DATOS DE CONJUNTO SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LAS FIESTAS
EN LA ESCRITURA
EL VALOR DEL MUNDO NATURAL
Aun cuando se manifiestan numerosas soluciones de continuidad
entre la liturgia judía y la cristiana -tanto en sus fiestas respectivas
como en los ritos de tales fiestas-, hay que reconocer la gran
importancia que tuvo el culto judío en la formación de nuestras
fiestas cristianas.
Situando el problema en un estadio anterior, podemos advertir
una parecida falta de continuidad entre las fiestas del mundo
pagano y las del mundo judío, si bien esas diferencias no llegan a
afectar notablemente los lazos intrínsecos entre ambos mundos.
Esto nos lleva, al término de nuestro estudio, a formular una
observación sorprendente: que la Revelación del plan de Dios no
desembocó en la creación de unas fiestas absolutamente nuevas,
de la determinación de un ritual inédito, caído del cielo bajo el
dictado de alguna inspiración. Existe continuidad entre el rito
humano del punto de partida y el rito cristiano que nosotros
celebramos; existe, pues, una especie de fidelidad de la gracia al
dato de la naturaleza. Tenemos ahí una primera observación
preciosa para la catequesis actual de nuestras fiestas cristianas:
podremos partir de los datos naturales para llegar a descubrir los
datos sobrenaturales. Es cierto que a esta sorprendente
observación habremos de ponerle diversas cortapisas, pero éstas
no eliminarán el principio fundamental de la continuidad. La fiesta
de Pascua posee en la Iglesia una riqueza extraordinaria, pero se
celebra siempre en primavera y sigue siendo, en su plano sublime,
una fiesta de renovación; el domingo sigue actualmente el rito
semanal fijado por la astrología oriental y la periodicidad sabática
de los judíos; y, si bien las palabras no abarcan hoy en absoluto la
misma realidad, no ha dejado de ser un día de descanso y de
libertad, un día en que el traje nuevo que nos ponemos viene a
significar una renovación de la piel, aunque nos situemos en otro
plano que no es el de trabajar durante seis días. El hecho de que
nuestras fiestas lleven en sí una eficacia superior a la de las
antiguas fiestas humanas no significa que hayamos perdido el
sentido de expiación y purificación que algunas de ellas tenían, ni el
sentido de liberación y preservación que encarnaban tal vez un rito
mágico, mientras que nosotros las convertimos más bien en
persona. La asamblea de la comunidad, la peregrinación del pueblo
en marcha, el agua, la luz, los frutos, el pan ácimo, los ritos de
entronización, todos estos elementos han superado todas las
etapas de espiritualización y purificación necesarias para servir de
común denominador a las fiestas paganas, judías y cristianas.
LOS LIMITES DE LAS FIESTAS NATURALES
No todas las fiestas humanas y paganas fueron asumidas
posteriormente. Ni mucho menos. Algunas, después de haber dado
unos cuantos pasos en la liturgia judía, han desaparecido al ser
incapaces de resistir el esfuerzo de espiritualización que se les
imponía. No nos imaginamos a un judío celebrando las fiestas
idolátricas del mundo sumerio, ni nos imaginamos a un cristiana
celebrando las neomenias, estando como está libre de la tutela de
los elementos del mundo. Incluso podríamos decir que ninguna
fiesta pagana o india ha superado el cabo de la cristianización.
Aunque seria más exacto decir que sólo han superado ese cabo a
base de morir con Cristo para renacer a una nueva existencia en el
domingo cristiano. Porque, en cualquier caso, es evidente que
todas las fiestas judías que han perdurado en la liturgia cristiana
han ido a desembocar en el domingo: el sábado fue envuelto en la
muerte de Cristo, el cual observó en la tumba el descanso
preceptuado para renacer el domingo; la misma Pascua y
Pentecostés no han pasado al cristianismo sino a través del
domingo, día en que se celebran. Hasta el año jubilar y su tiempo
de gracia se encuentran en la institución del domingo cristiano. En
otros términos, las fiestas judías y paganas, para poder sobrevivir
definitivamente en los ritos cristianos, tuvieron que mostrarse
capaces de expresar la muerte y la resurrección de Cristo. Esto es
evidente por lo que se refiere a la Pascua y el domingo. Es también
claro en el caso de la fiesta de los Tabernáculos, que ha sido
embebida por la de Pascua, y en el año de remisión, que no puede
celebrarse sino una vez derramada la sangre "para la remisión". Y
dígase otro tanto del tema del agua, unida primitivamente a la fiesta
de los Tabernáculos y que San Juan hace fluir del costado de Cristo
crucificado. Es prácticamente inconcebible que un rito de
significado natural pueda pasar a nuestra liturgia, si no anuncia la
muerte de Cristo y no ha sufrido en sí esa "mortificación" y ese
"renacimiento" en la historia de su propia espiritualización. El
sábado ha muerto; sin embargo, todavía es posible reconocerlo,
transfigurado, en el domingo. Ha muerto la fiesta judía tradicional, y
Cristo ha sancionado esa muerte adoptando un ritual específico y
una cronología especial; no obstante, la fiesta continúa
misteriosamente presente en nuestra celebración cristiana de los
ácimos y el cordero.
RITOS AGRÍCOLAS Y NÓMADAS
A lo largo de nuestro estudio hemos asistido a un conflicto latente
entre dos diversos géneros de ritos y, prácticamente, entre dos
diversas culturas: el mundo agrícola en que Israel entra
progresivamente y el mundo nómada de donde sale. Las chozas de
la fiesta de la recolección son las tiendas de los nómadas, el pan
ácimo de los primeros días de la siega es el pan de quien se pone
apresuradamente en camino, el barbecho del séptimo año es una
ocasión de retorno a la vida nómada. En esta concurrencia entre
ritos de origen diferente podemos ver ya un principio de selección.
Al término de la evolución de los ritos en su paso al cristianismo
advertimos que sólo los ritos y las fiestas de contenido nómada (el
cordero pascual, por ejemplo), así como los ritos Y las fiestas
agrícolas susceptibles de ser "releídos" en función de una situación
nómada (con referencia a la estancia en el desierto) han podido
superar la prueba de las purificaciones sucesivas. Esto nos lleva a
decir que, si bien todos nuestros ritos cristianos proceden de ritos
naturales, no es exacto que todo rito natural pueda ser asumido en
la liturgia: los ritos agrícolas, las costumbres burguesas o
ciudadanas nunca hicieron gran fortuna en la liturgia. De lo cual
podemos concluir una primera ley de espiritualización de los ritos
naturales: es necesario que éstos pertenezcan a una cultura
nómada o, al menos, que sean reinterpretados por esa cultura.
Pronto veremos la razón de tal exigencia. Entre tanto) apuntemos
que un gran número de ritos agrícolas -ofrenda de gavillas, acción
de gracias por la siega y la recolección, primicias, etc.- pierden por
eso su importancia en la liturgia.
LA ESTANCIA EN EL DESIERTO
Las antiguas fiestas paganas, agrícolas o astronómicas,
celebraban esencialmente la incorporación del hombre al ritmo
regular del mundo y de los astros. La neomenia bien celebrada le
ajusta al ritmo del mes venidero; el Año Nuevo bien celebrado,
especialmente con la ceremonia de las suertes y la entronización
del Dios-Rey del año, le asegura la felicidad si se conforma a la
voluntad de ese dios. Pero lo que constituye la originalidad de los
ritos y las fiestas judías es el hecho de que esa sincronización con
el ritmo natural del mundo va acompañada de otra sincronización:
las fiestas judías ponen al fiel en relación con un acontecimiento: la
estancia en el desierto, desde la Iiberación de Egipto hasta la
entrada en la Tierra Prometida, pasando por la promulgación de la
ley, el episodio de la roca de agua viva y la permanencia de Dios y
del pueblo bajo la tienda. Esta nueva concepción de la fiesta es
importante por más de un capítulo y marca una espiritualización de
los ritos particularmente interesante. Y así, al celebrar una fiesta
judía, el hombre se pone en armonía no sólo con la naturaleza -la
de los astros o la de su recolección-, sino en armonía con la
historia, que desconoce la fatalidad de la naturaleza y en la que
todo es imprevisto, gratuito. Además, ascendiendo al nivel de la
historia, el judío hace un lugar a Aquel que dirige esa historia: a la
iniciativa de Dios. El rito no es ya cíclico, a la manera de los ritos
naturales, sino que se carga de gratuidad y donación.
Esta nueva concepción ayudó al pueblo judío a superar los ritos
naturales, sometiéndolos a una "relectura" mediante la cual llegaron
a significar el acontecimiento histórico de la estancia en el desierto.
A menudo resulta sorprendente ver cómo ritos de un significado
natural tan evidente han venido a significar el hecho de la salvación.
El pan ácimo recuerda la prisa con que se abandonó Egipto; los
cálculos septenarios del calendario perpetuo vienen a elevar la
fiesta de las semanas al rango de recordatorio de la promulgación
de la ley en el Sinaí; en la consagración del Templo, para evitar que
sólo se contemple el edificio sólido y estable, Dios mismo penetra en
él bajo la tienda que lo albergó durante la estancia.en el desierto; la
roca de agua viva, para que no se pierda ia memoria de sus
milagros en el desierto, ha acompañado al pueblo hasta Sión,
donde obra nuevos milagros en cada libación de la fiesta de los
Tabernáculos; la costumbre del barbecho recuerda al pueblo su
existencia nómada, a merced de los productos espontáneos de la
tierra; el sábado significa la "cesación" del maná en el desierto; la
recolección significa la exuberancia de la tierra que Dios da a su
pueblo; la práctica de "remisión de las deudas" es una señal de la
propiedad exclusiva de Dios sobre esa tierra; por último, la libertad
del sábado concedida a los esclavos es una señal de la liberación
de Egipto.
Según esto, quedará suprimido un nuevo grupo de fiestas: las
que se queden en el ritmo astronómico sin llegar al acontecimiento.
En concreto, las neomenias.
Es asombrosa esta tarea de espiritualización aplicada
sistemáticamente por el pueblo judío, especialmente en tiempos de
la reforma deuteronomista, a todos los ritos naturales. Estos
subsisten en las fiestas que permanecen, pero la relectura que han
experimentado les da una nueva consistencia: su simbolismo se
eleva del nivel naturalista al histórico. Siempre que el pueblo se
reúna en asamblea litúrgico, recordará la asamblea del desierto
reunida en torno a la alianza, y siempre que experimente la
necesidad de volver a Yahvé, de convertirse y de proseguir la
alianza, la renovación se verificará en el marco de las antiguas
fiestas agrícolas, convertidas en recordatorio del desierto.
LA CATEQUESIS LITÚRGICA
No cabe pensar que una tarea de espiritualización de este tipo se
haya realizado en un instante. Es, por el contrario, el fruto de todo
un largo proceso de reflexión y de predicación profética. La escuela
deuteronomista, exponente característico de esa etapa, es el
resultado del esfuerzo de los profetas del siglo VIII y de sus
discípulos. El pueblo se vio obligado a tal relectura por la Palabra
de Dios, y también la Palabra de Dios mantendrá el rito en su
nuevo significado. Mientras no se sale del significado natural y obvio
del rito o de la fiesta, no hay necesidad de palabras: el rito habla
por sí mismo y opera lo que claramente significa. Pero desde el
momento en que esa fiesta experimenta una purificación que viene
a situarla en un plano distinto del natural en que era celebrada, es
necesario que la Palabra la ayude a mantenerse en tal nivel
procurándole sin cesar la imprescindible referencia al
acontecimiento histórico. Desde el momento en que un rito
evoluciona, sea cual fuere su fidelidad a los valores naturales, debe
ser explicado. Y así hemos visto nacer la primera catequesis
litúrgico en la reunión familiar de Pascua, el día en que pan ácimo y
cordero vinieron a significar algo distinto de aquello para lo que
fueron primitivamente instituidos.
No tenemos por qué sorprendernos, en nuestro siglo xx, de que
algunos de nuestros ritos cristianos no digan hoy nada a la gente:
es una ley normal, consecuencia de su espiritualización. Por eso la
ley normal de una liturgia que se basa en ritos así espiritualizados
será la catequesis y la referencia incesante del rito al
acontecimiento y a la Palabra. El comentario de los ritos pertenece
a la esencia misma de la liturgia desde el momento en que ésta
abandona su contexto naturalista y se dirige a la fe.
EL MISTERIO
La referencia de la fiesta a los acontecimientos del desierto no
era suficiente para asegurar la vida del rito en su nuevo simbolismo.
Harto insistieron los profetas en la falta de interés que el pueblo
mostraba hacia las páginas antiguas de su historia y en su
proclividad a los cultos baálicos. Había que buscar, por tanto, la
manera de interesar al judío de entonces en el acontecimiento que
había tenido realidad varios siglos antes. Una característica de la
teología deuteronomista es, si no haberla descubierto, sí haber
orquestado la idea de la reactualización, en el rito, del
acontecimiento pasado. No es que vayamos a proyectar sobre esa
teología la perspectiva del cristiano, ni mucho menos del
"caseliano". Pero ello no quita que, al celebrar la fiesta de Pascua,
el judío no se limite al recuerdo del lejano viaje desde Egipto a la
Tierra Prometida. Actualmente, ante sus ojos, sigue Dios salvando
con brazo extendido.
Se comprende que semejante exigencia, al espiritualizar más aún
las fiestas, lleve a la exclusión de varios ritos, incapaces de
expresar esa dimensión nueva. Es evidente que la inmolación del
cordero pascual -como tal, vago recuerdo de un viejo rito mágico-
no podía superar esa purificación. Por eso la teología
deuteronomista lo orienta hacía un banquete pascual que por
entonces se crea y en el cual el rito del cordero es asimilado en
cierto modo, mediante el acto de comerlo, por el individuo y su
familia: es ésta, dirá el padre de familia a su hijo, la que fue salvada
de Egipto...
La mayor parte de los ritos y las fiestas se orientan entonces
hacia esa nueva concepción. Cuando el judío se dispone a vivir
ocho días bajo la tienda, no trata de imitar, de remedar la historia
antigua, sino de incorporar a su propia vida los valores de
disponibilidad y renuncia contenidos en la experiencia nómada. Y
dígase lo mismo, a fortiori, cuando el judío se ve obligado, un año
cada siete, a vivir como nómada, a merced de los frutos
espontáneos del suelo. Este afán de reactualización terminará por
convertir las fiestas judías en la ocasión de renovar periódicamente
la alianza. De este modo, la fiesta no sólo celebra la alianza, sino
que la provoca, la renueva y hace beneficiarse de ella a los
participantes, dándoles la posibilidad de beneficiarse dei dinamismo
soteriológico de los acontecimientos antiguos.
El caso más típico de reactualización es, sin duda, el de los días
de ayuno establecidos durante el destierro y que tienen por objeto
recordar las etapas del asedio de Jerusalén: ayunando en tal
ocasión, el judío toma realmente sobre sí, en cierto modo, los
desastrosos acontecimientos del pasado; se los asimila y se
presenta así ante su Dios para obtener perdón y liberación. ¿No
habrá nacido tal vez en un contexto de este tipo la teología del
siervo doliente que carga sobre sí los acontecimientos y los
pecados del pueblo?
LA ACTITUD DEL CORAZÓN
Llegado el rito a este estadio de purificación en que actualiza el
acontecimiento histórico y sitúa al individuo que lo celebra en el
desarrollo histórico del plan de Dios, el mismo rito viene entonces a
interpelar al individuo, o al pueblo reunido para la fiesta, a fin de
que cree en sí una actitud de corazón semejante a la de los
antepasados, incluso más fiel que la de ellos. Cuando la
experiencia de las infidelidades del pueblo haya calado en la
teología de la época, tendrá lugar un reforzamiento de las
exigencias morales de la celebración de las fiestas. Desde muy
pronto, el sábado se presenta como el día de la justicia para con los
esclavos y, a lo largo de toda la historia del pueblo, será siempre "el
signo" de la alianza. ¡Curiosa trasposición del descanso-tabú de los
paganos a un descanso social y moral! La fiesta de la expiación
adquiere un relieve particular en esta perspectiva, y el año jubilar,
año de remisión de las deudas, tiende a convertirse en el año de la
remisión de los pecados. Deseosos de preservar de todo
formalismo la práctica del ayuno, los profetas lo erigen en elemento
primordial del nuevo año litúrgico y subrayan cómo, por
comprometer el alma y el corazón del ayunante, es ese ayuno un
sacrificio mucho más eficaz que los sacrificios sangrientos. Y no se
concibe que pueda transcurrir un año sin numerosos días de
ayuno.
La fiesta judía, al provocar así la respuesta interior del fiel, llega
a fundir esa respuesta con el acontecimiento celebrado por el rito.
El objeto propio de la celebración lo constituye la actual actitud de
corazón del pueblo: la historia de los antiguos acontecimientos
salvíficos tiene su prolongación en nuestras actitudes personales.
Por desgracia, el judaísmo no poseerá el suficiente dinamismo para
realizar plenamente esa nueva etapa de espiritualización. Las
prescripciones humanas y meticulosas de los fariseos terminarán
por ahogar el Espíritu en beneficio de la Letra. De ahí que este
movimiento se prolongue al margen del judaísmo: comunidad de
Qumrán, calendario perpetuo de los Jubileos, etc. Estos elementos
pondrán a punto la organización de un año litúrgico, que se
desarrollará al margen de los cauces oficiales, al margen incluso de
los ritos tradicionales -como el cordero pascual, los ácimos y el
templo- y cuya consistencia se fundará totalmente en la actitud de
corazón de los participantes.
Cristo, en favor del calendario perpetuo, celebró la Pascua
dejando en penumbra el rito para conservar tan solo su propia
actitud de espíritu: con una perfección nunca igualada, realizó el
verdadero objeto de la fiesta en su propia obediencia al Padre, en
su aceptación de la muerte, en su deseo de salvar a todos los
hombres, en su esperanza de resucitar. Y estas actitudes eran tan
perfectas que no hubo otros ritos fuera de ellas: Cristo es el
cordero, es el pan, es "nuestra Pascua". La fiesta desemboca así
en una personificación en la persona misma de Cristo. La fiesta se
hace persona. Las polémicas de Cristo con los fariseos a propósito
del sábado nos van a revelar al "Dios que trabaja" y al "Señor del
sábado". Las peregrinaciones sucesivas del Señor a las principales
fiestas judías de Jerusalén vienen, la mayoría de las veces, a poner
en guardia a los participantes contra un falso ritualismo vaciado de
sentido y a revelarles que el mismo Jesús, es el nuevo rito porque
ha dado cumplimiento a la fiesta con su actitud pascual: es la roca
de agua viva de la fiesta de los Tabernáculos, el Templo que no
necesita purificación porque siempre está puro, el Rey entronizado
en la fiesta del Año Nuevo.
Seria minimizar el papel de Cristo en las fiestas judías contentarse
con decir que los ritos habían sido hechos para su persona. No
basta decir que Cristo es el verdadero Mesías esperado por las
fiestas de entronización, ni que es el principio de la nueva creación
celebrado en las neomenias. Cristo no es sólo objeto de la fiesta,
sino la fiesta misma, en la medida en que esta ha pasado a ser, por
encima del rito, una actitud de espíritu. Corremos el riesgo de no
ver, en las comparaciones de San Juan, más que hermosas
imágenes, cuando de hecho envuelven una realidad profunda a
partir de la cual se elabora una verdadera cristología. La intención
de Cristo al celebrar tal o cual fiesta judía no es simplemente
proponerse como su objeto, sino más bien llevar esas fiestas a su
máxima tensión elevándolas hasta su propio drama pascual.
Por tanto, finalmente, no basta que las fiestas judías, para llegar
a una nueva.espiritualización, expresen una actitud de espíritu, sino
que han de expresar la actitud interior de Cristo en su drama
pascual: su tránsito de la vida a la muerte, su obediencia al Padre,
su ansia de salvar al mundo y sus poderes de Señor de la vida y la
muerte. Algunas fiestas desaparecerán precisamente porque son
incapaces de representar ese drama pascual: la fiesta de los
Tabernáculos, en concreto, borrada del año Iitúrgico porque la vida
que celebra no aparece suficientemente salida de la muerte, y la
recolección que magnifica no es suficientemente el fruto del grano
muerto en la tierra.
El ayuno, en cambio, alcanzará una particular capacidad de
recordatorio eficaz de la muerte del Señor, del mismo modo que, en
la antigua alianza, era recordatorio del desastre de Jerusalén. Por
eso es trasladado a los dos días de la semana que señalan las dos
etapas de la muerte de Cristo: el día "en que fue entregado"
(miércoles) y el día en que murió (viernes). La fiesta judía de
Pascua subsistirá, pero fuera del marco judío . Lo mismo que Cristo
la celebró al margen del calendario oficial para mejor liberarse de
las imposiciones del rito, así la Iglesia sitúa siempre en domingo la
solemnidad pascual con objeto de prolongar la acción de Cristo y
enseñarnos a ver en ella, por encima del rito, la actitud de espíritu.
LA ASAMBLEA FESTIVA
Desde los tiempos más antiguos, la fiesta judía figura al final de
una peregrinación de todo el pueblo hacia la montaña de Jerusalén.
La fiesta da así ocasión a una toma de conciencia de los valores
comunitarios del pueblo santo. No es, en efecto, una yuxtaposición
de actitudes de espíritu individuales, sino que introduce al individuo
en una conciencia nacional que le sobrepasa. Al instituir el
descanso sabático de las obras serviles, el pueblo toma conciencia
de su condición de pueblo libre, liberado por Dios de la esclavitud
de Egipto. Cuando sube a las tres grandes fiestas del año, lo hace
para reforzar su conciencia de pueblo sacerdotal y expresar su
compenetración con el plan de Dios sobre el mundo ratificándola
mediante una renovación de la alianza que le aproximará más aún a
la vida divina. El sábado viene a ser el "signo" de esa
compenetración entre Dios y el pueblo, el día en que el pueblo vive
ya como Dios y expresa ese orgullo en el abandono de toda obra
terrestre, en el culto de Yahvé y en la meditación de su Ley. Mejor
dicho: al reunirse las tribus con ocasión de las fiestas -y esta
reunión en Jerusalén sólo agrupaba a algunas tribus- es cuando
precisamente toma el pueblo conciencia de su misión como
"reunidor" de naciones y ve cómo los pueblos del universo suben a
Jerusalén en una misma fiesta, para reconocer la soberanía del
Dios de Israel.
Pero esta asamblea festiva es aún demasiado terrena para
responder a una verdadera convocación de Dios: alberga
demasiadas prácticas humanas para ser una verdadera "ekklesía".
Por eso, Cristo convocará otro tipo de asamblea: la que se reúne
cada domingo para esperar su manifestación y ejercer los poderes
mesiánicos que él le confirió; en ella se reunirán, por primera vez,
todas las lenguas y todas las razas, porque el rito de expiación
realizado por el Señor ha sido suficiente para salvar a todos los
hombres de su pecado, y su resurrección ha tenido el suficiente
vigor para poder conducir a todos los hombres a la vida de hijos de
Dios, que el domingo les permite realizar plenamente al menos una
vez por semana.
LA INICIATIVA DE DIOS
La fiesta pagana es esencialmente un acto de homenaje del
hombre a su Dios, un gesto de reconocimiento, de adoración o de
súplica, que va de la tierra al cielo y cuya iniciativa pertenece al
hombre. Al dar a los ritos una perspectiva histórica, el mundo judío
modificó sensiblemente dicho punto de vista: el rito quedó
conectado con la historia. Pero la historia de salvación es una
iniciativa gratuita de Dios. Por eso fue ganando terreno la iniciativa
divina. Se dará un segundo paso cuando, al determinar la actitud
de espíritu necesaria para tomar parte en tal o cual fiesta, lleguen a
la conclusión de que esa actitud no puede existir ni subsistir si no la
da Dios, si Dios no cambia nuestro corazón de piedra por un
corazón de carne. El rito será entonces portador de la gracia de
Dios, no se limitará a conmemorar una acción divina, sino que será
realmente una acción de Dios.
Pero el último paso se da con el domingo cristiano, cuando Cristo
mismo se aparece en ese día a sus apóstoles. No es ya el hombre
quien elige el día de culto: es Dios -y el Señor- quien hace
irrupción en ese día, quien lo elige. Ya no es esencialmente un día
en que el hombre se eleva hacia su Dios, sino un día en que Dios
viene y se manifiesta. Así se comprende que hubiera de operarse
una seria selección entre las fiestas antiguas para poder dar cuenta
de esa manifestación de Dios, cuando tales fiestas se hallaban tan
a menudo agobiadas bajo el peso de las minuciosas e .hipócritas
intervenciones de unos hombres convencidos de prestar un servicio
a Dios con sus celebraciones.
HASTA QUE Él VENGA
Una vez que la Ley judía convirtió la fiesta en recordatorio del
pasado y luego en celebración de la liberación presente, se
comprende que los profetas no tuvieran dificultad en convertirla a
su vez en expresión de la expectación del futuro. Sobre todo
después del destierro, esta tensión escatológica animará
profundamente la celebración de las fiestas judías. Ya no existe la
Tienda donde el Señor habitaba en el Templo; de ahí que la fiesta
de los Tabernáculos, enfocada hacia el próximo advenimiento del
Mesías, celebre de antemano el día en que Dios vendrá de nuevo a
habitar bajo la tienda. Así se comprende el gesto de Pedro en la
transfiguración: habiendo reconocido al Dios-Mesías, le propone
alzarle una tienda.
Abierto a un mundo sin deudas, el año jubilar pasivamente el
prototipo de la era mesiánica, donde nunca acabaría el año de
gracias. Incluso la asamblea de un pueblo en estado de cisma
debía estar decididamente enfocada hacia la convocación de una
asamblea en la que todas las tribus se reconciliarían,, presagio de
la reconciliación de las naciones. También las neomenias debían
recordar que en la creación iba a intervenir un ritmo nuevo: el de los
nuevos cielos y la nueva tierra anunciada.
Por su parte, Cristo y la Iglesia no han querido desmentir este
dinamismo escatológico. La fiesta de los Tabernáculos conserva el
privilegio de proporcionar sus elementos a la liturgia celeste, lo
mismo que el Año Nuevo, que inaugura la era eterna. Pero ya
desde ahora, en el domingo, están depositados los bienes
mesiánicos y ya celebra la fiesta cristiana la posesión de esos
bienes y el ritmo de los últimos tiempos. Cada vez que se reúne la
comunidad cristiana, lo hace en la expectación de Aquel que debe
manifestarse, no sólo en los ritos que velan su persona, sino en el
pleno resplandor de su Señorío condividido con todos los suyos.
CONCLUSIÓN
DO/SIGNIFICADO: Como vemos, se requiere un gran número de
condiciones para permitir que un rito humano pase a ser cristiano.
Por eso no es extraño que, al término de nuestro estudio,
concluyamos que sólo una fiesta ha verificado todas esas
condiciones: el domingo. Sólo el domingo ha condensado todas las
virtualidades de las fiestas antiguas y las ha llevado a su pleno
desarrollo en la presencia del Señor entre los suyos. Sólo el
domingo convoca oficialmente la asamblea definitiva de los
salvados; sólo él nos hace participes de todos los poderes
mesiánicos del Señor; sólo él es capaz de enseñarnos a
comportarnos como hijos de Dios. Y si también Pascua y
Pentecostés han pasado a la liturgia cristiana, lo han hecho en la
medida en que se celebran en domingo. Si, por último, la Iglesia ha
adoptado algunos días de ayuno, como el mundo judío, lo ha hecho
en una semana totalmente orientada hacia la resurrección del
domingo.
Quizá el presente estudio haya favorecido nuestra comprensión
de las fiestas cristianas. Nos acostumbraremos a ver en ellas algo
más que simples ritos. Las fiestas nos convocarán, por el contrario,
a la asamblea de los nómadas, en marcha incesante hacia el cielo,
nunca satisfechos del mundo terreno; nos situarán sin cesar,
gracias a la Palabra que en ellas se proclama, en el plan de Dios;
nos exigirán concretas actitudes de espíritu, que ellas nos facilitarán
al mismo tiempo que nos las exijan; pondrán por encima de todo, en
el corazón de nuestra vida, el misterio de la persona de Cristo en su
muerte y en su vida.
Tal vez podamos también nosotros, con ocasión de cualquier rito
pagano de hoy día, hacerle pasar toda una catequesis purificadora
que le capacite para significar el misterio del Señor, atravesando
todas las etapas superadas por las fiestas y los ritos judíos. Con
ello habremos ayudado al pagano a purificarse a si mismo para
penetrar en la liturgia de la lglesia y descubrir el sentido profundo
de nuestros ritos cristianos.
THIERRY-MAERTENS
FIESTA EN HONOR A YAHVE
Cristiandad. Madrid-1964. Págs. 244-262