TÚ ME BUSCAS

Yo debo buscarte, Señor. Pero en mi búsqueda hay algo esencialmente pobre; voy tanteando hacia ti, pero mis manos casi siempre agarran el vacío; avanzo por el camino hacia ti, pero tu camino es largo, tan infinitamente largo que, cuando un día he avanzado a pequeños pasos de niño y al atardecer contemplo mi recorrido, me parece como si hubiese realizado un círculo o incluso como si hubiese retrocedido. El camino de un hombre hacia ti es largo y nunca llegaría yo a su fin si tú no salieses a mi encuentro. Mi búsqueda resultaría inútil si tú no me buscases. Porque tú en verdad me buscas. Tú vienes hacia mí, a mitad de camino, y no sólo a medio camino sino todo el recorrido. Así avanzo yo hacia ti por los caminos de mis días y preocupaciones, casi desesperando si llegaré a alcanzar la meta, con el temor receloso de que no me suceda nada durante el camino, de que no caiga en mano de salteadores, que no pierda el camino, que no me falle la fuerza y el valor. —Señor, es un largo camino hacia ti—pero cuando yo voy de esa manera, quizás como un niño, temeroso y llorando, como un caminante solitario, quizás como el hijo pródigo que quiere regresar a su padre, entonces... en un recodo del camino... cuando apenas he dado un par de pasos hacia ti... entonces apareces tú en mi busca, tú, bondadoso, Dios infinitamente bondadoso, entonces me encierras tú en tus brazos, entonces me llevas sobre tus fuertes brazos a casa... Ignoro totalmente cómo me ocurre eso... Sólo puedo mirarte en los ojos, contemplarte. El que tú me has buscado al hombre perdido, el que tú te has preocupado para devolverme a casa desde mi destierro, el que yo no te soy indiferente, el que te preocupas por mí, el que has recorrido todos los caminos del mundo buscándome a mí y a otros que han caído allí en manos de ladrones (¡cómo me han desvalijado, engañado mi amor y maltratado!)... sólo admirarme de ello puedo.

No es lo más importante para mí el que yo deba buscarte y descubrirte en los ocultos escondites tuyos de la eternidad; mi búsqueda no es nada, es solamente una llamada de auxilio en un desierto, un gemido sobre la infinitud de un mar sin orillas, y el camino hacia ti es largo y lleno de peligros. Mucho más me debe importar el que tú me buscas, ciertamente debemos preocuparnos nosotros, ciertamente debemos salir al camino hacia ti, estar dispuestos a dejarnos encontrar por ti y llamarte a gritos a ti el Dios que nos buscas, a fin de que nos encuentres. «Ego autem mendicus sum et pauper; Dominus sollicitus est mei» (Sal 39, 18) «yo empero soy un mendigo y un pobre; Dios se preocupa de mí»; sí, esto somos nosotros, pobres mendigos que se alejan por el camino; pero ninguna madre puede preocuparse y cuidarse tanto por su hijo que en algún punto camina en lejanas tierras como tú te preocupas y tecuidas por nosotros para que nosotros nos dejemos alcanzar por ti. «No es lo más importante para nosotros el que tengamos que luchar por Dios, sino que Dios lucha por nosotros, y al fin y al cabo permite y tolera casi todo sobre nosotros» (Le Fort).

¡Y cuán asombroso es tu búsqueda y tu atracción y tu actuación sobre mí! ¡Y precisamente sobre mí! Ya te preocupaste de mí en el comienzo de la Historia; todas tus acciones con los padres de la antigüedad eran pasos hacia mí; en cada palabra que pronunciabas por boca de los profetas me tenías ante tus ojos; y todas las bendiciones de los patriarcas se referían a mí. Tú me buscas, a este solitario, por todos los caminos de la Historia de la Salvación. Y tu encarnación, y tu pobreza en el establo, y tu huida a Egipto y tu regreso, y todo tu peregrinar por las ardientes sendas y los blancos caminos de Palestina eran una búsqueda mía. Tú pensabas en mí y a mí se refiere cada palabra de tu Evangelio, para mí fue proclamado, es una llamada de tu Bondad hacia mí. ¿Respondo yo a ello? Señor, no permitas que tú te hayas preocupado por mí para buscarme, que hayas venido a mí desde tus siglos, que ahora estés ante mí y que yo empero no me preocupe de ti, que no me deje alcanzar por ti, ¡tú, gran Dios que nos buscas! Señor, ¡no lo permitas! Y si yo quiero encerrarme y apartarme de ti en mi cámara, si acaso en mi alma hubiese todavía un ángulo oscuro al cual quisiera cerrarte la entrada, fuerza tú la entrada. Tú, Dios bondadoso, salta todos los cerrojos de mi alma y ven a mi.

Tu última búsqueda, Señor, no me atrevo yo a describirla más, tu búsqueda en el monte de los Olivos y en el Calvario. Sólo me atrevo a decirte:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno
tan temido
para dejar por
eso de ofenderte.

me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme
tus afrentas y tu muerte.

Muéveme tu amor, Señor, y en tal manera
que aunque
no hubiera cielo yo te amara
y aunque
no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera
pues
aunque lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.