"
MUJER, ¿por qué lloras?"

HORACIO BOJORGE, sj.


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN  

1. FORMAS ECLESIALES DE ACEDIA

1.1   “No atreverse a creer en las obras de Dios”

Acedia por los movimientos
Apariciones y movimientos

La renovación carismática

Otros movimientos: comunione e liberazione, Neocatecumenales, Opus Dei

1.2   Naturalismo y rechazo de la comunión

Naturalismo y deísmo. De aquellos polvos estos lodos
Retrato espiritual de la acedia naturalista: rechazo del misterio y la comunión

La actitud de acedia: rechazo de la comunión

Acedia, caridad, comunión

No atreverse a creer en la vida eterna

Silenciamiento de la vida eterna y secularismo

El reclamo de un mesianismo intrahistórico

Salvación como comunión

La sabiduría del pueblo creyente entre el juicio de Dios y el juicio de los hombres

1.3   Acedia académica

Estudios teológicos sin oración

1.4   No atreverse a creer en la acción de Dios

La negación del martirio: Smerdiakov
La reducción moralista de la fe

No atreverse a creer en los milagros

La acedia de los exegetas

1.5   Del formalismo a la informalidad

 

2. ACEDIA EN LA VIDA RELIGIOSA

2.1  Un caso de acedia en la vida religiosa activa

Acedia en los religiosos de vida activa
Un ejemplo actual

Análisis de un caso

Otro ejemplo

2.2 Acedia en los ejercicios espirituales de mes

2.3    La acedia en la vocación religiosa docente

Motivos clásicos de la acedia escolar
Mas motivos actuales de acedia escolar

El frente interno

Algunos rasgos de acedia docente

Tentaciones de fuga con apariencia de bien

Un ejemplo

Acedia escolar congregacional

Conclusión

 

3. ACEDIA A LA LUZ DE LAS  SAGRADAS    ESCRITURAS 

3.1  La acedia. El espíritu impuro

Vehemente indiferencia
Eres malo, no dañas, te tememos

Conocimiento de Dios sin caridad

3.2  Amar nuestros límites

Amar nuestros límites para que el Señor nos dilate
Obediencia límite de la propia voluntad

La negación del límite: la soberbia y la envidia

Dioses con contorno

Dios crea limitando

¿Y la muerte? ¿límite amable?

Los límites del paraíso

El Todo es mi Parte. Todo Él es mi Parte

Jesús manso y humilde

Paciencia

La humildad esperanza de San Ignacio de Loyola

3.3  Ungido contra Ungido

El escándalo de la cruz
La consolación de las escrituras en los ejercicios espirituales

El sufrimiento como pedagogía purificadora de los justos

El Antiguo Testamento

El Nuevo testamento

Los santos Padres

El Magisterio

La persecución de un Elegido por Otro

La piedra de escándalo de los de Emaús

Ungido contra ungido

Galería de ungidos contra ungidos
Moisés

David

El reproche de esteban

Amor no correspondido

Cristo-Judas

Rivalidades entre los Apóstoles

Unción para servir
“No serviré”

La caridad es servicial

“Y los ángeles lo servían”

Por envidia... Ungido contra ungido

Conclusión

3.4   El hermano mayor del hijo pródigo

El regreso del hijo pródigo
¿Qué harán ellos? ¿Yyo?

Dos miradas sobre el Cottolengo

Elegir la luz

No sin tristeza

La “alegría de la salvación” es la “alegría de la comunión”

Salvación como comunión

Optar entre el cinismo y la alegría, entre la acedia y el gozo

Acedia y miedo al Padre

 

4. ACEDIA Y MARTIRIO

4.1  El pecado demoníaco

4.2  La acedia del Demonio según Aurelio Prudencio

4.3  Aborrecido aroma de Dios

4.4  Burla y persecución

4.5  Del diario de Perpetua. La lucha de los amores

 

5. TRISTEZA Y FELICIDAD EN LA CIVILIZACIÓN DE LA ACEDIA 

5.1  La tristeza y el mundo contemporáneo, Sus raíces

5.2  La felicidad como asunto profético.

Pseudoprofecías de la Modernidad
Felicidad tema actual, tema eterno
Intuición  abstractiva
Una profecía católica en Uruguay: Juan Zorrilla de San Martín
Felicidad: profecía, promesa, don
Pseudoprofecías de la Modernidad
El punto de partida uruguayo
Profetas de Dios y profetas del rey
Para un correcta impostación del diálogo
La felicidad, asunto profético para los no creyentes
Las profecías modernas son antagónicas de las profecías creyentes
Profecías de corte
Tentaciones en el diálogo
Las respuestas católicas
Juan zorrilla de San Martín
“La felicidad es contento o continencia, alegría, quietud, reposo, caridad”
¿Una civilizaci´n del amor o una del progreso ilimitado?
La mística del amor a la patria y a Dios
Desde el jardín se comprende el mundo
Puesta de sol
El escenario
La acción
Colofón

 


 

MUJER: ¿POR QUÉ LLORAS?
GOZO Y TRISTEZAS DEL CREYENTE
EN LA CIVILIZACIÓN DE LA ACEDIA

 

INTRODUCCIÓN

“Mujer: ¿Por qué lloras?”. La pregunta de Jesús resucitado a la Magdalena, cuando aún estaba oscuro, antes del amanecer del tercer día 1 , parece resonar de nuevo, cuando se aproxima el amanecer del tercer milenio cristiano, como dicha por el Señor resucitado a la Iglesia. Para Dios mil años son como un día 2 . Va a comenzar, pues, el tercer día de la era cristiana de la humanidad.

Hacia el final del segundo día-milenario, la Humanidad y la Iglesia han oído voces que proclamaban la muerte de Dios. Fueron, primero, desde la hora sexta a la nona, los filósofos ilustrados y modernos. Vinieron por fin, en la segunda vigilia de la noche, los teólogos de la ‘muerte de Dios’.

Estamos en la hora propicia para que, pensando que el Señor tarda, se duerman las vírgenes necias y los administradores infieles. En la hora propicia para que descarten la venida del Señor y se pongan a maltratar a mozos y servidoras, o a enterrar los bienes del Señor para dedicarse a sus propios asuntos, olvidados de los intereses del Reino. No sólo la cultura y la civilización sino también la teología naturalista ha alejado a Dios, lo ha declarado recluido en su lejanía y ya no lo espera.

Esta es la hora propicia para que, como la Magdalena, muchos que aman a Jesús, den por muerto al Señor y se entristezcan. Y aún teniéndolo delante, como María en la oscuridad del Huerto, sin embargo no lo reconozcan. Hay una ‘noche oscura’ del alma y otra ‘noche del sentido’ para los creyentes en la Iglesia. Muchos creyentes pasan momentos duros. Momentos de preocupación, de desolación, de noche. El Señor les parece muerto o ausente. Son tiempos de ‘acedia’, tiempos de: ceguera para el bien presente. O de: ceguera para el bien del que se goza la caridad. Me he referido en la obra anterior, titulada En mi sed me dieron vinagre, a diversos aspectos de la acedia eclesial. Esta obra prolonga aquellas reflexiones y meditaciones y quisiera ayudar a comprender la hora presente y anunciar a Jesús resucitado al amanecer del tercer día.

Al pensarse en la reedición de En mi sed me dieron vinagre me pareció más conveniente dejar para otro volumen los materiales suplementarios con los que, inicialmente, pensaba completar aquella obra. Hubieran abultado y encarecido el volumen; se le habría impuesto a los lectores interesados la compra de un volumen del cual ya tenían y habían leído la mayor parte, la pérdida de tiempo y la fatiga de espigar las novedades interpoladas en un volumen ya conocido.

“Mujer: ¿Por qué lloras?”, aunque tiene su propia unidad y sentido propio y, por eso, resultará instructivo aún para quienes no conocen la obra anterior, es un volumen suplementario del anterior y presupone la estructura del otro.

El presente volumen se nutre en gran parte de nuevas experiencias y reflexiones, propias y ajenas, sobrevenidas después de la publicación de la obra anterior y a raíz de ella, así como a lo largo de numerosas presentaciones de la misma ante variados públicos. Lectores del manuscrito ya me habían hecho llegar testimonios personales de sus experiencias de acedia. Sensibilizado para el fenómeno espiritual, que es también histórico y cultural, yo mismo he podido advertir la presencia de la acedia y distinguir sus formas variantes, en situaciones matrimoniales, familiares, comunitarias, congregacionales, presbiterales, parroquiales... Pero también he podido ir comprendiéndolo en su desarrollo histórico y en sus formas en la historia del pensamiento.

Es reconocible la descripción de diversas formas de acedia eclesial en numerosas obras teológicas, pastorales y de espiritualidad. Por ejemplo: Hans Urs von Balthasar ha descrito la acedia, ante el primado de Pedro y el magisterio papal, aunque sin presentarla explícitamente como tal 3 . Además, una de sus grandes obras teológicas: Gloria, puede considerarse un alegato contra la acedia infiltrada en el quehacer teológico occidental de los últimos siglos, hecho de espaldas al bien de la belleza 4 . El jesuita francés André Manaranche ha descrito la acedia contra el magisterio apostólico y el Orden sagrado 5 . René Laurentin, ha señalado numerosos objetos de acedia en la Iglesia del fin del milenio: acedia ante los movimientos, ante las apariciones marianas, acedia académica ante la piedad y la fe 6 . H. J. M. Nouwen hace una acabada descripción de la acedia pero sin llegar a darle ese nombre, en la que es, quizás, la más renombrada de sus obras, al describir la acedia del hermano mayor del Hijo Pródigo 7 . De la acedia litúrgica han disertado con preocupación, sin llamarla tampoco por su nombre, el Cardenal G. Danneels, Max Thurian y el afamado liturgista catalán Pere Tena 8 o el no menos reconocido capuchino vasco José Luis Ansorena 9 . J. L. Idígoras señalaba, ya hace años, la acedia de los clérigos ante la religiosidad popular 10 . No pudiendo soñar en elencarlas todas, nos referiremos en esta obra a algunas de esas formas de la acedia eclesial a fines del segundo milenio.

En la raíz de las actuales formas de acedia de nuestros tiempos, que ataca también a los creyentes, se encuentra la herejía naturalista, que va junta con la gnosis y es, en pocas palabras, el rechazo a la comunión.

En este volumen incluyo algunos trabajos que, aunque de diversa índole, tienen por objeto la acedia, es decir, la ceguera para el bien o la percepción del bien como mal y viceversa.

Breves Nociones

En atención a los lectores que no conocen el tema, antepongo aquí algunos conceptos introductorios, que pueden saltearse los que ya han leído el otro libro.

Acedia es tristeza por el bien del que goza la caridad. Por eso, el subtítulo de este libro podría haber sido: formas de tristeza en la Iglesia.

Se dice al comienzo de él: "De la Acedia no se suele hablar. A pesar de que es un pecado capital, no se la enumera habitualmente en la lista de los pecados capitales. Difícilmente se encontrará su nombre fuera de los manuales o de algunos diccionarios de moral o de espiritualidad. Muchos son los fieles, religiosos y catequistas incluidos, que nunca o rarísima vez la oyeron nombrar y pocos sabrán ni podrán explicar en qué consista.

Sin embargo, la acedia existe y anda por ahí, aunque pocos sepan cómo se llama. Se la puede encontrar en todas sus formas: en forma de tentación, de pecado actual, de hábito extendido como una epidemia, y hasta en forma de cultura con comportamientos y teorías propias que se trasmiten por imitación o desde sus cátedras, populares o académicas. Si bien se mira, puede describirse una verdadera y propia civilización de la acedia.

La acedia existe pues en forma de semilla, de almácigo y de montes. Crece y prospera con tanta mayor impunidad cuanto que, a fuerza de haber dejado de verla se ha dejado de saberla nombrar, señalar y reconocer. Parece conveniente, pues, ocuparse de ella.

Santo Tomás de Aquino, que considera a la acedia como pecado capital, la define como: "tristeza por el bien divino del que goza la caridad" (Summa Theol. 2a. 2ae. Q.35 Art.2, c.).

Ejemplos bíblicos de esa tristeza por las cosas de las que se goza la caridad son: la indignación de Judas por el "derroche" de María de Betania que unge a Jesús antes de su Pasión; la indignación de Mikal, esposa de David, al verlo bailar delante del Arca; el menosprecio de Esaú por la primogenitura; la indiferencia de los hijos de Jeconías ante la recuperación del Arca; la irreverencia de los niños que se burlan del aspecto del profeta Eliseo y lo menosprecian; la tristeza del hermano mayor del hijo pródigo, la ceguera de Pedro para el sentido salvífico de la Pasión ...

La acedia la describen los profetas como ceguera para el bien de Dios (apercepción) y, peor aún, una perversión de la percepción espiritual, que toma los bienes por males y los males por bienes (dispercepción)".

Acedia en la Iglesia

Curar es obra de misericordia. “Si el mal no fuese sentido, el bien no sería conocido” decía el Archipreste de Talavera, Enrique Martínez de Toledo. El análisis de las enfermedades no procede de un gusto morboso, sino de la voluntad positiva de identificarlos para facilitar la liberación. Nos animan los buenos resultados terapéuticos de la primera obra, para brindar más medios de auxilio en ésta.

Hay quienes no simpatizan con el discurso acerca de los males del espíritu. Se ha dicho que “los medios cristianos son hipersensibles. Cualquier diagnóstico entristece a los enfermos y corre el peligro de convertirlos en enemigos. O bien se habla claramente, y entonces los enfermos se reconocen, y muchos no lo perdonarán jamás. O bien nos refugiamos en una discreción oscura, y nadie comprende nada” 11 . Como en la parábola evangélica, la curación de un solo enfermo y su gratitud, gratifica con creces esos eventuales sinsabores.

¿Cómo minimizar esos riesgos, ya que es imposible conjurarlos del todo? Como dice la fábula: “No hablamos de dolientes, hablamos de dolencias, y cualquier semejanza con animales reales, es mera coincidencia...”. Ni en este ni en el anterior libro ha habido ánimo ni acusatorio ni de denuncia. Esta obra quiere ser más bien del género asistencial, medicinal. Todo espíritu de acusación nos es remoto, porque también el autor está sujeto a esta dolencia y puede decir que la conoce, antes y más, “autobiográficamente” que por el estudio y la experiencia pastoral. Mi deseo sería poder brindarme y brindar a otros la vacuna.


1

Juan 20,15.

2

Salmo 90,4; 2 Pedro 3,8.

3

El Complejo antirromano. Integración del Papado en la Iglesia universal. Ed. BAC, Madrid 1981. Original: Der Antirömische Affekt. Wie lässt sich das Papstum in der Gesamtkirche integrieren. Ed. Herder KG, Freiburg Im Br. 1974.

4

Gloria. Una estética teológica. (7 Vols.) Ed. Encuentro, Madrid 1985. Original: Herrlichkeit, Ed. Johannes Vrlg., Einsiedeln 1961.

5

Querer y Formar Sacerdotes, Ed. Desclée de Br., Bilbao 1996. Original: Vouloir et former des Prêtres Ed. Arthème Fayard, Paris 1994.

6

La Iglesia del futuro más allá de sus crisis. Ed. Herder, Barcelona 1991. Original: Église qui vient au-delà des crises, Ed. Desclée et Cie., Tournai-Paris 1989.

7

El Regreso del Hijo Pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Ed. PPC, Madrid 199822. Original: The Return of the Prodigal Son, Ed. Doubleday, NY 1992.

8

AA.VV. La Liturgia tiene misterio Cuadernos Phase 77, del Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1997. Y el Editorial de la Revista Liturgia y Espiritualidad, titulado ¿Es importante ser fiel a los detalles litúrgicos? en dicha Revista 26 (1995) 375-378.

9

La Prostitución de la Música religiosa en Español, en: Liturgia y Espiritualidad 26 (1995) 515-518.

10

Sacerdotes secularizados, para nuestro pueblo sacralizado, en: Revista Teol. Limense 11 (1977) Nº 3, pp. 327-347.

11

R. Laurentin, La Iglesia del Futuro, más allá de sus crisis, p. 83.

 

1. FORMAS ECLESIALES DE ACEDIA

1. "No atreverse a creer en las obras de Dios"

Poco antes de ser promovido al cardenalato, el arzobispo de Viena Mons. Christoph Schönborn, uno de los supervisores del Catecismo de la Iglesia Católica, predicó los Ejercicios en el Vaticano al Papa y colaboradores en el gobierno de la Iglesia. En esos Ejercicios se refirió a la acedia en la Iglesia actual en estos términos que merecen ser atentamente meditados y sopesados:

"Me parece que la crisis más profunda que hay en la Iglesia consiste en que no nos atrevemos ya a creer en las cosas buenas que Dios obra por medio de quienes le aman (Cf. Rom 8,28). A esa poca fe intelectual y espiritual, la tradición de los maestros de la vida espiritual la llaman acedia, hastío espiritual, un 'edema del alma' -como lo llama Evagrio - que sumerge al mundo y a la propia vida en un lúgubre aburrimiento y que priva de todo sabor y esplendor a las cosas. Esa tristeza, que hoy día corre tanto por la Iglesia, procede principalmente de que no accedemos con generosidad de corazón a lo que Dios nos pide y no queremos que se nos utilice como colaboradores de Dios (1 Cor 3,9). No existe mayor autorrealización de la creatura que ese hecho de estar siendo utilizada enteramente" 12 .

1.1 Acedia por los Movimientos

¿En qué fenómenos concretos piensa Mons. Schönborn cuando habla de esa 'tristeza que hoy día corre tanto por la Iglesia' y en la que él ve 'la crisis más profunda'? No parece casual que poco después de estos ejercicios, en un artículo suyo en el Osservatore Romano 13 describa una de las formas al parecer más evidentes de acedia eclesial contemporánea: la acedia ante los Movimientos eclesiales.

Al mismo tiempo que se oye a algunos lamentarse y mostrarse alarmados por el auge de la New Age, las sectas y otras supersticiones, se los ve ciegos, incapaces de alegrarse o hasta entristecidos, por lo que el Papa acaba de encomiar, ante 300.000 fieles de 56 movimientos reunidos en Roma, en Pentecostés de 1998, como 'un nuevo Pentecostés', y 'la primavera de la Iglesia anunciada por el Concilio’: "Representan - afirmó el Papa - uno de los frutos más significativos de la primavera de la Iglesia que anunció el Concilio Vaticano II, pero que, desgraciadamente, a menudo se ve entorpecida por el creciente proceso de secularización. Su presencia es alentadora porque muestra que esta primavera avanza, manifestando la lozanía de la experiencia cristiana fundada en el encuentro personal con Cristo" 14 .

Saliendo al cruce de las acusaciones contra los Movimientos, dice el Papa: "En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Unidas, también, tienden a renovar, según sus modos propios, la autoconciencia de la Iglesia que, en cierto sentido, puede definirse como 'movimiento', pues es la realización ene el tiempo y en el espacio de la misión del Hijo por obra del Padre con la fuerza del Espíritu Santo" 15 .

En agosto de 1997 Mons. Schönborn se había adelantado a salir en defensa, desde el referido artículo del Osservatore Romano, de los grupos eclesiales aprobados por la autoridad eclesiástica y que, a pesar de ello, son acusados de ser sectas por otros católicos, -incluso por parte de sacerdotes, teólogos y hasta de algún obispo -, y desde algunos medios de comunicación social. Esa parece ser una forma intraeclesial muy actual de la acedia como 'ceguera para el bien que Dios obra en su Iglesia': "Hoy, en varios países del mundo, - observa Mons. Schönborn - está apareciendo un nuevo deseo de vivir más resueltamente el mensaje de Cristo, a pesar de todas las debilidades humanas; de servir a la Iglesia en comunión con el Santo Padre y los Obispos. Muchos ven en los nuevos carismas un signo de esperanza. Otros los consideran realidades extrañas, y otros como un desafío o incluso como una acusación contra la que se defienden, a veces hasta con reproches. Algunos promueven un humanismo que se aparta cada vez más de sus raíces cristianas" 16 . "No se puede tachar de sectas a los grupos y movimientos reconocidos por la Iglesia, pues la aprobación eclesiástica atestigua su arraigo en la Iglesia. A veces son muchas las críticas que se lanzan contra los nuevos carismas, a pesar de su reconocimiento por parte de la Iglesia. A este respecto es preciso tener presente que se debe distinguir entre la doctrina y la actividad de estas comunidades reconocidas por la Iglesia como carismas y las debilidades de algunas personas [...] Algunas críticas que se han hecho son: lavado de cerebro, aislamiento y separación del mundo, alejamiento de la familia, dependencia de personalidades carismáticas, creación de estructuras intraeclesiales propias, violación de los derechos humanos, problemas de los ex miembros" 17 . A todas estas críticas responde Mons. Schönborn en la segunda parte de su artículo y concluye que no sólo los movimientos sino también los que los critican deben evitar las actitudes sectarias e intolerantes, según alertaba ya un informe del Vaticano en 1986 18 .

Se arroja, contra algunos nuevos Movimientos, o simplemente contra comunidades religiosas, parroquiales o diocesanas, la acusación de fundamentalismo, por su adhesión a la fe, a las tradiciones litúrgicas, a la piedad, a los signos exteriores y el cultivo de ciertas formas, por el abordaje de la Escritura más espiritual que histórico-crítico, y por entender que se ha de creer en los milagros de Jesucristo como hechos realmente milagrosos y en sus expulsiones de demonios como reales exorcismos, etc. Basta que se adore el Sacramento, que se use incienso y se cante en latín o un sacerdote quiera usar sotana o amito para que se encienda una luz de alarma y para que se arrojen, con llamativa susceptibilidad e intolerancia, calificativos de pietismo, conservadurismo, tradicionalismo, fundamentalismo, y hasta de lefebrismo. La susceptibilidad es tanto más llamativa cuanto disimétrica respecto de la tolerancia y el laxismo que se estila en asuntos morales y disciplinares de otro tipo. Es un rigorismo de una sola mano.

Mons. Schönborn cita al Cardenal J. Ratzinger, quien ha alertado, en estos términos, acerca de los efectos de ciertos cuestionamientos indiscriminados: "Los teólogos, en vez de referirse con superficialidad a los fundamentalismos cada día más extendidos, deberían detenerse a reflexionar sobre qué parte de culpa pueden tener ellos mismos de que tantas personas huyan hacia otras formas de religiosidad más estricta y a veces, incluso, perjudiciales para el hombre. Si continuamos cuestionándolo todo, sin dar las respuestas positivas a la fe, no podremos evitar una gran huida".

El Card. Ratzinger concede que, a veces, el deseo, denostado por los teólogos y los 'espíritus fuertes', de 'encontrar una fe segura y sencilla', pueda acabar en un puro fanatismo y estrechez de miras o en formas patológicas de religiosidad como la búsqueda de apariciones y de mensajes del más allá. Pero ese "deseo de encontrar una fe segura y sencilla, en sí mismo no es malo; todo lo contrario, porque la fe - como tantas veces se nos repite en el Nuevo Testamento - se dirige a los sencillos, a los pequeños, a los que no son capaces de captar complicadas sutilezas académicas" 19 y debe ser, por eso, no sólo respetado sino apreciado.

1.2 Apariciones y Movimientos

En nuestros tiempos la acedia eclesial se pone de manifiesto también en forma de profecías sombrías acerca del futuro de la fe o de la Iglesia y en una resistencia a creer que puedan venir tiempos mejores, o, que ese tiempo mejor sea la Parusía o manifestación gloriosa del Señor. Pero ni siquiera se cree que sea primavera la que anunciaba el Concilio y que señala el Papa como realizándose, en parte, en pujantes Movimientos. Esos pronósticos sombríos derivan en parte de una ceguera para ver o para reconocer los retoños de la gracia, los cuales son considerados como desviaciones o fenómenos que hay que combatir y sofocar.

René Laurentin, el exegeta de los Evangelios de la Infancia en Lucas, que se hizo conocido por sus crónicas durante el Concilio y luego como mariólogo y por sus estudios sobre Lourdes y sobre las demás apariciones marianas, hace, sin nombrar la acedia, una acertada descripción de algunas de sus actuales formas, en su libro La Iglesia del futuro más allá de sus crisis 20 .

Laurentin recuerda - por ejemplo - que a los comienzos de la década de 1980, el Cardenal Renard, poco antes de su muerte, se atrevió a contradecir el generalizado pesimismo de la Conferencia Episcopal francesa reunida en Lourdes. El cardenal se aventuró a opinar, en medio de la discusión acerca de la crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas de ese momento: "la recesión no es fatal, somos nosotros los que no sabemos asumir las vocaciones. Existen y son numerosas, especialmente en las comunidades vivas. '¿Dónde?' le preguntó en tono irónico el que dirigía el debate. El cardenal retirado parecía estar pontificando sin conocimiento de las realidades modernas. Los expertos, en cambio, estaban en conocimiento de numerosos factores determinantes de la desertización en la situación que administraban con calma. El cardenal no se desconcertó en lo más mínimo y fue enumerando una larga lista de movimientos y comunidades, al parecer poco conocidas por sus interlocutores, que no insistieron" 21 . Desde entonces, esas comunidades no han dejado de multiplicarse y de crecer en Francia y en todo el mundo, dando la razón al cardenal.

También se había pronosticado que el Concilio sería el final de las peregrinaciones a Lourdes. Todo lo contrario, el número de peregrinos superó los dos millones durante el Concilio, tres millones en 1964, cuatro en 1968, cuatro y medio en 1986. Y otros lugares de peregrinación certifican una expansión análoga. El Santo Cristo de la Quebrada, en San Luis, Argentina, ha pasado, en pocos años, de cuarenta mil a ciento cincuenta mil peregrinos. Y no existe santuario desde Guadalupe hasta San Nicolás, pasando por el Señor de los Milagros o el Señor de Mailín o Nuestra Señora de Itatí, que no pueda decir que el número de peregrinos está en aumento, o se mantiene. Siete millones de peregrinos visitan la tumba del Padre Pío de Pietralcina: la santidad, acreditada por Dios con signos, atrae a los fieles tanto cuanto repele a las mentes modernas.

"A esto se añaden - dice Laurentin - los lugares de nuevas apariciones, a menudo ignoradas, despreciadas o reprimidas, calificándolas de fenómenos marginales o de desviaciones. Y sin embargo suscitan un contingente considerable de conversiones, vocaciones y curaciones sorprendentes. Si un jardinero, descorazonado porque en su jardín no brota nada, viera brotar buenos frutos y legumbres en el barbecho de sus alrededores, ¿dudaría acaso? Iría a cultivar el terreno que produce. Porque es necesario cultivar" 22 .

El gran principio subyacente a esta sabiduría pastoral es: Abusus non tollit usum: El abuso no impide el buen uso. La acedia impide. Impide el hacerse cargo, el asumir y cultivar lo que el Señor suscita en el Pueblo. San Pablo nos da ejemplo. No combate los carismas porque se presten a abusos, produzcan desorden de la asamblea, o sean causa de vanagloria para algunos. No los sofoca, los regula y los encauza; se adelanta y señala el camino mejor que es la caridad.

Así también el Papa. Es consciente de que los Movimientos pueden o bien enquistarse o bien ser aislados por la Iglesia particular. Por eso procura que la institución se abra al cultivo de los carismas y que los Movimientos se mantengan en la comunión, sean acogidos y su contribución reconocida y asumida. "Durante mis visitas pastorales a las parroquias y mis viajes apostólicos, he tenido oportunidad de apreciar los frutos de su difundida y creciente presencia. He constatado con agrado su disponibilidad a poner sus energías al servicio de la Sede de Pedro y de las Iglesias particulares" [...] "He podido señalarlos como una novedad que aún espera ser acogida y valorada adecuadamente. Hoy percibo en ellos una autoconciencia más madura y eso me alegra" 23 . "Merecen la atención por parte de todos los miembros de la comunidad eclesial, empezando por los pastores, a quienes se ha confiado el cuidado de las Iglesias particulares, en comunión con el Vicario de Cristo. Los Movimientos pueden dar, de este modo, una valiosa contribución a la dinámica vital de la única Iglesia" 24 .

"Por ello - por la necesidad de cultivar, prosigue Laurentin - he trabajado en ese sector desprestigiado [de las apariciones y locuciones marianas], que no tenía para mí ningún atractivo especial. Mi fe de teólogo no siente necesidad de apariciones. Sé que tales fenómenos son teóricamente menores y que no son esenciales en la vida de la Iglesia. Pese a lo cual son normales y constantes, desde Abraham a nuestros días. Los frutos me han interpelado, así como el abandono y hasta la contradicción y represión que experimentan los nuevos convertidos de esos lugares de oración. Cuando llegan anunciando la buena nueva de su retorno al redil, a menudo son mal acogidos: 'Aparición no reconocida, dejad eso y entrad en la pastoral de conjunto, que es bien diferente' se les dice a menudo.

“Y en tal caso quedan perplejos. Y no comprenden muy bien lo que se les propone, mientras la descalificación de su evidencia íntima los turba. Al reencontrar la gracia de Dios habían pensado que serían bien acogidos, como lo fue el hijo pródigo; pero se los mira como marginados que han cambiado de órbita. Una gracia conmovedora los había devuelto a la Iglesia que habían abandonado, y hete aquí que 'la Iglesia' rehusaba esa gracia y les rogaba que renunciasen a ella [...] ¿se veían forzados a crearse una religión al margen de los sacerdotes que no los comprenden?" 25 .

1.3 La Renovación carismática

Semejante es la actitud de acedia que describe Laurentin respecto de la Renovación carismática: "Uno de los despertares más fructíferos de estas últimas décadas - dice - han sido las comunidades carismáticas, nacidas en 1967, que han reencontrado la oración, la evangelización, el don de sí mismo y la vida comunitaria. Yo me temía que su ímpetu [...] fuese un fervor efímero y frágil [...]. Pues bien, una sola de esas comunidades carismáticas francesas ha desaparecido [...] no sin que hayan faltado factores externos que contribuyeran a ello, y no sin que esa comunidad disuelta haya dejado por doquier cristianos y grupos valiosos madurados por las pruebas. [...] Todas las demás comunidades han crecido y se han multiplicado, frecuentemente a escala internacional" 26 . Laurentin va enumerando: Emmanuel (Paris 1972), Chemin Neuf (Lyon), Puits de Jacob (Estrasburgo), Le Lion de Juda; Théophanie; Pain de Vie... "El punto común de todas esas comunidades es el haber creado por los modos más variados una nueva forma de vida cristiana, comunitaria y consagrada, radicalmente generosa y abierta sin distinción a célibes y a casados. Los matrimonios crían una nueva generación de niños beneficiarios de una educación cristiana integral. Lo cual era una urgencia en esta hora de descristianización acelerada de la juventud. En esas comunidades cada uno hace libremente la elección de matrimonio o de celibato, que se ahonda en una articulación provechosa entre miembros monjes y personas casadas. Las apariciones de Medjugorje han inspirado ya dos fundaciones del mismo género: comunidades mixtas de hombres y mujeres, una de las cuales abierta a los matrimonios" 27 .

Laurentin sigue durante varias páginas enumerando iniciativas de individuos y grupos, grupos de oración carismáticos, no sólo ya en Francia sino en el resto de Europa y Estados Unidos. Y reflexiona: "Esa germinación resulta tanto más difícil de seguir, cuanto que son movimientos en su mayor parte informales, desconocidos de los medios de comunicación y a menudo sin nombre. Además, su aparición fuera de los cuadros previstos desconcierta y a veces irrita a la pastoral oficial; '¿Para qué sirven todos esos movimientos nuevos? ¿Por qué esa gente no se agrega a los grupos que ya existen?' ¡Misterio! Perpetuo e inevitable misterio [...] Esa renovación perpetua obedece a motivaciones múltiples. El mundo cambia. Las motivaciones cambian [...] A eso se suman los brotes inesperados del Espíritu Santo, que inventa las novedades necesarias para el presente y para el porvenir. Esa fecundidad caracteriza siempre las grandes épocas de la vida de la Iglesia [...] La Iglesia es una germinación permanente de primavera en primavera" 28 .

1.4 Otros Movimientos: Communione e Liberazione, Neocatecumenales, Opus Dei...

"Dudo en proseguir por más tiempo una enumeración que no tendría fin, y en la que cada movimiento provocará objeciones e irritaciones. La renovación carismática, pese a sus frutos indiscutibles, sigue siendo la bestia negra para muchos cristianos de derechas y de izquierdas: La Comunidad Saint Jean, Comunión y Liberación, los Neocatecumenales, el Opus Dei..." 29 La acedia se ejercita con todos ellos y con otros parecidos.

“Sin la comprensión y el apoyo del Papa ciertamente que ese movimiento [Communione e Liberazione] habría sucumbido bajo los golpes de sus adversarios” 30 . Del Opus Dei dice Laurentin: “¿Hay que mencionar también a este otro movimiento, más antiguo pero en expansión sostenida, no obstante la mitología con que eficazmente ha sido difamado?” 31 .

"La tradición cristiana compara la Iglesia con el Arca de Noé. [...] El símbolo supone que en el Arca el León no se comía al Cordero. ¿Por qué tiene que haber tantos poderosos en la Iglesia, que tan severos en palabras y en actos se muestran con los que están bajo su férula, por lo que se refiere a toda iniciativa que no encaja en el marco estricto de su pastoral aséptica y bien pasteurizada?" pregunta Laurentin, y continúa: "Cierto que en la Iglesia se necesita un orden; pero el de una concertación y no el de los sistemas asfixiantes, que tan fácilmente se instalan y emplean todas sus fuerzas en poner en entredicho y en difamar cuanto les rodea. Largo ha sido el lamento contra el poderoso sistema de la curia romana, hoy reformada. Otros sistemas pastorales, surgidos del Concilio, comienzan a revelar inconvenientes análogos según la lógica y las tendencias de todo poder humano [...] El pluralismo no es aceptable, si no es auténticamente cristiano [...] Pero hay que evitar las prevenciones que suscita el otro por ser el otro: un rival, si hay concurrencia de clientela. Y es urgente que el Espíritu Santo nos eleve por encima de semejantes prevenciones [...] Un auténtico pluralismo cristiano no podrá nacer más que del único Espíritu. La Iglesia de Cristo tiene vocación de ser generosa y acogedora. A tal efecto importa juzgar, no a fuerza de etiquetas y según los prejuicios que inspiran las ideologías, sino como lo recomiend Cristo, según el Espíritu" 32 .

Sin nombrarlo, se refiere aquí Laurentin al gozo de la caridad que tiene ojos para ver el bien de los demás y se alegra por él. Y, sin nombrarla, se ha referido, como sin duda habrá ido reconociéndolo el lector, al mal de acedia, de que adolecen muchos en la Iglesia actual, ante las apariciones Marianas y los Movimientos eclesiales, de modo particular los carismáticos.


12

Amar a la Iglesia. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en Presencia de S.S. Juan Pablo II, Ed. BAC (Col. Minor), Madrid 1997, pp. 54-55.

13

Reflexiones de Mons. Christoph Schönborn sobre el Concepto de secta y respuesta a algunas acusaciones dirigidas a grupos católicos: ¿Hay sectas dentro de la Iglesia? No pueden considerarse sectas los grupos aprobados por la autoridad eclesiástica en: Oss. Rom. del 15-08-1997, Nº 33 (1494), pp. 401-402.

14

Mensaje del Papa Juan Pablo II a los participantes en el Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales, Roma 27-05-1998, en: Oss. Rom. (1998) Nº 23, p. 323, Col. 2.

15

Mensaje citado, Col. 4.

16

Art. cit. p.402, Col. 4.

17

Art. cit. p. 401, Col. 4.

18

Informe conjunto de los Secretariados para la Unión de los Cristianos, para los No-Cristianos, para los No-Creyentes y del Consejo Pontificio para la Cultura, El fenómeno de las sectas o nuevos movimientos religiosos. Introducción. Oss. Rom. 25-05-1986 p. 6

19

Card. Joseph Ratzinger, La sal de la Tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Una conversación con Peter Seewald. Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 146.

20

Herder, Barcelona 1991. Original francés: Ed. Desclée, Paris 1989. Para lo que sigue pp. 52ss. Corregimos aspectos de la traducción castellana.

21

R. Laurentin, O.c., p. 52.

22

R. Laurentin, O.c., p.52.

23

¡Alaba las virtudes y las verás florecer!, decía el jesuita belga Pierre Charles.

24

Mensaje del Papa Juan Pablo II a los participantes en el Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales, Roma 27-05-1998, Oss. Rom. (1998) Nº 23, p. 323, Citas en Cols. 2 y 4.

25

R. Laurentin, O.c. pp. 52-53.

26

R. Laurentin, O.c. pp. 53-54.

27

R. Laurentin, O.c. p. 55.

28

R. Laurentin, O.c. p. 59.

29

R. Laurentin, O.c. p. 61.

30

R. Laurentin, O.c. p. 61.

31

R. Laurentin, O.c. p. 61.

32

R. Laurentin, O.c. p. 63.

2. Naturalismo y rechazo de la Comunión

Hemos tratado, en la obra anterior, de ‘los Siglos de la Acedia’ 33 . Estudios, reflexión y meditaciones posteriores nos han permitido comprender mejor ciertas concreciones del Espíritu de Acedia en la Ilustración y la Modernidad. Una de esas concreciones ha sido el así llamado ‘naturalismo’.

La acedia toma históricamente la forma de la herejía naturalista y de sus derivados. Caracterizada brevemente, la herejía naturalista consiste en separar a Dios del Hombre, al Creador de la Creación, al orden natural del sobrenatural, a la naturaleza del misterio. El naturalismo es, en su esencia, un rechazo a la comunión ofrecida por Dios en la revelación. Esa separación puede hacerse de muchas formas. Afirmando que no tienen nada que ver; desentendiéndose pragmáticamente de lo sobrenatural; afirmando tanto la trascendencia que termina por separar a Dios del hombre; prescindiendo del misterio divino y el actuar divino e interesándose sólo por el hombre, la historia y la política; implicitando la fe, el culto, la adoración y la alabanza y relegando al Dios vivo al silencio de lo que se da 'por supuesto'. De cualquier manera que se presente, la consecuencia es siempre el rechazo de la comunión, la negación de su existencia, la negativa a relacionarse con Dios prácticamente. Se podrá seguir hablando de Dios y hasta ocuparse intensamente con su idea. Pero por más que se hable de Él ya no se habla con Él. Dios se ha convertido en un tema, en un objeto. Ha dejado de ser una presencia, un Tú. Pero sobre todo ha dejado de ser alguien cuya acción se percibe, se tiene en cuenta y se acata.

“En el primer concilio Vaticano, los padres habían puesto de relieve el carácter sobrenatural de la revelación de Dios. La crítica racionalista, que en aquel período atacaba la fe sobre la base de tesis erróneas y muy difundidas, consistía en negar todo conocimiento que no fuese fruto de las capacidades naturales de la razón. Este hecho obligó al Concilio a sostener con fuerza que, además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de llegar hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiar de la fe. Este conocimiento expresa una verdad que se basa en el hecho mismo de que Dios se revela, y es una verdad muy cierta porque Dios ni engaña ni quiere engañar” 34 .

Martin Buber ha caracterizado así la tendencia antirreligiosa del pensamiento moderno: “El pensamiento de nuestro tiempo se caracteriza porque [...] por una parte busca preservar la idea de lo divino como si ella fuera la auténtica preocupación de la religión, y por otra, destruye la realidad que sustenta la idea de Dios y, en esa forma, destruye también la realidad de nuestra relación con él. Esto se lleva a cabo de muchas maneras, abierta y encubiertamente, apodíctica e hipotéticamente, en el lenguaje de la metafísica (Kant, Hegel) y en el de la psicología (Jung)” [...]”Muchos verdaderos creyentes saben cómo hablar a Dios, con Dios, mas no sobre Dios o acerca de Él” [...] “Es la situación del hombre que ya no experimenta la presencia de lo divino frente a él. No importa que no se atreva o que sea incapaz de experimentarla. Puesto que se ha alejado de esa presencia existencialmente, ya no la conoce como algo frente a él” 35 .

Expresión y consecuencias lógicas del naturalismo son 1) la sustitución de la fe por la gnosis, o sea un discurso que usando el lenguaje de la fe y refiriéndose a sus misterios, no lo hace desde la fe sino desde fuera del misterio y contra él; 2) el énfasis en la instrucción religiosa con preterición de la pertenencia y la comunión religiosa y eclesial; 3) una catequesis sin oración ni misa dominical de los niños ni de los catequistas; 4) una catequesis donde los ‘hechos de vida’ desplazan la trasmisión del depósito de la fe; 5) la cesación del culto, o su impregnación ideológica, con la evanescencia de los actos de latría, los cuales o bien desaparecen o se mantienen de manera puramente formal; 6) la virtud de la religión se desvanece. Aunque, por un tiempo, o por razones de conveniencia pueda mantenerse un culto exterior, será verdad lo que dice Isaías: “este pueblo se proclama próximo a mí con su boca y me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí y el temor que me profesa son preceptos enseñados por hombres” (Isa 29,13). El hombre ya no sabe alegrarse en la Presencia de Dios ni gozarse en su Amor. La comunión con Él lo deja indiferente y no le basta para considerarse salvado. Como dice Buber: ‘en vez de hablar con Dios, se habla sobre Dios, y Dios deja de ser el de la fe religiosa para convertirse en el Ello de la filosofía’ 36 . Por más que la filosofía, se disfraza de pensamiento religioso, cristiano y, convertida en gnosis, parasitaria de la comunión eclesial, usurpa el lenguaje de la fe para expresar sus tesis racionalistas opuestas a ella.

En este marco de la cultura y la civilización moderna, los Movimientos eclesiales y en especial la Renovación Carismática aparecen evidentemente como una reivindicación de la fe frente a los asaltos del racionalismo. Y se comprende que desde una mentalidad moderna, aún intraeclesiástica, se los pueda tachar de ‘irracionales’ o ‘fundamentalistas’ y hasta de ‘sectarios’.

2.1 Naturalismo y deísmo: de aquellos polvos estos lodos

En la época de las luces, marcada por el pensamiento deísta, la concepción eclesiológica se interesa solamente en el aspecto 'empírico' de la Iglesia, no ve y no quiere ver en la Iglesia de Cristo otra cosa que relaciones puramente jurídicas y sociales, se desvía y cae en un naturalismo alarmante, especialmente en teología pastoral. Este naturalismo eclesiológico es correlativo al nestorianismo cristológico 37 . No sólo en Jesucristo, sino que también en la vida del creyente y de la Iglesia lo humano predomina de tal modo en la conciencia psicológica que lo divino apenas es tomado en consideración. El misterio se despoja así de su poder y se reduce a una religiosidad objetiva que se puede aprehender y penetrar 38 .

El principio de la relación entre la Iglesia y el Pneuma del Cristo glorificado cae en el olvido en la pastoral de la era de las luces. Del mismo modo, la acción de Cristo respecto de la Iglesia y en ella, queda reducida a la fundación y la institución de la jerarquía. La Iglesia se reduce a una forma de organización comunitaria que vive según los principios del derecho natural que rigen toda sociedad 39 .

Bajo la influencia de la doctrina deísta se pierde de vista totalmente el sentido de la relación entre la doctrina del Espíritu Santo y la doctrina de la Iglesia. Es instructivo recordar a grandes rasgos los caminos de la penetración del deísmo en la teología.

Separar el mundo de Dios: he ahí una de las características fundamentales y decisivas del deísmo: 'Dios crea sólo al comienzo; pone en marcha la máquina del mundo, y después la abandona a sí misma y a sus propias leyes. Por consiguiente, no es Dios ya el centro del mundo, sino... el hombre, a saber, que es un hombre autónomo y que se basta a sí mismo, como el mundo en que vive. La separación operada entre Dios y el mundo ocasiona lógicamente un antropocentrismo que empapa profundamente el pensamiento.

En los siglos XVII y XVIII este deísmo y este antropocentrismo también penetran profundamente en la teología. He aquí las consecuencias de orden eclesiológico: Dios crea sólo al comienzo, es decir, instituye la jerarquía y a continuación abandona la Iglesia a los hombres. El sujeto activo de la salvación operada por la Iglesia no es ya el Cristo glorificado y su Pneuma, sino el hombre en su calidad de depositario de la función eclesial. Cristo ha instituido el ministerio, pero el sujeto actuante propiamente dicho ya no son Él y su Espíritu, sino el hombre en su calidad de depositario de la función instituida por Él. Según la concepción estrictamente lógica de la era de las luces, el depositario del ministerio eclesial no habla en virtud del Espíritu Santo y de la consagración sacramental, lo hace pura y simplemente en razón de la institución y de la jurisdicción.

La separación de Dios y del mundo se hace, en teología, separación del Pneuma y del ministerio. Como la acción del Espíritu Santo en la Iglesia cae en el olvido, se comprende equivocadamente el ministerio eclesial en su sentido unilateral antropocéntrico. No es Cristo quien actúa por mediación del depositario de la función, sino que éste considera como suya propia la función ministerial: la predicación es su predicación, el culto su culto, la disciplina su disciplina. Después del Vaticano II, esa concepción llega a la liturgia, la cual queda librada a la creatividad e iniciativa del celebrante, que ejerce sobre ella un dominio de dueño y no de ministro de la Iglesia, evocador de un hecho salvífico mediante la anamnesis e invocador de la acción del Espíritu mediante la epiklesis.

En este aspecto, la encíclica Mystici Corporis vino a operar una corrección muy significativa. Pío XII nos recordó en ella expresamente que: "Es él, Cristo, quien a través de la Iglesia, bautiza, enseña, gobierna, desata, ata, ofrece y sacrifica" (n. 55). Cristo vivifica continuamente a la Iglesia infundiéndole el Espíritu Santo a través de su carne resucitada, agente de los sacramentos. Él sigue encontrándose realmente con los hombres: está vivo.

En esta visión, no habría que extrañarse de los movimientos, de la renovación carismática, de que tanto el Señor como su Madre puedan manifestarse no sólo por la vía de los sacramentos, sino por medio de apariciones, mensajes y profecías.

2.2 Retrato espiritual de la acedia naturalista: rechazo del Misterio y la Comunión

Un obispo del Vaticano I, describía así la actitud del hombre naturalista y su rechazo de lo sobrenatural: "En este sistema, la naturaleza se convierte en una suerte de recinto fortificado y campo atrincherado, donde la creatura se encierra como en su dominio propio e inalienable. Allí se instala como si fuese completamente dueña de sí misma, munida de imprescriptibles derechos, teniendo que pedir cuentas, sin nunca tener que darlas. Desde allí considera los caminos de Dios, sus proposiciones y decisiones, o al menos lo que se le presenta como tal, y juzga de todo con absoluta independencia. En suma, la naturaleza se basta, y poseyendo en sí su principio, su ley y su fin, se construye su propio mundo, y se convierte poco a poco en su propio dios. Y si bien es manifiesto que el individuo, tomado como tal, es indiferente en muchos puntos e insuficiente para muchas cosas, sin embargo, para completarse debidamente, no necesita salir de su orden; encuentra en la humanidad, en la colectividad, lo que le falta personalmente. Allí está el fundamento de la doctrina revolucionaria de la soberanía del hombre, encarnada en la soberanía del pueblo. En resumen, la naturaleza es el único y verdadero tesoro" 40 .

El Cardenal Pie veía el naturalismo como una abdicación del hombre al llamado a la grandeza, como una resistencia a asumir su propio misterio. Por eso lo consideraba una forma de 'pereza'. Se trata, más exactamente de la acedia, que ya entonces se había constituido en una atmósfera civilizacional que todo lo invadía.

Se ha dicho que "en la raíz del naturalismo hay un acto de soberbia, un remedo del consentimiento paradisíaco a la tentación de ser como Dios en la renuncia al orden sobrenatural" 41 . El Cardenal Pie ha caracterizado esta actitud y ha descrito muy bien la voluntad de renunciar al mundo superior al que el hombre está llamado, usando a veces para ello una apariencia de satánica modestia.

2.3 La actitud de acedia: rechazo de la comunión

Véase cómo se ha retratado la actitud del naturalista: "Profeso altamente las doctrinas espiritualistas; quiero con toda la energía de mi voluntad, vivir la vida del espíritu y observar las rigurosas leyes del deber. Pero no me habléis de una vida superior y sobrenatural. Vosotros desarrolláis todo un orden sobrenatural, basado principalmente en el hecho de la encarnación de una persona divina; me prometéis, para la eternidad, una gloria infinita, la visión de Dios cara a cara, el conocimiento y la posesión de Dios, tal cual se conoce y posee a sí mismo; como medios proporcionados a este fin, me indicáis los elementos diversos que constituyen, en cierta manera, el aparato de la vida sobrenatural: fe en Jesucristo, preceptos y consejos evangélicos, virtudes infusas y teologales, gracias actuales, gracia santificante, dones del Espíritu Santo, sacrificios, sacramentos, obediencia a la Iglesia. Admiro este alto nivel de horizontes y especulaciones. Pero, si bien es cierto que me avergüenzo de todo lo que me degrada por debajo de mi naturaleza, tampoco siento atractivo alguno hacia lo que tiende a elevarme por encima. Ni tan bajo ni tan alto. No quiero ser ni bestia ni ángel; quiero seguir siendo hombre. Por otra parte, estimo en gran manera mi naturaleza; reducida a sus elementos esenciales y tal cual Dios la ha hecho la encuentro suficiente. No tengo la pretensión de llegar después de esta vida a una felicidad tan inefable, a una gloria tan trascendente, tan superior a todos los datos de mi razón; y sobre todo ese conjunto de obligaciones y virtudes sobrehumanas. Quedaré, pues, agradecido a Dios por sus generosas intenciones, pero no aceptaré ese beneficio que sería para mí una carga. Pertenece a la esencia de todo privilegio que pueda ser rehusado. Y ya que todo ese orden sobrenatural, todo ese conjunto de la revelación es un don de Dios, gratuitamente sobre agregado por su liberalidad y bondad a las leyes y destinos de mi naturaleza, yo me atendré a las leyes de mi condición primera; viviré según las leyes de mi conciencia, según las reglas de mi razón y la religión natural; y Dios no me negará, después de una vida honesta y virtuosa, la única felicidad eterna a que aspiro, la recompensa natural de las virtudes naturales" 42 .

David Friedrich Strauss, el pastor evangélico alemán que se hizo famoso por su aproximación racionalista a los evangelios, negando todo milagro o hecho sobrenatural, y que por eso es un típico representante del pensamiento naturalista, se expresa en términos semejantes en la dedicatoria de su Vida de Jesús a su hermano Wilhelm:”Al dedicar este libro al hermano, lo pienso como un miembro del pueblo alemán. Y al entregárselo (en mi hermano) al pueblo alemán, presupongo que hay en él muchos miembros como mi hermano. Quiero decir, muchos que no satisfechos con los negocios, se ocupan también de asuntos espirituales; muchos que después de jornadas laboriosas encuentran su descanso en lecturas serias. Muchos que tienen el raro valor de repensar por cuenta propia, sin preocuparse de las opiniones tradicionales ni de las directivas eclesiásticas, acerca de las principales situaciones del Hombre. Y que tienen la idea, aún menos común, de considerar que el progreso político, por lo menos en Alemania, no se podrá tener por asegurado hasta que los espíritus se hayan liberado de la locura religiosa y se haya atendido a la cultura meramente humana del pueblo”.

“Tú, querido hermano, has tenido ocasión más que suficiente de comprobar que una concepción del mundo que rechaza cualquier fuente de ayuda sobrenatural -prosigue Strauss- y que remite al hombre exclusivamente a sí mismo y al orden natural de las cosas, es apropiada para el pueblo y para la vida; que una tal visión es capaz de orientar al hombre y ponerlo en el rumbo justo no solamente en la felicidad, sino también en la adversidad, y especialmente esto último. Tú has padecido una larga enfermedad durante años, rehusando apoyarte en muletas ajenas, sino apoyándote exclusivamente en lo que tú eres y en lo que tú puedes saber, como hombre y miembro de este mundo lleno de espíritu y de dios, y oponiéndote a él varonilmente. Tú has mantenido el coraje y la decisión aún en circunstancias tales que habrían hecho flaquear en su fe a los creyentes. Aún en aquellos momentos en que toda esperanza de vida se había extinguido, jamás cediste a la tentación de engañarte yendo a buscar apoyo en el más allá”.

“Ojalá tengas, después de tan dura prueba, un propicio declinar de tu vida. Pueda este libro merecer tu indulgencia y no desagradarte. Que nuestros hijos y nietos puedan reconocer en él, en qué íntima comunión espiritual vivieron sus padres, y en qué fe vivieron, aunque no santa sí por lo menos sinceramente; y en qué fe murieron, si no bienaventurados es de esperar que tranquilos 43 .

Como puede verse, el naturalista, con apariencia de humildad, se niega a la comunión. Se niega a estrechar la mano que Dios le extiende. Sería una relación peligrosa. Queda patente aquí la ceguera para el bien divino de que se goza la caridad: la acedia como apercepción, más aún, como dispercepción, porque se juzga que entrar en comunión con Dios perjudicaría al hombre impidiéndole vivir de acuerdo a su naturaleza. Este perfil del naturalista y el caso real que lo confirma, son el retrato del acidioso y el del indiferente 44 .

El secularismo es la forma actual de este naturalismo. El secularismo se ha presentado, en efecto, como un celo por asegurar la autonomía de las realidades creadas contra la invasión de lo divino. Postula, por lo tanto, la separación, la incomunicación y teme la comunión, como una limitación de la libertad del hombre por parte de Dios.

Es evidente que en esta concepción de las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural, predomina un enfoque puramente extrínseco y moralista. La dimensión y la estructura interpersonal de la fe está fuera de pantalla. El retrato del hombre naturalista es casi una caricatura: exaspera los rasgos definitorios de un espíritu que nuestra civilización ha hecho suyo a nivel ético práctico. Al Dios que se revela se le dice: "vive, pero deja vivir". El hombre, rehúsa reconocer su propia identidad mistérica, y quiere vivir exclusivamente según la dimensión natural. Es una regresión cultural y religiosa a lo que San Pablo llamaba 'vivir según la carne' y San Juan 'amar el mundo'.

La idea de religión del naturalismo ilustrado y la concepción del mundo centrada unilateralmente en el hombre y en su desarrollo y progreso por la razón y las ciencias tiene naturalmente sus lógicas consecuencias para el culto, la liturgia y la pastoral. Lo que se vio suceder principalmente en las iglesias protestantes en el siglo XIX le ha sucedido progresivamente al catolicismo en el siglo XX.

La acedia cultural de origen ilustrado se manifiesta en que la religión ya no es considerada en forma teocéntrica como orientada primariamente al Culto de Dios, sino de manera antropocéntrica y principalmente como comportamiento moral del individuo, como cumplimiento de la ley moral natural y como amor al hombre.

2.4 Acedia, Caridad, Comunión

Pero el rechazo de la comunión es, como puede verse en 3.3 un fenómeno espiritual. Entristecerse por las cosas de que se goza la caridad, rechazar la caridad misma y rehusar la comunión son tres aspectos del mismo misterio de la acedia, o tres maneras de expresar lo mismo. El hombre que no quiere entrar en relación con Dios.

Ese rechazo, no es el episodio circunstancial en la historia de individuos aislados, sino que se ha organizado en forma de cultura y de civilización. Y su influjo es tan poderoso que los creyentes no se sustraen fácilmente a su acción. Es más, no son pocos los que se han convencido de que la secularización es una exigencia que deriva de su fe, de que el verdadero cristianismo no es una religión y que es necesario desacralizar la Iglesia y el mundo. En el mismo momento en que el Papa Juan Pablo II exhorta a la ‘confrontación con el secularismo’ 45 , voces de la academia ‘católica’ afirman que “no es verdad que el mundo se haya secularizado. El mundo está todavía muy sacralizado” 46 .

La ambigüedad de los discursos parece cobijarse hoy en la palabra ‘autonomía’. ¿Qué sentido tiene hablar de autonomía de lo humano después del misterio de la Encarnación y de la revelación del amor del Padre? ¿No equivale a cobijar la negativa a la comunión de amor y a la reconciliación que se nos ofrece bajo el discurso de la autonomía? Por supuesto que toda relación entre dos seres libres implica una cierta donación de la propia libertad al otro. Pero en esa donación, la libertad no se limita sino que se realiza. Porque la libertad está para amar. La defensa de la propia autonomía parece a menudo una autodefensa que denota temor a Dios.

De ese temor ha dicho Juan Pablo II: “En esta historia los rayos de la paternidad de Dios encuentran una primera resistencia en el dato oscuro pero real del pecado original. Ésta es la verdadera clave para interpretar la realidad. El pecado original no es sólo una violación de una voluntad positiva de Dios, sino también, y sobre todo, de la motivación que está detrás. La cual tiende a abolir la paternidad, destruyendo sus rayos que penetran en el mundo creado, poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la sola conciencia de amo y esclavo. Así, el Señor aparece como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios” 47 . ¿No es acaso Dios el que le ha dado la libertad al Hombre? ¿De dónde entonces le viene ese temor demencial de sentirse amenazado por Dios en su libertad?

El secularismo, introyectado en la Iglesia, se ha convertido en un verdadero polo de pastoral de la acedia, que mira con tristeza las manifestaciones de la comunión, de la caridad y sus gozos. Tiene sobre ellos un juicio negativo y condenatorio y, aunque los tolere cuando no puede otra cosa, aspira a abolirlos, sinceramente convencido de hacer un bien. Y lo hace con entusiasmo inexorable.

A este capítulo de los efectos de la acedia debe asignarse el silenciamiento de la Vida eterna.

2.5 No atreverse a creer en la vida eterna

La moderna ciencia de la comunicación nos ha enseñado que el silencio es también un metalenguaje y muy expresivo. Los silencios actuales sobre la vida eterna, en la catequesis, la predicación y hasta en la enseñanza teológica, son significativos.

Que la salvación comporte aquí abajo, en la vida terrenal, condiciones humanas de existencia por lograr las cuales deben esforzarse cuantos creen verdaderamente en Jesucristo, eso es innegable y la Iglesia no cesa de enseñar a sus hijos ese deber y de instarlos a cumplirlo. Pero demasiado a menudo se pasa hoy en silencio de manera perjudicial el otro aspecto del cristianismo, del que la existencia terrena del hombre no es sino la primera fase de su destino último, y no se nos dice que esta vocación sublime, que la Revelación nos da a conocer, consiste en hacernos cada vez más hijos de Dios desde aquí abajo y en compartir más allá de la muerte corporal, la vida trinitaria y su bienaventuranza. Que esta vocación comience a realizarse en la existencia terrena misma del hombre, la Iglesia lo ha enseñado siempre. Pero esta existencia no puede ser verdaderamente comprendida ni vivida, aún humanamente, sino en función de la Vida Eterna, objeto real y definitivo de la promesa divina. El interés, no excesivo sino descentrado, que se suele prestar a la situación terrena del hombre - a la que llaman gustosamente situación histórica y que parece ser la única que los preocupa -, no solamente tiende a ocultar la verdadera naturaleza del destino humano, sino que, más aún, frustra al hombre en su bienaventurada esperanza, la de la salvación verdadera y definitiva, prometida al hombre por Dios y dada en Cristo: porque ninguna teología y ninguna práctica evitarían al hombre aquella desgracia definitiva que consistiría en morirse sin creer en la resurrección y la Vida Eterna: Si solamente en esta vida tenemos puesta en Cristo nuestra esperanza, somos los más dignos de lástima entre los hombres (1 Cor 15,19).

Este olvido es mal de acedia crónico de cuantos beben en las fuentes y en las corrientes del moralismo inmanentista de la modernidad ilustrada y los caracteriza e identifica inequívocamente.

Quizás algún lector no mida la gravedad de este silencio que se suma a un creciente silencio ambiental y cultural sobre el tema y al que, por eso, terminamos habituándonos. A encarecerle a este lector la gravedad de este olvido apuntan las siguientes reflexiones de Julián Marías, que lo denuncian como 'un despojo imperdonable':

"Pocos temas apasionan al hombre de nuestro tiempo como el de la justicia social; muchos cristianos -especialmente eclesiásticos- lo han descubierto recientemente; los ha fascinado de tal manera, que tienen la propensión marcadísima a identificar religión con justicia social. Esto me parece perfectamente sin sentido, porque, si es un error reducir a Dios a su condición de garantizador de la inmortalidad del hombre, más absurdo sería confinarlo a la función de custodio de la justicia social. Dios interesa por sí mismo y de él se derivan para el hombre innumerables cosas. Que una de ellas sea la justicia social, no lo dudo; pero no se olvide que la justicia social es sólo una forma particular de la justicia, y que más allá de la justicia hay legión de cosas que importan [...] La más atroz injusticia que se puede cometer con un hombre es despojarlo de su esperanza [...] Hoy son muchos los que se dedican a minar esa esperanza, a destruirla o por lo menos hacerla olvidar. Lo grave es que a veces lo hacen en nombre de la 'justicia social', cometiendo la más aterradora injusticia que puedo imaginar. Cuando alguien no espera la otra vida ¿Cuál es su situación si ésta ya no le ofrece más que infelicidad? Hoy vemos innumerables hombres y mujeres empujados a la desesperanza, despojados de la expectación de la vida perdurable mediante el ataque frontal, el desprecio, el sarcasmo, o simplemente la mención en hueco, insincera o ineficaz, o más sencillamente aún el silencio. Para mí esto es la máxima injusticia social, un despojo difícilmente perdonable" 48 .

Miguel de Unamuno, ha escrito con su habitual lucidez y agudeza, en defensa del primado de la Redención traída por Jesucristo sobre las redenciones políticas de una clase: "No faltará quien crea que Don Quijote debió atemperarse al público que le escuchaba y hablar a los cabreros de la cuestión cabreril y del modo de redimirlos de su baja condición de pastores de cabras. Eso hubiera hecho Sancho, a tener saber y arrestos para ello; pero el Caballero no. Don Quijote sabía bien que no hay más que una sola cuestión, para todos la misma, y lo que redima de su pobreza al pobre, redimirá, a la vez, de su riqueza al rico" 49 .

Se le ha reprochado a la fe católica el alienar al hombre con la esperanza de la vida eterna, quitándole seriedad a su empeño y a su responsabilidad terrena. Pero, por distanciarse, en obsequio de esa visión que acusa de absorber la vida terrena en la Vida Eterna, se pasa a ofrecer un planteo en que la Vida Eterna queda absorbida en la vida terrena.

El humanismo inmanentista y materialista no puede considerar un bien a la Vida Eterna ni a la fe en ella, y las acusa de alienantes de las tareas terrenas. Es orientador recordar que en la tradición del pensamiento creyente, esa incapacidad de ver recibió el nombre de acedia 50 . La acedia está actualmente organizada en forma de civilización y ya tiene sus descalificaciones y sus acusaciones elaboradas: opio del pueblo, etc. Es algo más que un mero fenómeno de reacción contra una deformación religiosa. Es una oposición también a lo que la fe tiene de sanamente propio. Como lo ha dicho Juan Pablo II: "el materialismo es el desarrollo sistemático y coherente de aquella 'resistencia' y oposición denunciados por San Pablo con estas palabras: 'La carne tiene apetitos contrarios al espíritu y el espíritu apetitos contrarios a la carne. El que quiere vivir según el Espíritu, aceptando y correspondiendo a su acción salvífica, no puede dejar de rechazar las tendencias y pretensiones internas y externas de la 'carne', incluso en su expresión ideológica e histórica de 'materialismo' antirreligioso" 51 .

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia, empeñada en evangelizar al mundo de los no creyentes, a la vez que invitar a los fieles a asumir sus responsabilidades históricas en el mundo, no guardó silencio acerca de la vida eterna, y quiso proclamar inequívocamente la fe católica: "enseñada por la divina Revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un fin dichoso más allá de los límites de la miserable vida terrestre. Incluso la muerte corporal, de la que se habría substraído el hombre de no haber pecado, la fe cristiana enseña que será vencida cuando el hombre sea restituido por el omnipotente y misericordioso Salvador a la salvación, perdida por su culpa. Pues Dios llamó y llama al hombre para que se le adhiera a El con toda su naturaleza en la perpetua comunión de una incorruptible vida divina" 52 ) Gaudium et Spes 18.

En el diálogo con el humanismo no creyente, si se quiere que sea un diálogo evangelizador, por lo menos no hay que disimular ni diluir el alcance de la doctrina de la fe para hacerlo aceptable: "Lo que el momento presente de la teología requiere no es un silencio equívoco sobre las cuestiones últimas, sino al contrario una afirmación neta y clara de la fe con todas sus implicaciones y todas sus exigencias [...] lo que implica de una parte, apertura a las necesidades y valores del propio momento histórico, y de otra el reconocimiento decidido de la fe como punto de partida radical del conocer cristiano, es decir, no sólo como fuerza que fundamenta el actuar, sino como luz que guía a la inteligencia en su función de análisis y comprensión de la realidad". De lo contrario, "en lugar de una asimilación de la dimensión social del hombre en una visión cristiana de la vida, lo que se obtiene es la yuxtaposición de un cristianismo fideísta y de un humanismo naturalista, si es que no se desemboca sin más en la disolución del cristianismo en una visión puramente terrena e intramundana del acontecer" 53 .

2.5.a Silenciamiento de la Vida Eterna y secularismo

El silencio acerca de la Vida Eterna, o su dilución en un discurso ambiguo acerca de su relación con la inmanencia, no es, pues, inocuo, sobre todo en un mundo que está empeñado en silenciarlo como algo nocivo, y en un momento en que la Iglesia se empeña en evangelizarlo anunciándosela. Ese silencio reviste, en nuestro tiempo, una especial gravedad. Primero como infidelidad al ministerio de quienes fueron enviados a enseñar, a todos, todo lo que Cristo enseñó (Mateo 28,20). En segundo lugar, porque es el síntoma característico del secularismo, ese mal que señala Juan Pablo II como el más grave de esta hora y con el que, según el Papa, 'la Iglesia tiene el compromiso ineludible de confrontarse' 54 . Pero en tercer lugar, y sobre todo, porque cercena la integridad y el corazón mismo del mensaje cristiano no acerca de la 'otra vida' sino acerca de 'ésta', que recibe de aquélla su pleno sentido. Si se pierde de vista la verdad sobre la Vida Eterna se esfuma la verdad acerca de la vida entera.

Cuando despuntaba el fenómeno en la Dinamarca Luterana del siglo pasado, Kierkegaard se adelantó a dar la alarma como un gallo tempranero: "El más allá se ha vuelto una broma, una exigencia tan incierta que no sólo ya nadie la respeta, sino que tampoco la proyecta, hasta tal punto que nos divertimos sólo de pensar que había una época en que esta idea era capaz de transformar la existencia" 55 .

Siglo y medio después, el mal ha calado hondo y ha alcanzado al catolicismo: a pensadores y pastores. Del olvido de la trascendencia, el más allá y la Vida Eterna, se ha dicho: "Este fenómeno tiene un nombre preciso. Definido respecto del tiempo se llama secularización, o temporalismo; definido respecto del espacio, se llama inmanentismo. [...] Secularización, significa olvidar, o poner entre paréntesis, el destino eterno del hombre, aferrándose exclusivamente al saeculum, es decir al tiempo presente y este mundo. Se considera que es la herejía más difundida y más insidiosa de la era moderna [...] ¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? [...] El deseo natural de vivir 'para siempre', deformado, se vuelve deseo o frenesí de vivir 'bien', es decir, placenteramente'" 56 . A esta luz, el silencio ambiental acerca de la Vida Eterna cobra todo su sentido como un rasgo inconfundible de su fisonomía secularista.

2.5.b El reclamo de un mesianismo intrahistórico

Consecuencia lógica del cercenamiento de la visión esjatológica de la fe, de la Vida Eterna y de los novísimos, es la reducción de la salvación a términos intrahistóricos e inmanentes. Esto significa, en los hechos, la preocupación exclusiva por una salvación intramundana, preocupación que pasa a gobernar la reflexión teológica y que impide comprender la vida del pueblo creyente tal como es. De ahí derivan lógicamente juicios negativos y acusaciones sobre la fe de ese pueblo y sobre la Iglesia. Pero sobre todo la tentación de una concepción de la salvación como mesiánico-intrahistórica, y por lo tanto lógicamente política. Se recae así en la reedición de esperanzas mesiánicas que Jesucristo defraudó y la Iglesia necesariamente defraudará siempre 57 .

2.5.c Salvación como comunión

La fe cristiana salva al hombre, aún sin transformar nada en su situación externa (en Cristo ya no hay judío ni gentil, libre ni esclavo, hombre ni mujer, pobre o rico...), sino ya - y principalmente - por el merísimo hecho de introducirlo en una relación de comunión con Dios.

La acedia naturalista, manifiestamente, no acepta la comunión misma con Dios y el amor a Dios como un hecho realmente salvífico. El pueblo que acude libremente a los santuario parece tener una experiencia salvífica distinta. Se ve qué íntimamente unidos están el silencio acerca de la Vida Eterna y el silencio, o lo que es más grave, la incomprensión de la verdadera naturaleza de la salvación consistente en la comunión de amor con el Nosotros divino-humano, Trinitario-eclesial.

El menosprecio nace de una ceguera para la importancia de la comunión, que es considerada irrelevante desde el punto moral o político 58 . Ese menosprecio alcanza, como en Bultmann, al lenguaje y las categorías evangélicas y dogmáticas.

La fe católica establece una clara ecuación entre comunión y vida eterna: El Catecismo de la Iglesia Católica define: El cielo es: "comunión de vida y de amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados" (CIC 1024), es "la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Jesucristo" (CIC 1026). "Vivir en el cielo es estar con Cristo" (CIC 1025). El infierno es: "El estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados" (CIC 1033), aunque no desdeña definirlo también como un 'lugar' a donde se baja (CIC 1035).

Jesús verdadero Dios. Jesús es el mediador entre Dios y el Hombre (1 Tim 2,5). Y por eso es también el mediador entre el tiempo y la eternidad, y entre la creación espacial y su Creador transespacial. "Sabemos que eternidad y tiempo no son menos inconmensurables e irreducibles entre ellos de lo que son divinidad y humanidad, espíritu y carne. Son, por lo tanto, una adecuada transposición sobre el plano existencial e histórico, del dogma de Cristo, Dios y hombre" [...] "Él es el puente sobre el abismo, el que permite pasar de una orilla a otra. Toda la novedad de Cristo viene precisamente del 'salto' que se ha operado en Él desde la eternidad al tiempo. Pero un salto muy especial, como del que, quedándose con un pie en la orilla en que estaba, se extiende hasta alcanzar, con el otro pie, la orilla opuesta. En efecto, Cristo, como decía León Magno 'al quedar fuera del tiempo, empieza a existir en el tiempo'" 59 .

Es la comunión con Jesucristo por la fe, aquí en esta vida, la que permite el ingreso ya, desde ahora, hacia su eternidad. El que cree en Él posee ya la vida eterna (1 Jn 5,13). Por eso Él es la Puerta y el Pontífice. Y sólo Él. En Él se anuda la alianza nupcial entre el Creador y la Creación, de la cual el Hombre Jesús es Rey y Cabeza.

En el cuerpo material (pero no sólo material) del cristiano se alberga el Espíritu divino, y a través de una Iglesia de hombres, seres materiales, consagra el Universo para gloria del Padre. ¿De qué asombrarse si los cuerpos corruptibles, una vez vestidos de incorrupción siguen siendo 'espaciales' en una 'tierra y un cielo nuevos', en los que también se puede hablar de 'espacios'. ¿Dónde está entonces la dificultad para aceptar el misterio del cielo y del infierno como 'lugares' a la vez que como 'estados', puesto que son 'estados' de seres humanos, y por lo tanto en comunión con la Humanidad divinizada del Verbo de Dios? Cuando el naturalismo se levanta contra la concepción espacial del cielo o del infierno, muestra que su concepto de la creación es precristiano o acristiano y que también lo es su antropología, que no se ha dejado impregnar por la plena verdad cristológica.

2.5.d La sabiduría del pueblo creyente entre el juicio de Dios y el juicio de los hombres

El escándalo de la opresión y de la impunidad de los opresores lo supera también la fe del pueblo creyendo realmente en el juicio futuro de Dios. La esperanza en la justicia divina, que ya no dice mucho a los 'teólogos de la esperanza', es una fuente de paz para el creyente, a la vez que imprime seriedad a sus opciones históricas de las que será llamado a responsabilidad de cara a la eternidad. Sin eternidad, como sucede en la mentalidad reencarnacionista, o en el puro inmanentismo, la historia pierde seriedad, dramaticidad.

Si se pierde la visión holística que asegura la fe, no queda sino el escándalo ante esa misma fe popular, acusada de conformismo y de pereza para asumir los protagonismos histórico-políticos que se les prescriben. Pero ¿qué tan sabia es esa 'sabiduría' que declara necia la sabiduría del pueblo creyente?

En conclusión: en la corriente del pensamiento naturalista el silencio acedioso acerca de la Vida Eterna, la comprensión inmanentística y mesiánica de la salvación, el olvido del juicio y la ceguera para la índole de la obra salvífica que por obra de la gracia de Jesús, Dios y Hombre Resucitado, está históricamente en curso, tienen una íntima conexión lógica.


33

En mi sed me dieron vinagre... p. 78.

34

Juan Pablo II, Encíclica Fides et Ratio Nº 8; Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius sobre la fe católica, Cap. III De Fide, DS 3008 [D 1789]: enseña el Vat. I que la fe “es una virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que se revela, el cual no puede ni engañarse ni engañarnos”.

35

Martin Buber, Eclipse de Dios, Ed. Galatea Nueva Visión, Bs. As 1955, p. 21,28,29.

36

“Yo-Tú encuentra su más alta intensidad y transfiguración en la realidad religiosa, en la cual el Ser ilimitado se convierte, en cuanto persona absoluta, en mi compañero. Yo-Ello encuentra su más elevada concentración e iluminación en el conocimiento filosófico” Martin Buber, O.c. p. 44.

37

Nestorio negó la unión hipostática. Concebía que en Jesucristo, lo humano y lo divino estaban separados, unidos sólo moralmente, por un vínculo de amor. Dado que la persona actuante en Jesucristo no era el Verbo eterno de Dios, sino el hombre Jesucristo, Nestorio se niega a considerar a María como Madre de Dios (Theotokos). Según Nestorio, María es solamente Madre de la naturaleza humana de Cristo (Cristotokos). La separación de lo divino y lo humano en Jesús se repite de una manera u otra, ya sea negando uno de los polos, ya sea negando la unión de ambos-, tanto en el arrianismo, como en el docetismo, el apolinarismo, el adopcionismo, etc. Se comprende que el naturalismo y el deísmo, el modernismo y las gnosis actuales son versiones contemporáneas de viejas herejías cristológicas. Pero habitualmente no se comprende las graves consecuencias prácticas, pastorales, para la vida de los fieles y de la Iglesia, que tienen las herejías cristológicas.

38

Seguimos la exposición de Fr. X. Arnold, Grundsätzliches zur Theologie der Seelsorge, citado por Heribert Mühlen, El Espíritu Santo en la Iglesia, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1974, pp 8-10.

39

Es: Esa comunidad llamada Iglesia.

40

Card. Pie, Oeuvres, Tomo VII, pp. 191-192. Citado por Alfredo Sáenz, El Cardenal Pie. Lucidez y coraje al servicio de la verdad, Prólogo del Card. Édouard Gagnon, Eds. Niguil (Mendoza) y Gladius (Bs.As.) 1987, 540 págs. Nuestra cita en p. 272-273.

41

A. Sáenz, El Cardenal Pie p. 273.

42

Cardenal Pie, Oeuvres T. II, pp. 382-383; citado por A. Sáenz, El Cardenal Pie p. 274-275.

43

Hans Friedrich Strauss, Das Leben Jesu für das deutsche Volk bearbeitet, F. A. Brockhaus Vlg. Leipzig 1864; (Widmung) La traducción es nuestra.

44

Me permito remitir aquí a mi estudio: El indiferente: ¿Es indiferente?. La indiferencia como estado espiritual a la luz de Marcos 1,21-28 Ed. Obispado de Tacuarembó 1984 (Col. Sentir en la Iglesia Nº 1).

45

"Dos compromisos serán ineludibles especialmente durante el tercer año preparatorio: la confrontación con el secularismo y el diálogo con las grandes religiones" Tertio Millenio Adveniente Nº 52.

46

Antonio Blanch, SJ, director del Instituto Fe y Secularidad, en: Vida Nueva 23-05-1998 Nª 2138, p. 50.

47

Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza, Ed.Plaza & Janés, Barcelona 1994, p. 221.

48

Julián Marías, Problemas del Cristianismo, BAC Minor 51, Madrid 1982; Cap.IV: La vertiente religiosa de la justicia social, pp. 20-25.

49

Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, Cap. XI, Ed. Austral, Bs. As. 1949, p.59.

50

Hemos tratado ampliamente el asunto en: En mi sed me dieron vinagre. La Civilización de la Acedia. Ensayo de Teología pastoral, Ed. Lumen, Bs.As. 1996.

51

Encíclica Dominum et vivificantem sobre el Espíritu Santo, Nº 56

52

 

53

José Luis Illanes, Cristianismo, Historia, Mundo, Ed. Univ. de Navarra, Pamplona 1973, p. 15-16.

54

Tertio Millennio Adveniente Nº 52.

55

S. Kierkegaard, Apostilla conclusiva, 4. Citado por R. Cantalamessa en: Jesucristo el Santo de Dios, Lumen, Bs. As. 1995, p. 100.

56

R. Cantalamessa, O.c. en nota anterior, p. 100-101.

57

Que el mal que aqueja el pensamiento de la civilización moderna no es nuevo, sino un espíritu que aquejó todo este siglo que termina, lo demuestra, por ejemplo, la anotación de Miguel de Unamuno en su diario íntimo, hacia el fin de su vida: "En tiempo de Cristo [...] soñaban unos, bajo el nombre de Reino de Dios, en el restablecimiento del reino de Israel y el sacudimiento del yugo romano, y por Mesías esperaban a un guerrero. Así los que hoy esperan una Arcadia terrestre, el reinado de la igualdad, el fin del dominio burgués (la burguesía y el romanismo), la tierra de promisión aquí abajo y aquí abajo la justicia. Estos son los que sueñan en el triunfo de la ley, en parlamentos y luchas terrenas. Los doctores del socialismo terreno son los nuevos talmudistas. El reino de Dios es para ellos su propio reino. 'Ponen sus ideas en vez del pensamiento de Dios' (P. Didon). Jesús adoptó la palabra corriente al Reino de Dios, como hoy adoptaría el reinado de la justicia y la igualdad y la fraternidad. Pero su reino no es de este mundo. Los espíritus religiosos saben que el reino es espiritual e interior" (Miguel de Unamuno, Diario íntimo, Ed. Alianza, Madrid 19701-19868, p.198).

58

Este discurso equívoco lo ha expresado magistralmente Fiodor Dostoiewski en su obra los Hermanos Karamazov, en el capítulo titulado La Controversia (Lib. 3, cap. 7), del que nos hemos ocupado ya.

59

Raniero Cantalamessa, Jesucristo, el Santo de Dios, Ed. Lumen, Bs. As. 1995, p. 96.

3. Acedia académica

3.1 Estudios teológicos sin oración

Existe en los medios académicos católicos un pudor, una vergüenza por la piedad y la oración. Pareciera que ellos fuesen una amenaza para la ciencia. Es un caso particular del naturalismo que separa la naturaleza y el misterio, la razón y la fe. La última encíclica del Papa Juan Pablo II es profética apunta a restañar misericordiosamente esa llaga 60 .

“Si hiciéramos hoy un sondeo preguntando dónde se encuentran los mejores modelos de fe, ¿cuál sería el porcentaje de los que responderían: ‘entre los teólogos’?” 61 [...] “Muy raras veces son hoy las facultades de teología lugares de oración, lugares en los que se vive la experiencia de Dios. Las facultades científicas miden su nivel por la calidad de sus laboratorios de investigación; y las facultades de teología deberían medirse por la calidad de sus lugares de oración; de los lugares ejemplares de los que habrían de salir santos. La experiencia orante debería ser a la vez la inspiración y fructificación de la teología” [...] “Las facultades universitarias de teología se han alineado en exceso según el modelo que preside las ciencias humanas, y no han sabido dar una prioridad suficiente a su carácter teológico específico” 62 .

Es la consecuencia lógica de la separación naturalista y neomodernista entre fe y razón, entre conocimiento y caridad. El fenómeno tan bien descrito por Martin Buber ha llegado a las facultades teológicas: también allí se habla de Dios más que a Dios. No se trata de elegir entre una cosa u otra, sino de mantenerlas unidas: estudio y oración, conocimiento y caridad.

D.F. Strauss había separado de tal manera ambas cosas que a Cristo sólo lo encontraba interesante como idea: “Esta es la clave de toda Cristología: que como sujeto de los predicados que la Iglesia atribuye a Cristo, se coloque una idea en lugar de un individuo” 63 . “¿Qué puede tener todavía de especial un individuo? Nuestro tiempo quiere una Cristología que lo lleve desde el hecho a la idea, desde el individuo a la Especie. Una dogmática que se quede en Cristo como individuo, no es una dogmática sino una prédica” 64 . ¿Cómo podría ser una idea objeto de caridad? Es evidente que en este ‘cristianismo’ que propone Strauss, la comunión de amor ha desaparecido. La fría indiferencia hacia el individuo que murió en la Cruz por mí sería inexplicable en un creyente. Lo que ha sucedido en esta perspectiva es que ha muerto la fe, o se mantiene un conocimiento sin amor, que, como se verá al tratar del endemoniado de Cafarnaúm es el conocimiento que los demonios tienen de Jesús.

Esta ‘religión’ donde Dios se transforma en Idea es una Ideo-latría. Es una propuesta lógica en un discípulo de Hegel. La ideo-latría de Strauss es propia del idealismo, que penetrará en el catolicismo en forma de la herejía modernista condenada por San Pío X en la encíclica Pascendi.

Esta inversión de la fe católica, es, sin embargo difícil de discernir, por diversos motivos. Primero: porque nada más parecido a Cristo que la idea de Cristo. Strauss seguirá hablando de Jesús, pero ya se ve qué es lo que le interesa. Así también, dentro del catolicismo, la gnosis, el modernismo y el secularismo seguirán hablando de Jesús, pero no desde la fe y la caridad. Lo que les importa de Jesús es la idea, el enunciable. En segundo lugar: porque el idealismo, al ingresar en la Iglesia católica no podía moverse con la misma libertad que en el mundo protestante, debido al Magisterio católico que vigila la doctrina. Por eso el modernismo siempre ha debido ocultar su pensamiento y cubrir sus errores con nieblas de silencios. En ese sentido, autores como D. F. Strauss tienen, al menos, la virtud de la sinceridad y la claridad en la exposición de sus convicciones.

Pero no quedan ahí los efectos del naturalismo. El pensamiento teológico no sólo se ha apartado de la oración sino que a menudo parece volverse contra la fe. Da la impresión a veces de que la teología haya perdido el contacto con el Dios del que habla.


60

Encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón), 14-09-1998.

61

R. Laurentin, La Iglesia del futuro... p. 149.

62

R. Laurentin, La Iglesia del futuro... p. 160.

63

David Friedrich Strauss, Das Leben Jesu kritisch bearbeitet, Tübingen 1836, p. 734.

64

Hegels in deutscher Theologie: Christusereignis und Gesamtmenschheit, en: Zeitschrift f. Kath. Theol. 93 (1971) 1-28.

4. No atreverse a creer en la acción de Dios

La negativa naturalista a la comunión se manifiesta como hemos visto en el abandono del trato orante con Dios, de la adoración y del culto, y de toda otra forma de comunicación o comunión con Dios. Hemos visto que por eso resiste especialmente a los movimientos carismáticos.

Pero tampoco se atreve a creer en la intervención de Dios, de cualquier tipo que sea. Tiene dificultades con la acción de la gracia ya sea ordinaria ya sea sacramental. Tiene dificultades con la fe en la Providencia. No concibe que se pueda afirmar que Dios sigue guiando a la Iglesia, asistiendo el Magisterio infalible del Papa. Tiene dificultad en aceptar que Dios intervenga obrando milagros. Su dificultad acerca de los milagros se extiende a los que los evangelios cuentan de Jesús. De ahí se origina una exegesis racionalista de la Biblia.

Rechaza también las manifestaciones exteriores de la fe de los creyentes: le molestan los sacramentos, los sacramentales y los signos exteriores: ornamentos, hábitos o vestidos religiosos, imágenes, espacios sagrados, el silencio sacro y toda forma religiosa que se distinga de las profanas. Como está convencido de que Dios no interviene, todo los signos que dan los creyentes afirmando su intervención, le parece al naturalista algo falso, supersticioso o formalista, que sólo puede provenir de ignorancia o embuste. Por otra parte, como el prejuicio naturalista va de la mano con una visión evolucionista de la humanidad en la que la religión se considera algo propio de una etapa ya superada, toda manifestación religiosa es considerada como cosa de ayer que no puede decirle nada al hombre de hoy.

El secularismo naturalista combate los signos exteriores de la fe porque la fe es una obra de Dios que contraría sus tesis. De esa manera, después de haber reprimido y abolido las manifestaciones visibles de la acción divina, puede preguntarse y preguntar desafiante: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde interviene? Y concluir como lo han hecho los teólogos de la muerte de Dios: “Dios está muerto”.

4.1 La negación del martirio: Smerdiakov

Uno de los testimonios más grandiosos de la acción de Dios en la historia, en la vida del creyente y de la Iglesia así como del poder de la comunión de caridad con Dios, es el martirio: la muerte por la fe.

La descalificación de que es objeto, la ha expresado Fiodor M. Dostoiewski en su novela los Hermanos Karamazov. El capítulo titulado La controversia es un diálogo entre Grigori, el creyente sencillo y piadoso, y Smerdiakov el incrédulo mezquino, superior y burlón. Cuando Grigori relata emocionado a su amo, Fiodor Pavlovich, el caso de un soldado que se dejó despellejar vivo por no renegar de su fe, Fiodor Pavlovich no sólo no se emociona sino que bromea y se burla: "habría que canonizar a aquel soldado y traer su piel a un monasterio. En manadas acudiría la gente y se haría un buen negocio".

Ya conocemos la burla como arma de la acedia y de la persecución. Fiodor Pavlovich es un impío. Pero a menudo bajo las burlas de la impiedad se disimula una aversión y un fastidio por Dios, la fe y todo lo suyo.

Smerdiakov, el criado de Fiodor toma la posta que le pasa su amo y con apariencia seria, continúa burlándose de la fe sencilla de Grigori, su padre de crianza. La incredulidad se aúna en el alma de Smerdiakov con su resentimiento de guacho malo hacia Grigori. Smerdiakov afirma que si el soldado hubiese apostatado para emplear su vida en buenas obras no hubiese pecado en absoluto. Tampoco hubiera mentido al decir que no era creyente -afirma Smerdiakov aguzando su dialéctica- porque quien habiendo apostatado interiormente, responde que no es creyente a los que lo interrogan por su fe, ya no miente sino que dice la verdad. En segundo lugar, la fe de aquél soldado, si la tenía, parece que no era verdadera, porque se mostraba impotente para salvarlo. Una fe verdadera hubiera movido montañas, hubiera aplastado a sus perseguidores. Si no lo hacía era porque no era fe. También por este otro motivo no hubiera mentido diciendo que no era creyente.

Aunque no lo hubieran matado, ya sea que hubiese renegado, ya sea que se hubiese quedado con su poca fe, no habría podido alcanzar la vida eterna. Por lo tanto, no pudiendo por su falta de fe alcanzar la Vida Eterna: ¿por qué dejarse privar de ésta?

El impío Smerdiakov deja confundido al piadoso Grigori con su enredijo pseudo teológico lleno de sofismas: "Si negara a Cristo quedo anatematizado y me convierto en un pagano, de manera que mi bautismo no ha de ser tenido en cuenta para nada. Pues bien, si he cesado de ser cristiano, no engaño al enemigo al afirmar, cuando me pregunta si lo soy, que el mismo buen Dios me ha descargado de todo compromiso con mi religión, antes de pronunciar una sola palabra y sólo porque quería decirla. Y si estoy libre de todo compromiso, ¿de qué manera y con qué justicia me harían responsable en el otro mundo como cristiano de haber negado a Cristo, si al negarlo sólo de pensamiento habían quedado borradas todas las promesas del bautismo? Si dejé de ser cristiano no puedo negar a Cristo, con quien ya nada tengo que ver. ¿Pedirías cuentas a un turco, y menos en el cielo, porque no nació cristiano, Grigori Vasilievich? ¿Cómo lo iban a castigar por eso? Ya se sabe que no se puede despellejar dos veces a un buey. Pues aunque el mismo Dios omnipotente hiciera responsables a los tártaros, cuando muere uno de éstos y hay que aplicarle el castigo merecido - en caso de que deba ser castigado -, yo me figuro que no será juzgado culpable de haber venido al mundo impuro como todo pagano nacido de paganos. Dios no puede decir que un pagano es un buen cristiano. Esto sería mentir. ¿Y puede el Señor de cielos y tierra decir una mentira, ni una tan sólo?

Grigori miraba desconcertado al orador con ojos que se le arrancaban de las cuencas. No entendía bien lo que decía, pero en medio de su confusión le llegaba clara la frase y parecía dar entonces de cabeza contra una pared invisible".

Para mayor consternación del pobre Grigori, Smerdiakov, azuzado por Fiodor Pavlovich, siguió probando su tesis: "No hay duda de que apostatando habría traicionado mi fe, pero no sería ningún pecado especial. Si hay pecado en ello es de lo más corriente [...] ¿Qué culpa tendría yo si, no viendo ventaja o recompensa en esta vida ni en la otra, guardaba al menos mi pellejo? Por eso, confiando enteramente en la gracia del Señor, espero en todo caso ser perdonado" 65 .

Dostoiewski ha retratado en esta página la argumentación naturalista que maneja el lenguaje cristiano y alega la moral cristiana, pero traiciona su esencia: el amor a Dios que prefiere morir a negarlo ante los hombres. Para Smerdiakov el martirio es una tontería, porque la apostasía no sería pecado. ¡Cuanto bien (moral) deja de hacer el mártir dejándose matar tontamente! La sofística naturalista logra demostrar, -ante la impotencia de Grigori para explicar y defender con razones las evidencias de su clara conciencia creyente-, que ese mártir no realizó ningún valor, ni moral ni religioso.

Más allá del soldado despellejado en vano, Smerdiakov apunta contra la fe de Grigori, cuyas convicciones parece querer triturar en el molino de sus razonamientos 'teológicos'.

El pasaje de Dostoiewski ejemplifica muy bien lo que experimenta el creyente ante muchas páginas de la actual literatura ‘teológica’. Es el fenómeno tan bien descrito por J. M. Le Guillou: "el creyente auténtico [Grigori] experimenta un malestar [ante el modo gnóstico de argumentar]. Siente que algo no funciona, que los objetos de la fe están expatriados, descentrados en relación con la verdad orgánica del dogma, que por ello entran en contradicción unos con otros y que, en ese contexto, no se puede mantener la síntesis orgánica. Y es que el gnóstico [Smerdiakov] no está determinado en sus convicciones por la fe teologal" 66 .

4.2 La reducción moralista de la fe

La comunión con Cristo y la fidelidad martirial, el valor de la confesión de fe y el testimonio de los santos misterios queda así descartado como buena obra por la zumba sofística de un Smerdiakov que esgrime, sin fe pero fingiéndola, los datos de la fe. Todo queda subordinado a fines morales intramundanos e interhumanos: hacer buenas obras, no mentir. Cristo no es un individuo a quien amar, sino una Idea, un ideal moral, una ‘verdad’ con minúscula, al servicio de la exigencia burguesa de ‘veracidad’ necesaria para la vida ciudadana.

La página de Dostoiewski es una parábola que retrata muy bien un mal que no cesa de extenderse y afecta especialmente a los creyentes. La reducción moralista de la fe. Es verdad que la fe supone una vida moral. San Pablo recuerda a menudo en sus cartas que los que se entregan a los pecados “no heredarán el reino”. Pero la fe cristiana es mucho más que un sistema moral. Es una comunión con Dios y su Misterio y es una inmersión en ese misterio.

Está dentro de la reducción naturalista del misterio cristiano, reducirlo a las obligaciones de la moral natural. Se prescribe así un decálogo recortado, sin la primera tabla de la Ley mosaica, es decir sin los mandamientos relativos a Dios. Es que Dios ha dejado de ser ‘prójimo’, como lo es para el creyente.

4.3 No atreverse a creer en los milagros

La dificultad en comunicarse con Dios, en tener en cuenta su realidad, en aceptar su autorrevelación se manifiesta también en la resistencia para creer en los milagros. La resistencia a admitir la posibilidad de revelaciones privadas, a la que ya nos hemos referido, es sólo una variante de esta misma dificultad.

La oficina médica del Santuario de Lourdes tiene poca prensa. Sin embargo allí se guarda el registro de más de un centenar de casos que la ciencia ha declarado inexplicables. Los creyentes acuden allí en muchedumbres. El abate Laurentin da testimonio de que, sin embargo, había un diagnóstico pesimista sobre el futuro de Lourdes en medios de la Conferencia Episcopal francesa.

Me ha sucedido con frecuencia la consulta fieles escandalizados porque el sacerdote había reducido la multiplicación de los panes a un milagro moral que suscitó la solidaridad y decidió a los egoístas a poner en común sus provisiones de viaje. Todo habría sido nada más que una cena lluvia en la que cada cual aportó lo suyo. De verdadera multiplicación de los panes: ¡ni qué hablar!

Sin embargo en los relatos de este episodio de la vida de Jesús, narrado por los cuatro evangelistas, se insiste en avisarnos que los discípulos habían comprobado que no tenían nada que comer y que debían ir a buscarlo en los poblados vecinos. Por otra parte, tratándose de una comida de alianza de pan y sal, si Jesús no puso los alimentos no hubo hospitalidad y por lo tanto tampoco alianza. En oriente sería inaudito hospedar a alguien y hacerle poner los alimentos.

La interpretación racionalista que se desentiende del milagro debería desentenderse de todo el evangelio. Y lo hace de hecho al no respetar datos exegéticos que dan gritos contra tamaña falsificación.

4.4 La acedia de los exegetas

La exegesis racionalista, que rechaza los milagros por principio, ha tomado por su cuenta el texto bíblico y lo ha despojado de todo lo que pudiera parecer intrusión divina en el orden natural. Véase el planteo que hace el padre y adelantado de la exegesis bíblica racionalista, que habiendo comenzado en el seno del protestantismo se encuentra hoy también en el catolicismo y es una de las causas de su tristeza.

Ya Strauss contraponía al Cristo de la Iglesia con el Jesús de la historia. Jesús es “un individuo que aún concediendo que haya podido ser el mejor dotado, no es posible concebir sino como un hijo de la humanidad y cuya semilla de vida no ha podido provenir si no es de la más íntima profundidad de la naturaleza humana. Por lo tanto, estuvo determinado por el estrecho círculo dentro del cual vino a la existencia: su familia, su pueblo, su tiempo, su espíritu... que estuvo determinado por la cultura de su ambiente... y por las leyes de la naturaleza” [...] “Esta limitación es la misma que encontramos presupuesta en toda biografía humana. Su héroe es para todos nosotros un ser humano finito, cuyo poder está limitado por otras fuerzas superiores externas a él y cuya acción está atada a la acción de las leyes naturales. La Historia sólo puede ocuparse de este juego de fuerzas limitadas. Su Ley fundamental es la de la causalidad. Según este principio, todo efecto experimentable tiene una causa que sólo puede encontrarse en el conjunto de las fuerzas de la naturaleza. La intervención de una causa sobrenatural ajena a este orden desgarraría la interrelación de los acontecimientos y haría imposible toda historia” 67 .

No es el caso abundar en citas de Strauss, que es el adelantado en el tema, pero tras cuyas huellas corren hoy desaprensivamente exegetas y sacerdotes católicos.

De la situación de las ciencias bíblicas se ha dicho: “la situación es confusa. Por una parte, parecen repetirse las escenas bíblicas en las que Jesús es rodeado por la muchedumbre, es empujado, apretujado... la devoción a Jesús gana nuevos horizontes tanto dentro como fuera de la Iglesia. Y, por otra parte, los exegetas no cesan de levantar barreras que hacen cada día más difícil nuestro acceso al Jesús histórico, acceso que, a veces, resulta completamente imposible. A grandes rasgos podríamos describir la situación de la manera siguiente: el pueblo creyente, o bien no tiene en cuenta esas barreras o, sencillamente, las derriba impulsado por el instinto certero de que ningún especialista tiene potestad para relativizar el acontecimiento único de Jesús y la significación actual que encierra su figura. ‘Tengo que ir a él’ dice el hombre sencillo ‘porque me pertenece’ 68 .


65

Fedor Dostoievski, Los Hermanos Karamazov, I,7, La Controversia.

66

J. M. Le Guillou, El Misterio del Padre. Fe de los apóstoles. Gnosis actuales, Ed. Encuentro, Madrid 1998.

67

D: F: Strauss, Das Leben Jesu für das deutsche Volk bearbeitet, Lepizig 1961, pp. 4-5.

68

Hans Urs v. Balthasar, ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?, Herder, Barcelona 1982, pp. 7-8.

5. Del formalismo a la informalidad

El secularismo actual es un estadio terminal del formalismo religioso. Cuando los signos religiosos siguen perdurando y siendo usados independientemente de su sentido espiritual y sus efectos de gracia, esos signos terminan vaciándose de su dínamis propia, pierden su veracidad y por lo tanto, su sentido. Entonces pueden suceder varias cosas: o bien se los revivifica, volviendo a vivirlos espiritualmente; o bien se los mantiene pero re-signándolos en otra dirección y para otras eficacias no religiosas; o bien se los abandona, y a veces se los tira lejos. El abandono de las formas, según nos demuestra la historia del catolicismo en este siglo, puede ser silencioso o motivado teóricamente.

El diluvio de secularización que está anegando a Europa y Estados Unidos, es, en parte la disolución terminal de una religiosidad formalista. Su paso al secularismo es en realidad un intento de autenticidad, aunque en la dirección equivocada, porque en vez de intentar recuperar la forma plena, en vez de llenarla de espíritu, sólo atina a despojarse de la forma vacía. Y, lo que es peor, a veces confunde toda o cualquier formalidad con formalismo. Entonces se convierte en perseguidor de la forma auténtica. El secularismo es una religiosidad anti-formal más que informal. Su antiformalidad es a menudo anónima, atemática, pero a veces elabora una teoría antiformal. Se ha observado que el secularismo es un fenómeno de reacción contra el formalismo jansenista, un legalismo rigorista de origen protestante que tiende a la reducción de la religión a la moral, y del que se tiñó el catolicismo, sobre todo el europeo 69 . El catolicismo criollo se vio libre de él, hasta que la inmigración europea, especialmente de religiosos y clero, así como la literatura piadosa, lo extendió también de este lado del océano.

Pero la in-formalidad del secularismo es muy parecida al formalismo al que parece oponerse. Los opuestos se oponen en el mismo género, dice el principio filosófico. Nada más parecido que estos opuestos. En efecto, de la forma vacía de amor (formalismo) a la falta de formas de amor (secularismo) sólo hay un cambio en apariencia. Ambos se han desentendido muy anteriormente de la eficacia espiritual de los signos de la caridad.

Pero el secularismo necesita del formalismo. Lo necesita para afirmarse a sí mismo narcisistamente como negación del formalismo religioso. Necesita tener el demonio pintado en la pared para sentirse justificado en su oposición. No se cansa de evocar el formalismo. De evocarlo y a veces de verlo donde no está o sospechando su presencia donde lo que hay en realidad son formas externas y saludables del amor a Dios.

Las nuevas generaciones nacidas en ambiente secularista, las que no padecieron el formalismo de generaciones anteriores, o no pueden atribuir su incredulidad o sus pretendidas ‘taras’ religiosas y humanas a sus educadores religiosos (familia, colegios de religiosos, catequistas), ya no comprenden la razón de ser de lo que sus mayores hacen y son. Los secularistas de segunda generación son, por eso, potenciales conversos. Heredan actitudes que ya han perdido su razón de ser y sus apoyos reactivos. Sólo pueden intuir, mirando desde afuera, lo que le siguen señalando como formalismo. Pero les falta toda referencia a la forma verdadera, auténtica, es decir, a la forma impregnada de amor, o que es expresión de la caridad. Por eso, en cualquier momento, puesto que están abiertos a buscar ese amor, pueden encontrárselo en las formas auténticas vividas por los que aman a Dios.

El camino de la eficacia espiritual de todas las criaturas materiales está escrito en la creación y en el carácter sacramental y sacramentario de la fe católica. Por ese camino siguen andando creyentes de fe recia y sana, que aman a Dios de todo corazón.

El secularismo es, como los hongos, un fenómeno saprófita, que se nutre, prospera y pulula solamente gracias a la materia orgánica de la fe muerta. Es un fenómeno exclusivamente pos-creyente. Y nada es más apto ni está más cerca de convertirse en un secularista que un santurrón. Es puramente una cuestión de ocasión, de clima y de ambiente.

Los signos y las formas del amor creyente son atacados desde distintos ángulos: por los rutinarios, distraídos y aburridos, por los repetidores irreverentes, por los profanadores intencionados. Los signos y las formas sagradas sufren el manoseo, la banalización, la broma hostil o despectiva, la descalificación por el ridículo y hasta la blasfemia. Debajo del rechazo de los signos y las formas del amor se oculta un síndrome espiritual: el miedo y hasta el odio. Los signos y formas sagradas, explícitos o implícitos, sacramentales o creaturales, han de seguir siendo tomados en serio, porque siguen siendo eficaces para expresar y alimentar el amor a Dios.

Hay una apostasía anónima, que no quiere declararse. Y que habiéndose apartado del amor a Dios, no renuncia a seguir hablando de él. El proceso de secularización es un proceso de apostasía que antes de hacerse 1) consciente, 2) explícita y formal, ha comenzado siendo anónima. El Hombre secularista ha sido antes un hombre que “tenía el aspecto de la piedad pero negaba su eficacia” (2 Tim 3,5; cfr. 1 Tim 5,8). Signos sin eficacia, formas de amor sin amor, fórmulas de oración sin oración, fe sin caridad. En eso consiste la corrupción de los sacramentos y de toda sacramentariedad, es decir de toda eficacia espiritual del orden sensible.


69

Abelardo Pithod, Jansenismo y Progresismo en la Conciencia Cristiana Actual, (SER Cuadernos Universitarios, Fac. De Humanidades y Ciencias de la Educación, Univ. Cat. Argentina) Mendoza s/f, 36 pp.

 

2. ACEDIA EN LA VIDA RELIGIOSA

1. Un caso de acedia en la vida religiosa activa

Entre los numerosos testimonios biográficos de acedia que me han hecho llegar amables lectores y amigos, con la autorización de la persona interesada, selecciono uno que me parece particularmente ilustrativo del mal, tal como suele presentarse hoy en la vida religiosa activa.

En la vida monástica la acedia se observaba en condiciones de laboratorio. Por eso, la descripción que nos han dejado de ella los padres del desierto no siempre es útil, actualmente, para laicos o religiosos de vida activa, estados de vida donde la acedia adopta formas mutantes.

En efecto, como la acedia no es tentación exclusiva de religiosos contemplativos y monjes de clausura, puede observarse, aunque con rasgos diferenciales, que no se encontrarán en las descripciones que nos legaron los Padres del desierto, en la vida de todos los creyentes. Pero la tentación de acedia se presenta mucho más intensa y violentamente cuando, como en el caso de los religiosos, que aspiran a alcanzar la perfección de la caridad, un alma se propone avanzar por el camino de la Caridad.

1.1 Acedia en los religiosos de vida activa

En los religiosos de vida activa la tentación de acedia no se presenta como en los monjes, sino que se disimula bajo las mismas formas de su actividad apostólica, la cual, extremada y transformada en activismo, conduce al abandono de la oración y a una efusión pelagiana en la acción, como si de ella fuese a provenir el fruto espiritual.

Las virtudes teologales pueden languidecer en el alma del apóstol, cuando éste se pone a sí mismo o se busca a sí mismo en la acción apostólica, olvidándose de la gracia-eficaz para confiar en la eficacia de su acción propia; o lo que es más grave, desviando la acción apostólica de sus fines últimos hacia sus propios fines.

En la acción apostólica se puede buscar uno a sí mismo. Puede buscar el éxito en las propias tareas apostólicas, la consideración, el reconocimiento y el respeto, en una palabra, no tanto ni en primer lugar la gloria y santificación del Nombre del Padre cuanto el propio buen nombre y prestigio. Por algo Jesús advertía a sus apóstoles del peligro de la levadura de los escribas y fariseos, que buscaban gloria y lucro en las cosas de Dios.

Entre los religiosos de vida activa, donde la acción es importante, puede buscarse la dominación y es más fácil aspirar al mando bajo apariencia de bien, ilusionándose en que bajo el propio mando se hará más bien y mejor.

Por fin, como las obras apostólicas implican muchas veces el uso de cuantiosos bienes económicos y materiales, puede cobijarse de este modo, fácil e inadvertidamente, la codicia y el deseo del lucro en el corazón de los religiosos activos. Y esto, no sólo en individuos aislados, sino incluso a nivel congregacional.

Por todas estas puertas, los religiosos de vida activa pueden volver a instalarse en el mundo que habían dejado. Así, lo mundano se reencuentra y se reinstala en el ámbito congregacional, y es ahora allí donde se busca el lucro, el vano honor y el poder. En ese mundo que conserva una apariencia eclesiástica, se sigue usando las etiquetas de la piedad para encubrir la búsqueda de sí mismos y los negociados de los propios intereses en vez de los de Cristo, pero en él ha desaparecido el gozo de la gracia. Prospera allí la acedia que se ensombrece ante los gozos auténticos de la caridad, como ante un reproche a su falsía. Unos fervores y unos entusiasmos pelagianos, en la realización de los propios planes y propósitos, son los sucedáneos del consuelo de la gracia.

Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de fervores humanos entre las últimas cenizas del amor divino que ya no quema el corazón, y dado que éste necesita algún calor, se le proporciona el de las emociones - que ojalá sean siempre inocentes - de la industria del entretenimiento. Da pena ver a religiosos llamados a ser agentes de la Civilización del Amor, convertidos en espectadores pasivos, absortos en la contemplación del espectáculo de este Mundo, en éxtasis ante la televisión como ante un sagrario.

1.2 Un Ejemplo actual

"A los dos años de haber profesado, me llegó el primer traslado. Destino: Capital Federal. Ciudad que nunca me gustó por la aglomeración de gente, por la misma idiosincrasia de sus habitantes, y porque estando en medio de una multitud, uno puede llegar a sentirse angustiosamente solo, tal es la indiferencia para con los que pasan al lado.

Creo que, inconscientemente, trasladé ese rechazo al plano espiritual, de tal manera que para mi sensibilidad, uno era el Jesús provinciano, y otro el capitalino. Para poder rezar, necesitaba cerrar los ojos, "viajar" a la Capilla de nuestra Casa Madre, y olvidarme del Jesús " porteño, cancherito y sobrador" que me imaginaba tener delante.

Cada vez se me fue haciendo más difícil la oración. El sagrario era simplemente una caja, vacía de contenido y significado, ante la que perdía una hora diaria sólo porque mis formadoras habían insistido siempre en que no abandonara esa hora por nada del mundo. En realidad, lo que me empujaba a perder la hora, era más la fe en ellas, que no la fe en Dios y en su Presencia. No pasó mucho hasta que este vaciamiento alcanzara también a la celebración eucarística y demás actos de piedad. Me resultaba ridículo ese hombre que, todos los días, se disfrazaba con tanto trapo, para hacer siempre lo mismo, decir siempre lo mismo, y en definitiva, nada útil. Me acercaba a comulgar porque recordaba haber estado en mi sano juicio cuando lo hacía con fervor, y que si realmente había algo de cierto en lo que entonces había creído, llegaría el momento en que todo volvería a ser como antes. El Sacramento de la Reconciliación, era una obligación más, y no la más grata por cierto, pero al que en ningún momento logré ver como mi tabla de salvación. El Rosario, rezado en comunidad, era lo más monótono y enfermante del día. Es cierto que lo rezábamos demasiado ligero pero, como a todo lo demás, veía ridículo hacerlo de ese modo. Sin embargo, si por alguna razón debía rezarlo sola, no aprovechaba para hacerlo lenta y devotamente, sino que lo más frecuente era que, directamente, lo suprimiera. Lo mismo con la Liturgia de las Horas.

Creo que todo esto despertó en mí el deseo de huir de alguna manera. Y así terminé dejando mi tendencia natural al silencio y a la lectura, supliéndola con largas mateadas con las chicas del interior que vivían con nosotras, sumándome a cuanta salida hubiera que hacer a la calle -aunque volviera aturdida con la ciudad- y, lógicamente, el televisor...

En cuanto al apostolado, llegué a temer las horas de Catequesis con el Secundario. Iba tensa y volvía deshecha. No podía entregar lo que no tenía. Y con las alumnas estaba a la defensiva: temía que hicieran preguntas, que emitieran opiniones y me mataran lo poco o nada que me sostenía.

No sabría decir exactamente, cuánto tiempo estuve así, pero sí que fue la mayor parte del año. Los Ejercicios anuales no pasaron de ser un respiro, en el que, por muy corto tiempo, todo volvía a tener algún sentido. No tardé mucho en volver a caer en el mismo cuadro.

Estando así, llegó el tiempo de presentar la solicitud de la renovación de votos. Tuve fuertes tentaciones de no hacerla, pero una y otra vez me venía a la memoria la frase que un sacerdote -el que me había bautizado- me dijera antes de ingresar en la Congregación: "El Señor es el menos interesado en que te equivoques. Si buscas sincera y honestamente cumplir su voluntad, ésta se te manifestará en tus Superiores". Finalmente tomé coraje y la presenté, convencida en mi interior de que no me aceptarían. ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando, después de dos meses o más, se me notificaba que había sido aceptada!

A partir de ese momento "algo" se liberó en mí. Me sentí más liviana y como un rayito de luz que entraba de a poco en mi mente y en mi corazón, y me permitía ver que el mismo Dios que me había elegido seis años atrás, volvía a elegirme ahora. Y comencé el camino de retorno a El."

1.3 Análisis del caso

Este ejemplo presenta un proceso de ingreso en, y de salida de un estado de acedia, por lo que nos interesa doblemente examinarlo.

El punto de partida parece ser un cambio de destino, resistido, o por lo menos no vivido con motivaciones sobrenaturales, por lo cual el espíritu de la joven religiosa queda a merced de prejuicios, sentimientos y razones puramente humanas que bloquean las perspectivas espirituales y apostólicas del Reino.

Los sentimientos provincialistas y antiporteños pertenecen al género carnal de los sentimientos nacionalistas; son sentimientos mundanos, contrarios a la caridad universal y bloquean en el corazón de la joven religiosa el surgir de los gozos de la caridad que pudieran provenir de su nueva situación. Queda inhibida así su creatividad espiritual y se inicia un proceso de involución mundanizante.

Dar auténticas motivaciones sobrenaturales de todo cambio de destino, y hacerlo en forma personalizada, sobre todo a religiosas jóvenes, es cosa que las superioras no deberían descuidar. Pero a veces, a nivel congregacional, son cosas que se dan, erróneamente, por supuestas o se imparten de manera puramente formal y exterior.

Nótese la capacidad creadora de lenguaje despectivo, propia de la acedia, que expresa, en forma burlesca y agresiva, un interno despecho y encono frente a los bienes de los que se nutría antes la piedad.

En este caso, esta religiosa manifestaba, aunque raramente, esas expresiones y ellas eran invento y creación suya. Pero cuando abundan los casos en una comunidad, o cuando uno de sus miembros hace proselitismo de su acedia, el lenguaje puede socializarse y las expresiones burlescas se enseñan y se aprenden de otros.

Recuerdo el caso de un joven sacerdote que, muy celebrado por sus compañeros, zahería la liturgia tradicional diciendo: "Y levantando los ojos al cielo...¿qué vio?: ¡las vigas del techo!..." Así, las expresiones despectivas y burlonas, se convierten en modo de hablar, en cultura de la acedia dentro de la vida religiosa. Y pueden llegar a intimidar a los que quieren vivir fervorosamente. La vida entera de la comunidad y hasta de la congregación se amolda al estilo de los acidiosos, que imponen su estilo desterrando las formas de la piedad u obligándolas a la clandestinidad.

En nuestro ejemplo, tanto la dolencia espiritual como su verdadera entidad de mal de acedia, pasaron inadvertidas, tanto a la misma religiosa como a su superiora y hermanas. No estaban preparadas doctrinalmente para reconocer el mal y buscarle remedios. Esta impreparación, es responsable de muchas "pérdidas de vocaciones". En las encuestas y análisis sobre los motivos del abandono de la vida sacerdotal y religiosa, los encuestadores, por la misma ignorancia, se van detrás de pistas secundarias o falsas.

A falta de auxilios exteriores, en el caso de esta religiosa, el remedio le viene desde dentro, por la acción del Espíritu y la gracia. Se ha de notar el papel que tiene la memoria en ese proceso. Memoria de pasadas comuniones y de tiempos de gracia vividos en su historia. Memoria del dicho de un sacerdote, hombre de Dios que motiva la interpretación espiritual de la concesión de los votos.

1.4 Otro ejemplo

Veamos un ejemplo que muestra cómo desde un estado de auténtica consolación puede pasarse insensiblemente a otro, falso, que termina en el disgusto. Relata una religiosa:

"A terminar de despegarme del mundo había contribuido la visita de diez días que hice a mi casa al terminar el postulantado y antes de ingresar al Noviciado. Durante todo el año del postulantado había extrañado mi casa, mi ciudad, mis amigos. Fui pensando que diez días iban a ser pocos para reencontrarme con todos y con todo. Sin embargo, una vez en casa, tres o cuatro días fueron suficientes para sentirme como pez fuera del agua: me molestaba el televisor prendido todo el día, el equipo de música de mis hermanas, la trivialidad de mis amigos, y por sobre todo, la ausencia del Santísimo para quedarme un rato con El, a cualquier hora del día. Aquellos diez días se me hicieron eternos y volví al Noviciado con grandes deseos: `con grande ánimo y liberalidad', después de haber padecido la ‘eternidad’ de diez días en casa de mis padres.

“Durante un tiempo todo fue hermoso. Los Ejercicios previos al ingreso a la nueva etapa de formación me habían encendido en fervor, y no había cosa que no fuera para mí motivo de gozo. Sentía que ‘en El era, me movía y existía’. Sin embargo, poco a poco, sin saber cómo ni cuándo comenzó, empecé a sentir que su Presencia me asfixiaba. Ese estar en El que tanto gozo me había causado, de pronto se transformó en cárcel. Mirara donde mirara, hiciera lo que hiciera, en todo estaba Dios. Era como un aire enrarecido que, a la vez, me cerraba las puertas para ‘otros aires’. Era demasiado Dios. Me sentí saturada de El. En ningún momento sentí un rechazo abierto hacia su Presencia, sólo quería un poco menos".

La acedia se presenta a menudo así: como un ‘espíritu’ que inspira aversión a la comunión, a la oración, en mayor o menor grado. Pero no sólo respecto de la relación con Dios, sino también de otras relaciones interpersonales. Si el ‘malestar’ doméstico de la postulante se explica como una gracia de extrañamiento del mundo que le facilita reconocer su vocación y que su lugar no está allí sino en la vida religiosa, una vez vuelta al noviciado, aparece la acedia de una compañera, ahora ante la visita de los familiares. Y esa acedia tiene un poder contagioso, capaz de cambiar el gozo en tristeza. Ese es un misterioso pero reconocido mecanismo espiritual, por el cual el envidioso es capaz de destruir la felicidad ajena y hacer que los demás se sientan culpables de sus bienes, sea espirituales, morales o materiales.

Véase un ejemplo de cómo sucede eso: “En esa misma época, una de mis compañeras comenzó a demostrarme, cada vez más manifiestamente, el desagrado y dolor que le provocaba la visita de mi familia, sobre todo de mi madre... siendo ya mayor, ella había decidido ingresar a pesar de la oposición de su mamá, y no podía soportar que la mía hubiese aceptado y aún compartiera tardes enteras conmigo los días de visita (una vez al mes). Al principio no le dí importancia, pero finalmente empecé a sentirme culpable de su tristeza y desconsuelo, hasta el punto que el día de visita se me convirtió en un día de martirio. Sólo impidió que yo alejara mi familia, el pensar que ellos no tenían la culpa y yo no tenía derecho de provocarles un dolor gratuito”

2. Acedia en Ejercicios de Mes

Durante el Mes de Ejercicios no es raro que - aparte de las desolaciones comunes y por eso más fácilmente reconocibles - sobrevengan mociones de acedia que a veces no se sabe reconocer como tales. Durante estos Ejercicios de Mes se alcanza un grado de concentración y atención espiritual muy grande, que permite advertir y reconocer movimientos interiores que pasarían inadvertidos en la vida cotidiana.

He aquí dos ejemplos más de movimientos de acedia advertidos en Ejercicios de Mes y reconocidos como tales por el ejercitante.

Primer ejemplo: “Estaba rezando la Liturgia de las Horas. Al leer la segunda lectura del Oficio de Lecturas, que era un texto de San Agustín, me sobrevino un marcado sentimiento de fastidio cuando Agustín confiesa haberse abrazado al único Mediador Jesús, y haber encontrado en Él el medio para acercarse a la Luz y al Alimento que veía tan inalcanzables. Rechacé ese sentimiento por reconocerlo como tentación, oponiéndole una segunda lectura del pasaje, animada con sentimientos de alegría y gratitud".

Segundo ejemplo: "Durante el día me vino al pensamiento la pregunta acerca de si María había podido tener tentaciones. Hablándolo con el director, éste me dijo que no necesariamente la Virgen María hubiese debido tener tentaciones. Más tarde, en ese día, mientras rezaba el Rosario, se me vino a la mente lo conversado con el Padre director de Ejercicios. En un momento dado, no fue un pensamiento, tampoco un sentimiento, ni siquiera una frase interior: fue como una mirada que me invitaba a mirar despectivamente a María Virgen (mirada "acidiosa"), con un despecho mezcla de envidia ("¿por qué Ella?") y de desvalorización ("¡así cualquiera!). Cuando me percaté de ello, miré a María con todo el amor, gratitud y admiración que pude encontrar en mi corazón, y los alimenté el tiempo que quedaba del Rosario, terminándolo con un canto en su honor".

En conclusión: a la luz de estos ejemplos se reconocerá qué frecuentes y qué poco advertidos son los movimientos de acedia que se producen en el alma de los consagrados. Y qué daños individuales y comunitarios, no sólo como pérdida del fervor sino hasta de la fe, pueden producir si no se los advierte y rechaza con prontitud y decisión. Aún cuando, por inadvertencia, la tentación no se convierta en pecado, tiene igualmente efectos devastadores para las gracias recibidas. Bien dice San Ignacio que "la desolación es contraria a la desolación" y procura destruirla. Se comprende también cuánto bien se impide en la Iglesia por el desconocimiento de este mal.

3. La acedia en la vocación religiosa docente

Intento presentar aquí la que llamaré acedia escolar, docente o colegial. Es una tentación propia de religiosos docentes. Me refiero a los que enseñan, por carisma congregacional, en colegios, escuelas y otras instituciones de enseñanza.

Como he recordado en el Cap 7º de En mi sed me dieron vinagre, la acedia nace de los apetitos de la carne mortificados por los del espíritu. Así la acedia monástica nace con motivo de los ayunos, el aislamiento, la soledad, el silencio y la renuncia de los consuelos de este mundo, propios de la vida monacal.

Pero la vida docente en colegios y en comunidad religiosa, no es menos ardua y exigente. Aunque los motivos sean otros, también la vida docente mortifica la carne, exige la renuncia de sí mismo y se presta, por eso, para engendrar acedia hacia la vida y las actividades propias de esa vocación.

Esos motivos de acedia escolar, algunos de los cuales voy a enumerar a continuación, han de ser superados cultivando la mística de la vocación docente, una fuerte espiritualidad y un encendido fervor apostólico-docente. Para ello uno ha de estar alerta acerca de los motivos y embates de la acedia y se ha de remotivar permanentemente en el carisma propio.

Si no se reconocen los casos individuales de acedia y si no se los trata a tiempo, la acedia escolar puede convertirse en epidemia y afectar a toda una congregación. Puede llegar a institucionalizarse y a racionalizar sus motivos, declarando irracionales los derroches y los sacrificios del amor docente.

3.1 Motivos clásicos de la acedia escolar

Siempre ha sido tarea ardua enseñar en un colegio. No todos, ni en toda circunstancia, han sido capaces de vivir alegre y entusiastamente las renuncias que exige la disciplina escolar: la servidumbre escolar: el cepo de los horarios escolares durante todo un año lectivo; la fatiga escolar: que se acumula y se hace aplastante hacia fin de año; la claustrofobia escolar: la monotonía de las horas, días y semanas entre los muros del colegio, que pueden llegar a experimentarse como un horizonte estrecho y hasta como el encierro de una prisión; el esfuerzo escolar: las fatigas del aula; la preparación de clases y la corrección de los deberes y ejercicios de los alumnos; la formación pedagógica permanente que exige estudio y continua actualización de los conocimientos; la ascesis escolar: la abnegación necesaria para superar serenamente los problemas y conflictos de disciplina que se plantean incesantemente en el ámbito colegial; la neurosis escolar: la depresión o la sensación de sin sentido después del fin de cursos, cuando el colegio queda vacío...

Todos esos han sido siempre motivos de acedia escolar. En todos los tiempos hubo docentes amargados por alguno de semejantes motivos, y los recuerdan siempre sus alumnos.

3.2 Más motivos, actuales, de acedia escolar

Pero en las circunstancias del mundo actual los motivos de la acedia escolar tienden a agudizarse y diversificarse. Diríamos que la acedia aggiorna sus motivos, amplía y diversifica su repertorio. A ello contribuyen muchos factores.

La disolución familiar multiplica los niños- problema. Éstos, que eran antes excepción, ahora son en algunos lugares tan numerosos que parecen ir rumbo a convertirse en desalentadora mayoría. Los nuevos "huérfanos de padres vivos", como los ha llamado Juan Pablo II en su Carta a las Familias, se hacen a veces tan difíciles de manejar como las tunas. Estos "abandónicos" (vulgo guachos, proverbialmente mal agradecidos) se cobran a menudo de la autoridad docente las deudas que sienten que les debe la autoridad paterno-materna; y con la característica injusticia y crueldad infantil, suelen desahogar en sus maestros los rencores que abrigan contra sus padres. Son las antípodas del alumno agradecido que hace tan gratificante el ejercicio de la vocación docente. Bastan unos poquitos, a veces uno, para arruinar con su inconducta la atmósfera del aula.

A esas actitudes hostiles, a los problemas de conducta con que se expresa esa hostilidad y a los consiguientes cortocircuitos disciplinares, se suma la creciente desmotivación infanto-juvenil para el aprendizaje. Algunos hablan de un 'derrumbe espectacular' de los niveles tanto del interés por, como de la capacidad para aprender. Según me confiaba afligido un viejo maestro: "El rendimiento intelectual no ha dejado de descender por décadas y no se sabe cuándo tocará fondo".

Pero el desinterés de los jóvenes es particularmente doloroso para los religiosos cuando se lo encuentran, redoblado si es posible, en las clases de religión o catequesis; precisamente allí donde ellos aspirarían a comunicar a las nuevas generaciones los misterios que les son más entrañables y que constituyen los motivos últimos de su consagración religiosa. Cierta vez me llamaron a tomar las clases que había dejado una religiosa, la cual había entrado en crisis de fe debido a la indiferencia de sus alumnos de catequesis.

En este caldo cultural proliferan problemas aún más graves que los de disciplina en el aula, el deterioro del clima docente, el desinterés y el bajo rendimiento intelectual. Me refiero a las relaciones afectivas y emocionales prematuras, de las que fácil e insensiblemente se pasa a la disolución moral. Los "abandónicos" (insatisfechos-afectivos-crónicos), se convierten en esos adolescentes que vemos "arreglarse" precozmente, y que a falta del amor de sus mayores, buscan ávidamente el de sus semejantes. Cuanto mayor ha sido el abandono paterno-materno más precoz parece ser el desquite afectivo que se procuran estos casi preadolescentes, con la captación de una parejita. Dentro de ese contexto tienen lugar las relaciones sexuales prematuras y los igualmente prematuros y catastróficos embarazos precoces.

Junto con la insatisfacción afectiva, entra también el sin sentido en el corazón de los jóvenes y los arrastra en forma creciente a la droga y en ocasiones también al suicidio.

¿Puede imaginarse el ambiente de un aula donde, a la distracción crónica que introduce la preparación del viaje de fin de año, se suma el bombazo de una compañera embarazada por un compañero, o el escándalo de ribetes policiales que provoca un condiscípulo cuando se descubre que se drogaba y pasaba droga? ¿Qué paz tienen esos corazones adolescentes para interesarse por las materias curriculares?

Evidentemente, estamos en otros tiempos. En la institución escolar de nuestros días se plantean, debido a estos nuevos hechos, situaciones para las que nadie estaba preparado. Ni a nivel de la misma institución colegial, ni muy a menudo a nivel de las instancias de conducción o gobierno escolar: civiles y/o congregacionales. Se genera así una incómoda y frustrante sensación de impreparación o incapacidad ante situaciones que parecen desbordar a todos. Una ola contracultural parece arrasar todos los diques escolares y ponerlos en evidencia como insuficientes, ineptos y anticuados. ¿Para qué seguir gastando el tiempo y la vida en esta tarea frustrante y en apariencia cada vez más ineficaz e inútil?

Los problemas que venimos enumerando son potencialmente aún más conflictivos porque, habiéndose resquebrajado la unanimidad de los juicios, no sólo morales sino también psico-pedagógicos, las medidas que toman ante ellos las autoridades del colegio pueden y suelen ser criticadas y condenadas por los padres, por docentes, y a veces, ni siquiera gozan de la unánime conformidad de la comunidad religiosa. La demagogia de muchos docentes los impulsa a condescender y a ceder sin límites ante los desbordes juveniles y los jaques culturales. Eso no facilita las cosas a los pocos que sienten que deben resistir y mantener ciertas exigencias aún a costa de ser impopulares. ¿Habrá que seguir luchando con molinos de viento?

Las cosas se complican aún más, cuando, en ocasión de los flirteos con la marihuana o de la drogadicción de algunos alumnos, se entra en terrenos donde se puede incurrir en delito o en riesgoso contacto con la corrupción de autoridades o funcionarios policiales y hasta judiciales. ¿Qué hacer con esos forasteros que rondan las puertas del colegio pasando droga y de los que se desentiende todo el mundo, hasta la policía?

Súmense los conflictos con padres que transfieren al colegio la culpa por la educación que no supieron dar ellos mismos a sus hijos. También de parte de estos padres "abandonadores", le llegan al docente reproches en vez de agradecimientos.

Dentro del mismo cuerpo docente no faltan los conflictos y motivos de acedia. Los religiosos están en una delicada situación de colegas con sus codocentes laicos. En el colegio repercuten las medidas de paros sindicales, que exigen cada vez negociaciones y acuerdos. Suele haber también situaciones difíciles en ocasión de despedir docentes, de redistribuir horas dejadas por un docente que se retira, de incorporar a alguien nuevo en su lugar, de nombrar o ascender personal a cargos de dirección.

Por si todo esto fuera poco, ha venido a sumarse la creciente complejidad de la legislación y reglamentación escolar. La responsabilidad legal y hasta penal que puede derivar de accidentes ocurridos dentro de la escuela, hace que aún incidentes nimios hayan de ser tratados cautelarmente como graves.

La Ley Federal de Educación ha significado en la Argentina un jaque a todos los niveles: desde el edilicio, pasando por el ingente papeleo burocrático, hasta la sobrecarga que exige el estudio de los mismos y/o la asistencia a los cursos de capacitación o reciclaje. Esta nueva Ley ha trasmitido algunos metamensajes negativos, aptos para sembrar desánimo entre docentes y directivos. Uno de ellos es la implícita evaluación negativa de todo lo que se sabía y trasmitía durante años. Otro, la obsolescencia e inutilización por vía legal, de la capacitación de algunos docentes. En algunos de ellos, especialmente los más antiguos, al desánimo por tener que reemprender a su edad un reciclaje profesional exigente, se suma el hecho de que ven amenazadas sus fuentes de ingresos para la supervivencia familiar, a la que ya estaban atendiendo con una máxima carga horaria.

Otra fuente de preocupación: en algunas provincias las autoridades recortan, retacean, mezquinan o retrasan los pagos de aportes del gobierno. O los vinculan a tales condiciones que de hecho lesionan el principio de libertad de enseñanza. Se practica una cierta extorsión administrativa sobre la enseñanza eclesial. Estas vejaciones económicas agregan un factor más de preocupación administrativa a los religiosos, a la vez que de irritación a su personal docente laico - por más fiel y adicto que sea a la institución escolar -, cuando ve retrasado el pago de sus haberes. También estos malestares refluyen sobre el ánimo de los religiosos.

A veces, los cambios de legislación y reglamentaciones, se convierten en un verdadero jaqueo legislativo que mantiene continuamente en vilo a los responsables y obliga a movilizaciones desgastantes y fatigosas a la larga. Desde el Congreso sobre la Educación parecería que no ha cesado ese jaque educativo en la Argentina.

Una religiosa de una congregación docente, que había sido alejada por un tiempo de las aulas para encargarle otra misión, resumía el alivio de ese descanso temporal en estos términos: “Es un descanso enorme el no tener mayores obligaciones horarias, tiempo de sobra para lo personal y haberme olvidado de la DGI, las Planillas, Bancos, Cheques, Balances, Ministerios, Cursos de Capacitación, Reforma Educativa, Obligaciones Administrativas, Pedagógicas, Personal a cargo, circulares, desafíos miles que me agotaban, y SOBRE TODO estar lejos de adolescentes rebeldes, problemáticos por la soledad en que viven, cautivos de hoy y de tanta manipulación como los ataca, junto a una Familia desorientada, muchas veces destruida que nos presiona, y No ver el fruto de nuestros trabajos, entrega, sufrimientos...”.

Sin embargo, tomando perspectiva desde la distancia del puesto escolar y reencontrando desde la libertad el amor de su vocación docente, concluía: “Sin embargo, este providencial tiempo en el desierto ya me ha hecho saber, sentir y agradecer los 37 años de docencia, que me cansaron ciertamente pero que han llenado mi vida y me han marcado a fuego, sin saber hacer otra cosa que no sea el desarrollo de mi vocación docente”.

3.3 El frente interno

Por fin, aunque no sea lo menos importante, están los motivos comunitarios y congregacionales que preocupan o entristecen. En los colegios o comunidades docentes el número de religiosas/os que componen la comunidad, lejos de crecer va disminuyendo, a veces drásticamente; donde amenaza seguir disminuyendo a falta de relevos en el horizonte, la sobrecarga de trabajo llega a ser agobiante y esa falta de perspectiva de relevos desmoraliza y causa desesperanza. Cada vez más tareas y problemas recaen sobre las espaldas de cada vez menos hermanas. La fatiga de las hermanas que llevan el peso de los colegios se agrava en el caso de hermanas jóvenes que, además de una carga horaria docente respetable, están realizando paralelamente cursos de capacitación; o en el de hermanas directoras ocupadas en cursos de reciclaje para adaptarse a la nueva Ley y en la presentación de proyectos educativos que van y vuelven con observaciones y nuevas exigencias.

Pongamos por fin las dificultades para cultivar el espíritu y la mística de la propia vocación. No es fácil encontrar directores espirituales o confesores ni animadores espirituales en localidades pequeñas y alejadas; ni el tiempo para nutrirse con buenas lecturas que alimenten luego la oración. Esto despierta en los religiosos más responsables y celosos por su vida de piedad, sentimientos de culpa por el déficit en los ejercicios espirituales; la sensación de propia imperfección y la insatisfacción consigo mismo al no lograr superar los propios problemas espirituales y aún morales. Al frente de lucha de los motivos exteriores se suma este otro frente interior de motivos de acedia, que impiden o destruyen la consolación y el gozo de la caridad. En estas situaciones prolifera fácilmente la desesperanza, la tibieza real o sentida, la instalación en estados permanentes de desolación que son potencialmente destructores y peligrosos para la vocación de las más jóvenes y para la alegría en su vocación de las mayores.

Sobre estas situaciones se instala fácilmente la acedia, la tristeza en vez del gozo por su vocación y su tarea docente.

3.4 Algunos rasgos de acedia docente

La enumeración de los motivos ya permite imaginar muchos rasgos posibles de la acedia docente. He aquí algunos, espigados entre las "muestras" recibidas.

Hemos llamado la atención en otro lugar (Un caso de Acedia) sobre la capacidad creadora de lenguaje despectivo de la acedia. Cuando se pierde la devoción fácilmente se moteja y se hace burla de los demás y pulla de lo que la alimenta. Así, la acedia escolar, entre otros motes ha creado el de: conventillo escolar, para referirse a la institución y sus conflictos. Es un ejemplo, al que sin duda los familiarizados con el ambiente podrán agregar un montón.

Alguien sentirá que está "fuera de foco" y que no coinciden sus intereses personales con el mundo escolar. No consigue apropiarse la misión docente. O sentirá rechazo por la comunidad escolar motejándola de diversas maneras. No verá ni estará dispuesto a reconocer intereses o motivaciones nobles y verdaderas en los demás, juzgando cualquier tipo de comentario o consulta como chusmerío docente.

Se atormentará con los juegos de prestigio y poder que se juegan en las instituciones humanas y también en las docentes. Y si es directivo tendrá que tomar decisiones a pesar de su fastidio y sus temores; incluso previendo, con juicios temerarios de por medio, las reacciones de fulano y mengano.

Se tomará la falta de madurez propia de los adolescentes como maldad, casi se diría que ontológica, contra la que no se puede luchar.

Experimentará deseos de huir de esa realidad escolar. Le resultará imposible verla como un campo idóneo para un trabajo apostólico y misionero. No logrará ver la obra de Dios presente, sin embargo, en algunos miembros por lo menos, de su comunidad educativa.

En fin, y en pocas palabras, tendrá más ojo para los males que para los bienes de la obra apostólica docente. Y cuando a pesar de todo, vea algún bien, no encontrará gozo en él, pues es posible que lo perciba como 'logro de los demás', que pone en evidencia el propio fracaso. Ya no le alegrarán los triunfos de la propia 'camiseta'. Podrá cobrar tirria a las entregas de premios, etc.

No es de extrañar que de aquí pueda surgir una 'doctrina' bastante bien articulada que racionalice la inutilidad de los colegios y la necesidad o la conveniencia de dejarlos. O por lo menos se exprese dubitativa y cuestionadoramente sobre estos asuntos.

3.5 Tentaciones de fuga con apariencia de bien

Si nuestro lector está familiarizado con el ambiente de un colegio gestionado por una comunidad religiosa docente, estos hechos no le serán desconocidos y podrá sin duda completar el elenco. Los he enumerado, hasta la saciedad, para señalar que la sumatoria de todos ellos, hace hoy de la vocación docente una situación tanto o más propicia a la acedia que la de un monje estilita en la peor canícula del peor desierto.

Y así como entre los monjes la acedia producía la tentación de fuga, las tentaciones de fuga individuales o colectivas son numerosas y diversas en la vida docente. Para reconocerlas como tentaciones, puesto que son todas nobles y buenas, racionalmente inobjetables, basta con fijarse en un solo signo: no van ni llevan hacia el colegio, sino que sacan y "salvan" de él.

Una forma de la tentación de fuga que llega a caballo de la acedia podrá ser la vida contemplativa. Otra podrá ser la reorientación hacia un concepto más amplio de educación. Otra, todavía, la opción por los más pobres y el dejar los colegios para ir a insertarse en las Villas o en parroquias suburbanas, para atender un dispensario o tomar algunas horas de catequesis. Estos son los casos más nobles y los más peligrosos, porque como tentaciones bajo especie de bien, llegan fácilmente a insitucionalizarse.

En los demás casos, se asiste al repliegue liso y llano sobre los propios intereses. Se obtiene algún título que permita salir e insertarse en el mundo laboral. Algunas veces, ¡oh ironía del destino! en algún colegio de la congregación que se abandonó.

3.6 Un ejemplo

He aquí el testimonio de una religiosa: “Mi breve relato pudo ser una grave historia, si no hubiese mediado el amor que el Padre me tiene, que me alcanzó con el Hijo y me iluminó con el Espíritu. He padecido una grave tentación, que ahora veo como una seducción del maligno, por el lado más hermoso: conocer a Dios y gustarlo en la vida monástica-ermitaña, en silencio, soledad y fraternidad. La consolación que me producía esta idea era muy grande. Mi trato regular con personas de un instituto contemplativo me hacía muy feliz. Pero yo olvidaba el primer amor, mi ser consagrado con ya cuarenta años de hábito, en una congregación apostólica de vida activa y carisma docente. Inicialmente este deseo parecía un más loable, pero, a pesar de mis esfuerzos no lo alcanzaba. Busqué de todos modos alcanzarlo. Desoí consejos y enseñanzas. ¡Yo estaba como enamorada de ese sueño tan consolador! Sin descuidar mis obligaciones religiosas y pastorales, éstas se me iban haciendo cada vez más pesadas. Fui tiñendo mis obligaciones religiosas de aires monásticos. Progresivamente comencé a caer en omisiones. O no hacía lo bueno (sin hacer nada malo) o lo bueno lo hacía a medias, incompleto, sin entusiasmos. Como otras hermanas mías, a las que me unía una fraterna comunión, habían pasado a la vida contemplativa, comencé a codiciar su bien. Crecieron en mí celos y envidias, tensiones, enojos que afectaban la caridad en mi vida fraterna. Insistía en dar crédito a esta falsa consolación y porfiaba por alcanzar esa plenitud. Cuando me advertían: ‘¡estás soñando!’ yo reaccionaba irritada y con orgullo.

“Entre tanto, había perdido la alegría de mi vocación y la felicidad real se alejaba cada vez más. Subsistía en mí, por pura gracia de Dios y protección de mi Madre, María Santísima, un profundo amor a mi Congregación, que me impedía poner el pie afuera. Dios me regaló la gracia de no querer hacer nada que no tuviese el visto bueno de su voluntad. Y era ésto lo que no llegaba. Hacía débiles y esporádicos intentos por cortar la ilusión, los sueños. Ahora sé que todo era tentación del maligno. Finalmente, en el retiro anual, ‘intuí desde adentro’, como si me quitaran una venda de los ojos que todo eso había sido un engaño y una ilusión. Intuí que el predicador del retiro me podría ayudar y se me daba una disposición confiada para abrir mi alma y dócil para aceptar lo que tantas veces había rechazado. Sabía que sufriría y el ánimo se me encogía, pero se me daba una firmeza que apoyaba mi decisión para el bien. No fue fácil renunciar de golpe a la dulzura engañosa y dañina de mis ilusiones. Hablé, pedí luz, recé, medité, instando mucho en pedir, me confesé pidiendo la gracia del sacramento. El Señor me sostenía y me confirmaba. El embrujo de la tentación se disipaba rápidamente como una bruma que se lleva el viento. Sentía la obra liberadora de mi Esposo, Cristo Redentor.

“Estoy en paz. Sé que podrán volver luchas. Pero ahora conozco al enemigo y sé dónde está mi debilidad y mi fortaleza. Por cierto que descubrirse no ha sido fácil ni bonito, pero es una gracia de salvación. Lo comparto con afecto para con todos aquellos que, como yo, puedan estar corriendo tras un sueño maligno, teñido de ‘falsa perfección’”

3.7 Acedia escolar congregacional

En la obra anterior llamábamos la atención sobre las formas sociales y culturales de la acedia. Particularmente grave es la situación cuando la tentación de acedia escolar, deja de ser asunto privado, de un religioso en particular, y se congregacionaliza. Es decir, cuando ya no es un individuo sino una comunidad y hasta toda una congregación, la que está afectada, sin advertirlo, por una forma socializada e institucionalizada de acedia escolar. Entonces, la institución, no sólo ya no ayudará a los individuos a discernir y vencer la tentación, sino que la sembrará activamente en sus miembros, desalentará a los fervorosos, culpabilizará a los que aún quieran cultivar la mística de su carisma y llegará incluso a convertir su tentación en doctrina; racionalizará sus deserciones y terminará dejando los colegios, convencida de que está prestando un servicio a su congregación y a la Iglesia. Nada significará para ellas que, desde el obispo hasta el último fiel, todos manifiesten su dolor por el cierre del colegio. ¿No es bien posible que en muchos casos de abandono de instituciones escolares y de crisis de congregaciones educativas ocurridos en las últimas décadas, haya intervenido la tentación que tratamos de señalar aquí?

Está muy amenazada hoy la alegría de la vocación docente en un colegio de una congregación religiosa. Las religiosas del colegio tienen que presenciar a menudo que, habiendo alcanzado la acedia a superioras y formadoras, éstas no quieren que sus jóvenes "sufran lo que yo sufrí en aquél colegio"; por lo que las envían a alguna pequeña comunidad inserta en medios populares; tratan de reorientar desde la formación el futuro de la congregación hacia otros rumbos y se desentienden de los reclamos de las que aún creen en los colegios que quiso el fundador.

En algunas congregaciones, donde la acedia docente institucionalizada ha ganado a superioras mayores y formadoras, las hermanas que llevan el peso de los colegios tienen que mirar con hambre y desde lejos a un puñadito de hermanas jóvenes que están en formación... para otra cosa. El metamensaje es claro e hiriente.

La acedia institucionalizada formula profecías contra los colegios y su futuro, o mejor dicho, profetiza que no tienen futuro. Y pone todos los medios para realizar esas profecías, aplastando toda resistencia que pudiera demostrarlas falsas. Los que en medio de todo esto aún encuentran el gozo de la caridad en su vocación docente, están hoy en un huerto de los olivos.

3.8 Conclusión

He tratado de describir los motivos y formas del tipo de acedia que ataca a la vocación docente de religiosos y congregaciones religiosas. He mostrado cómo los motivos de acedia se agigantan debido a la lucha contracultural moderna y postmoderna y cómo logran su objetivo desanimando y entristeciendo a educadores y congregaciones educativas católicas. La sumatoria de esos motivos constituye una presión muy fuerte que ha empujado y de hecho amenaza con seguir empujando a la acedia escolar a muchos religiosos docentes. Conforma una cierta atmósfera de acedia escolar que puede contagiar a enteras congregaciones enseñantes y puede escalar hasta sus gobiernos congregacionales.

Sobre esa tentación de acedia llegan cabalgando diversas tentaciones, individuales o colectivas, que cohonestan la fuga y la deserción del frente de lucha docente: la vida contemplativa, el concepto amplio (el otro es tácitamente calificado de estrecho) de educación, la opción por los pobres y la inserción en los medios populares, etc. etc.

Es necesario advertir el fenómeno espiritual y combatirlo con medios espirituales. En lugar de desertar el frente de lucha, hay que concentrar las fuerzas y hacer un esfuerzo doblemente lúcido y creativo para poner sobre nuevas bases las obras docentes y asegurar su libertad docente frente a los intentos de sojuzgamiento o liquidación que provienen de la cultura dominante.

 

3. ACEDIA A LA LUZ DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

1. LA ACEDIA: ESPÍRITU IMPURO

La acedia no se explica por causas exclusivamente psicológicas. Es un fenómeno espiritual, demoníaco. Si el Espíritu Santo aparece en los evangelios como el agente de la fe y de la comunión con Jesús y a través de él con el Padre y el Espíritu Santo, el espíritu impuro se presenta como operando exactamente lo contrario: impidiendo la comunión, en formas opuestas al amor: indiferencia, miedo, ciencia sin caridad. Estas son las características del naturalismo que se han visto en el capítulo primero.

Vamos a comprobarlo a la luz de escenas evangélicas en que Jesús exorciza a los demonios. Principalmente en dos: la del endemoniado de la Sinagoga de Cafarnaúm, al comienzo del Evangelio de Marcos 70 y otra la del endemoniado geraseno 71 .

Lo que gritan los demonios en ambas ocasiones constituye un retrato espiritual del mal espíritu que nos permite conocerlo como un espíritu de acedia: un espíritu que se opone a la comunión, declara malo al bueno y conoce a Jesús pero no lo ama. Eso es lo que siempre y en toda época, pero particularmente en la modernidad ilustrada, obra en el espíritu de los hombres el espíritu impuro.

El evangelio llama a los demonios ‘espíritus impuros’ y los define por su acción más que por su naturaleza. Son, es cierto ángeles. Pero lo definitorio es que obran lo contrario al Espíritu Santo: impiden entrar en comunión con Jesús por la fe, apartan de él como de alguien extraño a la enseñanza tradicional rabínica; con el que no hay nada en común; que se presenta como una amenaza destructora y a quien se conoce pero no se ama. Si en Cafarnaúm Jesús se presenta como amenazador por su modo de enseñar, en Genesaret es considerado perjudicial para los intereses por la muerte de la piara de cerdos 72 .

Recordemos esas voces de los demonios, que podrán escucharse y reconocerse en más de un diálogo pastoral o en más de una clase de religión:

1.1 Vehemente indiferencia

1) “¿Qué [hay de común] para nosotros y para ti, Jesús nazareno?” (1,24); “¿Qué para mí y para ti, Jesús Hijo del Dios Altísimo? (5,7)

Piénsese en las veces que hemos oído frases como ésta: ¿Qué tiene que ver la fe con la vida? “Hay un divorcio entre la Iglesia y la sociedad” 73 ¿Acaso Dios se va a interesar por nosotros? ¿Dios no me oye? Me aburro (en la Misa, la oración o la lectura). Dios se presenta como algo ajeno a la vida, como extraño a la tradición en que uno ha sido educado, o a las expectativas propias, o como inútil. El director de un colegio secundario de religiosas que me aconsejaba tratar en las clases de religión solamente “temas que interesaran” a los alumnos: relaciones prematrimoniales, la amistad, la justicia en el mundo. Hablarle de Cristo les resultaría pesado y la religiosa que había tratado de enseñar antes que yo había entrado en crisis de fe por el desinterés y la agresividad de los alumnos hacia la enseñanza de la fe. En los primeros días de clase se levantó un joven hablando en plural, como si fuera el representante de todos sus compañeros, para decir lo mismo que el espíritu impuro de Cafarnaúm: “¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros?”. La página evangélica comenzó a iluminárseme a raíz de esa experiencia docente con jóvenes.

Muchos adultos creyentes, con buena voluntad pero mal tino y peor discernimiento, suelen condescender con la indiferencia infantil o de adolescentes, concediendo que sólo han de ir a Misa dominical ‘si lo sienten’. Su deber sería explicarles lo peligrosa que puede ser esa insensibilidad espiritual en que están, -que a menudo es más un fastidio positivo que una neutra indiferencia-, y lo ofensiva que es para Dios, a quien, por otra parte deben darle gloria en justicia 74 .

Recuérdese que la indiferencia se enumera entre los pecados contra la caridad, es decir contra el amor a Dios: indiferencia, ingratitud, tibieza, acedia y odio a Dios. Es en realidad una forma de acedia.

Lo que mediante estas frases niegan los espíritus impuros es cualquier forma de comunión. En la escena de Cafarnaúm, esas expresiones dicen en voz alta e interpretan el sentido negativo que tiene la extrañeza del auditorio de la sinagoga, asombrado porque Jesús no enseña como sus rabinos.

Si se juzga sólo el contenido, las frases expresan indiferencia. “No tenemos nada en común contigo”, “No hay nada entre nosotros”, “No tenemos nada que ver tú y yo”. Pero que no se trata de verdadera indiferencia lo demuestra el hecho de que los demonios lo dicen gritando. El verdadero indiferente no se toma esa molestia. Su indiferencia consiste precisamente en que el objeto lo deja impasible, inalterado, no lo conmueve emocionalmente. La indiferencia vehemente, es decir la pseudo indiferencia, es una de las formas de la acedia.

El Espíritu de indiferencia se concretó históricamente en el fenómeno de la indiferencia religiosa 75 , que sigue extendiéndose en nuestra civilización. Es por lo tanto importantísimo conocerlo para saber cómo enfrentarlo pastoralmente. Jesús envió a sus discípulos a predicar con poder de expulsar demonios. No debe correr los riesgos de la predicación, que siempre levanta la resistencia del espíritu opuesto al Santo, quien no conoce su nombre y su acción, quien no sabe distinguirlo del hombre a través del cual habla o grita, y a quien en ocasiones agita. Si no se conoce el demonio que domina a los indiferentes se puede entrar en tentación de fe. Como decía Don Celedonio Nin y Silva, un célebre racionalista uruguayo: Si esta es la verdad ¿por qué no la aceptan todos? Y abandonó la fe.

1.2 Eres malo, nos dañas, te tememos

2) “¿Has venido a destruirnos? (1,24) le pregunta el espíritu impuro en la Sinagoga por boca del hombre; “No me atormentes” (5,8) le suplica por boca del habitante de los sepulcros.

Debajo de la indiferencia hay miedo a Dios. Se lo declara malo, temible, destructor. Son los slogans que repite la civilización apóstata: la fe hace inmaduros, o: no permite que el hombre se realice; la Iglesia es enemiga del placer; el voto de castidad imposibilita la autorrealización; la fe es incompatible con la razón y con la ciencia, es la madre de todas las represiones; la Iglesia es opuesta al progreso; la Inquisición, las Cruzadas, Galileo; la Iglesia tiene que recuperar la imaginación; las fórmulas dogmáticas no se han aggiornado con los cambios de la fe.

Si se rasca un poco bajo la proclamada indiferencia aparece el miedo a Dios, propio del naturalismo. Mi alumno que se hacía diputado de la clase para manifestar el común desinterés por Cristo, me confesó en una charla amable que el Señor me concedió mantener con él, que cuando su padre agonizaba y él le pidió a Dios que lo salvara, no lo oyó. Desde entonces le guardaba rencor y no creía que fuese bueno. El diputado de la indiferencia ocultaba, en realidad, un corazón herido, irreconciliado con Dios.

Víctor Frankl relata el caso de un paciente suyo cuya neurosis obsesiva consistía en el temor de que tales o cuales actos suyos podrían ser la causa de que su difunta madre y su hermana se condenaran. Este paciente se declaraba incrédulo con la razón: “no creo en nada sino en un determinismo sometido a las leyes naturales, y no en un Dios que premia y castiga”. Pero poco antes había dicho: “me vino la obsesión de que Dios podría vengarse de mí”. Hay en este paciente un juicio oculto que funda su actitud de miedo a Dios, como un ser arbitrario y dañoso, que existe a pesar de la razón, que cela y amenaza a su madre y su hermana, a sus seres queridos y a sus verdaderos intereses personales. Por encima de esa angustia frente al Dios malvado e irracional se tiende el velo encubridor de un juicio de indiferencia o incredulidad.

Eso le pasa al mundo naturalista. No quiere comunión con Dios porque teme por su autonomía, por la autonomía de las realidades temporales, por la libertad. ¿Cómo temer que le quite al hombre la libertad el Creador que lo creó libre? Pero el ofuscamiento de las potencias intelectuales es la cadena con que el espíritu impuro puede encadenar al hombre para impedirle la fe y el amor a Dios, persuadiéndolo de que es malo.

1.3 Conocimiento de Dios sin caridad

3) “Sabemos quién eres: el santo de Dios” (1,24); “Jesús, Hijo del Dios Altísimo” (5,7). Es el conocimiento sin amor. Los demonios creen pero tiemblan, dirá Santiago 76 .

Los alumnos desinteresados alegaban saber ya todo el catecismo. El paciente de Frankl, que se decía ser librepensador y conocedor de las teorías científicas más avanzadas, afirmaba conocer su catecismo “como el criminal conoce las leyes” o sea que conocía la religión sin confesarla ni profesarla de manera alguna. Preguntado si se consideraba incrédulo, respondió que lo era con la razón, pero su sentimiento creía de todos modos, pero siempre temiendo a Dios.

Conocimiento sin amor es la filosofía de la modernidad de la que se ocupa Martin Buber en su Eclipse de Dios. Buber señala precisamente que la filosofía ha levantado un saber sobre Dios que se ha separado del diálogo con Dios, y que el hombre que tiene esa estructura espiritual habla sobre Dios pero no con Dios. He ahí la ciencia que los evangelios consideran propia del espíritu impuro.

Nos ha parecido muy conveniente examinar estos pasajes evangélicos porque instruyen acerca de la significación y el signo espiritual del naturalismo, la gnosis, el secularismo y otros fenómenos espirituales que entristecen también a los creyentes sobre los que esos demonios consiguen dominio espiritual. Podemos llamarlos demonios de nuestra civilización

¿Cómo exorcizarlos? “La caridad perfecta echa afuera el temor” 77 . Estos demonios no se expulsan en discusiones sino en oración y ayuno. En la paz de la comunión con Dios y en la libertad ante el mundo y la carne. Jesús no entró en discusiones. Los distinguió del hombre tras el que se ocultaban y nos enseñó a distinguirlos. Porque nuestra lucha no es contra la carne. Les ordenó silencio y no discutió con ellos. Los desenmascaró, encarándolo en singular cuando fingía ser muchos y se arrogaba una falsa representatividad; o en plural cuando fingían ser uno y les obligó a confesar que eran legión.

Con Jesús se cumple la profecía 78 : “¡Tú arrojarás nuestros pecados al fondo del mar!”. La escena de los cerdos que se arrojan desde el acantilado muestra la realización de esta profecía.


70

Marcos 1,21-28.

71

Marcos 5,1-20.

72

Hemos examinado este asunto en el folleto: El Indiferente: ¿Es Indiferente? (Folletos Populares. Col Sentir en la Iglesia Nº 1) Tacuarembó 19842.

73

Vida Nueva, Nº 2.138, 23-05-1998 p. 50.

74

En unos tiempos tan sensibles para la justicia, se olvida a menudo que la virtud de la Religión es parte de la Justicia que consiste en darle a Dios la gratitud, la alabanza y la adoración que le pertenecen.

75

Sobre la Indiferencia religiosa del mundo racionalista en el siglo XIX y los anteriores, escribió F. de la Mennais su Ensayo sobre la Indiferencia en materia de Religión, Librería de Rosa, Paris 1835.

76

Santiago 2,19.

77

1 Juan 4,18.

78

Miqueas 7,19.

2. AMAR NUESTROS LÍMITES 80

"Dame a conocer mi fin para que comprenda lo caduco que soy y tenga un corazón sensato" (Sal 38,5)

"He visto el límite de todo lo perfecto: Tu mandato se derrama sin límite" (Sal 118,96)

"Llega el día de reconstruir tus muros y de ensanchar tus fronteras" (Miq 7,11)

Solemos entristecernos por nuestras limitaciones. A veces con razón. Sobre todo si somos culpables de ellas. Pero no siempre es así. Y no suele serlo en los que se esfuerzan por avanzar en el camino del amor de Dios. Es bueno examinar si no se esconde, en el rechazo de los límites puestos por Dios, una tentación de acedia. De ahí que me ha parecido conveniente exponer algunas consideraciones.

Pueden servir para aplicarlas a nivel personal y/o comunitario-eclesial.

2.1 Amar nuestros límites para que el Señor nos dilate

El dicho de Jesús: "el que se humilla será exaltado" 81 es una promesa. Anuda en sí dos virtudes: la humildad con la esperanza. La esperanza, de alguna manera funda y posibilita la humildad. Lo que sigue quiere ser sólo una exploración de esa misteriosa conexión y gemelazgo entre humildad y esperanza.

Defino aquí la Humildad como "amar los propios lími-tes". Amarlos es no sólo aceptarlos resignadamente. Es afirmar positivamente su bondad: "Bonum mihi Domine, quia humiliasti me" 82 . "Me ha tocado en suerte un lotecito de delicias,me encanta mi heredad". Así como soy: soy "la obra de tus manos".

La Esperanza se funda en la bondad del que nos crea limitados con bondad ilimitada. El Señor ama ilimitadamente mi limitación. Nos engrandece por la vía del amor de nuestra pequeñez. Nos engrandece en la aceptación gozosa de nuestros límites. Y esto sucede principalmente de dos maneras: en nuestra obediencia y en nuestra paciencia.

2.2 Obediencia: límite de la propia voluntad

Los mandamientos son un límite. Manifiestan la voluntad de Dios y marcan en ella el límite de la mía. Los mandamientos marcan un límite a nuestro obrar. Señalan un molde donde ha de volcarse nuestro querer, para adquirir la forma del amor divino. Así que precisamente por allí por donde se nos pone un límite, se nos ofrece - por l camino de la obediencia a Dios - la dilatación de nuestro corazón estrecho "Corrí por el camino de tus mandamientos, cuando dilataste mi corazón" (Sal 118,32). Los elogios de la Ley en el Antiguo Testamento, muestran a los mandamientos como límites amables, que no recortan la libertad, sino que nos hacen libres.

Si no sabe el hombre a dónde ir ¿de qué le sirve poder tomar cualquier camino?

Pero si lo que quiere es ir a Dios, ¿para qué quiere otro?: la senda de los mandamientos, le ensancha el corazón. Los mandamientos son límites amables. No nos empequeñecen, nos engrandecen. La voluntad que obedece por amor, se agiganta en el amor todo lo que se achica en la obediencia. Se da a sí misma todo lo que se niega a sí misma. Poniendo un límite a mi voluntad, dilataste mi voluntad. Amo Tu voluntad ilimitada, y así, la mía, se dilata en la Tuya. Por eso, Tú, al crearla limitada y libre para autolimitarse por amor a Ti y ser dilatada en la abnegación, viste que "Era muy buena" (Génesis 1, 31).

2.3 La negación del límite: la soberbia y la envidia

Eva no aceptó la limitación que Tú ponías a su libertad prohibiéndoles un fruto. El tentador la indujo a razonar contra ese límite a su apetito. Ella vio que el fruto era agradable a los ojos y bueno para comer y comió y dio a su esposo para que comiera. Desdichada Eva ¿limitas tu voluntad a tu apetito? ¿excluyes de tu juicio acerca de lo bueno la voluntad de Dios? ¿No quieres límite a tu querer y piensas dilatarlo para que sea como el de Dios?

A eso la inducía la anti-promesa satánica: "Seréis como dioses". A la que ya era imagen y semejanza se le prometía la igualdad. A la que en su limitación espejaba la perfección sin límites de Dios, se le mentía una posibilidad de ilimitación. Y así incurre Eva en la soberbia y en la envidia. Soberbia es no querer tener límite al querer propio. Envidia es invidencia: perder de vista el bien de los propios límites y considerarlo un mal; ver como bueno el fruto malo y como malo al Dios bueno.

2.4 Dioses con contorno

Como consecuencia del rechazo del límite interior, del límite espiritual que la voluntad de Dios ponía a la libertad del hombre; como consecuencia de dejar de amar y comenzar a aborrecer la limitación constituyente de su querer creado, el corazón de la primera pareja, levantado en soberbia, herido de invidencia, comenzó a rechazar todo límite. A la vez descubrió y repudió todos los demás límites de su ser creado, contingente, material, compuesto, frontera de alma y cuerpo, de espíritu y materia. Vio y repudió el límite corporal, el contorno que recubre su piel, sus límites físicos. La promesa de ser como dioses, les abrió los ojos a la realidad frustrante de su pequeñez física. Los candidatos al infinito se terminan en su piel. Por eso los aspirantes a dioses se avergüenzan de ella.

Se avergonzaron de verse desnudos no porque descubrieran la virtud del pudor, sino porque nunca antes habían rechazado avergonzados sus límites físicos. Desde ahora, verse el uno al otro les recordaba que no eran dioses, sino todo lo contrario de seres ilimitados. Sus ojos soberbios se herían en la visión de un ser finito, prisionero de un contorno de piel. Dejaron de amarse a sí mismos tal como habían sido y eran, obras de las manos divinas, amasadas del barro, pero con un soplo de Dios en las narices. Olvidados del soplo, se avergonzaron de lo común con los animales: un cuerpo hasta ahí no más, y sin pelos siquiera para esfumar la rotundez del límite corpóreo. Parecidos en eso a cualquier objeto. Avergonzados de ser "como cualquier cosa" se fueron a ocultar, confundiéndose (la confusión es otro nombre de la vergüenza) entre los vegetales. He ahí otra consecuencia de la soberbia y la invidencia: no querer ser visto tal como uno es y no acepta ser: dioses lampiños.

2.5 Dios crea limitando

¿Qué razón hay para amar los propios límites? Que Dios los creó y halló que eran buenos. Dios los ama. Los seres creados, los que no somos Dios, somos nuestra limitación. Y Dios la encuentra buena y la bendice ¿por qué no yo? A esa rara mezcla que soy, de ser hasta ahí pudiendo no haber sido, los filósofos le llaman contingencia: la no necesidad, el poder no ser, ser hasta ahí no más.

Soy hasta ahí. En el tiempo y en el espacio. Desde el seno al sepulcro; hasta mi piel, hasta donde mi brazo alcanza, hasta donde llego paso a paso. Soy hasta donde entiendo. Y ni siquiera entiendo bien hasta dónde soy. Soy consciente, pero mi conciencia, como una sábana corta, nunca alcanza a cubrir todo lo que soy.

Dios todo lo creó separando y poniendo límites: entre luz y tinieblas, entre aguas de arriba y de abajo del firmamento, entre mares y tierra, entre hierbas y árboles de fruto, entre especie y especie de animales y plantas, entre día y día, semana y semana, tiempos y fiestas. El Dios de los Ejércitos, creó todas sus Divisiones. Y vio que todo era muy bueno.

Dios es también, aunque por otros misteriosos motivos, autor de la separación de las lenguas y de las fronteras de los pueblos. Y a cada tribu del pueblo de Israel le asignó un territorio, que Josué les sorteó y en cuyo libro encontramos descritas, con fruición minuciosa y extensa, sus fronteras.

Dios ama los límites de sus criaturas. Las amasa con límites. ¿No reside la forma en los límites de los cuerpos? ¿Y no está en la forma la belleza? Resulta que la belleza está en los límites y que ellos son los que hacen que algo sea hermoso. Apenas creados, Dios los mira, los aprecia y los declara buenos...y hermosos. En sus límites.

2.6 ¿Y la muerte? ¿Límite amable?

¿Amar también la muerte? Límite último. San Francisco la llamó hermana. Es ese también un límite que el Señor dilata con sus promesas de vida eterna. Aquí la esperanza viene en ayuda de la humildad. ¿Cómo no amarla si es umbral? Ignacio de Antioquía uno de muchos, corrió a ella.

El que era igual a Dios, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Es decir que se hizo obediente. Hasta la muerte y muerte de Cruz. Aceptó pues el límite por obediencia. "Si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres Tú". Su Pasión voluntariamente aceptada: "Mi vida nadie me la quita, yo la doy voluntariamente". Voluntariamente se sometía a la violencia de los hombres por obediencia al Padre. Era necesario que el Nuevo Adán aceptara de una vez por todas el límite a la propia voluntad que el hombre ya no podía aceptar. Era necesario que delimitara nuevamente a la soberbia humana irreversiblemente extralimitada y exorbitada: "Sacrificio ni holocausto, no quisiste. He aquí que vengo como está escrito de mí, para hacer tu voluntad"."Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre". Por eso el memorial de su muerte podrá ser comida para nosotros.

2.7 Los límites del Paraíso

¿Hasta el Paraíso tenía límites? Sí Señor. El Señor plantó un jardín. El Gan-Edén, jardín de Edén o parque deleitoso, era, como lo sugiere la raíz hebrea ganán, un lugar cercado. Lugar de comunión del Hombre con Dios. Por eso los templos, para imitar un paraíso, querrán tener sus precintos y sus muros. Por eso habrá lugares sagrados delimitados, para que se pueda hablar de "adentros" y de "afueras" referentes al hombre en relación a Dios.

Si amar es "elegir", elegir es separar. Y entonces amar es delimitar. Se dice "mi dilecto amigo", "mi predilecto", "mi distinguido". Y Dios dice de su Hijo, "Este es mi Hijo muy amado, mi predilecto en quien se complace mi alma". Y Jesús a los suyos: "no me elegisteis vosotros a mí, yo os elegí a vosotros". Amar es elegir, separar y poner límites, entre el afuera y el adentro del amor. Amar es envolver los límites del otro en un Amén, en un abrazo de la voluntad que afirma su ser y lo envuelve protegiéndolo.

Por eso en el Cantar de los Cantares, la amada es "Fuente cerrada y Jardín cercado". Encanto limitado. Encanto de los límites amados: Yo soy para mi amado y mi amado para mí. Es la voluntad cautivada, la que en estos vínculos, conoce los límites del amor. Una voluntad que se limita a sí misma. Libertad que se ata en la fidelidad. El amor es cerco para sí mismo ¿con qué podría acotarse la libertad, que no fuera violencia, sino con un cerco de libertad? Si alguien quisiera comprar el amor se haría despreciable. Y si alguien quisiera encerrarlo en un coto que no fuera de amor, también.

Por eso, el Paraíso, es un cerco de amor que confina consigo mismo. Donde el límite amado es la fidelidad al propio amor. También esto es humildad, y también esta humildad vive de esperanza. El que se entrega todo por los tres votos, sólo se queda con la esperanza del don de permanecer fiel a esa entrega.

2.8 El Todo es mi Parte. Todo El es mi Parte

El Salmo 15 nos muestra un caso de extralimitación por limitación, de exaltación por humillación. El salmista es allí un levita. Todas las tribus de Israel habían recibido en suerte un territorio, una parte de la Tierra Prometida. El territorio de cada tribu, su herencia, su porción en la Promesa a los Patriarcas, es objeto de un inventario geográfico amoroso. En el Libro de Josué, la Geografía se exalta a nivel de una Liturgia, de una Liturgia celeste, donde la Tierra se hace por un momento imagen del Cielo. Cada monte, torrente, pueblo, campo, le cae en suerte - y en la suerte está la mano de Dios - a alguna de las tribus.

Sólo los levitas no tienen parte en este reparto. Su parte, su heredad, es el Señor mismo, es el altar, el templo, el culto de Dios: "El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte (la piedrecita del sorteo y el territorio sorteado) está en tu mano; me ha tocado un lotecito delicioso (edénico), me encanta mi heredad (la parte de mi herencia)" (Salmo 15,5-6). Dios ha dilatado las fronteras del levita. Le ha dado como parte, no una tierra, sino que, limitando su "derecho a una tierra", ha hecho de ese límite el privilegio de tener su parte en el Todo. En primer lugar porque su parte es un diezmo de todo lo que fructifica toda la Tierra Santa. Pero sobre todo porque su parte es el Señor, su parte es el Todo. Todo es la parte del que no tiene nada.

En la vocación del levita se prefigura la del sacerdocio y de la vida religiosa. Y nosotros podemos apropiarnos las palabras del levita. Amar nuestra vocación religiosa, es amar nuestra herencia. Los límites que nos imponemos con los votos, expresan nuestro anhelo de la ilimitación del amor. O mejor dicho, nuestro deseo de que Dios dilate nuestro corazón y nuestro amor: Dilatasti cor meum. Ya no sólo para "correr por el camino de tus mandamientos" (Salmo 118,32) sino para "correr detrás de su perfume" (Cantar 1,3).

El Salmo 15 contiene una promesa de esperanza respecto de la resurrección de los muertos. Es el célebre: "no me entregarás a la muerte; no dejarás que tu fiel conozca la

corrupción" (v.10). El que no tiene parte en esta tierra por amor del Cielo, no puede concluir su camino en una fosa de esta tierra. En su humildad lee con esperanza inscrita la promesa: "Me enseñarás el camino que va a la vida; me saciarás de gozo en tu presencia; de alegría perpetua a tu derecha" El que se humilla será exaltado. Los levitas no tienen parte en esta tierra y por eso son establecidos por testigos del Cielo. De nuevo aquí, la humildad es sostenida por la esperanza. La desposesión terrena alimenta la esperanza de una posesión eterna.

2.9 Jesús manso y humilde

El modelo de amor a los límites de la condición humana es Jesús. El es el maestro que nos enseña a amarnos según verdad y por los motivos que nos hacen amables a Dios. El camino de una humildad libre de masoquismos o insanias morbosas. Libre de los lazos de la soberbia.

Jesús, como lo canta el himno de Pablo: "no se aferró a su condición divina...sino que se anonadó, se vació...se despojó de su gloria...tomando forma de siervo". En griego se lee "sjema", forma, o también "vestido". Sjema era el vestido que caracterizaba a un personaje en la escena. Es el vestido que singulariza, individualiza, distingue y aparta, para un rol y no otro, y que en el anfiteatro griego permitía distinguir desde lejos a los actores. Vestido de esclavo.

Jesús, verdadero hombre, asumió un destino humano, asumió límites. Dejó la gloria divina de la ilimitación y se revistió por amor (ilimitado) de nuestra condición limitada. Sometió su libertad humana al límite de la voluntad divina, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz.

Por eso, Dios lo exaltó. Porque Jesús se limitó, Dios lo dilató y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos y en la tierra y en los infiernos y toda lengua proclame que Cristo Jesús es Señor (Filipenses 2,9-11).

Jesús recibe una gloria eterna y sin límites porque abrazó sus límites. Y todos los seres, sin limitaciones, proclamarán su nombre y "se declararán chiquitos" ante él. No otra cosa es doblar la rodilla que achicarse voluntariamente: confesarse pequeño y estar dispuesto a disminuirse más aún. En el decir de Juan Bautista; conviene que él crezca y que yo disminuya. Por eso no hay otro mayor que el Bautista entre los nacidos de mujer. El que se humilla será exaltado. Quien ama sus límites será dilatado.

2.10 Paciencia

Dijimos al comienzo que la humildad se muestra, en la obediencia y en la paciencia, como aceptación y amor de los límites. Jesús fue obediente y paciente: obediente hasta la muerte y muerte de Cruz.

Si correr por el camino de los mandamientos ensancha y dilata el corazón, como dice el Salmo 118,32, también aceptar la tribulación y el sufrimiento nos dilata. Esa es también una forma de aceptar y amar nuestros límites.

Así lo enseña el salmista cuando dice: "En el aprieto me diste anchura" (Salmo 4,2). Como dice la Vulgata: "in tribulatione dilatasti mihi": me dilataste en la tribulación. Es la misma doctrina de la exaltación en la Cruz, del Verbo humillado, que canta Pablo en el himno de Filipenses 2.

Es el camino "estrecho" que Jesús ofrece a sus seguidores. Nuestro corazón dice: "por tus caminos correremos". Jesús enseña: "el que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Negarse a sí mismo es negar el propio querer, el propio apetito o concupiscencia. Imponer límites a ese querer de la carne contrario al del Espíritu. Ponerle al querer, límites de amor.

"Me estuvo bien sufrir - dice el sabio salmista - porque así aprendí tus mandamientos" (Salmo 118,71). La tribulación lo introdujo en la sabiduría de los mandamientos: el sabor de la voluntad de Dios. Así el sufrimiento es pedagógico, enseña. Juan Pablo II lo ha enseñado magistralmente en esa joya de la literatura universal sobre el dolor que es su encíclica Salvifici Doloris (El Dolor Salvífico): "El sentido del sufrimiento - dice el Papa - es la manifestación del amor". In tribulatione dilatasti mihi. En el límite te encontré a Ti. "Gustad y mirad la bondad del Señor; dichoso el fuerte que se refugia en El" (Salmo 33,9). David gustaba la bondad del Señor cuando su vigor ya no le servía de nada: en el pozo de la tribulación, en la última cueva del desierto, asilado en la tienda de su peor enemigo, perseguido por su propio hijo, maldecido por un hombre ruin. Desde su límite clamaba al Señor y gustaba la dulzura de la bondad divina auxiliadora y fiel.

2.11 La humildad esperanzada de San Ignacio de Loyola

"Piense cada uno, - dice San Ignacio - que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés" (E 189). Al que se humilla Dios lo exalta.

Las tres maneras de humildad de San Ignacio, comienzan por la obediencia hasta el martirio (la primera), siguen por la indiferencia heroica y terminan en la chifladura por Cristo: loco por Cristo (E 165-167) si igual o mayor servicio y alabanza fuere a la su divina Majestad. El camino de Jesús va por la humillación de sí mismo, por pasión de la gloria, servicio y alabanza de Dios. De nuevo, como con el Bautista, conviene que El crezca y que yo disminuya, porque mi gloria es su Mayor Gloria.

En una carta al Duque de Gandía, canonizado después como San Francisco de Borja, San Ignacio muestra a la vez su experiencia de la limitación a la vez que una ilimitada confianza en la gracia:

"Yo para mí me persuado que antes y después (de concedida una gracia de Dios) soy todo impedimento; y de esto siento mayor contentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro, por no poder atribuir a mí cosa alguna que buena parezca; sintiendo una cosa (si los que más entienden, otra cosa mejor no sienten), que hay pocos en esta vida, y más echo, que ninguno, que en todo pueda determinar, o juzgar, cuánto impide de su parte, y cuánto desayuda a lo que el Señor nuestro quiere en su ánima obrar." (Fines de 1545; Ep I, 339-342; OC 26a. p. 702).

Cuanto más convencido está Ignacio por experiencia espiritual de su insuficiencia y limitación para toda eficacia espiritual, y cuanto más acepta esa limitación, tanto más espera en la gracia, de la que todo le vino, todo le viene y todo le ha de venir, no obstando para ello que él sea "todo impedimento": limitación-limitante, diríamos.

Para conseguir el fin de la Compañía que es ayudar a las almas para que consigan su fin último y sobrenatural, San Ignacio recomienda los medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano, (Ignacio considera que estos son más eficaces que los que lo disponen para con los hombres) como son los medios de bondad y virtud, y especialmente la caridad y pura intención del divino servicio y familiaridad con Dios. Por eso Ignacio recomienda que en la Compañía debe procurarse que todos se den a las virtudes sólidas y perfectas y a las cosas espirituales, y se haga de ellas más caudal que de las letras y otros dones naturales y humanos. Porque aquellos interiores son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que se pretende (Constituciones, Parte X, 813).

También en el espíritu de San Ignacio, la esperanza es sostén de la humildad. San Ignacio reconoce no sólo la limitación propia y de los medios humanos, sino que sabe por experiencia que son capaces de impedir y limitar la eficacia divina. Pero ni esa limitación-limitante es capaz de desanimarlo o de hacerlo pesimista respecto de las letras y los dones naturales y humanos. Reconociéndoles sus límites San Ignacio liberó a los jesuitas para la esperanza.

Los Ejercicios son escuela donde se enseña a ofrecer a Dios el propio querer y libertad, para que así de su persona, como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad (EE 5; 234). Ofrecerse a sí mismo enteramente, con todos sus límites, para ser dilatado por Dios. Este abandonarse en las manos de Dios humilde y confiadamente se hace posible por la esperanza:

"El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos" (Salmo 137,8).


80

Este capítulo se publicó como folleto en el : Boletín Ignaciano, Suplemento Nº 17, 1993, 10 págs. Se republicó como artículo: 1º) en: Gladius (Bs.As.) 10 (Abr. 1994) Nº 29, pp. 5-13; 2º) en: Boletín de Espiritualidad (Prov. Argentina de la Compañía de Jesús) Nº 165,(May-Jun 1997) pp. 16-27; 3º) en: Boletín de Espiritualidad (Prov. Mexicana de la Compañía de Jesús) 13 (1998) Nº 54, pp. 15-22.

81

Mateo 23,12; Lucas 14,11.

82

Fue bueno para mí que me humillaras, Señor (Salmo 118,71).

3. UNGIDO CONTRA UNGIDO

"Era necesario que el Mesías padeciera estas cosas" (Lucas 24,26)

" El Oficio de Consolar que Cristo trae" (EE 224 y 303)

El drama de la acedia es un misterio que se encuentra a lo largo de toda la historia de la salvación. Ese drama ilumina particularmente las situaciones de acedia eclesial. Por eso me pareció oportuno reproducir aquí este estudio que se ocupa de la acedia ante la Cruz, de la rivalidad entre miembros de un mismo pueblo de Dios, y de los remedios que Dios mismo quiso poner a este mal.

3.1 El Escándalo de la Cruz

La muerte de Nuestro Señor Jesucristo les resultaba a los discípulos de Emaús particularmente incomprensible porque había sucedio por sentencia de "nuestros sumos sacerdotes y magistrados". Lo que les resultaba más desconsolador y escandaloso era que hubiese muerto así. Se trata del hecho doloroso e incomprensible de la muerte de un ungido a manos de otro ungido. De "un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo" a manos de "nuestros sacerdotes y magistrados", o sea del pueblo elegido de Dios representado por sus autoridades.

El término ungido lo usamos, en esta exposición, unas veces en su sentido estricto y propio de Mesías-Cristo y otras veces en un sentido más amplio, de: elegido, amado, predilecto. En el vocabulario del amor, los términos latinos diligere-dilectus-dilectio y sus derivados castellanos dilección-dilecto-elegido-electo denotan que el amor implica siempre una elección.

El drama arquetípico de Caín-Abel lo desata el hecho de que Dios prefirió la ofrenda de Abel. Nos llevaría demasiado lejos y por caminos intelectuales ajenos a nuestra finalidad espiritual, entrar en las profundidades de este tema por vía filosófica o teológica . Pero el drama evangélico, por sus propios caminos, - que son los de Jesús y el pueblo elegido, sus príncipes y sus magistrados -, nos sumerge en él. El arquetipo bíblico del Ungido contra ungido, que queremos bosquejar aquí, tiene un valor de test exploratorio de nuestro corazón. Nos ayuda a darnos cuenta de que, quizás, tampoco nosotros tenemos paz con el hecho de que Dios tenga preferencias. Esa cutirreacción del alma, cuando da positivo, muestra que, en donde estos relatos sacan roncha, existe el virus de la acedia y la envidia .

El arquetipo bíblico arroja luz sobre conflictos familiares, entre hermanos, esposos, padres e hijos; en las comunidades parroquiales, religiosas; en el seno de movimientos laicales. En general, puede iluminar la significación espiritual de la existencia de conflictos en la Iglesia, que implican a personas que quieren servir a Dios y sin duda son amadas todas ellas por El Siempre en el caso de conflicto entre el superior y el súbdito - y cuando la tentación de éste es "debajo de especie de bien" - no es un despropósito pensar que el superior ceda, como lo hizo, en un caso, San Ignacio con Rodrigues, pues dice: "...no favoreciendo tanto como él quisiera a las muchas mociones para aprovechar las ánimas en tierras de infieles; con todo, pienso yo, según que ha más de diez años que este espíritu le sigue, y a nosotros mismos nos escribe, que será menester condescender a sus deseos, esperando que, si son de Dios Nuestro Señor, todo redundará a su mayor gloria y honor; y si son de otro, siendo su voluntad sana y buena intención, el mismo Señor le hará vencedor y le dará victoria sobre todo, a mayor gloria suya" (Epp 2,307).

3.2 La Consolación de las Escrituras en los Ejercicios Espirituales

Jesús resucitado les sale al paso en el camino a los discípulos de Emaús, escandalizados por el conflicto entre ungidos. Jesús los consuela mediante la explicación de las Sagradas Escrituras, demostrándoles que, según ellas: "Era necesario que el Ungido padeciera esto y entrara así en su gloria" (Lc 24,26-27.44-48). Es este un primer ejemplo magistral y ejemplar, dado por Jesús mismo, de lo que en la tradición cristiana se conocerá como "el consuelo que dan las Escrituras": "en efecto - dice San Pablo - todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza" (Romanos 15,4).

San Ignacio de Loyola, en la cuarta semana de sus Ejercicios Espirituales, invita al ejercitante que contempla los misterios de la resurrección del Señor, a que se detenga a contemplar "el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae" (EE 224 y 303). Creo que el argumento del Ungido contra ungido, pertenece a la esencia de aquella consolación pascual de los de Emaús y alimentaba el fuego que sentían arder en sus corazones mientras Jesús les explicaba este misterio en las Escrituras.

Pretendo aventurarme a reconstruir aquí el posible contenido de aquella argumentación escriturística de Jesús resucitado, quien los consuela explicándoles lo que había en todas las Escrituras referente a sí mismol, y mostrándoles que, en ellas, se habla de la necesidad de que el justo no solamente padeciera, sino que padeciera estas cosas, algo así.

En esta "ley del sufrimiento" que va a transformarse en "evangelio del sufrimiento", hay dos facetas que merecen ser señaladas a la atención del ejercitante, pero también de todo cristiano: una es la purificación de los justos por medio de los sufrimientos, y el valor pedagógico de las pruebas y tribulaciones. Otra es una forma particular y específica de la tribulación: la persecución de un elegido a manos de otro elegido, el sufrimiento que un ungido infiere a otro ungido.

Vamos a ocuparnos en estas páginas, de exponer ambos aspectos.

3.3 El sufrimiento como pedagogía purificadora de los justos

3.3.a El Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento conoce ya el tema de la purificación del justo por los sufrimientos: "Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba ... porque en el fuego se purifica el oro y los adeptos de Dios en el horno de la humillación" (Eclo 2,1-5). "Debemos dar gracias al Señor Nuestro Dios que ha querido probarnos como a nuestros Padres. Recordad lo que hizo con Abraham, las pruebas que hizo pasar a Isaac, lo que aconteció a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando pastoreaba el rebaño de Labán, el hermano de su madre. Cómo les puso a ellos en el crisol para sondear sus corazones, así el Señor nos hiere a nosotros, los que nos acercamos a El, no para castigarnos, sino para amonestarnos" (Judit 8,25.27).

Así se arroja nueva luz sobre el misterio del sufrimiento de los justos, que no es castigo por los pecados. A los malos Dios los corrige con castigos saludables, para tratar de despertarlos de sus pecados: "para que aprendan que por allí mismo por donde uno peca por allí es castigado" (Sabiduría 16,1). De esta manera Dios les revela: "que el juicio de Dios les es hostil" (Sab 16,18). En cambio, a los justos, como a Job, el Señor los introduce en su misterio a través de sufrimientos: "meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy difícil: hasta que entré en el misterio de Dios..." (Salmo 72,16-17).

Con esta doctrina sapiencial que explica el motivo de los sufrimientos y pruebas del justo, los sabios del Antiguo Testamento salieron al encuentro de ese gran escándalo, que se ventila especialmente en el libro de Job y que matiza la aplicación de su doctrina sobre la retribución. Es también el argumento que agitan los salmos 36 y 72. Sólo que estos tratan otro aspecto problemático de la realidad de la vida, que debe reconciliarse con la doctrina sapiencial sobre la retribución: el éxito irritante y la bienandanza escandalosa de los malvados.

La doctrina del justo sufriente en al Antiguo Testamento no es sólo un tema de la doctrina de los sabios, mero objeto de meditación sapiencial. Es también una cumbre acerca de la salvación mesiánica, en la figura del Siervo sufriente (Isaías 53). Es con esta figura mesiánica del siervo sufriente que va a enlazar la predicación de Jesús.

3.3.b El Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento recogerá explícitamente esta doctrina del valor pedagógico y salvador de los sufrimientos del justo. Así por ejemplo, leemos en la Carta a los Hebreos: "Sufrís para vuestra corrección". En los sufrimientos de los creyentes se muestra el amor de Dios Padre: "a quien ama, el Señor le corrige y azota a todos los hijos que acoge ... como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hebreos 12,5-8).

El valor salvífico del sufrimiento es también un tema importante en el Nuevo Testamento: "necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido" (Hebreos 10,36). En las pruebas se han de demostrar las virtudes; más aún, las pruebas las producen y aumentan: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia" (Colosenses 1,24). Pablo sabe y enseña que la paciencia en las tribulaciones es el camino propio del discípulo: "la tribulación engendra la paciencia; la paciencia engendra la virtud probada; la virtud probada la esperanza, y la esperanza no falla ... " (Romanos 5,3-4). Y la misma enseñanza se repite en las Cartas de Pedro y de Santiago: "Alegráos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo" (1ª Pedro 4,13). "Considerad como un gran gozo, hermanos míos, elestar rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento, pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas" (Santiago 1,3).

En la tribulación se ejercita la paciencia: una ciencia cristiana del sufrimiento, una sabiduría que Dios enseña a los suyos mediante pruebas pedagógicas y santificantes. Hay pues una pedagogía de la tribulación, por la que el discípulo se congigura con su Maestro. Jesús lo enseña claramente: "el que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me siga" (Marcos 8,34). "Es necesario que pasemos por muchas persecuciones para entrar en el Reino de Dios" (Hechos 14,22).

3.3.c Los Santos Padres

En la tradición patrística se continúa profundizando en este "evangelio del sufrimiento".

Véase por ejemplo cómo reexpone el tema una autor antiguo:"El - Jesucristo - es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: El es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, El anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas"

En los sufrimientos de Cristo se ha manifestado, por lo tanto, un Misterio que estaba sucediendo y preparándose desde siglos y generaciones en los sufrimientos de los justos anteriores a El y que se manifiesta ahora en los santos (Colosenses 1,26). Ese mismo misterio, manifestado en Cristo, ilumina ahora el sentido de los padecimientos de los creyentes. Es Cristo quien padece en ellos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hechos 9,4-5). Es Cristo quien sigue sufriendo en nosotros, que somos su cuerpo, como antes sufría en la persona de los justos del Antiguo Testamento. La comunión de los santos es también una comunión en los padecimientos (Filipenses 3,10). Los de Cristo son de todos; los de los discípulos son de Cristo: "El que a vosotros desprecia a mí me desprecia" (Lucas 6,16); "lo que hicísteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicísteis" (Mateo 25.40.45). Cuando Pedro hace tropezar a Jesús, nos hace tropezar a todos, y por eso Jesús lo corrige mirando a los discípulos (Mateo 16,23). El que hace tropezar en el camino del seguimiento a un pequeño, es como quien hace tropezar a Cristo (Mateo 18,6; Marcos 9,42).

3.3.d El Magisterio

Para referirnos sólo al Magisterio más reciente, recordemos que el Papa Juan Pablo II, ha vuelto a proponernos en su carta encíclica Salvifici Doloris, sobre el valor salvífico del sufrimiento, la enseñanza cristiana sobre el sufrimiento humano y en particular del cristiano:"El sufrimiento - enseña el Papa - está en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo". En este amor enseñado por el sufrimiento y aprendido en él, se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva el significado salvífico del sufrimiento. El sufrimiento es pues una escuela de amor y una fuente de amor (Salvifici Doloris Nº 30).

El Papa alude a dos formas del sufrimiento: 1) con Cristo y 2) por Cristo. Con Cristo, porque, como hemos visto, los sufrimientos de los justos antes de Cristo y de los discípulos después de El, son comunión y participación en el sufrimiento salvador de Cristo. Es Él quien sufre en todos ellos. Junto con Cristo, verdadero hombre, los cristianos aprenden mediante la pedagogía del sufrimiento: "y aprendió sufriendo a obedecer" (Hebreos 5,8). Obedecer es un sinónimo bíblico de amar. Cristo aprendió sufriendo a amar a Dios, obedeciéndolo y sirviéndolo con sus obras, abrazando su voluntad y cumpliéndola. Por eso Jesús: "habiendo sido probado en el sufrimiento puede ayudar a los que se ven probados" (Hebreos 2,18).

Sufrir por Cristo como se anuncia en las bienaventuranzas: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa" (Mateo 5,11). Aún cuando promete el ciento por uno a los que lo sigan, dejando algo por él, Jesús no esconde que esto sucederá con persecuciones (Marcos 10,30).

Por Cristo y con El, tendrán que sufrir sus discípulos lo que El y como El. Esto nos lleva pues a considerar, a continuación, un aspecto específico del sufrimiento de Cristo: "Convenía que el Mesías padeciera ‘esto’ para entrar ‘así’ en su gloria".

Muchos son los dolores de la Pasión, y a quien los medita y considera atentamente le parece que agotan el repertorio de los posibles sufrimientos humanos, morales y físicos. Pero cuando el Resucitado explica a los de Emaús que el Mesías debía padecer estas cosas para entrar así en su gloria, ¿se refiere al conjunto de los sufrimientos padecidos? ¿A alguno en particular? ¿A qué aspecto de la pasión se refiere? Se refiere, a mi parecer, al principal motivo del escándalo de los de Emaús. A responder a estas preguntas apunta lo que sigue.

3.4 La persecución de un Elegido por Otro

3.4.a La Piedra de escándalo de los de Emaús.

Lo que escandalizaba a los de Emaús no eran solamente los horrores de la Pasión globalmente considerados, sino el hecho de que Jesús de Nazareth, que para ellos era un hombre de Dios en quien habían cifrado sus esperanzas de salvación, había muerto a manos de "nuestro sumos sacerdotes y magistrados" (Lucas 24,19-21).

He aquí el camino escandaloso por donde el Mesías debía entrar en su gloria: El Mesías, el Ungido, el Elegido de Dios, tenía que morir a manos de otro Ungido, su Pueblo, el pueblo elegido por Dios, como pueblo de su predilección, entre todas las naciones. No es que fuera todo el pueblo, pero sí sus autoridades, que eran lo más selecto, lo más elegido entre lo elegido. Los príncipes y magistrados, eran, a falta de rey ungido, los ungidos del pueblo ungido.

El mismo hecho lo señala San Juan cuando dice: "Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron" (Juan 1,11).

Ungido contra ungido. Es el drama de Cristo. Y sin embargo es un aspecto que no suele señalarse a pesar de su importancia y sobre el que, por eso mismo, hemos querido llamar la atención mediante estas páginas.

3.4.b Ungido contra Ungido

El sufrimiento de un ungido a manos de otro, las más de las veces en forma de prsecución motivada por celos o por envidia, es un hecho frecuente en las páginas del Antiguo Testamento y, como veremos, continuará sucediendo en la historia de la Iglesia, desde su comienzo en el Colegio Apostólico. Me inclino a afirmar que pertenece a las estructuras constituyentes de la historia de la salvación, desde que, por acedia del diablo, entró la muerte en el mundo. Y entró, también en el arquetipo del Paraíso, para destrucción de ungido por ungido, ruina original brindada a Adán por mano de Eva y a ambos por una criatura enemiga.

Lo que se juega en el fondo del rechazo o la oposición de un Ungido contra otro, es la desobediencia a Dios, el rechazo a Dios. Caín se amarga contra Abel a causa de un sacrificio grato a Dios. En la raíz de su ceguera y envidia por el bien de suhermano, está su ceguera y envidia por la alegría de Dios, por el agrado de Dios en la ofrenda de su hermano.

Casi siempre hay una raíz irreligiosa en los rechazos que relata la Escritura: en las murmuraciones y el intento de apedrear a Moisés; en el rechazo de los Jueces, en particular de Samuel; más tarde, en el rechazo de los profetas. "no es a ti a quien rechazan sino a mi, para que no reine sobre ellos" (1 Samuel 8,7). En el fondo del drama del Ungido contra ungido, está el rechazo de la unción y del que unge: Dios. Lo que no se acepta es la elección, o sea la gracia: "Yo hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia de quien tengo misericordia"(Éxodo 33,19).

Jerusalén, la ciudad de donde debe salir la luz para las naciones (Isaías 2,3; 60,1) es la que mata a los profetas y a los que le son enviados (Mateo 23,37; Lucas 13,34). Pero es el dueño de la viña al que rechazan (Marcos 12,1-12) cuando rechazan a Jesús y a los suyos (Marcos 9,37.41).

La misma idea rige el gran discurso final de Mateo 25 a la que subyace el principio de identificación entre Cristo y sus discípulos en el sufrimiento; y la caridad o envidia respecto de ellos, como unción interior, aunque ignorada, que hace de los gentiles seres probos o réprobos, según su actitud ante los ungidos.

3.5 Galería de Ungidos contra Ungidos

El texto de Melitón de Sardes citado más arriba, enumera una galería de figuras bíblicas. A Melitón le interesa mostrar que son justos sufrientes y enseñar que en ellos era Cristo quien padecía. A nosotros, en cambio, nos interesa observar aquí que en dichos ejemplos se trata de parejas de elegidos, en las que uno sufre a manos del otro: Abel-Caín, Isaac-Abraham; Jacob-Labán; Jacob-Esaú; José-sus hermanos; David-Saúl; Moisés-su pueblo; los profetas-los reyes impíos: los profetas-los profetas del rey, los sacerdotes, el pueblo rebelde.

Consideremos dos eslabones de esta cadena de ejemplos: Moisés y David.

3.5.a Moisés

Moisés merece especial atención porque aparece en conflicto con el pueblo elegido, al que Dios le encomienda para que lo guíe hacia la salvación. La oposición proviene a veces de todo el pueblo, otras veces de individuos que como en el caso de Arón y María son hermanos de Moisés.

Cuando Moisés mata al egipcio que maltrataba a un israelita, es un homicida pra la ley egipcia, pero según las tradiciones patriarcales hebreas, está cumpliendo con un deber de piedad familiar, hacia su propio pueblo . Sin embargo, algunos de los suyos, no le reconocen el mérito de la buena obra y lo increpan (Exodo 2,11-15). Las murmuraciones contra Moisés y contra el Señor fueron frecuentes durante la travesía del pueblo de Dios por el desierto y le merecieron la fama de pueblo de dura cerviz . Numerosos textos relatan las rebeldías del pueblo contra Moisés . Este pueblo recalcitrante prefigura el alma que resiste a la gracia y se irrita contra los hombres de Dios.

Pero mucho más prójimos de Moisés eran Arón y María, sus hermanos, que se le oponen y murmuran contra él por causa de la esposa extranjera de Moisés (Números 12,1-3). También esta oposición la sobrelleva Moisés con paciencia, a pesar de que debió serle tanto más dolorosa cuanto que venía de personas más próximas por la sangre y por su posición religiosa. Por eso la Escritura elogiará a Moisés como "el hombre más humilde de la tierra" (Números 12,3).

Moisés se vio incluso en trance de ser apedreado por el pueblo (números 14,10). Estas situaciones de martirio, hacen de él un justo paciente que prefigura a Jesús, y le merece estar junto a él sobre el monte de la Transfiguración.

El pueblo ungido descargaba sobre el Moisés ungido su rebeldía contra Dios. Dios le da a su ungido Moisés entrañas de misericordia para interceder por el pueblo rebelde a pesar de sus rebeldías. Toda la travesía del desierto está pautada por una pendularidad conflictual, que opone al pueblo elegido con el líder elegido. Ungido contra ungido.

3.5.b David

El drama Saúl versus David abarca muchos capítulos del primer libro de Samuel, va del capítulo 18 al 31. Es quizás el ejemplo más extensamente elaborado de conflicto de un ungido contra otro ungido. Está expuesto con detalle de peripecias históricas, así como matices de fina observación psicológica y espiritual.

Saúl, ungido rey por Samuel, despues de sucumbir a la desobediencia (1 Sam 15,22-23) concibe celos contra David. Se cree amenazado y puesto en peligro por David, quien, en realidad es un fiel vasallo y un valiente guerrero, que contribuye al bien de su reino y del pueblo elegido. Sin embargo, en su funesta acedia, Saúl se cree amenazado y puesto en peligro por él. LLeno de autocompasión Saúl se pone a perseguir a muerte a David, persuadido de que sólo se está defendiendo. Esa autocompasión tiene algo de negación de la propia culpa y rechazo del juicio divino que le profeta Samuel le ha comunicado. Saúl no acepta ni la sentencia ni la corrección divina y se hace un desacatado irreductible, arquetipo del ungido (0 elegido) duro de cabez y desobediente, que expresa su rebeldía persiguiendo al elegido obediente y manso.

Este complejo mecanismo espiritual de la envidia como invidencia, que trastoca la percepción del mal y del bien, lo ha expresado bien el libro de la Sabiduría de Salomón, acuñando la frase con que el malvado se mueve a perseguir al justo: "es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible" (Sab 2,14, Cfr vv. 10-20).

Sin embargo, Saúl el perseguidor, recibirá la gracia de la conversión por medio del David inocente. De manera análoga a lo que sucede con los hijos de los patriarcas, salvados por su odiado hermano José, o como sucede con el pueblo rebelde, salvado por Moisés. Saúl abrirá de pronto sus ojos, cuando el David a quien él ha perseguido y acorralado hasta la última cueva del desierto, le perdone la vida. La mansedumbre invicta del perseguido salvará de su pecado al perseguidor (1 Sam 24,17-22), mostrando así que el bien es más fuerte que el mal y la gracia más fuerte que el pecado. Cuando parecería que Dios ha entregado al justo David en las manos de Saúl, es, por el contrario, Saúl quien le es entregado por Dios a David. Pero no para la espada sino para el perdón magnánimo y para la conversión consiguiente. Por el perdón del perseguido se convierte el perseguidor y reconoce y llora su error.

Se entrevé aquí la prefiguración del arquetipo salvífico del perdón; la prefiguración del drama Cristo-Israel: Ungido contra Ungido. Es el mismo arquetipo que reluce en la conversión de Saulo y su transformación en Pablo. La carta a los Hebreos, sensible a esta analogía, la ha dejado señalada (Hebreos 10,1-8) anudando la obediencia y el sacrificio de Cristo con la desobediencia de Saúl (1 Sam 15,22), a través de la cita del Salmo 39,7-9.

3.5.c El reproche de Esteban

No es necesario agotar aquí el recorrido por las Sagradas Escrituras para comprender que la enérgica diatriba del mártir Esteban era bien fundada. Tras recorrer la historia de la salvación en su discurso (Hechos 7,1-50) Esteban concluye con un reproche a los elegidos, que habiendo recibido la Ley por mano de ángeles, no la han guardado, han perseguido y dado muerte a los profetas que anunciaban al Justo, al cual, por fin, también traicionaron y asesinaron. Esteban les reprocha: "Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos; vosotros siempre resistís al Espíritu Santo"(Hech. 7,51-53). Con este reproche, Esteban se refiere al Espíritu que ungía a los hombres de Dios y al que resistían los miembros del pueblo elegido: ungido contra ungido. El pueblo, en efecto, era un "reino de sacerdotes y una nación santa" (Éxodo 19,6). El pueblo, ungido en ocasión de la alianza, se opone sin embargo a sus ungidos. Esa es la substancia del reproche del mártir Esteban.

3.5.d Amor no correspondido

En el drama del Ungido contra Ungido, se revela la incapacidad de devolver a Dios el amor con que ama; la incapacidad de responder a la elección de la que se es objeto. Pero también se revela en el Ungido que es objeto de la agresión injusta (y que no responde con violencia a la violencia, con injuria a la injuria, sino con paciencia, humildad y hasta perdón) el misterio del amor invencible de Dios, aún cuando no es correspondido por el hombre.

3.5.e Cristo-Judas

El drama Cristo-Judas pone de manifiesto ese mismo misterioso arquetipo salvífico. Es uno de los elegidos por el Elegido (Mc 3,19); es uno de los que el Padre le dió al Hijo (Jn 17,12); el amigo en quien Jesús confiaba (Salmo 40,10); a quien Jesús mismo le da su pan en el festín mesiánico; uno que mete la mano en el mismo plato, y al cual el Anfitrión llama amigo. Judas no se vuelve contra otro elegido cualquiera (como si se hubiese vuelto contra otro apóstol), sino que se vuelve contra el Elegido que lo eligió. En su caso se pone claramente de manifiesto que es a Dios a quien apunta en último término el rechazo de un Ungido por otro.

3.5.f Rivalidades entre los Apóstoles

El colegio apostólico, la comunidad de los doce que Jesús había elegido en oración (Lucas 6,12-13), estaba interiormente trabajada por la tentación de los celos y por las rivalidades entre los elegidos.

Los relatos de vocación que nos conservan los evangelios no son ajenos a la intención de documentar el orden de antigüedad en que fueron llamados. Primero Pedro y Andrés, después Santiago y Juan (marcos 1,16-19; Mateo 4,18-22; Lucas 5,1-11). O bien, siguiendo el orden del evangelio según San Juan: Andrés, Simón Pedro, Felipe, Natanael. También las listas de nombres de los doce tienen que ver con la jerarquía o jerarquización (Marcos 3,13-19; Mateo 10,1-14, Lucas 6,12-16).

Mientras Jesús se encamina a padecer en Jerusalén, los discípulos discuten entre sí quién es el mayor (Marcos 9,33-34). Santiago y Juan aspiran a estar a la izquierda y la derecha de Jesús en su Reino, o sea en los puestos de honor /Marcos 10,35). Y ya sea movida por su ambición materna, ya sea accediendo a una maniobra política de sus hijos, la madre de los zebedeos se mezcla en esta trama de ambiciones (Mateo 20,20-23). Los demás discípulos tomaron muy a mal esta pretensión y estos reclamos y "empezaron a indignarse contra Santiago y Juan" (Marcos 10,33.45). Jesús reconoce y señala, en esta contienda por el poder, modos humanos y carnales de proceder, que El considera impropios de sus discípulos: "no ha de ser así entre vosotros" (Marcos 10,43).

Juan no renunciará jamás al título de "discípulo a quien Jesús amaba" (Juan 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.20). Pero Pedro no parece querer ser menos. Y es Juan, quien con grandeza nos refiere la triple confesión de amor de Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Juan 21,15). Este hecho parece expresar el surgimiento de una cultura cristiana de la superación de la rivalidad y de los celos. Es interesante observar de qué manera intenta remediar Jesús esos gérmenes de rivalidad carnal entre elegidos dentro de la comunidad de sus discípulos. Por un lado, Jesús remite a sus discípulos al rol del Servidor sufriente del Hijo del Hombre. Es decir, los remite a su pasión a la luz de Isaías (53,4.5.11.12): "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10,45). Por otro lado: en el antes citado capítulo 21 del evangelio según San Juan, Jesús resuelve la rivalidad entre el discípulo más amado por Jesús y el discípulo que más ama a Jesús, confiándole al que más ama el cuidado del más amado: confía a Juan al cuidado de Pedro.

La tentación de rivalidad entre los discípulos de Cristo es perenne y amenaza siempre la ruptura de la koinonía ( = comunión). La teología de Juan, atenta a la comunión y sus rupturas, enfatiza los aspectos de la enseñanza de Jesús que apuntan a conjurar este peligro. Pone los orígenes de la actitud espiritual cristiana (que sabe renunciar al propio interés en aras de un interés mejor, que es el de Cristo) ya en los comienzos del evangelio: en el corazón de Juan el Bautista. Es preciso que él -Jesucristo - crezca y que yo disminuya" (Juan 3,30).

Pablo lamenta la situación de una Iglesia donde todos buscan sus propios intereses y no los de Cristo (Filipenses 2,21) y son pocos los que, como Pablo y Timoteo, se preocupan del rebaño y velan por él aún a costa de sí mismos.

3.6 Unción para servir

A la ruptura de la comunión por envidia y rivalidad entre sus elegidos, el Señor resucitado quiere sutituirle una circulación de amor y de gracia que una a todos con todos. La Caridad es la virtud contraria de la envidia: no busca su propio interés (1 Corintios 13,5). Puestos a servir y a promover el bien de los demás, se inclinarán a alegrarse de ese bien. La circulación del amor y la gracia sólo es posible por el camino del Siervo. Y no aceptar ese camino es -otra vez más- equivalente al rechazo del Ungido por excelencia: Cristo y su camino del amor sufriente.

Pedro merece el nombre de piedra de escándalo y Jesús lo llama duramente Satanás cuando se opone - ungido contra Ungido - al anuncio de la Cruz (Mateo 16,23). Pablo llorará a causa de los enemigos de la Cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, su Dios el vientre, su gloria su vergüenza y no piensan más que en las cosas de la tierra (Filipenses 3,18-19). En otras palabras, confunden el bien con el mal y el mal con el bien (Isaías 5,20-23).

Para quien, como los de Emaús, no comprende el misterio de la envidia de un ungido por otro, o no advierte que está en situación de prueba bienaventurada, la acción consoladora de Cristo (en griego: paraklesis) se hace reconvención por la dureza del corazón. Así reconviene a los de Emaús (Lucas 24,25) y al Tomás incrédulo (Juan 20,27). Imitando al Resucitado, también Pablo confortará a sus comunidades con frecuentes reconvenciones de las que son claros ejemplos Romanos 14 y 15 y casi toda la 2ª a los Corintios y la 2ª a Timoteo.

3.6.a "No serviré"

La rebeldía originaria de Luzbel, el Ágel rebelde, consiste en su negativa de servir a Dios, sirviendo al Hombre, creatura suya.

Dice San Juan: "Quien comete pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo" (1ª Juan 3,8). Esto es: para remediar la rebeldía del que se negaba a servir, el Hijo de Dios viene hecho servidor. Para restañar la rebeldía, viene a obedecer.

San Juan se remonta al arquetipo primitivo y capital del rechazo de un elegido por otro, de un amado por otro. El pecado del Diablo es precisamente ese: "Por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24) ¿Envidia contrá qué y por qué?: "Porque Dios creó al hombre incorruptible y le hizo imagen de su misma naturaleza" (Sabiduría 2,23). Al Ángel malo le entristece la bondad de Dios: llama malo al Sumo Bien. No puede destruirlo. Pero sí puede y quiere destruir su imagen y semejanza creada: el hombre.

El ataque de la serpiente a la primera pareja es un ataque a la imagen de Dios según la cual fueron creados; imagen de Dios creada que entristece al espíritu enemigo de Dios.

La Obra del Hijo es la contraria. Él, sabiduría eterna del Padre, tiene sus delicias en estar con los Hijos de los Hombres (Proverbios 8,31); es un Espíritu: bienhechor y amigo del hombre (Sabiduría 7,32). El Hijo de Dios se hace Servidor, obediente, para restaurar la imagen de Dios perdida por obra de Satanás y por el pecado: "Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros. No como Caín, que siendo del Maligno, mató a su hermano ..." (1 Juan 3,12). De nuevo encontramos aquí, subyacente, la dramática oposición de Ungido contra ungido: Diablo contra Hijo(s) de Dios; Caín contra Abel; mundo contra discípulos; hermano contra hermano... Todo este capítulo de la Primera carta de Juan se construye sobre esa paridad de gracia que puede ser disparidad según el arquetipo del malvado. La obra del Diablo es odiar al Hombre, que merece entre todas las criaturas el nombre de Elegido. En efecto, fue elegido para ser imagen y semejanza de Dios y por eso para ser Señor de la Creación. Fue plasmado con las mismas manos del Creador mediante un contacto semejante al de la unción (Génesis 2,7). Recibió la inspiración del soplo divino.

Si odiar al hombre es la obra del Diablo, amar al Hombre es la obra del Hijo que viene a deshacerla. Y en amara la Hombre como imagen de Dios y en afirmar de la bondad divina, hecha visible en su fiel reflejo, ha de consistir la caridad, o sea el modo específico de amar que debe caracterizar y diferenciar a los discípulos del Verbo de Dios hecho hombre. Una forma muy específica de Amor al Hombre, que no se ha de reducir ni confundir con ninguna afabilidad, gentileza, trato educado, buenas costumbres, human relations ni filantropía, que pueden también ser patrimonio de otras culturas no cristianas.

Si la obra del Diablo -por fin- es odiar al elegido, la del Hijo es amar hasta al que lo odia y lo rechaza.

3.6.b La caridad es servicial

Así queda descrito el modo específicamente cristiano de amar y por lo tanto el modo específicamente anticristiano de envidiar, o sea de entristecerse por el bien de los creyentes.

La definición de agapé (el amor cristiano, que también se conoce por el nombre específico de caridad) es: amar a Dios y a al prójimo por amor a Dios. Pero donde el amor se manifiesta y en lo que propiamente consiste, es en la obediencia, el servicio y la entrega total. Contra lo que los extravíos románticos del lenguaje han divulgado, hay que recuperar el sentido bíblico primero y después cristiano de la palabra amor, es decir, retornar al uso de la palabra caridad. El romanticismo ha hecho del amor una cuestión de pasión y sentimiento. Y algunos desvíos indiscretos de la religión y de la fe, han podido convencer a muchos de que creer es sentir; que en lo religioso sólo es sincero y auténtico lo que se siente: hay que ir a Misa cuando lo siento, se ha dicho y enseñado, confundiendo el sentimiento con la fe.

Paralelamente otros han vivido un divorcio entre obligación y devoción, o más bien, entre obligaciones y devociones. Para remediar estas indiscreciones es que se acuñó el conocido proverbio que nos trasmitieron nuestras abuelas: primero la obligación y después la devoción. Pero aunque este refrán sea prudente, a esta prudencia le falta algo para hacernos del todo sabios. El amor de Dios, en la escuela de Cristo invita a encontrar la devoción en la obediencia: "mi comida es hacer la voluntad de mi Padre" (Juan 4,34). El mandamiento nuevo, la voluntad del Padre que Jesús viene a realizar, deshaciendo las obras del Diablo, y que nos propone, es éste: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros" (Juan 13,34-35).

Este servicio del amor, lo expresa Jesús en el gesto del Siervo que lava los pies de los elegidos (Juan 13,1-20). Reluce aquí la sabiduría de la receta divina contra la envidia que opone a Ungido contra Ungido: la caridad como servicio al bien del otro; la caridad como ministerio y servicio.

El Señor exorciza las rivalidades entre elegidos haciendo de los potenciales dominadores y rivales, buenos servidores. La rivalidad se canaliza en forma de servicio. La inclinación a negar el ser del otro, se cambia por la de afirmar su ser y la de servirlo hasta con el sacrificio de sí mismo: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Si alguien quiere aplicarse la entrega de Jesús, debe cumplir con la condición que Jesús pone para admitir al círculo de su amistad, y esa condición es el amar y servir, en primer lugar, a los hermanos en la fe: "vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (juan 15,14).

3.6.c "Y los ángeles le servían"

Esta ley del servicio, ley de la caridad opuesta a la acedia-envidia que contrapone a Ungido contra Ungido, brilla también en la providencia o disposicón divina (que los Santos Padres suelen llamar economía) por la cual Dios pone a los Ángeles al servicio de los hombres.

Hay algo inesperado y asombroso en el hecho de que Dios constituya a los Ángeles como custodios, guardianes y servidores del hombre. Uno conoce a los Ángeles como seres espirituales muy superiores a los hombres en inteligencia, en amor a Dios y en poder espiritual, mucho más cercanos a Dios como servidores de su trono celeste, como testigos de su gloria y de su grandeza y como enviados con misiones divinas. Dios pone así lo más perfecto al servicio de lo menos perfecto, y lo más digno al servicio de lo menos digno. Ya en el paraíso, dice la tradición judeocristiana, Adán era alimentado y servido por los Ángeles con pan del cielo, a semejanza del pueblo en el desierto: "Pan de Ángeles comió el hombre" (Salmo 77,25) "Yo haré llover sobre vosotros pan del cielo" (Exodo 16,4).

El Salmista se asombra de que el Señor haya exaltado tanto al hombre hasta el punto de hacerlo imagen suya, poco inferior a Él: "lo hiciste un poco inferior a un Dios" (Salmo 8,6); y colocándolo como señor de todas sus obras. La visión del salmo 8 se concreta, según la carta a los Hebreos, en Jesús: "sentado a la derecha de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los Ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado" (Hebreos 1,4). Para el autor de la carta a los Hebreos, es evidente que los Ángeles son servidores (amorosos y no obligados a regañadientes) de los cristianos: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que heredan la salvación?" (Hebreos 1,14).

San Marcos ve el comienzo de este servicio angélico en las tentaciones de Jesús en el desierto, donde "siendo tentado por Satanás, estaba entre las fieras del campo y los Ángeles le servían" (Marcos 1,13). También a nosotros, que estamos en esa situación de ser tentados, nos sirven los ángeles. Y la Iglesia ha celebrado la Eucaristía como Panis Angelorum, Panis Angelicum (Pan de los Ángeles, Pan Angelical) y Panis viatorum (Pan de los peregrinos).

Por haber rehusado, Ungido contra Ungido, este servicio al Verbo encarnado y a los suyos, cayó de su altura el Ángel de Luz.

3.6.d Por envidia ... Ungido contra Ungido

En la intención de Dios, la elección por la cual alguien es amado, está al servicio del amor universal que abraza a todos. Dios elige a uno en bien de todos. sus elegidos tienen una misión de servicio. Como los ángeles. La envidia del Diablo es negación de servir, negación a la caridad. Dios lo abraza y abarca todo en su amor. Su Espíritu es un espíritu de comunión. La Unción, la elección, está siempre destinada a la comunión.

Por eso, la envidia, contraria a la caridad, se opone directamente a la intención de Dios, cuyos pensamientos son pensamientos de paz y no de discordia (Jeremías 29,11).

3.7 Conclusión

He partido de las palabras de Jesús a los de Emaús y he tratado de reconstruir los que pudieron ser los cauces de su argumentación escriturística. Jesús, recorriendo las Sagradas Escrituras les demostró con una evidencia espiritual que encendía sus corazones, que el Mesías (el Ungido, el Elegido) debía necesariamente padecer estas cosas (griego: tauta) para entrar así en su gloria. Hemos querido mostrar a qué se refiere ese tauta: estas cosas. Es la contradicción por parte de otros ungidos, elegidos y amados de Dios: los suyos no lo recibieron. Este clásico camino bíblico del rechazo de un elegido por otro, es el que debía recorrer Jesús para corregirlo. Y en esto mismo estaba el título que lo hace acreedor a su gloria. En eso está la manifestación de lo más íntimo de su grandeza propia, humana y divina.

He apuntado que, de este modo, Jesús ejerce su officio de consolar, al decir de San Ignacio (EE 224). Cosa que hace de modo principalísimo mediante la consolación de las Escrituras, al decir de San Pablo (Romanos 15,1-6 y 2 Timoteo 3,14-16).

Pienso que el tema de la persecución de un ungido por otro - y no solamente el tema del sufrimiento del justo paciente en general -, ocupó el puesto central en aquella Lectio de Sacra Pagina, con la que el Resucitado confortó a sus amigos; reprendiéndolos, pero también iluminándolos. Creyendo en la palabra del Peregrino, la fe encendió de nuevo la esperanza en sus corazones embotados y ateridos.

Es inevitable - como jesuita - referir este asunto a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y al ejercitante. Dentro de la - llamémosle así - mecánica espiritual de los Ejercicios, esta consideración puede ser uno de los puntos que elejercitante de cuarta semana, puede agregar a los propuestos por San Ignacio (EE 222-224, 228). Si meditando en la Pasión no había advertido este aspecto de los sufrimientos de Crisot, cosa que es pasada por alto e inadvertida con frecuencia, éste será el lugar de no irse de los ejercicios sin comprender todo lo que incluyen las oblaciones hechas: desde el Rey (EE 98) y Dos Banderas (EE 147, 157, 167-168) en adelante, hasta la Contemplación para alcanzar Amor. Es algo que un discípulo de Cristo que quiere serlo a fondo, no puede ignorar, para responder con el don de sí mismo a un Dios que se le da a Sí mismo en esta forma.

Pero además, esta consideración puede ayudar al ejercitante a comprender mejor una razón estructurante de las Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener (EE 352-370). La vida de la Iglesia, desde el colegio apostólico hasta hoy, está sometida al combate entre los apetitos contrarios, de la carne y del Espíritu (Galatas 5,17). De ahí que, aunque en la Iglesia la rivalidad, los celos y la envidia no sean vicio exclusivo de clérigos, ssean los suyos los que se han hecho particularmente escandalosos y han sido convertidos en proverbio: invidia clericalis. La cual no se refiere exclusiva ni principalmente a la emulación por las dignidades eclesiásticas, cuanto a la triste posibilidad de que se miren con malos ojos los bienes de santidad y las obras de Dios; que se juzguen malos ciertos usos, actitudes y costumbres de los fieles, que no lo son; que terminen los clérigos convirtiéndose en perseguidores de la piedad.

Por eso, es necesario aprender a obrar como Jesús, con la libertad interior que da la verdad y que será necesaria para hablar u obrar alguna cosa dentro de la Iglesia, que sea dentro de la inteligencia de nuestros mayores (EE 351).

Haber asimilado espiritualmente este argumento, ayudará a comprender y a asumir las contradicciones de la vida de la Iglesia. Allí es inevitable tener que entristecer alguna vez a alguien (2 Corintios 7,8); o verse en la necesidad de exhortar a Evodia y de rogar a Síntique, para que tengan un mismo sentir en el Señor.

4. ACEDIA Y MARTIRIO

En la obra anterior traté de la acedia de los perseguidores, de los perseguidos y de Satanás como instigador de la persecución . Allí queda dicho que el Príncipe de este mundo es el tercer personaje que interviene en el martirio. En realidad es él el principal antagonista de los mártires. Es él el que inspira y azuza a los perseguidores. Él, el que pretende ‘corromper el pensamiento y el sentir’ del cristiano; y el que, cuando no ha logrado hacer apostatar al cristiano, previendo el triunfo del mártir, trata de impedir o de postergar la hora del martirio . Deseo completar la presentación de ese aspecto martirial con la doctrina de los Santos Padres acerca de la acedia demoníaca y en particular en la obra poético-teológica de Aurelio Prudencio. Quiero también agregar un par de pinceladas a los otros dos temas: acedia de los perseguidores y de los perseguidos, que completan el cuadro de la obra anterior.

1. El Pecado demoníaco

Dijimos que los Santos Padres al referirse al archipecado del Ángel malo, se dividen al explicarlo, los unos como soberbia y los otros como envidia o acedia . La acedia - que es envidia o sea tristeza por el Bien que es Dios, y que implica la soberbia de afirmar el querer propio contra la Voluntad divina - es el mejor de los nombres para el pecado del Ángel malo, del cual deriva luego el de nuestros protoparientes. Así lo define el libro de la Sabiduría: "Por acedia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan (tanto la acedia como la muerte) los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24; ver también 6,23 y 7,13).

Así lo afirma también muy tempranamente Clemente Papa y tras él Justino y Teófilo de Antioquía. San Ireneo ha sido llamado ‘el arquitecto de la doctrina sobre la envidia primigenia del diablo’. A partir del siglo III la patrística se bifurca. Los Padres occidentales, Tertuliano y Cipriano mantienen fundamentalmente la doctrina plasmada en Ireneo. La escuela de Alejandría se aparte de la doctrina ireneana. A partir de entonces la teoría de la envidia primigenia del diablo pierde terreno progresivamente hasta desaparecer. La inflexión comienza en Orígenes y prosigue con Clemente Alejandrino. Según Orígenes, el pecado del diablo fue la soberbia. Basilio, Gregorio Nazianceno, Jerónimo, Agustín, harán triunfar definitivamente la teoría origenista del pecado diabólico como soberbia y sepultarán la doctrina tradicional culminada en Ireneo.

Conviene señalar que, con este cambio de interpretación, la acedia dejaba de verse en primer lugar como un misterio del espíritu, una ceguera del alma, una tristeza, y tendía a moralizarse: una desobediencia soberbia, una pereza culpable. Se introducía un deslizamiento desde el misterio de la fe a la esfera moral. Comenzaba así un corrimiento en la noción de acedia que aún hoy nos afecta.

San Juan Crisóstomo decía: “Como se pasa del amor al odio, así puede pasarse del odio al amor”. Eso sucede cuando se experimenta la voluntad divina como opuesta y dañosa para la propia. Por diversos caminos se vuelve siempre a la lucha entre los apetitos de la carne y los del espíritu, de que nos ocupamos en el libro anterior. Pero el misterio de la acedia no puede explicarse en términos puramente morales. Es un misterio de orden espiritual.

2. La Acedia del Demonio según Aurelio Prudencio

El poeta cristiano Aurelio Prudencio se hace eco en sus obras de la doctrina común en la Iglesia de los primeros siglos acerca de la envidia del demonio y de su rol en las persecuciones. Para Prudencio, la historia de la salvación, no sólo en las situaciones de martirio sino también en las luchas de la vida ordinaria del cristiano, es una serie de confrontaciones entre la envidia destructiva del demonio y la gracia salvadora de Dios.

En su obra Peristéfanon el combate de los mártires reactualiza la victoria que alcanzó Cristo, mediante su pasión y resurrección, sobre la envidia del demonio.

Los diversos martirios que Prudencio celebra en los himnos del Peristéfanon, son modelos que el poeta destaca para inspirar y animar a los cristianos del común, que están empeñados en el combate de la vida cristiana: modelos que han de inspirarlos para vivir una vida virtuosa, ennoblecida, digna de redimidos que rechazan las tentaciones.

En Peristéfanon 13, Cipriano aparece deseando el martirio, que le abriría las puertas del Paraíso, y manifiesta su temor de que la envidia de Satanás disuada al juez y le arrebate la gloria. Prudencio usa una expresión tradicional en la Iglesia de su época, para referirse a la envidia de Satanás: la envidia del tirano, o la envidia tiránica. Para Prudencio y para la Iglesia de su época, el demonio era el más cruel y osado de los tiranos. En su obra Hamartigenia, en la que trata del origen del pecado, Prudencio presenta la caída original como una revolución de Satanás contra la legítima autoridad divina. Induciendo a Adán a pecar, el Enemigo usurpó el poder de Dios sobre el hombre y el poder del hombre sobre la creación, e instaló su tiranía. En cuanto las autoridades romanas oprimían y perseguían injustamente al pueblo de Dios, actuaban como tiranos, inspirados por la envidia del Tirano.

Comentando el martirio de San Cipriano, San Agustín afirma que el demonio hablaba por la boca del juez sin que éste comprendiera lo que estaba diciendo. En efecto, el juez trataba de impedir la muerte de Cipriano, con lo que impedía su coronación .

En atención a los fieles a los que quiere confortar y edificar, Prudencio presenta a Cipriano como ejemplo de fidelidad a las promesas del bautismo y de firmeza en no volverse atrás hacia la vida supersticiosa y pecadora de su pasado pagano. La envidia tiránica, cobrando forma de clemencia acediosa, pretende precisamente eso, hacerlo volver atrás. Pero Cipriano quiere dar ejemplo de fortaleza a toda su grey y Jesús le concede la gracia de convertirse en un conductor de mártires (dux cruoris); en un maestro de la espiritualidad martirial, creíble y autorizado porque practicó lo que predicaba.

Era ésta una segunda motivación que tenía la envidia de Satanás para postergar y eludir su martirio. El martirio de Cipriano no sólo le abría al mismo obispo las puertas del cielo, sino que dejaba un ejemplo influyente y un modelo de conducta virtuosa para las generaciones venideras de creyentes. Siguiendo el ejemplo de Cipriano, muchos cristianos comunes vencerían las tentaciones de la carne con las que el tirano envidioso trata de encadenarlos a este mundo efímero.

En Peristéfanon 7, Prudencio, a raíz del martirio del obispo Quirinio, subraya que el martirio es una gracia que hay que implorar a Dios, pues el demonio trata de impedirla cuando ve al mártir decidido a morir.

Prudencio expone esta doctrina no sólo en atención a las situaciones de martirio, sino en atención a la lucha de los fieles en su vida ordinaria, mostrándoles que tanto el martirio como los heroísmos que exige la vida cristiana, han de comprenderse enmarcándolos en el vasto contexto de la historia bíblica de la salvación, en cuyo origen está la envidia satánica, la cual sigue operando en sus tentaciones.

3. Aborrecido aroma de Dios

Otro autor en el que encontrábamos testimoniada la acedia del demonio como protagonista de la persecución y el martirio era San Justino. Este - como vimos - les reprochaba a los paganos el injusto trato que inferían a los cristianos y lo atribuía a instigación de los demonios.

Es común en los Apologistas cristianos la observación de que la persecución es algo tan irracional que no tiene explicación humana: “La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres [...] los judíos los combaten como a extranjeros y los gentiles los persiguen y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad”.

En numerosos Padres y Apologistas se expresa este pensamiento acerca de la acedia del demonio y de los perseguidores con la imagen del perfume aborrecido.

Justino, como vimos, argumentaba afirmando que los cristianos, como lo dice su nombre, son ungidos y por eso perfumados con un perfume divino. Por esta unción con el óleo de Cristo, San Pablo les llama a los cristianos "buen olor de Cristo" .

San Agustín alega esta expresión paulina cuando comenta el combate de los mártires. Pero nos interesa destacar aquí en qué sentido lo hace: mostrando cómo ese aroma de la virtud cristiana pone en evidencia la acedia de los perseguidores: "Somos buen olor de Cristo en todo lugar (...) siempre somos buen aroma; para unos olor de vida para la vida, y para otros, olor de muerte para la muerte. Este perfume da vigor a los que aman y mata a los que no ven . En efecto, si los santos no resplandeciesen, no aparecería la envidia de los impíos. El olor de los santos comenzó a sufrir persecución; pero, al igual que los frascos de perfume, cuanto más los rompían, tanto más se difundía su aroma" . Y en otro lugar exhorta: “no seas acedioso y el buen olor no te causará la muerte” .

4. Burla y persecución

He aquí un testimonio que complementa lo dicho en En mi sed me dieron vinagre, acerca de la burla como forma de persecución, de martirio y de apostasía.

En otros tiempos "cuando se atacaba la religión se la atacaba como una cosa seria. Pero el siglo XVIII la atacó con la risa. La risa pasó de los filósofos a los cortesanos; de las academias a los salones; subió las gradas del trono; y se la vio en los labios del sacerdote; tomó asiento en el santuario del hogar doméstico, entre la madre y los hijos. ¡Y de qué, pues, gran Dios! ¿de qué se reían todos? ¡Se reían de Jesucristo y del Evangelio! ¡Y era la Francia!" exclama el P. Lacordaire, O.P. en su Sermón del 14-02-1841 en la Catedral de Nôtre Dame de Paris, con motivo de la restauración de la Orden de Predicadores en Francia. Y el predicador continúa: "¿Qué hará Dios? [...] Dios podía dejarla perecer, como dejó perecer tantos otros pueblos por las faltas que habían cometido. No quiso hacerlo; y resolvió salvarla por una expiación tan magnífica como grande había sido su crimen. La dignidad real estaba envilecida: Dios le devolvió su majestad llevándola al cadalso. La nobleza estaba envilecida: Dios le devolvió su dignidad llevándola al destierro. El clero estaba envilecido: Dios le devolvió el respeto y la admiración de los pueblos, permitiendo que fuese despojado y muriese en la miseria...".

5. Del diario de Perpetua: La lucha de los amores.

Quiero reparar aquí lo que considero una omisión en el libro anterior, reproduciendo un fragmento del diarioo memorias de la prisión de la mártir Perpetua. Se trata de una página única en la historia de la literatura cristiana. En nuestra obra anterior la glosábamos. Y concluíamos así: “La muerte por la espada le llegó a Perpetua cuando ya había mortificado y ofrecido a Cristo el sacrificio de sus mayores afectos, a Quien, puesta a prueba por el Demonio, había demostrado amar más que a los suyos; más que a su esposo, que a su padre y a su hijo”. He aquí fragmentos del propio relato de Perpetua:

"Mi padre, consumido de pena, se cercó a mí con la intención de derribarme, y me dijo: Compadécete, hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos, mira a tu madre y a tu tía materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivirte. Depón tus ánimos, no nos aniquiles a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente si a ti te pasa algo. Así hablaba como padre, llevado de su piedad, mientras me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo estaba transida de dolor por él, pues era el único de toda mi familia que no había de alegrarse de mi martirio (...) Otro día (...) apareció mi padre con mi hijito en brazos, y me arrrancó del estrado suplicándome: Compadécete del niño chiquito. Y el procurador Hilariano (...) dijo: Ten compasión de las canas de tu padre, ten consideración de la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de los emperadores. Y yo respondí: No sacrifico. (...) Y como mi padre se mantenía firme en su intento de derribarme, Hilariano dio orden de que se le echara de allí, y aún le dieron de palos. Yo sentí los golpes a mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada vejez (...) Como el niño estaba acostumbrado a tomarme el pecho y estar conmmigo en la cárcel, envié al diácono Pomponio a reclamárselo a mi padre. Pero mi padre no lo quiso entregar, y por quererlo así Dios, ni el niño echó ya de menos los pechos ni yo sentí más hervor en ellos"

5.- TRISTEZA Y FELICIDAD EN LA CIVILIZACIÓN DE LA ACEDIA

“Tristeza nâo tem fim, felicidade si”

(Canción del film Orfeo negro)

“No hay tristeza peor que ser feliz”

(Canción Astifino de Alfredo Zitarrosa)

1. LA TRISTEZA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO: SUS RAÍCES

El psiquiatra y psicólogo social Tony Anatrella, conocido por su obra “El Sexo Olvidado” es también autor de una obra que se titula “La Sociedad depresiva” . La depresión - dice - es no sólo la enfermedad más extendida en nuestra civilización, sino su mal característico. La nuestra es una sociedad deprimente.

Viktor Frankl, el psiquiatra austríaco sobreviviente de Auschwitz, ha impuesto en la ciencia psicológica moderna el reconocimiento de que la depresión se debe a la pérdida del sentido de la vida. El hombre necesita tener un sentido último. Y ese sentido último ha de ser un bien que no se pueda perder. Ahora bien: el así llamado mundo contemporáneo, se edifica voluntariamente bien sea negando en forma teórica, bien sea prescindiendo en forma pragmática, de todo sentido último. Dicho con mayor exactitud: prescindiendo de Dios como sentido último, como el gran para qué, para quién del hombre y del universo. Y esa es la raíz de su tristeza característica.

En efecto, a medida que avanza, la cultura moderna , que se prolonga y se consuma en la post-moderna, al mismo tiempo que ha ido imponiendo el ‘progreso’ a los pueblos, les ha ido quitando las alegrías de las que no carecían los pobres. Mientras que no siempre ni a todos los ha sacado de la pobreza, sí los ha empobrecido humanamente. Los pueblos que nuestra civilización llama primitivos suelen cantar de alegría durante el trabajo, se regocijan cuando comparten sus alimentos, así sean unos mendrugos, se alegran en su matrimonio y con sus hijos y no necesitan vacaciones para repararse del stress.

La actual industria del entretenimiento, en cambio, parece tener un envés de tristeza. No se entendería fuera del contexto de la sociedad depresiva. Sus vestidos de lentejuelas van forrados por las telas negras de la depresión. Se nutre del aburrimiento sin conseguir eliminarlo, o quizás peor: sin querer eliminarlo, puesto que lo necesita para perpetuar su negocio, para que su oferta sea, como lo es, un artículo de primera necesidad en un mundo aburrido por ausencia de los sentidos últimos, y de la creatividad entusiasta que dan los grandes amores.

En eso, el mundo contemporáneo no inventa nada nuevo. El vuelco a la tele y a las salas de musculación o de ritmogym, no honra al mundo contemporáneo; convence de que está padece una gran regresión cultural, de que se está reconvirtiendo a un paganismo semejante al que calcinaba de tedio al mundo imperial romano y provocó su declinar y su fin por haberse alienado en el circo y las termas. La New Age, es menos new de lo que pretende mentirosamente. Si tiene algo de neo, es de neopaganismo.

El mundo contemporáneo es autor de múltiples estafas de este tipo. Ha inventado, entre tantos otros productos ‘light’, además del café sin cafeína, del dulce sin azúcar, de la manteca sin colesterol, del bife y de la leche de soja, una línea más en sus cadenas de producción y en sus redes de distribución: es lo que Enrique Rojas ha llamado acertadamente: un hombre light al que se le propone una felicidad light. Una presunta felicidad que es sólo bienestar, e incluso mera promesa de bienestar: cebo con que encarnan los expertos en marketing el anzuelo del consumo; o espejismo con el que los economistas motivan siempre nuevos sacrificios que han de ofrecer los pueblos en los altares del Dios Mammon. El mundo contemporáneo, pues, ha inventado esta felicidad light cuyos ingredientes son jaranas exteriores, alegrías sin gozo y entretenimientos que no son más que una tregua en el aburrimiento mortal; permisos temporales de salida dominguera para los habitantes de un presidio; meras treguas en el taedium vitae del que son prisioneros.

La industria de la evasión ha invadido el mundo. El homo sapiens, se ha convertido, no por evolución, sino por triste involución, en homo zappiens. Si el primate homínido saltaba de rama en rama, el homo zappiens vive saltando de canal en canal, colgado del TV- Cable. Ya no huye, como pudiera huir un mono, de las fieras, sino de la tristeza existencial que lo persigue. Huye del sin sentido y del aburrimiento. ¿Cuáles son las raíces de esa tristeza? Una es la principal.

Coincidente con Anatrella y Frankl, Héctor Jorge Padrón afirma que la raíz de la tristeza del mundo contemporáneo es la secularización de la vida de los hombres. La secularización - dice Padrón - ha pasado de ser una afirmación teórica y una consigna programática, a convertirse en un proceso histórico, en un hecho sociológicamente observable y comprobable, en una forma de vida, en una cultura. “Pues bien - concluye Padrón - esta situación histórica de la secularización, introduce existencialmente un desgarramiento y una angustia inevitables y directamente proporcionales al desconocimiento de Dios”. Nótese que Padrón dice proporcionales al desconocimiento y no proporcionales a la ignorancia. Se trata de una negación intencionada de Dios. Y no de la negación de la idea de Dios , sino de la negación de su revelación histórica con todos sus signos y concreciones eclesiales y neumáticas.

Pero el hombre que por la secularización de la cultura se liberó de la religión y de la sujeción a Dios, el hombre que se salió de la Iglesia, ha caído en la angustia y la tristeza. La depresión, como vimos, es la enfermedad social moderna. El hombre contemporáneo, que creía haberse liberado de Dios, ha venido a caer en peores dependencias: dependencia del psicólogo y del psiquiatra, dependencia de los psicofármacos, esclavitud de las drogas y otros vicios sociales. El consumo de drogas antidepresivas, de hipnóticos y de drogas crece al mismo galope que el proceso de contemporaneización, entendido como modernización y postmodernización, de los pueblos, sociedades y culturas.

De la tristeza que genera la sociedad depresiva hablan las estadísticas de suicidios y divorcios.

La dependencia televisiva del hombre contemporáneo es una forma de huir de su tristeza oculta. El sin sentido y la desesperanza ha encontrado un refugio doméstico en la teleadicción y el zapping. El hombre depone ante la televisión su capacidad de protagonismo histórico y se convierte en espectador. Después de destronar a Dios, se está destronando a sí mismo. O está siendo destronado por los que antes le quitaron a Dios. Se les prometió ser como dioses y poder desplegar su omnipotencia en la plasmación de su destino. Pero la tele los persuade a que se entreguen a una dulce renuncia. Las fuerzas ocultas que gobiernan el mundo en que viven, son, de todos modos, cada vez menos influenciables y cada vez más inaccesibles. Son dioses ocultos con los que ya no es posible hablar y que no acceden a ninguna súplica. La tele abre pues una ventana para evadirse, olvidarse y morir por un rato; por horas; por entregas. Su torrente de imágenes adormece dulcemente, como una droga, la propia capacidad de imaginar. Esa capacidad que Dios le dio al hombre como herramienta de la acción creadora. El torrente del zapping enjuaga el alma de todo rastro de los propios sueños, aquéllos que individúan al hombre porque son el lenguaje - individual - con que dialogan, dentro del hombre, su alma y su espíritu. La catarata de imágenes televisivas aturde de tal manera, que entontece precisamente aquella facultad imaginativa con la que el hombre podría recibir las comunicaciones divinas. Atrofia el oído para la percepción profética. Ensucia el corazón y le enturbia los ojos para ver a Dios.

La televisión erosiona además gravemente la comunicación y la vida familiar. El otro polo de la individuación: el de los vínculos que identifican y hacen ser.

La familia es el lugar natural de las dichas humanas porque es el lugar de los más profundos y puros afectos y amores. Pues bien, en el mundo contemporáneo, vemos crecer la frustración y la desconformidad en la pareja y el desencuentro de las generaciones. Las nuevas generaciones ven el matrimonio, cada vez menos, como un posible camino de felicidad. Aumentan por un lado los divorcios, disminuye por otro el número de matrimonios formales y se multiplican las parejas temporales, los vínculos transitorios y promiscuos. En la casa del sexo habita el placer, pero la habitación de la felicidad ha quedado vacía y en ella se han instalado la melancolía, la tristeza, la depresión, una frustración que, por no ser de todo consciente, no sólo no es confesada sino ni siquiera puede serlo.

Es verdad que jamás ha tenido el mundo tal disposición de bienes y tal capacidad de multiplicarlos y producirlos. Jamás ha tenido tanta posibilidad de ‘bienestar’ exterior. Pero el hecho de que los bienes y el bienestar, como todo el mundo reconoce, estén mal repartidos y que sean inalcanzables para muchos, siembra tristeza y frustración entre los muchos que son cada vez más. En cuanto a los que tienen el privilegio de acceder a esos bienes, se diría que es precisamente entre ellos donde más se ve crecer la frustración, la angustia, la depresión... en una palabra: el malestar interior. Su privilegio se hace, pues, cada vez más dudoso.

La reducción de la idea de felicidad a la de bienestar, y la reducción del bienestar al consumo, que subyace como principio tácito e indiscuso a nuestra civilización pragmática, está en la raíz de la creciente depresividad social que denuncia Anatrella.

La nuestra es una civilización que ha perdido la cultura de la alegría en la misma medida que ha abandonado y sigue rechazando la cultura cristiana de la caridad: es decir, las verdaderas formas del amor. El término caridad no se ha desprestigiado ni desaparecido del uso por una casualidad, sino por un proceso cultural y por lo tanto intencional. Ha sido proscrito del uso porque no se desea la realidad que designa. Nuestra civilización rechaza la revelación de un Dios que ama al hombre. Consecuentemente se ha liberado del peso de tener que corresponderle amándolo a él y al prójimo. Pero al rechazar ser amado para no tener la obligación de responder con amor, va cayendo del no ser amado en el no ser digno de amor, o sea en el no ser amable, ni para sí ni para nadie. El que rechaza ser amable a los ojos de Dios terminará tarde o temprano siendo odioso a sus propios ojos. ¿Hay mayor calabozo de tristeza que no poder salir de esta prisión del yo que se odia?

La raíz de la tristeza, que Frankl define como “falta de sentido último” puede expresarse más acertadamente como “desamor”. Como lo canta el corrido mexicano con un aye desgarrador: “¡Ay! ¡Corazón por qué no amas?”.

El desamor mantiene al hombre desvinculado y solitario, le impide entrar en comunión. El amor a Dios, la caridad, es más que un sentimiento, es más que una disposición interior. Es nada menos que el vínculo que inserta, que vincula, que pone en comunión con el gran NOSOTROS divino-humano que es la Iglesia. Me explico.

Al no creer en la revelación de un Dios que ama al hombre, tampoco hay posibilidad de que el hombre ame a Dios, ni al prójimo por amor a Dios. Con esto queda desintegrado el tejido relacional cristiano. El gran Nosotros divino humano va desapareciendo progresivamente del dominio cultural, social, de la legislación y de la vida pública. Su misma identidad se va desdibujando y esfumando. La vida pública, laicizada, secularizada, se ha ido reduciendo a un nosotros puramente interhumano, del que Dios no es miembro, como, por el contrario, lo es en el tejido relacional cristiano. Ese nosotros puramente humano, exclusivamente interhumano, no logra ser un nosotros universal. La aspiración a ser un NOSOTROS abierto a todos, viene en el sistema relacional cristiano, de que Dios es el miembro principal y fundante del nosotros. Donde se excluye a Dios del tejido de relaciones del Nosotros, el nosotros necesariamente se fragmenta, se particulariza y se contrapone a múltiples grupos de “ellos”. Recaemos en las tribus, los partidos, los nacionalismos, separados entre sí por particularismos y rivalidades.

Pablo había visto muy bien que sólo la Cruz de Cristo había hecho caer los muros de separación entre judíos y paganos, entre libres y esclavos, entre hombre y mujer... El gran NOSOTROS divino humano que funda la Cruz se expresa así: “todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios” . Esa escala de pertenencia, funda un nosotros.

La identidad nos viene de nuestras vinculaciones de pertenencia. El hombre que pierde sus vinculaciones pierde su identidad, o sea: se pierde a sí mismo. Y lo que desvincula al hombre es su desamor. El sistema de parentesco configura la identidad diferenciada del individuo hasta tal punto que la identidad del ego se pone de manifiesto en el modo en el que dos sujetos relacionados con el ego se relacionan entre sí. El divorcio de los padres escinde la identidad del hijo, lo hunde en una crisis de identidad .

La tristeza del hombre contemporáneo viene por lo tanto de su desvinculación, de su desamor a Dios, y por lo tanto de su solitarización. La sociedad en el mundo contemporáneo está formada por solitarios que fundan asociaciones de interés, por convergencia de egoísmos individuales. Esos “nosotros” se asocian necesariamente enfrentando los intereses de “ellos”. Así la vida pública del mundo secularista, laicizada, se ha reducido a una yuxtaposición de pequeños nosotros puramente interhumanos, necesariamente polarizados y fragmentados en múltiples nosotros nacionales o tribales, llamados por vocación al conflicto y a la guerra con tantos otros “ellos”.

Hasta en la formación de las parejas de jóvenes reconocen a menudo los psicólogos el tipo de asociación reactiva, defensiva o de huída del medio familiar enrarecido.

El Nuevo Orden Mundial propone en vano la instalación de la Utopía de la Revolución Francesa, que cantó Beethoven en la Oda a la Alegría: “Alle Menschen werden Brüder” . En lugar de remover los obstáculos que hubieran permitido la realización del ideal cristiano, se prefirió descartarlo y soñar con otra fraternidad puramente filantrópica. Un nosotros del cual Dios ya no era miembro.

Habiendo desaparecido el Padre de la revelación cristiana, que era el único capaz de hermanar a los hombres por encima de todas las diferencias, el sueño de la revolución francesa no pudo realizarse. La próxima revolución, la bolchevique, ya no pudo invocar aquel ideal sino que propuso la unión de los camaradas, ya no la de los hermanos. Pero también dejó de lado la aspiración de la Oda de Beethoven a la fraternidad universal. Ya no se unirían todos los hombres, sino los proletarios para luchar contra los burgueses. Desaparecido Dios del gran NOSOTROS, debía necesariamente fragmentarse y polarizarse en bandos opuestos y enemigos. Una gran tristeza histórica se abatió sobre el mundo en el siglo de las guerras mundiales y de las revoluciones proletarias.

La era revolucionaria de la Humanidad, pasará a la historia como una era triste y sembradora de tristezas. Las revoluciones han partido siempre de un diagnóstico pesimista, triste oscuro y sombrío, negativo y desesperanzado de la realidad. Han partido siempre de una acusación y de una propuesta de destrucción de lo existente, para cambiarla por otra, soñada e ideal. Los revolucionarios han jugado a profetas y la historia demuestra que han sido falsos profetas. Han amontonado escombros irresponsablemente y otros han tenido que reconstruir.

El Nuevo Orden Mundial se nos propone ahora como una gran revolución unificadora de la Humanidad en un gran Nosotros. Pero es un Nosotros del cual, otra vez más, está ausente Dios. Para la creación del gran vínculo universal que unirá a todos los hombres, se propone, de entrada, la necesidad de destruir todos los vínculos de familia, nación y religión. Ya se deja entrever cuánta tristeza agregará a los pobres habitantes del planeta el privarlos de los amores que son la fuente de su identidad y de su felicidad. Se nos propone una humanidad huérfana, apátrida e irreligiosa, aséptica de todos los amores, creados y al Creador, y cuyos miembros, por lo tanto, estarán desvinculados y carecerán de identidad.

Es el embate final contra el gran NOSOTROS divino-humano católico que se realiza en la Iglesia, formada de familias y patrias católicas. Otro intento más de fundar un nosotros de solos hombres, desvinculados de Dios.

La tristeza del mundo contemporáneo nace de este rechazo de Dios, de toda posible relación suya con los hombres, de todo posible protagonismo histórico suyo.

2. LA FELICIDAD COMO ASUNTO PROFÉTICO. PSEUDOPROFECÍAS DE LA MODERNIDAD

El Secretariado de la Santa Sede para los No Creyentes, centró su Asamblea plenaria anual de 1991 en el tema: "Búsqueda de la Felicidad y Fe cristiana" . Aunque la terminología en que se plantea y se discute el tema con los no creyentes no siempre lo evidencie, el tema toca el corazón del problema de la acedia: tristeza opuesta al gozo de la caridad. Es comprensible que tratándose de un diálogo con no creyentes no fuese adecuado echar mano al lenguaje de la tradición teológica católica, como lo estamos haciendo en esta obra dirigida a creyentes.

La Modernidad se caracteriza por su rupturismo con el pasado católico. Ha presentado un ideal de felicidad humana opuesto al ideal cristiano, con el cual ha roto militantemente. Una reflexión acerca de ambas visiones es iluminadora. Saca a luz las razones últimas de la Civilización de la Acedia así como la naturaleza de las tentaciones a las que somete al creyente que debe vivir en ese mundo, organizado contra, o al margen, sus visiones de fe.

Este capítulo contiene una reflexión acerca de dos preguntas ¿Cómo habla de la felicidad la civilización depresiva? ¿Y por qué habla así?

2.1 Felicidad: tema actual, tema eterno

El cuestionario preparatorio para la discusión en la Asamblea plenaria del Secretariado para no Creyentes decía así:

1) El hombre buscó siempre la felicidad. ¿Qué características presenta hoy esta búsqueda, en qué formas se expresa, qué caminos siguen nuestros contemporáneos para buscar la felicidad en las diversas condiciones y situaciones del mundo actual?

2) Según las mentalidades dominantes hoy en día, las religiones, las creencias, las prácticas religiosas ¿ayudan a conseguir la felicidad o, por el contrario, la impiden, hasta el punto que el hombre se cree obligado a buscarla fuera de toda religión?

3) ¿Cómo perciben hoy los hombres la relación entre el Cristianismo, religión de la "Buena Nueva", y la felicidad? ¿Cómo aceptan la promesa cristiana de una felicidad eterna con Dios? ¿La consideran como una sustitución ilusoria de la felicidad terrestre o como respuesta auténtica a las aspiraciones a la felicidad, incluso en este mundo?

4) ¿Cómo debería presentar la Iglesia el mensaje evangélico para que sea percibido realmente como una "Buena Nueva" para el hombre de hoy, capaz de darle solamente la felicidad eterna sino también en esta vida, en la medida de lo posible? ¿Cómo habría que anunciar y vivir la fe en Cristo para que Este aparezca ante los ojos de la humanidad como la esperanza suprema del hombre?

Una respuesta teológica a estas preguntas implica encarar el misterio de la acedia de la Modernidad, tal como la hemos definido, como apercepción o dispercepción del bien

2.2 Intuición abstractiva

En ocasión de la consulta del Secretariado de la Santa Sede, ensayamos una respuesta desde el Uruguay, la cual, sin embargo, no por eso carece de validez universal . Parecería, en efecto, que una pregunta general y universal como la del cuestionario, no admitiría una respuesta peculiarizada y emitida desde una situación particular como es la de un país concreto, y menos aún desde uno de los países más pequeños y por lo tanto más insignificantes en el concierto de las naciones. Sin embargo, en el Uruguay ha habido creyentes que se han planteado con profundidad el problema de la felicidad y lo han respondido con originalidad, ofreciendo visiones universalmente válidas. Voy a referirme aquí a Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931) y a su pensamiento sobre el tema.

2.3 Una Profecía Católica en Uruguay: Juan Zorrilla de San Martín

Por otra parte, a veces se puede captar en el singular leyes, principios y verdades universalizables: ab uno disce omnes, dice el proverbio latino. Se trata por otra parte del principio que la filosofía del conocimiento llama ‘intuición abstractiva’, por el que se abstrae un concepto universal a partir de un ser individual. Ese es, precisamente, el principio que rige la genial obra de Zorrilla de San Martín El Sermón de la Paz (1924), una meditación que a partir de un hecho en apariencia nimio, sucedido en el jardín del pensador y poeta, remonta vuelo y se convierte en meditación sobre la paz social e internacional.

Como observa Julián Marías, la felicidad no es un problema que se plantee a nivel de individuos por un extremo y de lo universal por el otro, sino que es posible una reflexión sobre la felicidad a nivel de los pueblos y naciones:

"Si se comparasen países y épocas, se descubriría que una misma nación pasa por fases enteramente distintas, que acaso ha tenido viva vocación de felicidad y la ha perdido, o se le ha despertado en un momento de su historia. Tal vez coincide la fase de pérdida con un aumento de sus recursos, de sus condiciones objetivas. Es probable que algunos países tengan actualmente las mejores condiciones, pero acaso no tienen la vocación de felicidad que tuvieron en momentos más difíciles. Stendhal sentía cierta antipatía por la Francia de su tiempo, mientras se le iban los ojos tras España y, sobre todo, Italia. Creo que lo que percibía [...] en España e Italia era una fuerte vocación de felicidad que no encontraba en Francia, la cual estaba mucho mejor que ellas, en todos sentidos, pero con una vocación más pobre. En Francia veía Stendhal vanidad y ambición; en España e Italia encontraba pasión, (es su palabra predilecta, muy romántica, y es la que le sirve para nombrar, no muy exactamente, la vocación de felicidad) .

2.4 Felicidad: profecía, promesa, don

Zorrilla de San Martín, va a referirse a la felicidad de las personas y de las naciones con el bíblico nombre de Paz. Una visión, como se ve, opuesta a la de Stendhal. El pensamiento del autor uruguayo pone al lector sobre la pista que señalamos en nuestro título: que la felicidad es, como la paz bíblica, un don de Dios y por lo tanto, un asunto profético. No el fruto de esfuerzos humanos ni de dinamismos pasionales sino todo lo contrario: gracia. Por lo tanto, en el tratamiento de este asunto, el creyente, iluminado por la revelación, corre con la ventaja de saber mucho más que lo que alcanza la reflexión filosófica eudaimonológica, la cual no logra despegar de las viscosas pistas del esfuerzo humano. Sin embargo, no es ilusorio el peligro de caer en enfoques pelagianos sobre el asunto.

Por otra parte, bajo la apariencia puramente filosófica y mundana del abordaje al tema de la felicidad, se traicionan a veces promesas y utopías, ilusiones (como las llama Marías) que son también, si bien se las examina, promesas. Y por lo tanto pertenecen al género de la profecía. Por más que sea una profecía laica, de orden económico, político. Detrás de la futurología juegan todos esos mitos de las religiones laicas, émulas de la fe cristiana. Las fes secularistas plagian tanto la revelación, como el profetismo y el mesianismo bíblicos. Aún queriendo tomar distancia de la cultura de la fe, son sus subsidiarias por imitación.

2.5 Pseudo profecías de la Modernidad

Las principales tesis que vertebran nuestra exposición, son las siguientes:

1) La Modernidad ha articulado sus propuestas de felicidad en base al mito pseudo profético del Progreso.

2) El mito del Progreso tiene dos vertientes principales: una económica y la otra social.

3) El mito del Progreso, en sus dos vertientes, es una propuesta "profética".

4) La propuesta "profética" de la Modernidad, pertenece al género que la tradición bíblica llama pseudo profecía que fue la de los profetas de Baal o la de los falsos profetas, una profecía profesional, mercenaria, cortesana, al servicio del poder político, del rey religiosamente desobediente y por lo tanto antagónica de la profecía inspirada por Dios.

5) La propuesta pseudo profética de la Modernidad ha sido objeto de la contracrítica o refutación profética de los creyentes: ya sea del Magisterio por medio de su enseñanza; ya sea de los fieles por medio de su vida; ya sea de pensadores y profetas creyentes por medio de su enseñanza y su predicación escrita o hablada.

6) El mito del Progreso, como propuesta de felicidad pseudo profética, ha estado y sigue estando al servicio de gobiernos y políticas que lo usaron como utopía legitimadora o como ilusión colectiva, con el fin de poder imponer opresiones económicas y sociales en aras de un futuro mejor.

7) Juan Zorrilla de San Martín, pensador uruguayo que es una cumbre del pensamiento católico creyente latinoamericano, en su obra El Sermón de la Paz, contribuyó desde el Uruguay a la sensibilización del profetismo creyente y coincidió con otros pensadores católicos como, por ejemplo, Christopher Dawson o Romano Guardini , en alertar contra la ambición desmedida del mito moderno del Progreso , y en abogar por una actitud de contento-continencia-contención, como fórmula de paz, es decir de felicidad, personal, social y universal.

Estas afirmaciones principales, ordenadas aquí en sucesión lógica, se entrelazarán libremente en la exposición que sigue, en un orden (o desorden) de tipo más bien coloquial o ensayístico.

2.6 El punto de partida uruguayo

La nación uruguaya, de matriz cultural católica, se ha ido configurando en sus 170 años de vida como país políticamente independiente, según los ideales de felicidad pública propuestos por las ideologías de la Ilustración y de la Modernidad. Desde muy temprano en la existencia de la joven nación, independizada en el lustro 1825-1830, se manifestaron las urgencias modernizadoras. Bajo la antinomia Civilización o Barbarie, y más tarde agitando las banderas del Progreso, las recetas de la felicidad social no se introdujeron, desgraciadamente en un proceso sereno, por asimilación e inculturación tolerante y pacífica, sino, por el contrario, con aires de guerra de religión, en forma polémica y agresiva contra la tradición cultural y religiosa de la sociedad local; incluso con ribetes de persecución racial, con intentos de exterminio, no sólo del indio sino también del elemento criollo mestizo o blanco.

Los Doctores, rivalizando con los Caudillos, en los que vieron encarnada la odiada Barbarie, impusieron desde su frágiles gobiernos o, cuando fue necesario, por trámite de gobiernos militares, las transformaciones que culminarían con la formación del Uruguay Moderno, cuya definitiva plasmación colocan algunos historiadores entre 1890 y 1920. En esas décadas de entre siglos se acelera la culminación de un largo proceso, una lenta y trabajosa historia de convulsiones político-sociales, guerras civiles, hostigamientos y persecución a la Iglesia. Se terminaba de borrar un país para instalar otro. Con aplauso de unos y dolor de otros, el Uruguay entró en el coro de las felices sociedades modernas.

Así fue como el uruguayo pasó a compartir los ideales materialistas de la felicidad como bienestar. Para muchos fue su ideal vivir de rentas, sin trabajar y viajando a gastar sus rentas en Europa o incluso radicándose allá. En clases más humildes estuvo vigente el deseo de "dar a mi hijo lo que yo no pude tener", "que pueda estudiar y ser alguien". "Ser alguien" era tener una profesión liberal: médico, abogado, arquitecto. Tener acceso al saber que confiere status, poder y dinero. La profesión liberal permitía en aquellos tiempos, además de influencia y poder, independencia y holgura. La profesión era liberal, porque era libre, liberadora de yugos patronales; aseguraba una situación de independencia laboral.

Luego, en la segunda mitad del siglo XX los mitos se fueron derrumbando: las rentas, la profesión liberal, el auto, la casa en la playa. Las promesas del estado paternal y providente se hicieron insostenibles y resultaron mentirosas. La seguridad social, el cuidado de la salud, la educación gratuita se derrumbaron por pérdida de la calidad. Dioses huidizos, la Seguridad y el Progreso parecen huir más cuanto más ardiente es el culto que se les rinde. Mammon es un dios cruel, mentiroso y cínico.

Produce extrañeza que a pesar de tener tan graves motivos de desengaño y de desilusión, generación tras generación de uruguayos volvió a creer una y otra vez, con fe renovada, en siempre renovadas profecías y promesas y se muestra no sólo dispuesta sino deseosa de tener promesas y profecías en las que seguir creyendo. La función cultural de nuestros gobernantes es quizás tanto la administración del Estado como la invención de nuevas ilusiones, promesas y profecías mesiánicas.

Los mitos de la Modernidad son proteicos, cambian de piel y se renuevan prodigiosamente. Las profecías de los baales gozan, además, de mejor recepción que las de Elías. En todos los tiempos. Y en Uruguay también. Lo nuestro es parte de un fenómeno universal.

2.7 Profetas de Dios y profetas del Rey

Lo sucedido en el Uruguay es una peripecia particular de aquel gran debate histórico mundial, entablado desde los tiempos bíblicos, entre reyes y profetas, acerca de la felicidad de las naciones y del auténtico bien de la Humanidad. La persecución religiosa con que corrió apareado en Uruguay el proceso progresista y de modernización, fue sólo un epifenómeno de la misma tensión que recorría el mundo europeo, donde el Pontificado, cabeza visible del cuerpo eclesial, vivía en relación conflictiva con casi todas las Cancillerías y Gobiernos, ante los cuales se hacía portavoz de la auténtica felicidad de las naciones.

El conflicto entre los reinos de este mundo con el Pontificado y con lo mejor del profetismo creyente, parece un episodio más de la historia de los conflictos entre reyes y profetas, que son habituales en el Antiguo Testamento y a lo largo de la vida de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Las promesas de felicidad que proponen los estados modernos son de carácter "profético". Ese carácter de profecía nos permite vislumbrar, desde ya, por qué el proceso de modernización fue históricamente adversario del creyente y de los ideales de felicidad que proponen la fe y la Iglesia. Nos permite también cautelarnos ante la principal fuente de problemas y conflictos en el diálogo acerca de la felicidad, entre ateos y creyentes.

2.8 Para una correcta impostación del diálogo

Un importante escollo para el diálogo del creyente con el ateo cuando tratan el tema de la felicidad humana, reside, aún antes de los desacuerdos puntuales de contenidos, en los malentendidos formales, del estilo, o más precisamente del género literario, del que cada uno de ellos echa mano al expresarse y del que el otro supone que debería utilizar o de hecho está utilizando al hablar sobre este tema.

Porque, según presupone el creyente, la felicidad ha de ser, para el ateo, un tema filosófico, ideológico, basado en las ciencias humanas: psicología, sociología, economía, política. Y sin embargo, ni ha sido ni es tan sencillamente así. Las doctrinas modernas y postmodernas sobre la felicidad, aún cuando se levantan sobre pedestales científicos, pertenecen al género de las promesas proféticas, que Occidente hereda de su raíz judeo-cristiana.

Piensa sin embargo, muy a menudo, por su parte, el desprevenido creyente que para encontrar a su interlocutor en el mismo plano epistemológico, debe y puede dejar de lado los aspectos estrictamente religiosos, y por lo tanto proféticos, de sus convicciones acerca de la felicidad, para descender al nivel filosófico o de la objetividad científica, donde presume que un entendimiento sería posible a partir de los principios y presupuestos racionales comunes a todos los hombres, creyentes o no. A un nivel que se podría llamar: de objetividad científica.

No advierte quizás el creyente, que la enseñanza de la Modernidad acerca de la felicidad, no sólo es una profecía, sino que es una profecía nacida del rechazo de las promesas que son objeto de las profecías bíblicas y que vive de su negación. Es un caso particular del gran "fraude de la Edad Moderna" denunciado por Guardini: "que consistió en negar de una parte la doctrina y el orden cristiano de la vida, mientras reivindicaba para sí la paternidad de los resultados humano-culturales de esa doctrina y de ese orden [...] En todas partes encontraba [el cristiano] ideas y valores cuyo abolengo cristiano era manifiesto, y que, sin embargo, eran presentados como pertenecientes al patrimonio común" . Para oponerse a las promesas y macarismos de la profecía cristiana, echó mano de un género criptoprofético, y propuso sus propias promesas y profecías.

Naturalmente, el discurso profético - ya sea el del secularismo moderno, ya el del creyente católico - está vinculado a los contenidos de los respectivos credos. La dificultad para advertir las semejanzas de género y las diferencias de contenido, proviene de que el credo del incrédulo no está articulado en la mismo forma clara y explícita que el credo del creyente.

Para no descaminar el diálogo, conviene no perder de vista que se trata, de hecho, de un diálogo interreligioso, en que se barajan diversas esperanzas con sus respectivas: bendiciones, promesas, signos y garantías de cumplimiento.

Ni en los tiempos bíblicos, ni ahora ha sido fácil el diálogo entre los profetas de Dios y los pseudoprofetas del Rey. Es que, parte del contenido de la profecía bíblica como interpretación de los hechos, consiste en denunciar la falsedad de los pseudoprofetas, por lo que es ilusorio pensar que pueda darse un diálogo irénico y sin resistencias por parte de los que el diálogo, si no quiere renunciar a ser verídico, no puede menos que desenmascarar.

2.9 La felicidad: asunto profético para los creyentes

Explicitemos mejor el sentido de nuestra afirmación de que la felicidad es, para el creyente, asunto de profecía. Con esto, decimos, en primer lugar, que la felicidad es para el creyente, un asunto estricta y esencialmente religioso. No sueña con que sea posible evocar y descifrar sus enigmas por mera vía filosófica, ni puramente científica. La felicidad para el creyente, no es eudaimonía sino macarismo, o sea bienaventuranza, salvación y por lo tanto, es más un asunto de gracia que de eficacia. Es más don de Dios, que logro propio.

La felicidad del creyente, concebida como bienaventuranza, es asunto de deseo, de bendición y promesa, de esperanza cierta, es asunto de Dios, es asunto profético vinculado:

1) a los deseos más profundos, más propios y más auténticos del corazón del creyente, por los cuales, el fiel, como hijo de Dios gime con los mismos tres gemidos del Espíritu (Romanos 8,5.22.23.26) ;

2) a las bendiciones con que Dios promete colmar los santos deseos que inspira;

3) a la esperanza del creyente, que es la certeza de alcanzar el Bien arduo y futuro prometido;

4) al fundamento de dicha certeza que es la misma Palabra y Promesa divina de alcanzar los dones prometidos;

5) esos bienes no son otra cosa que Dios mismo: la comunión con Él por la caridad.

Por lo tanto, para el creyente, hablar de felicidad implica necesariamente entenderla y expresarla religiosamente. A menos de reducir y traicionar su verdadero contenido. San Pedro pide a los cristianos que sepamos dar cuenta de nuestra esperanza a los que no creen y nos piden razón de ella (1 Pedro 3,15). Entender la felicidad religiosamente, quiere decir entenderla relacionalmente, desde la intención beatificante del Dios que busca el hombre y lo introduce en su comunión. La felicidad o bienaventuranza bíblica no es del orden del tener o del ser aislado, sino del orden de estar en relación con Otro. Es la felicidad que viene de amar a Dios y ser amado por Dios.

Este carácter comunional, intersubjetivo, religioso, es lo que ataca y niega la tesitura naturalista y todas las visiones derivadas de ella, como son la herejía modernista y la gnosis.

Esta comprensión relacional, intersubjetivista o interpersonalista de la felicidad, se expresa y se entiende en términos bíblicos de salvación, bendición y promesa. Y el uso de esa terminología es insoslayable para un tratamiento integral, fiel y no reduccionista o reducido de la felicidad humana.

Ahora bien, el mismo hablar de la felicidad, explicarla y dar razón de ella, por ser asunto profético es también oficio profético.. Es tarea del profeta más que del filósofo, y cuando el filósofo se aventura en este terreno fácilmente se convierte en falso profeta. Tanto el Magisterio eclesial en virtud de su Orden como el cristiano en virtud de su Bautismo, tienen el oficio profético de explicar el camino de la felicidad.

2.10 La felicidad: asunto profético para los no-creyentes

Las profecías de la Modernidad acerca de la felicidad humana, se resumen en el Mito pseudo profético del Progreso, en su doble vertiente: económica y social. El mito del progreso económico promete como bendición el bienestar y profetiza la abundancia. El mito del progreso social promete la bendición de la seguridad, la justicia y la paz social; y profetiza su realización en el advenimiento de la sociedad opulenta o de la sociedad sin clases.

Desde la Revolución Francesa, las avanzadillas de pseudoprofetas prometieron Libertad, Igualdad, Fraternidad. Y desde entonces hasta los actuales anuncios de la Postmodernidad, los profetas no han dejado de prometer: el paraíso de la libertad o el paraíso de la justicia, la sociedad opulenta o la sociedad justa y sin clases.

No es difícil reconocer en semejantes profecías, versiones secularizadas de las Promesas y Bendiciones Bíblicas. Tampoco es difícil reconocer su analogía con las Pseudo profecías de los profetas del rey que proclaman: ¡Paz, paz! (Jer 6,14; 8,11).

Su carácter profético se pone de manifiesto no sólo por su contenido, sino porque ejercen dos funciones propias del profeta: 1) interpretar la historia y 2) extraer de esta relectura predicciones de futuro.

Los filósofos de la Modernidad: Kant, Hegel, Comte, Spencer, Nietzsche y otros - profetas atendidos siempre en alguna corte todos ellos, ya que es sabido el influjo y conocidos los efectos políticos que tuvieron sus ideas - propusieron relecturas proféticas de la realidad y de la historia y escrutaron el futuro con predicciones augurios o promesas.

2.11 Las profecías modernas son antagónicas de las Profecías creyentes

Quizás el mayor reproche que pueda hacer el creyente a la Modernidad secularista y a sus mitos sobre la felicidad humana, sea precisamente el de su antagonismo constitutivo, radical y principista, respecto de la felicidad que el creyente espera de Dios; así como la pretensión de configurar un universo cultural que lo excluyera (al creyente y al objeto de su esperanza). Los mitos del progreso: ¿exigían, como sacrificio fundacional de sus templos, enterrar al creyente en los cimientos de la civilización feliz? Desde su origen las eudaimonías ilustrada, modernista y secularista, tienen en común un rasgo: su intolerancia profética y la fundamentación de sus promesas y certezas sobre la negación.

2.12 Profecías de Corte

La causa de esa ojeriza constitutiva contra las profecías creyentes, es la voluntad de poder de los soberanos, a los que las profecías seculares están destinadas a servir. Cuando uno advierte los motivos políticos subyacentes a ciertos reclamos de la autonomía de las realidades terrenas, se comprende mejor que el secularismo es una ideología cratolátrica, típica del profetismo cortesano, que funciona como religión laica y que anuncia lo que agrada a los poderosos (bíblicamente: al rey). Estos profetas de la Corte anuncian paz cuando no hay paz o trastocan, pragmáticamente, el juicio sobre el bien y el mal, según convenga a la praxis del poder (Isaías 5,20; Miq 3,2). Sirven a la liberación del gobernante de los vínculos de la conciencia cristiana creyente. Triste liberación, porque cuando Ajab se hace autónomo, por consejo de Jezabel, queda libre de las obligaciones de la piedad, prescritas por Dios, para despojar de su viña a Nabot (1 Reyes 21,1-3).

En efecto: es característico de las realizaciones políticas del pseudo profetismo de la modernidad secularista, justificar la práctica de la crueldad con los individuos, alegando razones de felicidad pública, o practicar la crueldad en el presente, en aras de una presunta felicidad futura. En este sentido, en la medida en que los profetas prescriben y aconsejan "sacrificios", se convierten también en profetas del santuario del culto socioeconómico de la modernidad y asumen un rol que los aproxima al de los sacerdotes que entienden de sacrificios agradables a Mammon.

En nombre del Mito del Progreso se ha operado y se sigue operando la confusión reduccionista que entiende la felicidad humana como bienestar; confusión a la que ha contribuido la sofística de algunos, y que en la práctica - como hemos señalado - se presta para justificar la opresión totalitaria de los individuos por el Estado, o de las minorías - religiosas o étnicas - por las mayorías, o de los débiles por los mejores (Spencer) y a justificar la desaparición de lo que "tiene que morir" en aras de la evolución cósmica (Theillard).

A estos mismos fines ha servido también un último abuso: al usar las ciencias en clave profética anticatólica - la polvareda darwinista es un típico ejemplo - la Modernidad secularista no respetó su verdadero estatuto epistemológico ni su autonomía legítima, sino que la sometió al yugo de la apologética anticatólica, o a sus fines de dominación por medios ideológicos.

Espontáneamente acude aquí el recuerdo de la Prière sur l'Acropole de Ernest Renan, página transida del ímpetu profético moderno y anticatólico que impregna toda su obra: "El mundo se salvará solamente si vuelve a ti (Atenea), repudiando sus bárbaras ataduras (cristianas)". Por más de un aspecto, estos recuerdos parecen un remedo de las Confesiones de San Agustín. Renan presenta su apostasía como una conversión a una nueva fe de la razón: "¡Tarde te he conocido, belleza perfecta....Los dioses pasan como los hombres, y no sería bueno que fueran eternos. La fe que se alentó una vez no ha de convertirse nunca en cadena. Se ha cumplido con ella cuando se la envuelve cuidadosamente en el sudario de púrpura en que duermen los dioses muertos" .

¿No es significativo que la primera traducción castellana del Jesús de Renan haya aparecido en Montevideo en la imprenta de vapor de Vaillant, uno de los progresistas empresarios franceses venidos con la Guerra Grande y rápidamente enriquecidos? Ello habla de la precoz receptividad que tuvieron ciertos elementos de nuestro medio frente a las recetas de éxito material y a las profecías de los sacerdotes y profetas de la burguesía industrial europea.

2.13 Tentaciones en el diálogo

Advertíamos la necesidad de tener en cuenta, al entablar el diálogo con el ateo acerca de la felicidad, el género literario que cada uno utiliza y también el plano epistemológico en el que realmente se sitúa (y no puramente aquél en que dice situarse). Si no se presta atención a esto, puede ser que las partes dialogantes se desencuentren. Porque se allegan a dialogar, por un lado un ateo-en-profeta y por el otro un creyente-en-filósofo demasiado a menudo dispuesto a autocensurarse en lo esencial. Por un lado un hombre no religioso, que se dice no-creyente (y quizás cree sinceramente no serlo) pero que suele tender a imponer, bajo velos científicos y meramente racionales, una’ fe’ . Por otro lado, un hombre creyente y religioso, pero que, por gentileza dialogal o por complejo inducido por reflejos culturales condicionados, se comporta como si no lo fuera, e incurre a veces en una 'apostasía funcional', más o menos momentánea, con fines de diálogo.

Es obvio que para entenderse con un no creyente, hay que prescindir de los principios revelados, como hace Santo Tomás en el Adversus Gentiles. Pero no hay que ser ciego para todo lo que hay de irracional detrás de las pseudorreligiones se dicentes científicas y racionales, de que consta el neopaganismo ilustrado, moderno y postmoderno.

La tentación de Elías, arquetipo de los profetas creyentes, fue oponer la violencia contra la violencia de los pseudoprofetas de Baal. Esa tentación acecha perennemente al hombre de fe en su fervor apologético. Pero no es la única tentación que lo amenaza. También está la inversa: el opuesto irenismo, en el que nos preguntamos si no incurren alguna vez algunos católicos, y no de desdeñable categoría intelectual.

Afortunadamente, el diálogo de la Iglesia con la Modernidad y con su herencia postmoderna acerca de la felicidad humana, no se inicia hoy. No sólo somos herederos de un caudal de respuestas sino que hemos conquistado un estilo para responder. Están entre nosotros los modelos a imitar.

2.14 Las respuestas católicas

Cuando la Constitución Gaudium et Spes o el Papa Juan Pablo II en la Sollicitudo Rei Socialis, la Centessimus Annus y otros documentos de su magisterio, critican, corrigen o puntualizan en lo referente a los caminos por los que los gobernantes del mundo actual van buscando la felicidad pública; cuando hacen la crítica de ciertas concepciones del desarrollo humano; cuando echan una mirada de conjunto sobre la situación de la Humanidad y diagnostican sus luces y sombras; están asumiendo un rol profético. El Magisterio tanto el Pontificio como el Conciliar, tanto por sus contenidos como por su estilo, es una forma autorizada del profetismo católico. Por eso, no es de extrañar que sea resistido por los pseudoprofetas del poder, como lo fueron los profetas bíblicos por los profetas de Baal y los profetas del rey impío. El lugar orgánico de la acedia contra el Magisterio, particularmente el del Papa, dentro del misterio de la acedia, se hace así lógico y trasparente.

El caudal del río del magisterio, recoge innumerables hilos de agua: la vida santa de los fieles sencillos, guiados por la sabiduría del Espíritu Santo que les enseña todas las cosas; la doctrina y la benignidad de los pensadores católicos. Pensamos en la enseñanza y la mansedumbre impertérrita de un Romano Guardini; en la erudición histórica de un Christopher Dawson; en el humor penetrante y paradójico de un Chesterton; en las visiones de la Europa cristiana de un Hillaire Belloc. Si bien, por un enrarecimiento editorial, sus obras van siendo difíciles de encontrar reeditadas, sin embargo, aún está vigente el valor de su magisterio intelectual para las nuevas generaciones católicas que deseen aprender a distinguir entre los cantos de sirena y el canto de los ángeles.

He nombrado una serie de autores. Siempre que se dan nombres se incurre en omisiones injustas o se confiesa simplemente la ignorancia o la falta de memoria. El cuestionario del Secretariado para No Creyentes, del cual partimos para esta reflexión, nos ha servido para refrescar la memoria de algunos maestros del pensamiento católico que han pensado sobre la felicidad humana. Uruguay cuenta con uno de esos hombres proféticos que desearíamos fuese más conocido fuera de nuestras fronteras uruguayas e incluso americanas.

2.15 Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931)

La obra El Sermón de la Paz, del pensador y poeta de la patria, debería figurar en toda lista de los clásicos católicos sobre el tema de la felicidad humana: individual, social, política, nacional e internacionalmente considerada. Y por ser la suya una obra auténticamente profética no puede considerarse caduca ni anticuada. Mantiene absoluta vigencia, porque habla de lo eterno en el hombre. Pero El Sermón de la Paz es una de esas obras que, lamentablemente, ya no se reeditan.

Difícilmente podemos dibujar rápidamente el perfil de Dn. Juan Zorrilla de San Martín, pero lo intentaremos aquí para quienes no lo conocen.

Su poema La Leyenda Patria le mereció, de joven, el título de Poeta de la Patria. Su largo poema épico-lírico Tabaré, lo consagró en las letras latinoamericanas con un descenso al inconsciente colectivo del hombre latinoamericano, que, por vía onírica y poética, alcanza una verdad teológica y contiene una revelación profética, -que pocos han sabido entrever-, de la culpa original y de la gracia bautismal del continente hispanoamericano. En el Tabaré, Zorrilla explica cómo y por qué, donde abundó el pecado entre nosotros, allí mismo también, sobreabundó la gracia. El Tabaré es un canto a lo que el pecado hizo imposible pero el bautismo pudo y puede aún reparar.

La tercera gran obra de Zorrilla es La Epopeya de Artigas. En esta obra, Zorrilla restaura la figura del prócer rioplatense, protector de los pueblos libres hasta Córdoba y Corrientes, y lo repone en la galería de los próceres y prohombres de la emancipación latinoamericana. También esta obra es una obra profética, visionaria, épica. En ella la relectura histórica se eleva espiritualmente con un aliento continental a una visión trascendental del prócer, quien desde su fracaso, dejó sin embargo signado el terruño patrio para un destino de libertad, de nación libre. Esta obra magna en cinco volúmenes recoge las conferencias con las que Zorrilla quiso explicar quién había sido Artigas, a los escultores convocados por el gobierno uruguayo para fundir una estatua que inmortalizara al prócer. Obra profética porque interpreta el sentido de una historia y de un hombre, y de los demás actores de un pueblo. La Epopeya de Artigas, es, en el fondo, un vaticinio sobre el Uruguay. Es una profecía geopolítica.

Este poeta de la Patria chica es también poeta de la Patria Grande latinoamericana, idea de la que es adelantado en nuestro continente, como puede verse en el discurso que, como embajador uruguayo en España y por encargo del cuerpo diplomático latinoamericano, pronunció en 1902 en el Monasterio de la Rábida para celebrar el 12 de Octubre, fecha del descubrimiento. Ese discurso, que es una joya de la elocuencia en nuestra lengua, termina así:

"Además de ese mensaje-aclamación de todos y cada uno de los pueblos libres americanos, al pueblo que los precedió en la gloria de la raza y los evocó a la vida, queda el otro, señores, el más grande, el más solemne: es el coro litúrgico que, como enorme nube de incienso iluminada por el sol, alza toda el alma española de ambos mundos al grande espíritu hispánico del pasado, del presente, del porvenir, al arcángel tutelar de nuestra raza, que flota bajo este cielo; al Dios omnipotente, sobre todo, al Dios que vive en ese cielo y más allá de ese cielo; al que enciende el fuego sacro del genio en la mente humana, bien sea en Colón, el navegante del mar, bien sea en Pasteur, el navegante de una gota de agua: ambos descubren mundos; al que, según el libro de Job; el profeta enorme del desierto, pesa la fuerza de los vientos, y mide las aguas del abismo, da leyes a la lluvia y marca a las tempestades su camino; al que envía el rayo, y el rayo va, y vuelve para decirle ¡aquí estoy!; al que da inteligencia a los meteoros del cielo; al que envolvió en tinieblas la tierra recién nacida, como se envuelve un niño en sus pañales....Señores: ese es el único grito digno de la raza hispánica en este momento perdurable; el sólo digno del momento, el sólo digno de la raza cristiana: ¡Gloria a Dios!" .

Es este mismo poeta, pensador y profeta de la patria uruguaya y americana, adelantado en Latinoamérica de la idea de patria grande, periodista de la causa católica perseguida, hombre de Iglesia y también hombre público, amigo hasta de sus adversarios de ideas como Don José Batlle y Ordóñez, embajador, docente de estética en la Universidad, el que escribe El Sermón de la Paz, obra que nos interesa, por tratar del tema de la felicidad y porque traza un retrato espiritual de la acedia a todos los niveles, desde la vecinal a la internacional.

El Sermón de la Paz publicado en 1924, contiene el precipitado de la experiencia del Zorrilla maduro, sexagenario, y sus reflexiones ante la primera guerra mundial, ante la fiebre modernizadora y anticatólica de la sociedad mercantilista, de la entente liberal-socialista del momento, que tras décadas de lucha, acababa de consagrar la apostasía del Estado uruguayo en la Constitución de 1919, creyendo haber alcanzado así una condición esencial para la felicidad pública de los orientales. En la opinión de una clase dirigente ilusionada, embriagada, apasionada con fervores religiosos por el progreso, se ha vencido, al desligarse de su socio eclesial, uno de los principales escollos para dejar atrás, de una vez por todas, la barbarie; y se ha abierto, a su parecer, el camino expedito para que el país marche por el rumbo cierto de la civilización, hacia los más prometedores destinos.

2.16 “La felicidad es contento o continencia, alegría, quietud, reposo, caridad”

Es a ese Uruguay que comulga con la ambición y la euforia del mundo; al Uruguay que no ha aprendido con el horror de la guerra reciente y que no da señales de arrepentirse de sus errores ni de abjurar de sus mitos, que Zorrilla le escribe, le predica, su Sermón de la Paz, cuya tesis central puede expresarse así: "Vivir contento es vivir contenido". Zorrilla prevé que si Uruguay entra por el camino de las naciones ambiciosas, que por su insatisfacción han arrastrado al mundo a una guerra, estará comprometiendo su paz y su felicidad:

"El diablo es el ángel triste...eternamente triste; inextinguible envidia [=acedia]. Él se entretiene en trazar las rayas negras entre las cosas. La felicidad es contento o continencia, alegría, quietud, reposo, caridad [...] Ferrero...si bien imputa a Alemania el ser la causa del desastre [de la primera guerra mundial] considera sus ambiciones como causa sólo inmediata, actual. No podemos buscar otras, si bien se mira, en resumidas cuentas, para fundar las sentencias de la historia. A medida que las causas son más remotas, aparece mayor el número de culpables; llegaríamos al pecado original, de que todos participamos, y al primer homicidio. Pero aún dentro de las causas inmediatas, la del actual desastre no ha sido, para Ferrero, la ambición alemana, sino la civilización moderna, la revolución francesa, mejor dicho. Eso pudiera ser aceptado en mi concepto, si esa tendencia a la riqueza, al poder, a la dominación, que el historiador italiano atribuye a Alemania, fuera característica de la edad que comienza con la revolución contemporánea, y si ésta no hubiera tenido por causas otras incontinencias (cursiva nuestra) de los grandes; pero nadie sabe mejor que él, él, que nos ha hecho meditar sobre la Grandeza y Decadencia de Roma, que no es ese el hecho. El hambre dantesca ha asediado siempre a las naciones muy grandes, lo mismo a las modernas que a las antiguas”.

"Entre tus necesidades ¡oh hombre! está la de una patria a quien amar y servir. Disminuir tus necesidades es llenar tu bolsa. Cuanto más limites materialmente y más concretes y te hagas sensible el objeto de ese amor, tanto mejor podrás satisfacerlo. Y será más puro y generoso. Pon tu boya accesible, ¡oh nadador que nadas en el tiempo hacia la eternidad! Es bien recordemos aquí, ante todo y sobre todo, que la ambición colectiva, vicio del alma nacional, es, en resumidas cuentas, la resultante y acción recíproca de las soberbias individuales. El nadador hombre ha de tener una meta en la vida, y ella no es otra que la muerte, la última boya; tener ésta a la vista, y hallar en ella el objeto o término del esfuerzo, es la fuente suprema de energías. Si la muerte es lo infinito en sentido de ‘Nada’ o infinito negativo, el hombre nadador está perdido; si lo es en el sentido de ‘Todo’ o infinito esencial, sustancial, afirmativo, el nadador es más grande y más fuerte que el mar; éste se achica a medida que aquel punto se agranda.

"También son nadadores las naciones, y han de tener una meta, una boya, es decir, una cosa fuera de sí mismas a que dirigir su esfuerzo. Si la tienen dentro de sí mismas, como lo supone Hegel, por ejemplo, el dios-estado, ese nadador sin punto de llegada se hundirá en su propia extensión oscura, en su descontento e incontinencia (cursiva nuestra). Si, por el contrario, tienen como meta o boya la felicidad del hombre, como es razón, entonces el estado, la Patria terrena, que no es inmortal, que vive en el tiempo, participa de la inmortalidad del hombre; es grande y noble como un hombre. No puede serlo más. La dignidad de la Patria no es otra cosa que la virtud de sus hijos; la felicidad de éstos, uno por uno, es su felicidad, su objeto.

"Así sólo se concibe que el hombre muera por la vida de la Patria: porque la Patria vive en él y por él...La seguridad y la dignidad de las naciones, la paz, está también en eso: en la igualdad de especie y de destino; en tener como objeto de sus funciones la felicidad del hombre en concreto; no el aumento de poder y de riqueza del conjunto como entidad abstracta, que deja de ser benéfica, al dejar de ser humana, sin ser divina; al ser el núcleo de rotación de esos egoísmos colectivos que de todo tienen menos de sentimiento patrio. Este ha de ser, para ser virtud, amor al hombre que nos acompaña, por amor de Dios. Si no; si el amor a la Patria no es amor al compatriota, ¿qué es?".

2.17 Una civilización del amor ¿o una del Progreso ilimitado?

Ante los "cerrados horizontes en torno del naufragio de Europa", Zorrilla adelanta la respuesta de una civilización del amor: "No veo, por mi parte, más camino de salvación que encauzar la política internacional por la vía cristiana del amor". Y observando el fenómeno de la guerra señala su causa: "los hombres y los pueblos incontentos o incontinentes", "los que quieren ser, no sólo fuertes, sino más fuertes que alguno".

Zorrilla recoge el pensamiento de Lloyd George respecto del amor entre los pueblos y eso le da ocasión para repasar los gestos de amor y de perdón entre los pueblos latinoamericanos. Ya hemos visto sus coincidencias con el historiador italiano Guillermo Ferrero, del cual hace suya también la crítica a la moderna doctrina del progreso:

"Este italiano Guillermo Ferrero, gran escritor por cierto, que leo en estos momentos a la sombra de mis ombúes, dice lo que yo ahora pienso y quiero decir, precisamente, como epílogo de este mi sermón de paz. y no hay por qué me esfuerce por expresarlo en forma distinta de la suya, pues no lo diría mejor, ni tan bien.

"La civilización del siglo XIX suprimió todos esos puntos fijos (metas limitadas, boyas de referencia para el nadador) diciendo que eran otras tantas trabas para la libertad del hombre, y puso frente a éste lo infinito. En efecto: ¿Qué es la doctrina moderna del progreso interpretado como el aumento indefinido de la riqueza y del poder, sino una marcha hacia lo infinito, en la que no hay una meta definitiva, ni más límite que el alcance de las fuerzas propias? No hay riqueza ni poder tan grandes que no permitan imaginar una riqueza y un poder mayores. Si el ideal y deber consisten en crear riquezas y poderes cada vez más grandes, nunca se llegará al término de esa escala. Se puede comprender así por qué los hombres modernos están siempre descontentos (cursiva nuestra)....Cuanto más tienen, más desean...La civilización moderna es una civilización insaciable, que, como la loba de Dante, después de comer tiene más hambre. La inmensa catástrofe actual es la consecuencia de ese descontento (cursiva nuestra). Y su iniciativa tenía que partir del pueblo que, en los últimos treinta años, se había mostrado siempre el más exigente de todos, justamente porque era el más favorecido de la suerte ".

Zorrilla coincide y cita largamente el pensamiento de Ferrero acerca de la ambición desmedida como causa de la guerra y establece la escala: "Descontento ... incontento ... incontinencia ... inquietud ... tristeza ... guerra". Por el contrario: "la felicidad es contento o continencia, alegría, quietud, reposo, caridad" .

2.18 La mística del amor a la Patria y a Dios

Zorrilla ha visto muy bien que el problema de la felicidad privada y el de la felicidad pública obedecen a las mismas leyes espirituales y dependen de las mismas ideas y actitudes. Reconoce que "la ambición colectiva, vicio del alma nacional, es, en resumidas cuentas, la resultante y acción recíproca de las soberbias individuales". Zorrilla exhorta a vivir contento, a vivir contenido, amando lo que nos es dado, amando nuestros límites.

"Con ese objeto he escrito yo estas páginas, que, como las golondrinas de las torres, han salido de mi casa dada de cal y con su tejado rojo español; con ese fin he hecho conocer mi tierra de colinas melodiosas, y ofrecido en ella la más grande de las patrias, porque es la sola del tamaño de mi corazón. Es mi boya anclada en el horizonte, entre el cielo y la tierra. Nado hacia ella, hacia la gloria y felicidad de este pedazo de planeta que Dios me ha dado para servir, es decir, para servirlo a El y a mis semejantes en la tierra. No tengo ni deseo otra cosa; siento que hay en ella bastante para satisfacer mi necesidad de llegar a un punto fijo en que descanse: el que ha de sobrevivirme en la tierra que será la de mis nietos. No es necesario, para ello, ni es parte integrante del patriotismo, el creer que todo es grande y bueno en la tierra que Dios nos dio con tal objeto. Se puede ser buen patriota, sin tener las flaquezas de la Patria, como ser buen hijo, sin las enfermedades de la madre. ¡Oh, el amor a la madre enferma! ¡Ser sano para ella!

"No dejo de advertir, cuando esto digo, que acaso pudiera ser notado de místico en este mi discurso o sermón; lo suelen ser, muy a menudo, las meditaciones de esta índole. No es cosa que me contraríe, a la verdad; antes me sirve y da ocasión de entrar en mis moradas interiores. Pero no está demás fijar el recto sentido de este vocablo: misticismo. Para el hombre puramente material, si tal hombre existe, que no lo creo, todo aquel que rinde culto ostensible a Dios es un místico; lo es el que cuenta con su Providencia y lo invoca. Pero desde ese primer acto de religión natural hasta el amor, no sólo reverencial sino pasional, a la Belleza Personal de Dios, que es lo que se llama propiamente misticismo; desde el simple buen cristiano hasta Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, los grados intermedios no tienen cuento.

"En alguno de ellos pudieran caber, efectivamente, estas lecturas, y tener, por lo tanto, algo de místicas, es decir, de inspiradas en un ideal de belleza y perfección, cual no puede concebirse más alto; en una pasión que aniquile todas las facultades y potencias, y que concentre en un solo objeto, de fuerza atractiva irresistible, todas las humanas energías. Eso puede llamarse también idealismo, poesía, belleza esencial, vida espiritual...¡qué sé yo! No sé si tiene un nombre. También pudiera llamarse fe, es decir, ciencia en el más puro, y neto, y práctico de sus sentidos. La ciencia busca la verdad, pero sólo la fe la posee. Es la ciencia experimental de Dios ".

2.19 Desde el jardín se comprende el mundo

Zorrilla termina su obra relatando un incidente, nimio en apariencia, sucedido una tarde cualquiera, mientras trabajaba en el jardín de su casa de Punta Carretas pero en el cual descubrió, con intuición profética, el mensaje, también profético, que expresa en el Sermón de la Paz.

En ese incidente dialogan, en la persona de Zorrilla y de un amigo que lo aborda, dos tipos de hombres, dos actitudes, dos civilizaciones: la cristiana, la mística, y la moderna, pragmática y mercantil.

La hermosa página de Zorrilla traza el retrato paradigmático de dos tipos humanos, de dos actitudes ante la realidad y ante la vida. En la pequeñez del jardín y en un diálogo al parecer intrascendente, sostenido, según lo imaginamos por encima del cerco que los separa, símbolo de otra separación interior, a Zorrilla se le descubre, como con una revelación profética, la profunda ley del comportamiento humano, válida para los individuos pero también para las naciones, que conduce a unos hombres a la paz y a otros a la guerra, a unos al gozo y a la satisfacción y a otros a la acedia, la tristeza y la perpetua insatisfacción.

Por otros caminos y de otra manera, otro pensador católico, Romano Guardini, ha caracterizado también estos dos tipos de hombre, estas dos civilizaciones y culturas, cuando en sus críticas al tipo de hombre engendrado por la Edad Moderna, advierte cómo ésta, habiendo exaltado, por su certeza, al saber matemático, y por haber cultivado unilateralmente las formas del conocimiento humano que llevan al dominio de la realidad, ha puesto en peligro su capacidad de encontrarse con ella, su capacidad de comunión con la realidad, con Dios y entre los hombres.

En el jardín de Zorrilla veremos al hombre que lo mide todo por metros y por su valor venal, frente al hombre que es un ser de encuentro. Veremos la ambición frente al contento, la inquietud de la codicia frente a la paz que da el amor de los propios límites , la contención que da el contento.

Nos asombra y nos conforta la coincidencia. Desde el jardín de Punta Carretas o desde el lago de Como, dos profetas católicos, sin conocerse, aprehenden la misma situación espiritual, que cada uno expresará según sus propios públicos y sus propios medios expresivos, por distintos caminos.

Desde un pequeño jardín o desde un pequeño país, no importa, puede percibirse, en lo pequeño, a veces por eso mismo con mayor transparencia, las leyes que gobiernan el mundo. He aquí la página de Zorrilla, un suceso histórico nimio convertido en Parábola, con la que queremos terminar estas meditaciones:

2.20 Puesta de sol

a) El Escenario

"El paisaje que estoy mirando en este momento desde mi casona de Punta Brava, y en el que creo ver concentrado el universo (cursiva nuestra), está bañado de la luz de esa divina ley . Una gaviota blanca, adorante, que aparece inmensa, se acerca por el aire y me abre las alas sin recelo. Ese buen pájaro no ve en mí, como en los muchachos que le tiran piedras, un enemigo fuerte; casi estoy por creer que se da cuenta de que soy su compatriota. Es el espíritu, que, como las golondrinas de las torres, brota del río, cual si éste echara a volar. ¡Amable pájaro simbólico, dios del aire, divino Ibis!...

"No es esto decir que esta paisaje sea invariable, por supuesto, y que todos mis día de Punta Brava (por algo así se llama) sean tibios y apacibles; los suele haber de viento y de frío, y de chubascos. Los vientos del Sur, que vienen de lejos, del Cabo de Hornos quizá, persiguiendo hasta la costa el rebaño, presa de pánico, de las grandes olas, son a veces implacables; andan por el aire gritando, como dioses norsos conquistadores. Y cuando da en soplar el Pampero, viento del Oeste que nos llega a ras del Plata, desde las Pampas o llanuras andinas, el tiempo no es apacible; pierden las gaviotas su equilibrio o divina euritmia, y los pájaros dispersos buscan abrigo en los aleros, callados o dando chirridos; los árboles pasan sus largas horas de desamparo, y yo pienso en ellos, cuando despierto de noche, y oigo el huracán, remoto o próximo, que anda en el aire.

"Pero, sobre ser el caso poco frecuente, esos mismos vientos pamperos, como los que conocemos desde niños, son menos desaforados para nosotros que para los extraños; están en su casa, y hasta tienen algo de los amigos importunos o pesados, que se echan de menos cuando dejamos de verlos algún tiempo; son nuestros pamperos. Ellos nos sirven, por otra parte, para apreciar mejor, y gozar con mayor gratitud, de las mañanas y tardes de bendición, llamémosles místicas, que son allí constantes: los aguaceros seguidos de sol, con su Arco-Iris del uno al otro horizonte; los ponientes gloriosos, con sus nubes en forma de lagarto o de palomas dispersas, sus procesiones de arcángeles dorados, y sus remotas ciudades caminantes, llenas de cúpulas, en el divino silencio.

b) La Acción

"Una de esas tardes era la de ayer, precisamente, y mejor no pudo elegirla, para visitarme en mi rústica heredad, un buen amigo mío, hombre de bien a carta cabal, persona acaudalada, y de más que mediano entendimiento . Me encontró solo, trabajando a más trabajar con el rastrillo. Los árboles estaban alegres, y las enredaderas no habían cerrado los ojos azules todavía entre las hojas; mi torre parecía de mármol, y el río de esmalte azul; la cúpula del cielo estaba recién dorada por los artistas diáfanos .

"Mostraba yo envanecido todo lo mío, todas aquellas cosas, a mi amigo; mis árboles, mi pedazo de mar, la última porción de sol de aquel día, que me quedaba en las paredes de la torre. Y él, después de mirar a su alrededor, a lo lejos, hacia arriba, me miró a mí, como si hubiera descubierto un secreto que yo guardaba, el de mi caudal; me miró riendo, con aire de parabienes. '¡Cómo habrán subido ahora de precio estos terrenos!' me dijo, por fin; 'éste es ya un buen lote. Pero es preciso adquirir ese solar de al lado, para tener mayor frente sobre la rambla... ¿Cuánto vale ahora el metro por acá?' [...]

"¡El metro! ¿Pero acaso esto tiene metros, Dios mío? ¿Es esto realmente un lote, que haya de completarse quitando el suyo al vecino? Nada de todo esto es mío, pues, desde que tiene precio; nada de esto; lo mío no tiene precio... Aquel ingrato amigo no había estado observando, como yo lo creía, ni el ombú que estaba a su lado, con el último toque de sol gratuito, ni el horizonte de cobre enrojecido, ni siquiera el mar; había advertido que por allí se había hecho, no por culpa mía, ciertamente, una rambla o avenida alquitranada, por la que corría, a todo correr, un carruaje automóvil, entre una nube de bencina. Y que no tenía más objeto que el de adelantarse a otro carruaje, que, a su vez, sólo corría por correr, desaforado.

"Y allí, junto a nosotros, tocándonos la cara con las ramas, estaba un peral lleno de peras maduras, en forma de campana, que parecían naranjas, por la luz del sol poniente. El árbol, plantado por mí, uno de mis predilectos, me miró con la expresión de un inofensivo animal salvaje acabado de atrapar; me miró como si hubiera oído un disparo. Que también los árboles sienten el pánico, si los observamos. En poco estuvo no lo experimentara yo mismo; sentí, cuando menos, algo como el efecto de una amenaza a mis ombúes sin valor, a mi casa de poco precio, guardada sólo por un perro compañero de mis nietos, a la puerta de mis abuelos, de débil cerradura . Hubiera querido esconder todo aquello, ponerlo a salvo en otra parte, en otro rincón de mi tierra, con sus horizontes y sus gaviotas.

"¡Oh las naciones grandes, las confederaciones fuertes, hijas del dios Pan, el que infunde los pánicos !

"También las grandes fortunas de los hombres se forman así: por la conglomeración de las chicas aniquiladas. Y así se amasan los patrimonios suntuosos, donde no se pone el sol, y donde no se goza de la noche estrellada. Y así nacen las grandes ciudades, con sus palacios impersonales, que desalojan a las bellas torrecillas dadas de cal, en que viven las alegrías, y anidan las caridades, las continencias, la resignación y la paz (cursiva nuestra).

"Y los hombres se enorgullecen de las ciudades, de las patrias armipotentes, grandes lotes de muchos metros, de mucho valor venal, y de mucho humo de bencina y de pólvora.

"No hay paz para el soberbio, dice el libro santo. La paz es una entidad del orden moral, superior al jurídico. La quietud, el descanso, el silencio, la riqueza, el placer, son cosas del orden material. No está en ellos la paz. No te basta con tenderte en la cama para estar en paz; ni siquiera en el sepulcro. El descanso, el silencio, el mismo sueño, el último inclusive, serán enemigos que te inquietarán. La paz es una actividad. Si quieres ser feliz (cursiva nuestra), procura ser hoy un poco mejor que ayer; aprende a estar contento, alegre; goza sólo de aquello que estés seguro que te viene de la mano de Dios, y así hallarás el goce, aún en el dolor. Y hallarás paz en el soñar de la vida, y en el de la muerte.

"Yo tuve que recibir, sin embargo, los parabienes de mi buen amigo, porque eran bien intencionados. Este libro ha nacido de su visita (cursiva nuestra). Y, como suele salir un pájaro cantando de entre las yedras que envuelven un viejo muro, el niño de sesenta años que tengo en el corazón, y que en este libro ha pensado, o cantado, o dicho místicas ingenuidades, salió de entre las hojas... Sí, contesté a mi amigo tristemente, mirando el mar; efectivamente, deben de haber subido mucho de precio estos terrenos .... ¡qué le hemos de hacer!... Y el mar me miraba... Y yo miraba largamente el mar, y sentía el silencio de mis mares interiores".

2.21 Colofón

Releyendo estas páginas de Juan Zorrilla de San Martín, mi corazón acompaña su lectura con un amén agradecido y perenne. Ellas son proféticas, porque confortan el corazón creyente con la verdad de Dios.

Pero también acompaña la lectura un sentimiento semejante al del Poeta de la Patria, porque tan hermosas razones y estas páginas en que tan bellamente se dicen, -¡oh universales síntomas de una misma enfermedad de acedia que aqueja hoy también a los creyentes- hayan caído en el olvido. No tiene buena prensa nuestro Zorrilla. No tienen hoy mucha aceptación, entre algunos, las verdades que tan místicamente percibió y poéticamente supo expresar. A pesar de la protesta profética de Zorrilla, es la óptica de Piria la que ha dominado a la sociedad uruguaya, que no es excepción en el concierto de las naciones. Sin embargo, por una especie de milagro, la única casa que se conserva en medio de las torres que ocuparon la rambla, como profetizó Zorrilla, es la suya, convertida en Museo. ¿Una atención del Señor con su amigo? ¿Un signo de que la caridad no pasa más, y confiere también permanencia, figura de la eternidad, a las obras que de ella nacen?