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¡BENDITA TÚ ENTRE TODAS LAS MUJERES!: 6,4-7,11

 

a) ¡Qué hermosa eres, amada mía!

Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá, encantadora como Jerusalén, imponente como batallones. Dijo el Señor: ¡Qué bella eres, amada mía, cuando te complaces en mi voluntad! Entonces tu terror te acompaña ante todas las naciones, como cuando tus cuatro batallones andaban por el desierto: "Cuando el Arca se movía, Moisés decía: Levántate Señor y se dispersen tus enemigos y huyan de tu presencia los que te odian" (Nú 10,35; Sal 68,1).

¡Qué hermosa eres, amada mía! Por un momento te olvidé, pero de nuevo me acordé de ti. Te conduje al desierto, te hablé al corazón y tú has respondido con el impulso de una nueva juventud. Me has llamado "esposo mío" y te has desposado conmigo en gracia y ternura. Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios (Os 2). Ahora que has vuelto a mí estás más bella que nunca. Las lágrimas de tu conversión te han hecho encantadora. El amor recreado supera al primer amor.

La amada, con belleza fulgurante, crea en quien la contempla la emoción que se siente al ver desplegadas al viento las banderas de un ejército inmenso. Es una imagen de triunfo, con dos ciudades emblemáticas de Israel al fondo. Una es Jerusalén, "ciudad firme y compacta" (Sal 122,3), "altura hermosa, alegría de toda la tierra, capital del gran Rey" (Sal 48,3), "la ciudad de nuestras fiestas" (Is 33,20), "revestida de esplendor, con los más hermosos vestidos" (Is 52,1), "revestida de luz" (Is 60,1), "hermosura perfecta y gozo de toda la tierra" (Lm 2,15). Jerusalén es el signo de lo más precioso y fascinante que existe en la tierra: "Sus puertas serán renovadas con zafiros y esmeraldas y de piedras preciosas sus murallas. Sus torres serán edificadas con oro, y con oro puro sus baluartes. El pavimento de las plazas será de rubí y piedras de Ofir" (Tb 13,17-18). Y junto a Jerusalén, capital de Judá, el reino del sur, aparece Tisrá, capital de Israel, el reino del norte (1 Re 14,17; 15,21; 16,6ss); su nombre significa "la deseable". La amada une en sí la belleza de los reinos. En ella encuentra el Amado paz y gozo pleno.

Con el resplandor del Señor de la gloria, brillando sobre el rostro de la esposa, ella se hace luminosa como la luna con los rayos del sol. El coro de los ángeles la incluye en su alabanza al Señor: "Gloria a Dios en lo alto de los cielos y en la tierra paz a los hombres en quien él se complace" (Lc 2,13-14). Con la encarnación de Cristo, Jerusalén se ha hecho realmente "la ciudad del gran Rey" (Mt 5,35). Encantadora como Jerusalén es la Iglesia, morada permanente del Señor de la gloria. Y con la Iglesia, cada fiel, habitado por el Señor, se transforma en luz, donde el Padre es glorificado (Mt 5,16). Con el descenso del Hijo desde el seno del Padre (1Jn 1,18) al seno del cristiano, éste se transforma en templo de Dios, casa de oración para todas las gentes (Mc 11,17), lugar de la salvación y misericordia para los hombres. Pues nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9). Él se hizo siervo para que nosotros reináramos con él (Rom 5,17).

La presencia del Señor hace de la Iglesia la nueva Jerusalén, madre fecunda de hijos libres: hijos de la promesa (Gál 4,26-28). Rescatados, no por la espada, sino por el brazo potente de Dios (Sal 44,4ss), los hijos de la Iglesia, se sienten libres y firmes en el amor: "Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor unos a otros. Pues toda la Ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5,1ss). "Actuar, pues, como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino que, como siervos de Dios, honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios" (1 Pe 2,16-17). Para defenderse de la tentación de volver a la esclavitud, la Iglesia está dotada de toda la potencia del Señor, imponente como batallones en orden de batalla.

Aparta tus ojos porque me turban. La esposa había suplicado al esposo: "Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas, de esos impíos que me acosan, enemigos ensañados que me cercan" (Sal 16,8). El esposo ha escuchado la plegaria, según dice el salmista: "Él te libra de la red del cazador, con sus plumas te cubre, y bajo sus alas tienes un refugio" (Sal 90,3-4). Él encontró a la esposa en tierra desierta, en la soledad rugiente de la estepa, la envolvió y cuidó como a la niña de sus ojos (Dt 32,10). Luego, como un águila incita su nidada revoloteando sobre sus polluelos, el esposo desplegó sus alas, tomó a la esposa y la llevó sobre sus plumas (Dt 32,11). Bajo la protección de las alas de Dios, la esposa recibió alas de paloma para volar y reposar (Sal 54,7) en los ojos de Dios: "Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada, va a su descanso Israel" (Jr 31,2). Una vez que halló gracia a sus ojos, como Noé (Gén 6,8), entró en el arca y se salvó del diluvio; como David, halló gracia a los ojos de Dios y encontró el lugar de la Morada para el Señor (He 7,46). "No temas, dijo el ángel a María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios" (Lc 1,30). Es la gracia con que el Padre nos agració en el Amado (Ef 1,6). Ahora el esposo, encontrándose con la amada, exclama: ¡Cómo has cambiado, amada mía! Los tímidos ojos de paloma, que escondías tras el velo, después de la prueba del fuego, han quedado bruñidos como espadas, hasta turbarme. Como Jacob has luchado con Dios toda la noche hasta el alba y, como él, has vencido. Ahora eres fuerte, irresistible, pues cuentas con la fuerza de su bendición (Gén 32,23ss). Herida de amor, cojeando, te has echado a sus pies y él te ha estrechado entre sus brazos abiertos, más aún, has entrado en su costado, herido también de amor por ti.

Como no es posible fijar los ojos en el sol que ilumina Jerusalén, tampoco el esposo puede resistir los ojos fulgurantes de la amada, que le subyugan y encadenan. A su luz refulgen los cabellos, los dientes y las mejillas. Los amantes se dicen una y otra vez los mismos piropos. Por eso aquí se repiten los elogios de los cabellos y de los dientes y la mejillas (Cfr. 4,lss): Aparta tus ojos porque me turban. Tus cabellos son un hato de cabras que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos y entre ellas no hay estéril. Tus mejillas, como medias granadas tras el velo. Esposo y esposa son una sola carne; lo que la esposa dice del Cuerpo del Esposo (4,1ss), lo repite él de ella. Lo primero en que se fija es en la cabellera, "que es la gloria de la mujer" (1Cor 11,15). Luego alaba los dientes, es decir, a quienes nutren el cuerpo de la Iglesia, bañados en primer lugar ellos en la sangre del Cordero, para dar a los demás el alimento de la Palabra de vida. Así la Iglesia, fecunda en hijos, crece y se difunde con el testimonio y con la palabra. El testimonio de vida y el anuncio de los labios se completan. Con ambas cosas las mejillas de la esposa aparecen como medias granadas tras el velo. El martirio y el anuncio de Cristo crucificado son las dos medias granadas rojas que dan belleza y vida a la Iglesia. La palabra de la Iglesia es eficaz cuando está colorada de rojo, de la sangre que nos ha rescatado. Así Pablo no quería hablar de otra cosa que de Cristo, y Cristo crucificado (1Cor 1,23;2,2). Y la palabra, que predica, la lleva encarnada en sí mismo: "Con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20).

Éste es el tesoro escondido tras el velo del corazón, pues la esposa no pone su corazón en otra cosa (Mt 6,20-21), "pues en él ha sido enriquecida en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado en ella el testimonio de Cristo" (1Cor 1,5-6). Con David dice: "Para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas sus obras a las puertas de la hija de Sión" (Sal 72,28). Y con Pablo proclama: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss). "No hay temor en el amor, pues el amor perfecto expulsa el temor, que mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1Jn 4,18).


b)
Única es mi paloma

Esta plenitud del amor es el fruto del Espíritu Santo, don esponsal de Cristo a la Iglesia, por lo que puede decir de ella: Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la dio a luz. Las doncellas que la ven la felicitan, reinas y concubinas la elogian. El Espíritu, con el vínculo de la paz, es el lazo de la unidad, creando un solo Cuerpo, una esperanza, una fe, un solo bautismo (Ef 4,3ss). El Espíritu hace comprender a los discípulos que Cristo está en el Padre y ellos en él y él en ellos (1Jn 14,16.20). La plenitud del amor, fruto del don del Espíritu, hace que el Padre nos ame y venga junto con el Hijo a morar en nosotros (1Jn 14,23). Es el deseo del Amado: introducir a la amada en la unidad de la vida trinitaria: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (1Jn 17,21-23). Verdaderamente es única la esposa del Señor y, en su unidad, testimonia al mundo el amor de Dios. Por su amor y unidad la felicitarán las doncellas, la elogiarán reinas y concubinas. En ella, milagro de amor y unidad, el mundo encontrará la vida.

Filón de Carpasia canta: Eres hermosa, Iglesia santa, como la Jerusalén celeste, porque "te has acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel" (Heb 12,22-24). Pues, en tus santos, estás ya ante mi presencia, vuelve los ojos de tu corazón hacia mí, tu tesoro, y olvida los ajos y cebollas de tu vida pasada en la esclavitud. Tus hijos eran como un rebaño de cabras; la fe les ha despojado de su hombre viejo y ahora son un rebaño de ovejas lavado en el baño de regeneración. Entraron solos en el seno fecundo de la Iglesia y salieron con el Espíritu Santo. Y como recién nacidos se les tiñeron los labios de escarlata al beber la sangre de Cristo. Con la confesión de su fe se volvieron rojas también sus mejillas; esta sangre de Cristo se hizo patente en su testimonio. Así se unieron a la multitud innumerable de los creyentes de toda nación, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9). De todos ellos dice el Esposo: Única es mi paloma, mi perfecta. Única es la madre Iglesia, extendida por toda la tierra.

La asamblea de Israel, como una paloma perfecta (Os 7,11), daba culto al Señor con un solo corazón y se adhería a la Torá con corazón perfecto y sus obras eran como cuando salió de Egipto. Entonces los hijos de los Asmodeos y Matatías y todo el pueblo de Israel salieron a entablar batalla contra sus énemigos, y el Señor se los entregó en sus manos (1 Mac 7,43-48). Cuando vieron esto los habitantes de la tierra les felicitaron y los reinos de la tierra y los potentados los elogiaron (1 Mac 8,17ss; 10,22ss; 12,1-23).

La esposa es única, ella sola sacia cualquier deseo de amor en el Amado, colma su corazón. La amada es insustituible. Entre sesenta reinas, ochenta concubinas e innumerables doncellas ella es la amada, la única, la perfecta. Como para una madre su hijo es el ser más bello del mundo, para el Amado su esposa es la predilecta, que hace empalidecer a todas las demás. El amor exige la exclusividad. Las doncellas en coro elogian y felicitan a la elegida, "bendita entre todas las mujeres"; cantan su dicha: "Se levantan sus hijos y la llaman dichosa: ¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú las superas a todas!" (Pr 31,28s). "¡Bendita tú entre las mujeres!" (Lc 1,42), exclama Isabel ante María, que "ha hallado gracia a los ojos de Dios" (Lc 1,30). "Dios ha puesto los ojos en la pequeñez de su sierva; todas las generaciones la llamarán bienaventurada, porque ha hecho en ella maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc 1,48s).

Isaías, que en otro tiempo la contempló desolada (Is 37,26ss), la felicita: "Ya no se te dirá abandonada ni a tu tierra desolada, sino que te llamarán mi complacencia y a tu tierra, Desposada. Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa un joven con una doncella, así se casará contigo tu Creador, y con gozo de esposo se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5). La felicita Malaquías: "Todas las naciones te felicitarán entonces, porque serás una tierra de delicias" (Ml 3,12).


c) ¿Quién es ésa que asoma como el alba?

Sorprendidos, todos se preguntan: ¿Quién es esa que asoma como el alba, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones? Mientras flamean al viento las banderas gloriosas del esposo, vencedor de la muerte, la esposa asoma revestida del delicado brillo del alba, del encanto de la luna y del fulgor del sol. La aurora, con su luz tenue, apaga las luces de la noche y abre el camino a la luz del día. Dicen las naciones: ¡Qué espléndidas las obras de este pueblo! Son como el alba. Sus jóvenes son bellos como la luna y sus obras refulgen como el sol. Y su terror está en todos los habitantes de la tierra, como cuando los cuatro batallones anduvieron por el desierto (Nm 10,35).

Habiéndola conocido antes, los que la ven ahora se preguntan: ¿Quién es esa? Pues como el alba surge de las tinieblas, también la Iglesia surge de la idolatría, como anuncia Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará una luz de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,76-79). Como la aurora precede al sol, la amada precede al Sol de justicia, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (1Jn 1,9). La luz del sol, que nace de lo alto, se refleja en la Iglesia, bella y dulce como la luna que brilla en la noche. El Señor la ha mirado y en ella se refleja la luz del Amado: "Por ser Cristo luz de las gentes, su claridad resplandece sobre el rostro de la Iglesia" (LG 1). La luna no tiene luz propia, pero refleja en la noche la luz del sol. Penetrada por la luz del sol la irradia sobre la tierra. La aurora nos da la certeza de la llegada del sol (Os 6,3).

San Gregorio Magno dice que con razón se designa con el nombre de aurora a toda la Iglesia de los elegidos, ya que la aurora es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación de la aurora, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto dice acertadamente el Cantar de los cantares: "¿Quién es ésta que se levanta como la aurora?". Efectivamente, a la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, se la llama aurora, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.

La aurora anuncia que la noche ya ha pasado, pero no muestra todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tiene algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Así nosotros, en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Por eso dice Pablo: "La noche va pasando", pero no añade: "El día ha llegado", sino: "El día está encima". Nos hallamos, pues, en la aurora, en el tiempo que media entre las tinieblas y el sol. La santa Iglesia será pleno día cuando no tenga ya mezcla alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente iluminada con la fuerza de la luz interior. Anhelando llegar a la perfecta claridad de la visión eterna, la Iglesia ora con el salmista: "Mi alma tiene sed del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?". Y con Pablo confiesa: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia".

Se extrañaron las gentes al ver al paralítico de nacimiento que saltaba (He 3,10), al ver a Dorcás resucitar de la muerte (He 9,36-42), al ver la fuerza de Pedro, cuya sola sombra curaba a los enfermos (He 5,15). "Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a la vida eterna. Y la Palabra del Señor se difundía por toda la región" (He 13,48-49). A este jardín desciende el Esposo a ver si ha florecido la viña de Israel, arrancada de Egipto y trasplantada en la buena tierra (Sal 79,9). Y con sorpresa ve los frutos excelentes de las Iglesias, dispersas por la faz de la tierra, pero unidas, como granadas de color naranja vivo y sabor de vino, con sus innumerables granos bien compactos. Gozosa la Iglesia muestra al Esposo sus dos pechos: la Palabra de los dos Testamentos cumplida, duplicada: "Señor, cinco talentos (la Torá) me entregaste, aquí tienes otros cinco que he ganado. Señor, dos talentos me entregaste (en el Evangelio: amor a Dios y al prójimo), aquí tienes otros dos que he ganado" (Mt 25,14ss). El Esposo, complacido por su fidelidad, le invita a entrar en el gozo del Señor. Ella, sorprendida, nos dice: Sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe.


d)
Bajé a mi nogueral

El Apocalipsis (12,1 ss) nos recuerda el Génesis (3,15), donde se anuncia la perenne enemistad entre la mujer y la serpiente, entre la descendencia de ésta y la descendencia de aquélla, hasta que la descendencia de la mujer aplaste la cabeza de la serpiente, "serpiente antigua, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo" (Ap 12,9). También evoca el Exodo, con la alusión al desierto (v.6) y con "las alas de águila" dadas a la mujer para volar hacia él (v.14): "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí" (Ex 19,4). Este trasfondo permite reconocer en la Mujer al Israel de la espera y, sobre todo, al nuevo Israel del cumplimiento. En el centro aparece una figura gloriosa: una mujer vestida de la luz del sol, como lo está Dios mismo (Sal 104,2), apoyada sobre la luna y coronada de doce estrellas: "¿Quién es ésa que surge como la aurora, bella como la luna, esplendorosa como el sol, terrible como escuadrones ordenados?" (6,10). Esta Mujer es la Madre, la Esposa, la Ciudad Santa, símbolo de la salvación, encinta del Mesías. Los dolores de parto aparecen en los profetas como imagen o preludio de la llegada del Mesías.

Bajé a mi nogueral para ver los brotes de la vega, a ver si la vid estaba en ciernes y si florecían los granados. Del palacio real el esposo desciende a la intimidad del jardín. Paseando por él, a la hora de la brisa de la tarde, contempla los brotes, las vides en flor, las gemas de las granadas. Es su nogueral. El Midrás compara a la Asamblea de Israel con el nogal. Como el nogal se poda y rebrota, pues le sienta bien la poda, así todo lo que los israelitas recortan de sus frutos para el diezmo, la limosna o para darlo a los que se ocupan de la Torá en este mundo, les sienta bien y se les renueva. Con ello aumentan la riqueza en este mundo y consiguen el premio para el mundo futuro. Y.como una piedra puede romper una nuez, así la Torá, llamada piedra (Ex 24,12), puede romper la mala inclinación, aunque sea dura como la piedra: "Quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra" (Ez 36,26). Como en la nuez la cáscara protege el fruto, así los israelitas mantienen intactas las palabras de la Torá, que se convierte en "árbol de vida para los que las mantienen" (Pr 3,18). Igual que cuando una nuez cae en la basura se la lava y vuelve a ser como antes, apta para comerla, así los israelitas, por mucho que se ensucien pecando a lo largo del año, cuando llega el Yom Kippur se les absuelve de todo, "porque en ese día se hará expiación por vosotros" (Lv 16,30). Y así como las nueces no pueden burlar la aduana, pues se oye su ruido y son descubiertas, así los israelitas, vayan donde vayan, no pueden ocultar que son el pueblo santo. ¿Por qué? Porque se les reconoce siempre: "Todos los que los ven los reconocen, ¡son la semilla que ha bendecido Yahveh!" (Is 61,9). Todas las acciones de Israel son distintas de las acciones de las naciones extrajeras: su forma de labrar (Dt 22,10), plantar (Lv 19,23), sembrar (Dt 22,9), segar (Lv 19,9), amontonar las gavillas (Dt 24,19), trillar, almacenar (Ex 22,28), pisar la uva (Nm 18,27), construir sus tejados, tratar las primicias (Dt 15,19), tratar su cuerpo (Lv 19,28), cortarse el pelo (Lv 19,27) y calcular el tiempo, porque los israelitas se rigen en su calendario por la luna y las naciones extranjeras lo hacer por el sol. Y así como, al coger una nuez del montón, todas ruedan una tras otra, así también en la Asamblea de Israel, si es golpeado uno, todos lo sienten: ¿Acaso si un hombre solo peca te encolerizas con toda la comunidad?" (Nm 16,22).

Sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe. El Señor, que levanta a los caídos, dijo: No les afligiré más, no les exterminaré más porque he decidido hacerles bien y ponerlos, gloriosos, en carros de reyes (Ba 5,6). Por ello, la asamblea de Israel dice a las naciones extranjeras: "No te alegres de mi suerte, oh enemiga mía, pues si caí me levantaré" (Miq 7,8), pues, cuando estaba sumida en las tinieblas, el Señor me sacó a la luz: "Aunque me siente en las tinieblas Yahveh es mi luz" (Ibidem). Se parece a una princesa que andaba espigando entre los rastrojos y resultó que el rey pasó por allí y, al reconocer a la hija de su alma, la recogió y la hizo sentarse con él en el carro. Se maravillaron sus compañeras y decían: Ayer andaba espigando entre los rastrojos y hoy se sienta en el carro con el rey. Y ella les dijo: Tal como os extrañáis vosotras me maravillo también yo, pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe". Así mismo, cuando los israelitas estaban en Egipto, oprimidos en el barro y los ladrillos, eran despreciados a los ojos de los egipcios. Pero, cuando el Señor les salvó, se convirtieron en gobernadores de todo el mundo. Las naciones se maravillaron y les dijeron: Ayer andabais trabajando en el barro y los ladrillos y hoy gobernáis todo el mundo. La Asamblea de Israel contestó: Tal como vosotras os extrañáis me maravillo yo, pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe".

Sin saberlo, como le sucedió a Eliseo con Elías (2Re 2,1 ss), el amor arrastró al esposo a los cielos en el carro de fuego; es el carro de Amminadad, que acoge en Quiryat Yearim el arca de Dios durante su traslado a Jerusalén (1 Sam 7,1). La esposa dice: "Sin darme cuenta, él hizo de mí el carro de Amminadab, lugar de la presencia de Dios, arca o templo donde él habita: "He aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá Emmanuel" (Is 7,14). "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18).


e) Danza de dos coros

San Cirilo de Jerusalén, anunciando las catequesis que siguen al bautismo, habla a los catecúmenos del nuevo "estilo de vida que conduce al cristiano a la vida eterna". El estilo de vida es el despliegue del nuevo ser en su actuar. La nueva vida se rige por el amor y la alegría que suscita el Espíritu Santo. Los cristianos son artistas y su arte es su vida. La vida cristiana es ars Deo vivendi, el arte de vivir con Dios y para Dios; cada uno hace de su vida una obra de arte, que muestra "la gloria de la gracia con que nos agració el Amado" (Ef 1,6), pues en realidad el artista que modela la vida del cristiano es el Espíritu Santo.

El Cantar, obra de arte del Espíritu, es un poema lírico, con toda su música y emoción sugestiva. El encanto poético lo llena de hechizo y maravilla. Forma y contenido se compenetran y se arropan mutuamente, velando y desvelando el inefable amor de Dios a los hombres. El canto explota en el júbilo de la danza y el baile se hace canto, pues el amor se contagia con el eco que produce en cuantos acompañan a los amantes. La voz vence el silencio y la soledad; se olvida el pasado y el futuro no existe; se vive plenamente el presente. Cuando en Israel no se oyen cantos es como si faltara vino en las bodas: "Haré cesar en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia; toda la tierra quedará desolada" (Jr 7,34; 16,9). "La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, que rompieron la alianza. Languidece el mosto, la viña está mustia; se han trocado en gemidos las alegrías del corazón. Ha cesado el alborozo de los panderos y de las cítaras. Ya no beben vino entre canciones. Se lamentan en las calles porque no hay vino, ni fiesta; ha desaparecido la alegría de la tierra" (Is 24, l ss). El pesado silencio de la tierra, sin cantos de novios, engendra lamentaciones: "Los jóvenes silencian sus cantos, se acabó la alegría de nuestro corazón, la danza se ha vuelto luto" (Lm 5,14s).

Sin embargo, el mismo profeta Jeremías anuncia: "En este lugar que veis ahora desolado se volverán a escuchar las voces alegres y las voces gozosas, los cantos del novio y los cantos de la novia" (Jr 33,10). Con Cristo vuelve la abundancia del vino y la alegría de las bodas de Dios con su pueblo (1Jn 2,1-12; 15,11; Ap 19,lss). Para celebrar estas bodas en la alegría, el novio enamora a la novia: "Ahora voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y ella responderá y me llamará esposo mío. Entonces la desposaré para siempre con amor y cariño" (Os 2,ss). María, la hija de Sión, recoge la profecía que compara a Israel con una viña pisoteada y convertida en erial, en la que "ya no hay vino", —"se lamentan en las calles por el vino", "desapareció toda alegría, emigró el alborozo de la tierra" (Is 5,1-7; 24,7-13)—, y se lo hace presente a su Hijo. Y Jesús, el Esposo, cambia el agua en vino y "en abundancia". Para esto ha venido Jesús: "para que tengan vida y en abundancia". Con Cristo llega la alegría de las bodas de Dios con los hombres. Mandando llenar las tinajas hasta el borde, Jesús expresa su deseo de colmar los corazones de su alegría: "Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y que vuestra alegría se vea colmada" (1Jn 15,11).

En la Iglesia, María sigue siendo y haciendo lo mismo: Movida a compasión por la indigencia humana, sin vino, dispone el corazón de los hombres a la fe en la Palabra de Cristo y mueve a Cristo a darnos el "vino bueno" de la fiesta nupcial. En forma de banquete de bodas se promete la salvación final de Dios: "Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado de lino deslumbrante. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,7-9).

Tras el canto de la esposa en reposo (6,4-12), sigue el himno a la belleza de la esposa en movimiento, mientras danza. ¡Gira, gira, Sulamita, vuelve, vuelve, que te veamos!¿Por qué miráis a la Sulamita, cuando danza entre dos coros? ¡Vuelve, vuelve, asamblea de Israel! ¡Vuelve a Jerusalén, vuelve a escuchar a los que te profetizan en nombre del Señor! (Is 55,6s). El esposo no se cansa de repetir a su amada: "Vuelve, vuelve, pequeña virgen de Sión" (Jr 31,21). ¡Vuelve, vuelve de Babilonia! "Y me dijo Yahveh: Anda y pregona estas palabras al Norte y di: Vuelve, Israel apóstata; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre" (Jr 3,11 ss;12,15). Vuelve de la fornicación a la castidad, de la ira a la mansedumbre, del furor a la dulzura, de los ídolos a Dios y veremos en ti la Luz: "Pues en ti está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz" (Sal 35,10). Noemí escuchó la voz del Amado "y volvió a los campos de Belén con su nuera Rut" (Rut 1,22). Cuando Noemí, hija de Israel, vuelve a Belén, la casa del pan, tras ella van las naciones en busca del Señor. Rut dijo a Noemí: "Donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios" (Rut 1,16). En la amada, las gentes ven el esplendor de Dios y, por ella, le dan gloria (Mt 5,14ss). La Sulamita es el santuario donde resplandece la gloria del Señor (Sal 63,3). Cuando la Sulamita se ilumina en el cielo, vestida del sol y coronada de doce estrellas, brilla como una señal que atrae la mirada de todos hacia el Señor de la gloria (Ap 12). Danzando, cantan a dos coros: "Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido en ella, madre de todos los pueblos" (Sal 87).

El Amado la llama Sulamita, cambiándola el nombre. En la Escritura hay dos Sunamitas, procedentes de Sunam, el territorio de Isacar, "un asno corpulento que busca el reposo y el suelo le parece agradable, pero ofrece su lomo a la carga y termina sometiéndose al trabajo" (Gén 49,14ss). Los hijos de Isacar son buenos "siervos del Señor", pero siempre inclinados al descanso. Buenas siervas fueron las dos Sunamitas de la Escritura. Abisag era una virgen sumamente bella, que sirvió a David en su vejez, durmiendo en su seno para dar calor a su carne enferma. Abisag permaneció virgen y cuidó a David como una madre (1 Re 1,lss). La otra Sunamita recibió en su casa al profeta Eliseo, del que dijo a su marido: "Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí" (2Re 4,9ss). La amada del Cantar tiene las cualidades de las mujeres de Sunam, pero también los defectos de Isacar. Por cuatro veces la grita el esposo: ¡Vuélvete, vuélvete! Pero el Amado la cambia el nombre y la llama Sulamita. Es el nombre que le da el Amado cuando a su llamada, ¡vuélvete!, ella se da la vuelta hacia él. Vuelta hacia él, su cara ha resplandecido de paz. Ella ha corrido hacia él a toda prisa, danzando por los montes, hasta echarse en sus brazos. Se ha convertido en Princesa de paz, desposada con él, el Príncipe de la paz. Como Isba, la mujer, era esposa de Ish, el hombre, así la Sulamita es la esposa de Salomón. Lleva el nombre de él, porque se asemeja a él en todo, es su compañera, carne de su carne y hueso de sus huesos. Es su esposa, su presencia, su beldad, su esplendor, su paz. Es el milagro del príncipe de la Paz en favor de quien se une a él.

La amada, invitada a bailar la danza de la victoria (Ex 15,20; Ju 11,34; iSam 18,6), atrae la mirada hacia los pies. Si en el capítulo cuarto la descripción de la esposa partía de la cabeza, ahora, mientras danza, la descripción va desde los pies hasta el rostro. También las evocaciones geográficas van desplazando la mirada desde el sur hacia el norte de Palestina, llevándonos hasta el monte Carmelo. Se corresponden la geografía del cuerpo de la amada y la de la tierra. En la amada se reconstruye la unidad de la tierra prometida.


f) ¡Qué hermosos son tus pies!

¡Qué bellos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Los contornos de tus caderas son como ajorcas, obra de manos de artista. Salomón, en espíritu de profecía, dijo: ¡Qué bellos son los pies de Israel en las peregrinaciones, cuando suben para comparecer ante el Señor tres veces al año (Ex 23,14-17)!; van con las sandalias de cuero fino (Ez 16,10) y ofrecen sus dones voluntarios (Ex 23,15). Sus hijos, fruto de sus caderas, son bellos como las gemas engarzadas en la corona santa que hizo el artista Bezaleel para el sacerdote Aarón (Ex 23,15). Los pies encajados en sandalias elegantísimas muestran a la esposa como hija de príncipe: "Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: Ya reina tu Dios" (Is 52,7). La esposa en sus pasos hacia el esposo se hace ella misma anuncio de paz, como indica su mismo nombre: Sulamita, la pacificada, la pacífica. Identificada con el esposo Salomón, lleva su mismo nombre en femenino. ¡Qué bellos son tus pies, calzados con el celo por el Evangelio de la paz (Ef 6,15)! Son los pies de los apóstoles, enviados por todo el mundo, de los que dice la Escritura: "Qué hermosos los pies de los que anuncian la paz" (Rom 10,15). "Mis pies se mantuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos" (Sal 17,5). Tocado en el fémur por el Señor, no vacilan los pasos de Israel, pues su debilidad ha quedado revestida de la fuerza del Señor (Gén 32,26ss).

Como la sabiduría hizo una corona para la cabeza, la humildad hizo una sandalia para el pie. La sabiduría hizo una corona para su cabeza: "el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios" (Sal 111,10). La humildad hizo una sandalia para su pie: "la base de la humildad es el temor de Dios" (Pr 22,4). ¿A qué se puede comparar? A un rey que dijo a uno: ¡Pídeme lo que quieras! Él se dijo: si le pido oro o plata me lo dará. Más bien voy a pedirle la mano de su hija y, con ella, me dará todo. Así hizo Salomón: "Se apareció Yahveh a Salomón y le dijo: ¡Pídeme lo que quieras!" (1Re 3,5). Él se dijo: si le pido oro o plata, piedras preciosas o gemas, me las dará; más bien voy a pedir sabiduría y lo tendré todo junto. Dijo: "¡Dame un corazón sabio!" (1Re 3,9). Le contestó el Señor: "Porque has pedido sabiduría en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente, y también te concedo lo que no has pedido: riquezas y gloria" (1Re 3,11-13).

Como ajorcas fruto de manos de artista, es decir, fruto del arte del Señor del mundo. Se puede comparar a un rey que tenía un huerto en el que plantó hileras de nogales, manzanos y granados y se lo traspasó a su hijo, diciéndole: Yo sólo te pido que, cuando estas plantaciones den sus primeros frutos, me traigas los primeros, para ver el fruto de mis manos y me alegre por ti. Así dijo el Señor: Hijos míos, sólo os pido que, cuando os nazca un primogénito, me lo consagréis, (Ex 13,2) y, cuando subáis en peregrinación, subidlo con todos vuestros varones para mostrarlos ante Mí y yo me complazca en ellos: "tres veces al año comparecerá la totalidad de tus varones ante la presencia de Yahveh" (Ex 23,17).

Tu ombligo es redondo como la luna. ¡Que nunca falte vino mezclado! Tu vientre es un montón de trigo, rodeado de flores. Tu ombligo (o regazo) es una copa redonda en la que nunca falta el vino mezclado. Jerusalén es el ombligo del mundo: "Dice el Señor: Ésta es Jerusalén; yo la he colocado en medio de las naciones, y rodeada de países" (Ez 5,5). El vientre, por su piel blanca y dorada, es comparado al trigo y a los lirios, símbolos de fecundidad. Y se pregunta el Midrás: ¿Por qué montón de trigo? ¿No sería más bello decir montón de piñas? Y responde: Quizás, pero el mundo puede vivir sin piñas y no puede vivir sin trigo. Sobre ello se cuenta que la paja, el tamo y el rastrojo estaban discutiendo entre ellos. La paja dijo: La tierra se siembra por mi causa. Lo mismo decían el tamo y el rastrojo. Pero el trigo les replicó: Esperemos hasta que llegue el momento de la trilla y entonces sabremos por quién se sembró el campo. Llegó ese momento y el propietario, después de la trilla, se dispuso a aventar la era. Cogió la paja y la tiró a la tierra; al tamo se lo llevó el viento; y el rastrojo lo quemó. El trigo, en cambio, lo recogió y formó con él un montón. Todos los que pasaban por allí, al ver el montón de trigo, lo besaban: "Besad el grano no sea que Él se enoje" (Sal 2,12). Así sucede con las naciones. Unas y otras dicen: "Por nosotras fue creado el mundo". Pero Israel les contesta: Esperemos que llegue el día del Señor y entonces sabremos por quién fue creado el mundo, "pues he aquí que llega el día, abrasador como un horno" (Mal 3,19); aquel día "los aventarás y el viento se los llevará, pero tú exultarás y te gloriarás en Yahveh, el Santo de Israel(Is 41,16).

Tus dos pechos, como dos cervatillos, mellizos de gacela. Tu cuello como torre de marfil. Tus ojos, los estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Tu nariz, como torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu cabeza, sobre ti, es como el Carmelo. Y el cabello de tu cabeza es como púrpura. ¡El rey queda cautivo en las trenzas! Para los pechos cfr. 4,5. El cuello blanco se lanza hacia el cielo como una torre de marfil. Los ojos son como dos espejos de agua, limpias albercas de Jesbón que reflejan el cielo. Jesbón es la capital del reino de Moab, residencia de reyes, recordada por los profetas. Sus albercas semejan ojos grandes y azules. Tu cabeza, el hijo de Judá, "lava en vino sus vestidos y en sangre de uvas su estola" (Gén 49,11), por ello es como el Carmelo, la viña de Dios; sus rizos de púrpura son tan fascinantes que el rey queda cautivo en sus trenzas. El Carmelo sugiere verdor perenne con su abundancia de árboles, arbustos y flores. Es la corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país. A los racimos de dátiles de la palmera o también a los racimos de uvas se comparan los senos de la esposa.


g) Subiré a la palmera

¡Qué bella eres y qué encantadora! ¡Qué delicia en tu amor! ¡Qué hermosa eres tú, Asamblea de Israel, cuando llevas sobre ti el yugo de mi realeza! ¡Qué bella cuando reconoces a Dios como Rey y Señor! ¡Qué hermosa eres, qué encantadoral. ¡Qué hermosa en los mandamientos! y ¡qué encantadora en las obras de misericordia! ¡Qué hermosa en el Templo, en el reparto de las ofrendas y los diezmos, la gavilla olvidada, la esquina del campo no segada, diezmo del pobre! (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29; 24,19-21). ¡Qué hermosa en las buenas obras! y ¡que encantadora en la penitencia! ¡Qué hermosa en este mundo! y ¡qué encantadora en el mundo venidero! y ¡en los días del Mesías! ¡Qué bella eres! "Tus caminos están llenos de gracia y todas tus sendas de paz" (Pr 3,17); tus palabras rezuman gracia, más dulces que panal de miel (Pr 16,24).

Tu talle es de palmera, y tus pechos se parecen a sus racimos. Cuando los sacerdotes extienden sus manos en la oración y bendicen a la Asamblea de Israel, sus manos extendidas parecen ramos de palmera, y semejante a la palma es su talle. La Asamblea está entonces cara a cara frente a los sacerdotes, con los rostros doblados hacia el suelo, semejantes a racimos de uva (Eclo 50,12-17). La elegancia del tallo y la dulzura de los frutos hacen a la amada bella y apetecible. Me dije: subiré a la palmera, cogeré sus frutos. ¡Tus pechos son racimos de uva y el olor de tu aliento como de manzanas! Tu boca es un vino generoso, que fluye por los labios de los que duermen. Aunque un estudioso de la Torá muera, sus labios siguen recitando desde la tumba. Es como un depósito de uvas maduras, que sueltan jugo por sí mismas. Es como el que bebe vino de solera que, aún después de beberlo, el sabor y el aroma permanecen en su boca.

La esposa ha logrado el deseo de su corazón, expresado al comienzo del Cantar: "Que me bese con los besos de su boca". Ahora, estrechada por el Amado, que sube a la palmera de la cruz, recibe el beso del esposo. Dormido en el lecho de la cruz, derrama sobre la esposa el vino generoso de su sangre, mezclada con agua (1Jn 19,34). Yo soy de mi Amado y hacia mí tiende su deseo. Es el grito exultante de la esposa: la situación de Eva ha sido invertida, pues no es el deseo de la esposa el que tiende hacia el esposo para caer bajo su dominio (Gén 3,16); esto era fruto del pecado. El amor del esposo ha recreado las relaciones iniciales: la esposa es toda del esposo y hacia ella tiende el deseo de él. No es el hombre quien busca, en primer lugar, a Dios. El hombre más bien se esconde de Dios entre los árboles (Gén 3,8). Dios entonces busca al hombre; como buen pastor desciende en busca de la oveja perdida y no descansa hasta que la encuentra, la carga sobre sus hombros y la lleva al redil.

Tres veces se repite la fórmula de la alianza, con sus diferencias que marcan el itinerario espiritual. En la primera (2,16), la esposa reconoce el amor de Dios hacia ella como fuente de su amor a él. En la segunda (6,3), tras reconocer el amor con que es amada, la esposa declara el amor con que ella ama al esposo. Y la tercera (7,11) evoca la situación del Génesis invertida, según lo anunciado por los profetas: "El Señor encontrará en ti su placer. El Señor hallará en ti el gozo del esposo por la esposa" (Is 62,4-5).