LA FIESTA DE LA PRIMERA GAVILLA O FIESTA DE LA PASCUA


1. PRELIMINARES
FIESTA/PASCUA: FIESTAS-JUDIAS: Hasta ahora no hemos 
encontrado en el calendario judío ninguna fiesta que haya pasado 
al calendario cristiano. En cambio, con la fiesta de la primera 
gaviIla, la antigua fiesta de la primavera, llegamos a la primera 
solemnidad nacida en el paganismo de las religiones cósmicas y 
progresivamente espiritualizada hasta e¡ punto de ser hoy la fiesta 
cristiana por antonomasia, en continuidad externa con las fiestas 
humanas antiguas, pero integramente renovada en cuanto a su 
alcance y contenido.
Recordemos brevemente el punto de partida humano de la 
fiesta. La caracterizan dos ritos esenciales: el pan ácimo y la sangre 
protectora del cordero.
El rito del cordero es clásico entre las tribus nómadas, incluso 
actuales: se inmola un cordero (no hay por qué comerlo 
necesariamente) y se derrama su sangre sobre las estacas de la 
tienda para que sirva de preservativo contra las incursiones del 
espíritu maligno. En cuanto al rito de los ácimos, parece ser de 
origen agrícola y refleja la preocupación de los campesinos, al 
obtener la primera harina del nuevo trigo, por no mezclarle levadura 
procedente de la cosecha anterior. Con esto entramos de lleno en 
el sincretismo de los ritos nómadas y de los ritos agrícolas, tal como 
lo practicaba el mundo pagano cuando nació el pueblo hebreo: por 
una parte, la fiesta de la primavera, que pudo determinar durante 
algún tiempo el comienzo del año; por otra, el rito del cordero 
preservador.
Se comprende que la aparición de la primavera pudiera 
concretarse en una fiesta con el mismo titulo que la riqueza de la 
recolección se plasmó en la fiesta del otoño. Si la fiesta de la 
primavera no llegó a alcanzar el esplendor de la fiesta de los 
Tabernáculos, ello se debió, sin duda, a que el duro trabajo de los 
campos coartaba en primavera un esparcimiento que el final de la 
recolección hacia más fácil y completo.
Nuestros semipaganos de hoy día, que forman las masas 
populares, celebran espontáneamente, a menos que sea por un 
resto inconsciente de civilización cristiana, la fiesta de la primavera: 
vacaciones de Pascua, nueva costumbre de estrenar por Pascua, 
huevos de Pascua, etc. Todo esto alude al sentido de renovación, 
al olvido de la vida antigua, a la evasión del mundo de todos los 
días a cambio de "otra cosa". Pensando en estos ritos de la 
primavera pagana de nuestros días, podremos ver cómo se las ha 
ingeniado Dios para obligar a su pueblo a superar esos ritos sin 
oponerse a ellos, celebrando así la renovación de la vida espiritual 
y la marcha hacia la nueva era de los hijos de Dios.
Si bien el rito mágico de la sangre del cordero no tiene 
prácticamente cabida en un mundo que cree poder sustituir la 
magia con la técnica para inmunizar al hombre contra los 
elementos, quedan todavía muchos cadáveres de pájaros o de 
roedores colgados a la puerta de los establos para preservar de 
epidemias al ganado y muchos quicios pintados de tiza o cal, para 
que podamos considerar a nuestros contemporáneos 
absolutamente ajenos a ciertos ritos preservativos, como el de la 
sangre del cordero.
Parece, pues, que existe la posibilidad de una catequesis a partir 
de esas realidades humanas para llevar al cristiano hasta la 
plenitud del misterio pascual. Las líneas esenciales de semejante 
catequesis nos las indicará Dios mismo, si somos capaces de seguir 
paso a paso el desarrollo de su pedagogía en la Escritura.

2. COINCIDENCIA DE DOS RITOS
El primer hecho que debemos considerar es la yuxtaposición del 
rito agrícola de los ácimos y del rito nómada del cordero. Entre 
ambos ritos no existe ningún nexo original, puesto que pertenecen 
a dos mundos distintos y, si el primero está ligado al decurso del 
año, el segundo depende de acontecimíentos incontrolables. El uno 
pone al hombre en contacto con el ritmo cósmico y natural; el otro, 
en cuanto es posible, le previene de acontecimientos inesperados: 
epidemia, desgracia, etc.
Sin embargo, los textos más antiguos de la Biblia -sobre todo, a 
partir del Deuteronomio- nos muestran ambos ritos en coexistencia 
pacífica. La Pascua se celebra el catorce de nisán, mientras que la 
fiesta de los ácimos comienza al día siguiente. Es probable que este 
sincretismo obedezca en gran parte a la lenta penetración de los 
hebreos nómadas en la región agrícola de Canaán. Pero la Biblia 
da de ello una explicación diversa, apenas comprensible para 
nuestra mentalidad moderna.
Durante la estancia del pueblo en Egipto, se desencadenan 
sobre el país una serie de plagas espantosas. La última es 
particularmente trágica: el espíritu del mal (el "ángel exterminador", 
dice la Escritura) pasará dando muerte a todos los primogénitos. 
Inmediatamente los judíos nómadas echan mano del rito tradicional 
del cordero degollado y la sangre derramada. El yahvlsta refiere la 
tradición por su cuenta, entroncándola en la concepción del 
monoteísmo según la cual el ángel exterminador actúa por voluntad 
de Dios, pero pone gran cuidado en mostrar que los judíos poseían 
en su patrimonio un rito eficaz por cuya virtud se vieron protegidos 
al tiempo que sucumbían los egipcios:

"Tomad unas cabezas de ganado menor para vuestras familias e 
inmolad la Pascua. Luego cogeréis un manojo de hisopo, lo 
empaparéis en la sangre que contiene la fuente y aplicaréis esta 
sangre de la fuente al dintel y a los quicios de las puertas. ¡Que 
nadie de vosotros salga de casa hasta la mañana siguiente! Así, 
cuando Yahvé recorra Egipto para castigarlo, al ver sangre en el 
dintel y en los quicios pasará por delante de aquella puerta sin 
permitir al Exterminador entrar en vuestras moradas para asestar 
sus golpes. 
Ex. 12, 21-24.

Se adivina la preocupación del redactor de este pasaje por 
purificar la tradición, pero ello no quita que podamos ver todavía su 
trasfondo mágico en la prescripción de "no salir de casa hasta el 
día siguiente". Este aspecto preservativo de la sangre parece ser el 
portante del rito, pues el redactor se apoyará en una etimología 
fantástica de la palabra Pascua para hacerle decir que el 
exterminador "pasará adelante" o pasará por delante".
Dios interviene en un antiguo rito mágico para manifestar así a su 
pueblo que El le "salva" del peligro que aplastará a Egipto.
El hecho acontece, como por casualidad, en primavera. Está 
cerca la fiesta de la primera gavilla, con que se inaugura el período 
de los panes sin levadura. He ahí los dos ritos fortuitamente unidos 
según el modo de ver del redactor yahvlsta, el cual presenta a los 
judíos abandonando Egipto precisamente en el momento en que se 
elabora el pan sin levadura. Pero el redactor atribuye luego a este 
pan ácimo un sentido nuevo que lo hace pasar del nivel naturalista 
al nivel histórico. Será el pan que hubo de llevarse sin esperar a 
que fermentara, debido a la prisa por escapar de la tierra de la 
esclavitud:

Los egipcios apremiaban al pueblo para apresurar su marcha, 
pues decían: "¡Vamos a morir todos!" La gente se llevó la masa 
antes de que fermentara, cargando las artesas al hombro, 
envueltas entre sus mantos... Los hijos de Israel partieron de 
Ramsés hacia Sukkot en número de unos seiscientos mil infantes 
-todos los hombres- sin contar sus familias. Se unió a ellos una 
numerosa y variada muchedumbre, así como ganado mayor y 
menor formando inmensos rebaños. Cocieron ellos, en forma de 
tortas ácimas, la masa que sacaron de Egipto, porque no había 
fermentado. Expulsados de Egipto sin la menor demore, no habían 
podido procurarse provisiones para el viaje. 
Ex. 12, 32-39.

Este pasaje es particularmente interesante, porque nos 
demuestra una vez más cómo se las ha arreglado la liturgia para 
asimilar un rito de origen agrícola. Mientras que, por lo que se 
refiere al rito del cordero, se ha limitado a quitarle el carácter 
mágico y encuadrarlo en el monoteísmo (haciendo depender de 
Yahvé al ángel exterminador), en el caso del rito agrícola la labor 
de espiritualización consiste en procurarle nuevas referencias. Y 
así, en lugar de ser el signo del ciclo natural de las cosechas y de 
la renovación que ese ciclo introduce en la vida, el pan ácimo 
significa ahora un acontecimiento histórico: la prisa con que los 
israelitas abandonaron la tierra de Egipto. El rito pasa del 
significado agrícola al nómada, del naturalista al histórico. Es el 
proceso seguido por varios ritos agrícolas de la fiesta de los 
Tabernáculos, como hemos visto en el párrafo anterior: la 
experiencia del desierto es un foco universal de atracción que 
fuerza realmente el simbolismo obvio de los ritos. El rito hebreo no 
pierde de vista la renovación primaveral celebrada originariamente 
por el rito mismo; pero esa renovación adquiere una densidad 
inesperada: no es ya la simple novedad cíclica producida 
anualmente por la naturaleza, sino la novedad de vida que hizo 
pasar a todo un pueblo de la esclavitud a la libertad, que le dio 
nacimiento y le lanzó a la vida, a raíz de librarle milagrosamente de 
un mal extraordinario.

3. RITO Y PALABRA
El primer documento legislativo importante que trata de la fiesta 
de Pascua pertenece a uno de los más antiguos estratos de la 
legislación judía: el Código de la Alianza. Este toma una posición 
decidida en favor de la interpretación histórica de la fiesta:

Guardarás la fiesta de los ácimos. Durante siete días comerás 
ácimos, como te he mandado, en el tiempo fijado del mes de Abib: 
porque durante ese mes saliste de Egipto. Ex., 23, 14-16.

No se puede concluir gran cosa de este texto por lo que se 
refiere al silencio sobre el rito del cordero. Sin embargo, es 
significativo que se hable de "fiesta de los ácimos", aplicándole el 
nombre agrícola, mientras que el término "Pascua" irá más bien 
ligado al rito del cordero. Advirtamos también cómo justifica su 
prescripción el texto legislativo: "porque durante ese mes saliste de 
Egipto". Tal justificación es importante y nos ilustra acerca de la 
necesidad de explicar la liturgia una vez que esta abandona el 
simbolismo simplemente natural. Mientras el rito no tiene otro 
significado que el natural, no hay necesidad de catequesis para 
hacerlo comprender. Un observador de la época que asistiera a 
una comida con pan ácimo, podía comprender su sentido obvio, 
sobre todo dentro de un contexto concreto. Pero, para que 
considere esos panes ácimos como signo de la salida de Egipto, le 
es necesaria una iniciación, una catequesis. Así es como nació la 
catequesis litúrgica: como compañera normal de un rito desde que 
éste adquiere otro significado además del contenido en su 
simbolismo obvio. Lo cual quiere decir que, desde que un rito 
pagano se espiritualiza para llegar a ser lo que es en nuestra 
liturgia, debe ir acompañado de una catequesis explicativa: la 
Palabra acompaña al Rito para determinar su nuevo alcance. La 
"relectura" de un rito humano sólo puede realizarse a través de la 
Palabra.
Vemos, en efecto, ya desde la época del yahvista y sobre todo en 
la reforma deuteronomista, cómo esa catequesis se va ritualizando 
de algún modo en el ceremonial de la comida pascual en familia:

Durante siete días, comerás ácimos, y no se verá en tu casa pan 
fermentado; no se verá pan fermentado en todo tu territorio. Aquel 
día, darás a tu hijo esta explicación: "Esto es memoria de lo que 
Yahvé hizo por mi cuando salí de Egipto." Ex., 13, 7-8.

Idéntica catequesis a propósito del rito del cordero:

Cuando hayáis entrado en la tierra que Yahvé os va a dar, 
guardaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: "¿Qué 
significa para vosotros este rito?", les responderéis: "Es el sacrificio 
de la Pascua en honor de Yahvé, que pasa por delante de las 
casas de los hijos de Israel, en Egipto, cuando hirió a Egipto 
mientras perdonaba nuestras casas." Ex., 12, 25-27.

El diálogo entablado entre los hijos y el padre a propósito de los 
dos ritos pascuales viene a ser el origen de la catequesis litúrgica. 
La referencia al acontecimiento asegura la nueva autenticidad del 
rito, y la Palabra proporciona al rito su nuevo significado.
Nos hallamos en el punto de partida de una evolución que 
permanecerá fiel a sí misma y se consagrará en una ley 
fundamental de la celebración litúrgica cristiana: la unión entre la 
Palabra y el Rito. Pero, por desgracia, la mentalidad católica que 
sucedió a la Contrarreforma y privó a los católicos de la Biblia, los 
privará igualmente de toda catequesis bíblica de los ritos, 
desembocando en la triste situación de nuestra época, en que los 
ritos se celebran sin catequesis y tienden por tanto a ser 
comprendidos, no ya en su significado sobrenatural, sino en su 
mero simbolismo humano

4. RITO Y ACTUALIZACIÓN DEL ACONTECIMIENTO
Poco después del reinado de Salomón, las costumbres y la 
religión del pueblo elegido experimentan un profundo relajamiento. 
El pueblo olvida los acontecimientos antiguos y los ritos recaen 
rápidamente en su simple significado naturalista o incluso pagano: 
es el culto del becerro de oro, de los baales, de los dioses de los 
elementos. Son conocidos los esfuerzos casi estériles de los 
profetas, desde Elías hasta Isaias, por purificar un culto lleno de 
simbolismos paganos. Más tarde, el rey Josías y la reforma 
deuteronomista marcan la primera etapa hacia una espiritualización. 
Por una disposición un poco draconiana y que no conseguirá 
grandes resultados, Josías exige que vayan todos a Jerusalén para 
celebrar la Pascua: suprime así las costumbres paganas que 
pudieran nacer en una celebración local de la misma y unifica la 
práctica al tiempo que la purifica. Pero el elemento en que más 
insiste la reforma deuteronomista es la actualización del 
acontecimiento expresado por el rito. La razón es fácil: los hebreos 
han ido perdiendo de vista los acontecimientos del desierto y se 
han apartado de la espiritualidad que el desierto llevaba consigo, 
por culpa de una vida cómoda en una tierra fértil. Todo aquello está 
demasiado lejos, y ellos prefieren aferrarse a la religión de la 
naturaleza, que asegura la fecundidad de la tierra y la regularidad 
de las cosechas. Para enderezar esta espiritualidad y reanimar el 
interés por los acontecimientos del pasado, el Deuteronomio 
declarará que el rito no se limita a recordar unos acontecimientos 
antiguos, sino que sitúa al fiel de hoy en el mismo acontecimiento. 
El rito no es tan sólo recordatorio de un hecho pasado que pierde 
su interés a medida que se adentra en el pretérito. Al contrario, 
lleva al individuo de todos los tiempos hasta el hecho originario.
Ya hemos visto algunos textos que presentan esta óptica en los 
ejemplos de catequesis antes citados: "Esto es en memoria de lo 
que Yahvé hizo por mi..." o porque durante ese mes saliste de 
Egipto". Pero el Deuteronomio consagrará definitivamente este 
género de catequesis que no se limita a tender un puente entre el 
rito y el acontecimiento, sino que nos implica en el acontecimiento 
del pasado:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una Pascua a 
Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, 
de noche, te hizo salir de Egipto. Inmolarás a Yahvé tu Dios una 
Pascua de ganado mayor y menor, en el lugar elegido por Yahvé tu 
Dios para hacer habitar su nombre. Durante siete días no comerás, 
con la víctima, pan fermentado; comerás con ella ácimos -pan de 
miseria-, porque con prisa abandonaste Egipto: así te acordarás 
todos los días de tu vida del día en que saliste del país de Egipto. 
Durante siete días, no se verá levadura en todo tu territorio, y de la 
carne que sacrifiques por la tarde del primer día, no quedará nada 
para la noche hasta la mañana siguiente. No podrás inmolar la 
Pascua en cualquiera de las ciudades que te dé Yahvé tu Dios; silo 
en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su nombre. 
Sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el sol, a la hora de tu 
salida de Egipto... Dt., 16, 1-7.

Varios pasajes de esta prescripción están simplemente tomados 
de legislaciones anteriores, pero la originalidad del Deuteronomio 
consiste en el afán de implicar en el rito a la persona del fiel: eres tú 
quien salió de Egipto.
Esta observación nos permite descubrir un importante aspecto de 
la eortologia judía: la fiesta pone al individuo en contacto con el 
acontecimiento, pero no sólo por medio del simbolismo de los ritos, 
sino -y esto sobre todo- poniendo la conciencia del fiel en una 
actitud que se identifica con la actitud de los antepasados que 
vivieron realmente el acontecimiento. En otras palabras, el común 
denominador entre el acontecimiento y la fiesta no es, en rigor, el 
simbolismo del rito que recuerda tal o cual acontecimiento, sino la 
actitud de espíritu común al antepasado y al fiel que revive la 
historia.
En la Haggadá actual de la fiesta de Pascua, el ritual tiene 
prevista esta munición:

No sólo liberó a nuestros antepasados, sino que también nos 
liberó a nosotros con ellos. Porque no se alza un solo enemigo 
contra nosotros para exterminarnos. El Santo -bendito sea- nos 
salva de sus manos (Ed. Durlacher).

En este estadio de purificación, la fiesta tiende a provocar, 
mediante el recuerdo del acontecimiento y el simbolismo del rito, 
una actitud de espíritu, una posición de fe, la cual caracteriza, en 
último término, el objeto esencial de la fiesta.
Sin embargo, esta "personalización" de la fiesta no se realiza a 
costa del simbolismo del rito: la continuidad con las etapas 
precedentes está bien asegurada. Por el contrario, el simbolismo 
del rito se sirve de ella, en cierto modo, para espiritualizarse más. 
Parece ser, en efecto, si nos atenemos al texto bíblico, que la fiesta 
de Pascua ve nacer por entonces un nuevo rito: la manducación del 
cordero. Es probable que tal costumbre se extendiera en el pueblo 
bastante antes de la reforma de Josías, quizá bajo la influencia del 
medio ambiente; de todos modos, el Deuteronomio, es el primer 
texto legal que consagra la existencia del banquete con el cordero 
pascual.

Sólo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su 
nombre sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el sol, a la 
hora de tu salida de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar 
elegido por Yahvé tu Dios, y de allí, a la mañana siguiente, te 
volverás para ir a tus tiendas. Dt., 16, 6-7.

Hasta entonces todo se reducía a la inmolación del cordero y a la 
efusión de su sangre sobre los quicios de la puerta. Si se comía 
luego el cordero, tal comida no formaba parte del rito pascual, que 
se limitaba exclusivamente a la comida de los ácimos. Pero, a partir 
del Deuteronomio -y más aún en la legislación sacerdotal-, la 
comida del cordero pasa a primer plano. Semejante evolución es 
muy significativa por lo que se refiere a la personalización que se 
ha operado en el rito: lo que cuenta en primer lugar no es el 
simbolismo del rito (repetir lo que hicieron los antepasados), sino la 
actitud de espíritu provocada por el recuerdo del acontecimiento. 
La manducación del cordero es, a este respecto, mucho más apta 
para expresar la participación personal de los fieles en la fiesta que 
la sola inmolación. Téngase en cuenta, por lo demás, que la 
legislación del Deuteronomio no habla ya de derramar la sangre 
sobre las estacas de la tienda o los quicios de la puerta: asimilarse 
el cordero -y, más allá del cordero, el acontecimiento- supone un 
compromiso personal mucho más profundo, expresado claramente 
por la misma manducación.
Cuando entre en vigor la legislación sacerdotal, tomará el 
aspecto de una compilación en que se fusionan elementos 
diversos: cordero y ácimos, rito de la sangre derramada y de la 
manducación, etc. Pero esta legislación no presenta novedad 
alguna, fuera del ceremonial para comer el cordero

El diez de este mes, procuraos cada uno una cabeza de ganado 
menor por familia; una cabeza de ganado menor por casa. Si la 
familia es demasiado reducida para consumir el animal, asóciese 
con su vecino más cercano a la casa, según el número de 
personas. Tendréis en cuenta el apetito de cada uno para 
determinar el número de comensales. El animal será sin defecto, 
macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o las cabras. 
Lo conservareis hasta el día catorce de este mes; entonces la 
asamblea entera de la comunidad de Israel lo degollará entre dos 
luces. Tomaréis de su sangre y untaréis los quicios y el dintel de las 
puertas de las casas donde se coma. Aquella noche comeréis la 
carne asada al fuego; la comeréis con los ácimos y hierbas 
amargas. No lo comáis crudo o cocido, comedlo solamente asado al 
fuego, con la cabeza, las patas y las tripas. No guardéis nada para 
el día siguiente. Lo que sobrare, lo quemaréis al fuego. Lo comeréis 
así: ceñidos los lomos, calzados los pies, con el bastón en la mano. 
Lo comeréis con toda prisa, pues es una Pascua en honor de 
Yahvé. Ex., 12, 1-12.

Prescindamos, por el momento, de los minuciosos preceptos de 
este ritual para quedarnos con los datos esenciales: cuando el fiel 
judío come el cordero pascual como lo haría un nómada, cree 
hacer algo más que recordar el acontecimiento; quiere hacer suya 
la actitud de sus antepasados, alcanzar su libertad, participar en la 
renovación de su vida interior. Por eso, el banquete está calcado 
sobre el antiguo rito de inmolación y de aspersión de la sangre.
Así queda clara la rica evolución que ha seguido la fiesta de 
Pascua hasta llegar a nosotros. Antes hemos visto la exigencia de 
una catequesis; ahora vemos la exigencia de una actitud personal 
consciente, introducida por el banquete pascual: una manera de 
revivir el acontecimiento salvador en la medida en que cada uno se 
lo asimila por la fe. El rito evoca el acontecimiento, haciéndolo 
presente en cierto modo y exigiendo nuestra adhesión: tenemos ahí 
en primicias el alcance del Hodie de nuestra liturgia cristiana.


5. FIESTA DE LA RESTAURACIÓN DEL PUEBLO 

Este aspecto de personificación no lo hemos encontrado tan 
intenso en nuestro análisis de la fiesta de los Tabernáculos ni en 
las fiestas de orden astronómico. Ello se debe, probablemente, a 
que la Pascua poseía el dinamismo interno necesario para 
supervivir definitivamente y doblar el cabo de la cristianización, en 
el cual se hundieron tantas fiestas judías. 
Esta preeminencia de la Pascua sobre las demás fiestas se va 
perfilando ya en el Antiguo Testamento, incluso en la época en que 
la fiesta de los Tabernáculos es todavía "la fiesta" por excelencia. Y 
así, en los distintos períodos de la historia del pueblo en que se 
afirma una restauración o se sanciona de nuevo la alianza -sin 
cesar comprometida por la infidelidad del pueblo­, los reformadores 
señalan la Pascua y no los Tabernáculos como fiesta de esa 
renovación o restauración. Josías, después de proclamar 
solemnemente la renovación de la alianza, la sanciona con la 
celebración de la fiesta de Pascua:

El rey dio esta orden a todo el pueblo: "Celebrad una Pascua en 
honor de Yahvé vuestro Dios, del modio que está escrito en este 
libro de la alianza." No se había celebrado una Pascua como 
aquella desde los días de los Jueces que habían regido a Israel, ni 
durante todo el tiempo de los reyes de Israel y de los reyes de 
Judá. El año decimoctavo del rey Josías, en Jerusalén, se celebró 
aquella Pascua en honor de Yahvé. 2 Re., 23, 21-23.

El aspecto moral pasa aquí a primer plano para afirmar el valor 
de esta renovación de la alianza sancionada por Josías y, al mismo 
tiempo, la restauración de la fiesta de Pascua. Más tarde, cuando 
Esdras concluya la restauración del pueblo liberado del destierro, 
tendrá lugar su celebración en torno a la fiesta de Pascua:
Los exiliados celebraron la Pascua el catorce del primer mes. 
Todos los levitas, como un solo hombre, se habían purificado; y 
ellos inmolaron la Pascua por todos los exiliados, por sus hermanos 
los sacerdotes y por sí mismos comieron la Pascua: los israelitas 
que habían vuelto del destierro y todos los que, habiendo roto con 
la impureza de los pueblos de aquella tierra, se habían unido a 
ellos para buscar a Yahvé, el Dios de Israel. Celebraron con gozo 
durante siete días la fiesta de los Ácimos... Esd. 6, 
19-22.

La actitud personal, que es aquí actitud de conversión, ocupa 
realmente el lugar más importante de la fiesta.
Poco después del destierro, los documentos sacerdotales dan 
cuenta de otra Pascua interesante: la que celebró el rey Ezequías 
para sancionar otra renovación de la alianza. Los Libros de los 
Reyes no habían prestado atención a esta celebración pascual, sin 
duda porque todavía no estaban preparados para ello. Por el 
contrario, los Libros de las Crónicas, dependientes de la corriente 
deuteronomista y sobre todo de la corriente sacerdotal, dan gran 
relieve a esta Pascua de restauración celebrada por Ezequías y 
refieren, en particular, que entonces la Pascua fue celebrada el 
segundo mes en lugar del primero, para asegurar una mayor 
purificación por parte del pueblo (2 Cor., 30).
No es imposible, por otra parte, que los cronistas hayan 
trasladado al pasado de Ezequías un hecho que debió de tener 
origen en la reforma de Josías. Se advierte el mismo procedimiento 
de anticipación en la descripción de la primera Pascua celebrada 
por el pueblo a su llegada a Guilgal (Jos., 5, 10-12), relato 
ciertamente antiguo, pero "releído" en función de preocupaciones 
sacerdotales.
Así, pues, tanto en el plano individual de la actitud de espíritu 
como en el plano colectivo de la restauración y renovación de la 
alianza, la Pascua aparece, cada vez con mayor claridad, como una 
fiesta personalista cuyo objeto esencial, provocado desde luego por 
el rito, es la actitud interior, la conversión, la fidelidad moral. Todo 
esto, sin embargo, se realiza en plena continuidad con el pasado: 
nunca faltan los ácimos para indicar la renovación primaveral, y la 
celebración de la antigua liberación de Egipto por la sangre del 
cordero sigue siendo el verdadero objeto de la fiesta, aunque 
sometido a incesantes relecturas por arte de unas almas llamadas a 
una conversión y una renovación interiores cada vez más 
profundas.
Una última modificación en el ritual de la Pascua es introducida 
por la Thora de Ezequiel, que prevé una ceremonia de expiación 
antes de la celebración de la Pascua. Esta reforma, que desdobla 
la antigua fiesta de la expiación situada en dependencia de la fiesta 
de los Tabernáculos, viene a demostrar el creciente auge de la 
Pascua frente a la fiesta de los Tabernáculos y, sobre todo, la 
preocupación personalista y moralizante: si los antiguos pasaron de 
Egipto a la Tierra Prometida, nosotros hemos de celebrar hoy aquel 
acontecimiento pasando, a nuestra vez, de la impureza a la 
pureza:

Así habla el Señor Yahvé. El primer mes, el día primero del mes, 
tomarás un novillo sin defecto, para quitar el pecado del santuario. 
El sacerdote tomará sangre de la víctima por el pecado y la pondrá 
en los postes del templo y en los cuatro ángulos de la base del altar 
y en los postes de los pórticos del atrio interior. Así hará también el 
séptimo mes, en favor de los que hubieren pecado por 
inadvertencia o irreflexión... Ez., 45, 18-20.

Aquí aparece un nuevo tema: la víctima expiatoria hace el papel 
del cordero pascual liberador. Sin tardar mucho, una sola persona 
asumirá los dos papeles en su único sacrificio: será a un tiempo el 
macho cabrío de la expiación y el cordero pascual.

6. LA PASCUA Y EL CALENDARIO PERPETUO
Parece ser que, hasta los documentos sacerdotales, la fecha de 
la Pascua estuvo bastante imprecisa. Los textos que hemos citado 
hablan tan sólo "del tiempo fijado en el mes de Abib" (Ex., 23, 15). 
Tampoco el Deuteronomio es demasiado claro:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una Pascua a 
Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, 
de noche, te hizo, salir de Egipto. Dt., 16, 1-2.

Esta imprecisión se comprende si la fiesta está determinada por 
el comienzo de la siega de la cebada y la ofrenda de la primera 
gavilla. El mismo término Abib significa Espiga. Pero, a medida que 
predominaba el rito del cordero sobre el rito de la espiga y de los 
ácimos, la fiesta pudo liberarse un poco de su servilismo demasiado 
material al ritmo agrícola y concretarse con más exactitud. Además, 
mientras el cómputo del tiempo estuvo basado esencialmente en las 
fases de la luna, la fiesta podía caer en cualquier día de la semana. 
Pero, después del destierro, se va imponiendo en ciertas esferas 
sacerdotales, aunque no sin provocar vivas reacciones, un nuevo 
computo, medio lunar y medio solar, que permite calcular de 
manera estable un determinado día del mes. A partir de entonces, 
en todos los documentos bíblicos de la época, los sucesos serán 
consignados con su fecha exacta, incluso con el día del mes.
Este nuevo cómputo era un calendario perpetuo solar con 
algunas concesiones al calendario lunar. Así resultaba posible que 
el 14 de nisán (nueva fecha de la Pascua) no cayera nunca antes 
del plenilunio del mes. A continuación reproducimos este 
calendario, según la reconstrucción de A. Jaubert porque es 
importante tenerlo a la vista para seguir el ulterior desarrollo de la 
liturgia judía.

MESES  I - IV VII - X II - V VIII - XI III - VI IX - XII
DÍAS 1 M 16 J 1 V 16 S 1 D 16 L
2 J 17 V 2 S 17 D 2 L 17 M
3 V 18 S 3 D 18 L 3 M 18 M
4 S 19 D 4 L 19 M 4 M 9 J

5 D

20 L

5 M

20 M

5 J

20 V

6 L

21 M

6 M

21 J

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7 M

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8 M

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14 S

29 D

15 M

30 J

15V

30S

15 D

30 L

31 M


Todos los documentos bíblicos datados después del destierro lo 
están de acuerdo con este calendario perpetuo. Y así la Pascua 
cae siempre el 14 de nisán por la tarde (nisán era el nuevo nombre 
del primer mes); por tanto, siempre en martes, para que la fiesta se 
celebre durante la jornada del miércoles 15 de nisán. Pero no 
hemos de pensar que el calendario en cuestión se impuso por 
completo: oficialmente incluso, el clero del templo conservó (o 
adoptó de nuevo) el antiguo calendario en el que la Pascua podía 
caer en cualquier día de la semana, según el ritmo de las fases 
lunares.
De hecho, parece ser que este calendario no será aplicado más 
que en ciertas comunidades judías de Palestina, en Babilonia y en 
Elefantina y sólo unos sectarios, como los miembros de la 
Comunidad de Qumrán, seguirían observando este calendario en 
abierta oposición con las costumbres vigentes en el Templo de 
Jerusalén, al menos en la época de Cristo. Las cuestiones de 
calendario siempre han sido, en todas las religiones, objeto de las 
peores querellas; no es extraño que también sucediera así en el 
pueblo elegido. Entre los argumentos que suscita la polémica, 
debemos fijarnos en uno: el que alegan los partidarios del 
calendario perpetuo diciendo que el otro cómputo, de base lunar, 
es de origen pagano y contribuye a mezclar las costumbres 
paganas con las costumbres judías. Semejante argumento no 
carece de razón y no es imposible que se llegara a regular por un 
calendario propio la celebración de la liturgia y de las fiestas judías, 
precisamente para caracterizar mejor su originalidad.
La inclusión de la fiesta de la Pascua en los problemas de los 
calendarios tendrá dos repercusiones importantes por lo que se 
refiere a la espiritualización de la fiesta. En ellas vamos a 
detenernos.
La primera característica nueva es que, de ahora en adelante la 
Pascua se celebrará "el primer mes del año; así el Año Nuevo 
dependerá de la Pascua, perdiendo este privilegio la fiesta de los 
Tabernáculos:

Este mes será para vosotros el comienzo de los meses, el primer 
mes del año. Ex., 12, 2.

El primer mes, el día decimocuarto del mes, entre dos luces, es la 
Pascua de Yahvé y el día decimoquinto de ese mes es la fiesta de 
los Ácimos de.Yahvé. Lv., 23, 5-6.

En estas prescripciones hemos de ver una importante 
consagración de la evolución que ha hecho de la Pascua la fiesta 
más espiritual del ciclo judío. A propósito del ritual de la expiación, 
hemos visto que varías prerrogativas de la fiesta de los 
Tabernáculos han pasado o pasan a la de Pascua. Ahora le toca al 
comienzo del año. Se comprende fácilmente, en esta perspectiva, 
que la primera tradición cristiana, al trasladar de la fiesta de los 
Tabernáculos a la de Pascua el ritual de entronización del Mesías 
bajo la forma de la entrada de Cristo en Jerusalén, no hizo sino 
seguir el movimiento iniciado en el judaísmo.
La segunda característica, por hipotética que sea, merece 
nuestra máxima atención. En la medida en que existieron dos 
cómputos pascuales distintos -el oficial del Templo, basado en la 
luna, y el sectario, basado en el calendario perpetuo-, ¿no habría 
también dos maneras de celebrar el banquete pascual? No es fácil 
imaginar, en efecto, que los partidarios del calendario perpetuo, 
para quienes la Pascua caía en la tarde del martes, comieran el 
cordero pascual de acuerdo con lo prescrito, ya que éste debía ser 
inmolado en el Templo por los sacerdotes, los cuales seguían 
oficialmente un calendario en el que la inmolación del cordero podía 
caer varios días más tarde. Se podría pensar que prescindían de 
corderos pascuales, lo cual no sería demasiado extraño. Pero, en 
concreto, parece probable que los monjes de Qumrán inmolaban el 
cordero pascual, aunque no en el Templo de Jerusalén, pues 
juzgarían que su propia comunidad y su servicio, constituía un 
verdadero Templo (doctrina que es fundamental en Qumrán), lo 
cual les daba derecho a inmolar el cordero. La hipótesis es 
atrayente y podría muy bien señalar una nueva etapa en la 
espiritualización de la Pascua, etapa que prepararla el 
comportamiento de Cristo en su propio banquete pascual: el 
cordero no es sino el símbolo de una actitud de espíritu. Desde el 
momento en que está creada tal actitud -y lo está en el servicio 
mutuo, sobre todo si el cordero es el símbolo del "siervo"-, ciertas 
prescripciones rituales referentes a la inmolación del cordero 
pueden ceder ante lo esencial y desaparecer. Más adelante 
insistiremos en la importancia de esta espiritualización.
Idéntico problema se plantea a propósito de los ácimos. Si hubo 
dos calendarios distintos, es probable que hubiera también cierta 
confusión en el ritual de la Pascua y que los partidarios del 
calendario perpetuo celebraran a veces el banquete pascual sin 
disponer ya de ácimos, al menos si la confección de éstos estaba 
condicionada por el calendario oficial del templo. Podriamos pensar 
por tanto, que Cristo celebró la Cena el martes 14 de nisán, sin 
cordero (puesto que no será inmolado hasta el viernes siguiente en 
el templo) e incluso sin ácimos. Tal es el punto que procuraremos 
dilucidar en el párrafo que sigue.

7. CRISTO EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA
El rodeo que acabamos de dar con la cuestión de los calendarios 
no es inútil, porque nos permite, a la luz de los trabajos de A. 
Jaubert , ver más claro en la conducta de Cristo durante la Pascua 
que iba a ser suya como ninguna otra.
La mejor explicación a las aparentes contradicciones entre los 
sinópticos y San Juan en cuanto a la cronología de la Semana 
Santa procede a partir del conflicto entre los dos distintos 
calendarios (conflicto que se prolongó en la primera tradición 
cristiana y dio origen, en parte, a las graves disputas pascuales que 
dividieron a la cristiandad hasta el siglo III). 
El año de la Cena, la Pascua del 14 de nisán según el calendario 
perpetuo caía, como estaba previsto, en martes, mientras que la 
Pascua según el calendario lunar, tal como se observaba en el 
Templo, era el viernes siguiente. Según esto, Cristo celebró el 
banquete pascual con sus apóstoles el martes par la tarde, sin 
cordero y, probablemente, sin ácimos. Y murió el viernes, 
precisamente a la hora en que se inmolaba el cordero en el 
Templo, como subraya discretamente San Juan. Estos datos 
parecen actualmente ciertos a la mayoría de los exegetas de la 
Semana Santa.
Pero entonces, ¿qué sentido tiene, para nuestro propósito un 
banquete pascual sin cordero ni ácimos? ¿No es la negación de la 
evolución hasta aquí seguida? ¿O será, por el contrario, su 
coronamiento?
Aquí conviene subrayar un punto: después del destierro, Pascua 
es ante todo la fiesta de la renovación de la actitud de espíritu, la 
fiesta de la "restauración" . Cada uno renueva su corazón y su 
fidelidad; renovación que se explicita en la comida del cordero 
pascual. La coordenada esencial de la fiesta no es ya la que pone 
en conexión el rito y su simbolismo con el acontecimiento del 
pasado que se conmemora, sino la que relaciona el rito con la 
presente actitud de espíritu del fiel.
Pero he aquí que uno de esos fieles, Cristo, fiel por 
antonomasia, celebra la Pascua con una actitud de espíritu muy 
concreta, tan concreta que es el acontecimiento máximo de toda la 
historia de salvación: su sumisión al Padre, su deseo de "servir" a 
sus hermanos mediante su muerte expiatoria. Este acontecimiento 
es tan esencial que ante él se desvanece todo rito, resultando 
caduco e inútil. Es inútil inmolar un cordero cuando el Cordero de 
Dios está presente, en persona, como el Siervo de Dios (Is., 53, 7) 
que se ofrece por los pecados de los hombres y se da en 
alimento.
Así se comprende por qué Cristo, para celebrar la Cena, eligió el 
calendario perpetuo en vez del calendario lunar. Con ello se 
liberaba mejor de la sujeción del rito y podía presentarse más 
fácilmente, sin velo y sin intermediario, como el rito y el 
acontecimiento a la vez. El rito tenía sentido en ausencia del 
acontecimiento que conmemoraba, pero resulta vacío en el 
acontecimiento mismo.
La densidad del banquete pascual de Cristo no reside en su 
ritualismo, sino en la actitud de espíritu del Señor que procura 
comunicar a sus apóstoles. Es curioso, a este respecto, comparar 
los diferentes relatos del banquete pascual en los evangelios y en 
San Pablo. Mateo y Marcos se limitan a describir la institución del 
nuevo rito en torno al pan y el vino. En cambio, Lucas da un paso 
más al referir una singular disputa entre los apóstoles, disputa que 
los otros sinópticos sitúan en distinto momento de la vida de 
Cristo:

Surgió luego entre ellos una disputa sobre quién de ellos había 
de ser tenido por el mayor. El les dijo: "Los reyes de las naciones 
imperan sobre ellas y los que ejercen autoridad sobre las mismas 
se hacen llamar Bienhechores. Pero entre vosotros no es así, sino 
que el mayor entre vosotros debe comportarse como el más joven, y 
el que gobierna, como el que sirve. ¿Quién es, en efecto, el mayor: 
el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está 
sentado? Pues bien, yo estoy entre vosotros como quien sirve". 
Lc., 22, 
24-27.

Lucas tiene, sin duda, una intención muy concreta al añadir a la 
Cena -o al conservar en su puesto- esta tradición que la sitúa en su 
perspectiva exacta: la presencia de un "siervo" doliente y humilde 
basta por si misma para justificar la celebración de la fiesta de 
Pascua, porque tal presencia es su contenido.
Juan va todavía más lejos cuando sustituye totalmente el relato 
de la institución por el del lavatorio de los pies como elemento 
esencial del banquete de Pascua:

Durante la cena, una vez que el diablo había inspirado a Judas 
Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el 
Padre había puesto todo en sus manos y que él había salido de 
Dios y a Dios volvía, se alzó de la mesa, se quitó el manto y, 
tomando una toalla, se la ciñó. Luego vertió agua en una palangana 
y se puso a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la 
toalla que se había ceñido... Después de lavarles los pies, tomar de 
nuevo sus vestidos y sentarse a la mesa, les dijo: "¿Entendéis lo 
que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, 
y decís bien, porque lo soy. Por tanto, si yo, que soy el Señor y el 
Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los 
pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros 
como yo he hecho. En verdad, en verdad os digo: no es eI esclavo 
mayor que su señor, ni el enviado mayor que quien le envía." Jn., 
13, 1-16.

Incluso el pan ácimo experimenta aquí una importante 
modificación, pues no es imposible que Cristo tomara pan ordinario 
para significar su Cuerpo. Parece sugerirlo la palabra artos, así 
como la fecha anticipada del banquete pascual tomado por el 
Señor.
Es radical el cambio que introduce Cristo en los ritos de la fiesta 
de Pascua. Trastorna el calendario y suprime los dos elementos 
esenciales desde el punto de vista ritual: e¡ cordero y los ácimos (lo 
cual tendrá como primera consecuencia permitir que las 
comunidades cristianas celebren la fiesta pascual todos los 
domingos), pero saca a plena luz el contenido subyacente a tales 
ritos: la sangre expiadora y liberadora del cordero sigue estando 
presente, pero bajo la figura de un siervo y en el drama de una 
persona humillada; sigue también presente la renovación 
primaveral de la fiesta, pero bajo la forma de la "nueva" alianza 
sellada con esa sangre, y, si los ácimos han desaparecido, su 
contenido de novedad y de huida del pasado continúa tan 
esencialmente incorporado al nuevo rito de la Pascua que San 
Pablo puede aludir a él sin que dé la impresión de que vuelve 
atrás:

Purificaos de la vieja levadura para ser masa nueva, puesto que 
sois ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra Pascua, Cristo. 
Celebremos, pues, la fiesta no con vieja levadura, ni con levadura 
de malicia y perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad. 1 
Cor., 5, 7-8.

Este último pasaje expresa la nueva manera de celebrar la 
Pascua: la actitud de espíritu de Cristo le ha permitido personalizar 
la fiesta en su propio drama. Y la actitud de espíritu que nosotros 
adoptemos al participar en ese drama será asimismo el contenido 
de la fiesta: el rito de los ácimos será nuestra renuncia al mal y 
nuestra nueva alianza con Dios, al igual que el rito del cordero era 
Cristo mismo.
No obstante, el rito perdura en la celebración cristiana de la 
Pascua:

Cada vez que comáis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la 
muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien come el pan o 
bebe el cáliz del Señor indignamente, tendrá que responder del 
cuerpo y de la sangre del Señor. 
1 Cor., 11, 26-27.

Esto quiere decir que, si la actitud de espíritu del fiel, unida a la 
de Cristo-Siervo, es el contenido esencial de la fiesta de Pascua, su 
rito no está menos presenté corno presencia objetiva de Cristo y de 
su actitud de espíritu y como levadura capaz de suscitar en 
nosotros la actitud de espíritu correspondiente. Ha nacido así una 
nueva manera de celebrar la Pascua, de suerte que el rito ya no 
tiene el alcance mágico de antaño, ni siquiera el antiguo alcance 
simbólico, sino que pasa a ser sacramento, es decir, contiene el 
acto mismo de Cristo, objeto de la fiesta, y, al mismo tiempo, el acto 
del fiel que renueva en El la alianza eterna suscitada por el acto de 
Cristo.

8. UNA HOMILÍA PASCUAL CRISTIANA
/1P/HO-PASCUAL: Hemos advertido que la catequesis litúrgica 
apareció al lado del rito en el momento en que éste abandonó su 
simbolismo puramente natural para subir un grado en la escala de 
espiritualización. Podemos suponer con razón que esa catequesis 
litúrgica debió de alcanzar una importancia mucho mayor cuando el 
rito dobló el cabo del cristianismo y recibió el encargo de expresar y 
realizar el nuevo acontecimiento de Cristo y la correspondiente 
actitud de espíritu del fiel. Al parecer, tenemos una gran suerte a 
este respecto, pues poseemos una homilía del tiempo apostólico en 
los materiales de la primera carta de San Pedro. Carta que ha sido 
analizada recientemente y presentada como una composición que, 
entre numerosos. materiales reproduce un pequeño catecismo para 
la celebración de la noche pascual. Nos bastará señalar los puntos 
más característicos del estudio publicado por el P. Boismard, para 
descubrir a qué grado de purificación había llegado la fiesta de 
Pascua y qué exigencias concretas de vida suponía su 
celebración.
Si prescindimos del encabezamiento de la carta, añadido en 
época tardía para incorporar la homilía al grupo de las cartas del 
Nuevo Testamento, leeremos en primer lugar una especie de himno 
introductorio a la Noche de Pascua, que Boismard -basándose en 
otros textos paralelos, como Tit., 3, 5-7- reconstruye de este 
modo:

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor 
en su misericordia, el cual nos reengendró 
por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos 
para una esperanza viva 
para una herencia incorruptible
para una salud pronta a manifestarse.
1 Pe., 1, 3~5.

Después de esta bendición de entrada, se leería el capítulo 12 
del Éxodo, lectura que se encuentra en todas las liturgias pascuales 
de la época, en toda la Iglesia, y que es ciertamente una herencia 
del judaísmo. Dicho capitulo contiene el relato del acontecimiento 
judío y la descripción del banquete pascual, que permite a los 
judíos asimilarse el acontecimiento y hacerlo suyo.
A continuación, la primera carta de Pedro nos presenta unos 
elementos que podrían formar el tipo de homilía cristiana sobre esa 
lectura judía (1 Pe., 1, 13-21). Homilía particularmente interesante 
porque nos revela cómo desemboca el rito en una actitud de 
espíritu.
He aquí lo que resulta del rito de los lomos ceñidos, previsto en el 
ceremonial del banquete (Ex., 12, 11):

Ceñíos, pues, los lomos de vuestro espíritu, permaneced 
vigilantes, esperad plenamente en la gracia que os traerá la 
revelación de Jesucristo. 1 P., 1, 13.

También el rito del cordero se espiritualiza 12, 5);

Sabed que habéis sido liberados de la vana conducta heredada 
de vuestros padres, no con cosas corruptibles, sino con una sangre 
preciosa como de un cordero sin defecto ni mancha, Cristo, 
conocido antes de la creación del mundo y manifestado en los 
últimos tiempos por vuestra causa. 
1 Pe., 1, 18-19.

La salida de Egipto y el culto que había que tributar a Yahvé en 
el desierto (Ex., 12, 31) hallan también una traducción espiritual: 
son el abandono de los ídolos y el culto en espíritu y santidad:

Como hijos obedientes, no os conforméis a las concupiscencias 
de antaño, del tiempo de vuestra ignorancia. Antes bien, lo mismo 
que el que os llamó es santo, sed santos vosotros en toda vuestra 
conducta, según está escrito: "Sed santos, porque yo soy santo." 1 
P, 1, 14-15.

El rito halla, pues, su cumplimiento en la actitud de espíritu del 
cristiano. Pero esa actitud de espíritu es provocada, a su vez, y 
desarrollada por el rito sacramental. Según el P. Boismard, después 
de esta homilía se administraba el bautismo a los nuevos cristianos. 
Y, acto seguido, la explicación del misterio de este sacramento era 
tema de otra homilía cuyo esquema figuraría en la continuación de 
la epístola.
Tal homilía consta de dos dípticos: una breve catequesis 
mistagógica y una exhortación moral. Analicemos, en primer lugar, 
la catequesis:

Obedeciendo a la verdad, habéis santificado vuestras almas para 
amaros sinceramente como hermanos. Con corazón puro, amaos 
los unos a los otros sin desfallecer, engendrados de nuevo de una 
semilla no corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios vivo y 
eterno... Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual no 
adulterada, para que, por medio de ella, crezcáis en orden a la 
salvación, si es que, al menos habéis gustado cuán bueno es el 
Señor. 1 Pe., 1, 22~2, 3.

Esta exposición se centra, como vemos, en torno a las ideas del 
nuevo nacimiento y del tránsito de lo corruptible a lo incorruptible. 
Notemos la importancia que en este nuevo nacimiento tiene la 
"Palabra", la cual es, a un tiempo, la persona de Cristo y la del 
Espíritu en la enseñanza de la Iglesia: el bautismo es "baño de 
agua acompañado de una palabra", dirá un San Pablo (Ef, 5, 26) 
como para indicar dónde reside la originalidad del rito cristiano; un 
rito, sí, pero acompañado de una palabra de Dios y de una 
obediencia a esa palabra.
La catequesis prosigue entonces con una nota más eclesial: la 
constitución del nuevo pueblo, en torno al sacrificio y al sacerdocio 
espirituales:

Acercaos a él, piedra viva, rechazada por los hombres, pero 
elegida por Dios, preciosa. Y vosotros, como piedras vivas, servid 
para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio 
santo, en orden a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, 
por medio de Jesucristo.. Vosotros sois una raza elegida, un 
sacerdocio regio, una nación santa, un pueblo adquirido para 
anunciar las alabanzas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su 
luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo y que 
ahora sois el pueblo de Dios, que no habíais alcanzado 
misericordia y que ahora la habéis alcanzado. 1 P, 2, 4-10.

La intención de este texto es mostrar que la Iglesia hereda ciertos 
privilegios del pueblo judío: al acontecimiento pascual de antaño, 
que aseguró al pueblo semejantes privilegios, responde ahora la 
persona y el misterio de Cristo, el cual eleva a la categoría de 
pueblo a quienes se incorporan a su vida y se unen a él, piedra 
fundamental, en el nuevo edificio.
Notemos también la importancia del tema del Espíritu: todo es 
"espiritual". La fiesta de Pascua nos introduce en la realidad 
escatológica, que se caracteriza precisamente por el don del 
Espíritu. Nos hallamos aquí en plena continuidad con el bautismo 
"según el Espíritu", que acaba de celebrarse.
Una vez terminada esta catequesis, se pasa a una exhortación 
moral que procura aplicar a la vida de cada día los temas del nuevo 
nacimiento y de la vida espiritual. Se pasa revista a todas las 
categorías sociales de los recién bautizados, con el fin de señalar 
en qué se manifiesta el comportamiento social de los cristianos (1 
Pe., 2, 11~3, 12).
Concluye la celebración con un nuevo himno que parece 
inspirado por el tema judío de los dos caminos y que ha sido 
reconstruido como sigue:

Dios resiste a los soberbios,
pero da su gracia a los humildes. 
Humillaos, pues, ante Dios 
y El os ensalzará.
Resistid al Diablo
y huirá lejos de vosotros. 
Acercaos a Dios 
y El se os acercará. 
1 P, 5, 5-1 1.

Si se la toma demasiado sistemáticamente, la tesis del P. 
Boismard y de otros exegetas que consideran esta carta como una 
homilía pascual resultará tal vez inexacta. Pero, en todo caso, hay 
que reconocer que esta catequesis utiliza un número impresionante 
de documentos parenéticos e himnológicos y que, catalogando 
esos documentos, se descubre en ellos una perfecta unidad con 
respecto a la fiesta pascual. Pero lo que se desprende, sobre todo, 
de tales documentos es la profunda "relectura" llevada a cabo en el 
medio cristiano primitivo sobre ciertos elementos antiguos de la 
fiesta de Pascua. En el centro de la celebración figura la persona 
misma del Señor: es la Palabra que acompaña al rito, Palabra que 
es "revelación" del plan de Dios en el rito y que exige "obediencia" 
por parte del fiel.

9. CONCLUSIÓN
A la luz de lo que Dios ha hecho para realizar su Pascua ideal, 
podríamos nosotros examinar nuestra manera de celebrar la 
Pascua. ¿Nos situamos realmente en ese nivel sacramental donde, 
en el rIto, se une nuestra fe a la actitud de Cristo, o bien nos 
contentamos con la emoción suscitada por el simbolismo pascual... 
a menos que no hayamos pasado todavía del simple recordatorio 
histórico o nos hallemos en el rito de contenido mágico?
La cuestión merece ser planteada, y un profundo examen de 
conciencia nos revelará tal vez que, si ciertas reformas como las 
que Roma introdujo recientemente en la Semana Santa y, más 
concretamente, en la Vigilia pascual- no dan los frutos apetecidos o 
manifiestan cierta inconsistencia, ello se debe principalmente a que 
pastores y fieles no se han situado de verdad en el nivel 
necesario.
Es muy ilustrativo, a este respecto, seguir la decadencia de la 
Pascua en la historia de la Iglesia, examinando las sucesivas 
razones que la provocaron. Durante los primeros siglos, la noche 
de Pascua está dedicada esencialmente a los bautismos y a la 
eucaristía. Nos hallamos en pleno ámbito sacramental: el rito 
pascual, sea bautismal o eucarístico, moviliza a toda la comunidad 
(y no sólo a los neófitos) en una actitud de conversión, en una 
profesión de fe consciente y comunitaria por la que todos expresan 
su deseo de unirse a Cristo en su nueva vida de resucitado. La 
asamblea había ayunado previamente para mejor unirse en la 
aceptación de su muerte. Apenas si habla en aquella época otros 
ritos fuera de las sumarlas ceremonias de los sacramentos, y todo 
se centraba en la renovación interior producida por esos 
sacramentos en conexión con el acontecimiento pascual de Cristo.
Pronto, sin embargo, se inicia un segundo periodo en el que 
desaparecen los bautismos de la Vigilia Pascual. Y entonces nacen 
dos ritos de carácter más simbólico que propiamente sacramental. 
Se amplia desmesuradamente la bendición del agua, que sustituye 
a la administración del bautismo: el agua como elemento simbólico 
reemplaza al sacramento y al acto vital de conversión. Se da 
asimismo una gran importancia a la bendición de la luz (cirio 
pascual), precisamente en una época en que, por irse anticipando 
cada vez más la vigilia, se podía prescindir de luz. Es cierto que 
cabía la posibilidad, a partir de los símbolos del agua y la luz, de 
proclamar el misterio pascual, provocando la indispensable actitud 
de espíritu. Pero ¿se pasó siempre de la posibilidad al hecho? 
Un tercer periodo -coincidente, por lo demás, con el anterior- 
procurará dar a los ritos un contenido histórico. Se olvidará un poco 
que el rito actualiza el pasado para reducirlo a simple recordatorio 
de ese pasado, de igual modo que los primeros judíos celebraban 
la Pascua en memoria de la liberación de Egipto. Por eso, se 
"reproduce" la resurrección mediante la aparición repentina del cirio 
pascual en las tinieblas del templo, se reproduce la entrada de 
Cristo en Jerusalén mediante la procesión de los ramos, se 
reproduce el lavatorio de los pies. Una vez más, la catequesis, 
capaz de sacar fuego de cualquier astilla, podría servirse de estos 
ritos historicistas para llegar a lo esencial. Pero ¿llegó realmente? 
¿No provocó, por el contrario, con harta frecuencia, algunas 
reacciones mas emotivas que auténticamente cristianas como, por 
ejemplo, esa "imitación" de la pasión que es el viacrucis o el rito de 
adoración de la cruz? 
El último período hará descender el contenido ritual de la Pascua 
a un nivel todavía inferior. Hay que encuadrar en este momento el 
tema del fuego sacado de la piedra que es Cristo (una forma de 
combatir ciertos ritos mágicos semejantes del mundo germánico), 
los trocitos de cirio pascual que tomaban los asistentes para 
llevárselos a casa a modo de "sacramental" y que se han 
convertido en los agnus Dei de nuestros días, la abundancia de 
agua bendita el sábado santo, la interminable bendición de los 
ramos, etcétera.
¿No nos da la impresión, al recorrer sumariamente la historia de 
esta decadencia, de que es la historia contada al revés de las 
sucesivas purificaciones a que Dios sometió la fiesta judía de la 
Pascua a lo largo del Antiguo Testamento? En cuanto a la feliz 
reforma de la Vigilia Pascual, dependerá de la manera en que los 
sacerdotes sepan adoctrinar a los fieles el que esa reforma logre su 
objetivo, restableciendo una verdadera fiesta pascual donde la 
renovación de Cristo se haga presente en el seno de una 
comunidad que toma conciencia de ello gracias a los sacramentos y 
que renueva igualmente su fe y se convierte de nuevo para 
acentuar su dignidad de hijos de Dios.

THIERRY-MAERTENS
FIESTA EN HONOR A YAHVE
Cristiandad. Madrid-1964. Págs. 107-145