Por esta parte de nada
Por
esta brecha en el ser inacabado que somos,
abierta por el lado de lo imposible
por donde tú
pasas a veces;
por esta
flaqueza nuestra encargada de
enseñarnos
clemencia
y estas cuñas
clavadas en nuestra suficiencia
que nos impiden
cerrarnos y hundirnos en la deglución de nosotros mismos;
por las
desigualdades del mundo en vano propuestas a las compensaciones del amor;
por este deseo
de ti que fundamenta nuestra libertad y que nada calma;
por la inconmensurable distancia que nos separa de tu belleza
y de la que suponemos que os inspirará la caridad del tiempo,
¡Señor, ten piedad de nosotros!
Por la imperfección que nos dispone a la plegaria,
y por este combate
espiritual,
perdido y renovado sin cesar, que nos hace hombres;
por este trecho
de camino ante nosotros
en la tierra que se nos permite hacer contigo,
sin reconocerte, y que acaba, sin embargo, en Emaús,
¡Cristo, ten piedad de nosotros!
Por esta parte de nada que me vuelve ininteligible para mí
y para los demás,
pero no para ti, el único que sabes mi nombre, esta nada de
donde vengo,
por esta nada que es nuestra manera propia de ser infinitos
y que tanto valor
nos da a tus ojos,
¡Señor, ten piedad de nosotros!
Sí, por esto y por todo aquello por lo que olvidamos darte gracias,
¡Bendito, tú, por quien todo ha sido hecho!
Invoco tu justicia
Dichosos los que han escogido el camino inmaculado para caminar por él en la ley.
Los que se aplican a tus instrucciones, oh Dios mío, los que ponen todo lo que tienen en practicarlas.
—La ceguera no
me ayuda a ver claro,
ni a caminar
derecho, sino a ir de medio lado.
Ojalá se me
abriera una senda para ir
hasta el
límite de tu justicia.
—Bendito sea este mandamiento que descansa en mí la mirada.
Invoco tu justicia, línea a línea, artículo por artículo. Me dedicaré a ti y tú te dedicarás a mí.
¡Oh, qué sueño tenía!, sueño y ganas de dormir.
Ahora me dices: ¡arriba!
—Retírame la alfombra del mal de debajo de los pies, crea en mí una inclinación hacia el bien.
He escogido la verdad, he aprendido las reglas de memoria.
—Me adhiero a todo rastro dejado por ti. No me confundas con otra cosa.
¿Tus mandamientos? Un trampolín bajo mis pies.
Me di cuenta,
Señor, de que eras justo:
la verdad por el
camino de la humillación.
—Vale la pena
estar apenado
para saber cómo
sabes consolar
y cómo acudes,
en el examen de conciencia, con tu piedad.
El orgullo me ha hecho perder la
cabeza:
hasta que me he dado de bruces en cada una de mis faltas.
¡Oh
mal sagrado de la esperanza, a poco que el corazón me falle!
Ha
helado en mi piel, pero el corazón resiste. ¡Cuánto tiempo, cuántos días aún!
¡Y
toda esta gente que se divierte atormentándome! ¡Todas estas historias idiotas
que me cuentan! Prefiero tu ley.
—Un poco más y me desvanecería como el humo. Me aferro a tus mandamientos.
Tu palabra, Señor, subsiste eternamente en el cielo, y la verdad, de generación en generación, sigue siendo verdad.
En el país del olvido
De
día, Señor mi Dios, te llamo en mi ayuda
y de noche clamo ante ti.
Que mi oración
llegue hasta ti,
presta oídos a
mi clamor.
—Porque estoy
saciado de desgracias,
soy como un hombre acabado,
sumergido en un piélago
en las
tinieblas y los abismos.
—Objeto de
deshecho.
Estoy
encerrado, ya no puedo salir,
mi mirada está
empañada de sufrimiento.
—Pero yo te
invoco, Señor,
tiendo cada
día mis manos hacia ti.
¿Se puede
conocer tu amor después de la muerte,
publicar tus
maravillas en el país del olvido?
Basta abrir
los ojos: la creación entera gime
todavía, en el
momento presente, con dolores de parto.
—También
nosotros gemimos interiormente,
esperamos la
adopción, la liberación de nuestro cuerpo.
En esto, oh Dios, has probado tu
amor hacia nosotros:
en que Cristo
ha muerto por nosotros, cuando aún éramos pecadores.
Porque somos
tus hijos, ¡oh Padre!, los coherederos de tu Hijo,
si
participamos de sus sufrimientos, participamos también de su gloria.
—Si tú mismo
estás con nosotros,
¿quién estará contra nosotros?
—Tú que no has librado a tu
propio Hijo;
sino que lo has entregado por todos,
¿cómo no vas a darnos con él
todo bien, toda vida?
—Gracias te sean dadas, oh Padre,
por Nuestro Señor Jesucristo.
Todo es tuyo,
por ti y para ti.
¡A ti la
gloria, por siempre!
Polvo cotidiano
Señor, no te apartes de nosotros, porque somos pecadores. Oh Dios de los pecadores cotidianos, de los cobardes, de los vulgares: nuestras faltas no son extraordinarias, son polvo cotidiano, y tan corrientes que casi las olvidaríamos, si te olvidamos a ti, el tres veces santo, y olvidamos tu deseo de poseernos por entero. ¡Dios de los pecadores, de los tibios, de los indiferentes, ten piedad de nosotros!
Mira este corazón que sólo te da el mínimo, que no quiere gastarse en tu amor. Mira estas oraciones: te las dirigimos con parsimonia y casi a regañadientes y con frecuencia nos sentimos felices de pasar de la oración a otro tema. Considera este trabajo: es, a veces, mediocre, inspirado muy pocas veces por un amor fiel a ti. Escucha estas palabras: provienen muy pocas veces de un corazón bueno y amante que se olvida de sí mismo para servirte. ¡Ten piedad de nosotros, Dios magnánimo y amigo del hombre!
Dios Santo, tu Hijo se ha ofrecido en sacrificio por nosotros; por eso tenemos el atrevimiento de invocarte. El pagó el salario del pecador que es la muerte. Por eso no desesperamos en la vida. Veneramos el misterio que anuncia su muerte hasta que vuelva. Por el sacramento en el que está presente el Crucificado resucitado, te rogamos Padre de las misericordias: ten piedad de nosotros, según la grandeza de tu misericordia. Y nuestro corazón alabará tu bondad eternamente.
Sácale el jugo a mi miseria
¡Júzgame, pero
sálvame como me amas!
Señor, ábreme tus manos, tus manos más profundas
que la noche,
para que arroje dentro mi alma
y te entregue a escondidas el
pecado más salvaje de mi corazón.
Sácale el jugo a
mi miseria entre tus dedos,
como un fruto cuya
pulpa estalla con fuerza.
Vengo para que me juzgues, vengo...
arranca mi raíz,
ahonda mi herida,
escarba hasta el
pozo ciego, donde soy verdadero.
Tus ojos aclararán los míos porque tú lo ves todo.
He colgado mi
corazón en ti,
quítame la mentira.
Señor, abre tus manos para que yo me arroje
en ellas
y limpia todo lo que he empañado.
Oh Dios mío, que
devuelves la justicia,
sólo tú sabes lo
que yo callo entre tus rodillas.
He permanecido ante ti, temblando de ser
infiel.
Mi luz era vacilante y tan débil sobre el bien
y
lo mismo casi sobre el mal
que salgo del
secreto donde tanta sombra los mezcla
sin saber qué pecador o qué justo soy.
No sé nada de
nosotros,
sino esta alegría conjunta, oh
Padre mío,
entre el peligro que corro.
No conozco más que tu gracia y tiemblo:
si tú faltas, no tengo auxilio en mí.
Tengo miedo e ignoro siempre el rostro
que
para vivir y morir llevo ante ti.
Pero tú, cuya mirada ensambla todas mis
edades, ¡conóceme!
Tú lo puedes, tú, Dios mío, ¡conóceme!
A ti me abandono,
suprema luz,
júzgame, pero ¡sálvame como me amas!
Tú lo has revelado
Señor,
caemos y no
podemos levantarnos,
estamos
paralizados,
impotentes para
continuar.
Sostenidos por
la fe de tu iglesia
venimos hacia ti
porque ¿quién
puede perdonar los pecados sino tú?
Levántanos y
cúranos
por tu
misericordia,
por Jesús,
nuestro hermano,
porque tú lo has
levantado de la muerte,
el que vive junto a ti
para este mundo
y para todos los tiempos.
Señor Dios
nuestro, tú das
tu luz y tu
palabra a quien las busca,
das tu reino
a los pobres y a
los pecadores.
Por eso no
podrás carecer de indulgencia
con nosotros.
No nos despidas
con las manos vacías,
sino sácianos
hoy,
en Jesucristo,
tu palabra de
fidelidad,
tu luz viva en
este mundo,
el pan de tu
vida para nosotros.
He aquí que
venimos hacia ti juntos
y no por
nosotros solamente,
sino por todos
los hombres que viven hoy,
que viven nuestra vida, bajo el mismo cielo;
por
nuestros conciudadanos y nuestros vecinos,
nuestras
amistades y nuestros conocidos, por nuestros amigos.
Tratamos
también, Señor, de orar
por los que
evitamos,
por todos
aquellos que nos son extraños,
por los que no podemos amar,
por nuestros
enemigos.
Pero ante
todo, te damos gracias
por los que
nos son queridos
y dan un
sentido a este mundo,
por los que
nos son más próximos,
aquellos que
nos han sido dados y confiados.
¡Dámelo!
Señor, mírame al
pasar.
Albérgate un
momento en mi alma,
ponla en orden,
aunque no me
digas nada.
Si tienes deseos
de que crea en ti,
dame la fe.
Si tienes deseos
de que te ame,
dame el amor.
Yo no lo tengo y
nada puedo.
Te doy todo lo
que tengo:
mi debilidad, mi dolor.
Y esta angustia
que me atormenta y que bien sabes...
Y este desamparo... Y esta vergüenza
azorada...
Mi mal, sólo mi mal...
Eso es todo.
¡Y mi
esperanza!
A veces también me presento a Dios como una portadora de dolor, cargada con todos los fardos de la vecindad, y le digo: «No me prestes atención a mí. No puedo agradarte. Mira solamente los sufrimientos que te traigo, como una pobre enviada que viene de parte de otros. He aquí el mal de mi padre, he ahí el de mi amigo, el de tal o tal otro».
Tú estás
ahí, mi Dios. ¿Me buscabas? ¿Qué quieres?
No tengo nada que darte.
Desde
nuestro último encuentro no te he reservado nada para ti.
Nada... ni una
buena acción.
Estaba demasiado cansado.
Nada... ni una buena palabra.
Estaba
demasiado triste.
El desagrado de vivir, el fastidio, la aridez.
—¡Dámelo!
—La prisa, cada día, por ver terminada la jornada, sin
servir para nada;
el deseo de tranquilidad lejos del deber y de las obras;
la indiferencia por hacer el bien;
el cansancio de ti, ¡Dios mío!
—¡Dámelo!
—La torpeza
del alma, el remordimiento de mi desidia
y la desidia más fuerte que el
remordimiento...
—¡Dámelo!
—La necesidad
de ser feliz, la ternura que se hace añicos,
el dolor de ser yo sin
recursos...
—¡Dámelo!
—Las turbaciones, los espantos, las dudas...
—¡Dámelo!
—¡Señor!,
veo que vas recogiendo deshechos e inmundicias como un trapero.
¿Qué quieres
hacer con ellos, Señor?
—El reino de los cielos.
Abre mis ojos
El pecado que
es mi modo de obrar,
la mentira que es mi lenguaje,
¿qué haces para
tolerarlos?
Hay manchas
negras en mi cara,
pero existe también esta misericordia en la que soy
aceptado.
Penetraré, entraré en tu hogar, en tu casa.
Cierra, cierra
los ojos, Señor,
a todas las imbecilidades de mi juventud
y encuentra en
tu misericordia una excusa para tu bondad.
Abre tu mano,
dame la vida, reanima en mí tu palabra.
Abre mis ojos para que vea claro a
través de tus maravillas.
Avanza y yo avanzaré, marca un paso que yo pueda
seguir.
Comunico a toda esta gente que me rodea
que me siento en disposición de
rezar.
¡Irrádiame
este rostro vivo para que me alimente de él!
Al mal le falta un cierto poder
de penetración.
Pero tú, tú nos entras, oh Dios, hasta el alma.
Me levanto
bajo tu mano que crea, oh Dios mío,
porque tú eres el que me ha escrito de
arriba abajo y soy legible.
¡Léeme el corazón con todo lo que he aprendido de ti!
Dios ha puesto
la mano en nuestra liberación:
¡Y he aquí, de
repente, que nuestra felicidad es cierta!
¡Nuestra boca se ha llenado de
alegría!
¡Nuestra lengua se ha puesto a hablar sola!
La gente dice a nuestro alrededor: ¡Dios se ha empeñado por ellos!
Sí, se ha empeñado por nosotros, ¡hemos conocido la
alegría!
¡Pon la mano, Señor, en nuestra liberación como la lluvia!
¡Como la lluvia a torrentes sobre una tierra desecada!
Bendito seas
¡Oh soplo de
nuestra vida y esplendor de nuestra belleza, Señor Jesucristo,
tú eres bendito
en lo más alto de los cielos!
Tú, luz y dador
de luz,
no te complaces
con el mal,
no quieres la
perdición,
no deseas la
muerte.
Tú no eres
intermitente en tu amor,
no cambias en tu
compasión,
no varías en tu
bondad.
No das la
espalda,
y no vuelves el
rostro
sino que eres
totalmente luz y voluntad de salvación.
Si quieres
perdonar, puedes;
si quieres
curar, eres poderoso;
si quieres
vivificar, tienes poder.
Si quieres
cambiar, eres todopoderoso;
si quieres renovar, eres creador;
si quieres
resucitar, eres Dios.
Si quieres tener
cuidado de nosotros, eres Señor de todos;
si quieres arrancar el pecado, eres
socorro;
si quieres
afirmarnos, a nosotros quebrantados, eres roca.
Si quieres darnos de beber, a
nosotros sedientos, eres fuente;
si quieres
saciarnos, a nosotros hambrientos, eres el pan de vida;
si quieres
instruirnos, a nosotros que tan mal te conocemos, eres maestro.
Todas las bendiciones te
pertenecen,
oh Señor de misericordia;
no sólo han sido escritas, sino cumplidas y realizadas.
Oh tú, que por nuestra salvación has combatido un duro combate,
para que la compasión que tú nos tienes,
la manifiestes en actos y con verdad,
¡bendito seas por los siglos!