5. El equilibrio de la personalidad necesario
    en la persona consagrada

En el estudio de las dificultades de orden psicológico para vivir de manera equilibrada la vida religiosa, Luigi M. Rulla, S. J., ha dejado ya establecido el concepto de consistencia y de inconsistencia psicológica de las personas consagradas: religiosos y sacerdotes. La doctrina científico-moral-social desarrollada por este autor es de tal naturaleza que ilumina en varios puntos la psicología aplicada a la vida religiosa. Este mismo pensamiento, mutatis mutandis, explica además muchas de las dificultades de los cristianos laicos para vivir prácticamente de una forma coherente con su fe.

Hay en el interior de cada persona ciertos obstáculos que pueden causar graves dificultades al formando y al religioso en general para realizar sus valores vocacionales. Efectivamente, san Pablo habla de dos leyes que mueven al hombre: la ley de la carne y la ley del espíritu.

La ley de la carne son los impulsos de los instintos y tendencias naturales. Esta ley se manifiesta como un impulso interno que mueve al hombre espontáneamente hacia todo lo que él percibe como un valor de satisfacción personal de sus instintos primarios. Se reduce básicamente a las necesidades naturales de conservación de sí mismo y a los impulsos naturales hacia todo lo que se refiere a la reproducción de sí. Se trata, por consiguiente, de una ley fundamentalmente buena y esencialmente necesaria para la existencia del individuo. En este sentido, el ser humano es igual a los animales.

Pero la trascendencia es también un instinto privilegiado del hombre. Su racionalidad original le permite levantarse por encima de sus instintos, sin someterse simplemente a la exigencia de satisfacción de las necesidades naturales y de los instintos. El hombre puede educarse y formarse. Puede aprender a controlar sus energías naturales mediante un uso más racional de las mismas. El maravilloso progreso cultural del hombre a través de la historia conocida es el fruto de su capacidad de controlar sus instintos y servirse de ellos para su realización en el sentido de su trascendencia. El hombre participa de la naturaleza del animal, de la planta, de los minerales. Esta es su base natural. Pero sólo él posee la racionalidad que le permite entrar también en contacto con lo sobrenatural. El hombre, plenamente consciente de su trascendencia, se mueve con gozo en el mundo de las realidades del espíritu. Su capacidad creadora lo lleva a inventar instrumentos y técnicas para la transformación de la materia creada en nuevas realidades físicas y humanas. Su inteligencia, abierta siempre a la búsqueda, le ha hecho descubrir y desarrollar todo el mundo fantástico de la ciencia y del arte. Pero su pensamiento más afinado lo mueve a entrar en contacto con el misterioso mundo de la mística. Queremos saber de dónde venimos, qué es lo que aquí hacemos y adónde iremos a parar.

Sobre este punto la intuición del hombre y la revelación convergen hacia la única solución aceptable a la racionalidad humana: el hombre procede de Dios Creador, que ha hecho todas las cosas visibles e invisibles, vive en la tierra para adorar v amar a su Padre y trascender las realidades terrenas a fin de volver a su origen, esto es, a Dios.

 

El yo y la consistencia psicológica y social de la persona

El yo es el sujeto del conocimiento de nuestras experiencias, el sujeto al que pertenecen las cosas que afirmamos como nuestras. Esta es la instancia psíquica de la que se sirve la persona para elegir y para decidir. El yo puede definirse también como la imagen que tenemos de nosotros mismos, o bien como el elemento central, individual y característico de la personalidad; es posible describirlo como la instancia organizadora del comportamiento y de la experiencia.

Hay un yo-ideal y un yo-actual.

El yo-ideal

El yo-ideal es nuestra realidad interna y externa tal como la percibimos subjetivamente. Es también el conjunto de ideales, lo que todavía no somos, pero que deseamos ser. El ideal es siempre una utopía; pero en la práctica funciona como un programa o como la indicación de una dirección. El yo-ideal es siempre totalmente consciente. Puede ser sujeto: cuando uno concreta o quiere concretar sus ideales. Y puede ser también objeto: cuando percibimos o nos damos cuenta de nuestras realizaciones (deseos, ambiciones, expectativas...). El yo-ideal funciona como un filtro de los estímulos, crea nuestra imagen positiva o negativa de nosotros mismos.

La mayor parte de las personas mantienen secreta gran parte de los contenidos de su yo-ideal. Uno de los más importantes de estos contenidos es, sin duda, el deseo secreto de ser valorado por los demás.

El yo-ideal representa un estímulo positivo para el desarrollo de la personalidad (buena o mala) para la sociedad.

El yo-actual

El yo-actual es lo que realmente somos: nuestras tendencias más profundas, nuestras necesidades fundamentales, nuestras motivaciones inconscientes. El yo-actual es el locus del sistema de valores fundamentales: los valores puramente humanos son más específicos y más numerosos que los valores superiores, ideales.

Los comportamientos tienen su origen en las necesidades y en los valores. El yo-actual nace de un estado de hecho; se organiza a medida que el niño va tomando conciencia de sus necesidades. Cuando está bien controlado, el yo-actual se hace muy positivo. Produce un gran potencial de energía creadora. Pero si se hace dominador resulta peligroso, ya que puede llevar al hombre a un comportamiento animal. Si se le reprime, resulta explosivo.

El yo-actual tiene que ser educado, formado. Cuando está maduro hace que la persona se sienta realizada en el plano humano.

La formación es sobre todo autoformación. Para asegurar el éxito de la autoformación es necesario:

El consejo (couseling) pedagógico, psicológico y espiritual se preocupa de los contenidos del yo-ideal.

La psicoterapia y el psicoanálisis, por el contrario, se ocupan de los contenidos y del dinamismo del yo-actual.

Puede presentarse una discordancia y un conflicto entre los contenidos y los dinamismos del yo-ideal y del yo-actual o entre las tendencias ideales (lo que quiero) y las tendencias naturales (lo que soy).

La mayor parte de las personas sienten este conflicto íntimo y sufren sus consecuencias. Muchos caen en una lucha interna y manifiestan comportamientos contradictorios con los ideales de la armonía social, de la opción vocacional, de la autonomía y del respeto debido a las personas: agresividad, dependencia afectiva, actividad sexual extraconyugal (tercera vía...), apropiación indebida de los bienes ajenos, delincuencia de todo tipo. El yo-animal no es enemigo del hombre educado, del cristiano (¿pecado original?...), del religioso. A veces .es difícil comprender ciertos comportamientos, ya que son al mismo tiempo expresión de valores y de necesidades. Por ejemplo, la relación afectiva puede ser don de sí o egocentrismo; el trabajo en equipo puede significar colaboración o bien dependencia del grupo.

Del grado de armonía que la persona llega a establecer entre sus ideales y sus necesidades naturales depende el grado de consistencia de su personalidad.

La persona puede ser psicológica y socialmente consistente o inconsistente.

Persona psicológicamente consistente

Las exigencias del yo-actual son compatibles con las exigencias del yo-ideal. Las necesidades naturales no impiden la realización de los propios ideales, aunque el comportamiento no sea siempre coherente. Ejemplos:

-El pecado ocasional de debilidad humana no impide una auténtica vida de santidad.

-La transgresión eventual de la ética social o profesional por debilidad humana no impide una buena convivencia o la honorabilidad profesional.

-Un religioso que se esfuerce sinceramente en vivir como debe, pero no lo consigue a pesar de sus esfuerzos.

-San Pablo: "No logro hacer lo que quiero y hago lo que no quiero...", y pidió morir; Cristo respondió: "Pablo, te basta con mi gracia".

Tenemos necesidad de comprender y de aceptar con humildad la debilidad humana. Esta realidad es un sufrimiento y una cruz inevitable. La humildad y la paciencia en el sufrimiento es lo que salva al individuo.

La persona es psicológicamente consistente cuando las exigencias de la naturaleza son compatibles con los valores que proclama: ideales, utopías...

Así pues, la consistencia psicológica es la firmeza interior, una certidumbre tranquila. La persona psicológicamente consistente puede ser socialmente no adaptada. Por ejemplo: el religioso que quiere vivir coherentemente con sus propios sentimientos íntimos de fidelidad, pero que no es comprendido por los demás miembros de la comunidad. Los profetas también fueron asesinados por el pueblo...

Otro caso de no adaptación social de la persona consistente: cuando el individuo llega a someter su yo-actual a un alto ideal evangélico de santidad comunitaria, pero el grupo no responde a sus exigencias de orden moral. Esta persona puede ser un perfeccionista... Pero hay religiosos que se han salido de su comunidad o de su congregación por no haber encontrado en ellas un ambiente favorable para vivir su sano ideal de santidad.

Hay religiosos psicológicamente consistentes y al mismo tiempo socialmente no adaptados debido a su considerable celo. El terrorista socialmente inconsistente puede ser psicológicamente consistente, pero a nivel social resulta siempre peligroso...

Persona psicológicamente inconsistente

Se tiene cuando el yo-actual es prácticamente incompatible con el yo-ideal, cuando las necesidades naturales son incompatibles con los valores proclamados y, sobre todo, cuando estas necesidades naturales se expresan coherentemente. O bien cuando las necesidades naturales son tan grandes y tan fuertes que impiden vivir el ideal que se proclama: los votos...

Por ejemplo: el religioso con grandes sentimientos mundanos y con necesidades incontroladas de expresarlas y de vivirlas (reuniones mundanas...). Un hombre casado con una necesidad incontrolable de tener contacto sexual con varias mujeres... El apóstol (religioso o sacerdote) con una necesidad incontrolable de usar objetos de lujo...

La inconsistencia psicológica es una fragilidad interna, o sea un conflicto interno que hace a la persona contradictoria a nivel de su comportamiento: uno que dice que hace, pero que no hace; que afirma cómo tiene que ser, pero que no vive de acuerdo con su aparente convencimiento; que afirma que es religioso, cristiano, comunista, educador, sacerdote..., pero que con su comportamiento incoherente desmiente lo que dice. Si es verdaderamente sincero en su actitud, entonces podemos estar seguros de que se trata de una persona psicológicamente inconsistente; si no es sincero, entonces hay que concluir que es un hipócrita.

El inconsistente no puede menos de buscar la satisfacción de sus exigencias naturales incompatibles con el ideal que problema. Por eso, para no ser rechazado por los demás, vive de apariencias, de forma que siempre se engendra un peligroso conflicto interno de autenticidad. Es precisamente este conflicto interno el que constituye la inconsistencia psicológica. El inconsistente no puede ser auténtico, no puede ser él mismo. Y esto se convierte en una tensión que con el tiempo se va haciendo cada vez más insoportable.

La debilidad humana siempre es ocasional. Si se la reconoce con humildad, no es nunca incompatible con el ideal que se proclama. Puede hacerse incompatible cuando se convierte también en un escándalo más o menos público y permanente. Las personas que sufren debido a sus debilidades humanas tienen que ser ayudadas y comprendidas con caridad. Reconocer y confesar una falta o dificultad personal es una señal indicativa de que por causa de ella no existe una inconsistencia psicológica grave. En ese caso se trata más bien de un sufrimiento moral (san Pablo...). Pero afirmar que uno quiere ser religioso auténtico y al mismo tiempo querer lo que se reconoce como algo inadmisible para el verdadero religioso es siempre un signo de inconsistencia psicológica peligrosa.

La personalidad psicológicamente inconsistente puede manifestar una buena adaptación a su ambiente, pero:

Una grave inconsistencia psicológica transforma a la persona en un haz de nervios: susceptibilidad, peligro de neurosis, que, en general, se puede curar solamente mediante una psicoterapia adecuada.

Persona socialmente consistente

Puede existir tanto en el grupo social normal como en el grupo marginado. Se da esa consistencia social cuando las necesidades naturales del yo-actual son compatibles con los valores sociales del grupo. El alcohólico se adapta muy bien entre los alcoholizados. Los valores del instinto de la persona socialmente consistente se armonizan con su ideal social. Por ejemplo: la persona que descubre una fórmula para satisfacer adecuadamente sus necesidades naturales sin contrariar las exigencias de la sociedad. En el comercio: ganar dinero sin robar (inteligencia). En un grupo de ladrones, el ladrón psicológicamente consistente se adapta muy bien al grupo. El religioso que consigue realizarse en el plano personal sin faltar al reglamento, que se busca los medios adecuados de trabajo sin faltar a la pobreza, que encuentra satisfacción afectiva sin faltar al voto de castidad, etc.

Persona socialmente inconsistente

La persona es socialmente inconsistente cuando las necesidades naturales de su yo-actual son incompatibles con los valores sociales del grupo en el que está integrada. Se trata de la incapacidad práctica de aceptar las normas del grupo. La persona sigue siendo egocéntrica: primero yo y luego los demás... Por ejemplo: los delincuentes, los drogadictos, los alcoholizados, las prostitutas, los anormales sexuales, que insisten en vivir abiertamente su anormalidad a pesar de la repulsa de la sociedad, los terroristas, etc.

Los estados de pura consistencia psicológica o social, o bien de pura inconsistencia psicológica o social, son muy raros. La personalidad normal puede presentar pequeñas inconsistencias tanto psicológicas como sociales. Por ejemplo: el pequeño delincuente carece de honradez en los negocios, engaña en su oficio a los demás, comete pequeñas infidelidades administrativas, etc.

La personalidad que se considera enferma presenta también casi siempre ciertos aspectos de consistencia psicológica y social. Por ejemplo: el pequeño psicopático que demuestra una infidelidad conyugal es una persona socialmente correcta, pero bebe demasiado alcohol, es un trabajador inconstante en el servicio, etc.

 

Algunas conclusiones prácticas

1. ¿Cuál es su ideal personal?

2. ¿Cuáles son sus valores naturales (necesidades, tendencias...)?

3. ¿Son compatibles sus valores ideales con los valores naturales?

Un candidato es psicológicamente consistente cuando se le puede considerar capaz de responder positivamente a los estímulos de formación para la vida religiosa. Esto ocurre cuando:

  1. Sus valores ideales proclamados corresponden al ideal (utopía) de la institución.

  2. Sus valores naturales (yo-actual), sus energías instintivas, sus tendencias naturales, son compatibles con su ideal.

  3. Su conducta es coherente; su crecimiento se realiza en el sentido del ideal.

El candidato es inaceptable cuando:

1. El ideal que proclama no corresponde a los valores de la institución.

2. Su conducta y su esfuerzo de crecimiento no progresan en el sentido de lo previsto, sino que crecen en el sentido de otros valores que no son los de la institución.

La valoración de un candidato a los votos temporales y sobre todo a los votos perpetuos puede hacerse examinando al candidato bajo tres dimensiones de equilibrio:

  1. Dimensión espiritual: virtud - pecado.

  2. Dimensión sanitaria: salud - enfermedad.

  3. Dimensión de coherencia: consistencia - inconsistencia.

La dimensión de coherencia no tiene nada que ver con las otras dos dimensiones.

La permanencia de un religioso en su vocación puede explicarse de dos maneras:

1. Tiene una buena consistencia psicológica y una debida coherencia en su conducta.

2. Puede ser psicológicamente inconsistente, pero tiene miedo de salir, no tiene confianza en sí mismo... En este caso puede darse que se instale en donde se sienta más seguro, pero sin llevar una vida religiosa coherente con el ideal que proclama. Si consigue esconder su falta de coherencia, será tolerado.

La salida de un religioso de la congregación puede explicarse de dos maneras:

  1. Actitud y gesto coherentes: dado que no puede ser psicológicamente consistente en la vida religiosa (ya que es socialmente inadaptado), hace lo que tiene que hacer para ser él mismo, de acuerdo con sus tendencias naturales, sus necesidades y sus instintos suficientemente domesticados: libertad, riquezas, placeres, ambición profesional...

  2. Actitud incoherente. Si se trata de una personalidad psicológicamente consistente, no debería salir. Le ha faltado coraje para ser coherente.

Puede darse también el caso de un religioso psicológicamente consistente que no consigue adaptarse a ninguna comunidad de su circunscripción. Entonces prefiere retirarse para vivir de forma coherente con su ideal en otro puesto: "Donde no os quieran recibir ni escuchar, al salir de allí sacudid el polvo de la planta de vuestros pies en testimonio contra ellos" (Mt 6,11).

Así pues, los grandes valores de la vida consisten en caminar por el camino que conduce hacia Dios. Ser cristiano es conocer y aceptar estos valores tal como el Señor los ha revelado en la Escritura. El religioso consagrado es un cristiano que toma como compromiso principal de su vida el esfuerzo constante de amar a Dios con todo su corazón y de imitar a Jesucristo sobre todo en su relación filial con el Padre y en sus relaciones fraternales con el prójimo. La vida del religioso se resume, por consiguiente, en amar al Señor de una manera más íntima y más estrecha que cualquier amor humano y en amar a sus hermanos como a sí mismo por la imitación cada vez más perfecta de Jesucristo. Profesar en la vida religiosa es proclamar públicamente esta decisión personal. Semejante actitud de desprendimiento de las cosas de este mundo para seguir con mayor libertad a Jesucristo es un ejemplo concreto de vida para la motivación de todos los cristianos. Es un testimonio de práctica del evangelio dirigida a todos los hermanos del Reino.

Pero vivir prácticamente este ideal es algo muy distinto de proclamar públicamente la intención de hacerlo. Profesar en una religión o bien hacer los votos de pobreza, de castidad y de obediencia es fácil. Basta para ello cierto conocimiento doctrinal, la buena voluntad de vivir de acuerdo con este compromiso y la aceptación del superior. Pero adaptar día tras día la actitud y el comportamiento a los nuevos compromisos puede exigir mucha renuncia, mucha generosidad, mucho esfuerzo y mucha fatiga. La fidelidad supone la superación de no pocas debilidades de la carne...

Puede suceder que un religioso no haya sabido medir bien sus fuerzas y su capacidad de renuncia, de entrega, de amor efectivo a Jesucristo antes de comprometerse en la profesión. Una debilidad excesiva en este sentido podría llevarlo a vivir en la práctica un comportamiento escandalosamente contradictorio: proclamar públicamente que es un religioso consagrado agregado a una comunidad religiosa, pero portarse en la vida práctica como un cristiano no consagrado e incluso simplemente como un hombre natural. Quizá casi como si careciese de fe verdadera. El religioso se busca toda clase de compensaciones más o menos neuróticas para mantener precariamente cierto equilibrio de personalidad.

Ese hombre no es un verdadero consagrado. Es un cristiano más o menos frío o bien un hombre natural disfrazado de religioso. Un escándalo dentro de la Iglesia... Un destructor de los valores del evangelio.

La inconsistencia psicológica consiste precisamente en esa coherencia: fingir que uno se adhiere a los valores evangélicos de la consagración religiosa, pero regular efectivamente el comportamiento según unos valores opuestos a ellos. Todos los religiosos y todos los cristianos, incluso los más santos, sufren de un cierto grado de inconsistencia psicológica. Nadie logra practicar con toda perfección los consejos evangélicos y las bienaventuranzas, incluso con la mejor buena voluntad del mundo. Todos somos débiles, y, por tanto, pecadores. Incluso el gran san Pablo no quedó incontaminado de esta deficiencia. Con profunda humildad y con una amargura casi desalentadora confiesa llorando: hago lo que no quiero y no consigo hacer lo que quiero. Conocemos y aceptamos con buena voluntad los valores de la vida consagrada según el evangelio, pero vivimos realmente según nuestros instintos. Esta contradicción interna universal es el mayor sufrimiento de todos los cristianos y religiosos sinceros. La actitud natural de humildad y de confianza casi infantil en el Señor nace precisamente de este sentimiento de limitación personal.

Desgraciadamente hay personas, cristianos y religiosos consagrados más o menos despersonalizados, que tienen regresiones psicológicas en este sentido. Abandonan las responsabilidades morales de sus compromisos libremente asumidos ante el altar y adoptan una actitud egocéntrica fundamentalmente amoral. Para ellos los valores más importantes de la vida pasan a ser aquellos que satisfacen sus necesidades naturales, no vitales, sino más o menos infantiles.

Para que cese este escándalo en la Iglesia sólo quedan dos alternativas para estas personas: convertirse o bien dejar de presentarse públicamente como cristianos o como religiosos consagrados. Puesto que todos tenemos las mismas debilidades e incoherencias personales, se dice que el cristiano sincero y el religioso auténtico tienen necesidad de convertirse todos los días. Cada noche tenemos que lamentar varias infidelidades, varias faltas, a pesar de nuestra buena intención de la mañana. Cada noche el consagrado hace un examen de conciencia y se arrepiente. Es la hora de hacer un nuevo propósito. Esta es la realidad cotidiana de todos.

Pero hay debilidades y debilidades, infidelidades e infidelidades. Se comprende una pequeña debilidad o infidelidad. Esto no tiene por qué escandalizar a nadie. Es fácil comprender y excusar esa deficiencia. Solamente los fariseos se escandalizan ante las nimiedades prácticamente inevitables incluso de un santo. Solamente Dios es perfecto. Pero están las grandes caídas y las graves infidelidades, que no son fácilmente comprensibles en un religioso consagrado. Una caída accidental puede significar a veces nada más que un accidente involuntario, una sorpresa catastrófica para el su-jeto. Un arrepentimiento profundo y verdadero, junto con una actitud de penitencia, pueden reparar el daño cometido y restablecer el estado de gracia, o sea de gozo, de confianza y de amor. En esos casos no se trata propiamente de una grave inconsistencia psicológica. Esta se revela más bien a través de una actitud contradictoria de fondo. El religioso psicológicamente inconsistente ha perdido los ánimos en su esfuerzo de coherencia y de autenticidad de vida. Ya no se esfuerza en vivir con generosidad los grandes valores evangélicos de pobreza, de castidad y de obediencia asumidos públicamente con la profesión. En su vida práctica se resigna quizá a observar con cansancio y aburrimiento sólo lo mínimo necesario para no ser expulsado de la comunidad como un elemento nocivo para la vida religiosa en común.

La inconsistencia psicológica grave es un estado de ánimo y de mentalidad gravemente en contradicción con el espíritu religioso. Puede resultar más o menos seriamente destructivo de los valores fundamentales de la vida religiosa para el individuo, para la comunidad y para la Iglesia. Es la cizaña en medio del trigo. Por eso el religioso gravemente inconsistente no está en el lugar debido. Debería tener la honradez y el coraje necesario para decidirse a seguir otro camino.

Hay religiosos sinceros y honrados que, por no dar escándalo debido a sus debilidades naturales, intentan resolver su problema mediante la pura y simple represión de sus instintos y tendencias naturales. Pero no es ésta la buena solución. Incluso puede resultar peligrosa. Puede ser causa de un comportamiento neurótico, sobre todo si esa represión se hace en un nivel más o menos subconsciente. Toda re-presión desencadena una reacción espontánea en sentido contrario, cansa y puede acabar rompiendo las defensas. Y cuando se rompe el dique puede haber una inundación con todo el material reprimido. Eso sería mucho peor para el sujeto, que podría desesperarse, desalentarse y abandonar todo lo que antes consideraba como valores importantes. Pero un cambio tan radical puede descontrolar y destruir por completo el equilibrio de la personalidad.

Las dificultades del religioso psicológicamente demasiado inconsistente consisten en superar ciertas necesidades naturales para permanecer fiel y coherente con los principios que proclama. Le cuesta mucho y se siente muy débil para renunciar permanentemente a la satisfacción de algunas de estas necesidades naturales, para permanecer fiel a los compromisos tomados públicamente de vivir en un cierto estilo comunitario de pobreza, de castidad y de obediencia.

Ser psicológicamente inconsistente no es nunca un pecado, ya que se trata de algo involuntario. Pero el comportamiento externo del inconsistente puede ser moralmente culpable en la medida en que es libre y escandaloso. Si la inconsistencia psicológica se manifiesta más bien a nivel del comportamiento estrictamente privado, puede significar una cruz pesada para el religioso. Si, a pesar de sus debilidades privadas, la persona hace un esfuerzo sincero por superar esas dificultades con la gracia de Dios, puede incluso ser un buen religioso que sufre por hacer lo que no quiere y no consigue hacer lo que quiere para ser más fiel al Señor.

La dolorosa experiencia de querer hacer lo que agrada y lo que consideramos necesario debido a la opción vocacional hecha, mientras que de hecho hacemos a menudo lo que no agrada, no es un motivo para desalentarnos. Basta proseguir el esfuerzo sincero de conversión mediante una mayor coherencia con la ayuda de la gracia del Señor. Cuando se le dijo a Pablo, un tanto desánimado, que para salvarse le bastaba la gracia, comprendió, finalmente, que nunca se salvaría por sus propias fuerzas. Que sólo Dios salva. Comprendió además claramente que el aguijón del pecado que Dios había dejado en su carne tenía que servirle como un recuerdo de que por sí solo, sin la ayuda de la gracia, corría un grave riesgo de ir a la condenación. La constatación de la propia debilidad lo obligaba a permanecer humilde y confiado ante el Señor, a pesar de todo, para pedirle constantemente: "Señor, ¡ten piedad de mí!..."

Todo religioso auténtico quiere sinceramente vivir de forma coherente con los grandes valores evangélicos que profesó públicamente. Sin embargo, en la realidad, aun sin quererlo intencionalmente, intenta con frecuencia acomodarse a una situación personal más bien de acuerdo con sus necesidades naturales. Es importante ayudarle a comprender que donde no hay plena libertad interna de elección y de decisión personal no puede haber un gran pecado en el sentido de una verdadera separación de Dios. Se trata más bien de un estado general de pecado, es decir, de debilidad de la carne. Si estamos hechos así, hay que resignarse a ello con profunda humildad y reconocer que "sin él" nosotros no podemos realizar nuestra salvación. Quizá el Señor nos quiere mantener precisamente en una situación de dependencia de él. Entonces nos hace comprender que sin él no podemos vivir según el espíritu. De este modo él puede gozar plenamente el gozo de ser Padre, de poder ayudar según su infinita misericordia. Quizá el Señor no podría ejercer con nosotros su maternal paternidad, o bien su paternal maternidad, si no fuéramos tan pequeños y tan débiles. Una madre puede gozar de veras de su maternidad cuando puede dedicarse por completo al niño que, para poder vivir, depende totalmente de ella. Lo mismo le gusta al Señor vernos pequeños, humildes, sufriendo, necesitados de su ayuda. Dios es grande precisamente cuando puede ejercer su misericordia.

La conciencia de ser pecadores nos mueve a purificar cada vez más los motivos de nuestra decisión de consagrarnos a Dios. Para muchos la primera decisión vocacional se hizo sobre la base de una motivación profunda demasiado humana. A menudo el motivo inconsciente pudo ser la necesidad de cumplir un deseo humano cualquiera, como la valoración personal, la ascensión en la escala social, el estudio, la seguridad económica... Una motivación profunda demasiado humana no es capaz de sostener el interés constante por el crecimiento en el sentido deseado por la vida consagrada. Esta primera motivación tiene que purificarse ya desde el principio del período de formación. Tiene que llegar a un punto conveniente de claridad para el sujeto durante el noviciado. Sin una motivación profunda, clara y justa, el novicio no estaría dispuesto para la profesión.

El religioso psicológicamente inconsistente tiende a no convertirse al evangelio. Procura distorsionar los valores evangélicos para adaptarlos a sus necesidades. Pero obrar de esta manera hace que dichos valores pierdan su característica de radicalidad. En el fondo, una actitud semejante es una incalificable falta de honradez. El religioso honrado procura adaptar su modo de ser y de obrar a las exigencias del evangelio. Esa es la conversión continua que hemos de realizar.

Los valores evangélicos son valores perennes que no cambian nunca. No se puede jugar con ellos. Exigen siempre una opción radical. Los ofrece Cristo. La única actitud honrada del individuo frente al evangelio es tomarlo en serio o dejarlo. No hay alternativa intermedia: tomar lo que gusta y dejar que se pierda lo demás no es algo que pueda hacerse. Ni tampoco leer el evangelio en clave filosófica de una ideología extraña a la mentalidad clara de Jesucristo. El evangelio no se presta a interpretaciones sofisticadas para justificar debilidades, intereses personales o egoísmos. Por eso un verdadero religioso es siempre humilde. Reconoce su incapacidad de vivir al ciento por ciento los valores evangélicos que proclama.

La inconsistencia psicológica grave, si no se cura convenientemente, puede destruir la vocación religiosa. Puede arruinar la personalidad del individuo.

 

¿Cómo ayudar a un candidato psicológicamente inconsistente?

La formación y la autoformación no pueden curar la inconsistencia psicológica. Esta es un aspecto casi estructural de la personalidad. Es como una huella del carácter. Un tipo colérico puede hacer lo que quiere, pero en el fondo seguirá siendo siempre un tipo colérico. Podrá cambiar algo de su comportamiento para no explotar ya en escenas escandalosas de cólera, pero en el fondo será siempre un tipo colérico. Excluyendo la explosión de cólera, todos los demás aspectos de su carácter seguirán siendo los mismos.

Es lo que ocurre con la inconsistencia psicológica. La formación y la autoformación tienen que ayudar al formando a conocer los aspectos de inconsistencia de su personalidad. El que conoce sus inconsistencias se defiende mejor contra el peligro de dejarse arrastrar hacia una conducta incoherente. He aquí por qué la autopurificación es un aspecto importante de la autoformación.

Así pues, hay que ayudar al formando:

  1. A que se dé cuenta de su inconsistencia subconsciente y del conflicto interno que puede derivarse de ella.

  2. A que supere la dificultad de la inconsistencia mediante un esfuerzo sincero y constante de coherencia.

Esta ayuda se le tendrá que ofrecer por medio de un método adecuado de formación. El proceso de formación es bueno cuando el formando consigue poco a poco cambiar su comportamiento anterior. Una buena formación consigue siempre la transformación del religioso en un apóstol. El apóstol es una persona capaz de atestiguar. Atestiguar con su vida práctica los valores terminales del amor a Dios y de la imitación de Jesucristo y con los valores instrumentales de pobreza, de castidad y de obediencia. Escoger, proclamar y no practicar estos valores es un antitestimonio. La actividad apostólica del religioso que no da testimonio con su vida sigue siendo espiritualmente estéril para él e ineficaz para los demás.

El crecimiento espiritual del formando depende, por tanto, fundamentalmente de su capacidad de interiorizar especialmente los dos valores terminales y los tres valores instrumentales de su opción vocacional.

Interiorizar los valores evangélicos

En el análisis transaccional suele usarse más bien el término psicológico de internalizar. Se trata realmente en sentido estricto de interiorizar los valores morales de tal manera que quedan perfectamente integrados a la personalidad del individuo. Los valores internalizados o interiorizados constituyen un elemento casi estructural de la personalidad.

El comportamiento del individuo está determinado por las necesidades naturales y por los valores interiorizados. Las necesidades naturales impulsan al hombre a obrar en el sentido de satisfacerlas para el equilibrio de su ser. Los valores integrados ejercen una función semejante en la dinámica psíquica para la adaptación a la situación existencial global. Ejercen también ellos una presión interna en el sentido de determinar un comportamiento adaptado para realizar estos valores.

La palabra internalizar se utiliza en el análisis transaccional para explicar las actitudes morales internas y externas y los comportamientos que el hijo copia de sus padres. Lo que los padres afirman más o menos categóricamente como bueno o como malo en el sentido moral queda registrado por el niño como una verdad indiscutible, como una ley moral severa, aun cuando esté en clara contradicción con su modo personal de ver o de sentir. De este modo los primeros educadores despiertan o, mejor dicho, meten en la cabeza, en el corazón y en la conciencia psicológica del niño los criterios de juicio moral para la valoración de las acciones humanas. Debido a posibles graves errores de formación moral en la infancia, a muchos adultos les cuesta luego un gran esfuerzo poner un poco de orden en su conciencia moral deformada.

De un modo semejante a este proceso de desarrollo moral equivocado en la infancia, también las informaciones correctas respecto a la conducta moral favorecen la estructuración justa de la conciencia moral. Inculcar buenos principios morales de comportamiento y de conducta, es decir, ayudar al niño a internalizar desde el principio buenos principios morales supone enormes ventajas. Esto favorece el comportamiento respetuoso y la conducta aceptable frente a los valores religiosos y sociales.

En la formación para la vida religiosa se trata de ayudar a los formandos:

  1. A ver con claridad en el mundo semioscuro de los valores a través de unas informaciones adecuadas.

  2. A despertar libremente los valores fundamentales que corresponden a los fines vocacionales.

  3. A vivir los valores elegidos prácticamente a través de unas actitudes internas y externas y de unos comportamientos adecuados.

  4. En la confrontación inevitable entre valores y necesidades naturales destructivos de la vida consagrada, aprende( poco a poco a hacerse tan fuertes que puedan decidirse de forma cada vez más clara y eficaz en favor de los valores elegidos y proclamados.

  5. A impulsar este esfuerzo por medio de una motivación adecuada y permanente.

Hay que dar ya por descontado de antemano cierto grado de debilidad humana, que se traduce en errores y fracasos más bien ocasionales en este proceso de crecimiento. El que cree que nunca se equivoca tiene que acordarse de aquello que dijo el Señor a los fariseos en presencia de la adúltera: "El que de vosotros no tenga pecado, tírele el primero una piedra" (Jn 8,7).

Para encaminar este proceso psicológico-espiritual de la internalización de los valores evangélicos se requiere una excelente motivación. En una casa de formación, el elemento principal de la motivación serán siempre los formadores con su ejemplo de coherencia y de consistencia psicológica personal. Verba volant, exempla trahunt.

A medida que se va internalizando un valor se convierte en parte sustancial y dinámica de la personalidad misma del sujeto. Empezamos a funcionar como el motivo profundo, más o menos subconsciente. y, por tanto, espontáneo, de la manera de pensar, de sentir, de querer y de obrar. Si pensamos que la actitud, el comportamiento y la conducta de una persona es su modo característico de expresar sus motivos profundos, podremos comprender el enorme alcance de esta internalización de los valores. Si el sujeto internaliza valores malos, su comportamiento se verá condicionado por ellos.

Educar es ayudar al formando a internalizar motivos y valores positivos, esto es, que le ayuden a edificar una personalidad constructiva del bien para él mismo y para los demás.

La internalización de los valores vocacionales ayuda al individuo a cambiar su modo natural de ser. El hombre natural ve, piensa,' siente y actúa según la carne. El cristiano y el religioso que internalizan los valores evangélicos empiezan poco a poco a ver, a pensar, a sentir y a actuar según la palabra de Dios. Se trata de una conversión del corazón.

De la dificultad de internalizar los valores evangélicos se derivan para el religioso y para el sacerdote toda una serie de funestas consecuencias propias del comportamiento contradictorio. La más grave de estas consecuencias es, sin duda alguna, el bloqueo de la eficacia apostólica a pesar de la buena voluntad del sujeto. Si además de esta esterilidad apostólica, el religioso gravemente inconsistente a nivel psicológico escandaliza a sus hermanos con su conducta incoherente, entonces ese hombre o esa mujer se convierte en piedra de escándalo para la gente buena y sencilla. Una verdadera catástrofe dentro de la comunidad local, escolar, parroquial... en que está integrado.

En este caso, para una conversión radical el sujeto necesita ante todo más informaciones, más conocimientos. Efectivamente, tengo la sospecha de que hay religiosos que no consiguen vivir su vida consagrada de una forma coherente simplemente por falta de una buena formación. Pero toda formación parte del conocimiento de lo que se quiere. Y el conocimiento está hecho de informaciones. Pero no es totalmente seguro que, para tener buenas informaciones, baste con participar en una conferencia o en una exposición sobre la doctrina de la vida religiosa. De tres personas que asisten a una conferencia, quizá haya una que comprenda, acepte y haga suyo el 30 por 100 del contenido doctrinal expuesto por el conferenciante; otro se quedará quizá sólo con el 10 o el 15 por 100, y es posible que el tercero apenas haya comprendido un 2 por 100. Cada uno integra sólo lo que descubre personalmente. Nuestro saber está hecho de descubrimientos personales.

Todo descubrimiento es una experiencia que toca más o menos profundamente a la emotividad: alegría, sorpresa, miedo, rabia, entusiasmo, etc. La emoción más o menos importante que acompaña al descubrimiento imprime la noción o bien la comprensión experimentada a nivel de la inteligencia, de la representación, de la imaginación, de la fantasía... dentro de la memoria. En este nivel este material es elaborado a través de la comparación, de la confrontación, de la asociación... con otros conocimientos ya integrados. Así es como se elabora el saber de cada uno. Repetir sólo mecánicamente lo que ha dicho un instructor o un conferenciante no es nada más que una repetición. No es un verdadero saber.

Así pues, dar mayor información al formando es ayudarle a comprender y a integrar nuevas nociones respecto a su vocación. Esto es fundamentalmente un problema de motivación. Si el alumno o el formando no aprende, el educador inteligente no lo acusará de ser estúpido o perezoso, sino que se preguntará a sí mismo: "¿Cuál ha sido mi error? ¿Qué es lo que hago o dejo de hacer para que este formando no sea sensible a lo que digo..., a lo que hago?..."

Si lo que le digo a mi formando resbala por encima de él es porque no he conseguido interesarle en ello. La falta de interés por lo que quiero enseñar puede tener una doble explicación:

  1. La cosa que yo creo importante puede no tener tanta importancia para el formando.

  2. Mi forma de ser o de expresarme puede no tener verdadera significación para el formando.

En todo caso, reprochar al alumno o al formando porque no aprende, en general, no es una verdadera ayuda. Más aún, puede bloquear más todavía su sensibilidad. El primer paso que hay que dar entonces será siempre que el formador se examine a sí mismo. Quizá descubra que tendrá que cambiar la estrategia de su enseñanza, adoptar otro método y, sobre todo, mejorar los incentivos para una motivación eficaz.

La calidad de la actitud externa y del comportamiento está siempre en relación con la actitud interna. Y la calidad de esta actitud nace a su vez de la calidad de los sentimientos, de las expectativas y de los deseos. La finalidad y la función de la actitud y del comportamiento consisten en realizar los valores. Por consiguiente, a través del análisis prospectivo de la actitud y del comportamiento de un formando se puede descubrir algo respecto a los valores que intenta seguir. Los valores se buscan con un empeño tanto más comprometedor cuanto más urgente es la necesidad personal que hay que cubrir.

La falta de interés del formando para aprender nuevas informaciones, su aburrimiento o no participación en la discusión de los valores vocacionales o de otro tipo dentro de este contexto pueden muy bien esconder una preocupación íntima por otros valores. Una preocupación demasiado intensa del formando por ideas, imaginaciones y fantasías propias de otros valores bloquea su sensibilidad ante la motivación que intenta el formador para presentarle su enseñanza. Por eso mismo, no podrá fijar su atención en el tema del estudio y será incapaz de aprender.

En realidad, todo alumno y todo formando medianamente inteligente siempre está con ganas de buscar y de aprender. Si el tema que se le presenta por el educador no corresponde a sus necesidades fundamentales, lo dejará caer.

Pero seguramente no se queda psicológicamente inactivo. Lo que el educador llama distracción del alumno es, en realidad, una actitud subconsciente de un esfuerzo mental de búsqueda de un camino para salir de las dificultades en que se encuentra.

La verdadera ayuda a un formando que no demuestra tener interés en la adquisición de nuevas informaciones y de nuevos conocimientos respecto a la vida religiosa consistirá en asistirle en un trabajo personal de concientización de sí mismo. El formando es consciente de sí en la medida en que se da cuenta del por qué de lo que hace, de lo que piensa, de lo que sueña, de lo que desea... Un religioso plenamente consciente de sí conoce siempre con mayor o menor claridad la finalidad profunda de sus impulsos, de sus tensiones, de sus resistencias. Por eso precisamente no basta con presentar al formando los valores evangélicos de la vida consagrada. Estos valores no serán comprendidos ni deseados realmente hasta que el sujeto se haya sensibilizado suficientemente para percibir toda su significación humano-espiritual. Pero la sensibilización para esta visión y para esta comprensión íntima es tarea principal de la motivación pedagógica, cuya responsabilidad corresponde por completo al educador, al formador.

Un apoyo eficaz para la internalización de los valores consiste en la ayuda a asumir la opción hecha, a discernir su propia vocación y a controlar sus sentimientos.

Ayudar a asumir. Se trata de ayudar al formando a tomar una conciencia clara de la opción hecha y a asumir todas sus consecuencias. La mayor parte de los formandos y de los jóvenes religiosos tienen necesidad de cierto espacio de tiempo para que lleguen a asumir plenamente la opción hecha. Tienen, además, necesidad de un apoyo amigable para poder superar las dudas y los temores. Abandonados a sus propias fuerzas podrían desanimarse.

Luego será necesario que lleguen a asumir también una forma de actividad apostólica que no se base en el deseo de realizarse, sino en el deseo de perderse, de morir por causa del Reino. Para que el formando o el novicio pueda hacerlo con eficacia es menester que comprenda que la realización de sí del consagrado consiste precisamente y tan sólo en la realización de los grandes valores de la vida consagrada. Esto supone una ayuda al formando en el sentido de que tenga el coraje de escoger libremente el contenido y la orientación de la realización de sí. Esta realización es siempre para el religioso el fruto del empeño del hombre por vivir con fidelidad su trascendencia a través de los valores trascendentales que ha escogido y asumido.

El punto más delicado y también el más decisivo del pro-ceso de formación para la vida consagrada es el de armonizar las exigencias de las necesidades naturales con las de la llamada de Dios a la vida consagrada. La capacidad de llevar a cabo esta tarea permite al formando vivir de modo coherente los valores elegidos y proclamados. El fracaso en este intento significaría que el sujeto no está en su lugar debido. Para no arruinar por completo su vida y para que no siga haciendo daño a sus compañeros debería reconsiderar su primera decisión y hacer una nueva opción. Por con-siguiente, se trata de un problema crucial que exige una nueva decisión. En ese caso, el superior-formador tiene el sagrado deber de asistir al formando para ayudarle a encontrar una salida digna de su estado de ánimo.

Todos los incentivos pedagógicos de la casa de formación que buscan la realización de un valor de la vida religiosa son buenos. Más aún, las iniciativas personales que ofuscan de algún modo estos valores son malas.

El consagrado se realiza viviendo intensamente los valores trascendentales del evangelio. Pero esto es posible en la medida en que quedan internalizados esos valores. A medida que el formando logra internalizar los valores que proclama con su decisión de consagrarse a Dios en la vida religiosa, se va convirtiendo realmente en una persona consagrada, ya que sus actitudes y sus comportamientos nacen espontáneamente de esos valores y no ya de sus necesidades naturales. En efecto, la conducta de cada individuo es la manifestación concreta de lo que es. Somos en lo más profundo de nuestro ser lo que son nuestras convicciones y evidencias más profundas, que no siempre son plenamente conscientes.

La madurez espiritual está condicionada por la madurez psicológica, ya que gratia supponit naturam. Psicológicamente maduro es el religioso que logra conciliar de manera adecuada las exigencias del reino de Dios con sus necesidades naturales de éxito, de autonomía personal, de amar, de ser amado...

Si el formador es una personalidad suficientemente madura, equilibrada y tranquila..., el formando se sentirá ayudado por la sola presencia del mismo en su vida.