener un planteamiento distinto del que tiene el superior.

Es necesario descubrir nuevas estructuras para hacer una síntesis entre los valores antiguos permanentes y los valores nuevos. Escoger entre lo que es necesario y lo que es libre.

En la actualidad nadie ve muy claras las cosas; nos encontramos en una encrucijada de la historia. De aquí la necesidad de discernimiento.

Discernimiento comunitario es el modo de encontrar la voluntad de Dios según el estilo evangélico: con verdad, libertad, responsabilidad, caridad... Es posible solamente si ha habido antes un discernimiento personal. Siempre hay que comenzar por el personal. Para hacer un discernimiento comunitario no es necesario que haya un objetivo comunitario. La comunidad puede ayudar también a discernir un objetivo personal de uno de sus miembros.

El discernimiento comunitario podrá resultar bien sólo en una comunidad en donde cada uno de los miembros ame tanto a los demás que esté dispuesto a sacrificarse personalmente, si fuera necesario, en beneficio del bien común. Es una disposición personal a aceptar con generosidad lo que es visto como bien común, ya que la esencia del cristianismo es el amor y no la eficacia técnica o profesional, ni el éxito o la felicidad personal.

Los súbditos tienen que ser consultados para las decisiones importantes de la comunidad. El capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles nos habla del primer discernimiento hecho en el Iglesia. El discernimiento comunitario no consiste en tomar decisiones ni en hacer cosas, sino en buscar juntos el sentido de la vida de cada uno.

La experiencia del discernimiento comunitario bien lograda hace a la comunidad más viva y más eficaz desde el punto de vista de la actividad apostólica exterior y de las relaciones interpersonales en el interior. Los valores evangélicos tienen entonces una fuerza de motivación más decisiva para las iniciativas.

 

Materia y condiciones para el discernimiento comunitario

  1. El objeto del discernimiento tiene que ser algo que no sea claro, sino más bien oscuro. El discernimiento se hace sobre cosas que no están claras; si son evidentes, no es necesario.

  2. Tiene que ser práctico, no teórico. Se trata siempre de emitir un juicio prudencial: descubrir qué es lo que hay que hacer según la voluntad de Dios.

  3. Tiene que ser concreto. Saber concretamente qué es lo que se busca.

  4. Tiene que ser unívoco: que todos lo comprendan del mismo modo, lo cual no siempre resulta fácil. Siempre resulta difícil el consenso, ya que cada uno razona con las propias categorías mentales y con su escala de valores.

  5. Las personas que lo hacen tienen que ser competentes: tener cierta competencia, es decir, conocimiento del asunto. Y deberán tener conciencia de esta competencia, para lo cual necesitan ser informadas.

 

Condiciones comunitarias para el discernimiento

  1. El discernimiento tiene que ser motivado y hecho en una comunidad de vida que tiene conciencia del fin común.

  2. Cada uno tiene que aceptar alegremente una responsabilidad comunitaria, reconocida por los demás.

  3. Cada uno tiene que aceptar las relaciones interpersonales. Comunidad en diálogo...

  4. Cada uno tiene que reconocer que por sí solo no puede resolver el problema de la comunidad y no puede descubrir la voluntad de Dios sin ayuda de los demás.

  5. De aquí se deriva la confianza y el respeto mutuo: los diversos carismas están puestos a disposición de todos.

  6. Tener conciencia de que la comunidad depende de otro sistema superior.

  7. Vivir en un clima habitual de oración que favorezca la atención a la voz del Espíritu.

 

El proceso de discernimiento comunitario

El proceso de discernimiento comunitario es un poco más complicado y más largo que el del discernimiento particular. La comunidad puede seguir el siguiente itinerario metodológico:

  1. La comunidad junta define las dos hipótesis entre las que ha de discernir. Escribirlas en los gráficos G-1 y G-2 (cf págs. 144 y 145).

  2. Cada miembro en particular o reunidos en pequeños grupos, en clima de oración, reflexionan (o discuten juntos) para descubrir las razones, las ventajas y desventajas a nivel humano y a nivel espiritual sobre cada una de las ocho situaciones previstas para las dos hipótesis, siempre sólo una cada vez.

  3. Para cada una de las ocho situaciones, poner en común en la reunión todas las razones, ventajas y desventajas, sin discutirlas, evitando las repeticiones y en sucesión de los ocho sectores de los gráficos G-1 y G-2: A, B, C...

  4. Cada participante en el proceso de discernimiento tiene que recibir una copia de los gráficos G-1 y G-2 con los contenidos de los motivos, ventajas y desventajas, considerados por la reunión.

  5. Cada uno en particular, y en clima de oración, hará la deliberación y el estudio comparativo de estos motivos, ventajas y desventajas, según el mismo método y la misma técnica previstos para la deliberación en el discernimiento personal, o sea:

  1. Escoger entre los contenidos de las letras A y E en los gráficos G-1 y G-2 y escribir la letra del contenido escogido, en el espacio primero del cuadro X en el gráfico G-3.

  2. Escoger entre los contenidos de las letras B y F y escribir la letra del contenido escogido en el espacio segundo del cuadro X (gráfico G-3).

  3. Escoger entre los contenidos de las letras C y G y escribir la letra del contenido escogido en el espacio tercero del cuadro X (gráfico G-3).

  4. Escoger entre los contenidos de las letras D _y H y escribir, la letra del contenido escogido en el espacio cuarto del cuadro X (gráfico G-3).

  5. Escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios primero y tercero del cuadro X y escribir la letra del contenido escogido en el espacio primero del cuadro Y (gráfico G-3).

  6. Escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios segundo y cuarto del cuadro X y escribir la letra del contenido escogido en el espacio segundo del cuadro Y (gráfico G-3).

  7. Finalmente, escoger entre los contenidos de las letras escritas en los espacios primero y segundo del cuadro Y y escribir la letra del contenido escogido en el espacio único del cuadro Z.
    Todos tienen que ir a la reunión con el discernimiento personal ya hecho, es decir, con la última letra escogida escrita en el espacio único del cuadro Z (gráfico G-3).

6. En esta reunión recoger todas las letras escogidas por todos y escritas en el espacio único del cuadro Z en el gráfico G-3 de cada participante con su discernimiento personal y escribir el resultado en la columna respectiva en el cuadro concreto del gráfico G-4. Evitar toda discusión de este resultado en la reunión. Cada uno tiene que discutir solamente en particular con el Señor en el momento de hacer su discernimiento personal.

7. Después de cada reunión cada uno volverá a un lugar silencioso para:

  1. Rezar en el sentido de la fase II (cf anteriormente); examinar en actitud de gran disponibilidad ante el Señor los motivos de opción de los demás.

  2. Hacer un nuevo discernimiento personal para el estudio comparativo solamente de las letras que se han retenido en la reunión anterior. La confrontación de las letras y la conclusión sucesiva para la elección de una de las letras tienen que hacerse de acuerdo con la fórmula ya indicada. Las letras que no aparezcan en la última columna rellena del gráfico G-4, por no haberlas elegido nadie en el discernimiento personal, no tienen por qué ser tomadas en consideración para la nueva confrontación y el estudio comparativo en el discernimiento personal posterior a cada reunión. Para cada elección sería oportuno tomar en consideración el número de veces que se ha recogido cada letra en la reunión precedente.

8. Seguir alternativamente con reuniones y discernimientos personales hasta llegar a la unanimidad que se busca.

Observación: Antes de comenzar los trabajos del discernimiento personal y de las verificaciones en las reuniones, la comunidad tiene que decidir sobre el modo de obtener la unanimidad. Hay dos especies de consentimiento necesario para que un tipo determinado de consentimiento pueda significar una verdadera unanimidad:

  1. Consenso implícito: cuando todos aceptan las dos terceras partes de los votos como expresión de unanimidad. En ese caso, los que han votado en contra aceptan la opinión de las dos terceras partes de los participantes como una decisión unánime.

  2. Consenso explícito: cuando la solución se considera definitivamente adquirida tan sólo cuando todos la deciden expresamente. Tal es el caso cuando en el último discernimiento personal todos escriben la misma letra en el espacio único del cuadro Z en el gráfico G-3.
    En el primer caso se llega pronto a la unanimidad. Bastan las dos terceras partes de votos favorables para que los que tienen una opinión distinta acepten este resultado como definitivo.
    En el segundo caso es más difícil llegar a la unanimidad. Cuando todos aceptan el consentimiento de las dos terceras partes como expresión de unanimidad, hay que permitir a cada uno de los que participan en el proceso de discernimiento que pida el consenso explícito cada vez que lo crea necesario en conciencia.

9. La unanimidad de la aceptación del resultado final representa la conclusión provisional del discernimiento comunitario.

En una palabra, se trata de buscar juntos (todas las personas llamadas a discernir) no ya la unanimidad de la propia voluntad, sino la de la voluntad de Dios. Cuando el grupo puede decir: "No buscamos lo que queremos nosotros, sino sólo lo que quiere el Señor", se puede considerar que aquel grupo tiene el espíritu de discernimiento.

El espíritu de discernimiento supone la aceptación del riesgo de un cambio eventual de juicio personal, abierto a nuevas soluciones consiguientes a la evolución del sentimiento personal. Es preciso que no haya resistencia a este cambio interior, el cual puede corresponder a una purificación mayor o bien a una verdadera solidaridad o fraternidad por el bien común.

10. Escribir la conclusión provisional como se hizo en la página correspondiente del discernimiento personal:

  1. Hipótesis escogida: ....................................................................................

  2. Razones, ventajas y desventajas, que han influido en la decisión:

    ................................................................................................................ ................................................................................................................

  3. Sentimientos que se experimentan al final del discernimiento espiritual: ................................................................................................................ ................................................................................................................

11. En lo que se refiere a la confirmación, seguir las orientaciones que también se señalaron entonces.

Estamos a veces un poco ciegos cuando se trata de ver claro en una situación personal o comunitaria importante o delicada que exige una solución justa. Por eso, para un discernimiento importante, tanto personal como comunitario, es mejor buscar la ayuda de un experto neutral, que deberá ser una persona prudente, inteligente y de profundo espíritu religioso.

Observación: Para la doctrina sobre el discernimiento espiritual, el autor se ha servido de los apuntes tomados en los cursos que dieron sobre este tema Luis González y Hugo Mesini. También la ha basado en los textos de: Presenzá, en "Quaderni di Spiritualitá" 15 (1974), julio-septiembre; A. BARUFFO, Discernimiento, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Paulinas, Madrid 1983, 368-376; R. CANTIN, Le discernement spirituel personnel et communautaire, Saint-Jeróme, Canadá 1976.

El método y las técnicas propuestos para realizar prácticamente el discernimiento espiritual tanto individual como comunitario, son propios del autor.