AMOR Y TRAICIÓN


Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.

Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.

 

Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:

 

Al nombre de Jesús

toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.

El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.

A él sea la gloria. Amén.

 

En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.

Hagámoslo

en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,

en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas, 

en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.

 

Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:

El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.

Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.

Digamos, pues, con verdad:

            Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.

            Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.

            Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,

            Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.

 

OREMOS:

 ¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado

 quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,

 concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén

 

LECTURA DEL PROFETA ISAÍAS 50, 4-9 :

Habla el Siervo de Yhavé y declara su actitud y misión:

“Mi Señor, Dios, me ha dado una lengua de iniciado, para que sepa decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.

El Señor Dios me ha abierto el oído, y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.

He ofrecido la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, y no oculté el rostro a insultos y salivazos.

¡Ah!, mi Señor me ayudaba. Por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal...”

 

Este fragmento, que corresponde al tercer canto del Siervo de Yavé, es muy rico:

Literariamente resulta bellísimo .

Es fascinante la forma en que se nos presenta al Siervo, al Mesías (Hijo de Dios), como aprendiz en la escucha del Espíritu que le habla, ilumina y dirige.

Son conmovedores los rasgos violentos, dramáticos, que se anuncian para su vida como Libertador de los pueblos, cargando con nuestras iniquidades.

 

¿Quién y cómo llevará sobre sus hombros esa obra de salvación?

El Siervo lo puede todo porque cuenta con la ayuda de Dios.

Y ese Siervo, Mesías, Hijo, que actúa con la fuerza del Espíritu, es Cristo Jesús, tal como se nos presenta en el Evangelio de su vida, pasión y muerte.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-25:

“En aquel tiempo, uno de los doce discípulos de Jesús, llamado Judas Iscariote, se fue a los sumos sacerdotes y les preguntó: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os entrego al Maestro? Ellos se ajustaron en treinta monedas.

Desde aquel momento Judas andaba buscando ocasión propicia para entregárselo. ...[y en esa disposición de ánimo participó en la última cena del señor]

Al atardecer se puso a la mesa con los doce, y, mientras comían, Jesús les dijo:  Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Ellos, consternados, le preguntaron uno a uno: ¿soy yo, Señor? Y él respondió: El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar ...”

 

El contenido de este texto evangélico nos es ya muy conocido.

Conviene, no obstante, subrayar y meditar la peculiaridad que en él introduce el evangelista Mateo al describirnos cuál era la disposición de ánimo de Judas, no sólo en la última cena sino incluso en fechas anteriores.

Judas estaba fraguando una traición al Maestro.

Le envolvía densa niebla y se cerraba a las insinuaciones del Maestro. ¡Qué drama!

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN

 

1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?

A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.

Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.

Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.

Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.

Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.

Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!

 

2. Sólo treinta monedas.

Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?

Materialmente sí.

Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.

¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...

No nOs engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!

 

Retengamos para nuestra meditación

el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,

y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad.

DOMINICOS