EPÍLOGO


a) Nuestra hermana pequeña

Al final del Cantar, después del largo camino, terminado el catecumenado: Tenemos una hermana pequeña. Los recién bautizados son como recién nacidos que desean la leche espiritual pura, a fin de crecer con ella para la salvación (1Pe 2,2). Los hermanos mayores la contemplan y dicen: No tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana, el día que vengan a pedirla? Los hermanos mayores la ven sin gracia, incapaz, en su pequeñez, de defenderse, de atraer la mirada de nadie hacia ella, incapaz de alimentar con la leche de su doctrina a los demás. Según ellos no sirve para nada, pues no ven en su debilidad la fuerza del Señor (2Cor 12,10; 1 Cor 1,17ss). Desean proteger a su hermana pequeña como se defiende a una ciudad: Si es una muralla, edificaremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella como defensa planchas de cedro. Desean revestirla de lo que ella se ha despojado.

Ella protesta: Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Por ser pequeña y humilde, sabe defenderse a sí misma de los asaltos del enemigo, pues no pone la confianza en sí misma, sino en "el que derriba a los potentes de sus tronos y exalta a los humildes" (Lc 1,52). Sus senos, ocultos, son como torres; pequeña en inocencia, es adulta en la fe, "niña en malicia, adulta en el juicio" (1Cor 14,20), "ingeniosa para el bien e inocente para el mal. Así el Dios de la paz aplastará a Satanás bajo vuestros pies" (Rom 16,19s). Después de su largo itinerario se ha hecho pequeña, pero "no es como los niños llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, que llevan nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4,14-16).

La esposa se sabe fuerte porque ya ha aprendido a "combatir no con la carne. ¡No!, las armas de nuestro combate no son humanas; es Dios quien da el poder de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios" (2Cor 10,3ss). Con la confianza en Dios el pequeño David puede enfrentarse al gigante Goliat: "Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en el nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que tú has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos" (1 Sam 17,45). Los hermanos mayores, como Saúl, pretenden revestirla "de sus propios vestidos, con un casco de bronce en la cabeza, una coraza en torno al pecho y una espada ceñida sobre el vestido" (iSam 17,38). Ella ya no se deja engañar, se ha despojado de las obras de las tinieblas y se ha revestido de las armas de la luz (Rom 13,12). Conocida su debilidad, su fuerza es el Señor: "Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo. Por eso, tomad las armas de Dios para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido en todo, manteneos firmes, ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los dardos del Maligno. Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y velando con perseverancia" (Ef 7,10ss). Así, levantada sobre la roca (Mt 7,24), es una muralla inexpugnable.

Así soy a sus ojos como quien ha hallado paz. No necesita otra defensa quien vive bajo la protección del esposo. Ha hallado paz y es mensajera de paz. La amada, la nueva Jerusalén, con su fe renovada es constituida esposa y madre, a cuyos pechos abundantes serán alimentados sus innumerables hijos. El Amado le ha llevado, a través de la humildad, a la sencillez de la paloma; ahora vive "para alabanza de la gloria de la gracia con la que le agració el Amado" (Ef 1,6).


b)
Mi viña está ante mí

Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas, y cada uno le traía sus frutos: mil siclos de plata. Mi viña es sólo para mí; para ti los mil siclos, Salomón; y doscientos para los que guardan sus frutos. Salomón "hizo obras magníficas: se construyó palacios, plantó viñedos, se hizo huertos y parques y plantó toda clase de árboles frutales, hizo albercas para regar la frondosa plantación" (Qo 2,4-6). Salomón confió esta espléndida plantación a los guardianes para que la guardaran y cultivaran. El Amado o la amada se dicen mutuamente: No me interesa una viña rica como la de Salomón; ellos están contentos con la viña que les ha tocado en suerte: "Para mí, dice la esposa, mi bien es estar junto a Dios, he puesto mi cobijo en el Señor, para publicar todas sus obras" (Sal 73,28). El Señor elige a Israel como su heredad, le arranca de Egipto, le lleva "sobre alas de águila" (Ex 19,3) y le planta en el monte de su herencia, en el lugar que se había preparado como su sede (Ex 15,17). Por ello le dice: "Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblo de la tierra" (Dt 7,6). "Tú no tendrás heredad; no habrá para ti porción entre ellos; Yo soy tu porción y tu heredad" (Nm 18,20). La esposa, que se siente llamada a cantar las alabanzas del Señor (43,21), acoge agradecida su don y canta: "El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte está en su mano; me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad" (Sal 16,5). No desea otra cosa; se siente feliz "morando en la casa de Dios todos los días de su vida, gustando de su dulzura" (Sal 27,4). "¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad!" (Sal 33,12;144,15). Sí, "vale más un día en tus atrios que mil en los palacios de los potentes; mejor es estar en el umbral de la casa de mi Dios que habitar en las tiendas de los malvados" (Sal 84,11).

El Amado proclama: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz. Vosotros que no erais pueblo, ahora sois el pueblo de Dios; vosotros, de los que antes no se tuvo compasión, ahora habéis alcanzado misericordia" (1Pe 2,9s). Con razón canta la esposa al Cordero: "Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra" (Ap 5,9ss).

La viña del Señor es más preciosa que la que produce al rey frutos cuantiosos. Dios mismo la cuida y protege. Cuando Israel era un niño, Dios manifestó con él su solicitud y ternura (Os 11,1-4). A Dios le gusta rodearse de los niños, de cuya boca recibe la alabanza perfecta (Sal 8,3; Mt 21,16). En el regazo de Dios el niño se siente seguro (Sal 131,2). Con un niño, Dios restablecerá su reino, se hará Emmanuel, "Dios con nosotros" (Is 7, l4ss; 9,5ss).

Niño pequeño apareció entre nosotros el Hijo de Dios (Lc 2). Él bendice a los niños (Mc 10,16), les revela los misterios del Padre (Mt 11,25ss), "pues de ellos es el reino de los cielos" (Mt 19,14). Sólo "como niño pequeño se puede acoger el reino" (Mc 10,15). Todo el itinerario en pos de Jesús es para "volver a la condición de niño" (Mt 18,3), "renacer de lo alto" (1Jn 3,5) para tener acceso al reino. "Hacerse pequeño" (Mt 18,4) como un niño es el camino para ser hijo del Padre celestial. Pequeño y discípulo son equivalentes (Mt 10,42; Mc 9,41). ¡Bienaventurado quien acoja a uno de estos pequeños! (Mt 185;25,40), pero ¡ay del que los escandalice o desprecie! (Mt 18,6.10), pues "ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte" (1Cor 1,27).

Mi viña, la mía, está ante mí. ¡Qué largo camino ha recorrido la amada! Ella que empezó confesando "mi propia viña no la he guardado" (1,6), ocupada en las viñas ajenas, ahora está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede decir: "He competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la fe" (2Tim 4,7).


c) Huye, Amado mío

Tú que habitas en los jardines, donde tus compañeros te escuchan, déjame oír tu voz. El Señor dice: ¡Oh Asamblea de Israel!, tú que estás entre las naciones como un pequeño jardín, hazme oír la voz de tus cantos, la alabanza de tus labios. Levanta tu voz y que la oigan todos los que te rodean. Los compañeros, los amigos fieles, que han seguido el itinerario de la esposa hasta el final, escuchan su voz, eco de la voz del Señor, que dice: "Escuchad al Amado" (Mt 17,5). La esposa repite: "Haced lo que él os diga" (1Jn 2,5).

Esto se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los encerró en el calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y fue a escuchar qué himno cantaban. Entonces oyó que entonaban: "Nuestro señor, el rey, es nuestra alabanza, él es nuestra vida". Entonces el rey exclamó: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo escuchen. Así mismo, aunque los israelitas tengan que dedicarse durante seis días a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado madrugan y van a la sinagoga y recitan el Shemá, danzan ante el armario que guarda los rollos y leen la Torá. Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo escuchen.

¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta el monte de las balsameras! Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de Israel: ¡Huye, Amado mío, de esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah en los cielos excelsos! Y en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como la gacela que, cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un cervatillo que, cuando huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de nosotros y, desde los cielos excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción (Sal 11,4) hasta que te dignes redimirnos y nos hagas subir al monte de Jerusalén: allí te ofreceremos el incienso de aromas (Sal 51,20s).

Simón el justo, uno de las últimos miembros de la Gran Asamblea de Israel, solía decir: "El mundo se sostiene sobre un trípode: la Torá, el Culto y la Misericordia". La amada escucha la palabra del Amado; el Amado se complace en oír la voz de la amada en el canto de la asamblea; y de la palabra oída y cantada brota la misericordia que salva al mundo.

Se parece a un rey que organizó un banquete y convocó a los invitados. Después de comer y beber, algunos de los invitados se mostraron agradecidos con el rey; pero otros le criticaron. El rey lo notó y se enojó. Pero la reina abogó por ellos, diciendo: ¡Majestad!, en vez de fijarte en los que después de comer y beber te han criticado, fíjate más bien en los que se han mostrado agradecidos y te han alabado. Así mismo, cuando los fieles del Señor, después de comer y beber, se muestran agradecidos y alaban al Señor, Él presta atención a su voz y se complace: en cambio, cuando las naciones extranjeras, después de comer y beber, blasfeman y le insultan con las obscenidades que dicen, entonces él piensa incluso en destruir el mundo. Pero la Torá entra y aboga en su favor, diciendo: ¡Señor del universo!, en vez de fijarte en éstos que blasfeman y te provocan, mira más bien a tu pueblo, que se muestra agradecido, te ensalza y alaba tu Nombre excelso con himnos y alabanzas. Y en atención a ellos el Señor no destruye el mundo.

El Cantar no termina instalando a los esposos; la esposa guarda en su memoria la imagen del esposo como gacela o cervatillo saltando por los montes. Siendo así es como ella se ha enamorado de él y eso quiere que siga siendo: ¡Sé como gacela o el joven cervatillo por los montes de las balsameras! Día a día le seguirá esperando, anhelando que él llegue y la sorprenda. El amor no es rutina, siempre es nuevo, esperado, deseado, recreado.

Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una muchedumbre inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos, cantará: "¡Aleluya! Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado con vestidos de lino deslumbrante de blancura" (Ap 19,7).