TÚ ME ESTÁS EL MÁS CERCANO

¡Tú me amas, Señor! No me dejes olvidar nunca la grandeza que hay en ello. Porque tú no sólo eres para mí un señor lejano, no eres sólo un alto monte que se eleva más allá de mis valles y al que de cuando en cuando contemplo admirativamente; no eres sólo para mí un volcán lejano en mi horizonte, lo suficientemente cerca para verlo, y lo suficientemente lejos para que no me arrase y para alegrarme en los atardeceres con sus resplandores; no eres sólo para mí el motor y el conductor del conjunto de todas las constelaciones, que tiene su puesto de mando en Sirio, pero que no sabe lo que aquí nos acontece a nosotros y en mi alma; sino que eres para mí la empresa y la firma en la que estoy empleado, tú estás en mí, ¡tú estás aquí! Tú eres para mí un Dios cercano, mucho más cercano de lo que pueda estar cualquier padre o madre o un amigo a quien le doy mi total confianza. Porque tú estás en mí. Tú me amas, y amas infinitamente más que cualquier otro, porque un amante me está siempre cercano, se vuelve hacia mí, participa de mis cosas, encuentra todo lo mío importante y digno de consideración; un amante no tiene su mirada oscurecida, me mira con ojos grandes, interrogantes y ansiosos. Y nadie puede contemplarme tan profundamente como tú ante quien la noche es clara como el día, tú me estás cercano, más próximo todavía de lo que yo mismo me estoy.

Yo mismo no estoy cerca de mí la mayoría de las veces, incluso a veces soy el más alejado de mí mismo. Cualquier otro, ya sea un cualquiera de los que pasan por la calle, me conoce a veces mejor que yo mismo y podría darme detalladamente informaciones sobre cosas de mi carácter y de mi alma, que para mí me son totalmente oscuras y desconocidas. Yo estoy frecuentemente de excursión por todas las cosas posibles a mi alrededor, estoy derramado en mis preocupaciones y mis dolores, en mis alegrías y mis placeres. A través de mis ojos y mis oídos y de mi boca se me vuelve a escapar mi alma y en mí mismo hay un vacío. Porque a veces desconozco lo que pasa en mí mismo. Yo no me encuentro en mi casa para mis más propios pensamientos y para mis más propios o impropios anhelos. Estos se multiplican en mí de manera que mi interior a veces presenta el aspecto del jardín de un hombre que está siempre ausente, de viaje: lo que vale se corrompe y las malas hierbas se multiplican. El anhelo y deseo por las cosas de menor importancia o malas en mí mismo, quiero de una manera premeditada pasarlos por alto, ignorarlos, porque, si no, debería yo intervenir, tomar medidas, tomarlo en serio, ya que de lo contrario debería decirme a la cara con demasiada frecuencia: ¡esto no puede seguir así! Y el hambre de mi alma hacia lo bueno, hacia Dios, hacia la intimidad, no la oigo, la callo a gritos con la música de este mundo, porque de lo contrario debería acallar a ésta, debería abandonarla. Así me escapo yo de ella, no tengo ningún tiempo para preguntar qué es lo que mi alma quiere. Continuamente me pregunto tan sólo qué es lo que mis asuntos, mis preocupaciones, mi profesión, mi familia, mi vecino, quieren de mí. Y yo mismo estoy siempre muy lejos de mi jardín, no estoy nunca en casa.

Y mientras vagabundeo por la lejanía, tú estás en mí y esperas que yo vuelva a casa, esperas en mi más íntimo aposento, tú mi Dios, el más cercano de todos. Tú estás allí y ves todo el desorden del cual no llego a darme cuenta. Tú estás en el punto más íntimo de mi alma y sabes que esta alma tiene hambre de la palabra de Dios, más que de cualquier pan o de cualquier placer y, sin embargo, siempre le doy a ella únicamente «panem et circenses», alimento y entretenimiento, y a esta otra hambre no quiero verla ni saciarla. ¡Tú estás ahí y yo estoy fuera! Conoces mi alma mucho mejor que yo. Tú sabes todo lo que en mí acontece. Conoces mis más ocultas inclinaciones y pasiones, conoces mi riqueza y mi pobreza, conoces mi fortuna y mi desfortuna, conoces todos los talentos y las gracias que en el fondo de mi alma dejo empolvarse y hundirse sin utilizarlas. Conoces mi alma hasta su más profunda raíz, porque esta raíz se enraiza en ti, se agarra a ti, vive de ti, incluso cuando yo no lo sepa ni lo advierta y lo pase por alto. «No está lejos de nostros, porque en él vivimos y nos movemos y existimos» (Hech 17, 27).

Señor, tú que estás cerca de mí y en mi alma me esperas, ven a buscarme de nuevo, no me dejes vagabundear más a través de las ilusiones y las apariencias de las cosas que no son nada sin ti; que son solamente una mentira infame y una viciosa ilusión; ven a llevarme de nuevo a lo esencial y a lo único necesario. Ven a buscarme de nuevo y condúceme a mis aposentos en los cuales tú me estás esperando, y no permitas que yo te deje esperar en vano, que yo esté para todos menos para ti, ¡tú mi mejor amigo! Ven a buscarme y enséñame los jardines de mi alma, ayúdame a podar y sembrar, para que tú no debas deambular solitario en ese desierto afligiéndote por mí, ayúdame para que yo tenga en mí el jardín del Edén a través del cual nosotros dos nos paseemos al atardecer —Señor, ¡tú y yo!