DOCE ORACIONES


 

El nombre olvidado

 

Tú eres en mí como un nombre olvidado.

Conozco ese nombre perfectamente

y, sin embargo, lo olvido siempre.

Hurgo en mi memoria buscándolo,

porque me atormenta,

y a veces aflora, pero de pronto

vuelve a sumirse donde no puedo alcanzarlo.

Entonces me siento muy triste,

sin saber adónde volverme.

Tiendo trampas en las que atrapar
        a la rebelde palabra.
A veces la tengo en la punta de la lengua,
        y creo que voy a dar con ella...
        pero se niega a emerger.
Sin embargo, conozco tan bien ese nombre
        que estoy seguro de que lo he de reconocer
                en cuanto lo escuche.

Pues nada conozco tan bien como a Ti,
        aunque te obstines en eludirme.

Yo ya te he conocido,
        yo ya he vivido de Ti,
                y estás inscrito en lo más hondo de mi ser.

Pero te he perdido,
        olvidado,
                descuidado,
                        rechazado tantas veces...

Cien veces has emergido en mi vida
        sin que yo te prestara atención.

Pero has dejado en mí una huella indeleble.
Si aún sigo buscando tu nombre,
        es porque despierta en mí

                mi aspiración más esencial.
Pero, en cuanto creo tenerte,
        ya te he perdido...

 

Intento decir algo sobre tu silencio

 

Señor, no tengo nada que decirte.

Ante Ti, las palabras se detienen en mis labios.

¿Qué puedo decirte que no sepas Tú mejor que yo?
¿Acaso mis quejas van a cambiar tu corazón?

No tengo nada que pedirte.

Cada una de mis peticiones se vuelve nada

ante tu sabiduría y tu bondad.

¿Por qué informarte de mis deseos?

Lo que me falta

        es abrirme a lo que Tú no dejas de proponerme.

Tú no eres para mí un interlocutor.

Tú lo sabes todo, y yo no tengo nada que enseñarte.

Tú no eres un amo,

pues me sirves como yo no te he servido a Ti jamás.

 

Hablo... Intento decir algo sobre tu silencio.

De los dos, eres Tú quien ora al otro.

¡Yo no puedo más que escucharte!

¡Y cuánta necesidad tengo de callar

        y de oir esa palabra que regenera...!

Tú eres mi fuente y mi impulso.

Y sólo bajo tu acción fluye la vida en mí.

 

Tengo la imperiosa necesidad de contemplarte

        para poder volver a soportar el verme.

Tengo la imperiosa necesidad de demorarme pensando en Ti

        para reconciliarme con los demás y conmigo mismo.

No sé nada de mí mientras no te conozca.

No hay nada en mí que me agrade mientras no descubra en ello
        tu inspiración, tu semejanza y tu imagen.

En tu presencia, el tiempo ya no es lo mismo.
Ya no es devorado por la agitación
        ni aniquilado por la inacción,
                sino que fluye denso, sólido, incomparable...

De intenso que es, hace daño y, sin embargo,
        cuando interrumpo mi oración,

        sólo hallo gusto en reiniciarla.

Sin Ti, el futuro sería tan sombrío como el pasado,
        y yo no prometería nada
        si no fueras Tú el testigo de mi búsqueda.

Tu presencia permite soportar tanto el misterio tremendo
        del pasado como el del futuro.

Ya no me angustia tener que inventarlo cuando considero

        el asombroso brotar de tu obra en mí.

Bajo tu luz bienhechora se disipan mis temores,

mis quejas se tornan agradecimiento

                y mi paz se funde irresistiblemente en acción.

 


No te he reconocido

Raras veces sé, Señor, cuándo me encuentro contigo. Pero suelo saber perfectamente cuándo te he fallado: cuando, con el corazón desgarrado, caigo en la cuenta

de que he permitido que te alejaras,

cuando he dejado pasar la ocasión de ayudarte o de sonreírte, cuando te imagino prosiguiendo tu camino, en solitario, entre todos los que te ignoran como yo.

Tu llamada es un murmullo,

y el echarte en falta es mordedura.

Tu rostro puede ser cualquiera, pero no sé si la herida que dejas en el corazón proporciona más sufrimiento que dulzura.

Ese hombre mal vestido al que no he querido pararme a recoger en la carretera;

ese emigrante que, en la farmacia,

no sabía qué remedio pedir para su mal ni con qué dinero iba a pagarlo;

ese amigo que ha guardado silencio tanto tiempo, porque sufría demasiado como para escribir, y al que no he sido capaz de buscar;

esos jóvenes desorientados que no quieren

tener necesidad de nadie;

esos ancianos solitarios, arrojados fuera de la vida,
en lugar de darles calor hasta su muerte...

Tu presencia es demasiado discreta: estamos demasiado ocupados, acuciados, endurecidos...

¿Hasta cuándo tendrás que orar por quienes, como nosotros, «no saben lo que hacen»

ni saben nunca lo que haces Tú?

Sé muy bien lo que me falta.

Mido perfectamente la distancia entre lo que soy y

lo que tú me llamas a ser, entre lo que sé y

lo que deseo.

Y es que yo soy de otra parte:

Pertenezco a un país

en cuyas fronteras no dejo de vagabundear, Sé que no me encontraré a mí mismo

mientras tú no me hayas acogido. Sé que estaré perdido

mientras tú no me hayas encontrado.

No te buscaría tan insistentemente...
si no te conociera tan bien.

 


Mi vida

Por mucho que me remonte en el recuerdo, allí estás tú.

Tú me habitas desde siempre.

Tú has brotado en mí

como un árbol brota del suelo.

Mi vida es mucho más

tu vida

que la mía.

Tu presencia, invisible y muda,

es tan densa

que dudo más de mi existencia

que de la tuya.

 

Tú eres el amante

que restablece mi voluntad dispersa.

Tú eres el canal

que encauza mi inconsciencia.

Tú eres la muralla

que abriga mis tormentos.

Tú eres el refugio

de mis desesperanzas.

Tú eres la llama

que reanima mi torpor.

 

Cuando no sé lo que yo quiero,

si no sé lo que tú quieres,

rechazo con todas mis fuerzas, no obstante, todo cuanto no seas tú.

 


Más íntimo

Tú eres lo más íntimo de mí:

¡haz que yo sea lo más íntimo de ti!

Tú eres mi compañero más fiel:

¡haz que deje de huir de lo que es toda mi felicidad!

Tú eres la fuente de mi vida... y yo me lanzo aquí y allá como la ola que viene a morir en la playa.

Tú murmuras incesantemente en mí,

y yo grito lo que sea y a quien sea para tapar tu voz. Tú eres mi raíz inextirpable,

y yo me pongo a merced de todos los vientos como si quisiera arrancarme de ti.

Tú eres Belleza,

y yo ya me he acostumbrado a no ver. Tú eres Luz,

y yo he acabado creyendo a quienes me dicen que eres Noche.

Tú me resultas evidente por tu ausencia,

pero yo espero siempre encontrarte mejor en las presencias.

Tú te expresas a través de todas mis palabras, y yo no escucho para nada.

Tú amas en todos mis amores,

y yo no sé amarte.

Tú me sostienes en todos mis impulsos,

y éstos acaban en cualquier parte menos en ti.

Tú eres lo más cercano que yo tengo... y lo más ignorado.

 

En tus manos

Repito incansablemente las mismas palabras...

En tus manos, Señor,

pongo mi espíritu.

En tus manos vivificantes

pongo mi espíritu agotado, extenuado.

En tus manos tranquilizadoras

pongo mi espíritu agobiado y tenso.

En tus manos purificadoras pongo mi espíritu

para que me enseñes

la santidad de la carne

y la transparencia del alma.

En tus manos confortadoras

pongo mi espíritu débil y vacilante

para que pueda confortar a los demás.

En tus manos regeneradoras

pongo mi espíritu

que querría resucitar.

En tus manos...

En tu fuente

quisiera sumergirme por completo para salir de ella renovado, rutilante de frescor,

de inocencia y de alegría.

En tus manos, Señor,

pongo mi espíritu

para que seas tú

quien hable cuando yo hablo, quien ame a los que yo amo, quien cure a los que yo cuido.

 

 

Meditando a san Juan

«Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae...» (Jn 6,44).

Sólo voy a Ti porque Tú me llamas,

tan sólo te busco porque Tú ya me has encontrado, y mi paz se apoya en tu fidelidad.

Si algún día llego a aceptarme,

será porque Tú me has aceptado desde siempre.

Tú eres en mí mucho más amante que amado,

mucho más orante que orado,

mucho más servidor que servido.

Podré olvidarte y renegar de Ti,

pero Tú siempre te acordarás de mí.

El hambre que yo tengo de Ti no es nada

en comparación con el hambre que Tú tienes de mí.

Podré dejar de ser hijo, pero Tú jamás dejarás de ser Padre.

Podré aparentar que soy capaz de prescindir de Ti,

pero Tú no eres capaz de prescindir de mí.

Tengo necesidad de Ti para llenar mi insuficiencia,

pero Tú necesitas de mí para difundir tu sobreabundancia.

Tú estás conmigo aun cuando yo no esté contigo;

estás dentro de mí, y yo, en cambio, estoy fuera.

Si soy fiel, es gracias a tu fidelidad.

Y sé que no soy perseverante,

pero ¿quién podría dejarte?

El movimiento más profundo de la vida en mí

es un movimiento de ascenso hacia Ti.

Tu necesidad de mí se hace poco a poco necesidad mía de Ti.

 

 

Señor, el que amas está enfermo

Mira, Señor,

en qué estado me presento ante Ti: inerte,

bloqueado,

inconsciente,

sordo,

mudo...

¡Mi único logro

es estar tan perfectamente vacío! ¿Qué vas a poder hacer conmigo?

¿Has visto alguna vez a un ser

más recalcitrante,

más sordo a tu llamada,

más impermeable a tu influjo?

Y lo que aún es más grave

es que, en alguna zona de mí mismo,

me gusta estar así de enfermo,

me gusta no pensar ya en nada, me gusta no desear ya nada,

me gusta no amar ya nada...

Me encuentro cómodo encerrado en mí mismo, sin toda esa gente

que no deja de hostigar

y molestar...

Me encuentro cómodo «fuera de servicio», justificado para no hacer absolutamente nada. Sobre todo, una cosa:

¡no vengas a importunarme con tus cuidados y a amenazarme con la curación!

Me da miedo que te acerques,

porque sé el poder que tienes sobre mí. Resuena ya en el fondo de mí mismo el ruido que hacen tus pasos

cuando vienes a mi encuentro... Temo ese momento en el que

estaré de nuevo en tu presencia,

sin armas,

sin defensa...

Y es que Tú me conoces como persona, me hablas

como nadie me ha hablado jamás y me resucitas a una vida

como jamás había vivido.

Y aquí me tienes de pie, delante de Ti, sin darme cuenta siquiera de que me he levantado.

 

 

Al Creador

¿Qué fue lo que te indujo,

Señor,

a crear un mundo como éste?

Un mundo

al que somos arrojados

como ciegos cachorrillos.

Un mundo

en el que hace frío,

se pasa hambre

y nos debatimos entre tinieblas.

Un mundo

en el que todo me resulta problemático,

incluso mi propia existencia.

Por supuesto que la naturaleza es hermosa, tranquilizadora y benéfica.

Pero ¿qué sabe ella de mi angustia?

A veces creo descubrir en ella tu rostro, pero ¿puedo reconocerte también en la tempestad,

en el rayo,

en los ciclones,

en los terremotos...?

Los hombres no hablan más que de amor, no aspiran a otra cosa que el amor. ¡Pero mira lo que hacen con él...!

¿No eres más que espectador curioso de nuestros incesantes esfuerzos

y nuestros incontables fracasos?

¿Prosigues impasible

tus experiencias de vivisección? ¿O, por el contrario,

sufres como nosotros,

con nosotros,

nuestros interminables titubeos?

¿Eres Tú el Creador atormentado por no poder dar a luz tu obra?

¿Te hieren, día tras día,

las asperezas de la materia

y la resistencia de los hombres?

Serías el más dependiente de los seres si, al igual que nosotros,

dependes de quienes dependen de Ti.

Serías el más doliente de los seres si,

como ocurre con nosotros,

te hace más daño el sufrimiento de los demás

que el tuyo propio.

Serías el más impotente de los seres si, como nosotros,

no pretendes imponer nada

a aquellos a quienes amas.

 

Yo sé que Tú nos aventajas

en la inmensa compasión

que te hace solidario

de todos los torturados

y todos los lastimados del mundo.

¡Qué fe tiene que animarte para que sigas día a día

perfeccionando tu obra!

¡Qué esperanzas has de tener para que nada te desanime!

Ya sé que somos contigo impacientes,

impositivos, ingratos e injustos.

 

Pero tan grande es nuestra necesidad

de conocerte y de amarte

que no te damos tiempo para que concluyas tu obra y te reveles en ella.

La Creación

es Pasión y Paciencia.

El mundo está con los dolores

de un misterioso parto.

¡Que mi paciencia responda a la tuya

como tu Pasión de amor responde a la mía!

 


Padre nuestro

Padre nuestro,

Tú estás con nosotros.

Tú nos revelas tu amor

y nos colmas de él.

Ayúdanos a vivir de él plenamente

para vivificar con él todo cuanto nos rodea.

Tú has establecido en nosotros tu morada,

y nosotros queremos reconocerte en cada ser humano

para tributarle la dignidad

y el respeto que merece.

A través de Jesús

has revelado

tu verdadera naturaleza.

A imitación suya,

trataremos de hacer que reinen

la justicia,

la igualdad

y el amor sobre la tierra,

para que sea un lugar donde nos amemos los unos a los otros.

 

Tú has repartido tan bien tu pan

que nos haces desear repartir también el nuestro.

Tú nos has perdonado tan perfectamente

que presentimos con cuánto tacto

podríamos reconciliarnos con nuestros hermanos. Tú nos acompañas en nuestras pruebas

y nos haces posible superarlas.

Tú estás con nosotros en nuestras tentaciones

para proponernos que las venzamos contigo.

Y yo creo que contigo,

en Ti y por Ti,

libraremos al mundo del mal.

Amén.

 

Alégrate

¡María, llena de amor!

El Señor está contigo,

y los dos, el Señor y tú, estáis con nosotros.

En ti se han revelado y son veneradas, al fin,
        todas las mujeres de la tierra.

En tu hijo Jesús
        radica nuestra mejor esperanza.

Pequeña María,
tú te atreviste a creer
que ibas a traer a Dios al mundo.

Ruega por nosotros, tus hijos,
para que también nosotros le permitamos
        nacer,
                crecer
                        y brillar
en nosotros
        y en los demás
ahora y por siempre.
Amén