5
LA
MUERTE DE JESÚS
ES
EVIDENTE que la pasión y la muerte de Jesús ocupan un lugar importante en la
vida de muchos cristianos. ¿Quién no tiene un crucifijo en su casa? ¿Quién
no se ha sentido conmovido ante un paso de semana santa con el Cristo agonizante
tenuemente iluminado por los cirios que le acompañan? ¿Quién no ha
experimentado una cierta emoción religiosa al pensar en las escenas de la pasión
y muerte de Jesús? Todo esto es bastante conocido y nos resulta incluso
familiar. Prueba evidente de que, en efecto, la pasión y la muerte de Cristo
ocupan un lugar de primera importancia en la vida de los cristianos.
Sin
embargo, a poco que se piense en este asunto, enseguida se comprende que aquí
falla algo. ¿Cómo es posible que la pasión y la muerte de Cristo sean cosas
tan importantes para mucha gente, pero luego resulta que eso no se nota en la
vida de tantas personas? Veneramos el crucifijo, contemplamos con devoción el
paso de semana santa, leemos con respeto las escenas de la pasión; pero luego,
a la hora de la verdad, nada de eso transforma nuestra vida y nos hace mejores.
¿Qué falla aquí?
Hay
una cosa evidente: nosotros hemos sacralizado la cruz, es decir, la hemos
convertido en un objeto sagrado, que merece todo nuestro respeto y nuestra mayor
veneración. Sin embargo, originalmente la cruz no fue algo sagrado o religioso.
La cruz era, en tiempos de Jesús, el tormento, la humillación y la vergüenza
que sufrían los esclavos, los delincuentes más peligrosos, los revolucionarios
y subversivos que se rebelaban contra el Estado. Cicerón dijo: "Todo lo
que tenga que ver con la cruz debe mantenerse lejos de los ciudadanos romanos,
no sólo de sus cuerpos, sino hasta de sus pensamientos, ojos y oídos".
Por eso iba contra las buenas costumbres el hablar en presencia de gente decente
de una muerte de esclavos tan repugnante y es que, en realidad, la cruz era
"la más vergonzosa de las penas". Pero hay más, porque para los judíos
no sólo se trataba de un tormento espantoso, sino que además era una maldición
divina: "Maldito el que cuelga del madero" (Gál 3,13; Dt 21,23).
Apartado de entre los vivos y de la comunión con Dios, el que moría en la cruz
sólo podía ser un blasfemo indeseable, que merecía semejante reprobación y
desprecio. Esto era la cruz en tiempos de Jesús. Y así la sufrió él,
gritando en el momento final: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). Y sin embargo, nosotros hemos
convertido la cruz en una reliquia santa y sagrada, la hemos metido en los
templos, la hemos colocado sobre los altares y de esa manera le hemos quitado
toda su fuerza subversiva y revolucionaria. Es más, nosotros hemos hecho de la
cruz un objeto de honor y prestigio, la hemos puesto coronando nuestras
majestuosas catedrales, sobre el pecho de los grandes de este mundo y hasta como
condecoración de dictadores y tiranos. De esta manera la cruz ha venido a
perder su significación original. De un instrumento de tortura y reprobación
hemos hecho un distintivo de honor, grandeza y poder. Por eso, la cruz nos
inspira respeto y veneración, pero ya no significa para nosotros lo que de
hecho fue para Jesús y para los primeros cristianos. Para Jesús la cruz fue el
destino de muerte y fracaso al que le llevó su forma de entender la vida y su
comportamiento ante los grandes de este mundo. Para los primeros cristianos la
cruz fue un escándalo y una locura (1Cor 1,18-25). Pero después, con el paso
del tiempo, esa misma cruz se ha convertido en el adorno más precioso que
remata la corona de los emperadores. He ahí el indicio más patente de la
perversión radical que ha sufrido el cristianismo en la conciencia de muchas
personas.
Pero
hay más. Porque no sólo hemos sacralizado la cruz. Además de eso, la hemos manipulado
en beneficio de los instalados y poderosos. Como se ha dicho muy bien,
pocos temas de la teología han sido tan manipulados y tergiversados en su
interpretación como el de la cruz y la muerte de Jesús. Especialmente, las
clases opulentas y poderosas han utilizado el símbolo de la cruz y el hecho de
la muerte redentora de Cristo para justificar la necesidad del sufrimiento y de
la muerte en el horizonte de la vida humana. Así, oímos decir, piadosa y
resignadamente, que cada uno debe cargar con sus cruces de cada día, que lo
importante es vivir con paciencia y resignación y, lo que es más, que por la
cruz llegamos a la luz y reparamos la infinita majestad de Dios, ofendida por
nuestros pecados y los del mundo. De esta manera se ha desarrollado, dentro del
cristianismo, una mística de la cruz que, en definitiva, ha dado pie para
considerar a la religión como "opio del pueblo". No cabe duda que
esta falsa mística de la cruz ha hecho mucho daño en la Iglesia. Se ha abusado
mucho de la teología de la cruz y la mística del sufrimiento por parte de la
Iglesia en interés de aquellos que han causado el sufrimiento. Con demasiada
frecuencia se exhortó a los campesinos, los indios y los esclavos negros a
aceptar el sufrimiento como "su cruz" y a no rebelarse contra él. Por
eso se comprende que Marx llegara a decir: "La religión es el gemido de la
criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu
de una situación carente de espíritu". Es la consecuencia inevitable de
una mística de la cruz radicalmente desorientada y desorientadora.
Por
eso es necesario analizar con alguna detención el sentido y el significado de
la pasión y la muerte de Jesús. ¿Por qué anunció Jesús su muerte y qué es
lo que eso nos quiere decir? ¿Cuáles fueron los motivos por los que Jesús
llegó a terminar su vida como de hecho terminó? ¿Qué sentido tiene para los
cristianos la muerte de Jesús? He aquí las cuestiones que vamos a tratar en el
presente capitulo.
1.
Jesús anuncia su muerte
Los
evangelios sinópticos dicen que Jesús anunció tres veces lo que le iba a
pasar al final de su vida (Mc 8,31 par; 9,31 par; 10,33s par). Por lo tanto, según
los evangelios, Jesús sabía de antemano lo que le iba a suceder. Ahora bien,
aquí se plantea un problema: ¿Sabía Jesús efectivamente todo eso de antemano
y con tanto detalle?, ¿o no será, más bien, que los cristianos, al saber todo
lo que había pasado, después de la muerte y resurrección de Jesús pusieron
en boca del propio Jesús todo lo que iba a pasar, para ensalzar la figura del
maestro?
En
principio, no hay que extrañarse de estas preguntas. En el capítulo 7 vamos a
ver hasta qué punto Jesús era un hombre como los demás. En todo igual a los
demás hombres, menos en el pecado. Por lo tanto, Jesús tenía las limitaciones
propias de la condición humana. Y una de esas limitaciones es no saber de
antemano lo que nos va a suceder en el futuro. Por consiguiente, tiene pleno
sentido la pregunta que antes he planteado: ¿Sabía Jesús realmente el final
que le esperaba?
Leyendo
los evangelios, se advierte una cosa que en ellos queda muy clara: el curso
exterior de su ministerio tuvo que obligar a Jesús a contar con una muerte
violenta. Es decir, tal como fueron ocurriendo las cosas, Jesús se tuvo que dar
cuenta de que su vida terminaba mal. Hubiera sido un ingenuo si no advierte que
esto, más que una probabilidad, era un final irremediable. Como se ha dicho muy
bien, no hacía falta que Jesús fuera el Hijo de Dios para que pudiera tener
conciencia de la inevitabilidad de su muerte. En realidad, si Cristo era un
hombre medianamente inteligente y sensible, podía prever con bastante seguridad
la posibilidad de su muerte violenta. Todos los datos coincidían en la predicción:
por un lado, el testimonio de los profetas del Antiguo Testamento, la misma
muerte de Juan Bautista, la creciente violencia de las autoridades con las que
se enfrenta y que en repetidas ocasiones quieren agredirle y capturarle, la
reflexión veterotestamentaria sobre el justo oprimido y el siervo sufriente,
que tan viva estaba en el pueblo desde el exilio (sobre todo desde el tiempo de
los Macabeos) 8 Todo esto eran datos coincidentes que venían a confirmar el
destino de muerte que le aguardaba a Jesús.
Pero
veamos las cosas más de cerca. Me refiero a que la conducta de Jesús fue de
tal manera provocativa, que en repetidas ocasiones se puso al margen de la ley,
y por cierto de una ley cuya violación se sancionaba con la pena de muerte.
Cuando a Jesús se le hace el reproche de que con ayuda de Belcebú expulsa los
demonios (Mt 12,24 par), quiere decir que está practicando la magia y que ha
merecido la lapidación. Cuando se le acusa de que está blasfemando contra Dios
(Mc 2,7), de que es falso profeta (Mc 14,65 par), de que es un hijo
rebelde (Mt 11,19 par; véase Dt 21,20s), de que deliberadamente quebranta el sábado,
cada uno de estos reproches está mencionando un delito que era castigado con la
pena de muerte.
Merece
aquí especial atención la violación del sábado. Ya hemos hablado de este
asunto en el capítulo anterior. Pero hay algo más concreto que debe retener
nuestra atención. Tenemos numerosos ejemplos de que Jesús quebrantó el sábado
(Mc 2,23-28 par; Lc 13,10-17; 14,1-6; Jn 5,1-18; 9,141; cf. Lc 6,5)10. Para
comprender la situación hay que tener en cuenta que un crimen capital no
llegaba a ser objeto de juicio sino después que el autor había sido advertido
notoriamente ante testigos. Y entonces, si reincidía, era condenado a muerte.
Porque así se sabia que el delincuente obraba deliberadamente
Bueno, pues esto justamente es lo que se cuenta ya en los primeros capítulos
del evangelio de Marcos. Cuando los discípulos arrancan espigas en sábado, Jesús
es advertido públicamente de la falta (Mc 2,24; cf. Jn 5,10), a lo que
Jesús respondió que lo hacía por convicción (Mc 2,25-28). Pero, casi
a renglón seguido, Jesús vuelve a quebrantar el sábado cuando cura, en plena
sinagoga, al hombre del brazo atrofiado (Mc 3,1-6). Por eso se dice que los
dirigentes, que estaban al acecho (Mc 3,2), enseguida decretaron su muerte (Mc
3,6). Además, hay que tener en cuenta que esto ocurrió en Galilea, donde el
rey Herodes podía ejecutar sentencias de muerte, como se ve por el asesinato de
Juan el Bautista (Mt 14,9-11 par). Por consiguiente, hay que tomar muy en serio
la advertencia que le hacen a Jesús: "Herodes quiere matarte" (Lc
13,31).
Estando
así las cosas, merece especial atención el gesto de cuando expulsó a los
comerciantes del templo (Mc 11,15-16 par). Sin duda alguna, este hecho fue visto
como lo más grave que realizó contra las instituciones judías. De hecho a eso
se redujo la acusación definitiva que aportaron contra él en el juicio (Mc
14,58 par), así como las cosas que le echan en cara cuando estaba en la cruz
(Mc 15,29-30 par). Es evidente que Jesús, al realizar el gesto simbólico
del templo, se estaba jugando la vida.
Por
lo tanto, la cosa está clara: Jesús había perdido, por muchos conceptos, el
derecho a la vida; se veía constantemente amenazado, de tal manera que sin
cesar debía tener presente que su muerte habría de ser una muerte violenta.
Hasta eso llegó la conducta de Jesús. De ahí el riesgo en que puso su vida.
La libertad de Jesús fue provocadora. Y así terminó. Como tenía que terminar
un hombre que se comportaba de aquella manera.
2. Por qué lo mataron
a) El fracaso de Jesús
En
contra de lo que algunos se imaginan, la predicación y la actividad de Jesús
en Galilea no terminaron en un éxito, sino más bien en un fracaso, por lo
menos en el sentido de que su mensaje no fue aceptado 5. Es verdad que al
principio del ministerio en Galilea los evangelios hablan con frecuencia de un
gran éxito de la predicación de Jesús (Mc 1,33-34.38; 2,1.12.13; 3,7-11.20;
4,1; 5,21.24; 6,6.12.33-34.44.55-56). Pero también es cierto que a partir del
capítulo 7 de Marcos estas alusiones a la gran afluencia de gente empiezan a
disminuir (Mc 7,37; 8,1.4; 9,14.15; 10,1.46; 11,8-10.18) 16 Se nota que la
popularidad de Jesús va decreciendo. De tal manera que se tiene la impresión
de que él se centra cada vez más no en la atención a las masas, sino en la
formación de su comunidad de discípulos. Por eso les insiste en que se retiren
a descansar (Mc 6,30-31), lejos de la multitud (Mt 14,22; Mc 6,45).
En
realidad, ¿qué ocurrió allí? Hay una palabra del propio Jesús que nos pone
en la pista de lo que allí pasó: "Dichoso el que no se escandaliza de mí"
(Mt 11,6; Lc 7,23). Esto supone que había gente que se escandalizaba de Jesús,
de lo que decía y hacia (cf. Mt 13,57; 15,12; 17,27; 26,31.33; Mc 6,3;
14,27.29; Jn 6,61; 16,1). Lo cual no nos debe sorprender. La amistad de Jesús
con publicanos, pecadores y gente de mal vivir tenía que ser una cosa
escandalosa para aquella sociedad. Y sobre todo las repetidas violaciones de la
ley tenían que hacer de Jesús un sujeto sospechoso desde muchos puntos de
vista.
Por
eso, en torno a la persona y la obra de Jesús llegó a provocarse una pregunta
tremenda: la pregunta de si Jesús traía salvación o más bien tenía un
demonio dentro (Lc 11,14-23; Mt 12,22-23; cf. Mc 3,2; Jn 7,11; 8,48; 10,20)17 De
ahí que hubo ciudades enteras (Corozain, Cafarnaún, Betsaida) que rechazaron
el mensaje de Jesús, como se ve por la lamentación que el propio Jesús hizo
de aquellas ciudades (Lc 10,13-15; Mt 11,20-24). Y de ahí que el mismo Jesús
llegó a confesar que ningún profeta es aceptado en su tierra (Mc 6,4; Mt
13,57; Lc 4,24; Jn 4,44). Además, sabemos que las cosas llegaron a ponerse de
tal manera, que un día el propio Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos más
íntimos: "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn 6,67). Señal
inequívoca de que incluso los seguidores más cercanos a Jesús tuvieron la
tentación de abandonarlo definitivamente.
¿Qué
nos viene a decir todo esto? La respuesta parece clara: durante el ministerio público
de Jesús no todo fueron éxitos populares. Más bien hay que decir que allí se
produjeron conflictos y enfrentamientos, de manera que paulatinamente las
grandes masas fueron abandonando a Jesús, hasta el punto de que incluso sus
discípulos más íntimos llegaron a tener la tentación de abandonar el camino
emprendido junto al maestro. La pasión y la muerte de Jesús fueron el
resultado del conflicto que provocó su vida. Este conflicto se apunta ya en su
relación con la gente en general. Pero, sobre todo, se puso de manifiesto en su
enfrentamiento con los dirigentes y autoridades.
b) El
enfrentamiento Con los dirigentes
Ya
hemos visto que los enfrentamientos con los dirigentes judíos se produjeron
relativamente pronto. El evangelio de Marcos dice que, apenas Jesús había
quebrantado el sábado por segunda vez, los fariseos y los del partido de
Herodes se pusieron a hacer planes para ver cómo lo podían matar (Mc 3,6).
Además, sabemos que la policía de Herodes andaba buscando a Jesús "para
matarlo" (Lc 13,31). Por lo tanto, las cosas se pusieron bastante feas para
Jesús casi desde el primer momento. Pero lo peor del caso es que esta tensión,
en vez de disminuir, fue en aumento. Cada vez más problemas, de manera que el
ambiente se fue poniendo cada vez más difícil. Un día Jesús preguntó
claramente a los dirigentes: "¿Por qué quieren ustedes matarme?" (Jn
7,19). Y aunque ellos respondieron que estaba loco y que no querían matarlo (Jn
7,20), el hecho es que algo después por poco lo meten en la cárcel (Jn 7,44) y
en otro momento faltó casi nada para que lo mataran apedreándolo (Jn 8,59),
cosa que se volvió a repetir poco después (Jn 10,31), de manera que a
duras penas pudo escapar con vida (Jn 10,39).
Por
consiguiente, está claro que la vida de Jesús se veía cada día más
amenazada, en mayor peligro. Y si no lo mataron antes es porque todavía una
parte del pueblo estaba con él y los dirigentes no querían provocar un
levantamiento popular (Mc 11,18; 12,12, 14,2; Lc 20,19; 22,2).
Ahora
bien, estando así las cosas, lo más impresionante, en todo este asunto, es que
Jesús se dirige a la capital, Jerusalén, muy consciente de lo que le iba a
pasar (Mc 8,31 par; 9,31 par; 10,33s par), y allí se pone a hacer las denuncias
más fuertes que uno pueda imaginarse contra las autoridades centrales. Les dice
que el templo es una cueva de bandidos (Mt 21,13 par), les echa en cara que sólo
buscan su propio provecho (Mt 23,5-7) y que se comen los bienes de los pobres
con el cuento de que rezan mucho (Mc 12,40). Les llama en público asesinos y
malvados (Mt 21,33-46 par) y les anuncia que Dios les va a quitar todos sus
privilegios (Mt 21,43 par). Jesús no pudo estar más duro con aquella gente.
Por eso aquello terminó como tenía que terminar: la condena y la muerte de Jesús
fueron el resultado de su vida. Es decir, Jesús se comportó de tal manera que
acabó como tenía que acabar una persona que adoptaba semejante comportamiento.
A
veces se dice que Jesús murió en la cruz porque eso era la voluntad del Padre,
porque Dios necesitaba ser aplacado en su ira contra los pecadores mediante la
sangre de su hijo. Es verdad que frases de ese tipo pueden tener un cierto
sentido verdadero, como vamos a ver en la última parte de este capitulo. Pero
hay que tener mucho cuidado con esas afirmaciones. Porque fácilmente podemos
dar una imagen de Dios que resulte inaceptable y hasta blasfema. Porque, en
realidad, ¿qué es lo que Dios quiso? Dios no podía querer el sufrimiento y la
muerte de su hijo. Ningún padre quiere eso. Lo que Dios quiso es que Jesús se
comportara como de hecho se comportó. Aunque eso le tuviera que acarrear el
enfrentamiento y la muerte. Así, sí. Entonces la muerte de Jesús no es el
resultado de una decisión del Padre (¡cosa espantosa!), sino la consecuencia
de una forma de vida, la consecuencia de su ministerio y de su libertad; en
definitiva, la resultante de un comportamiento de compromiso incondicional en
favor del hombre. Como se ha dicho muy bien, Dios no quería la muerte de Jesús.
Dios no es ni un ser vengativo que exige una víctima por el pecado del hombre,
ni un padre despiadado que condena a su propio hijo, ni una divinidad fatídica
que establece una ley histórica que tiene que cumplirse inexorablemente y que
lleva a Cristo a someterse ante su destino. Ninguna de esas presentaciones de
Dios son compatibles con la imagen que Jesús nos ofrece del Padre y con la
significación que el mismo Jesús da a su muerte. Dios no desea la pasión y la
muerte de Jesús, sino que, por el contrario, busca que el pueblo se convierta y
que escuche su mensaje. Dios no quiere ese final, pero lo acepta y asume como la
respuesta del hombre al ofrecimiento que él hace en su hijo.
c)
La razón de la condena
A
Jesús le hicieron un doble juicio: el religioso y el civil. Y en cada uno de
ellos se dio una razón distinta de la condena a muerte. Por eso los vamos a
analizar por separado.
En
cuanto al juicio religioso, está claro que la condena se produjo desde el
momento en que Jesús afirmó que él era el mesías, el Hijo de Dios bendito
(Mc 14,61-62 par). Los dirigentes religiosos interpretaron esas palabras de Jesús
como una auténtica blasfemia (Mc 14,63-64 par). Pero el fondo de la
cuestión estaba en otra cosa. Al decir esas palabras, Jesús estaba afirmando
que Dios estaba de su parte y que le daba la razón a él. Y, por tanto, estaba
afirmando que les quitaba la razón a los dirigentes. Ahora bien, eso es lo que
aquellos dirigentes no pudieron soportar. El verse descalificados como
representantes de Dios fue lo que les impulsó a condenar a Jesús
Pero
la cuestión es más complicada. Porque hoy no son pocos los exegetas que
afirman que seguramente las palabras de Jesús yo soy el mesías, el Hijo de
Dios bendito' (Mc 14,61-62) son una añadidura, puesta por los
cristianos después de la resurrección para enaltecer a Jesús 19 Y entonces,
lo que tenemos es que Jesús, ante el interrogatorio solemne del sumo sacerdote
(Mc 14,60 par), se quedó callado y no respondió nada (Mc 14,61 par). Ahora
bien, ¿por qué lo condenaron si la cosa sucedió así? La respuesta parece
estar en lo siguiente: los judíos tenían una ley según la cual "el que
por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del Señor, tu Dios,
ni acepte su sentencia, morirá" (Dt 17,12)20. Esto quería decir que
resistirse al sumo sacerdote en el ejercicio de su función judicial se
castigaba en Israel con la pena de muerte Por lo tanto, el desacato a la
autoridad, sobre todo cuando ésta examinaba la ortodoxia de los "maestros
de Israel", era un motivo jurídico para condenar a muerte. Sin embargo,
eso justamente parece ser lo que ocurrió allí. El silencio de Jesús ante el
interrogatorio del sumo sacerdote fue una postura crítica ante el tribunal que,
según la ley, tenía la facultad de juzgar su doctrina y su vida Jesús
rehusa someter su doctrina y su vida a la autoridad judía. Guarda silencio.
Esto cae evidentemente bajo la sentencia de Dt 17,12. Por consiguiente, Jesús
se negó a someter a la autoridad judía la cuestión de su misión y su
actividad. Y ése parece que fue el motivo por el que los dirigentes religiosos
de Israel condenaron, en último término, a Jesús a muerte.
Después
vino el juicio político. Pero ahí la cosa está más clara. Por lo que
pusieron en el letrero de la cruz, sabemos que a Jesús lo condenaron por una
causa política: por haberse proclamado rey de los judíos (Mt 27,38 par; Jn
19,19). Pero aquí es importante tener en cuenta que el gobernador militar
confesó que no veía motivo para matar a Jesús (Le 23,13-16) y además declaró
que era inocente (Lc 23,4). Por otra parte, Jesús explicó ante el gobernador
que su reinado no era como los reinos de este mundo (Jn 18,39; 19,4.6). En
realidad, el gobernador militar dio la sentencia de muerte porque los dirigentes
religiosos lo amenazaron con denunciarlo al emperador (Jn 19,12).
3.
Significado teológico
a)
El profeta mártir
En
el Nuevo Testamento hay tres corrientes de pensamiento cuando se trata de
interpretar teológicamente la muerte de Jesús. La primera de esas corrientes
es la que se refiere al profeta mártir. Esta interpretación aparece
principalmente en Hch 4,10 y, ya mezclada con otros motivos, en Hch 2,22-24;
5,30-31; 10,40. También aparece en la tradición propia de Lucas, concretamente
en Lc 13,31-33; 11,47-48.49ss.
¿Qué
nos quiere decir esta interpretación? Para responder a esta pregunta, conviene
recordar, ante todo, que Jesús fue considerado como profeta durante su
ministerio público (Mt 13,57; 21,11.46; 26,68; Mc 6,4.15; 14,65; Lc 4,24;
7,16.39; 13,33; 22,64; 24,19; Jn 4,19.44; 7,52; 9,17). Es más, él fue tenido
como el profeta definitivo, el que tenía que venir para poner las cosas en
orden (Jn 6,14; 7,40; Hch 3,23; 7,37). Pero, por otra parte, se tenía también
el convencimiento de que "Israel mata a sus profetas" (Mt 5,11-12; Lc
6,22-23; Mt 23,29-36; Lc 11,47-51; 13,31-33.34-35; Mt 23,37-39; Lc 11,49ss). Por
consiguiente, desde este punto de vista, Jesús fue considerado por las primeras
comunidades cristianas como el último y definitivo profeta que Dios había
enviado al mundo, y que, al igual que los demás, fue asesinado por la maldad de
Israel.
Pero,
en realidad, la cosa resultó más problemática. Porque también es cierto que
Jesús fue considerado como el "gran adversario", el falso profeta,
que engañaba a la gente. Había quienes decían que Jesús era un seductor (Mt
27,62-64; Jn 7,12), que además "blasfemaba contra Dios" (cf. Mc
14,64; Le 5,21; 22,65). Lo cual quiere decir que la vida de Jesús tuvo un
sentido ambivalente, positivo y negativo al mismo tiempo. Por eso a partir de la
resurrección Jesús fue presentado como el verdadero profeta, el auténtico
enviado por Dios, el mensajero fidedigno.
A
la vista de esta interpretación, se trata de comprender lo siguiente: Jesús es
el que enseña el camino de Dios y, por eso, es la solución que Dios ofrece a
los problemas de la vida. Por consiguiente, para estar con Dios hay que estar
con Jesús. Porque, hay que decirlo con toda claridad, el conflicto que planteó
la vida de Jesús sigue hoy planteado. Y por eso hoy también nos vemos abocados
a la opción: o tener a Jesús por un seductor o tenerlo por el verdadero
profeta de Dios, el verdadero camino, la auténtica solución. Teniendo en
cuenta que esta solución es tanto más arriesgada cuanto que se trata de la
solución que ofrece un crucificado, es decir, un perseguido, un calumniado, un
condenado, un ajusticiado. Pero ahí, precisamente en eso, se manifiesta la
sabiduría de Dios y el poder de Dios (1Cor 1,18-31).
b) El
plan divino de salvación
Una
segunda corriente de pensamiento en el Nuevo Testamento, interpreta la muerte de
Jesús desde el punto de vista del plan divino de la salvación. Aquí no se
trata ya de una descripción de los hechos, tal como ocurrieron, sino de
una reflexión de los primeros cristianos sobre lo que había ocurrido
para dar una explicación de ello.
¿Por
qué era necesaria esta explicación? Por una razón que se comprende enseguida:
en el Antiguo Testamento se dice que "ser crucificado es una maldición
divina" (Dt 21,23; cf. Gál 3,13). Por consiguiente, los primeros
cristianos tuvieron que demostrar que Jesús, a pesar de ser un crucificado, no
era un maldito. Ahora bien, para llegar a esa demostración echaron mano del
siguiente argumento: la muerte de Jesús en la cruz responde al plan divino de
la salvación; es decir, se trata de que Dios mismo ha sido quien ha querido y
quien ha dispuesto que las cosas sucedieran como de hecho sucedieron. Pero aquí
hay que decirlo otra vez ya
no se trata de una descripción de los hechos tal como ocurrieron, sino
que se trata de una interpretación o explicación teológica que los
primeros cristianos encontraron para esos hechos.
Esta
corriente de pensamiento tiene su palabra clave en la expresión "debía"
suceder así. Es decir, la muerte de Jesús "debía" suceder como de
hecho sucedió. Esto se encuentra en dos series de textos 23:
a)
Mc 8,31; 9,12; Lc 17,25. La
forma original de esta tradición es: "Este hombre tiene que padecer mucho
y así ser glorificado". Lo esencial, para esta tradición, es
"padecer mucho" y "ser glorificado". Aquí Jesús aparece,
por decirlo así, pasivo entre dos sujetos agentes: los judíos y Dios.
b)
Mc 9,31; 14,41; Lc 27,9. Aquí
la expresión es: "Este hombre va a ser entregado en manos de los hijos de
los hombres". Aquí Jesús no está ya entre dos sujetos, sino que la acción
parte exclusivamente de Dios. Es Dios mismo quien entrega a Jesús a la muerte.
Así
pues, la pasión y la muerte de Jesús se interpretan, en esta corriente de
pensamiento, como un hecho que Dios mismo puso en movimiento y en el que es
perceptible la intervención divina. Por otra parte, aquí los hombres aparecen
no como los destinatarios o beneficiarios de la muerte de Jesús, sino como
aquellos en cuyas manos es entregado el mismo Jesús.
En
definitiva, ¿qué es lo que todo esto nos viene a decir? Para responder a esta
pregunta hay que tener en cuenta lo que, en aquel tiempo y en aquella sociedad
tuvo que significar y representar la muerte de Jesús, tal como ocurrió. Para
aquellas gentes, un crucificado era un maldito, un condenado, un desautorizado
total por parte de Dios y de sus representantes en este mundo. Y Jesús murió
así. Para nosotros hoy esto representa un heroísmo supremo. Pero entonces no
era así. Representaba, por el contrario, el fracaso y la reprobación más
absoluta. Por eso se imponía la necesidad urgente de demostrar que tal fracaso
y tal reprobación significaban paradójicamente para los cristianos un
"acontecimiento querido por Dios". Y un acontecimiento, además, que
los creyentes tenían que imitar (Mc 14,27.38.66-72).
La
cuestión ahora está en comprender que, en el fondo, a nosotros nos sigue
pasando exactamente lo mismo que a las gentes del siglo 1. Nosotros tenemos un
crucifijo en casa o lo llevamos en el pecho. Pero, a la hora de la verdad,
reaccionamos ante el crucificado, es decir, ante el sufrimiento y el fracaso,
como las gentes de entonces. "Ser crucificado" es lo mismo que
"sufrir y morir por el pueblo", estar dispuesto a ser tenido por un
maldito y un condenado por la sociedad. Y entonces reaccionar con el
convencimiento de que "eso es lo que Dios quiere". Porque los caminos
de la liberación del hombre pasan inevitablemente por el sufrimiento que nos
acarrea el enfrentamiento con los poderes de este mundo.
c) La
muerte expiatoria
La
tercera corriente de pensamiento que hay en el Nuevo Testamento sobre la muerte
de Jesús interpreta este hecho como una muerte expiatoria en favor de los
hombres; es decir, como un sacrificio que Jesús sufrió en lugar de los demás,
para salvarlos y redimirlos a todos.
Esta
corriente de pensamiento se basa en las fórmulas que, en griego, utilizan la
preposición hyper (por, en favor de): muerto "por" nosotros,
"por" nuestros pecados. Los textos en los que esto aparece son los
siguientes: Gál 1,4; Rom 4,25; 5,8; 8,32; Ef 5,2; 1Cor 15,3-5; Mc 10,45; 14,24;
1Pe 2,2l-24. Esta interpretación supone que el hombre se encuentra, de una
manera inevitable, en una situación de desgracia y de perdición, que se debe a
la propia condición humana (lo que se llama teológicamente el "pecado
original") y al pecado personal, en cuanto que es ruptura con Dios. Ahora
bien, esta situación sólo puede ser remediada por Dios mismo, que en
Jesucristo se hace como uno de nosotros, y mediante su entrega total a Dios en
la muerte hace posible lo que para el solo hombre era imposible: el acercamiento
a Dios, la participación de su vida divina, la superación de la muerte y el
destino feliz para siempre.
Pero
aquí es fundamental tener en cuenta que todo esto es el resultado de la reflexión
cristiana sobre lo que fue de hecho e históricamente la muerte de Jesús.
Es más, los exegetas del Nuevo Testamento suelen decir que esta tercera
interpretación es un desarrollo secundario en el conjunto de la doctrina del
Nuevo Testamento sobre la muerte de Jesús 25 Se trata, por tanto, de una
manera de considerar la muerte de Jesús que pertenece al conjunto de la fe
cristiana, pero que es secundaria con respecto al hecho principal: la muerte del
profeta mártir tal como ya ha sido explicada.
4.
El camino de Dios
Dios
no quiere el sufrimiento humano. Dios no quiere que el hombre fracase y se vea
machacado, literalmente triturado. Dios es Padre de todos los hombres. Y eso
quiere decir que Dios quiere la felicidad y la realización plena del hombre, de
cualquier hombre. Lo que pasa es que Dios quiere esa felicidad y esa realización
del hombre en una sociedad en la que unos hombres atropellan a otros y los
esclavizan. Y entonces, precisamente porque Dios no quiere el sufrimiento
humano, por eso exactamente él quiere que todo hombre se revuelva contra la
opresión, el atropello y la esclavitud. Pero de sobra sabemos que, en este
mundo, luchar contra la opresión y la esclavitud es caer inevitablemente en el
conflicto y en la contradicción. Porque los que oprimen y esclavizan no están
dispuestos a soltar su presa, lo mismo cuando se trata de pueblos enteros que
cuando los opresores y esclavizadores son individuos o grupos sociales. Ahora
bien, es desde este planteamiento desde donde hay que entender el sentido histórico
y concreto que tiene la cruz de Cristo, el destino y la muerte de Jesús. Por
eso seguir a Jesús es ir derechamente a la cruz, como tendremos ocasión de ver
mas adelante. Por eso el camino de Dios es el camino de la cruz.
Esto
quiere decir que soportar la cruz no es aguantar con paciencia y resignación la
injusticia de este mundo, sino que es rebelarse contra esa injusticia. Para que
en el mundo no haya más atropellos ni más esclavitudes. Ahora bien, esto
quiere decir que existe una relación esencial entre la cruz de Cristo y la
situación de todos los crucificados de esta tierra: los pobres, los oprimidos,
los marginados y los humillados. Optar por la cruz es optar por esas personas,
es ponerse de parte de ellas, colocarse a su lado, para que su situación
cambie. En definitiva, para que en este mundo haya paz, solidaridad y amor.
Por
eso comprendemos ahora que se adultera la cruz de Cristo cuando se hace de ella
un instrumento de resignación y paciencia ante los males que aquejan al mundo;
La cruz es todo lo contrario. Porque es el signo de la más sagrada rebeldía
contra el sufrimiento que unos hombres imponen a otros. La cruz no puede ser
nunca la condecoración que lucen en su pecho los satisfechos y los arrogantes.
La cruz es el símbolo de los que luchan para que en esta tierra haya más
igualdad entre todos, más solidaridad con los crucificados de la historia y más
fraternidad entre todos los hijos de Dios.