SACROSANCTUM CONCILIUM

Alcances y perspectivas


Mons. Alberto Brazzini
Obispo auxiliar de Lima



1. Introducción 
2. Un poco de historia 
3. Contenido del documento 
4. Algunos aspectos centrales de la Constitución 
5. En vistas al Tercer Milenio 

* * * * *

1. Introducción
La Constitución Sacrosanctum Concilium fue el primer documento 
aprobado por los Padres conciliares. «Primicia del Vaticano II»[1] la 
ha llamado el Papa Juan Pablo II. Se trata ciertamente de uno de 
los documentos principales del Concilio. Dentro del gran horizonte 
de renovación para el Pueblo de Dios que abrió la asamblea 
conciliar no podía dejar de tener un lugar especial la vida litúrgica. 
Así, la iniciativa de esta importante Constitución tiene su origen en 
el deseo de renovar la vida litúrgica, a la vez que fomentarla[2], en 
continuidad con la Tradición viva de la Iglesia, a fin de que todos 
sus hijos puedan participar de ella con mayor provecho espiritual.

Con la Sacrosanctum Concilium se destacó de manera singular el 
valor central que la liturgia tiene en la vida de la Iglesia y en la vida 
del cristiano. Como afirma el Santo Padre: «La Constitución ilustra 
bien el motivo de esta centralidad, situándolo en el horizonte de la 
historia de la salvación. Frente a las múltiples formas de oración, la 
liturgia tiene una estructura propia, no sólo porque es la oración 
pública de la Iglesia, sino sobre todo porque es verdadera 
actualización y, en cierto sentido, continuación, mediante los signos, 
de las maravillas realizadas por Dios para la salvación del hombre. 
Esto es verdad particularmente en los sacramentos, y de modo muy 
especial en la Eucaristía, en la que Cristo mismo se hace presente 
como sumo sacerdote y víctima de la nueva alianza»[3].

A treinta años de clausurado el Concilio Vaticano II no podemos 
menos que alegrarnos por los muchos frutos que se han producido 
a partir de su impulso renovador. Entre ellos, quizá el más visible 
sea la renovación litúrgica[4].


2. Un poco de historia
La renovación conciliar es heredera de un fecundo movimiento 
litúrgico que hunde sus más profundas raíces en la segunda mitad 
del siglo pasado. A causa de este movimiento litúrgico todo el siglo 
XX verá crecer un notable impulso renovador de la vida litúrgica de 
la Iglesia que a la vez que explicitaba cada vez más el lugar central 
que ocupa en el misterio de la Iglesia y en el designio de redención, 
abría nuevos horizontes de comprensión de su naturaleza. Fueron 
muy importantes las diversas iniciativas de los Papas San Pío X, Pío 
XII y Juan XXIII para ir afirmando una corriente profunda de 
renovación cuyos frutos más significativos veríamos en el Concilio 
Vaticano II.

Ya desde el tiempo de preparación del Concilio la reflexión sobre 
la liturgia y la conveniencia de su renovación había adquirido 
singular importancia. El trabajo de la Comisión litúrgica, encargada 
de preparar el documento de trabajo, fue muy bueno. Debe notarse 
que, a diferencia de otros documentos que necesitaron una más 
lenta maduración, el documento preparado por esta Comisión fue 
asumido en su gran mayoría por la asamblea conciliar.

No deja de ser muy significativo que el primer esquema que la 
Comisión central del Concilio Vaticano II decidiese que se discuta 
haya sido precisamente el de la liturgia. A la pregunta que se puede 
poner como telón de fondo de todos los trabajos conciliares: 
"Iglesia, ¿qué dices de ti misma?", se respondió en primer lugar 
desde la liturgia. Hecho singular que además abre una hermosa 
manera de aproximarse al misterio de la Iglesia.

La Sacrosanctum Concilium fue promulgada al final de la 
segunda sesión de trabajo, concretamente el día 4 de diciembre de 
1963. La votación final es elocuente del grado de consenso que se 
alcanzó en aquel momento: 2,158 votos a favor y solamente 4 en 
contra, es decir casi unánimemente.


3. Contenido del documento
La Constitución cuenta con siete capítulos precedidos de un 
importante proemio. Tiene también un apéndice sobre la revisión 
del calendario litúrgico. La parte más significativa de la Constitución 
está desarrollada sin lugar a dudas en el capítulo I.

El proemio es una hermosa declaración con un profundo 
contenido teológico. Resulta interesante destacar que, siendo el 
primero de los documentos conciliares en ser aprobado, sus 
primeras palabras estén dirigidas a enunciar los objetivos del 
Concilio Vaticano II: «acrecentar cada vez más la vida cristiana 
entre los fieles, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo 
las instituciones que están sujetas a cambio, promover cuanto 
pueda contribuir a la unión de todos los que creen en Cristo y 
fortalecer todo lo que sirve para invitar a todos al seno de la 
Iglesia»[5].

Se menciona también en dicho número la intención del Concilio 
en materia litúrgica: «procurar la reforma y el fomento de la 
liturgia»[6]. De esta manera se ponía claramente de manifiesto la 
importancia de la liturgia en la vida eclesial. Esto es expresado de 
manera singularmente rica en la magnífica síntesis que se ofrece 
en el siguiente número de la Constitución: «la liturgia, por medio de 
la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el 
divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, 
en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo 
y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia, cuya característica 
es ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos 
invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, 
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; de modo que en 
ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a 
lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad 
futura que buscamos»[7].

El capítulo I lleva por título: «Principios generales para la reforma 
y el fomento de la sagrada liturgia». Éste es, como se ha dicho, el 
capítulo más importante --también el más extenso--, en donde 
encontramos el marco teológico de fondo para toda la renovación y 
el fomento de la liturgia. 

Este capítulo está dividido en cinco partes:

1. Naturaleza de la sagrada liturgia y su importancia en la vida de 
la Iglesia.

2. Necesidad de promover la educación litúrgica y la participación 
activa.

3. Reforma de la sagrada liturgia.

4. Fomento de la vida litúrgica en las diócesis y en la parroquia.

5. Promoción de la acción litúrgica pastoral.

En estos puntos se desarrollan los aspectos centrales de lo que 
es la liturgia, así como los criterios y normas para su reforma. No es 
el momento para profundizar en detalle en el rico contenido de este 
capítulo. Baste por ahora mencionar algunos de los principales 
elementos de su primera parte.

En el n. 5 de la Constitución se describen los diferentes tiempos 
de la revelación del designio salvífico de Dios en la historia y se 
termina reconociendo en Cristo la realización concreta de este 
designio. La redención-salvación de los hombres es prefigurada en 
el Antiguo Testamento, empieza por la encarnación del Hijo de Dios 
y se cumple «principalmente por el misterio pascual de su 
bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y 
de su gloriosa ascensión»[8]. Con esta afirmación, la Pascua de 
Cristo es colocada en el centro de la historia de la salvación. Este 
misterio pascual es actualizado a través de signos rituales. Así se 
introduce el discurso sobre la liturgia, la cual es vista 
fundamentalmente como actualización de la salvación realizada por 
Cristo a través de su misterio pascual, haciendo de nuevo presente 
aquello que se realizó hace veinte siglos[9]. «Para llevar a cabo una 
obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, 
principalmente en los actos litúrgicos»[10]. Se resalta así el 
fundamento cristológico de la vida litúrgica. Ésta es «ejercicio de la 
función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos 
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada 
uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, 
esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público»[11]. En 
esta descripción-definición de la liturgia se resalta el principio 
cristológico de la misma, su dimensión eclesial y su doble 
dinamismo: santificar al hombre y dar gloria a Dios.

En el capítulo que tratamos hay una afirmación de mucha 
importancia: si bien la acción litúrgica no agota toda su actividad, 
ella es la «cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo 
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»[12]. En esta 
declaración está muy bien sintetizado el lugar central que tiene la 
liturgia en la vida eclesial. Ella es momento estelar, privilegiado, en 
donde toda la Iglesia es más ella misma[13]. Hacia la liturgia tienden 
todas las acciones eclesiales, es la cumbre, el punto más alto de 
realización y eclesialidad. Por eso es «acción sagrada por 
excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, 
no iguala ninguna otra acción de la Iglesia»[14]. Pero a la vez, de 
ella mana la vida que brota de Nuestro Señor Jesucristo, para 
convertirse en fuerza y dinamismo evangelizador, para todas las 
acciones eclesiales. 

El capítulo II, «El sagrado misterio de la Eucaristía», es una 
presentación sintética de gran riqueza de la Sagrada Eucaristía, 
memorial del Señor, reactualización del sacrificio del Calvario, 
banquete pascual en donde se alimenta el cristiano del mismo 
Señor. Por la grandeza del misterio que contiene este sacramento 
se vuelve a insistir en la participación consciente, piadosa y activa 
de los fieles en la celebración, instruidos en la Palabra de Dios, 
fortalecidos por la gracia, aprendiendo a ofrecerse juntamente con 
el Cordero que se ofrece por manos del ministro.

Aquí se habla de la unidad de las dos mesas: la de la Palabra y la 
de la Eucaristía. Ambas están íntimamente relacionadas y son 
constitutivas del único acto de culto que es la Misa[15]. Así, la 
centralidad de la Palabra de Dios y la Santísima Eucaristía quedan 
propiamente destacadas y unidas. Uno de los frutos de esta 
Constitución será, por ejemplo, el Misal de Pablo VI[16].

El capítulo III, titulado «Otros sacramentos y los sacramentales», 
está referido precisamente a los sacramentos, a su naturaleza y a 
la reforma de los rituales para que expresen la visión litúrgica 
renovada por el Concilio. Se invita allí a una vuelta al sentido más 
originario y expresivo de los símbolos y ritos de los sacramentos, 
para que expresen la fe, la robustezcan y la hagan crecer. En sus 
numerales se pasa revista a cada uno de los sacramentos, 
invitándose a celebrarlos de preferencia dentro de la Misa, salvo 
uno: el de la reconciliación[17]. Es de notar que el Concilio, para 
expresar mejor su naturaleza, invita a llamar "unción de los 
enfermos" al sacramento que era denominado "extremaunción".

También son tratados los sacramentales. Después de reconocer 
su valor para la vida cristiana, se invita a la renovación de sus 
rituales[18]. Mención aparte se hace de la consagración de 
vírgenes, la profesión religiosa y el ritual de las exequias[19].

El capítulo IV se titula: «El Oficio divino». Se trata allí de la liturgia 
de las horas como oración de toda la Iglesia, oración sacerdotal por 
la cual se alaba al Padre y se intercede por la salvación de todo el 
mundo[20]. Se recuerda a quienes están obligados a la celebración 
de la liturgia de la horas que esta obligación es un honor[21]. Se 
señala el valor pastoral de esta oración de Cristo y su Esposa la 
Iglesia y se recomienda la participación de todos los fieles en la 
misma[22]; así pueden entrar en contacto con los tesoros de la 
Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia.

El título del capítulo V es: «El año litúrgico». Éste es presentado 
como celebración del misterio de Jesucristo que pone a los fieles en 
contacto con los misterios de la redención. Así pueden beneficiarse 
con el poder santificador y los méritos del Señor y quedan llenos de 
la gracia de la salvación[23]. Se precisa, además, el sentido de las 
celebraciones marianas y las fiestas de los santos dentro del ciclo 
litúrgico. Ellas deberán ser más expresivas del único misterio que 
celebramos: Jesucristo muerto y resucitado para nuestra 
salvación[24]. El domingo, fiesta primordial de los cristianos 
consagrada por la resurrección de Cristo, es presentado en su 
genuino sentido de día del Señor en el que se escucha la Palabra 
de Dios y se celebra la Eucaristía, día de la comunidad, día de 
fiesta y descanso; comprensión que ha de ser inculcada a los 
fieles[25].

El capítulo VI, «La música sagrada», destaca la importancia que 
la música sacra tiene para la celebración. La Constitución ofrece 
criterios globales para comprender el significado de la música sacra 
en la acción litúrgica y su aporte en el ámbito de la celebración. El 
valor de la música nace del hecho de que ella se expresa 
esencialmente bajo la forma del canto[26]. Se alienta la 
participación de los fieles a través del canto[27]. Se recuerda la 
importancia del canto gregoriano en la tradición de la Iglesia 
romana[28], aunque sin excluir otras formas de canto, a la vez que 
se fomenta el canto religioso popular[29].

Finalmente, el capítulo VII tiene por título: «El arte y los objetos 
sagrados». Se resalta la función del arte al servicio de la liturgia y, 
concretamente, de las celebraciones. A través de la belleza, el arte 
se inserta en el dinamismo celebrativo elevando el ánimo del 
hombre para la glorificación de Dios. La Constitución ofrece una 
amplia y confiada apertura a la libertad y originalidad expresivas en 
el arte, pero siempre en el respeto y salvaguarda de la sacralidad.


4. Algunos aspectos centrales de la Constitución
4.1. Liturgia e historia de la salvación 
4.2. Liturgia y misterio pascual 
4.3. Liturgia e Iglesia 
4.4. Liturgia y escatología 
4.5. El lugar central de la liturgia en la vida de la Iglesia 
4.6. La participación activa de todos los fieles en la liturgia 
4.7. Carácter sacramental de la liturgia 

Para aproximarnos sintéticamente a los aspectos principales de la 
Sacrosanctum Concilium tomaremos como guía unas recientes 
palabras del Santo Padre Juan Pablo II recordando la importancia 
de la Constitución sobre la liturgia: «Verdaderamente fueron sabias 
las indicaciones que dio el Concilio para hacer que la liturgia fuera 
cada vez más significativa y eficaz, adecuando los ritos a su sentido 
doctrinal, infundiendo nuevo vigor a la proclamación de la Palabra 
de Dios, impulsando a los fieles a una participación más activa y 
promoviendo las diversas formas de ministerio que, mientras 
expresan la riqueza de los carismas y de los servicios eclesiales, 
muestran de modo elocuente que la liturgia es, a la vez, acto de 
Cristo y de la Iglesia. También fue decisivo el impulso para adaptar 
los ritos a las diferentes lenguas y culturas, a fin de que también en 
la liturgia la Iglesia pueda expresar con plenitud su carácter 
universal»[30].

4.1. Liturgia e historia de la salvación
La salvación es una realidad que primero fue anunciada en el 
Antiguo Testamento, fue cumplida en Jesucristo, y por acción del 
Espíritu Santo, entregado por Cristo, se actualiza en la Iglesia.

La misión de la Iglesia es hacer presente esta salvación en el 
mundo y lo hace de modo especial mediante la liturgia. «Como 
Cristo fue enviado por el Padre, Él mismo envió también a los 
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el 
Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su 
muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la 
muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para 
que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el 
sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida 
litúrgica»[31]. La salvación se hace presente hoy, cuando en la 
Iglesia se celebra la Eucaristía y los demás sacramentos. Esa 
actualización de la salvación es la razón de ser de la liturgia 
católica.

Se produce, entonces, un modo nuevo de introducir a los 
hombres en la corriente de la salvación. «Cristo actúa ahora por 
medio de los sacramentos, instituidos por Él para comunicar su 
gracia»[32]. La liturgia configura a la Iglesia como comunidad que 
transmite la gracia de la salvación. La misión que la Iglesia tiene de 
ser signo e instrumento de la comunión de los hombres con Dios y 
de los hombres entre sí[33] la cumple principalmente por medio de 
la liturgia. La visión de la liturgia que ofrece el Concilio es una visión 
histórico-salvífica que supera algunas inadecuadas visiones 
pre-conciliares, principalmente la visión esteticista y la juridicista. 
Sólo desde la economía de la salvación puede comprenderse el rol 
de la liturgia en la vida de la Iglesia.

4.2. Liturgia y misterio pascual
«Cristo el Señor realizó esta obra de redención humana y de 
glorificación perfecta de Dios, preparada por las maravillas que 
Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el 
misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección 
de entre los muertos y de su gloriosa ascensión»[34]. El misterio 
pascual, que es el centro de todo el designio salvífico y de su 
realización, es también el centro de la liturgia. Hemos dicho que la 
liturgia actualiza la historia de la salvación, ella es memorial: 
recuerdo y actualización de la obra de la redención. En la liturgia se 
hace presente la obra salvadora al actualizarse el misterio pascual 
de Jesucristo que es la plenitud de la historia salvífica, plenitud y 
cumplimiento de una vez para siempre (kairós y ephápax). Esta 
centralidad del misterio pascual en la liturgia, afirmada por el 
Concilio, la expresa también el Catecismo de la Iglesia Católica, fiel 
expresión de la teología conciliar, cuando afirma: «La Liturgia 
cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, 
sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de 
Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se 
repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu 
Santo que actualiza el único Misterio»[35].

4.3. Liturgia e Iglesia
La liturgia es una acción de la Iglesia y para la Iglesia. El carácter 
o la dimensión eclesial es intrínseca a la liturgia cristiana. La liturgia 
es «obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la 
Iglesia»[36]. El sujeto de la liturgia es, entonces, la Iglesia, el Pueblo 
de Dios: la Iglesia hace, celebra la liturgia. Pero, además, la liturgia 
hace a la Iglesia, la expresa, la hace cumplidora de su misión 
salvífica, como ya se ha mencionado. Ni la liturgia se entiende sin la 
Iglesia, ni la Iglesia sin la liturgia. Liturgia y eclesiología son 
inseparables. La liturgia es, entonces, acción de la Iglesia-Pueblo 
de Dios y no sólo acción de la jerarquía, si bien a ésta toca dirigir, 
normar y presidir la acción y la vida litúrgicas.

Los Padres conciliares afirman que «las acciones litúrgicas no 
son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es 
"sacramento de unidad", esto es, pueblo santo, congregado y 
ordenado bajo la dirección de los obispos»[37]. La relación que se 
establece entre liturgia e Iglesia pretende superar la relación, hasta 
entonces dominante y exclusiva, entre liturgia y jerarquía. La 
Iglesia-Pueblo de Dios en su totalidad, jerárquicamente ordenada, 
es el lugar donde Cristo ejerce su sacerdocio, uniendo al hombre 
con Dios.

4.4. Liturgia y escatología
La acción de Cristo en la Iglesia se orienta hacia la plenitud 
escatológica. También la acción litúrgica. «En la liturgia terrena 
pregustamos y participamos en la liturgia celeste que se celebra en 
la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como 
peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre»[38]. 
El texto nos hace presente que por la participación en la liturgia se 
crea una contemporaneidad entre lo eterno y lo presente; se crea 
la comunión entre la Iglesia celeste y la terrena. Al mismo tiempo se 
renueva nuestra esperanza en lo definitivo que sólo llegará con 
Cristo.

Estas ideas de la Constitución sobre la liturgia se ven expresadas 
también en la Lumen gentium, en el capítulo dedicado a la índole 
escatológica de la Iglesia. Allí se acentúa también el aspecto de 
comunión y la dimensión de inicio, ya en esta tierra, de la vida 
futura como primicia y garantía de participación y comunión en la 
vida celestial[39]. El lugar de dicha participación y comunión es 
siempre la liturgia, en especial la Eucaristía.

4.5. El lugar central de la liturgia en la vida de la Iglesia
De las consideraciones anteriores se deduce claramente el lugar 
central que ocupa la liturgia en la vida de la Iglesia. Esto hace que 
la Constitución conciliar señale en diversas ocasiones esta verdad. 
Pero, sin duda, el texto conciliar que mejor expresa esta convicción 
eclesial es aquel en que se nos dice que «la liturgia es la cumbre a 
la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de 
donde mana toda su fuerza»[40]. El texto señala el verdadero y 
constitutivo papel que tiene la acción litúrgica en la vida de la 
Iglesia, en su ser y misión, lo que pone de manifiesto su 
centralidad.

En la liturgia la Iglesia realiza de modo especial su razón de ser: 
comunicadora de la salvación; la celebración de la fe es el centro 
de toda la actividad eclesial. En la Iglesia todo se orienta hacia la 
liturgia y todo recibe de ella su fuerza. Como lo señalaba el 
Cardenal Ratzinger en el libro-entrevista Informe sobre la fe: «El 
tema de la liturgia no es en modo alguno marginal: ha sido 
precisamente el Concilio el que nos ha recordado que tocamos aquí 
el corazón de la fe cristiana»[41].

4.6. La participación activa de todos los fieles en la liturgia
Siendo lo que es, la liturgia cumple su cometido sólo cuando los 
fieles participan en ella activa, plena, conscientemente. Ya desde el 
proemio, en la Constitución se alienta a una participación más 
activa de los fieles en la liturgia como una manera de incrementar 
su vida cristiana. Es éste un aspecto central de la renovación 
litúrgica del Concilio. El texto, después de mencionar la importancia 
de la liturgia en la vida de la Iglesia, afirma que para lograr mayor 
eficacia «es necesario que los fieles accedan a la sagrada liturgia 
con recta disposición de ánimo, pongan su alma de acuerdo con su 
voz y cooperen con la gracia divina para no recibirla en vano»[42].

La Constitución incentiva la colaboración de todos para promover 
una educación litúrgica y a la vez llama a mejorar la participación en 
la liturgia. Se pide una participación plena, consciente y activa de 
todo el pueblo para que en ella beban el espíritu genuinamente 
cristiano[43].

Conviene notar que esa participación tiene como fin una vida más 
cristiana, por lo que no se reduce al momento celebrativo sino que 
se verificará en una vivencia auténticamente cristiana de quienes 
participan en la celebración litúrgica.

4.7. Carácter sacramental de la liturgia
La liturgia es esencialmente ritual y sacramental. Los símbolos y 
los ritos son elementos constitutivos de la liturgia. En ella los signos 
sensibles significan y cada cual a su modo realiza la salvación que 
en la liturgia se comunica[44]. El carácter sacramental de la liturgia 
hace decir a los Padres conciliares: «En esta reforma es necesario 
ordenar los textos y ritos de tal modo que expresen con mayor 
claridad las cosas santas que significan y, en la medida de lo 
posible, el pueblo cristiano pueda percibirlas fácilmente y participar 
en la celebración plena y activa, propia de la comunidad»[45].

Lejos de fomentar un ritualismo, el Concilio reafirma el carácter 
sacramental y ritual de la liturgia invitando a una noble sencillez que 
haga que los ritos sean breves, claros, sin repeticiones[46], 
adaptados a la capacidad de los fieles y sin necesidad de muchas 
explicaciones[47]. Se invita, pues, a una mejor expresividad y 
utilización de los mismos. La teología sacramental nos enseña que 
los signos y símbolos litúrgicos, expresando sólo aquello que 
quieren significar, son percibidos por nuestros sentidos, y así nos 
permiten conocer y entrar en contacto con otras realidades 
invisibles a nuestros sentidos. 


5. En vistas al Tercer Milenio
La llegada del Tercer Milenio de nuestra fe nos lleva a revisarnos 
como Iglesia. El Papa Juan Pablo II nos ha llamado a prepararnos 
adecuadamente para celebrar el Gran Jubileo del año 2000, en el 
que recordaremos el misterio central de nuestra fe: la encarnación 
del Verbo Eterno, quien se hizo Hijo de Mujer para la redención de 
la humanidad[48]. En esta preparación tienen un lugar muy 
importante las enseñanzas del Concilio. El Santo Padre nos 
recuerda que la mejor preparación para el Tercer Milenio es el 
renovado compromiso de aplicar, lo más fielmente posible, las 
enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la 
Iglesia, ya que con el Vaticano II se ha iniciado, en el sentido más 
amplio de la palabra, la inmediata preparación del Gran Jubileo del 
2000[49].

En la aplicación de las enseñanzas del Concilio debemos poner 
en un lugar central a la liturgia, fuente y cumbre de la vida de la 
Iglesia. Estamos ante un asunto muy importante, pues, como nos 
dice la Sacrosanctum Concilium, aunque la liturgia no agota toda la 
acción de la Iglesia, es acción sagrada por excelencia.

La gran renovación litúrgica que el Concilio puso en marcha ha 
sido una bendición para la Iglesia. Se ha avanzado y logrado 
mucho. Aunque haya habido abusos en ciertos sectores que no 
comprendieron bien el espíritu del Concilio, hemos de dar gracias a 
Dios por los inmensos dones que hemos recibido. Sin embargo, 
hemos de ser conscientes, como lo señala el Santo Padre en su 
Carta por el XXV aniversario de la Sacrosanctum Concilium, que 
aún tenemos un camino que recorrer. Ha habido reforma, pero aún 
falta trabajar un poco más para lograr la auténtica renovación 
deseada. Es la hora de profundizar en lo realizado.

Como consecuencia de una profundización de la renovación 
conciliar es urgente seguir trabajando por una mayor y mejor 
formación litúrgica de todo el Pueblo de Dios. Esta formación ha de 
tener en cuenta a todos los fieles y debe intentar ser ordenada y 
sistemática para ayudar a comprender mejor lo que es la acción 
litúrgica. Es bueno para esto alentar una catequesis litúrgica 
permanente. La liturgia requiere de una formación antes, durante y 
después del momento celebrativo. En esta línea es muy importante 
que los aspirantes al sacerdocio ministerial profundicen seriamente 
en una teología litúrgica enraizada en la Tradición de la Iglesia y en 
los documentos magisteriales. Asimismo, los sacerdotes deben 
buscar una permanente actualización y renovación en esta área tan 
central de su ministerio, recordando que por vocación están 
llamados a ser maestros de la vida litúrgica en sus propias 
comunidades[50]. Pero también los laicos han de formarse 
adecuadamente en el dinamismo de la sagrada liturgia. Es 
importante formarse para comprender lo que en la liturgia acontece 
y poder prepararse así para acoger mejor la gracia que el Espíritu 
derrama en los corazones.

Todo esto tiene como horizonte la mayor participación activa de 
los fieles en la liturgia. Una participación que supone el 
conocimiento, la valoración y el reconocimiento de la liturgia y su 
papel en la vida de la Iglesia. La participación litúrgica adecuada 
debe llevar a que quien escucha la Palabra de Dios en la 
celebración, se convierta y tenga una experiencia de encuentro 
personal y comunitario con la Persona de Jesucristo a través de los 
sacramentos y demás celebraciones. La participación, fruto de la 
auténtica formación, supone la comprensión y buena realización de 
los ritos para, por medio de ellos, entrar en contacto con el misterio 
salvador de Cristo que se hace presente en la liturgia.

Es importante realizar una pastoral litúrgica que rescate el valor 
de los signos, gestos y ritos de la liturgia. Conviene destacar de 
modo especial aquellos que tienen gran resonancia en nuestro 
pueblo (como el agua, el incienso, las bendiciones).

Es necesario resaltar el sentido festivo de las celebraciones 
litúrgicas, el cual tiene su origen en el hecho de ser cada 
celebración un momento de salvación, un auténtico kairós, 
actualización del misterio salvador del Señor. Los cristianos 
deberíamos participar en la celebración con una gran convicción de 
que a través de ella entramos en contacto con la salvación que 
Jesucristo nos ofrece, de tal modo que todos pudiéramos sentir 
como nuestras las palabras del sacerdote cuando dice: «te damos 
gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia»[51].

En la pastoral litúrgica ha de ocupar un lugar especial la 
catequesis, celebración y pastoral del día del Señor. Hay que 
esforzarnos por alentar y ayudar a nuestros hermanos para que 
descubran la importancia y capitalidad de la «fiesta primordial de 
los cristianos», haciendo realmente del domingo el día consagrado 
al Señor, el día de encuentro de la comunidad eclesial, el día de la 
alegría, el día del descanso.

El año litúrgico, a través de su celebración y del sentido propio de 
cada tiempo, nos ofrece una gran riqueza y una pedagogía 
adecuada para comprender el misterio de Jesucristo. Se hace 
oportuno y necesario catequizar a los fieles sobre el valor, el 
sentido y el modo de vivir el año litúrgico, ayudando a vivir una 
auténtica espiritualidad litúrgica.

Una genuina pastoral litúrgica ha de llevar a comprender que la 
celebración litúrgica nos impulsa a conectar fe y vida. Lo que 
celebramos ha de impulsarnos a plasmar en la vida cotidiana los 
valores del Evangelio que Cristo vivió y predicó.

Hay aún otras tareas que podrían ser enumeradas, pero basten 
las señaladas para hacernos descubrir que hemos de esforzarnos 
en una auténtica pastoral litúrgica que permita que todos los 
cristianos demos a la liturgia el lugar central que ha de ocupar en 
nuestras vidas.

Pongamos todos nuestros esfuerzos en manos de la Virgen 
María. Como nos decía el Santo Padre, «que María nos ayude a 
vivir la liturgia en todo su significado, en sintonía con la liturgia 
celestial. Ella nos impulse, sobre todo, a celebrarla con 
participación interior, para que nuestra existencia resplandezca de 
santidad y se transfigure el rostro de la Iglesia»[52].
........................
[1] Juan Pablo II, Sacrosanctum Concilium, Ángelus, 12/11/1995, 1.
[2] Ver SC, 1.
[3] Juan Pablo II, Sacrosanctum Concilium, Ángelus, 12/11/1995, 2.
[4] Así lo pone de manifiesto la Relación final del Sínodo extraordinario sobre 
el Concilio Vaticano II de 1985: «La renovación litúrgica es el fruto más 
visible de toda la obra conciliar» (Relación final, II,B,b,1). 
[5] SC, 1.
[6] Lug. cit.
[7] SC, 2.
[8] SC, 5. Es importante anotar que cuando hablamos de la «bienaventurada 
pasión» de Cristo no nos estamos refiriendo a todo el sufrimiento anterior 
a su muerte, sino concretamente a la muerte misma. La pasión de Cristo 
se lee normalmente referida a su muerte, por eso el texto conciliar no 
menciona directamente este término.
[9] Ver SC, 6.
[10] SC, 7.
[11] Lug. cit. Estas hermosas palabras conciliares están inspiradas en Pío XII: 
«...el sacerdocio de Jesucristo se mantiene siempre activo en la sucesión 
de los tiempos, ya que la liturgia no es sino el ejercicio de este 
sacerdocio» (Mediator Dei, 32; ver también el n. 5).
[12] SC, 10.
[13] Ver Medellín, 9,3.
[14] SC, 7.
[15] Ver SC, 56.
[16] La estructura de la Misa quedará muy nítidamente detallada: ritos 
iniciales, liturgia de la Palabra, liturgia Eucarística y ritos conclusivos. En 
una forma muy hermosa de ecumenismo, la Misa en el Misal de Pablo VI 
adquiere elementos de nuestros hermanos de la Iglesia Oriental. Esto se 
puede percibir, por ejemplo, en la gran riqueza de la mesa de la Palabra, 
concretamente en las tres lecturas dominicales que son propias de la 
Iglesia Oriental. Aparecen también, junto con el Canon romano --usado 
por quince siglos en el rito latino y que evidentemente sigue teniendo 
vigencia--, otras anáforas o plegarias eucarísticas tomadas de la Iglesia 
Oriental, como la de San Hipólito, que es la segunda; la tercera para los 
días festivos; y la cuarta, que hace un recorrido completo de la historia de 
la salvación y que no puede ser desligada del prefacio que le es propio. A 
éstas han sido agregadas en el texto unificado del Misal en lengua 
española de 1988 las siguientes: la del Sínodo suizo, que ahora se llama 
plegaria eucarística quinta (que tiene cuatro variantes); las dos plegarias 
sobre la reconciliación, elaboradas para el Año Santo de 1975; y las tres 
plegarias para las misas con niños. De la Iglesia Oriental se toma también 
algo muy propio de ellos: la plegaria universal.
[17] Ver SC, 66-78.
[18] Ver SC, 79.
[19] Ver SC, 80-81.
[20] Ver SC, 83-84.
[21] Ver SC, 85.
[22] Ver SC, 100.
[23] Ver SC, 102.
[24] Ver SC, 103-104.
[25] Ver SC, 106.
[26] Ver SC, 112-114. Esto es propio por ejemplo del salmo responsorial en la 
Misa, que debe procurarse sobre todo que sea cantado. El salmo es 
siempre eco de la lectura que se acaba de proclamar, es la Palabra de 
Dios que se hace eco a ella misma.
[27] Ver SC, 114.
[28] Ver SC, 116.
[29] Ver SC, 118. Conviene recordar aquí que la música que va surgiendo de 
las diversas comu- nidades debe tener la altura adecuada, y que su letra 
ha de ser acorde con el misterio que se celebra. Tiene que contar, 
asimismo, con la aprobación necesaria para poder ser utilizada en la 
celebración de la Eucaristía. 
[30] Juan Pablo II, Sacrosanctum Concilium, Ángelus, 12/11/1995, 2.
[31] SC, 6.
[32] Catecismo de la Iglesia Católica, 1084.
[33] Ver Lumen gentium, 1.
[34] SC, 5.
[35] Catecismo de la Iglesia Católica, 1104.
[36] SC, 7.
[37] SC, 26.
[38] SC, 8.
[39] Ver Lumen gentium, 48-50.
[40] SC, 10.
[41] Cardenal Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 21985, p. 
132.
[42] SC, 11.
[43] Ver SC, 14.
[44] Ver SC, 7.
[45] SC, 21.
[46] En la liturgia nunca se repite nada. Lo único que se reitera durante la 
Misa es el saludo: «El Señor esté con vosotros».
[47] Ver SC, 34. 
[48] Ver Gál 4,4.
[49] Ver Tertio millennio adveniente, 20.
[50] Ver SC, 14.
[51] Misal romano, Plegaria eucarística II.
[52] Juan Pablo II, Sacrosanctum Concilium, Ángelus, 12/11/1995, 3. 
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