ECCE HOMO
-Pilato muestra a Jesús, desfigurado, a la gente
"Aquí lo tenéis", dice Pilato mostrando a Jesús a sus acusadores. Nos podemos imaginar la escena. En el exterior del pretorio, están los sacerdotes y la guardia del templo, y toda la gente que les acompañaba. En el interior, las salas donde Pilato realiza sus funciones de gobernador, y las cárceles donde encierran y torturan a los delincuentes. Jesús está en el interior, y va de un sitio a otro: ahora es interrogado por Pilato, ahora va a parar a manos de los soldados que le desnudan, le azotan y se burlan de él. Y Pilato también va de un lado para otro: es un lío para él, el problema de Jesús, y no sabe cómo sacárselo de encima; pero aunque no tiene las cosas muy claras, no tiene el más mínimo remordimiento de dejar a Jesús hecho una llaga viva: no tiene importancia, para él, el sufrimiento o incluso la muerte de un hombre.
Al final de las idas y venidas, sacan a Jesús del pretorio para que lo vea la gente. Lo sacan "llevando la corona de espinas y el manto de púrpura", desfigurado y ridículo. "Aquí lo tenéis".
-Nosotros miramos a Jesús desfigurado y creemos en él
Nosotros, hoy, este Viernes Santo, miramos a ese Jesús que sale del pretorio. En él "no hay aspecto atrayente", no parece tener siquiera "aspecto humano". Es la imagen viva del fracaso. Pero nosotros nos lo miramos, no podemos apartar los ojos de él, de su rostro. Si estamos aquí este Viernes Santo es por esto: porque le queremos mirar, porque queremos fijar nuestra mirada en él.
Y esto no lo hacemos simplemente por curiosidad, ni tan sólo por compasión. Lo hacemos por fe. Nosotros creemos en Jesús. Y eso no quiere decir que sólo sabemos cosas sobre él, o que afirmamos las verdades del credo, o que llenamos una serie de preceptos que hemos aprendido. Decir que tenemos fe en Jesús, decir que creemos en él, quiere decir que estamos convencidos con todo nuestro corazón que su camino es el único camino, que su manera de vivir es la única manera de vivir que vale la pena, que en su persona está presente lo más grande que los hombres podemos desear: Dios.
Y hoy, en su rostro desfigurado y escarnecido que Pilato muestra a la entrada del pretorio, vemos con mayor claridad que nunca cuál es su camino, cuál es su manera de vivir, cómo es esta persona que es Dios hecho presente entre nosotros, Dios con nosotros.
-Mirar a Jesús nos llega al corazón y nos obliga
Cada año, la celebración del Viernes Santo remueve nuestras entrañas. Nos las remueve porque, gracias a Dios, seríamos incapaces de quedar tan tranquilos ante una muerte tan injusta como ésta. No puede ser que alguien que ha amado tanto y que tanta ilusión ha inyectado en el corazón de tantas personas acabe destrozado de este modo. Y nosotros, mirando a Jesús, sentimos como nuestro su dolor, y nos duele. Nos remueve las entrañas, también, porque no podemos dejar de pensar en este mundo nuestro, un mundo en el que un hombre como Jesús estorba y es liquidado. El mundo de la época de Jesús, el mundo que crucifica a Jesús, es nuestro mismo mundo, marcado por el mismo mal, por el mismo rechazo de todo lo que rompa la tranquilidad del orden establecido.
Y finalmente, nos las remueve porque mirar el rostro de Jesús nos obliga a mirarnos a nosotros mismos, sinceramente, sin posibilidad de escondernos nuestra propia realidad, nuestros intereses, nuestras perezas, nuestra poca coherencia con la fe en este Jesús que ama hasta dar la vida.
-Es por gracia, que nos sentimos tocados y obligados por Jesús
Cada año, la celebración del Viernes Santo nos remueve las entrañas. Y eso es una gracia que Jesús mismo nos hace. Es el fruto de su cruz, de su entrega. Con su muerte, con su amor sin reservas, Jesús ha abierto un camino de luz en la vida de los hombres. Si lo miramos a él, si hoy estamos aquí para mirarle, es porque en él, en su amor, hay una luz que nos atrae irresistiblemente, y nos toca por dentro, y nos llena de deseo de novedad: nos llena de deseo de fidelidad a él. La sangre y el agua que han salido de su costado abierto por la lanza, nos han fecundado el corazón y el alma, nos han cambiado. Celebremos, pues, con fe, con amor, con agradecimiento, la muerte de Jesús. Pidámosle que su luz nos ilumine siempre. Y pidámosle que esta luz llegue a todos los hombres y mujeres del mundo entero.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993, 5