TU EN TU CREACIÓN

Pero todavía queda algo. Tu creación no es sólo una señal hacia ti, no sólo proclama fuertemente tus alabanzas, no sólo es un símbolo y semejanza tuya, no sólo tiene un parentesco semejante (aunque remoto) contigo, sino que todavía hay ahí un misterio al que casi no me atrevo a tocar. ¿No te está la creación todavía más íntimamente ligada? ¿No estás tú en ella, y no sólo como te encuentras presente en todas las partes, sino de una manera especial?

Se me ha dicho que tú eres el SER subsistente. Tu propia esencia la constituye el ser y tú eres tan SER como yo soy hombre. Y desde la zarza ardiente ya comunicaste tú esta idea sobre ti. Tú escogiste esta palabra SER como tu propia descripción. Tú eres EL QUE ES. Y no sólo eso, tú eres EL SER. Si la cosa es así, no puede existir nada sin que tú estés en ello. Pues no podría tener ningún ser si no estuvieses ahí tú que eres el SER. Y no puede tampoco haber ningún ser fuera de ti. No puede haber nada que exista que no lo tengas tú en ti, tú que eres el SER. Fuera de ti sólo existe la nada, y lo que en realidad exista, debe ser en ti. Nada puede adelantarte en algo; no puede tener nada, que tú no tengas y que tú no seas.

Qué inteligentes expresiones son las que utilizaba uno de nuestros pensadores; y opino que él contempló de ti más que muchos otros, aunque su ingeniosidad a veces le llevase al abismo del engaño y del error: «Todas las creaturas son una pura nada. No digo que sean diminutas o nada: Son una pura nada. Lo que no tiene ser eso es la nada. Ninguna creatura tiene el ser porque su ser desaparece ante la presencia de Dios... Todas las creaturas son vanidad y una pura nada frente a Dios. Lo que son en realidad lo son en Dios.» (Maestro Eckehart).

¿Y qué es de tu mundo? ¿Es algo fuera de ti? Porque fuera de ti solamente existe el no-ser ya que tú eres el ser. ¿En realidad es que tú eres tu mundo? ¿Es propiamente tu ser, tu mismísimo SER lo que es en el mundo? Si este mundo tuviese otro ser distinto a ti, ¿cómo podrías tú ser el SER, si hubiese otro ser que no fueses tú? ¿Es que en realidad eres tú el ser de todas las cosas y propiamente yo te veo a ti cuando veo a las cosas?

Si yo dijese eso, diría una gran barbaridad, sería un panteísta y te empequeñecería sin medida, más de lo que podrían empequeñecerte un millar de latigazos. Debería caer de rodillas ante tu mundo y adorarle, pues propiamente serías tú quien se encontraba en el mundo. Tu mundo no sería otra cosa sino tú, tu forma. Y todo lo que yo dijese del mundo valdría igualmente de ti. Pero tú eres mucho más grande, incomparablemente más grande que tu mundo, tú eres totalmente distinto, infinito, trascendente. Esos mismos hombres, los panteístas, se escandalizan de nuestras iglesias y tabernáculos, «que encierran a Dios como un fugitivo y lo maltratan como a un animal prisionero y herido» (Rilke). Señor, nosotros sabemos que ningún cáliz ni ninguna iglesia puede apresarte, aunque creamos que tu presencia se encuentra concentrada ahí de una forma especial, pero esos otros quieren encerrarte a ti en su mundo. Piensan que tú y el mundo sois como los lados convexo y cóncavo de una realidad. Pero ante ti, el mayor de los universos no es mayor que un cáliz o un sagrario y nos equivocamos cuando creemos que también es válido para ti el que a un gran señor le corresponde una gran vivienda, tú, que careces de morada y que habitas en ninguna parte y en todas. Así son los panteístas: hombres que te aplican nombres muy elevados pero que piensan muy pobremente de ti y que quieren encerrarte en su mundo de pordioseros.

Pero si yo respondiese no a aquella pregunta, entonces existiría, o al menos así me parece, algo que tú no eres y que tú no tienes. Existiría un ser que no serías tú y se alzaría el ser contra el SER, el mundo contra Dios. Existiría algo que no sería el SER.

Señor, voy tanteando en la oscuridad; ¿debo decir las dos cosas, sí y no? ¿Pero eso no sería contradecirse? Pero quizás sea así, que yo de ti debo siempre afirmar y negar, que solamente puedo hablar de ti en oposiciones y contradicciones aparentes, que una frase clara y concreta de mi lenguaje y un pensamiento inequívoco de mi razón son demasiado pequeños e insuficientes para que puedan abarcar tu realidad. Tú, «bosque de contradicciones» (Rilke), quizás como más me acerque a ti sea por medio de frases dialécticas y oposiciones. Todo lo que puedo decir de ti son ese tipo de afirmaciones y negaciones. Debo así decir: Tú me eres semejante y tú me eres diferente. Tú me estás cerca y tú me estás lejos. Incluso me parece una contradicción cuando digo que tú eres justo y misericordioso. Pero quizás estas frases y contrafrases dichas de ti no sean propiamente contradicciones y oposiciones, no choquen entre sí, sino que delimiten una realidad que es muy superior a lo que yo podría expresar en una sencilla frase. Quizás el dialéctico sea quien más intuye sobre ti... aunque en realidad no sepa nada porque toda nuestra ciencia sobre ti es una ignorancia (san Agustín). Señor, ¿puedo yo decir ahora: Tú estás en lo más interno de mi esencia y eres mi ser, aunque tú seas totalmente distinto? ¿Puedo yo decir que tu creación es sólo la sombra de tu luz y pese a ello es tu resplandor, que es tu obra y que sin embargo es tu propio ser el que está ahí? Cuando contemplo una flor ¿es solamente un regalo y un saludo tuyo, o es tu ser lo que se me ofrece a mí desde la flor? Sé ciertamente que tú ERES EL SER y que sin ti y fuera de ti no existe nada.

Y entonces me dicen a mí los teólogos que todas las perfecciones de este mundo y todo el valor de las cosas son sólo una participación de tu valor y de tu perfección. Cuando yo participo de cualquier valor terrestre o de una cosa de este mundo, entonces este valor y esta cosa están en mí, si no total por lo menos parcialmente, ese valor y esa cosa misma; pero cuando yo participo de ti, ¿estás tú también en mí? En todo caso deberías estar ahí totalmente porque a ti no se te puede dividir. Nuestros pensadores se quedan ahí y yo quiero también admitir que toda nuestra bondad, nuestra sabiduría, nuestra piedad, nuestra santidad, nuestra verdad, nuestra grandeza, nuestra hermosura, no son otra cosa sino una participación de tu bondad y santidad y verdad y hermosura. Sólo porque tú eres bueno, verdadero, hermoso y santo, sólo por eso, poder os serlo también nosotros y lo somos en la medida que participamos de ti. Así no son nuestros valores sino una filial de ti; nuestras virtudes y nuestra santidad no son sino un don de ti, y este don eres tú mismo, pues tú eres la verdad y la belleza y la hermosura.

He oído esta historia de los primeros tiempos del bolchevismo que me puede aportar alguna claridad. Un comunista se encontró en la calle a un niño que lloraba y le preguntó por qué lloraba. Y el niño le respondió: «Porque tengo hambre.» — «¿Qué te ha dicho tu madre que debes hacer cuando tengas hambre?» — «Debo rezar a Dios.» — «¡Pues reza a Dios para que te dé pan!» Y el niño rezó. Al cabo de un rato le preguntó el comunista al niño si ya había recibido de Dios el pan. Y el niño respondió: «No.» — «Ves tú, Dios duerme o ya ha muerto, así que no tiene ningún sentido el rezarle. Pero rézale pidiendo pan al estado cuyo representante soy yo, y me parece que no se portará como Dios.» Y el niño rezó al estado y el comunista le dio el pan. Señor, ya sé que es una equivocación totalmente satánica (no sólo la realiza el comunista, todo el mundo está cogido en ella), es el engaño de que algún hombre pueda ser bueno, misericordioso y noble, sin que tú, Señor y Dios, te escondas detrás de él, y no sólo detrás de él sino que también conduces su mano y su voluntad, y no sólo eso, sino que también le dejas participar de tu bondad y misericordia. ¡Es un engaño satánico el pensar que puede haber algún valor sin ti, Señor! ¡Como si hubiese algún ser que tú no fueses y se encontrase en oposición a ti! Se me dijo en cierta ocasión que cuando se me pregunte: «¿Dónde está tu Dios?», realice yo una buena acción y diga: ¡Aquí está Dios, en mi obra buena! Los apóstoles se escandalizaron en cierta ocasión porque otros obraban milagros, porque vieron el poder de Dios en otros. Señor, yo no quiero escandalizarme porque otro sea también bueno, porque tú actúes también en otros, incluso en aquellos que no creen en ti y que no quieren reconocer todo esto. Y el Salvador tomó el «ser bueno» en una relación especial hacia ti: «¿Por qué me llamas a mí bueno? Nadie hay bueno fuera de Dios.»

Señor ¡tú estás en nosotros!

Un hombre puede ser justo y yo me asombro ante este hombre justo, pero tú, Señor, eres la justicia y ese hombre no sería justo si tú no existieses y no le hicieses participar de tu justicia. Un hombre puede ser misericordioso y ese hombre misericordioso me llena de alegría, pero tú eres la misericordia y tocas su corazón y su mano para la obra misericordiosa. Un hombre puede ser bueno (¡qué poco buenos somos nosotros!) y yo me emociono de ese hombre bueno, pero tú, Señor, eres la bondad y ese hombre no sería bueno si tú no estuvieses en él. Es propiamente tu bondad la que se me presenta a mí en él. Un hombre puede ser amable conmigo y yo debo a mi vez amar a ese hombre amable, pero tú eres el amor, y así eres tú el que desde ese hombre me ama, y tú eres lo que él me regala cuando me regala su amor... Propiamente no debo decir nunca que aquel hombre es justo, misericordioso, bueno, amable... nosotros no lo somos en verdad. Sino que yo debería decir en realidad que tú eres en él el justo, misericordioso, bueno y amable. Todos nuestros méritos son una partecita de ti.

Señor, yo me espanto ante estas palabras. ¿Acaso son sólo palabras y expresiones vacías? No lo creo. Me alegría que nuestro Salvador nos haya dado una comprobación de esta verdad, y que por su parte nos haya vuelto a colocar de nuevo en esta íntima relación a ti. Tu Hijo nos ha asegurado que él es la vid y nosotros los sarmientos. Me parece que es uno de los dichos más importantes del Salvador y uno de los más hermosos que nos dijo éste de la vid y los sarmientos y que cada día deberíamos recordarlo y que nunca, nunca deberíamos olvidarlo aunque nos olvidásemos de todo el resto del evangelio. El la vid, nosotros los sarmientos... No estoy acostumbrado a ver ahí una gran diferencia, veo la unidad entre la vid y los sarmientos, los dos juntos forman la viña, la planta, un organismo. Los sarmientos viven totalmente de la vid. La misma vida corre a través de los dos. ¿Cómo debo yo ahora entender esa unión entre el Salvador y yo, debe ser solamente una unión moral como la que se da entre dos amigos o entre el profesor y su discípulo? Señor, me parece que esta unidad yace en realidad en el ser. Señor, no puedo considerar con bastante frecuencia esta comparación de la vid y no puedo pensarla lógicamente hasta sus últimas consecuencias. Sarmientos del Salvador que al mismo tiempo reza todavía a su Padre para que nosotros seamos unos en él como él es en el Padre... ¡qué unidad! ¡Qué mezclarse de mi existencia con tu existencia, oh Dios grande y bueno, que ya en verdad no estás lejos de mí, no me estás lejos, sino que nosotros vivimos y nos movemos realmente en ti! Miembros del Salvador... El está en mí activo, él trabaja en mí, él reza en mí. Mi vida es solamente una continuación de la vida de Cristo (¡qué responsabilidad también! ¡Ay si reniego de ella! ¡Si yo estropeo la continuación de la vida de Cristo y la aparición y la realidad de Dios en este mundo! ¡Con ello falsificaría la vida misma de Cristo y le ultrajaría todavía más de lo que lo hicieron los sayones!) Ahora comprendo yo aquí a san Pablo cuando dice que él quiere completar en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo; ¡yo también debo hacerlo!

¡Señor amoroso, enséñame a comprenderlo! Enséñame a comprender que tú y yo no estamos separados por toda clase de tabiques que cierran herméticamente. No quiero imaginarme que yo vivo en la planta baja y tú, Señor, habitas el primer piso o quizás todavía más lejos de mí. Tú estás en mitad de mi existencia. Tú estás en el meollo más íntimo de mi ser. Tú estás más cerca de mí que yo mismo. Y no sólo estás tú en mí. Cuando yo desde un recodo de mi camino contemplo un nuevo valle, lleno de verdes prados y de cumbres, lleno de resplandor y de sol y contengo la respiración ante tantas bellezas de tu mundo, allí me pongo realmente en contacto contigo. Tú me miras desde tu creación que no es solamente una imagen tuya sino que propiamente está y respira en ti. Tú estás ahí.

En cierta ocasión te buscaba, Señor, en el monte Colombo un hombre que te comprendió y que sabía de ti como casi ningún otro. Francisco de Asís. El santo descendía la ladera. Allí debía haber una cueva. La encontró. Sólo las encinas que crecían en la hondonada le contemplaban y meneaban su copa. San Francisco se arrastró adentro como si buscara el interior de la tierra, roca a la derecha, roca a la izquierda, y sobre sí la oscuridad de la caverna. Llegó la noche, se instaló ante la oquedad y la tapó. Entonces se hizo un gran silencio y oscuridad en torno a aquel hombre que buscaba a Dios. Para él no existía sino el Uno y el Unico. Y entonces te rezó a ti:

«Tú eres el Señor santo, tú eres el Hijo de los dioses, que sólo obra maravillas. Tú eres fuerte, eres grande, eres altísimo, eres omnipotente. Tú eres el Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Dios. Tú eres bueno, eres todo bien, el sumo bien, Señor, Dios uno y verdadero. Tú eres amor y caridad. La sabiduría tú, tú la humildad. La paciencia tú, la belleza tú, tú la seguridad. Tú eres la tranquilidad. Tú eres la alegría. Tú eres la esperanza nuestra y la leticia. Tú eres la justicia y la templanza. Tú eres la fortaleza y la prudencia. Tú eres toda riqueza suficiente. Tú eres la mansedumbre. Tú eres el protector. Tú eres el custodio y el defensor. Tú eres el refugio nuestro y la virtud. Tú eres la fe, la esperanza y la caridad nuestra. Tú eres la gran dulzura nuestra. Tú eres la bondad infinita, grande y admirable. Señor, Dios mío, omnipotente, misericordioso y Salvador.»

Cómo me impresiona esta oración, Señor, que yo a gusto quisiera hacer mía pero temo que soy demasiado pequeño, demasiado loco, demasiado atado a la tierra y a las sombras, demasiado poco esencial. Todavía soy demasiado hombre como para rezar así.

Tú eres, tú eres, tú eres, tú, tú... Así rezaba este Francisco en el interior de la tierra, ese hombre que se ha escondido allí de todo el mundo y de sí mismo, de todo lo que pudiese apartarle de este gran Tú. Su propio yo no dice ahí ninguna palabra, no insiste en ese balbuceo del hombre orante que ha abierto sus ojos a la realidad. Está muerto, ya• no existe, es como si no hubiese existido nunca. Para ese hombre que reza hay solamente una realidad, el TU de Dios, el SER de Dios. ¿Qué se podría poner enfrente que de alguna manera pudiese comparársete, de alguna manera digna de ser mencionada ante ti, Señor? ¿Habla ahí todavía alguien sobre su propia existencia, sobre tus sombras, tus creaturas? Si él hablase de ellas, sólo podría decir: «Nihil sum, sed tuus sum» (Card. Wiseman), «No soy nada, pero soy tuyo.» O como Agustín: «Nihil sum, nisi quod expecto misericordiam Dei.» «No soy nada sino que espero la misericordia de Dios.» ¡Oh dicha sobre toda dicha; nada, no ser nada, y pese a ello ser tuyo, Señor, todo nuestro ser no es otra cosa sino ser tuyo! ¡Oh dicha sobre toda dicha, no ser nada y pese a ello llegar a ser llenos de tu misericordia, llegar a ser considerado, llegar a ser amado! ¡Cómo me alegro de no ser nada ante ti, cómo me alegro yo de que tú solo seas! ¡Esta es mi eterna alegría!

 

Ante tu ser todo es fugaz como una niebla de otoño, y se marchita y se cae. Y nosotros nos hundiríamos en lo sin fondo y nos encontraríamos en lo sin límites, si no tuviésemos un descanso, el último descanso, el único descanso, en tu Tú. Señor, en la desesperación de nuestros días, en la pobreza de nuestro ser, en el sufrimiento del dolor, sólo hay un consuelo, sólo una felicidad: ¡Tú! En todas las irrealidades y las nebulosidades, en los abismos de nuestra nada sólo hay una realidad: ¡Tú! Pero nosotros somos siempre nada ante ti. Pero esta es nuestra felicidad y nuestro júbilo, la tranquila alegría en la íntima admiración de nuestra nada:

¡TÚ ERES! ¡TÚ ERES!

Esta es la cumbre de toda la sabiduría y la última explicación y aclaración de todas las creaturas:

¡TÚ ERES! ¡TÚ, TÚ!

Este es nuestro cielo y nuestro grito de júbilo por eternidad de eternidades:

¡TÚ, TÚ, ERES!