Tercera Parte.

Las Anáforas de Estructura Diferenciada.

 

1. La Plegaria Eucarística de Jerusalén.

Jerusalén, la ciudad santa en que había nacido la Eucaristía, adquiere en la primera mitad del siglo IV un puesto de especial relieve entre las Iglesias de aquel tiempo. Tras la paz constantiniana y el concilio de Nicea (325), la colonia romana Aelia Capitolina de los tiempos de Adriano comienza a manifestarse externamente como una ciudad cristiana. Siguiendo los recuerdos guardados por las comunidades de cristianos, que nunca faltaron, se buscan los lugares santos, y con la generosa ayuda del emperador se rodean de monumentos, que pronto adquieren una merecida fama en la cristiandad entera1.

El hecho de encontrarse sobre la misma ciudad que pisó el Señor, donde se realizaron los misterios de nuestra salvación, y la conciencia que de ello se adquiere, tuvieron unas consecuencias concretas en la liturgia de Jerusalén. La primera de ellas se refleja en el carácter propio y el colorido que en la Ciudad Santa toman las celebraciones litúrgicas2. Este carácter se lo dan las circunstancias concretas de lugar y tiempo, sobre todo la primera, que se conjugan en una sabia pedagogía popular, la cual no deja de apreciar sagazmente la misma peregrina Égeria3. Una segunda consecuencia se manifiesta más en relación con las otras Iglesias. Atraídos por la magnificencia de los monumentos de la Ciudad Santa y por los recuerdos de la vida del Señor, comienzan a afluir a Jerusalén innumerables peregrinos, a través de los cuales los ritos y costumbres litúrgicas del lugar irradiarán hacia todas las partes del Oriente y el Occidente 4, haciendo por segunda vez verdad el título que la misma plegaria eucarística atribuye a esta ciudad: "Madre de todas las Iglesias"5.

Nuestro estudio se concentra, sin embargo, solamente en su plegaria eucarística. Dos textos centrales son el objeto ahora de nuestra atención: la quinta catequesis mistagógica de San Cirilo, obispo de Jerusalén, y la anáfora de esta misma Iglesia, puesta bajo la advocación del apóstol Santiago.

 

La Plegaria Eucarística de las Catequesis Mistagógicas de San Cirilo.

San Cirilo de Jerusalén ocupó la silla episcopal de Jerusalén desde los alrededores del año 350 hasta el 387, año en que murió, después de haber sido tres veces exiliado a causa de dificultades doctrinales con Acacio, obispo de la sede metropolitana de Cesárea6. Entre las obras de San Cirilo son de especial importancia para nuestro tema sus catequesis, sobre cuyo autor no hay, sin embargo, completa unanimidad. En efecto, bajo el nombre más o menos constante de San Cirilo han llegado hasta nosotros una "procatequesis" o catequesis introductoria, dieciocho catequesis bautismales dirigidas a los candidatos al bautismo y cinco catequesis mistagógicas. Con respecto a estas últimas no existe unanimidad entre los autores. La opinión más general hoy es la de que probablemente fueron pronunciadas por el sucesor de San Cirilo, Juan II de Jerusalén (obispo de esta sede del 387 al 417), aunque el primero no sería totalmente ajeno a su inspiración7. Teniendo en cuenta esta opinión y fundándonos en que la paternidad de las cinco catequesis mistagógicas no ha sido aún definitivamente solventada, seguiremos denominándolas en nuestro trabajo "catequesis mistagógicas de San Cirilo." Para nuestro objetivo basta con admitir que estas catequesis reflejan, normalmente, la liturgia de Jerusalén de los últimos años del siglo IV o principios del siglo V.

De estas cinco últimas catequesis, las dos primeras están dedicadas al bautismo; la tercera, a la crismación, y la cuarta y quinta, a la Eucaristía en sus aspectos dogmático y celebrativo, respectivamente. De esta última nos vamos a ocupar en particular. Describe la celebración de la Eucaristía, y en ella se comenta la anáfora propiamente dicha según el siguiente esquema: diálogo introductorio, plegaria de alabanza y Sanctus, epiclesis, intercesiones. La Eucaristía continúa con la recitación del padrenuestro, la comunión y la acción de gracias. Afortunadamente, disponemos hoy de una buena edición crítica del texto, de la cual traducimos los pasajes que más nos interesan:

 

"Después de esto (el diálogo introductorio), hacemos memoria (μνημονεύομεν) del cielo, y de la tierra, y del mar, del sol y de la luna, de los astros, de toda criatura racional e irracional, visible e invisible; de los ángeles, de los arcángeles, de las virtudes, de las dominaciones, de los principados, de las potestades, de los tronos, de los querubines de muchas caras, diciendo (nosotros) con fuerza aquello de David: "Proclamad la grandeza del Señor conmigo" (Sal 33,4). Hacemos memoria también de los serafines, a quienes Isaías en Espíritu Santo contempló rodeando el trono de Dios, y con dos alas cubriéndose el rostro, y con dos los pies, y con las otras dos volando y diciendo:

"Santo, santo, santo, Señor Sabaoth." Por eso recitamos esta doxología (otros MSS: teología), que nos ha sido transmitida por los serafines para que por la comunión en este himno seamos asociados a los ejércitos celestiales (V 6). Después, una vez santificados nosotros mismos con estos himnos espirituales, invocamos (παρακαλοΰμεν) al Dios amigo de los hombres (φιλάνθρωπον) para que envνe (έξαποστείλαι) al Espνritu Santo.

 

198 Ρ.III. Anαforas de estructura diferenciada sobre los dones aquí presentados (προκείμενα)

para que haga (ποίηση) al pan cuerpo de Cristo, y al vino sangre de Cristo, pues todo lo que tocare el Espíritu Santo será santificado y transformado (μεταβέβλεται)” (V 7)8.

Después, continúa San Cirilo, tras haber sido realizado el sacrificio espiritual, el culto incruento, sobre este sacrificio de propiciación invocamos a Dios por la paz común de las Iglesias, etc. (siguen otras intenciones), "y, en una palabra, por todos los necesitados de ayuda, orando también nosotros, ofrecemos este sacrificio" (V 8).

Sigue la oración por los difuntos "ante la víctima santa y tremenda aquí presente" (V 9), la explicación de por qué se ruega por ellos, poniendo de relieve el carácter propiciatorio del sacrificio eucarístico (V 10), para terminar con la explicación del padrenuestro, recitado a continuación (V 11-18), y de la comunión con su acción de gracias (V 19-22).

La plegaria eucarística que refleja esta catequesis ofrece una plegaria de alabanza terminada en el canto del Sanctus, que coincide sustancialmente con la equivalente de la anáfora de Santiago, como luego veremos. Pero es sobre todo sorprendente el hecho de que San Cirilo no comenta el bloque central de la anáfora antioqueño-jerosolimitana: conmemoración de la Historia de la Salvación, relato institucional y anamnesis. ¿Puede deducirse de este hecho que en Jerusalén, a finales del siglo IV, la plegaria eucarística no contenía ninguna de estas tres secciones?

Tal es la conclusión a que llega dom G. Dix, basándose en el juego de preposiciones que en este texto se usa; así, siempre que es empleada la expresión "después" (εϊτα), lo que sigue se une inmediatamente a lo anterior; por el contrario, cuando se quiere dar a entender que algo falta y no se comenta, se usa la expresión "después de esto" (μετά ταύτα)9. Sin embargo, el argumento no es del todo convincente. Dejando aparte la siempre difícil tarea de precisar el uso de partículas en documentos que están escritos sin especial atención a reglas estilísticas y que son, más bien, probables notas recogidas en taquigrafía10, el valor que debería darse al uso de estas partículas temporales parece ser otro, sobre todo si se observa toda la catequesis V en su conjunto. En efecto, la expresión μετά ταύτα (ο μετά τούτο) parece designar el comienzo de cada rito eucarνstico simplemente, mientras que la partícula είτα indicarνa distintas divisiones dentro del rito, pero sin sugerir nunca que se hace una descripción completa del mismo11.

G. Kretschmar intenta otra solución que merece ser tenida en cuenta: San Cirilo o el expositor de esta catequesis estaría explicando sólo aquellas partes de la anáfora que se recitaban en voz alta, mientras que omitiría en su comentario las partes recitadas por el sacerdote en voz baja. Una comparación con la anáfora siríaca de Santiago conduce, en efecto, a resultados sorprendentes: tras el diálogo inicial, el sacerdote recita en voz alta la segunda parte de la plegaria de alabanza (precisamente la comentada por la catequesis mistagógica V 6), el Sanctus y la invocación al Espíritu para la conversión del pan y del vino en la epiclesis. La dificultad vendría, sin embargo, de que en esta anáfora, según las rúbricas, el relato institucional y la anamnesis deben ser recitados en voz alta. Aquí el autor tiene que acudir a otros testimonios, especialmente a las homilías catequéticas de Teodoro de Mopsuestia, que hacen sólo una referencia al relato institucional y la anamnesis, mientras se extienden en explicaciones sobre el Sanctus y la epiclesis. Esto demostraría que ya tales secciones se recitaban en voz baja, costumbre que sería una consecuencia de la nueva piedad litúrgica del "sacro temor," la cual se habría impuesto precisamente a partir de la segunda mitad del siglo IV 12.

Sin aventurar un juicio sobre esta interpretación, que parece más probable que la anterior y podría reflejar un hecho real, nos vamos a limitar a señalar dos puntos dignos de atención en la catequesis V de San Cirilo.

Señalaremos en primer lugar que no parece estar totalmente ausente de la anáfora reflejada en esta catequesis el pensamiento de acción de gracias por los acontecimientos de la Historia de la Salvación. Así, en V 5 se comentan los dos últimos miembros del diálogo introductorio de la siguiente manera:

 

"Después, el sacerdote dice: "Demos gracias al Señor." Y en verdad debemos dar gracias (εύχαριστεΐν); porque (δτι), siendo indignos, nos ha llamado a esta gracia tan grande;

porque (ότι), siendo enemigos, nos ha reconciliado; porque (δτι) nos ha juzgado dignos del espνritu de adopción. Después decís: "Es digno y justo." En efecto, cuando nosotros damos gracias, hacemos una obra digna y justa; pero él, obrando no sólo con justicia, sino sobre toda justicia, nos ha beneficiado y nos ha hecho dignos de tan grandes bienes."13

 

San Cirilo explica aquí la invitación a dar gracias con elementos que se encuentran casi todos en distintas anáforas, y que expresan fundamentalmente la acción de gracias por la redención, grande gracia, a través de los temas de la llamada y de la reconciliación14. Sobre todo, el tema de la llamada de Dios al ser humano después del pecado será desarrollado por la anáfora de Santiago. Sin embargo, no puede decirse que aquí esté San Cirilo comentando el texto de esta anáfora, ni siquiera que siga los temas de una anáfora concreta. Más bien se trata de un fondo común tradicional, que refleja una visión concreta de la Historia de la Salvación como motivo de la acción de gracias. Este tema podría resumirse así: siendo indignos y enemigos por el pecado, Dios nos ha llamado, sin embargo, a la gracia de la salvación mediante la reconciliación efectuada por Cristo, que nos hace hijos adoptivos de Dios.

El segundo punto que subrayar es la importancia que para San Cirilo tiene la epiclesis. Se invoca al Padre para que el Espíritu descienda y haga del pan el cuerpo, y del vino la sangre de Cristo. Se trata, pues, de una epiclesis plenamente consagratoria. Si bien no podemos asegurar que la anáfora de San Cirilo careciese de una súplica por los participantes, sí debemos poner de relieve el hecho de que esta insistencia en la importancia de la transformación de las especies eucarísticas es compartida por otros autores contemporáneos15.

Según lo que acabamos de decir, podemos resumir las relaciones entre la Historia de la Salvación y Eucaristía en la anáfora de las catequesis mistagógicas de la siguiente manera:

En la plegaria eucarística se alaba a Dios, recordando su creación visible e invisible. Esta alabanza concluye con una "doxología"; recitando esta doxología, transmitida por los serafines, el Sanctus, se entra en comunión con la Iglesia celeste; una comunión que, si bien de momento es sólo comunión en la alabanza, se espera que sea reunión con los mismos ejércitos celestiales. Es posible que en esta plegaria eucarística se hiciese mención de la Historia de la Salvación según este esquema: tras la creación, el hombre ha pecado, haciéndose indigno y enemigo de Dios; sin embargo, Dios ha llamado a los seres humanos a la gran gracia de la salvación mediante la reconciliación llevada a cabo por Cristo, de manera que hemos sido hecho hijos de Dios. En el momento de la epiclesis, Dios Padre envía al Espíritu Santo, que santifica y "toca" al pan y al vino, convirtiéndolos en cuerpo y sangre de Cristo. El conjunto de estos gestos y palabras es un "sacrificio espiritual" y "culto incruento," que se ofrece en ayuda de los necesitados, vivos y difuntos.16

Por tanto, del testimonio de la V catequesis mistagógica de San Cirilo podemos concluir: es posible, aunque no plenamente demostrable, que la anáfora de Jerusalén hacia finales del siglo IV y principios del ν hiciese una presentaciσn sumaria de la Historia de la Salvación (dimensión horizontal) según el esquema propuesto, perteneciente a la tradición siró-occidental. Está clara la dimensión vertical de la Historia de la Salvación en dos momentos: la introducción y recitación del Sanctus, en que la asamblea celebrante es ya un anticipo de la asamblea celeste escatológica, y la epiclesis, en que la acción salvadora del Espíritu hace presente en la asamblea el cuerpo y la sangre de Cristo, de modo que "participamos de la naturaleza de Dios" (2 Pe 1,4; Caí. mist. IV 3). Es probable que existiese un relato institucional en esta anáfora y que su significado en ella fuese muy semejante al de la epiclesis, pero no parece totalmente demostrable17.

 

La Anáfora de Santiago. Contexto y Documentación.

La anáfora atribuida a Santiago, el hermano del Señor, tiene su origen, con bastante probabilidad, en la Iglesia de Jerusalén. Aunque el documento más antiguo que de ella poseemos sea un palimpsesto del siglo VII, la coincidencia sustancial de parte de ella con el texto comentado por San Cirilo de Jerusalén en su catequesis mistagógica V es una buena razón para pensar que ya a finales del siglo IV o principios del V existía como tal anáfora en esta Iglesia, sin que podamos con ello determinar cual sea el texto original18.

Desde Jerusalén, esta anáfora se extendió por todo el Oriente cristiano, pues ha llegado hasta nosotros en las más diversas lenguas: griego, siríaco, paleoeslavo, georgiano, armenio y etiópico. El texto del que derivan todas las demás versiones, directa o indirectamente, es el griego, aunque en teoría no pueda excluirse que originariamente hubiese antecedentes árameos 19. La historia del texto griego y de las distintas versiones ha sido suficientemente estudiada por los distintos editores de esta anáfora, y últimamente por A. Tarby, y no es necesario entretenerse en ello20. Los dos testimonios más importantes son, sin duda, el texto griego y la versión siríaca; de ambos poseemos hoy, afortunadamente, buenas ediciones críticas21.

La comparación de estos dos testimonios entre sí con ayuda de las demás versiones es, sin duda, una gran ayuda para conseguir un texto que, si no el primitivo y original, sí nos permite remontarnos a una fecha muy anterior a la de los manuscritos más antiguos. La traducción que a continuación presentamos está hecha a base del texto crítico de Mercier; las palabras en él subrayadas no se hallan en el texto siríaco, y no parecen pertenecer al original más primitivo, salvo las advertencias que hagamos en las notas22.

 

La Iglesia Celeste y la Iglesia Terrena.

"En verdad es digno y justo, conveniente y debido, alabarte, celebrarte en himnos, bendecirte, alabarte, glorificarte, darte gracias a ti, el Artesano (δημιουργώ) de toda criatura visible e invisible, caudal de los bienes eternos, fuente de vida e inmortalidad, oíos j Señor de todas las cosas, a quien celebran con himnos los cielos, y los cielos de los cielos y todas sus potencias; el sol, la luna y todo el coro de las estrellas, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay; la Jerusalén celestial, la asamblea en fiesta (παηνγυρις) de los elegidos; la Iglesia y los primogénitos inscritos en los cielos, los espíritus de los justos y de los profetas, las almas de los mártires y los apóstoles, los ángeles, los arcángeles, los tronos, las dominaciones, principados y potestades, y las terribles virtudes, los querubines de muchos ojos, y los serafines de seis alas, que con dos alas cubren sus rostros, con dos los pies, y con las otras dos vuelan; se gritan uno a otro con bocas que no callan, con incesantes divinas palabras (θεολογίαις), el himno triunfal de tu magnνfica gloria, cantando con voz sonora, clamando, glorificando, gritando y diciendo: "Santo, santo, santo, Señor Sabaoth. Lleno está el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en las alturas. Bendito el que ha venido y viene en el nombre del Señor. Hosanna en las alturas."

 

La anáfora se inicia con un fuerte impulso doxológico de alabanza a Dios Padre, a quien se califica de Creador, o mejor, de Artesano (δημιουργός). En la literatura cristiana, este tιrmino es aplicado tanto a Dios como a cada una de las personas divinas en particular 23; su significado es prácticamente equivalente al de ποιητής, “hacedor,” “creador” y organizador del mundo, su Artesano o Artνfice24. Los numerosos verbos de alabanza que siguen, enlazados unos con otros, ponen de relieve el aspecto doxológico de alabanza propio de esta sección25; pero a la vez, y precisamente por su crecido número, la incapacidad radical de alabar el hombre a Dios como debiera. Este aspecto es subrayado en otras anáforas con el recurso a la terminología de la teología apofática; así lo hemos visto hasta ahora en la anáfora del eucologio de Serapión y, dentro de la tradición siro-antioqueña, en la de San Juan Crisóstomo. La presente anáfora, por su parte, no sigue este camino, sino que, operando un cambio literario un tanto brusco, comienza una larga enumeración de seres creados; no para conmemorar y recordar la creación, sino para poner en sus "bocas" la alabanza o glorificación que el ser humano se siente incapaz de tributar a Dios. Como acertadamente dice L. Ligier, en lugar de desarrollar la enumeración "ex parte obiecti laudandi," proclamando lo que debe suscitar en Dios la alabanza, lo hace desde fuera "ex parte eorum qui laudare debent" 26.

Esta enumeración de los seres creados adquiere de este modo un aspecto bastante original en la anáfora de Santiago que no se encuentra en la sección equivalente de la catequesis de San Cirilo (Caí. mist. V 6), con cuyo texto, sin embargo, presenta éste conexiones evidentes. Su contenido teológico, visto desde esta perspectiva, se concreta en dos puntos interesantes: por una parte, subyace a toda esta sección una concepción fundamentalmente optimista de toda la creación como portadora de gloria de Dios27; por otra, el ser humano puede descubrir en las criaturas esta gloria de Dios y "devolvérsela" por medio de una incesante doxología, que alcanza su punto culminante en el cántico del Sanctus y tiende hacia su plenitud escatológica en su liturgia celeste. Se pone así de relieve la responsabilidad del ser humano como "sacerdote de la creación" 28, la cual no realiza su vocación doxológica sino pasando a través del "homo liturgicus." Este, a su vez, no realiza la suya si no es en la "Jerusalén celestial," con la cual entra ya en comunión cuando participa en la asamblea litúrgica29.

Este es el sentido de toda la enumeración de este pasaje. Toda la creación, ordenada progresivamente según la dignidad de cada criatura, es presentada alabando y glorificando a Dios en una progresión ascendente: el universo entero, cielos y tierra; la Jerusalén celestial; la Iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo; los diversos órdenes angélicos.

En este contexto, la "Jerusalén celestial" parece que ha de ser interpretada como referencia a la Iglesia terrestre. Desde un punto de vista bíblico, la Jerusalén de arriba, por oposición a la Jerusalén de la tierra, es, para San Pablo, la Iglesia, a la vez terrestre y celestial (cf. Gal 4:25-26). La misma oposición, ahora especificada entre los judíos, que se acercan al monte Sión, y los cristianos, que se acercan a la Jerusalén celestial, hallamos en Heb 12:22-24:

 

"En cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celeste; a los millares de ángeles en fiesta; a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo; a Dios, juez de todo; a los espíritus de los justos llegados a la meta; al mediador de una nueva alianza, Jesús..."

 

Este pasaje es, sin duda, el origen del texto de nuestra anáfora. Los exegetas no están de acuerdo en cuanto a su interpretación en detalle. Así es difícil saber a quién se refiere la expresión "asamblea de los primogénitos," si a los ángeles o a los hombres 30. En todo caso, la anáfora de Santiago usa este texto con gran libertad. La versión siríaca, que parece reflejar el estrato más primitivo, ha suprimido la mención de los ángeles entre las expresiones "Jerusalén celeste" y "asamblea de los primogénitos"; el texto griego ha referido el sustantivo πανηγύρις a los “elegidos" en vez de a los ángeles, como está en el paso bíblico, y ha completado la frase de la Escritura "los espíritus de los justos" con una serie de precisiones que no se hallan en él y que se refieren claramente a las almas de los justos ya en el cielo, no a los ángeles. Estas manipulaciones tienen como resultado el orden progresivo de la alabanza en toda la sección, orden que ya hemos hecho observar: criaturas, Iglesia militante, Iglesia triunfante, coros angélicos. Por consiguiente, en la anáfora de Santiago es claro que las expresiones antedichas se refieren a la Iglesia a la vez militante en la tierra y ya triunfante en el cielo.

Resumiendo, podríamos describir este movimiento progresivo de alabanza a Dios tributada por sus criaturas de la siguiente manera: 1) La creación entera es portadora y reflectora de la gloria de Dios ("da gloria objetiva" a Dios, dinamos en terminología escolástica). 2) Esta gloria se manifiesta y expresa a través de la doxología, que el ser humano tributa conscientemente a Dios en la asamblea litúrgica principalmente ("gloria subjetiva," según la misma terminología escolástica). 3) La manifestación de esta doxología en la asamblea litúrgico-eucarística adquiere su mayor grado de perfección en la asamblea celeste de los justos y de los ángeles, y hacia ella tiende la Iglesia terrestre en un impulso escatológico, que es, a la vez, realidad y esperanza de plenitud.

De este modo, aunque en la anáfora de Santiago no hay una afirmación clara y expresa de la asociación de la liturgia terrestre a la liturgia celeste, el movimiento doxológico expresado progresivamente viene a significar lo mismo y se integra plenamente en la teología del Sanctus que es común a los Padres de la Escuela de Antioquía31: el cántico del Sanctus por la asamblea litúrgica es el culmen de la alabanza iniciada en la plegaria eucarística y es la realización anticipada, aunque imperfecta, en la tierra de la asamblea litúrgica escatológica del cielo. San Cirilo es consciente de este significado cuando, al comentar toda esta sección de la anáfora, concluye: "Por eso recitamos esta doxología que nos ha sido transmitida por los serafines, para que, por la comunión en este himno, seamos asociados a los ejércitos celestiales (Caí. mist. V 6).

La plegaria continúa ahora, extendiendo esta alabanza a toda la Trinidad mediante el embolismo del Sanctus y conmemorando la Historia de la Salvación:

 

"Santo eres, Rey de los siglos, Señor y Dador de toda santidad. Santo también tu Hijo unigénito, Señor nuestro, Jesucristo, por quien has hecho todas las cosas. Y santo tu Espíritu Santísimo, que escudriña todas las cosas y tus profundidades, Dios Padre2. Santo eres, Señor universal (παντοκράτορ), todopoderoso (παντοδύναμε), temible, bueno, entrañable. Tú que miras con particular simpatía hacia tu obra y has hecho al hombre de la tierra a tu imagen y semejanza y gratuitamente le diste (χαρισάμενος) las delicias del paraνso. Cuando él quebrantó tu mandato y cayó, no le miraste por encima (παρεΐδες) ni lo abandonaste, ΅oh Bueno!; antes bien, como Padre entrañable, lo corregiste (έπαίδευσας), lo”llamaste (έκάλεσας) por la ley, mediante los profetas lo educaste (έπαιδαγώγησας). Finalmente (ύστερον), enviaste al mundo a tu mismo unigιnito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, para que él con su venida renovase y resucitase tu imagen. Descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y de María, la santa Madre de Dios (Θεοτόκου) y siempre33 virgen. Convivió entre los hombres y todo lo dispuso (οικονόμησε) para la salvaciσn de nuestra raza. Cuando estaba a punto él, el sin pecado, de aceptar por nosotros los pecadores la muerte voluntaria y vivificante de la cruz, la noche en que iba a ser entregado, mejor, la noche en que él mismo se entregaba por la vida y salvación del mundo, tomando pan en sus manos santas y puras, inmaculadas e inmortales, levantando los ojos al cielo y presentándolo a ti, Dios y Padre, dando gracias, bendiciendo, santificando, partiéndolo, lo repartió entre sus santos y bienaventurados discípulos y apóstoles, diciendo: "Tomad y comed; esto es mi cuerpo, partido por vosotros y distribuido para perdón de los pecados." Del mismo modo, acabada la cena, tomando un cáliz y mezclando agua y vino, fijando los ojos en el cielo j presentándolo a ti, Dios y Padre, dando gracias 34, bendiciendo, santificándolo, llenándolo del Espíritu Santo, lo repartió entre sus santos y bienaventurados discípulos y apóstoles, diciendo: "Bebed todos de él; ésta es mi sangre, la de la nueva alianza, derramada por vosotros y por muchos y distribuida para perdón de los pecados. P. Amén. Haced esto en memorial mío. pues cuantas veces comáis este pan y bebáis de este cáliz anunciáis la muerte del Hijo del hombre35 y confesáis su resurrección hasta que él venga." D. Creemos y confesamos. P. Anunciamos tu muerte, Señor, y confesamos tu resurrección.

 

 

a) Dimensión Trinitaria y Contenido General.

El embolismo del Sanctus, con el que hemos comenzado esta sección de la anáfora en nuestra traducción, es en realidad una "pieza bisagra": por una parte, cierra la plegaria de alabanza, haciéndola extensiva a cada una de las tres divinas personas; por otra introduce la conmemoración de la Historia de la Salvación. De este modo, toda la alabanza previa adquiere una dimensión trinitaria que se extiende igualmente a lo que sigue: el Espíritu, que "escudriña todas las cosas y las profundidades de Dios," es el que hace posible una recta comprensión de los acontecimientos de la historia, dirigidos por Dios Padre, culminados en Dios Hijo y hechos actuantes en nuestra vida por Dios Espíritu Santo. La misma unidad de acción trinitaria volverá a recapitularse en la doxología final. Con ello, aunque ciertamente predomina la apropiación de las distintas acciones a cada persona divina, no se trata de una concepción simplista de estas apropiaciones, sino que cada acontecimiento queda como envuelto en la acción conjunta del Dios trino36.

Toda la Historia de la Salvación es presentada de un modo sobrio, subrayando con rasgos esenciales los acontecimientos seleccionados, pocos, para hacer resaltar, sobre todo, la dirección o dinámica hacia donde esas acciones se orientan. El esquema de esta exposición comprende las siguientes partes:

 

 

Notemos que en este esquema no se ha incluido la creación de las cosas 37. En realidad, la mención amplia que de ella se ha hecho, aunque en otro contexto, parece explicar el porqué aquí no se incluye. Sin embargo, puede considerársela como implícitamente incluida en los títulos dados a Dios, así como en la creación del hombre, que resume en sí la creación entera, de la que es la cumbre. Por lo demás, la perspectiva de la Historia de la Salvación en la anáfora de Santiago es predominantemente antropológica. Pero no se trata de una antropología de tipo filosófico-occidental (el ser humano habría sido creado en estado natural y a esta naturaleza habría sido añadida la gracia sobrenatural), sino de una antropología oriental, de tipo teológico, según la cual el ser humano histórico, a quien Dios, como dice la anáfora, ha regalado las delicias del paraíso, ha sido creado en un estado "naturalmente sobrenatural," en una situación concreta de comunión con Dios. Según la fórmula de Lossky, el hombre ha sido creado "deificándose," es decir, tendiendo hacia la comunión con Dios, hacia una perfección que, libremente actuando, podría plenificar38.

El segundo acontecimiento de esta "historia salutis" es el pecado del hombre, presentado como respuesta desobediente al plan de Dios ("quebrantó tu mandato"), y con la consecuencia lógica de haber perdido con ello la situación de comunión con Dios en que había sido creado39.

Seguidamente se describe la acción salvadora de Dios a lo largo del AT, seleccionando tres acciones concretas: la labor pedagógica de Dios con su pueblo a lo largo de su estancia en el desierto (clara alusión a Dt 8:5), la llamada por medio de la ley40, la educación o formación por medio de los profetas.

El paso a la acción salvadora de Cristo se presenta no como un acontecimiento más, en línea de igualdad con los anteriores, sino como la última y definitiva etapa de esta historia. Tal parece ser aquí el significado exacto del adverbio ύστερον, que hemos traducido por "finalmente" 41. El acontecimiento conmemorado en primer lugar es el envío de Jesús a los hombres por el Padre, que se concretiza en el misterio de la encarnación "del Espíritu Santo y de María." Es de notar nuevamente, en esta etapa final de la Historia de la Salvación que ahora comienza, la synergia de las tres personas, con la colaboración esta vez de María. Pero no solamente el acontecimiento de la encarnación es salvífico, sino que toda su vida tiene el mismo carácter. Este es el sentido de la conmemoración de la convivencia de Jesús entre los seres humanos y de su actividad: un disponer (οίκονομεΐν), por medio de obras y palabras, la salvaciσn de los seres humanos. Esta actuación tiende hacia su punto culminante, la muerte en cruz, que recibe su significado en la anáfora de la orientación en que ha sido presentada la Historia de la Salvación y, sobre todo, del acontecimiento de la cena, que ocupa un particular puesto en esta plegaria, como más adelante veremos.

Esta enumeración de las distintas etapas salvíficas de la historia no agota, sin embargo, todas las riquezas teológicas de la anáfora con relación al tema histórico-salvífico. Dejando la exposición lineal de su contenido e intentando profundizar en las líneas de fuerza que la articulan, descubrimos, además, una serie de dimensiones concretas que conducen y potencian el punto culminante.

 

b) Dimensión dialéctica: misericordia-pecado- juicio-misericordia.

Deteniéndonos un momento en los acontecimientos veterotestamentarios conmemorados en la anáfora, observamos un cierto contacto con los que se conmemoran en la gran bendición de la ceremonia de expiación relatada por Neh 9. Esta bendición se articula del siguiente modo: v.5: Invitación a la bendición.

v.6: Dios, autor de la creación; notar especialmente los contactos con la primera sección de la anáfora: "Tú hiciste los cielos, los cielos de los cielos y todos sus ejércitos; la tierra y cuantos la habitan, los mares y cuanto contienen." v.7-8: Dios, autor de la elección de Abraham. v.9-12: Dios libera al pueblo de Egipto, le hace pasar por el mar Rojo y cuida de él a lo largo del éxodo, v. 13-15: Además les da la ley: "Bajaste al monte Sinaí, hablaste con ellos desde el cielo. Les diste normas justas, leyes válidas, mandatos y preceptos excelentes..." Les da también el alimento.

v.16-18: El pueblo responde con la rebelión y la apostasía (construcción del becerro de oro).

v. 19-25: Dios ha respondido siempre con misericordia. Nótense especialmente las expresiones "pero tú, por tu gran compasión, no los abandonaste en el desierto," "les diste tu buen espíritu para instruirlos."

v.26: El pueblo, a pesar de todo, responde con nuevos pecados: "se rebelaron contra ti, se echaron tu ley a las espaldas y asesinaron a tus profetas, que les amonestaban a volver a ti..."

v.27: Entonces Dios castiga a su pueblo, hace resplandecer su justicia, entregándolos a sus enemigos. Ellos suplicaban y se arrepentían. Y Dios, "por su gran compasión," volvía a liberarlos.

v.28: Pero, apenas libres, volvían a hacer el mal. v.30: "Fuiste paciente con ellos durante muchos años, tu espíritu los amonestó por tus profetas, pero no prestaron atención, y los entregaste en manos de pueblos paganos." v.31: "Mas por tu gran compasión no los aniquilaste ni abandonaste, porque eres un Dios clemente y compasivo." v.32-37: Súplica al Señor para que aplique en la situación concreta del pueblo, la situación que vive Nehemías, el mismo modo de obrar que se acaba de conmemorar en la historia de Israel.

Mowinckel, en su estudio sobre los salmos y el culto de Israel, habla de una serie de composiciones poéticas más o menos influidas por el estilo y la temática de la poesía sapiencial, de modo que en mayor grado se convierten en auténticos poemas sapienciales. Este tipo de salmografía doctrinal toma el carácter de una acción de gracias contenida en un poema más bien instructivo, didáctico. De este modo, el poema ofrece el aspecto de una teodicea: el autor intenta probar que Dios siempre ha obrado rectamente. Y desarrolla esta enseñanza en un esquema de leyenda hímnica que toma el material de la historia de Israel, construyendo una especie de sinopsis de historia sagrada en el estilo de los himnos poéticos. A este tipo pertenecerían, entre otros, los salmos 78 y 106. Con esta clase de composiciones habría que relacionar, según el mismo autor, la descripción de las maravillas obradas por Dios en el mar Rojo, de Sab 19:6-11, así como otros textos semejantes42. Este es, sin duda, el caso del texto de Neh, que hemos resumido, el cual, además, muestra muchos puntos de contacto con el salmo 78.

Ahora bien, en estas piezas bíblicas encontramos siempre una dimensión de memorial, una conmemoración de las grandes gestas de Israel, que se centran principalmente, aunque no en exclusiva, en los acontecimientos del desierto. Esta dimensión es explícitamente indicada, p.ej., en Sal 78,2.6; 106,2. Además encontramos también un esquema común de exposición, que se puede resumir en estos elementos:

a) Dios, por iniciativa propia, concede beneficios a su pueblo.

b) El pueblo, en vez de reaccionar agradecidamente ante Dios, se rebela contra él.

c) Ante esta respuesta desagradecida, Dios, en un primer momento, responde con un castigo, haciendo resplandecer así su justicia.

d) Pero finalmente se impone la misericordia de Dios, que siempre triunfa.

En una palabra, la dialéctica Dios-pueblo es descrita en un movimiento cuatripartito, que puede sintetizarse así: misericordia inicial de Dios, pecado del ser humano como respuesta, justicia divina que castiga o corrige, misericordia triunfante de Dios.

Este esquema, de probable origen deuteronómico 43, parece haber entrado a formar parte de la predicación tradicional de la Sinagoga sobre los acontecimientos y reacciones de Israel en el desierto, y esto bastante pronto, en los comienzos, al menos, de la Iglesia. Así parece deducirse de su cristalización en varios pasajes del Targum palestino al Pentateuco, sobre todo en la versión del manuscrito vaticano Neophyti I, descubierto recientemente, el cual presenta en varias ocasiones paráfrasis perfectamente estructuradas que hacen pensar en un texto casi listo para ser recitado o como apunte perfecto para sabérselo de memoria a la hora de predicar una homilía tradicional44. Y no son ajenos tampoco los autores del NT a este modo de presentar los acontecimientos del desierto45.

Volviendo ahora a nuestra anáfora, es a partir de este contexto tradicional hebreo de donde probablemente se haya tomado la perspectiva concreta en que se presenta la Historia de la Salvación en esta anáfora y en otras del mismo tipo, sin que podamos precisar de momento ninguna fuente determinada46. El acento de esta anáfora subraya de un modo especialmente intenso la misericordia de Dios: Dios, que es bueno (αγαθός, dos veces), entraρable (εύσπλάγχνος, dos veces en el texto griego), especialmente “simpαtico" (ó συμπαθής μάλιστα) para con su criatura, ha creado al hombre y le ha dado toda serie de ayudas para regenerarse a pesar de su pecado. Este pecado ya no es aquí el pecado de Israel en el desierto, sino aquel por el que el hombre ha perdido el paraíso, ha borrado la imagen de Dios en sí mismo: es el pecado original. Ante esta situación no se impone lo que sería justo: abandonarle, mirarle por encima, es decir, despreciarle, ignorarle, sino que ha preparado toda una serie de ayudas a lo largo de la historia: corrigiéndole durante los años de peregrinación por el desierto como un padre corrige a su hijo, llamándole mediante la proclamación de la ley, educándole a través de las enseñanzas de los profetas. Todo el AT queda así visto como un camino que conduce hasta la última, más grande y definitiva misericordia del Dios Padre: la venida a la tierra de su Hijo único Jesucristo. No hay oposición ni ruptura entre el AT y el NT, entre el Dios de los hebreos y el Dios de los cristianos, sino una admirable continuidad y pedagogía, que llevan de uno a otro hasta Cristo, máxima misericordia del Padre47.

La historia queda así delimitada y como jalonada por la serie de misericordias de Dios y la serie de respuestas negativas del hombre. Pero así como la iniciativa, una iniciativa de amor, parte de Dios, también el final señalará una victoria de la misericordia divina, de su amor. La anáfora de Santiago es consciente de ello al prolongar, ya en la anamnesis, los acontecimientos salvífícos hasta la parusía y el juicio del Señor; un juicio que, si bien se anuncia terrible desde la perspectiva del hombre pecador, será dominado por la misericordia, pues Dios nos tratará según su clemencia (επιείκεια) y su filantropνa, que está por encima incluso de nuestros pecados48.

 

c) Dimensión dinámica: Historia de la Salvación como pedagogía.

La Historia de la Salvación a lo largo del AT es presentada en esta anáfora de una manera muy concreta: como una pedagogía que conduce a Cristo. En el triple miembro con que se describe esta acción, podemos apreciar como una educación o pedagogía progresiva de Dios.

El primer paso es la educación correctiva. El verbo παιδεύω se usa aquν en un contexto muy concreto: como la corrección necesaria para educar al niño tal como era concebido el sistema educacional en Israel49. La referencia concreta es aquí a Dt 8,5: Yahveh ha corregido a su pueblo a lo largo del camino del desierto como un padre corrige a su hijo; pero el hijo no ha respondido siempre positivamente a tal educación, sino que, con la expresión de Jeremías, a veces le ha recibido "como un toro indómito" (Jer 31,18). Por eso han sido necesarias las lecciones correctivas, el castigo. No obstante, ha predominado siempre el amor. Esta actitud de Dios es admirablemente descrita por el profeta Oseas:

 

"Cuando Israel era un niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo.

Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí:

ofrecían sacrificios a los baales

y quemaban ofrendas a los ídolos.

Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos,

y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba.

Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño.

Fui para ellos como quien levanta el yugo de la cerviz;

me inclinaba y les daba de comer." (Os 11:1-4)

 

Este amor se ha manifestado en la institución de una alianza con el pueblo, y la tarea pedagógica de irla viviendo cada día ha sido asumida por la ley. Este parece ser el sentido del segundo miembro de la anáfora. En efecto, el verbo καλεΤν tiene aquν el sentido concreto de llamada de Dios50, elección, y sitúa a la ley en su contexto de alianza: el pueblo de Israel ha sido elegido para una alianza con Dios; una alianza que contiene determinadas promesas por parte divina, pero también exige y pone condiciones por parte del pueblo. Estas condiciones se resumen en cumplir la ley de Dios; por eso, la ceremonia de renovación de la alianza comporta siempre un compromiso a observar esta ley (cf. Ex 19:7-8; 24:7; Jos 24:21-24; 2 Re 23:3), y los profetas denominarán a la ley "palabras de alianza" (cf., Jer 11:1-12). No podemos, sin embargo, olvidar que la ley, vista desde el NT, era algo más que el cumplimiento de una parte del pacto antiguo; era sobre todo, como afirma San Pablo, "nuestro pedagogo hasta Cristo" (Gal 3:24). Israel, continúa el Apóstol, vivió bajo la tutela de la ley como un niño guiado por su pedagogo hasta que vino la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4:1-6). El tema era sugerente, y los Padres de la Iglesia lo han desarrollado abundantemente51.

La última etapa comprende la guía bajo los profetas. Para describirla se usa el verbo παιδαγωγέω explνcitamente; su significado primario, "conducir al niño," puede ser conservado también aquí: la de los profetas era una instrucción preparatoria, elemental, un adiestramiento hacia Cristo; con palabras de Orígenes: "los profetas eran los pedagogos hacia Cristo."52

Todo el AT está así presentado como un conjunto de indicaciones que simultáneamente señalan a Cristo y hacia él conducen. Pero no eran una pedagogía e indicación sólo para el pueblo hebreo, sino que siguen siéndolo para nosotros: aquellos acontecimientos eran figura de la realidad que nosotros vivimos (cf. 1 Cor 10:6-11) y han sido escritos para aviso de los que ya hemos llegado a la plenitud de los tiempos (ibid., 11) y para que sepamos descubrir en nuestras dificultades de hoy la mano educadora de un Dios que, si castiga, es porque es Padre (cf. Heb 12:5-13).

Sin embargo, nuestro verdadero pedagogo en la nueva alianza no es ya la ley ni los profetas: "nuestro pedagogo es el Santo de Dios, Jesús, el Logos consejero de toda la humanidad; este Dios amigo de los hombres es nuestro pedagogo."53 La conmemoración del AT aboca, pues, consecuentemente, a la figura de Jesús, punto culminante de la conmemoración histórico-salvífica de esta anáfora, como de todas.

 

d) Dimensión Unificadora: La Imagen de Dios.

El tema que da unidad y coherencia a toda la conmemoración, tema propio también de esta anáfora, es el de la imagen. Ciertamente, el texto siríaco no habla de la creación "a imagen y semejanza de Dios," y es posible que debamos considerar este dato como añadido al texto original por un editor griego. Pero esa inserción no hace más que explicitar un tema que recorre implícitamente toda esta sección de la anáfora. Como dice San Cirilo, "todas las criaturas son bellas, pero sólo una es la imagen de Dios: el hombre. El sol fue hecho con sólo una orden; el ser humano, sin embargo, ha sido hecho por las manos divinas: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza."54

A. Tarby ha estudiado ampliamente este tema en la anáfora, situándolo en el amplio contexto de la rica enseñanza de los Padres sobre el mismo55. No hay por qué repetir lo mismo de nuevo, máxime cuando nuestro propósito no es el de agotar cada uno de los temas teológicos que afloran en cada anáfora, sino precisar las perspectivas en que es presentada la Historia de la Salvación.

En este caso, y prescindiendo de hacer intervenir aquí todas las precisiones de la teología oriental sobre el tema de la imagen, creo, sin embargo, legítima la tarea de Tarby de interpretar la presentación histórico-salvífica de esta anáfora desde esta perspectiva. Así, aunque la caída del hombre es claramente presentada como una desobediencia, un romper lo mandado por Dios, es posible considerarla también desde la perspectiva de la pérdida o emborronamiento de la imagen divina en el hombre56. El tema de la misericordia de Dios, de su filantropía, se conecta ahora con este tema central y desde él puede interpretarse: "Desde el mismo instante en que Dios ha comunicado a alguno su efigie, se encuentra, de alguna manera, atado a él para siempre, como incapaz de abandonarlo, de despreciarlo, porque es algo de sí mismo. Devastada, saqueada, la imagen divina continúa pesando sobre el ser humano a la manera de una llamada, de una inquietud; y pesa también sobre Dios, ejerciendo en él una especie de atracción secreta hacia el hombre pecador para hacerle salir de su soledad y reorientarle hacia él"57. El mismo tema de la pedagogía divina a través de las lecciones del pueblo de Israel, de la ley y de los profetas, puede ser comprendido también "como ese acercamiento infatigable de Dios, que viene a reencontrar su icono para enfrentarle con su impotencia y abrirle progresivamente a la venida de Cristo, enviado para "renovar" la imagen divina" 58.

En el NT, el verbo άνανεόω es usado sσlo una vez, hablando de la vida nueva, en Cristo precisamente: el que ha escuchado y aceptado la verdad de Jesús, ha aprendido a despojarse, en cuanto a su vida interior, del hombre viejo que se corrompe, "a renovarse en el espíritu,” es decir, a cambiar la actitud mental (άνανεούσθαι; Ef 4:23) y a revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, con la rectitud y santidad propias de la verdad (cf. Ef 4:2-24). No se trata, pues, de una restauración, sino, más bien, de una recreación. Renovar la imagen perdida de Dios en el hombre consiste, por tanto, en revestir una nueva imagen: "lo mismo que hemos llevado en nuestro ser la imagen del (hombre) terreno, llevaremos también la imagen del celeste." (1 Cor 15:49) Es decir, igual que hemos heredado la imagen corrupta del primer Adán, seremos revestidos de la imagen del Adán celestial, de Cristo, cuando él transforme "la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo" (Flp 3:21). La renovación de nuestra imagen divina por Cristo es, en definitiva, un proceso de identificación con él; proceso ya comenzado, en camino,pero constantemente en perfeccionamiento hasta la identificación total con él en la gloria59.

 

e) El Punto Culminante: La Muerte Sacrificial de Cristo.

El relato institucional de la anáfora de Santiago se sitúa tras la conmemoración de la vida de Jesús e inmediatamente antes de su muerte en la cruz, es decir, en una plena sincronía con los acontecimientos históricos de Cristo. Es ésta una nota característica de nuestra anáfora con relación a la mayor parte de las anáforas siró-occidentales, las cuales normalmente prolongan la conmemoración de los hechos de la vida y la muerte de Jesús a veces hasta la segunda venida, y luego, para reenlazar con la institución de la Eucaristía, vuelven, por medio de un artificio literario, a "la noche en que iba a ser entregado."60

¿Cuál es entonces el significado teológico del relato institucional en el contexto histórico-salvífico en que se sitúa en esta anáfora? Una primera respuesta puede ser que la institución de la Eucaristía es conmemorada como un hecho salvífico más. La perspectiva histórico-cronológica, perspectiva horizontal, en que está situada es un argumento para ello. Ciertamente, esto no es imposible, pero tampoco agota el significado del relato institucional de la anáfora de Santiago.

En efecto, observemos que la narración institucional está situada entre dos referencias a la muerte de Jesús: Jesús instituye la Eucaristía cuando estaba a punto de aceptar la muerte; celebrar la eucaristía y participar del cuerpo y la sangre de Cristo es anunciar su muerte. Observamos, además, una cierta insistencia en presentar la institución eucarística en conexión con la entrega de Jesús, que es calificada de voluntaria61, y al mismo tiempo como la entrega del inocente, del sin pecado, por los culpables, los pecadores.

En estas condiciones, el relato institucional adquiere un especial relieve y significación: no es sólo la mera conmemoración histórica del hecho histórico de la cena, sino la representación del sacrificio voluntario y propiciatorio de Cristo, que él anticipó ritualmente en la cena última y que la Iglesia actualiza en la celebración sacramental al renovar sus palabras y sus gestos y al comer y beber el pan y el vino eucarísticos, signo litúrgico de la presencia real del cuerpo y la sangre de Jesús.

Esta constatación es reforzada por el contexto dinámico en que toda la conmemoración anterior sitúa el relato institucional; aquí se actualiza, llegando a su culmen, la acción de la misericordia divina: la muerte en la cruz de Cristo; éste es el punto culminante hacia donde nos dirige toda la pedagogía del AT, el momento fundamental de la nueva alianza; éste es también el punto culminante del proceso de renovación de la imagen divina, perdida por el ser humano a consecuencia del pecado; el momento en que Cristo, el inocente, renueva en nosotros la imagen de Dios mediante su entrega a la muerte, actuando como el nuevo Adán sin pecado que redime al Adán pecador y le coloca en una situación de relación con Dios totalmente nueva.

De esta manera, el relato institucional nos introduce en una dimensión histórico-salvífica totalmente nueva, su dimensión vertical, que será explicitada en esta anáfora por la anamnesis y la epiclesis.

 

Dimensión Vertical de la Historia de la Salvación.

En efecto, toda esta realidad expresada por el relato institucional, que culmina y hace presente la Historia de la Salvación en el hoy de la Iglesia mediante la acción sacramental, es expresada ahora por la anamnesis y la epiclesis, aportando así el fundamento y la razón de la súplica universal por la Iglesia y los seres humanos, que se concreta litúrgicamente en las intercesiones.

Esta es la dinámica histórico-salvífica que observaremos de ahora en adelante en todas las anáforas siró-occidentales: de una conmemoración literaria de la Historia de la Salvación, de un recuerdo, pasamos, por la acción sacramental, por el rito o memorial cultual, a una irrupción actual de esa Historia de la Salvación en el momento concreto de la vida de la Iglesia en que ésta celebra el sacramento. La expresión concreta de este hecho es la misión, repito, del relato institucional, de la anamnesis y de la epiclesis. Cada una de estas partes tiene, sin embargo, su misión propia: el relato institucional, unido íntimamente al memorial, expresamente proclamado en la anamnesis, sirve de transición entre el mero recuerdo de los acontecimientos pasados y la actualización del misterio de Cristo, centro y síntesis de toda la conmemoración salvífica; la anamnesis explícita esa dimensión de actualización del misterio de Cristo, dándole el carácter de un ofertorio o sacrificio actualmente llevado a cabo; la epiclesis explícita, de una parte, el valor de actualidad que tienen las palabras de Jesús pronunciadas por la Iglesia en el rito; por otra, la fuerza santificadora de esa actualización de sus palabras y sus gestos. Veamos cómo esto ocurre en la anáfora de Santiago.

 

"Haciendo, pues, memoria nosotros también, pecadores, de sus sufrimientos vivificantes, y de su cruz salvadora, y de su muerte y sepultura, de su resurrección de entre los muertos al tercer día y de su ascensión a los cielos, y de su sesión a la derecha, Dios y Padre, y de su segunda, gloriosa y terrible parusía, cuando vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos, cuando retribuirá a cada uno según sus obras ten piedad de nosotros, Señor Dios nuestro(tres veces), o mejor, según las entrañas de su misericordia, te ofrecemos a ti, Señor, este tremendo e incruento sacrificio, suplicándote que no nos trates según nuestros pecados ni nos retribuyas según nuestras iniquidades (ανομίας), sino segϊn tu clemencia (έπιείκειαν) y tu inefable filantropνa (φιλανθρωπία), abrogando y borrando el acta que nos acusa. Nosotros te suplicamos: concédenos tus dones celestiales y eternos, los dones que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni han asomado nunca al corazón del hombre; los que tú, ¡oh Dios!, tienes preparados para aquellos que te aman. Y no rechaces a tu Pueblo ni a causa mía ni a causa de mis pecados, ¡oh Señor!, amigo de los hombres (φιλάνθρωπε) (tres veces.), que son tu pueblo y tu Iglesia quienes te imploran: P. Ten piedad de nosotros, Señor, Dios Padre todopoderoso. Ten piedad de nosotros, Dios Padre todopoderoso. Ten piedad de nosotros, Dios y Salvador nuestro. Ten piedad de nosotros, ¡oh Dios!, según tu gran misericordia, y envía sobre nosotros (έξαπόστειλον εφ” ημάς) y sobre estos dones santos aquí presentados (προκείμενα) a tu Espíritu Sumísimo, Señor y Dador de vida, que condivide el trono contigo, Dios y Padre, y con tu unigénito Hijo, que reina con vosotros consustancial y coeterno, que habló en la ley, y en los profetas, y en la nueva alianza; que descendió en forma de paloma sobre nuestro Señor Jesucristo en el Jordán y reposo" sobre él, que descendió en forma de lenguas de fuego sobre tus santos apóstoles en la habitación alta de la santa y gloriosa Sión el día santo de Pentecostés62. Envía, Señor, este mismo Santísimo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones santos aquí presentados, para que, visitándolos con tu santa, buena y gloriosa venida, los santifique y haga de este pan el cuerpo santo de Cristo, P. Amén. y de este cáliz, la sangre preciosa de Cristo, P. Amén. a fin de que aprovechen a todos los que de ello participan para perdón de los pecados y para la vida eterna, para santificación de las almas y de los cuerpos, para dar frutos de buenas obras, para afirmación de tu santa Iglesia, católica y apostólica, a la cual fundaste sobre una roca de la fe; que las puertas del infierno no prevalezcan contra ella, librándola de toda herejía, y del escándalo de los obradores de iniquidad, y de los enemigos que se han levantado y se levantan contra ella hasta la consumación de los siglos. Amén. (Sólo el clero circundante)."

 

Sigue una serie de intercesiones bastante larga, que concluyen con la doxología final del siguiente modo:

 

"Por él (Cristo), a nosotros y a ellos (los difuntos), tú que eres un Dios bueno y Señor amigo de los hombres (φιλάνθρωπε), absuelve, perdona, sι indulgente con nuestras ofensas, voluntarias e involuntarias, conscientes e inconscientes, por la gracia, y la misericordia, y la filantropía de tu Cristo, con el cual eres bendecido y glorificado, junto con tu santísimo, bueno y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. P. Amén."

 

El texto de la anamnesis que nos da el manuscrito griego parece bastante evolucionado con respecto al siríaco. Este, aparte la particularidad, común a las anáforas siríacas, de dirigir la anamnesis a Cristo, parecer haber conservado una recensión más sobria y notablemente más antigua63:

 

"Haciendo, pues, memoria, Señor, de tu muerte, y de tu resurrección de entre los muertos al tercer día, y de tu ascensión, y de tu sesión a la derecha del Dios Padre, y de tu segunda venida, tremenda y gloriosa, cuando vendrás a juzgar al mundo con justicia, cuando retribuirás a cada uno según sus obras, te ofrecemos este sacrificio tremendo e incruento; —no nos trates según nuestros pecados, Señor, ni nos retribuyas según nuestras iniquidades, sino que, según tu clemencia y tu filantropía, borra los pecados de los que te imploramos; que tu pueblo y tu heredad te implora, y por ti y contigo al Padre, diciendo: P. Ten piedad de nosotros, Padre todopoderoso. Y también nosotros, que hemos recibido tus beneficios, te damos gracias y te ofrecemos a ti de lo tuyo; en todo y por todo P. Te glorificamos (te bendecimos, te adoramos y te suplicamos: Señor Dios, sé clemente, tú que eres bueno, y ten piedad de nosotros)."64

 

Los temas comunes a ambas anamnesis son: el memorial del misterio salvador de la muerte y glorificación del Señor (más ampliado en el texto griego), la oblación y una súplica penitencial, que en el texto griego se ha ampliado con dos citas casi literales de Col 2,14 y 1 Cor 2,9 y con un final del género "apología," que hace presente la indignidad del sacerdote a causa de sus pecados 65. La anamnesis siríaca contiene, además, otro tema antiguo, el de la acción de gracias, que ya se encontraba en la anáfora de Hipólito. En general, se puede decir que el texto siríaco nos da aquí una recensión más antigua de la anamnesis que el griego.

En cuanto al texto de la epiclesis, notemos en primer lugar que el texto griego contiene una doble súplica por la venida del Espíritu Santo. El resumen que nos ha dado la Catequesis mistagógica V (V 7) de San Cirilo nos pone en la pista del texto más primitivo:

 

"Después... invocamos al Dios amigo de los hombres para que envíe (έξαποστεΤλοα) al Espíritu Santo sobre los dones aquí presentados (τα προκείμενα), para que haga (ποίηση) del pan el cuerpo de Cristo, y del vino la sangre de Cristo..."66

 

La segunda invocación, que además no aparece en el texto siríaco, es, por tanto, añadida67. Teniendo esto en cuenta, la epiclesis de Santiago se articula en tres partes bien diferenciadas: la súplica por el envío del Espíritu Santo, con un desarrollo teológico sobre las intervenciones de éste a lo largo de la historia; los efectos de la venida del Espíritu Santo sobre los dones; los efectos sobre los participantes.

La doxología final va inmediatamente unida a una fórmula penitencial, que cierra la plegaria de intercesión sobre los vivos y difuntos68 y es del tipo de las que ponen en situación de igualdad a las tres personas; como la mayoría de este tipo de doxologías, bastante comunes en los siglos IV y V refleja un proceso de profundización en el misterio trinitario, llegando ya a su madurez. La doxología de la versión siríaca, centrada más en la gloria y alabanza "al nombre dignísimo y bendito del Padre, con el de nuestro Señor Jesucristo y el del Espíritu Santo," refleja el mismo nivel de evolución doctrinal y teológica 69.

 

a) Presencialización del Núcleo Salvífíco.

Volviendo ahora a la anamnesis, hemos de subrayar la perfecta conexión entre memorial y sacrificio que ella revela: haciendo memoria de la muerte de Jesús, ofrecemos este sacrificio al Padre. De nuevo apreciamos el valor de conmemoración objetiva del memorial: si nuestra ofrenda, la ofrenda sacrificial que la Iglesia hace de Cristo muerto, es algo real y presente, es porque el memorial ritual de la celebración eucarística es algo más que una conmemoración o recuerdo de un hecho pasado, es la presencialización sacramental de la muerte única del Salvador.

Ahora bien, la anamnesis se extiende no sólo a la conmemoración de la muerte de Cristo, sino también a la de su resurrección, ascensión, sesión a la derecha del Padre y última venida como juez; es decir, la muerte del Señor se encuentra encarnada en el misterio salvífico entero de la redención. Desde el punto de vista literario, ya hemos hablado de la importancia de los símbolos de la fe en este desarrollo. Desde el punto de vista de una presentación lineal y cronológica de la Historia de la Salvación, ésta se prolonga hasta la última venida del Señor, abarcando así dos términos de la historia del ser humano: su creación y su definitiva vuelta a Dios. Finalmente, desde el punto de vista de una perspectiva vertical del núcleo del misterio salvífico, la muerte-resurrección de Cristo, el misterio de la ascensión añade una afirmación de permanencia e irrevocabilidad de la situación de Cristo y de su sacrificio: él ya ha entrado en su gloria tras realizar el sacrificio perfecto de una vez para siempre70. La mención de la sesión de Cristo a la derecha del Padre parece, sin embargo, haber sido introducida aquí en conexión con la idea del juicio final. Esta idea ha sido recogida también por la anamnesis de otras anáforas71. Lo original aquí es la orientación peculiar que toma la parte final de la anamnesis, desarrollando la dimensión propiciatoria del sacrificio eucarístico ofrecido por la Iglesia. Este sacrificio es descrito como "tremendo e incruento" (την φοβεράν ταύτην και αναίμακτο θυσίαν). La calificaciσn del sacrificio eucarístico como "incruento" es bastante antigua72; la calificación del mismo como "tremendo" se inserta en la corriente de respeto hacia la Eucaristía que vemos hacia finales del siglo IV y principios del V como reacción antiarriana en el Asia cristiana73. Prescindiendo de la cuestión sobre si este tema ha surgido o no en la liturgia de Jerusalén, lo que aún no está claro74, el tema es ciertamente antiguo y puede ser originario de la anáfora; además conecta perfectamente con la súplica que, muy desarrollada, cierra la anamnesis del texto griego y, más sobriamente, tampoco falta en la versión siríaca.

En conjunto, puede decirse que lo propio de esta anamnesis es poner de relieve el aspecto propiciatorio del sacrificio eucarístico, subrayando, cosa también propia de la anáfora de Santiago, la clemencia y filantropía de Dios sobre su justicia. Esta doble idea se encuentra ya en las Catequesis mistagógicas de San Cirilo:

 

"Después de haber sido realizado el sacrificio espiritual, el culto incruento, sobre este sacrificio de propiciación (θυσίας του ίλασμοΰ) invocamos a Dios por la paz comϊn de la Iglesia, por el recto orden del mundo... y, en una palabra, por todos los necesitados de ayuda, orando también nosotros, ofrecemos este sacrificio." (V 8)75

 

Un poco más adelante, explicando por qué debemos orar por los difuntos, San Cirilo concluye:

Del mismo modo, nosotros, ofreciendo a Dios nuestras oraciones por los difuntos, aunque sean pecadores, no entretejemos una corona, sino que ofrecemos a Cristo sacrificios por nuestros pecados, haciendo propicio por ellos y por nosotros al Dios amigo de los hombres (φιλάνθρωπον)” (V 10).76

 

b) Con la Fuerza del Espíritu.

La súplica con que termina la anamnesis enlaza ahora con la epiclesis. Esta, por lo que se refiere a la anáfora de Santiago, ha sido amplia y profundamente estudiada por A. Tarby77. No nos queda más que presentar brevemente el nervio de su reflexión, que compartimos plenamente.

La primera sección de la epiclesis es una súplica al Padre por el envío del Espíritu; pero la súplica, y esto es algo específico de la epiclesis de la anáfora de Santiago, se ha ampliado en una verdadera celebración grandiosa del misterio total del Espíritu y de sus manifestaciones sucesivas hasta llegar a Pentecostés, de donde ha surgido la Iglesia 78. El punto de partida para entender toda esta epiclesis y otras muchas hay que tomarlo de la relación Espíritu-Palabra y, más concretamente, de una idea que desarrolla ampliamente San Cirilo de Jerusalén en sus catequesis: el espíritu que ha hablado a través de las Escrituras en el AT es el mismo que lo ha hecho en el NT79. En el AT, el Espíritu ha actuado conjuntamente con la palabra de la ley y de los profetas, preparando pedagógicamente, como hemos visto en la conmemoración histórico-salvífica de esta misma anáfora, los tiempos del NT, en que se revelará plenamente la Palabra increada. Paralelamente a esta actuación de comprensión, interiorización y aceptación de la palabra en el AT, el espíritu ha actuado en el Nuevo: la Palabra, Cristo, ha sido concebida de María por obra del Espíritu Santo. El dato no se nombra en la epiclesis, pero ha sido ya antes puesto de relieve. En el bautismo del Jordán, el Espíritu revela la Palabra, Cristo, al mundo y le consagra en su humanidad (unción mesiánica). En Pentecostés, descendiendo sobre los apóstoles, los transformará en cuerpo de Cristo, actualizando en cada uno de ellos la presencia del Señor resucitado y haciéndoles comprender a fondo la palabra de Cristo para que ellos la revelen a todos los pueblos.

Esta relación Palabra-Espíritu aclara ahora el movimiento consagratorio de la epiclesis. En la segunda parte de ésta se pide que el Espíritu "haga de este pan el cuerpo santo de Cristo, y de este cáliz, la sangre preciosa de Cristo"; se trata de la manifestación sacramental de Cristo, que está unida a la obra creadora del Espíritu. ¿Cómo se realiza esto? La explicación podría hacerse del siguiente modo: el Espíritu toma las palabras que Cristo pronunciara en la cena, "esto es mi cuerpo," "esto es mi sangre," para comunicarles la eficacia de la Palabra increada, actualizando así la presencia de Cristo bajo los signos del pan y del vino. "De esta manera, la "parusía" de Cristo se hace en y por la "parusía" del Espíritu Santo, que opera la metabolé de los dones con vistas a la comunión" 80.

Tenemos así la explicación de la unión relato-epiclesis, que coincide con las dadas por los clásicos comentaristas de las liturgias siró-occidentales y siró-orientales, y que, presentando el sacramento en una visión conjunta Cristo-Espíritu, nos vuelve a advertir de lo peligroso que es intentar fraccionar o aislar un "momento consagratorio" del conjunto de la plegaria eucarística y de su dinamismo interior.81

La tercera sección de la epiclesis se encadena ahora como una consecuencia lógica: la intervención y acción del Espíritu sobre las oblatas hace presente al Cristo que salva. Esta salvación se concreta en la transformación de los participantes en la Eucaristía mediante la comunión; es la res sacramenti, según la terminología de la teología clásica, la realidad salvadora de la gracia, hacia la que tienden el sacramentum et res, es decir, la presencia del cuerpo y la sangre del Salvador bajo los signos sacramentales. Los frutos de salvación son el perdón de los pecados, la vida eterna, la santificación, la fructificación en buenas obras y la afirmación de la Iglesia. Precisamente este último miembro es ahora desarrollado: la Eucaristía no solamente procura la santidad individual de los participantes, sino que fortalece y afirma a la Iglesia, fundada sobre la roca de la fe82. La Eucaristía así, a través de todas las vicisitudes y dificultades de la Iglesia a lo largo de su historia, le da la fuerza para vencerlas y seguir firme hasta la consumación de los siglos. Con otras palabras, la Eucaristía construye, día a día, la Iglesia.

 

6. Conclusión

Resumiendo brevemente todo lo hasta aquí expuesto, podemos decir que la plegaria eucarística de la Iglesia de Jerusalén nos ofrece una visión de la Historia de la Salvación en su dimensión horizontal sumamente enriquecedora. La Historia de la Salvación es el ámbito en el que el Dios Trino entra en diálogo con el ser humano para conducirlo a la definitiva salvación. No es una mera historia lineal, sino que está determinada por la dialéctica misericordia de Dios-pecado del hombre-justicia divina-misericordia final de Dios. La iniciativa y la victoria final corresponde a Dios, que ha ordenado todas las cosas en función del triunfo de su misericordia desde la creación hasta la definitiva re-creación, en que el ser humano podrá volver a ser plena imagen de Dios, nueva criatura por Cristo Jesús. En este sentido, todas las palabras y acontecimientos del AT, dirigidas por el Espíritu, tienen una función pedagógica determinada y conducen al punto culminante, la muerte sacrificial de Cristo, que hace posible una nueva y definitiva etapa de la Historia de la Salvación, actualmente en curso.

En la Eucaristía, esta salvación se actúa verticalmente en el momento cultual precisado por el conjunto relato institucional-anamnesis-epiclesis. Por la fuerza del Espíritu, las palabras de Jesús sobre el pan y el vino hacen presente a Cristo, y con él al misterio pascual de su muerte-resurrección en toda su integridad; misterio que concentra en el hoy de la Iglesia la salvación preparada desde la creación, actuándola, presencializándola cultualmente. Esta actualización es ya puesta de relieve en la asamblea litúrgica mediante la comunión que se establece entre ésta y la asamblea de la Iglesia celeste en la proclamación de la doxología inicial. Es, sin embargo, una actualización no plena, pues la plenitud solamente será alcanzada en los últimos tiempos, cuando la Iglesia celeste y la Iglesia terrestre se unan en el cielo en un único canto común y sin fin. Mientras, el Espíritu actúa eficazmente ya desde hoy: prolongando su acción sobre Cristo hasta nuestros tiempos, no sólo hace presente a éste entre nosotros en la celebración eucarística, sino que, mediante la participación de los fieles en ella, va construyendo el Reino de Dios al santificar a los participantes y edificar día tras día a la Iglesia.

 

 

2. La Eucaristía de las "Constituciones Apostólicas."

 

El Contexto.

Las Constituciones Apostólicas son una recopilación hecha en Siria hacia el año 380 y representan la más exacta colección litúrgico-canónica que ha llegado hasta nosotros de la antigüedad cristiana1. En su octavo y último libro, dentro del contexto de la ordenación episcopal, de que se nos habla en los capítulos 4.° y 5.°, se refiere el orden de la celebración dominical (VIII 4:11), y a continuación, la liturgia propiamente eucarística (4:12-15)2. De ella vamos a centrar ahora nuestro estudio en la anáfora3.

La anáfora de las Constituciones Apostólicas pertenece al tipo siró-occidental, aunque con peculiaridades específicas, sobre todo la larga conmemoración veterotestamentaria, a la que el Sanctus separa de la conmemoración neotestamentaria. Su estructura es la siguiente: diálogo introductorio; alabanza a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo; alabanza a Dios, creador del universo y del hombre por Cristo y conductor de la historia de los hombres y de Israel; introducción al Sanctus y Sanctus; acción de gracias al Padre por la salvación en Cristo; relato institucional, anamnesis, epiclesis, intercesiones; doxología conclusiva; "Amén" final del pueblo.

Para abordar el estudio del texto dividiremos nuestra exposición en tres grandes capítulos. El primero comprende toda la gran conmemoración del AT hasta el Sanctus; el segundo, la conmemoración neotestamentaria; el tercero, todo el resto de la anáfora.

 

La Gran Conmemoración Veterotestamentaria.

Sin duda alguna, es ésta la sección más original de la plegaria y la que, como hemos de ver, marca la orientación teológica de toda ella. Puede distribuirse en cinco grandes capítulos, los cuales ordenadamente desembocan en el Sanctus: alabanza a Dios, creación del universo, creación del hombre y primer pecado, historia de las relaciones entre Dios y los seres humanos y entre Dios e Israel, introducción al Sanctus y proclamación del mismo. El texto, traducido al castellano, dice así:

 

6. "En verdad es digno y justo

alabarte (άνυμνεΤν) ante todas las cosas

a ti, que eres el Dios verdadero,

existente antes de todo lo que ha llegado a ser,

de quien toda familia toma nombre en el cielo y en la tierra;

el único no engendrado, sin principio, sin rey,

sin dominador; a quien nada hace falta,

proveedor de todo bien, superior a toda causa y todo origen,

que permaneces siempre el mismo y del mismo modo;

de quien todas las cosas, como de su punto de partida,

han nacido a la existencia.

7. Tú eres efectivamente el conocimiento sin principio,

la visión eterna, el oído no engendrado,

la sabiduría no instruida, el primero por naturaleza,

único en el ser y superior a todo número;

el que conduces todas las cosas de la nada a la existencia

mediante tu Hijo unigénito,

a quien has engendrado antes de todos los siglos

por tu voluntad, y tu poder, y tu bondad, sin intermediario alguno;

tu Hijo unigénito, Dios logos, sabiduría viviente,

primogénito de toda criatura y ángel de tu gran consejo,

pontífice tuyo, rey y señor de toda la naturaleza espiritual y sensible,

existente antes de todo y por quien todo existe.

8. Porque tú, Dios eterno, lo has hecho por él,

y por él todas las cosas son dignas de tu atenta providencia;

por él, en efecto, les concediste el ser

y por él les diste el que su ser sea bueno.

Dios y Padre de tu Hijo unigénito,

tú por él hiciste, lo primero de todo, a los querubines y serafines,

a los eones y a los ejércitos, a las virtudes y potestades,

a los principados y los tronos, a los arcángeles y los ángeles.

Y después de todo esto hiciste por él este mundo visible

y cuanto en él hay.

9. Pues tú eres quien alzaste el cielo como una tienda, lo extendiste como una piel

y asentaste la tierra sobre la nada con sólo tu querer.

Tú fijaste el firmamento, preparaste el día y la noche.

Tú que sacaste la luz de tus arcas

y, al retirarse ella, introdujiste las tinieblas

para descanso de los vivientes que se mueven en el mundo.

Colocaste el sol para presidir el día,

y la luna para presidir la noche;

delineaste en el cielo el coro de las estrellas

para alabanza de tu magnificencia.

10. Hiciste el agua para beber y lavarnos, el aire vital para aspirar y respirar

y para emitir la voz con la lengua que hiere el aire, para ayudar al oído a percibir el lenguaje recibido y caído sobre él.

11. Hiciste el fuego para consolarnos en las tinieblas, para subvenir a nuestra indigencia

y para calentarnos e iluminarnos con él.

12. Separaste el grande mar de la tierra;

a aquél le hiciste navegable, a ésta transitable a los pies;

llenaste aquél de animales pequeños y grandes,

de mansos e indómitos a ésta,

a la cual cubriste de árboles variados, adornaste de verdor,

embelleciste con flores y enriqueciste con semillas.

13. Asentaste el abismo y lo ceñiste de un gran escudo:

el mar amontonado, de aguas saladas, a quien pusiste un límite,

los puertos de fragilísimas arenas.

Unas veces lo elevas, bajo el impulso de los vientos,

a la altura de las montañas,

otras lo extiendes como una llanura;

ahora lo agitas con la tempestad,

luego lo llenas de serena calma,

de modo que sea fácilmente navegable

a cuantos lo surcan con sus naves.

14. Surcaste de ríos la tierra, que has creado por Cristo; de torrentes la llenaste, la inundaste de fuentes inagotables, y en derredor la ceñiste de montañas,

inmóvil y firmísimo fundamento del mundo.

15. Llenaste de plantas el mundo, que es tuyo; lo decoraste con hierbas olorosas y medicinales, con muchos variados seres vivos,

poderosos y débiles, comestibles y dé labor, domésticos y salvajes;

con silbidos de serpientes y gorjeos de pájaros multicolores,

con ciclos anuales,

con la armoniosa sucesión de los meses y los días,

con los cambios ordenados del tiempo,

con las nubes, que se mecen cargadas de lluvia

para que germinen los frutos y puedan vivir los animales,

para regular el soplo de los vientos,

que agitan, cuando tú se lo ordenas,

la gran multitud de plantas y hierbas.

16. Y no sólo creaste el cosmos,

sino que además hiciste en él al hombre, ciudadano del cosmos;

como otro cosmos dentro del cosmos le hiciste aparecer en él,

pues tú dijiste a tu sabiduría:

"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza,

domine sobre los peces del mar y los pájaros del cielo."

17. Por eso lo hiciste de alma inmortal y cuerpo corruptible; aquélla la hiciste de la nada, éste de los cuatro elementos. Por el alma le diste el juicio racional,

la facultad de discernir la piedad de la impiedad,

de observar lo justo y lo injusto;

por el cuerpo le diste los cinco sentidos y el movimiento.

18. Tú, Dios, Señor del universo, por Cristo plantaste el paraíso en Edén, hacia el oriente,

adornado con toda la gama de plantas comestibles,

y lo introdujiste en él como en una casa provista de todo.

En el momento de crearlo implantaste en él la ley natural,

de modo que dentro de sí y por sí mismo

tuviera las semillas del conocimiento divino.

19. Al introducirlo en el paraíso de delicias, de todas las cosas le concediste poder participar. Sólo de una cosa le prohibiste probar

en espera de bienes mayores,

de modo que, si guardaba el mandato,

obtuviera la inmortalidad en recompensa.

20. Y cuando descuidó el mandato

y por el engaño de la serpiente y el consejo de la mujer

gustó del fruto prohibido,

tú, con toda justicia, lo expulsaste del paraíso;

pero en tu bondad no miraste con desprecio

al que estaba completamente perdido,

pues era tu criatura;

antes bien, al que habías sometido la entera creación

le diste posibilidad de procurarse el alimento

con sus propios sudores y trabajos,

tú que haces nacer todo, y crecer, y madurar;

y, tras haberlo sumido después en un corto sueño,

le llamaste después a la regeneración;

anulando el decreto de muerte,

le prometiste, por la resurrección, la vida.

21. Y no sólo esto,

sino que además dilataste su descendencia

en una multitud innumerable

y diste gloria a aquellos que permanecieron fieles a ti;

pero a los que de ti se alejaron los castigaste;

aceptaste el sacrificio de Abel, porque era justo,

y volviste la espalda al don de Caín, el fratricida, porque era impío;

y además viniste en ayuda de Set y Enós

y transportaste a Enoc.

22. Tú eres el artesano de los seres humanos, el proveedor de la vida, quien sacia todas sus necesidades;

el legislador que premia a quienes guardan las leyes

y castiga a quienes no las cumplen;

el que hiciste caer el gran diluvio sobre el mundo

a causa de la muchedumbre de los impíos

y libraste del diluvio en el arca

a Noé, el justo, con ocho almas,

final de los hombres que pasaron,

principio de los que nacerían después.

Tú encendiste el terrible fuego

contra las cinco ciudades de los sodomitas

y de una tierra fértil hiciste un salobral

por la maldad de sus habitantes;

pero al santo Lot lo sacaste del incendio.

23. Tú eres quien libró a Abraham de la idolatría de sus antepasados,

tú quien lo constituiste heredero del mundo,

quien le hiciste ver ya entonces a tu Cristo.

Tu quien elegiste a Melquisedec gran sacerdote de tu culto,

tú quien proclamaste a Job en sus grandes sufrimientos

vencedor de la serpiente, origen del mal;

tú hiciste a Isaac hijo de la promesa,

y a Jacob, padre de doce hijos,

dilatando su descendencia en una multitud,

a quienes en número de setenta y cinco condujiste a Egipto.

24. Tú, Señor, no apartaste tu mirada de José,

y en recompensa a su castidad, guardada en honor tuyo,

lo erigiste en gobernador de los egipcios.

Tú, Señor, no miraste con indiferencia

a los hebreos oprimidos por los egipcios,

sino que, por tus promesas hechas a sus padres,

a ellos los libraste, castigando a los egipcios.

25. Y cuando los hombres corrompieron la ley natural y pensaban que la creación se había hecho a sí misma

o la honraron más de lo conveniente

y hasta la pusieron, Dios de todas las cosas, a tu altura,

tú no permitiste que anduvieran descarriados;

les pusiste en su camino a tu santo siervo Moisés,

y por él promulgaste la ley escrita

como ayuda de la ley natural,

y dejaste bien claro que la creación era obra tuya,

destruyendo el error del politeísmo;

honraste a Aarón y a sus descendientes con la dignidad sacerdotal,

castigaste a los hebreos cuando pecaban,

cuando se convertían los acogiste.

26. Afligiste a los egipcios con diez plagas y, rasgando el mar, hiciste pasar

de una a otra orilla al pueblo de Israel;

castigaste, ahogándolos, a los egipcios

que venían en su persecución;

con una vara dulcificaste el agua amarga,

de la piedra durísima hiciste manar agua,

del cielo hiciste llover el maná,

y del aire, en alimento, codornices;

columna de fuego (pusiste) para alumbrar en la noche,

y para dar sombra en el calor del día, columna de nubes.

Suscitaste un jefe de tu pueblo, Jesús,

y mediante él derrotaste a los siete pueblos de Canaán,

rasgaste el Jordán, secaste los ríos de Ethán,

derribaste muros sin máquina alguna o mano de hombre.

27. Por todo esto, gloria a ti, soberano Señor del universo.

Innumerables ejércitos de ángeles y arcángeles,

los tronos y dominaciones, los principados y potestades,

las virtudes y los ejércitos eternos,

los querubines y los serafines de seis alas,

que con dos se cubren los pies, con dos la cabeza

y con las otras dos vuelan,

te adoran,

y, junto con millares y millares de arcángeles

y miríadas y miríadas de ángeles,

dicen con gritos incesantes que no tienen fin:

Y todo el pueblo a la vez diga:

"Santo, santo, santo,

Señor Sabaoth,

llenos están el cielo y la tierra de su gloria.

Bendito por los siglos. Amén."

 

a) Orígenes Literarios de la Conmemoración Veterotestamentaria.

La plegaria comienza con una alabanza a Dios (párrafos 6-7), que pone de relieve la absoluta independencia de Dios con respecto a sus criaturas y, en contraposición, la dependencia que éstas tienen de él. Para ello se hace uso, con cierta amplitud, de la teología negativa, pero subrayando más la absoluta independencia de Dios que su incognoscibilidad, como es el caso de otras anáforas siró-occidentales. Todo depende de Dios por Jesucristo, su Hijo, Dios logos, existente igualmente antes de todas las cosas4.

Desde nuestro punto de vista, es, sin embargo, mucho más interesante lo que sigue. Se trata de una amplia descripción de la creación del universo, de la creación del ser humano y de su colocación en el paraíso; sigue el primer pecado, la historia de las generaciones sucesivas hasta Abraham, el nacimiento e historia de Israel, terminando con Josué (Jesús) en el momento en que todos los obstáculos para entrar en la tierra prometida han sido derribados. ¿Por qué esta amplia conmemoración? ¿Cuál es su sentido y significado teológico en este contexto de la plegaria eucarística?

Una respuesta adecuada a estas cuestiones puede darse sólo desde la perspectiva del origen mismo de esta sección; de aquí que sea ésta la primera pregunta que se han planteado los estudiosos. No es el caso de presentar aquí detalladamente el ítem de esta discusión, breve y claramente descrita por L. Ligier5, el cual ha propuesto, a su vez, la solución más aceptable y más concretamente documentada6. En efecto, la pregunta en concreto es de dónde puede venir el modelo de la conmemoración veterotestamentaria de nuestra anáfora, y más concretamente aún, la insistencia en el pecado de Adán, la sucesión de los pecados de los hombres y los justos del AT que en ella se encuentran. Tal pregunta adquiere importancia al advertir que precisamente el mismo esquema esencial de esta plegaria y sobre todo la conmemoración del primer pecado del ser humano y de los acontecimientos esenciales del AT se encuentran en otras muchas anáforas siró-occidentales o de otros ritos, pero influenciadas por éste7.

La respuesta parece encontrarse en la liturgia sinagogal, y precisamente en el Mahpr, en la liturgia del gran día de la expiación8. Tras una larga celebración en que la asamblea terrestre se une a la celeste por un triple Sanctus (Seder Qidusah, "ritual de santificación"), se lee a continuación, actualmente en el momento del sacrificio complementario o Mussaf, el relato de los sacrificios previstos en Lev 16. Pero este relato es introducido por una gran conmemoración de la creación del universo y del hombre, de la historia del pecado, a la que se opone la de los patriarcas, para terminarse con la elección de Aarón, la institución del sacerdocio levítico y la de los sacrificios de Kippur. Esta anamnesis pertenece al llamado Seder Abodah ("ritual del ministerio"), ritual del servicio sacrificial.

Ahora bien, este Seder Abodah así esquemáticamente descrito es una estructura literaria ampliamente documentada y extendida en la Sinagoga 9 y además alguno de sus documentos pueden hacerse remontar con bastante certeza hasta el siglo IV y ser considerados como anteriores a las anáforas más antiguas que poseen conmemoración veterotestamentaria10. Es, pues, legítimo hacer una comparación de contenidos y direcciones.

La anamnesis del Seder Abodah tiene un papel principal en la liturgia sinagogal: tras el Seder Qedusah, centrado en el Sanctus, introduce al sacrificio. La conmemoración veterotestamentaria de nuestra anáfora, por su parte, no tiene ya un papel principal; ha sido como "retrogradada," forma parte de lo que podríamos designar como prefacio, e introduce, como el Seder

Qedusah, al Sanctus: sólo la conmemoración neotestamentaria, como veremos a continuación, introduce al verdadero sacrificio.

El contenido de ambas conmemoraciones es, en gran parte, paralelo; en muchos casos, casi idéntico, hasta en expresiones literarias a veces. Ambas comienzan con la creación del mundo y continúan con el díptico del pecado y la restauración. Bien es verdad que no todos los personajes nombrados en la conmemoración de la anáfora se encuentran en el seder sinagogal; pero, sin embargo, todos los del texto judío sí se hallan en el texto cristiano. Por su parte, la anáfora añade algunos otros nombres: Set, Enós y Enoc parecen provenir de Eclo 49,14-16, mientras que los nombres de Melquisedec, Job, José y Lot pueden considerarse como adiciones cristianas. Otros añadidos son también muy significativos: el seder sinagogal, tras haber relatado las impiedades de los paganos, pone en contraste a Israel y termina con Aarón, el sumo sacerdote, de quien describe ampliamente su gloria; la conmemoración cristiana hace hincapié además en los pecados de Israel, no parándose en Aarón, sino prosiguiendo con las maravillas de Dios al pueblo de Israel hasta llegar a la figura de Jesús-Josué, que introduce a Cristo-Jesús; es posible que en este caso hayan juzgado también su parte las ideas cristianas sobre la anulación de la. antigua alianza, simbolizada en la caída de los muros de Jericó, puerta de entrada en la verdadera tierra prometida.

La aportación teológica más importante la encontramos, sin embargo, en estos dos puntos: 1) El paralelismo antitético primer hombre pecador —Aarón se convierte, en la anáfora cristiana, en un paralelismo Adán-Cristo, que si bien no es expresamente mencionado en la anáfora clementina ni en otras semejantes, será, sin embargo, recogido en toda su plenitud por la anáfora de San Basilio, la cual incorporará la reflexión paulina sobre este tema. 2) El segundo punto teológico importante es una aclaración, desde la perspectiva que el texto judío nos proporciona, del contenido sacrificial de la Eucaristía.

Así, mientras la conmemoración del Seder Abodah introducía a los sacrificios de la antigua ley y al sumo sacerdote Aarón, la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora cristiana conducirá sólo a la introducción de la figura de Jesús y, a través de la conmemoración neotestamentaria, al verdadero sacrificio conmemorado, el sacrificio de la cruz, hecho presente en la Eucaristía. Cristo es así presentado como el verdadero sumo sacerdote que realiza el verdadero y definitivo sacrificio, del que él es, a su vez, la víctima n. Más aún, este sacrificio de Jesús hecho presente en la Eucaristía es presentado, con mayor razón que los sacrificios de la antigua ley, como auténtico sacrificio propiciatorio por los pecados de todos los seres humanos, como aquel que realiza la plena reconciliación entre éstos y Dios. Esta idea la veremos expresamente expuesta en la continuación de la anáfora.

 

b) La Dimensión Dialéctica y Propiciatoria.

Una vez individuado el origen de la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora de las Constituciones Apostólicas, podemos intentar descubrir y profundizar las perspectivas concretas en que la Historia de la Salvación es presentada en ella, así como su incidencia en la comprensión del misterio eucarístico.

Observamos en primer lugar que los acontecimientos conmemorados en esta sección de la anáfora no están presentados, sin más, en una perspectiva lineal histórica, como tampoco lo están Jos de la conmemoración del Seder Abodah. En el fondo de ambos textos subyace un esquema antiguo, de origen probablemente deuteronómico, y que ha encontrado un amplio desarrollo en las literaturas bíblica y judía posexílicas. De él hemos hablado ya al estudiar la anáfora de Santiago 12. Se trata del esquema dialéctico en que son presentadas las relaciones entre Dios y los seres humanos, y, más concretamente, entre Dios y su pueblo: a una acción de Dios en favor de los seres humanos (misericordia) corresponde una respuesta negativa de éstos (pecado), siguiéndose después una acción de castigo por / parte de Dios (justicia), para presentar, finalmente, el triunfo del amor de Dios (nueva misericordia).

Este esquema se encuentra también en la conmemoración del Seder Abodah y en la de la anáfora que estudiamos. Primero en rasgos generales: ante la maravilla de la creación del universo y del ser humano en él, producto de la iniciativa misericordiosa o de amor de Dios, el ser humano responde con la rebelión del pecado; el castigo de Dios, manifestación de su justicia, será la expulsión del paraíso, la sentencia de muerte y toda la serie de errores y desviaciones en que caerán los hombres; pero Dios no abandona a los hombres, que son criaturas suyas, sino que a través de una serie de intervenciones les dará la victoria sobre el pecado mediante los sacrificios de Aarón (Seder), mediante el sacrificio de Cristo (anáfora), manifestación culmen de la misericordia divina. Así, el ciclo entero de la historia de los hombres está delimitado por dos gestos supremos de la misericordia y el amor de Dios: la creación y Cristo, suprema creación; el primer hombre Adán y el Hombre Nuevo Cristo; la primera amistad alianza entre Dios y los hombres y la nueva y definitiva alianza en Cristo. Esta dialéctica es aún reforzada por el modo particular en que se presenta la Historia de la Salvación en ambos documentos. Todos los acontecimientos, en efecto, son narrados en esta perspectiva, como si ese círculo misericordia-pecado-justicia-misericordia se repitiese en cada momento y fuese ya una indicación del auténtico sentido de la historia. Una comparación en paralelo del contenido de ambos textos, la conmemoración del Seder Abodah y la de la anáfora, pone de relieve esta perspectiva mejor que cualquier larga explicación 13.

 

"Seder"

Miseri-

1. Creación del universo.

Formación del hombre a imagen de Dios y de la mujer -Institución matrimonial.

Paraíso y mandato divino.

Pec-

 

2. Pecado en el Edén, con intervención de la mujer y la serpiente.

Expulsión del paraíso y sentencia de muerte.

 

Miseri-

 

No le elimina, porque era criatura de sus manos.

Numerosa descendencia. Abel, que sacrifica.

 

 

 

Pec-

3. Crimen de Caín.

 

Justi-

Miseri-

 

Condenación de Caín. Dios oye a Caín, implorante, y le señala con un signo para que no sea asesinado.

 

 

 

4. Impiedad de la generación de Noé.

Diluvio.

Liberación de Noé, aceptación de sus sacrificios, alianza.

 

 

 

5. Soberbia de Babel. Dispersión.

Los patriarcas: Abraham

Isaac (se recuerda, sobre todo, su sacrificio) Jacob

Las doce tribus Levi (rama sacerdotal) Amram (descendiente de Leví)

Moisés (por la mano del cual Dios visita a su pueblo)

Aarón y sus descendientes, los sacerdotes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Trunfo de-

 

Alabanza de Aarón, sumo Sacerdote Institución de los sacrificios de Kippur: Lev 16.

Anáfora

-cordia

1. Creación del universo.

Formación del hombre a imagen de Dios

Paraíso y mandato divino.


-ado
.

 

2. Pecado en el Edén, con intervención de la mujer y la serpiente.

Expulsión del paraíso y sentencia de muerte.

 

-cordia

 

No le elimina, porque era

criatura suya; capacidad para

ganarse el sustento con trabajo y sudor.

Numerosa descendencia.

Abel, que sacrifica.

-ado

3. Crimen de Caín ("fratrici-

da, impío").

-cia

-cordia

 

Dios detesta el don de Caín

 

Ayuda a Set y a Enós. Transporta a Enoc (Eclo 49:14-16).

Pecado .

4. Impiedad de la generación de Noé. Diluvio.

Liberación de Noé con ocho almas (1 Pe 3,20).

 

 Pecado .

Justicia

Misericordia

 

5.(Pecado de los sodomitas. Fuego destructor. Libera ción de Lot). Los patriarcas: Abraham Melquisedec Job Isaac

Jacob,

padre de doce hijos.

El pueblo de Israel en Egipto. José

Moisés (enviado para salvar a su pueblo)

Aarón y sus descendientes los sacerdotes.

 

Pecado

Justicia

Misericordia .

 

Pecados de los hebreos.
Dios los castiga cuando pe-can. Los acoge cuando se convierten. Maravillas de Dios en favor de los hebreos.
Jesús-Josué. Destrucción de los muros de Jericó.

Sanctus


 

-la Misericordia

 

Alabanza de Jesús (conme moración neotestamentaria).

Institución del sacrificio

eucarístico (relato institucional-anamnesis-epiclesis)

Notemos en ambos casos que la misericordia de Dios es la que inicia el diálogo con el ser humano a lo largo de la historia y la que va constantemente triunfando a pesar de los obstáculos puestos por la rebeldía humana. Este dato se expresa, incluso materialmente, al dar un mayor relieve literario, una mayor amplitud de exposición a los acontecimientos relacionados con la misericordia de Dios, que resaltan sobre los que relatan las rebeliones humanas e incluso sobre los que expresan la justicia divina. Es siempre la iniciativa de la misericordia divina la que mantiene al ser humano en el camino proyectado por Dios y será esta misericordia la que triunfe al final: la amplia descripción de la gloria sacerdotal en el Seder de la liturgia judía y la amplia conmemoración del "acontecimiento" Cristo son, a su vez, la expresión literaria de este hecho teológico.

La creación es así presentada en esta anáfora como el primer acto de una historia en la que los protagonistas son Dios y el hombre en un diálogo constante. La Historia de la Salvación es, por tanto, no sólo la historia de las maravillas de Dios, sino también la historia de los pecados del hombre; pecados, sin embargo, que ofrecen una nueva ocasión a la misericordia divina para manifestarse cada vez más espléndidamente, en toda gratuidad, hasta la eclosión final.

No se agota, sin embargo, la riqueza significativa de la comparación de ambos textos con lo hasta ahora dicho. Ya hemos sugerido antes el claro significado sacrificial de la conmemoración del Seder Abodah. Este forma un todo compacto con la celebración de los sacrificios expiatorios de Lev 16, a cuya proclamación introduce mediante una breve fórmula transitoria14. Es, pues, natural que el sentido de la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora de las Constituciones Apostólicas y de otras del mismo tipo tengan también este significado. Hay, sin embargo, una importante diferencia entre ambos: mientras que el texto hebreo introduce nada más al relato de los sacrificios del Levítico, la conmemoración cristiana introduce, mediante la prolongación conmemorativa del NT, al sacrificio eucarístico, que es sacrificio de Cristo, subrayando, además, el aspecto expiatorio, definitivamente expiatorio, de este sacrificio.

Este aspecto se refuerza aún más con otro tema complementario, que veremos desarrollarse más explícitamente en las anáforas de San Basilio y San Gregorio Nacianceno; el tema de los dos Adán. Como anota Ligier15, la conmemoración del Seder comienza evocando al primer hombre, imagen de Dios, y termina en la elección de Aarón, presentado en su gloria de sumo sacerdote; empieza con el pecado del primero y termina con el servicio del último, que lleva a cabo la expiación y abre, al filo del año (judío), las puertas de la benevolencia divina. En este aspecto hay una correspondencia entre el ser humano que comienza la historia y el ser humano que se pone al final de esta conmemoración. Aunque no se nombra directamente a Adán, como tampoco en la anáfora, se deja claramente entrever una correspondencia, que en la anáfora clementina será trasladada al primer hombre con Cristo. Como veremos en seguida, la obra de Cristo será presentada en esta plegaria eucarística desde una perspectiva plenamente coincidente con el tema de la expiación; concretamente, bajo el prisma de la reconciliación.

 

c) El Marco Doxológico.

Si volvemos ahora al comienzo de la anáfora, observamos que el único verbo principal, que da sentido a la larga enumeración que sigue y acabamos de estudiar, es "alabar" (άνυμνεΐν); a su vez, en el pαrrafo 27 se cierra esta alabanza con la expresión "por todo esto, gloria a ti (σοι ή δόξα), soberano, Seρor del universo," expresión que, a su vez, introduce al Sanctus con su preámbulo. En consecuencia, toda la sección (párrafos 6-27) debe considerarse con propósito y finalidad doxológica y no solamente como anamnesis o conmemoración de unos hechos concretos. Correspondería, pues, a las secciones anteriores al Sanctus de las anáforas de Santiago, San Basilio, San Gregorio Nacianceno alejandrina16; desde esta perspectiva, el Sanctus, en su breve y arcaica forma17, es la conclusión lógica de cuanto se acaba de decir: en este caso, la asamblea celeste proclama solemnemente la alabanza de la gloria de Dios, gloria de que los cielos y la tierra están llenos. No se dice expresamente en la formulación de la introducción al Sanctus que la asamblea terrestre se una en este canto a la asamblea celeste, a no ser que se interprete en este sentido la rúbrica "Y todo el pueblo a la vez diga," situada inmediatamente antes del trisagio. Pero no cabe duda de que tal es la idea que está en la base. En todo caso, este Sanctus tiene una evidente dimensión doxológica; su significado podría glosarse así: porque en la creación y en la historia de las relaciones del ser humano con Dios se pone de manifiesto la gloria divina, la asamblea del cielo, y con ella todo el pueblo celebrante en la tierra, proclaman la plenitud de esa gloria y su alabanza. Igualmente, el marco doxológico de toda la conmemoración permite situar su contenido en una nueva perspectiva: ya no es solamente una conmemoración de tipo sapiencial que introduce catequéticamente al sacrificio, como sucede en el Seder Abodah, sino que toda la plegaria eucarística queda envuelta en el impulso vital de la alabanza a Dios por Cristo; y de esta manera es también introductoria de una nueva dimensión del sacrificio eucarístico, a saber, el sacrificio de alabanza.

 

La Conmemoración del Acontecimiento Salvador, Cristo.

Tras el Sanctus, y enlazando al modo tradicional siró-occidental, es decir, emprendiendo el nuevo desarrollo a partir del tema de la santidad divina proclamada en el canto del trisagio, sigue la conmemoración neotestamentaria:

 

28. "Y el pontífice diga a continuación:

29. En verdad eres santo y santísimo, altísimo y digno de ser ensalzado al máximo por los siglos.

30. Santo es también tu único Hijo, nuestro Dios y Señor Jesucristo, el cual, colaborando en todo contigo, Dios y Padre suyo, en la variada creación y la oportuna providencia, no despreció al género humano, que parecía perdido. Antes bien, después de la ley natural, después de la exhortación de la ley escrita, después de las advertencias de los profetas y de las intervenciones de los ángeles (των αγγέλων επιστασίας); a pesar de que habνan violado la ley escrita y la ley natural y habían echado en el olvido al diluvio y al incendio de las cinco ciudades, las plagas de Egipto y las matanzas de Palestina; y cuando estaban ya a punto de perecer todos aquellos que subsistían, tuvo a bien, por tu querer, él, el Hacedor de los hombres, hacerse hombre; el Sacerdote, hacerse víctima; el Pastor, oveja.

31. Y te hizo propicio a ti, Dios y Padre suyo; reconcilió al cosmos y libró a todos los hombres de la ira que les amenazaba, haciéndose (γενόμενος) de una virgen, haciιndose carne (γενόμενος εν σαρκί) el Dios logos, el Hijo bienamado, el Primogιnito de toda creatura, según las profecías por él de sí mismo predichas; de la estirpe de Abraham y David, de la tribu de Judá; y se hizo (γέγονεν) en el seno de la Virgen el formador de todo lo engendrado, y se encarnó el que es sin carne; el que había sido engendrado (γεννεθείς) fuera del tiempo, naciσ (γεγέννεται) en el tiempo.

32. Vivió santamente y legítimamente enseñó, expulsó de los hombres toda enfermedad y dolencia, compartió nuestra comida, nuestra bebida, nuestro sueño; él, que alimenta a los hambrientos y sacia según su deseo a todo viviente. Manifestó tu nombre a quienes lo ignoraban, ahuyentó la ignorancia, reavivó la piedad, cumplió tu voluntad, llevó a término la obra que le habías encomendado.

33. Y tras haber realizado con buen éxito todas estas cosas, fue entregado a manos de los impíos por la traición de sacerdotes y pontífices indignos de tal nombre y de un pueblo infiel a la ley y loco de maldad. Sufrió abundantemente por parte de éstos y soportó toda especie de injurias con tu consentimiento. Fue entregado a Pilato, el gobernador; y el juez fue juzgado, condenado el salvador, clavado en cruz el que estaba por encima de todo sufrimiento, muerto el que por naturaleza era inmortal sepultado el que da la vida, para desligar del sufrimiento y librar de la muerte a aquellos por quienes había venido y para romper las ataduras del diablo y libertar a los hombres de su seducción. 34. Y al tercer día resucitó de entre los muertos y después de pasar cuarenta días con sus discípulos fue elevado a los cielos y se sentó a tu derecha, Dios y Padre suyo.

35. Recordando las cosas que soportó por nosotros, te damos gracias, Dios, Señor del universo; no cuanto debemos, sino cuanto somos capaces, y cumplimos su mandato.

 

El texto tiene, como lo tenía la conmemoración anterior, una clara estructuración progresiva, que podríamos presentar esquemáticamente del siguiente modo:

 

Jesús, etapa definitiva de la Historia de Ja Salvación (párrafo 30). La obra salvadora de Jesús, como reconciliación (párrafo 31), mediante su encarnación y su vida (párrafo 32), en su pasión, muerte y resurrección (párrafos 33-34). Transición al memorial cultual (párrafo 35).

El conjunto es claramente caracterizado como acción de gracias por la frase del párrafo final, que, a su vez, caracteriza todo lo anterior como "anamnesis" cristiana, es decir, conmemoración de lo que Cristo hizo por nosotros 18. Esta conmemoración está compuesta por dos grandes bloques: el primero resume la historia de la Salvación en el AT, siguiendo las etapas anteriormente descritas; el segundo describe positivamente los acontecimientos de la vida de Jesús desde la encarnación a la definitiva glorificación, siguiendo el esquema de los símbolos de la fe 19. En este segundo bloque notemos también algunas breves frases, que, sin duda, han sido tomadas de la anáfora de la Tradición Apostólica, y que describen los efectos de la muerte de Cristo antes de recordar su resurrección y ascensión.

Siguiendo la estructura literaria de esta sección de la anáfora, descubrimos también la perspectiva teológica que ella encierra, y que podemos desarrollar en los siguientes puntos concretos que vamos a exponer, cuyo centro e idea clave es la reconciliación.

 

a) Jesús, Acontecimiento Salvífíco y Máxima Misericordia Divina.

El comienzo de la sección conmemorativa veterotestamentaria se abría con un prólogo, en que, junto a la acción del Padre, se introducía la del Hijo:

 

"Porque tú, Dios eterno, lo has hecho todo por él, y por él todas las cosas son dignas de tu eterna providencia."

 

A continuación se subrayaba esta dirección cristocéntrica a lo largo de toda la conmemoración con una serie de incisos "por él," que jalonaban toda la narración: por él fue creado el mundo celeste de los ángeles, por él fue hecha toda la creación visible, por él ha sido hecha la tierra con todos sus adornos como habitación del ser humano; y el solemne momento de la creación del hombre se lleva a cabo en un diálogo entre Dios y su Sabiduría, evidente alusión en este contexto a Cristo; por Cristo, el ser humano ha sido introducido en el paraíso de delicias, y, finalmente, como ya hemos explicado, toda la serie de misericordias divinas, personificadas en los distintos patriarcas nombrados, conducen hasta Jesús-Josué, el conductor de Israel, figura e introductor en este caso de Cristo. Esta orientación es ahora recogida de una manera sintética.

Comienza con un pequeño prólogo, paralelo al de la sección anterior:

"Santo es también tú único Hijo, nuestro Dios y Señor Jesucristo, el cual, colaborando en todo contigo, Dios y Padre suyo, en la variada creación y la oportuna providencia..."

De esta manera, toda la creación y toda la historia humana antes y después de Abraham es presentada con una dirección precisa y sin equívocos: todo conduce a Cristo. Así, la unión AT-NT, más aún, la unión creación-historia, se pone, una vez más, de relieve: Cristo es la meta normal a que conduce el AT, su cumplimiento pleno; y es también aquel en quien la creación y la historia de los seres humanos encuentran su sentido exacto y recobran el equilibrio perdido.

Hay, además, una nueva influencia de la primera sección en la segunda: Cristo no es solamente la plenitud de la historia en una línea siempre ascendente, sino, además, el último y definitivo estadio de la historia en su dimensión dialéctica. En efecto, la historia del ser humano se ha visto rodeada de acciones misericordiosas de Dios, como la creación, la ley natural y escrita, los profetas, los ángeles20; a ellas el ser humano no ha respondido como debiera, sino negativamente, con el pecado; ni siquiera recuerda los castigos que por ello ha recibido ("habían echado en olvido el diluvio," el incendio de Sodoma, etcétera) en estricta justicia. ¿Cuál será entonces la reacción de Dios en este caso? Sorprendentemente, no será dejar que perezcan los que ya estaban a punto de hacerlo, sino hacerse hombre, someterse a la ley, convertirse en víctima, en oveja. El esquema dialéctico misericordia-pecado-justicia-misericordia vuelve, pues, a aparecer aquí como el hilo conductor de la Historia de la salvación. Pero ahora la misericordia divina no es ya una obra benéfica ni un hombre santo, ni siquiera la ayuda de los ángeles; es Jesús mismo, presente entre los seres humanos como máxima y definitiva misericordia divina.

 

b) La Salvación Se Hace Definitiva Reconciliación.

A continuación se describe el acontecimiento salvador que es Cristo desde las categorías teológicas, tomadas del contexto del sacrificio expiatorio. Su obra ha hecho propicio, ha aplacado a Dios, ha reconciliado con él al cosmos, ha librado a los seres humanos de la ira amenazante de Dios. Este es el núcleo teológico de esta anáfora y la perspectiva concreta desde la que ella presenta la Historia de la Salvación. Las tres ideas, en efecto, propiciación, reconciliación e ira de Dios, son ideas clásicamente conectadas en la Sagrada Escritura con el sacrificio expiatorio.

Así, la "ira de Dios" es el resultado inmediato del pecado del ser humano.Esta ira descarga sobre todos los culpables endurecidos; primero sobre Israel, pues está más cerca del Dios santo (cf. Ex 19; 32; Dt 1,34; Núm 25:7-13) tanto sobre la comunidad (cf. 2 Re 23:26; Jer 21:5) como sobre los individuos (cf. Núm 12:9); luego sobre las naciones (cf. 1 Sam 6:9 y passim). Casi no hay un solo libro de la Escritura que no recuerde esta convicción21.

Pero Dios no es un Dios airado; al contrario, él es "tardo a la ira y pronto a la misericordia" (Ex 34:6; cf. Is 48:9; Sal 103:8). Por eso, aunque el hombre, por ser pecador desde los orígenes (Rom 1, 18-32), es también "vaso de ira" listo para la perdición (Rom 9-22; cf. Ef 2;3), y, en consecuencia, merecedor de la muerte (Rom 3-20), sin embargo, por el designio de Dios, si se convierte, puede volverse "vaso de misericordia" (Rom 9:23). Ahora bien, esta conversión es sólo posible porque Jesús nos ha librado de la ira (1 Tes 1:10) por la gran misericordia de Dios, que "no nos ha reservado para la ira, sino para la salvación" (1 Tes 5:9).

El papel central de Jesús en este cambio de la enemistad de Dios para con el ser humano en amistad es expresado por San Juan en su primera carta con la terminología misma de los sacrificios de expiación: el Padre ha hecho a su Hijo ίλασμός, es decir, propiciación o víctima propiciatoria por nuestros pecados (cf. 1 Jn 4:10; cf. Sal 103:4 en los LXX), y en este hecho hemos descubierto el amor de Dios, así como el hecho de que él ha actuado el primero y sólo por amor (cf. 1 Jn 4:8-10).

El autor de la carta a los Hebreos describe la propiciación de Cristo según el esquema de los sacrificios de expiación del AT. Jesús entra una sola vez por su sangre (es decir, por su muerte) en el santuario celeste a la presencia de Dios (resurrección-ascensión) y asegura el perdón, intercediendo por los seres humanos de un modo permanente, sentado a la derecha de Dios, al modo como el sacerdote de la antigua ley entraba una vez al año en el santuario terrestre con sangre de animales ante la presencia de Dios para obtener el perdón (Heb 9:6-10:14). De esta manera, por Jesús han sido perdonados los pecados y tenemos acceso a Dios (cf. Heb 10:19-21).

Pero es, sobre todo, San Pablo el que desarrolla plenamente el aspecto de reconciliación conexo con la muerte propiciatoria de Cristo, describiendo el misterio de la salvación que Cristo nos trae desde la perspectiva de la reconciliación perfecta definitiva obrada por el Señor en la magnífica serie de textos de Rom 5:6-11; 2 Cor 5:18-21; Ef 2:11-22; Col 1:13-23. Es imposible desarrollar aquí toda la teología paulina de la reconciliación; teología reflejada, a su vez, por el núcleo de esta anáfora. Nos limitamos, por tanto, a presentar los pilares básicos de esta reflexión sobre el misterio de la salvación.

Para Pablo como para nuestra anáfora, la acción reconciliadora es una iniciativa de Dios. El ser humano en su pecado era incapaz de readquirir la amistad perdida con Dios. La acción de Dios se presenta así como primera y decisiva: la muerte de Cristo he hecho que donde haya un cristiano haya humanidad nueva, que lo viejo haya pasado y exista algo nuevo (cf. 2 Cor 5:14-17); "y todo esto es obra de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo" (ibid., 18).

El punto culminante, el momento cumbre de esta reconciliación, es el momento de la muerte de Cristo en la cruz, de la muerte del Hijo, y es su sangre la que ha conquistado nuestra reconciliación con Dios, mostrándose en ello de un modo eminente el amor que nos tiene su infinita misericordia divina (cf. Rom 5:8-10; Ef 2:13-16; Col 1.20-22). Así, la máxima misericordia divina, el definitivo capítulo de la Historia de la Salvación, coincide con la reconciliación plena de los hombres con Dios por Cristo en la cruz. Desde este momento, Dios no tendrá ya en cuenta nuestras faltas (cf. 2 Cor 5:19), pues hay algo nuevo en nosotros, somos una nueva creación (ibid., 17), y tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2:18). La tarea del Apóstol será ya desde ahora, y en consecuencia, el ministerio de la reconciliación (cf. 2 Cor 5:18-19).

En una Eucaristía para la consagración de un obispo como es la anáfora de las Constituciones Apostólicas, tiene este pensamiento especial relieve y es particularmente adecuado. El obispo, como un sucesor de los apóstoles, habrá de exhortar a la reconciliación con las mismas palabras de Pablo: "Por Cristo os lo pido: dejaos reconciliar con Dios." (2 Cor 5:20); y habrá de hacerla posible mediante el misterio de la Eucaristía, presencialización del misterio de la sangre reconciliadora de Cristo. Pero aún hay más, y nuestra anáfora parece en esto reflejar el mismo lenguaje paulino: Cristo ha logrado la reconciliación total no sólo de los seres humanos, sino del cosmos entero con Dios (cf. 2 Cor 5:19; Rom 11:15; Cor 1:20).

Con estos antecedentes paulinos es lógico que los Padres griegos y sirios usasen la misma terminología para describir a la Eucaristía como sacrificio propiciatorio, como el sacrificio que realiza la reconciliación. Así, para San Juan Crisóstomo, la Eucaristía es una expiación presente en el altar y válida para todo el orbe de la tierra 22. Para San Efrén, la sangre de Cristo en la Eucaristía es "sangre propiciatoria"23 y el sacrificio eucarístico es la ofrenda perfecta que, con más razón que la realizada por Noé tras el diluvio, "aplacó a Dios" 24. Según este mismo autor, Jesús, el cordero celeste, en su última cena es sacerdote y sacrificio de nuestra propiciación25, y por eso se ungen con aceite los altares de nuestras iglesias, "para sostener la oblación de la reconciliación."26

En un ambiente parecido al de San Efrén y con gran fuerza lírica, el sacerdote sirio Cirilona, hacia finales del siglo IV, cantará las alabanzas del trigo con que se hace la Eucaristía, porque "sin el trigo no podría el sacerdote ejercer el sacrificio expiatorio; ciertamente, sin él ningún hombre sería capaz de apaciguar a la divinidad." 27 Y, hablando de la sangre eucarística, escribe: "ésta es la sangre que establece la paz y la concordia entre el cielo y la tierra," con clara alusión a Col 1:20 28.

En fin, para terminar esta breve ilustración lo haremos con un bello texto de Orígenes, en que, comentando Lev 24:5-9, describe los doce panes de la proposición como "memorial" perenne delante de Dios, como oración pública de intercesión por las tribus. Pero esta intercesión era de poco valor. Otra cosa distinta sucede si entendemos el texto de la Eucaristía: "Si estas cosas se refieren a la grandeza del misterio, hallarás que este memorial tiene un efecto de inmensa propiciación. Si vuelves a aquel pan que bajó del cielo y da la vida a este mundo, a aquel pan de la proposición que propuso Dios más propicio por la fe en su sangre, y si miras a aquel memorial del cual dice el Señor "haced esto en memorial mío," encontrarás que éste es el único memorial que hace a Dios propicio a los seres humanos."29

 

c) Jesús Reconcilia a los Hombres por Su Vida y Muerte Gloriosa.

La conmemoración contenida en esta sección de la anáfora no es una exposición teológica de conceptos, sino, más bien, una anamnesis de hechos salvadores. Así, tras haber expresado teológicamente, mediante la idea de reconciliación, la perspectiva en que se presenta la Historia de la Salvación, se pasa ahora a la enumeración concreta del modo como se ha realizado esta reconciliación. El nexo teológico entre la idea primera y los acontecimientos que siguen es subrayado también por la construcción gramatical. En efecto, después de los tres aoristos, "te hizo propicio," "reconcilió," "libró," la plegaria sigue con unos participios que tienen valor de proposiciones modales, es decir, explican el modo como lo afirmado por los verbos ha sido posible, para pasar seguidamente a una frase narrativa ("vivió santamente, enseñó legítimamente," etc.). El estilo abunda en el uso de contrastes, como los que terminan el párrafo 30: el Dios logos se hace carne (σαρξ) de una virgen, el hijo bien amado y primogιnito del Padre proviene de la estirpe de Judá, el creador de todo lo engendrado surge en el seno de una virgen, el que es sin carne se hace carne, el que fue engendrado por el Padre en la eternidad nace en el tiempo.

Pero no solamente la encarnación es salvadora, sino que toda la vida de Jesús es salvación, colaborando en la tarea reconciliadora de los hombres con Dios. Esta tarea es llevada a cabo mediante un compartir la vida humana, participando de nuestras necesidades (hambre, sed, sueño); mediante una actividad de enseñanza que haga conocer verdaderamente el nombre de Dios, ahuyentando así la ignorancia y suscitando la verdadera piedad o actitud religiosa adecuada para con Dios; mediante una tarea "significativa," es decir, mediante "señales y prodigios" (σημεία και τέρατα), milagros significantes de la personalidad de Cristo y el sentido de su misión; finalmente, mediante el cumplimiento de la voluntad del Padre.

La transición gramatical con que empieza el párrafo dedicado a la muerte del Señor y el lujo de detalles con que ésta es presentada son suficientes para que nos demos cuenta de que hemos llegado al momento culminante de la reconciliación. En pleno acuerdo con la teología paulina, la muerte del Señor es el instante de la consumación de la obra salvadora de Cristo. Todavía se subraya más esta posición única de la muerte del Señor con el breve comentario que le sigue, tomado, sin duda, de la anáfora de la Tradición Apostólica, y que interrumpe la normal enumeración continuada de los misterios gloriosos de Jesús. Es digno de notar que esta enumeración termina con la sesión a la derecha del Padre, sin seguir, como hace la mayoría de los símbolos de donde está sacado el esquema de la conmemoración, hasta el juicio final. Probablemente, hemos de ver aquí un reflejo más de la teología de la reconciliación que recorre toda la anáfora. Desde esta perspectiva, en efecto, es más lógico terminar, al igual que la carta a los Hebreos, tras el sacrificio definitivo y único de su muerte en la cruz, en la actitud del sacerdote eterno, que, sentado a la derecha de Dios, "está siempre vivo para interceder por nosotros" (Heb 7:23-25; cf. también 8:1-6; 9:11-12). En este sentido, la ascensión y la sesión a la derecha del Padre son la ratificación definitiva y la causa real de que la reconciliación obtenida por el sacrificio de su sangre tenga un valor permanente.

 

La Salvación se Hace Presente en el "Hoy" de la Celebración.

En pocas anáforas como en ésta aparece tan claro el paso de la conmemoración de hechos acaecidos a la presencia actuante de esos hechos en la comunidad celebrante. Lo que sigue ahora no se trata ya de un recuerdo de la muerte del Señor, sino que él nos ha dejado un mandato, una orden (διατάξεις): la orden de hacer lo que ιl hizo la noche de la cena como memorial de su muerte. Es notable también el dato constatable de que lo que ahora continúa está en plena coincidencia con la sección ritual del Seder Abodah. Tras la conmemoración, el Seder da un paso más, e introduce a la celebración sacrificial mediante una fórmula de citación bíblica30. Pero mientras que en el Seder se introduce solamente a una lectura conmemorativa, en la anáfora se introduce a una acción sacramental. De una dimensión horizontal de la Historia de la Salvación pasamos ahora a su dimensión vertical de presencialización en el hoy celebrativo de la Iglesia.

En efecto, la anáfora prosigue ahora desplegando todas las dimensiones del memorial cultual. Para una mejor comprensión de este hecho repetimos el párrafo 35, que sirve a la vez de conclusión a la conmemoración literaria y de introducción al memorial cultual:

 

35. “Recordando (μεμνημένοι) las cosas que soportσ por nosotros, te damos gracias, Dios Señor del universo, no cuanto debemos, sino cuanto somos capaces, y cumplimos su mandato (διάταξιν).

36. Pues la noche en que iba a ser entregado, tomando pan en sus santas e inmaculadas manos y elevando los ojos hacia ti, Dios y Padre suyo, y partiéndolo, lo dio a sus discípulos, diciendo: "Este es el misterio de la nueva alianza; tomad de él, comed; esto es mi cuerpo, partido (θρυπτόμενον) por muchos para perdσn de los pecados."

37. Del mismo modo, el cáliz, mezclando vino y agua y santificando, se lo pasó, diciendo: "Bebed todos de él; ésta es mi sangre, derramada por muchos para perdón de los pecados. Haced esto en memorial mío, pues cuantas veces comáis este pan y bebáis de este cáliz anunciáis mi muerte hasta que yo venga."

38. Por eso, recordando (μεμνημένοι) su pasiσn y muerte, su resurrección de los muertos y su retorno a los cielos, su segunda y futura parusía, en la cual vendrá con gloria y poder a juzgar a vivos y muertos y a retribuir a cada uno según sus obras, te ofrecemos a ti, Rey y Dios, según su mandato (διάταξιν), este pan y este cαliz, dándote gracias por él, pues nos has hecho dignos de estar ante ti y de servirte como sacerdotes;

39. y te suplicamos que mires con ojos benignos sobre estos dones presentados ante ti, ¡oh Dios que nada necesitas!, y los encuentres agradables en honor de tu Cristo; y envía sobre este sacrificio a tu Espíritu Santo, el testigo de los sufrimientos del Señor Jesús, para que ponga de manifiesto (άποφήνη) que este pan es el cuerpo de tu Cristo, y este cáliz, la sangre de tu Cristo; a fin de que cuantos participen sean consolidados en la piedad, obtengan el perdón de los pecados, se vean libres del diablo y su seducción, sean llenados del Espíritu Santo, se hagan dignos de tu Cristo, obtengan la vida eterna, ya reconciliado con ellos, soberano Señor universal. 40-49. (Intercesiones.)

50. Porque a ti es debida toda gloria veneración y acción de gracias, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo gloria, ahora y siempre por los infinitos y sempiternos siglos de los siglos.

51. Y todo el pueblo diga: Amén.

 

a) Del Memorial Literario al Memorial Cultual.

La nota más sobresaliente del relato institucional31 en esta anáfora es la de estar corno imbricado en el interior mismo de la anamnesis, al estilo de lo que sucedía ya en la anáfora del eucologio de Serapión. Este hecho tiene gran importancia a la hora de interpretar toda la sección. Observemos, en primer lugar, la estructura literaria:

Párrafo 35: Recordando, te damos gracias y cumplimos su mandato. Párrafo 36-37:

Se enuncia el mandato en el contexto de la última cena del Señor: "Haced esto en memorial mío."

Párrafo 38: Por eso, recordando, te ofrecemos..., según su mandato, dando gracias.

 

La primera constatación es que, según la anáfora, el mandato de Jesús se cumple al ofrecer la Iglesia el pan y el vino eucarísticos. Sin embargo, las palabras de Jesús son: "Haced esto en memorial mío." ¿Cómo es posible identificar estas palabras del Señor con el ofrecimiento del pan y del vino? 32 Una solución adecuada puede provenir solamente de la compresión exacta del memorial eucarístico. En efecto, Jesús manda renovar los gestos y palabras de la última cena en memorial de su muerte. Dicho de otra manera: Jesús ordena celebrar el memorial de su muerte en la cruz. No se trata, por tanto, de recordar y evocar simplemente un acontecimiento pasado; las palabras y gestos del celebrante, que renuevan las palabras y gestos de Jesús en la cena, hacen presente sacramentalmente la muerte del Señor en tanto que son memorial objetivo de ella bajo los signos de pan y vino. Ofrecer el pan y el vino es, por tanto, ofrecer a Cristo crucificado, hecho presente en la celebración cultual como tal en el memorial eucarístico. En este sentido, hacer memoria de la muerte del Señor, según su mandato, y ofrecer el pan y el vino eucarísticos no son más que dos modos distintos de expresar el mismo acontecimiento33. Más aún, la acción de gracias que sigue: "porque (Dios) nos ha hecho dignos de estar ante ti y servirte como sacerdotes," es una expresión del acontecimiento sacrificial presencializado en la acción eucarística. Se refiera al clero o a los fieles participantes en general, por lo que se da gracias es sencillamente porque podemos ofrecer un servicio sacerdotal, el único sacrificio válido y existente: la muerte del Señor34.

En definitiva, nos encontramos con el mismo acto sacrificial expresado desde tres perspectivas diferentes: desde la perspectiva del memorial hebreo, desde la perspectiva del sacrificio, desde la perspectiva de la acción litúrgica realizada por la Iglesia. El nexo de ideas podría, pues, expresarse de este modo: obedeciendo al mandato del Señor, repetimos su acción de la última cena; con ello celebramos el memorial de su muerte, como él lo hizo; de esta manera, en virtud del memorial objetivo que él nos ha dejado, Cristo muerto en la cruz se hace presente entre nosotros de un modo sacramental en la celebración mediante los signos del pan y del vino que nosotros ofrecemos al Padre; ofreciendo estos signos, ofrecemos al único Cristo muerto y sacrificado, una vez por todas, en remisión de los pecados y damos gracias a Dios por Cristo de ser considerados dignos al poder actuar como sacerdotes. Sin embargo, la anamnesis no sólo conmemora la muerte del Señor, sino también su resurrección y todos los misterios gloriosos hasta la parusía, en que volverá como juez35. Haciendo así, se pone de manifiesto un hecho ya patente desde los comienzos de la Iglesia: la muerte del Señor es inseparable de su glorificación36. El que se hace presente en la Eucaristía es el Jesús muerto-glorificado; y como, según hemos visto, toda la vida de Jesús está orientada hacia este punto; más, toda la Historia de la Salvación se dirige hacia el Señor muerto y glorificado, es toda la historia salvífica, concentrada en el misterio pascual de la muerte-resurrección de Cristo, la que se hace presente en el memorial eucarístico, en el "hoy" histórico de cada celebración concreta de la Eucaristía.

 

b) La Acción del Espíritu.

En esta misma línea hay que entender la introducción a la epiclesis. Esta última se estructura del siguiente modo: súplica a Dios por la aceptación de los dones, súplica por el envío del Espíritu sobre el sacrificio para transformación del pan y del vino y para beneficio de los participantes. Los "dones estos presentador ante ti" son, como afirma L. Bouyer, la traducción exacta del sentido del memorial en un medio helenista: "El mandato divino de Cristo es el que nos permite presentar el memorial, establecido por él, ante Dios y presentarnos también nosotros mismos en la acción de gracias. Estos presentes no son, por tanto, más que un reconocimiento de que nosotros lo recibimos todo del que nada necesita, y sólo sobre su don fundamos la esperanza de que nuestro sacrificio, y nosotros con él, podamos serle agradables"37. Así, la identificación entre los "dones presentados" y el "sacrificio" resulta que ambas expresiones no son sino una traducción del contenido del memorial, tal y como antes hemos explicado.

Sobre estos dones, sobre este sacrificio, suplicamos al Padre que envíe al Espíritu Santo. Este envío tiene una doble misión: poner de manifiesto que el pan y el vino son el cuerpo y la sangre de Cristo y, mediante la participación en este cuerpo y esta sangre, lograr los beneficios correspondientes. No es fácil explicar lo que el verbo "poner de manifiesto" (άποφαίνειν) signifique. No parece totalmente equivalente a ποιεΐν, aunque tampoco puede excluirse el significado transformador de los dones por obra del Espνritu Santo 38. La denominación del Espíritu como "testigo de los sufrimientos del Señor Jesús"39 puede darnos una pista para comprender que la acción del Espíritu sería aquí darnos la "comprensión" plena del acontecimiento que se realiza, es decir, manifestar lo que aquí sucede, aclarando y haciéndonos accesible lo revelado por Cristo en la línea de la teología joanea del Espíritu, que guiará a los discípulos hasta la verdad completa (cf. Jn 16:13; 14:26), como testigo que es de Jesús (cf. Jn 15:26). Pero esto no excluye, ciertamente, una acción real del mismo sobre las especies.

La última sección de la epiclesis tiene un objeto claro: que, a través de la participación en el pan y el cáliz eucaristizados, el Espíritu transforme los corazones de los fieles y haga en ellos operante la salvación manifestada como presente en la celebración eucarística. Quizá en ningún pasaje como en éste aparece tan clara la acción salvífica en los fieles como efecto de la obra conjunta de toda la Trinidad de una manera inseparable. En efecto, se suplica al Padre envíe al Espíritu para que en los fieles que participan del cuerpo y sangre de Cristo se consolide la piedad, para que obtengan el perdón de los pecados, se vean libres del poder del diablo, reciban la plenitud del Espíritu, se hagan dignos de Cristo y consigan la vida eterna, ya definitivamente reconciliado Dios con ellos40.

De este modo, la historia que comenzó en un acto de misericordia del Padre mediante la redención del Hijo y por la fuerza del Espíritu Santo, vuelve otra vez al Padre, que, en un último y definitivo acto de su misericordia, lleva a plenitud los efectos de la reconciliación actuada con los hombres. No se podía expresar más felizmente la participación de la Iglesia en la salvación mediante la Eucaristía; conjugando a la vez la perspectiva expiatoria de la reconciliación, tema clave de esta anáfora, y la perspectiva trinitaria, que, como una espina dorsal, recorre toda la plegaria eucarística. Si quisiéramos describir la manifestación de la salvación en el sacramento de la Eucaristía según la anáfora de las Constituciones Apostólicas, podría hacerse con estas palabras: la misericordia salvadora de Dios Padre se hace presente en este momento concreto de la historia reconciliando a los seres humanos mediante el sacrificio de su Hijo y actuando los bienes y consecuencias de esta reconciliación por la acción eficaz del Espíritu, el cual nos conduce a la plenitud de la reconciliación, haciéndonos participar de la misma vida del Padre, la vida eterna.

En esta línea, las intercesiones que siguen, y sobre todo el primer párrafo, la petición por la firmeza de la Iglesia, no son más que una súplica confiada y detallada por la extensión de los bienes que Cristo nos ha adquirido al reconciliarnos con el Padre, y que han de ser actuados por el Espíritu a lo largo de la historia. Y la doxología final no es más que el movimiento lógico de esta Iglesia, la cual recoge de nuevo el impulso doxológico del comienzo de la plegaria eucarística y lo dirige al Padre, al Hijo y al Espíritu, que hacen presente la salvación, a lo largo del tiempo de la historia, "por los infinitos y sempiternos siglos de los siglos."

 

Conclusión.

En resumen, la anáfora de las Constituciones Apostólicas nos presenta una visión claramente trinitaria de la Historia de la Salvación con un marcado acento cristológico. Esta Historia de la Salvación abarca desde el momento de la creación hasta la parusía definitiva del Señor glorioso. Los dos acontecimientos, propiamente extrahistóricos, pertenecen a la Historia de la Salvación por su referencia concreta, aunque desde diverso punto de vista, al hombre histórico y, más en concreto, a Cristo. La creación, efectivamente, es un acto misericordioso de Dios realizado con vistas al hombre y a Cristo: por ella se posibilita y se inicia el diálogo Dios-hombre; ella ha sido hecha "por Cristo," es decir, en vistas a la presencia histórica y salvífica de Cristo entre los hombres; presencia del Dios logos, en quien llega a su plenitud el diálogo entre Dios y los hombres. La parusía será el último acontecimiento manifestador de la misericordia divina comenzada en la creación. Ella es posible por el acontecimiento histórico Cristo, y no es más que la plenitud, llevada a cabo por la fuerza del Espíritu, de la reconciliación que el Padre ha realizado en su Hijo.

En medio de estos dos límites extremos, la Historia de la Salvación se desarrolla en una dialéctica misericordia-pecado-justicia-misericordia que envuelve a Dios y al ser humano. Por el acontecimiento pascual de la muerte-resurrección de Cristo, la reconciliación es ofrecida de un modo eficaz al ser humano, pues el Espíritu actúa en la vida de la Iglesia la victoria sobre el pecado y el diablo conseguida por Cristo. El ser humano vive aún en esta dialéctica, pero desde Cristo sabe que la misericordia de Díos ha triunfado y que este triunfo será llevado por el Espíritu a su plenitud definitiva.

En la Eucaristía, el cristiano revive de un modo sacramental la presencialización de la salvación, participa directamente en su momento fundamental, la muerte-resurrección de Cristo, y por ella es conducido en la fuerza del Espíritu a la plenitud de su participación.

 

1 Cf. J. quasten, Patrología I 473-474, con amplia bibliografía. La mejor edición de este documento es la de F. X. fünk, Didascalia et Constitutiones Apostolorum, 2 vols. (Paderborn 1905). La división en libros, capítulos y párrafos que usamos se refiere siempre a esta edición. quasten cita una traducción española de las Constituciones que no he podido consultar: Constituciones Apostólicas: Biblioteca Clásica del Catolicismo II y III (Madrid 1889). Sobre las acusaciones de subordinacionismo que se han hecho a este documento, cf. en contra F. X. funk, Die Apostolischen Konstitutionen, eine literar-historische Untersuchung (Rottenburg 1891) 165-167; F. ñau, en DTC 3,2,1534; L. bouyer, Eucharistie 246. En realidad es difícil decidir nada en este punto, pues esta recopilación recoge muchos documentos antiguos y, por otro lado, las expresiones sospechosas usadas se encuentran también en diversos Padres de la época.

2 La atribución al papa Clemente, segundo sucesor de Pedro, de la compilación de estas Constituciones de los apóstoles, hizo que a esta colección litúrgica se la conociese como "liturgia clementina."

3 La anáfora se encuentra en VIII 12 (ed. funk, I 495-515, con trad. lat.). Han editado también el texto H. lietzmann (Kleine Texte für Vorlesungen und Vbungen [Berlín 1910] n.61) y brightman (14-23; FP 212-227). Traducción castellana con notas en GOE 227-239. Se ha discutido mucho si se trata de una liturgia meramente privada o "académica," sin que hubiera sido nunca usada. Por esta última opinión optan H. leclercq (Constitutions Apostoliques (Liturgie des): DACL 3,2 [1948] 2749-2750), el cual se apoya en L. duchesne (Origine du cuite chrétien [París 1908] 64); igualmente, A. baumstark (Liturgie comparée 23), J. A. jungmann (El sacrificio de la misa 53) y L. maldona-DO (La plegaria eucarística 339). Manifiestan, sin embargo, sus dudas sobre este punto, con diversas razones, H. lietzmann (Messe und Herrenmahl 137; ed. ingl. 108), G. Dix (The Shape of the Liturgy 176-205), L. ligier (Célébration divine et anamnése 246-247) ( EOO II 169-170) y L. bouyer (Eucharistie 245-246). Según J. M. hanssens esta liturgia representaría el orden del rito eucarístico en la grovincia de Antioquía durante el siglo iv (Institutiones Liturgicae II 1,347-349); para . Dix se trataría, más bien, del rito de una provincia del norte de Siria (o.c.). Recientemente, M. metzger sostiene que, junto a la Eucaristía descrita en el libro VIII, la Eucaristía, tomada por las Constituciones en VII 25 (ed. funk, I 410-412) de la Didajé representaría un tipo de celebración eucarística menos evolucionada y todavía en uso en el siglo IV; cf. Les deux prieres eucharistiques des Constitutions Apostoliques: RScRel I (1971) 52-57. La traducción que doy está hecha del texto griego de Funk: los números en las márgenes izquierdas indican las divisiones del párrafo 12 en esta misma edición.

4 H. lietzmann (Messe und Herrenmahl 125; ed. ingl. 102) afirma que esta sección, sin las interpolaciones cristianas (la alusión a Ef 3,15 y el párrafo que comienza "mediante tu Hijo unigénito"), es de origen judío, igual que los restantes párrafos 8-27; los párrafos 6-7 coinciden en gran parte con el comienzo de la plegaria de ordenación episcopal de VIII 5,1-2 (FuNK, I 474), que estaría construida sobre el mismo patrón judío y que carece de las interpolaciones cristianas que aquí se notan. El argumento, sin embargo, no parece convincente, pues falta el documento judío concreto con el que comparar esa sección; en cuanto a las coincidencias, es más probable una influencia de la plegaria eucarística en la plegaria de ordenación, al igual que sucede, p.ej., con las plegarias de bendición del agua del bautismo, tal y como ha demostrado H. scheidt (Die Taufwassemeihegebete im Sinne vergleichender Liturgieforschung untersucht [Münster W. (LQF 29) 1935] 85-91). Parece, pues, más exacta la posición de W. bousset, que considera esta sección como de origen cristiano, al menos mientras no haya argumentos concretos para afirmar lo contrario; cf. Eine jüdische Gebetssammlung im siebenten Buch der apostolischen Konstitutionen; Nachrichten von der Kóniglichen Gesellschaft der Wissenschaften zu Góttingen (Philol.-Historische Klasse) (1915) 435-489, esp. 477,478.

5 Cf. L. ligier, Peché d"Adam et peché du monde. Bib/e, Kippur, Eucharistie (Lyón 1961) II 294-295. A. baumstark intentó en su primer artículo buscar los antecedentes en las plegarias bíblicas y judaicas del período postexílico, pero tuvo que reconocer que en ellas no se encontraba paralelo con la exposición del primer pecado (Das eucharistische Hochgebet und die Literaiur des nachexilischen judentums: Theologie und Glaube 2 [1910] 353-371); W. bousset, en su importante estudio anteriormente citado sobre las plegarias de Const. Apost. VII 33-38, estableció el origen judío de estas plegarias y la influencia de las mismas en la larga conmemoración veterotestamentaria de Const. apost. VIII 12, rechazando como improcedentes metodológicamente las conclusiones sobre esta última de los estudios de F. probst, F. skutsch, P. drews y P. wendland; sin embargo, sus paralelos no aclaran toda la conmemoración, sino sólo parte de ella, además de no aportar ningún paralelo judío concreto en este punto. Tras este estudio, A. baumstark acudió al Yotser judío, la bendición que alaba al Dios creador y prepara luQedusah y la recitación del Sema en la liturgia diaria y sabática de la mañana en la sinagoga (cf. Trishagion und Qeduscha: Jahrbuch für Liturgiewissenschaft 3 [1923] 18-32; Liturgie comparée 56-58); esta opinión fue seguida por H. lietzmann (Messe und Herrenmahl 125-132; ed. ingl. 102-108). En cuanto a las plegarias de Const. Apost. VII 33-38, L. bouyer ha demostrado que se trata de una adaptación de la teftllah judía; probablemente, la fórmula usada para el sábado (Eucharistie 122-136). Una traducción castellana de estas plegarias en L. maldo-nado (La plegaria eucarística 391-398), el cual expone la posición de bousset, aunque no toma partido sobre el tema, en p.405. La bendición Yotser puede leerse, en una traducción latina, en PE 36-37 y en una traducción castellana de GOE 76-79.

6 Cf. L. ligier, Autour du sacrifice eucharistique. Anaphores orientales et anamnése juive de Kippur: NRT 82 (1960) 40-55; Peché d"Adam et peché du monde II 289-307; Anaphores orientales et priéres juives. 1. Du Sanctus jusqu"a la consecraron: fanaphore de Basi/e: POrCh 13 (1963) 3-20.

7 Así, p.ej., la anáfora de Santiago (PE 246), fragmento copto de la anáfora de Santo Tomás (E. lanne, Le Grand Euchologe 308-311), anáfora alejandrina de San Marcos en su recensión greco-melquita (PE 102), anáfora alejandrina de San Basilio (PE 348), bizantina de San Basilio (PE 232-234), alejandrina de San Gregorio Nacianceno (PE 360-362), anáfora armena de San Cirilo Alejandrino (PE 338), anáfora de Nestorio (PE 388), de Teodoro (PE 382-383), anáfora llamada de San Clemente Romano (PE 299), de Dionisio Areopagita (PE 210-212), de Juan de Bosra (PE 293-294), anáfora copta de origen sirio (E. lanne, Le Grand Euchologe 325-333), anáfora de Filoxeno II de Hierápolis (trad. renaudot, II 309-311), anáfora de Filoxeno de Bagdad (renaudot, II 400). Todavía podrían añadirse las anáforas etiópicas de San Atanasio (PE 176-181) y de San Epifanio (PE 185-187), así como la anáfora armena del katholikos Sahak (PE 332-333). Cf. sobre algunos de estos testimonios L. ligier, Peché d"Adam 297-301; Anaphores orientales et prieres juives 4-9.

8 Bibliografía sobre esta celebración en L. ligier, Autour du sacrifice 45 nt.31. Sobre el significado de la fiesta de Kippur y su ritual en la Biblia, cf. R. de vaux, Instituciones del Antiguo Testamento (Barcelona 1964) 636-640. Cf. también, para épocas posteriores, las explicaciones de la Mtsna, tratado Yoma, en la selección de textos traducidos por J. bonsirven, Textes rabbiniques des deux premieres siécles (Roma 1955) 218-324; además, K. hruby, Le Yom hakippurim ou jour de l"expiation: LOrient Syrien 10 (1965) 41-74. 161-192.413-442.

9 C. roth ha señalado trece documentos pertenecientes a diversos ritos; cf. Ecclesiasticus in the Sjnagogue Service: Journal of Biblical Literature 71 (1952) 171-178. L. ligier cita seis distintos textos del Seder Abodah, de los cuales tres al menos están hoy todavía en uso; cf. Le peché d"Adam II 290 nt.152; Autour du sacrifice 45-46. Este autor ha dado la traducción latina de algunos de estos textos en Peché d"Adam II 399-444; la traducción latina de la anamnesis del Seder Abodah del rito sefardí, probablemente el más antiguo, puede consultarse en PE 55-57; una traducción castellana de la misma en GOE 86-88.

10 Cf. L. ligier, Autour du sacrifice 46; el mismo autor ha discutido el problema de la prioridad entre el Seder Abodah y la anáfora de las Constituciones Apostólicas, declarándose abiertamente por la prioridad del primero, que podría estar ya reflejado incluso en Eclo 44-50; cf. Peché d"Adam II 301-307; sobre las relaciones del Seder Abodah con Eclo 44-50, cf. ibid., I 299-304.312-318, así como el artículo de C. roth citado en la nota anterior.

11 L. ligier ha subrayado cómo esta idea de ser a la vez sacerdote y víctima se encuentra ya en el Seder de Kippur, compuesto en el siglo ν por Josι ben José al conmemorar el sacrificio de Isaac; es precisamente en esta época cuando las liturgias de Santiago, San Basilio y San Juan Crisóstomo, así como algunos Padres, han insistido en la descripción de Jesús como sacerdote y víctima; cf. Autour du sacrifice 55. Notemos también que esta idea, así como la conmemoración del sacerdocio patriarcal, encuentran particular oportunidad en una anáfora que está concebida como celebración eucarística para la consagración de un obispo.

12 Cf. p.213-216.

13 La comparación está hecha complexivamente a base de los datos ofrecidos por tres anamnesis distintas del Seder Abodah y la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora de las Constituciones Apostólicas. Los tres textos judíos son: Akir geburot Eloba (Conmemoraré las hazañas de Dios), del piyyut José ben José (siglo v); Attah konanta olam be-rab hased (Tú creaste el mundo con gran bondad), usado en Italia, en el rito Apara (Asti-Fossano-Moncalvo), atribuido también a José ben José; Attah konanta olam me-ros (Tú creaste el mundo desde el principio), usado por el rito español sefardí, del siglo iv. Uso la traducción de L. ligier, cit. en nt.9.

14 Cf. L. ligier, Peché tfAdam II 290 nt.152.

15 Autour du sacrifice 50-51.

16 Cf. L. ligier, Célébration divine et anamnese 247.

17 Probablemente derivada de la Qedusah de Yotser, como dice H. lietzmann (Messe und Herrenmahl 127-132; ed. ingl. 104-107).

18 xH. lietzmann pone en relación este εύχαριστόμεν con el de la tercera invocaciσn sacerdotal del diálogo introductorio: εΰχαριστήσουμεν τω κυρίω, con lo cual toda la secciσn de conmemoraciones del AT y del NT son consideradas corno acción de gracias; cf. Messe und Herrenmahl 133-134 (ed. ingl. 108). Aunque la interpretación es posible, no anula, sin embargo, la subdivisión, claramente marcada en el mismo texto, entre alabanza y acción de gracias, tal y como hemos hecho nosotros.

19 Comparando lo que podríamos llamar puntos claves del símbolo, sobre el que se ha construido esta conmemoración, así como las respectivas coincidencias con tres símbolos bautismales concretos: el de San Eusebio de Cesárea (mitad del siglo ni, DS 40), el posible símbolo antioqueno, del siglo IV (DS 50), el de Constituciones Apostólicas VII 41 (DS 60), aparece claro que el texto de la anáfora sigue aquí el desarrollo del símbolo de la fe, sin que podamos decidir en cada caso ninguna influencia mutua o si en un principio las distintas variantes litúrgicas nacieron de un fondo común, aunque después se hayan influenciado mutuamente de alguna manera; cf. sobre esto A. hammam, Du symbole de la foi a Fanaphore eucharistique, en P. grandfield, J. A. jungmann, Kiriakon. Festschrift johannes Quasten, 2. vols. (Aschendorf-Münster W. 1970) II 835-846. En cuanto al uso de γίγνομαι en la anαfora, no se puede deducir inmediatamente de él un matiz arriano; cf. la nota a este pasaje en la edición de funk, 507. La fórmula ανελήφθη, poco corriente en los sνmbolos, se encuentra en una fórmula antioquena de la época; cf. H. lietzmann, Messe und Herrenmahl 50-51 (ed. ingl. 41-42).

20 La expresión τάς των αγγέλων επιστασίας expresa el oficio angιlico de tener cuidado sobre el orden de la creación. La palabra επιστασία da idea de cuidado, solicitud sobre una comunidad; en este sentido es usada por los Padres; cf. lampe, 534. Esta colaboración de los ángeles en la Historia de la Salvación resume todas las intervenciones que de ellos narra la Sagrada Escritura. Tales intervenciones son de mayor categoría y valor que la ayuda de la ley natural, de la ley escrita y de los profetas (orden ascendente), pero no son definitivas, al contrario de la intervención de Cristo. Una expresión equivalente, también en contexto de misericordia de Dios, superior a la de los patriarcas y la ley, se encuentra en Const. apost. VII 38,7: αγγέλους έπέστησας. La expresiσn, que, según bousset sería de origen judío y no cristiano (cf. Bine Jüdische Gebetssammlung, o.c., 448-449), se encuentra también en la anáfora de San Basilio bizantina precisamente después de los santos del AT, después de los profetas y la ley e inmediatamente antes de Cristo: αγγέλους έπέστησας φύλακας (cf. PE 234).

21 Cf. el art. Ira en VTB.

22 Hom. 45,5: MG 61,360; TEP I 630.

23 Sermón del fin y de la amonestación 7 (Th. I. lamy, Sancti Ephraem Sjri hjmni et sermones, 4 vols. [Malinas 1882-1902] III 146-148); TEP I 283.

24 Carmina Nisibena 1,2 (TEP I 292).

25 "Nullus agnus agno caelesti maior. Quum sacerdotes terrestres essent et agnus caelestis, ipse sibi fuit victima et sacerdos. (...) Panem fregit manibus suis in sacramentum sacrificii corporis sui; calicem miscuit in sacramentum oblationis sanguinis sui. Ipse sibi sacrificium obtulit sacerdos propitiationis nostrae" (Himno de los ácimos 2,5,7) (LAMY, I 576-578; TEP, I 268).

26 Himnos del aceite y de la oliva 25,3 (lamy, II 788; TEP I 282).

27 Acerca del trigo (TEP I 706).

28 Homilía I sobre la Pascua (TEP I 704).

29 Homilía sobre el Levitico 13,3: MG 12,547; TEP I 127-128.

30 La introducción al relato de los sacrificios de expiación está siempre en todos los rituales del Seder Abodah subrayada con señales literarias clarísimas. Es notable la introducción de algunos textos con la expresión "ka-katub... sicut scriptum est in lege tua: sicut factum est die illa praecepit Dominus ut fieret ad expiandum pro vobis (cf. Lev 16,34)" (cf. L. ligier, Peché d"Adam II 290 nt.152). Es notable la coincidencia de introducir al sacrificio con la alusión a un mandato; en el primer caso es el mandato de la ley; en el segundo, el mandato de Jesús. A. raes ha señalado también la curiosa conjunción copulativa de la frase "y cumplimos su mandato"; en efecto, no se ve inmediatamente el lazo que une la acción de gracias de los celebrantes con un precepto del Señor del que hasta este momento no se ha hecho mención. Por otra parte, este mandato no puede ser otro que el de repetir lo que él hizo en la última cena. "II y a done ici —concluye raes— un réel passage non seulement d"une phrase á une autre reliées entre elles par un simple et, mais aussi d"un ordre d"idées á un autre" (Un nouveau document de la liturgie de S. Basile: OChP 26 [1960] 409).

31 El relato institucional es sustancialmente una composición a base de Mt 26,26-29 y 1 Cor 11,23-26. Nótese como algo peculiar la ausencia de εύλογήσας y εύχαριστήσας tanto sobre el pan como sobre el vino; igualmente, la lectura θρυπτόμενον, que se encuentra sσlo en el códice D en 1 Cor 11,24, probablemente influenciado por la liturgia. La expresión en boca de Jesús: "Este es el misterio de la nueva alianza" ha nacido probablemente de las palabras sobre el cáliz, pero aquí deben ser más bien consideradas como un prefacio a la doble acción de Jesús sobre el pan y el cáliz; cf. H. lietzmann, Messe und Herrenmahl 24-26 (ed. ingl. 20-21).

32 H. lietzmann ha visto esta dificultad, pero no ha sabido solucionarla por no atender a las características propias del memorial semítico en general y del memorial eucarístico en particular; cf. Messe und Herrenmahl 134-135 (ed. ingl. 108-109).

33 A la misma conclusión llega también J. betz (Die Eucharistie in der Zeit der griechischen Vdter I 1,204-211).

34 Esta interpretación está plenamente en concordia con la que hemos dado ya a la anamnesis de la anáfora de la Tradición Apostólica, de la cual es muy posible que haya tomado los elementos principales. Al mismo tiempo, tal interpretación muestra que el último miembro, "dándote gracias," no es "superfluo," como afirmaba lietzmann (o.c., 139; ed. ingl. 109). Para una comparación entre esta anamnesis y la de Hipólito, cf. ibid., 41-42 (ed. ingl. 47).

35 La correspondencia de esta anamnesis con los símbolos bautismales es aquí evidente; cf. H. lietzmann, o.c., 41-42 (ed. ingl. 50-51), así corno la nt.19 anterior.

36 Muerte y resurrección van siempre unidas en el kerigma primitivo; cf. Hech 2,23-24.36; 3,14-16; 4,10; etc. Ya la anáfora de Hipólito las unía (cf. PE 81). ν Eucharistνe 259-260.

38 Cf. L. ligier, Magnae orationes eucharisticae 144-147. Otras construcciones afines: anáfora siríaca de los Doce Apóstoles I (“ut ostendas...”: PE 267), Basilio bizantina (άναδεΐξαι: PE 236), Basilio alejandrina (άναδεΐξαι... και ποίηση: ΡΕ 352); armena del katholikos Sahak: ("ut... sanctificans ostendat": PE 335).

39 La frase parece provenir de 1 Pe 5,1, donde es aplicada al autor de la carta. Es una frase bastante habitual en el compilador de las Constituciones Apostólicas. La encontramos repetida, siempre con referencia al Espíritu, en III 17,2; V 1,2; VI 19,4; VIII 5,3.

40 El genitivo absoluto final σου καταλλαγέντος αύτοΐς tiene un claro sentido temporal, y podría traducirse, con bastante exactitud, del modo siguiente: "ya definitivamente reconciliado con ellos."

 

3. La Plegaria Eucarística de San Basilio.

 

Contexto y Documentación: Las Anáforas Basilianas.

La anáfora llamada de San Basilio ha sido usada por diversas Iglesias orientales y, por consiguiente, ha llegado hasta nosotros en diversas versiones. Todas ellas, sin embargo, pueden reducirse a dos grandes grupos, que derivan de las dos recensiones más importantes o al menos están emparentadas con ellas: la recensión egipcia, que nos ha llegado en lengua griega, en dialectos coptos y en etiópico , y la bizantina, de la que tenemos ejemplares en griego, armenio y siríaco, además de otras traducciones posteriores al árabe y las lenguas eslavas 2. Esta segunda recensión es notablemente más larga que la primera.

En cuanto al autor de esta anáfora, diversos documentos antiguos testimonian que San Basilio compuso la anáfora que lleva su nombre3. Sin embargo, entre los estudiosos contemporáneos no se ha llegado todavía a un acuerdo completo. En su monumental trabajo filológico sobre esta anáfora, H. Engberding puso de relieve que los testimonios egipcios presentaban todos un formulario relativamente breve, de carácter puramente kerigmático, mientras que los testimonios bizantinos, siríacos y armenios daban un texto más largo, de factura netamente teológica, no exento de conexiones con la teología de San Basilio4. El P. J. M. Hanssens objetó a esta conclusión que así no se explicaba cómo la anáfora egipcia llevase también el nombre de San Basilio y que los testimonios aducidos por Engberding no eran concluyentes. Era, pues, posible también que San Basilio hubiese redactado la anáfora egipcia en un primer momento, quizá a base de otro formulario más primitivo y la hubiese ampliado en un segundo momento, resultando así la recensión bizantina5. Los recientes trabajos de dom Capelle, si bien no logran disipar todas las dudas, parecen, sin embargo, favorecer la opinión de Engberding6. El numeroso material literario basiliano, comparado por este autor con la anáfora que lleva el nombre del santo Padre, demuestra claramente que en ésta, al menos, ha intervenido su mano, por lo que habría que situar su composición entre los años 330 y 379.

Tanto la recensión alejandrina como la bizantina tienen una clara estructura siró-occidental: diálogo introductorio, celebración teológica, que concluye en el Sanctus; conmemoración del AT y NT, relato institucional, anamnesis, epiclesis, intercesiones y doxología. En este estudio dividiremos toda la plegaria en tres grandes apartados, que son, a la vez, reveladores de tres presentaciones de la Historia de la Salvación. Como método de profundización teológica, partiremos siempre de la recensión alejandrina, para observar a continuación la labor teológica realizada por San Basilio, y que da como resultado la recensión bizantina. Para facilitar este método damos la traducción en paralelo de ambas recensiones7.

 

Economía Trinitaria de la Revelación y el Conocimiento.

 

Recensión alejandrina

 

"El que eres, Soberano, Señor,

el Dios de la verdad,

que existes antes de los siglos

y reinas por los siglos,

que habitas en las alturas

y miras por las cosas pequeñas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

que hiciste el cielo, y la tierra,

y el mar

y cuanto en ellos hay;

 

 

 

 

 

el Padre del Señor, y Dios, y Salvador nuestro Jesucristo;

por quien hiciste todo, lo visible,

y lo invisible;

que te sientas sobre el trono de tu santa gloria,

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

que eres adorado por toda santa potencia,

 

 

 

 

 

ante quien asisten ángeles y arcángeles

principados y potestades, tronos, dominaciones y virtudes;

 

en derredor tuyo están los querubines de muchos ojos y los serafines de seis alas,

 

 

 

 

 

 

continuamente cantando himnos

y clamando y diciendo: "Santo, santo, santo, Señor Sabaoth."..

Recensión bizantina

 

"El que eres, Soberano, Señor,

Dios Padre, Señor universal, Adorable,

digno es en verdad y justo y conveniente

a la magnificencia de tu santidad

alabarte, cantarte himnos, bendecirte,

adorarte, darte gracias,

glorificarte, a ti, el único que verdaderamente eres Dios,

y ofrecerte con corazón contrito

y espíritu humillado

este culto nuestro espiritual.

Porque tú eres quien nos ha concedido el conocimiento (έπίγνωσιν) de su verdad.

¿Quién será capaz de narrar tus prodigios? ¿Quién ha de hacer oír tus alabanzas o de referir tus maravillas en todo tiempo?

¡Oh Soberano, Soberano de todas las cosas!

 

Señor de cielo y tierra

y de toda criatura visible e invisible,

que estás sentado sobre un trono de

gloria

y escrutas los abismos;

sin principio, invisible, inaprensible,

indescriptible, inmutable;

 

el Padre de nuestro Señor Jesucristo,

del Dios grande y Salvador,

nuestra esperanza,

el cual es imagen de tu bondad,

impronta igual a su modelo,

manifestador (δεικνύς) en sν mismo del Padre,

Palabra viviente, Dios verdadero,

Sabiduría anterior a los siglos,

vida, santificación,

poder, la luz verdadera,

mediante el cual el Espíritu Santo

se ha manifestado (έξεφάνη);

el Espíritu de la verdad,

el don de la adopción,

la prenda de la herencia futura,

las primicias de los bienes eternos, l

a fuerza vivificante,

la fuente de la santificación,

por quien toda criatura dotada de razón y

entendimiento

encuentra fuerzas para rendirte culto

y elevar hacia ti la eterna doxología,

porque todos los seres están a tu servicio.

 

A ti, en efecto, te alaban ángeles y arcángeles,

tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes

y los querubines de muchos ojos;

en derredor tuyo están los serafines,

uno y otro con seis alas,

con dos de las cuales se cubren el rostro,

con dos los pies y con dos vuelan,

mientras claman alternativamente

con bocas que no callan,

con divinas palabras (θεολογίαις) que no

enmudecen;

y, cantando el himno de triunfo,

claman y gritan, diciendo:

'Santo, [santo, santo,

Señor Sabaoth.

Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en las alturas.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Hosanna en las alturas"].

 

La recensión alejandrina de esta celebración de Dios, de este "prefacio" que introduce al Sanctus, se presenta ante nosotros más como una invocación al Padre que corno una alabanza 8, como una evocación 9 kerigmática más que teológica, de Dios en su majestad suprema como creador, como Padre de Jesucristo y como aquel que está sentado en su gloria, existente desde siempre, antes del tiempo y del mundo, soberano absoluto de las criaturas. Nada en este prefacio deja entrever una elaboración teológica, nada que refleje una visión trinitaria; sólo de paso se habla del Hijo y al Espíritu Santo ni siquiera se le menciona.

Dejando aparte algunas expresiones que parecen haber sufrido la influencia egipcia10, el esquema primitivo de este prefacio parece haber sido constituido por una invocación inicial a Dios, una mención del Dios creador, del Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo y de la soberanía de Dios, sentado sobre el trono de su gloria. Esta última mención introduciría el cántico del Sanctus.

San Basilio ha construido sobre este bastidor una alabanza 12 al Dios trinitario llena de significado teológico y riqueza doctrinal, presentada como el verdadero culto espiritual, ofrecido a Dios mediante una hábil combinación de dos citas bíblicas: Sal 51:19 y Rom 12:1. El autor de esta celebración es bien consciente, como los autores de otras anáforas, de la imposibilidad radical del hombre para conocer a Dios y, por tanto, para alabarle como merece. Y lo expresa mediante la combinación de dos citas sálmicas: "¿quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza?" (Sal 106:2), "enumerando tus maravillas" (Sal 26:7), aunque cambiándolas un poco de sentido. En efecto, ya no se trata de un poder cantar las hazañas de Dios, sino las maravillas de Dios en sí mismo, su propio ser y su propia vida13. El camino que la anáfora bizantina seguirá ahora no es, como el de otras anáforas, el de emplear sólo la teología apofática o invocar la asistencia divina para poder alabar, sino otro diferente y más rico: tras haber reconocido la incapacidad radical del sólo conocimiento humano para decir algo de Dios, habla a título de la revelación consumada en Cristo Jesús en virtud de la έπίγνωσις της αληθείας (cf. 1 Tim 2:4; 2 Tim 3:7; Tit 1:1), concedida gratuitamente por el Padre. La anáfora se pone entonces a celebrar a las tres personas divinas, no porque hay que alabar, aunque seamos incapaces de hacerlo dignamente, lo que nos dejaría aún en la perspectiva del AT, sino que, como subraya L. Ligier, es necesario y posible alabar a Dios porque él nos ha concedido el conocimiento auténtico de su verdad, porque nos movemos ya en el campo del NT.

A continuación, y ésta es otra originalidad de la anáfora bizantina, se da a la celebración divina un contenido y un objeto que no tenía aún la anáfora de Santiago, insertando con toda sobriedad, y sin perderse en disquisiciones teológicas, una celebración de las tres personas antes del Sanctus.11

Dom Bernard Capelle ha mostrado con abundancia de testimonios cómo esta presentación de las personas de la Trinidad revela claramente la mano de San Basilio, sobre todo por lo que se refiere al Hijo y al Espíritu Santo15. El Padre es descrito no sólo mediante los atributos de la teología apofática, que nos lo sitúan en el terreno inaccesible de su trascendencia, sino por lo que es su nota específica y personal: "el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del Dios grande y Salvador, nuestra esperanza" (cf. 1 Tim 1:1; Tit 2:13). El Hijo se describe con un pasaje cristológico tomado casi literalmente de San Atanasio , a saber, como la imagen perfecta del Padre, la luz verdadera que muestra al Padre, aquel mediante el cual se ha manifestado el Espíritu Santo, expresión esta que pone de relieve la procedencia del Espíritu Santo del Padre mediante el Hijo17. A continuación es descrito el Espíritu Santo con una serie de apelativos bíblicos más o menos elaborados por San Basilio18, todos ellos encaminados a presentarle principalmente como la fuente de santificación y como aquel que da a las criaturas espirituales, hombres y ángeles, la capacidad de hacer llegar a Dios la alabanza incesante, la eterna doxología, que identifica en un solo culto a los seres terrenos y celestiales, introduciendo así, desde esta perspectiva, al Sanctus, concreción de esa perenne liturgia universal19.

Desde el punto de vista de la Historia de la Salvación, este pasaje de la anáfora bizantina introduce a los participantes en la celebración eucarística en una obra de la revelación y del conocimiento, la cual desemboca en una participación de la misma vida trinitaria por la alabanza. En efecto, Dios Padre nos ha dado el conocimiento o revelación perfecta de su verdad, que es el Hijo, el cual en sí mismo manifiesta, revela al Padre. Además, mediante el Hijo procede o, con el lenguaje basiliano, "se ha manifestado" el Espíritu Santo, quien hace posible que ángeles y seres humanos lleven a cabo el sacrificio espiritual y perfecto de alabanza, la eterna doxología que se concreta en el Sanctus. Así, por el conocimiento perfecto que el Padre nos da en su Hijo mediante la fuerza del Espíritu, somos capaces de manifestar esa alabanza, integrándonos en el culto celestial, que es ya un modo de participar en la vida divina.

Un antiguo comentario mistagógico bizantino 20 interpreta así esta sección de la anáfora:

"Como Dios hablaba invisiblemente a Moisés, y Moisés a Dios, así el sacerdote se presenta entre dos querubines ante el propiciatorio. El se inclina a causa de la gloria y el resplandor de la divinidad, que no está permitido contemplar descubiertos. Espiritualmente ve y contempla el culto celeste y el resplandor divino de la Trinidad supersustancial, principio de vida."21

La celebración teológica se presenta, por tanto, como una luminosa exposición de "teología" en el sentido pleno de esta palabra, una contemplación de Dios mismo que llega a su cumbre en el canto del Sanctus. San Máximo el Confesor, en su Mistagogia, completa esta visión con una interesante explicación del Sanctus de la anáfora bizantina según su doble significado; general (γενικός) y particular (ιδικός)22.

Según el significado general, "la triple exclamación de santificación del himno divino, entonado por todo el pueblo fiel, representa la unión y la igualdad de honor en el futuro con las potencias incorpóreas y espirituales. A través de ella, la naturaleza humana irá siendo instruida en cantar y santificar, al unísono con las potencias de lo alto, a la única divinidad en tres personas en una triple santificación, por la identidad del inmutable movimiento eterno en torno a Dios"23.

Como subraya dom Bornert, la interpretación "general" (γενικός) pone los ritos litϊrgicos en relación con la Historia de la Salvación. Γενικός podrνa traducirse por τυπικός, mαs usual en otros escritos de San Máximo. Desde esta perspectiva, el trisagio bíblico prefigura la unión de los hombres con los ángeles en el mundo futuro y su común alabanza a Dios, uno y trino 24.

Según su significación particular, ιδικός, los ritos de la sinaxis eucarνstica simbolizan la ascensión mística del alma, porque el adverbio ιδικός equivale a μυστικός en este autor25. En el Sanctus esto se concreta de la siguiente manera:

 

"Por el trisagio, el Verbo coloca a las almas en el número de los ángeles y concede a las almas el mismo conocimiento que tienen éstos de la teología santificante."26

En este caso, San Máximo no hace más que recoger e interpretar fielmente la tradición patrística y litúrgica griega, que ve en el cántico del Sanctus una imagen de la unidad de los seres humanos con los ángeles y de su común alabanza y adoración a Dios.

De este modo, y mediante estos comentarios, obtenemos una plena visión del significado histórico-salvífico de la celebración teológica y el Sanctus en la anáfora de San Basilio bizantina. Esta celebración es ya figura, τύπος, de la reuniσn de toda la humanidad redimida con los ángeles al final de los tiempos en el cántico de la perfecta alabanza, en la suprema y definitiva liturgia hacia la que caminamos; es decir, nos sitúa en la dimensión horizontal de la Historia de la Salvación por referencia a su último acontecimiento. Pero, además, ya hoy, de un modo "místico," y aquí podría traducirse por "mistérico," "sacramental," durante la celebración estamos unidos con los ángeles en esa liturgia celeste. Dicho de otro modo, ya participamos hoy de ese misterio de salvación mediante la liturgia, con lo que además se pone de manifiesto la dimensión vertical de la Historia de la Salvación.

Todavía una cita de este mismo comentarista nos revelará cómo la dimensión horizontal de la Historia de la Salvación se hace presente, vertical, actuante en cada fiel que participa en la liturgia. Es la acción del Espíritu quien lo realiza:

 

"... La gracia del Espíritu Santo, siempre presente de un modo invisible (en la Iglesia), de una manera especial, sobre todo, durante el tiempo de la santa sinaxis (...), cambia y transforma a cada uno de los que allí se encuentran, modelándolo verdaderamente según lo que de más divino hay en él y conduciéndole hacia aquello que es prefigurado en los misterios que se realizan..."27

 

No se podía encontrar mejor comentario a la acción del Espíritu como "fuente de santificación" e introductor del hombre en la esfera misma de la vida divina. El círculo se ha cerrado: por el Padre hemos recibido el pleno conocimiento de su verdad, de su Hijo; éste, a su vez, nos manifiesta al Padre, por ser la imagen perfecta de su sustancia; finalmente, el Espíritu, procedente del Padre y manifestado mediante el Hijo, hace posible en nosotros ya hoy elevar hacia el Dios conocido la eterna doxología junto con los ángeles y va entrenándonos, con el cántico de la "teología" litúrgica, a la plena participación en la liturgia celeste con los ángeles; plena participación que él construye en nosotros cada día, asimilándonos más y más a los misterios que celebramos. Todo el proceso teológico realizado por San Basilio de una anáfora, la alejandrina, a la otra, bizantina, puede resumirse ahora en esta breve expresión: de la invocación a Dios a la plenitud de la alabanza de la Trinidad.

 

La Conmemoración Histórico-Salvífica.

Recensión alejandrina.

 

 

 

 

"Santo, santo, santo eres en verdad, Señor Dios nuestro,

 

 

 

 

 

que nos modelaste

 

 

y nos colocaste en el paraíso de delicias.

 

 

 

Y cuando, al violar tu mandato

 

por el engaño de la serpiente,

nos alejamos de la vida eterna

 

y fuimos desterrados del paraíso de delicias,

 

 

 

 

 

no nos abandonaste al fin,

 

 

antes bien continuamente nos visitaste

 

 

por medio de tus santos profetas.

 

 

 

 

 

 

 

Y en estos últimos días te

manifestaste (έπέφανης) a nosotros,

que estábamos sumidos en tinieblas

y en sombras de muerte, por tu unigénito Hijo, Señor, y Dios, y Salvador

 

 

 

Nuestro, Jesucristo;

 

 

 

 

 

el cual, encarnándose y haciéndose hombre del Espíritu Santo y la santa Virgen María,

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

nos mostró caminos de salvación,

concediéndonos la regeneración

de lo alto por el agua y el Espíritu,

y nos hizo para sí pueblo escogido,

nos santificó en el Espíritu Santo.

El que había amado a los suyos

que estaban en el mundo

se entregó a sí mismo como rescate (άντίλυτρον) a la muerte,

que reinaba sobre nosotros,

bajo la cual estábamos sometidos,

traicionados por el pecado.

 

 

Y, descendiendo por la cruz al Hades,

 

 

resucitó de entre los muertos al tercer día;

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y, subiendo a los cielos, está sentado a tu derecha, Padre,

fijando el día de la recompensa, en que se manifestará para juzgar al universo con justicia y retribuir a cada uno según sus obras.

 

El nos dejó este gran misterio de piedad.

Recensión bizantina.

"Con estas potencias bienaventuradas, Soberano, Amigo de los hombres,

también nosotros, pecadores,

proclamamos y decimos:

"Santo eres en verdad y santísimo

y no hay medida para la magnificencia

de tu santidad,

y santo eres en todas tus obras,

porque en justicia y juicio verdadero

todo lo has conducido (έπήγαγες) hacia

nosotros.

Así, después de modelar al hombre

tomando polvo de la tierra

y honrarle con tu imagen, ¡oh Dios!

lo colocaste en el paraíso de delicias,

prometiéndole inmortalidad de vida

y goce de bienes eternos

si guardaba tus mandatos.

Mas, cuando él te desobedeció a ti,

Dios verdadero, que lo habías creado,

y fue seducido por el engaño de la serpiente

y se ganó la muerte por sus propias culpas,

tú, ¡oh Dios!, con justa justicia

lo desterraste del paraíso a este mundo

y le hiciste volver a la tierra

de que había salido,

mientras a la vez planeabas (οικονομούν)

para él la salvación

mediante la regeneración en tu Cristo;

pues no rechazaste al fin la figura (πλάσμα)

tuya que hiciste, ¡oh Bueno!,

ni olvidaste la obra de tus manos;

antes bien, de muchas maneras nos visitaste

por tus entrañas de misericordia:

enviaste profetas,

hiciste prodigios por medio de tus santos,

los que en cada generación te habían sido

agradables;

por boca de sus siervos los profetas nos

hablaste,

preanunciándonos la salvación que vendría;

diste como ayuda la ley,

estableciste (έπέστησας) αngeles guardianes.

Y, cuando llegó la plenitud de los tiempos,

nos hablaste en tu mismo Hijo,

por quien habías hecho también todos los

siglos;

el cual, siendo esplendor de tu gloria

e impronta (χαρακτήρ) de tu sustancia,

el que sustenta todas las cosas con la

fuerza de tu palabra,

no consideró codiciable tesoro el ser igual

a ti, Dios y Padre;

antes bien, el que es Dios desde antes de

los siglos

se hizo visible (ώφθη) en la tierra

y convivió con los hombres;

y, tomando carne de una virgen santa,

 

se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo,

haciéndose conforme al cuerpo de nuestra pequeñez,

para hacernos a nosotros conformes a la imagen de tu gloria.

Y así como por un hombre había entrado el pecado en el mundo,

y por el pecado la muerte,

agradó a tu unigénito Hijo,

que está en tu seno, Dios y Padre, naciendo (γενόμενος) de una mujer,

la santa Madre de Dios y siempre virgen María,

naciendo bajo la ley,

condenar al pecado en su carne, a fin de que

los que estaban muertos en Adán fueran vivificados en tu mismo Cristo.

Y, habiendo tomado carta de ciudadanía

en este mundo,

promulgando preceptos de salvación

y apartándonos del engaño de los ídolos,

nos condujo al conocimiento (έπίγνωσιν) de ti, Dios y Padre verdadero;

adquiriéndonos para sí como pueblo escogido,

sacerdocio real, nación santa;

y purificándonos por el agua

y santificándo(nos) en el Espíritu Santo,

 

se entrego a si mismo con rescate (αντάλλαγμα) a la muerte,

 

a la cual estábamos sometidos, traicionados por el pecado.

Y, descendiendo por la cruz al Hades,

para llevar a cumplimiento todo por sí mismo,

desató los lazos de la muerte;

y, resucitando al tercer día

y abriendo a toda carne

al camino de la resurrección

de los muertos, como no era posible

el autor de la vida ser dominado

por la corrupción,

 

llegó a ser primicia de los que se habían

dormido,

primogénito de entre los muertos,

de modo que él fuese primero

que todo en todo;

y, subiendo a los cielos,

está sentado a la derecha de la Majestad

en las alturas

 

y vendrá a retribuir a cada uno según sus

obras.

El nos dejó estos recuerdos (υπομνήματα)

de su pasión salvadora,

que hemos presentado (προτεθείκαμεν),

según sus mandatos.

 

 

a) Historia de la Salvación en la Anáfora Alejandrina: Misericordia, Solidaridad y Epifanía.

La recensión alejandrina presenta prácticamente el modelo primitivo sobre el que habría trabajado San Basilio, salvo, quizá, pequeñas adiciones 28. El sistema de construcción revela ya una notable base bíblica, que San Basilio modificará en parte y ampliará notablemente.

En cuanto a la presentación de la Historia de la Salvación, podemos observar que ésta se halla construida claramente según la presentación dialéctica, ya puesta de relieve en las anáforas de Santiago y las Constituciones Apostólicas. El esquema se ha reducido aquí a sus elementos esenciales, con lo que quizá ha perdido en riqueza, pero ha ganado en densidad:

Misericordia: Dios ha modelado al hombre, lo ha colocado en el paraíso. Pecado: Violación del mandato por el engaño de la serpiente. Justicia: Alejamiento de la vida eterna, destierro del paraíso. Misericordia: Dios no abandona al hombre, sino que lo visita constantemente por medio de los profetas y al final se manifiesta a los hombres por su Hijo.

De nuevo vuelven a ponerse de manifiesto en esta presentación todos aquellos aspectos de la Historia de la Salvación que hemos glosado al estudiar las dos anáforas anteriores: la iniciativa misericordiosa de Dios en la historia, la oferta de salvación hecha por Dios al hombre en diálogo, la respuesta negativa del hombre a esta oferta de salvación, es decir, el pecado, que entra así plenamente a formar parte de la Historia de la Salvación; la pérdida de la primera oferta de salvación hecha por Dios al ser humano, descrita aquí como alejamiento de la vida eterna y destierro del paraíso, y la búsqueda de un nuevo encuentro con el ser humano por parte de Dios a lo largo de la historia. Este nuevo encuentro tiene lugar plenamente en Cristo, que no solamente vuelve a mostrar los caminos de salvación, sino que vence a la muerte, consecuencia del pecado, con su propia muerte29.

Todos estos aspectos serán puestos de relieve aún más detalladamente por la anáfora bizantina, como veremos. Pero hay aquí, sin embargo, una serie de detalles que merece la pena subrayar.

En primer lugar, al haber recordado la creación general del universo en la parte anterior al Sanctus, ésta no queda propiamente englobada en la visión general de la Historia de la Salvación, al contrario de lo que sucedía en la anáfora clementina. La Historia de la Salvación queda reducida aquí, principalmente, a su dimensión antropológica, debilitándose la dimensión cósmica más amplia que tenía en el anterior documento.

Más importancia teológica tienen otros dos detalles concretos de la presentación de este esquema histórico-salvífico. El primero es que sólo se nombra un pecado, el del paraíso. En la conmemoración del Seder Abodah y en la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora de las Constituciones Apostólicas se hacía, además, la historia de los pecados de los hombres como respuesta a la serie de misericordias divinas relatadas. Aquí todo sucede como si las intervenciones de Dios después del pecado del paraíso fuesen consecuencia únicamente de este primer pecado. En la misma lógica, el pecado que había sometido al hombre a la muerte y del cual con su muerte nos libera Cristo es prácticamente aquel primer pecado o, al menos, consecuencia de él. Esta apreciación queda aún más señalada por la peculiar construcción gramatical de toda la sección, que repite constantemente el pronombre nos: Dios nos ha modelado no sólo al primer hombre, sino en él ya a nosotros; nos ha colocado en el paraíso; nosotros violamos el mandato del Señor, no sólo el primer hombre, sino nosotros con él; nosotros nos alejamos de la vida eterna y fuimos desterrados del paraíso; ha sido a nosotros a quienes Dios no ha abandonado, a quienes Dios ha visitado por sus profetas, a quienes se ha manifestado en su Hijo, a quienes ha mostrado los caminos de salvación, a quienes, por la encarnación de su Hijo, ha hecho pueblo escogido y ha santificado en el Espíritu Santo, a quienes ha librado de la muerte, a la cual estábamos sometidos por el pecado.

Podría, quizá, afirmarse que se trata simplemente de un modo de hablar, de una figura retórica. Pero el hecho de que sólo se nombre un pecado y de que en la anáfora bizantina no esté subrayado este aspecto, inclinan a dar a estos datos un significado teológico más profundo: los hombres de hoy, los que celebran la Eucaristía, son solidarios en la gracia y el pecado con los hombres de todos los tiempos. Hay aquí como una glosa de la noción paulina de solidaridad en el pecado y en la gracia (cf. Rom 5:12-21; 6:1-7). Hay incluso una ampliación de esa solidaridad y sus consecuencias, como puede apreciarse por el modo inexacto de citar Rom 5,14. San Pablo, efectivamente, habla en este paso del reinado de la muerte, pero sólo desde Adán hasta Moisés; la anáfora alejandrina, en cambio, ha extendido ese reinado a todos los hombres, hasta Cristo: "se entregó... a la muerte, que reinaba sobre nosotros"; San Basilio corregirá en la anáfora bizantina este detalle poco exacto30. Con un impulso todavía más dramático, la anáfora alejandrina de San Gregorio subrayará vigorosamente este aspecto de solidaridad de todos los hombres de todos los tiempos en el pecado y en la redención31.

La comprensión de la Historia de la Salvación que desde una tal perspectiva brota no es menos interesante. No se trata simplemente de una visión cronológica, estricta en su sucesión histórica, sino de una visión más global. De suyo, ni siquiera la misma exposición de los hechos sigue siempre un esquema cronológico. Así, la actividad de Jesús durante su vida es descrita como un revelarnos los caminos de salvación, los cuales una posible adición posterior describe concentrándolos en el bautismo, haciendo así de nosotros ya su pueblo escogido, santificado por el don del Espíritu32. Sólo después se describe la muerte de Jesús. En realidad, para el autor de esta anáfora, todos nosotros, desde el momento de la creación del primer hombre, hemos entrado y participamos en la obra de la salvación, que se extiende hasta la parusía del Señor. En consecuencia, a una dimensión horizontal, lineal, puramente histórica, de la Historia de la Salvación corresponde una constante participación de cada hombre en esa salvación completa, una dimensión vertical, la cual, por decirlo de algún modo, concentra, en cada momento y persona, toda la historia pasada y futura de la salvación. Desde esta perspectiva no será difícil comprender, como veremos a continuación, la celebración eucarística como un momento privilegiado de esa concentrada actualización de toda la Historia de la Salvación.

Esta perspectiva general en que se conmemora la historia salvífica tiene también un reflejo sobre otro punto concreto. Como ha notado justamente A. Houssiau, la muerte de Jesús es explicada en la anáfora por su amor a los suyos, es decir, a los miembros de su pueblo. "Cristo se da como rescate. Si la anáfora alejandrina de San Basilio insiste sobre el don de su vida, no es tanto en cuanto sacrificio ofrecido a Dios, sino, más bien, en cuanto precio pagado por nosotros en su muerte soberana; en esta presentación "realista" de la salvación, nosotros somos comparados a esclavos vendidos por su pecado a la muerte. Esta teología de la muerte responde a las perspectivas de los Padres del siglo IV, tales como San Atanasio"33. Ahora bien, desde la perspectiva sacrificial, patente en la conmemoración dei Seder Abodah, la muerte de Cristo, celebrada y conmemorada en la Eucaristía, adquiere un claro sentido de sacrificio expiatorio, hecho presente por el rito sacramental. Es ésta una aportación del contexto anafórico que ya hemos explicado al hablar de la anáfora de las Constituciones Apostólicas, y que debemos subrayar también en este caso, aunque no aparezca con la misma claridad que allí.

Finalmente, quisiera poner también de relieve un aspecto peculiar de esta anáfora en presentación de la Historia de la Salvación. Esta es presentada, sobre todo, desde el ángulo de una iluminación, de una progresiva manifestación de Cristo a los seres humanos. De hecho, el primer pecado es descrito como una violación del mandato de Dios a causa del "engaño" (απάτη), y toda la economνa divina está presentada como un esfuerzo por sacar al humano de este engaño y hacerle ver la verdad; de aquí la tarea de los profetas, mediante los cuales Dios "visita" al ser humano; la presentación del conjunto del misterio de Cristo como una "epifanía," manifestación luminosa (cf. 2 Tim 1,10; 2,11; 3,4)34, y la descripción de la acción salvadora de Jesús como un mostrarnos (ύπέδειξεν) los caminos de salvaciσn. Es comprensible que una segunda mano haya querido cerrar el ciclo de esta presentación de la Historia de la Salvación describiendo la segunda venida del Señor como la definitiva "epifanía" del Señor como juez35. San Basilio perfeccionará esta presentación, aunque en la anáfora bizantina el misterio de Cristo no será presentado ya preferentemente desde la perspectiva de la "epifanía" de Dios en Cristo.

En resumen, la conmemoración de la anáfora alejandrina de San Basilio presenta la Historia de la Salvación:

en una dimensión preferentemente antropocéntrica; como una dialéctica entre misericordia de Dios-pecado del hombre - justicia divina - triunfo de la misericordia de Dios en Cristo; en una perspectiva global y solidaria: cada uno de nosotros está incluido en cada uno de los momentos de esa dialéctica, participando en ellos desde el principio; el momento central de esa Historia de la Salvación, el misterio de Cristo, se presenta como el final de un proceso de iluminación del hombre, engañado, que recobra el exacto modo de ver las cosas en la epifanía de Cristo, quien nos muestra los caminos de salvación; la muerte de Cristo, culmen de la Historia de la Salvación, es interpretada como rescate del pecado y de la muerte, pero en el contexto de la anáfora adquiere también una dimensión de sacrificio expiatorio.

 

b) La Anáfora Bizantina: Profundización Teológica de la Historia de la Salvación.

Sobre este ya rico entramado teológico que acabamos de analizar, San Basilio ha realizado un enriquecimiento doctrinal notable a base principalmente de textos bíblicos y al mismo tiempo ha llevado a cabo unos cambios de perspectiva que merecen ser señalados36.

a) La dimensión dialéctica.

Lo primero que se aprecia en la conmemoración del AT es su mayor amplitud con respecto al texto alejandrino, así como la desaparición, al narrar los hechos, de toda referencia al hombre de hoy. En efecto, no existe ya el pronombre nos, tantas veces repetido por la recensión alejandrina, quedando así los acontecimientos mencionados en su puro contexto histórico. Quizá hayamos de ver aquí un reflejo de la actitud propia de San Basilio por ser fiel a lo expuesto en la Escritura; pero, más probablemente, se trate de una mayor fidelidad a la fuente judía, de la que esta sección parece provenir.

Efectivamente, ya Lietzmann notaba ciertas coincidencias de esquema, e incluso verbales, con la sección paralela de la anáfora de las Constituciones Apostólicas*1. L. Ligier ha analizado esta sección de la anáfora bizantina, poniendo en evidencia que su perspectiva aquí es bastante distinta de la que se puede observar en la sección neotestamentaria38. Así, en la primera parte de la conmemoración, en la que se refiere al AT, el hombre no recibe aún ni su nombre de Adán ni sus prerrogativas formales de hombre inicial y cabeza de la humanidad; simplemente se dice que muere por sus pecados. Por tanto, aún no está formalmente expresado que él sea el principio del pecado y la muerte para toda la humanidad, aunque esto se deduzca de la lógica del texto, teniendo sobre todo en cuenta, además, la conmemoración neotestamentaria. En definitiva, todo se desarrolla aún dentro de una óptica de Antiguo Testamento. Y precisamente en una línea muy parecida, sustancialmente igual, aunque menos desarrollada que la que aparece en la conmemoración veterotestamentaria de la anáfora clementina. De aquí que, como hemos hecho ya antes con esta anáfora, también la que estudiamos haya de ponerse en relación con la conmemoración del Seder Abodah de la fiesta de Kippur . Es más, como el mismo Ligier nota, la estructura litúrgica en que se sitúa la conmemoración del Seder Abodah coincide más con la de esta anáfora que con la de la anáfora clementina, pues aquí está situada precisamente tras el Sanctus, al igual que la conmemoración del Seder Abodah, situada tras la Qedusah, mientras que en la anáfora de las Constituciones Apostólicas ha habido un cambio notable en esto40. Hemos de concluir, por tanto, que en la anáfora bizantina de San Basilio se ha conservado más claramente que en la recensión alejandrina el reflejo de la fuente de que proviene esta sección; probablemente porque respondía también mejor a la concepción que el mismo San Basilio tenía de la historia salvífíca del AT, concepción que acentúa, sobre todo, el valor de la incesante, gradual y constante providencia de amor y solicitud paterna de Dios por los seres humanos a lo largo de la historia41.

La consecuencia inmediata de todo esto es que la Historia de la Salvación se presenta también en este texto, desde la perspectiva dialéctica, ya individuada en otras anáforas de este grupo. Concretamente, el esquema de esta presentación sería el siguiente: misericordia inicial de Dios: Dios modela al ser humano, lo honra con su imagen, lo sitúa en el paraíso, le concede inmortalidad y goce de bienes. el ser humano responde con el pecado: violación del mandato divino, presentada en esta anáfora como una desobediencia: el ser humano ha sido engañado por la seducción de la serpiente; a este pecado siguen otros muchos, que no se especifican. justicia de Dios, que castiga: por sus propias culpas se ganó el ser humano la muerte; es desterrado del paraíso a la tierra. misericordia continua de Dios: no rechaza Dios definitivamente al ser humano sino que planea una obra de salvación, ya con vistas a la regeneración en Cristo; esta obra se actúa durante el AT en la "visitación" de Dios al hombre mediante los profetas, los prodigios milagrosos obrados por varones santos42, la ayuda de la ley y el cuidado de los ángeles custodios; finalmente, la misericordia de Dios se hace presente en la "plenitud de los tiempos" con Cristo mismo, cuya obra se describe a continuación.

Es particularmente digno de notar cómo cada una de estas secciones se subraya en la anáfora. La misericordia divina en la creación del ser humano es puesta de relieve con la enumeración detallada de los bienes que Dios da al hombre; pues no sólo lo crea del barro de la tierra, sino que lo honra con su imagen, lo coloca en el paraíso y le promete inmortalidad y felicidad. En la respuesta del hombre, aunque se habla de engaño de la serpiente, no se exime a aquél de su responsabilidad en los pecados: "se ganó la muerte por sus propias culpas." El castigo del hombre es una acción divina llevada a cabo "con justa justicia," es decir, con toda justicia, como sería la traducción exacta. La acción misericordiosa de Dios a lo largo de la historia surge del Dios "bueno," que "se cuida" — éste es el sentido del verbo "visitar" aquí43 — de la criatura de sus manos "por sus entrañas de misericordia."

En este contexto, la obra redentora de Cristo resalta como la máxima misericordia divina de la historia en favor de los seres humanos. No debemos, sin embargo, olvidar, según se ha subrayado ya al tratar de esta sección en la anáfora de las Constituciones Apostólicas, que esta perspectiva sitúa al sacrificio eucarístico en su dimensión propiciatoria, es decir, como la definitiva remisión misericordiosa del pecado del ser humano en virtud de la muerte de Cristo. Por eso, aquí, como también en la recensión alejandrina, si bien la muerte de Cristo es presentada más acentuadamente desde la perspectiva de la teología patrística del "rescate" o del precio pagado por Cristo a la muerte para liberarnos, el contexto del que deriva toda esta sección y su conexión concreta con la conmemoración del ritual expiatorio judío al que hemos hecho referencia proyectan también una iluminación sobre el carácter de sacrificio propiciatorio de la muerte de Cristo conmemorada en la Eucaristía 44.

Las aportaciones teológicas de la revisión basiliana a la anáfora alejandrina que lleva su nombre no se agotan, sin embargo, con lo que acabamos de decir. En la orientación que imprime a toda la conmemoración veterotestamentaria y, sobre todo, en la original y densa construcción de la conmemoración del AT, se nos ofrece una profundización significativa de la Historia de la Salvación, que podemos resumir en los dos apartados que siguen.

 

b) La Historia Camina Hacia Cristo, Su Cumplimiento.

El revisor de la anáfora alejandrina primitiva no ha aceptado la visión global de la Historia de la Salvación que aquélla le ofrecía. A pesar de la indudable grandeza y profundidad teológica de una tal concepción, ha adoptado, con hábiles cambios y añadidos, una visión progresiva más exactamente bíblica de la misma. Estos cambios, aparte el mayor detalle en la descripción de las etapas de esta historia, se han reducido prácticamente a dos: supresión del pronombre nos en la descripción del iter veterotestamentario45 y señalización expresa de las distintas etapas de esta historia, subrayando en casi todas ellas la referencia a Cristo.

Así, en la nueva visión, ya desde la creación del hombre resplandece la santidad sin medida de Dios y su sabiduría y "obra," en que todas las cosas son orientadas, dirigidas por él para el bien del hombre. Incluso el pecado, que no es obra de Dios, será convertido por él en ocasión de salvación: "todo lo has conducido hasta nosotros"46.

Después del pecado del hombre comienza una segunda etapa. Consiste en un plan expreso de salvación ("obra") a lo largo del AT en favor del hombre y dirigido ya a la regeneración en Cristo: "mientras a la vez planeabas (οικονόμων) para ιl la salvación mediante la regeneración en tu Cristo." De este modo, todo el AT es aquí concebido como una "obra" en favor del hombre, como una preparación a la regeneración en Cristo. La unión entre el AT y el NT se hace ahora aún más patente por el cambio que se ha introducido en esta "regeneración." La anáfora de las Constituciones Apostólicas, más fiel en esto a su modelo judío, habla de una regeneración (παλιγγενεσία), sin mαs: "no miraste con desprecio al que estaba completamente perdido..., antes bien... Tú que haces nacer todo y crecer y madurar..., tras haberlo sumido en un corto sueño, lo llamaste después a la regeneración..., le prometiste por la resurrección la vida." Se trata aquí, simplemente, de la supervivencia del ser humano tras la muerte. El revisor de nuestra anáfora, sin embargo, uniendo al concepto de regeneración la persona de Cristo (cf. Tit 3:5-6), da una dimensión y orientación cristológica a todo el AT, uniendo íntimamente ambos Testamentos.

La tercera etapa es el momento central, el momento de la realización de la salvación preparada desde siglos: "Y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, nos hablaste en tu mismo Hijo, por quien habías creado los siglos." El texto primitivo decía simplemente "en estos últimos días" (cf. Heb 1:2). La nueva introducción es un conjunto de citas tomadas de Gal 4:4; Ef 1:10 y Heb 1:2. Dom Capelle sugiere que este cambio no obedece simplemente a una preferencia literaria del revisor, sino a un sentimiento más profundo: el de subrayar que había llegado la hora del cumplimiento supremo de las preparaciones divinas. El fundamento para esta interpretación le parece encontrarlo en la exégesis que San Basilio hace de Sal 45:4: "Specie tua et pulchritudine tua." "Species (ώραΤον) —dice San Basilio— se diferencia de pulchritudo (κάλλος) que sigue. Mientras que la pulchritudo es una viva eflorescencia hacia afuera, la species es algo más intrínseco: se califica de ώραΐον, en efecto, lo que alcanza en el tiempo preciso su madurez." De aquí la exégesis basiliana del versículo sálmico: "en su madurez, es decir, en la plenitud de los tiempos (τη ώραιότητι σσυ, τουτέστιν, εν τω πληρώματι των καιρών)” 47. Si la sugerencia de dom Capelle es exacta, la frase que introduce la conmemoración cristológica en esta anáfora significa claramente, según la mente de San Basilio, que con Cristo ha llegado la madurez (ώραιότης) suprema de los tiempos, el momento en que todas las preparaciones divinas del AT se van a convertir en el fruto definitivo, la salvación por la muerte de Cristo, que quedará cumplida cuando, descendiendo por la cruz al Hades, "lleve a cumplimiento todo por sí mismo."48

 

c) La Historia Adquiere Su Sentido En Cristo: Los dos Adán.

La máxima originalidad del revisor de la anáfora se manifiesta, sin embargo, con todo su esplendor en el modo de tratar la conmemoración neotestamentaria. Si, como hasta ahora hemos visto, el autor nos ha dado ya una visión coordinada y unitaria de la Historia de la Salvación, una historia en la que todo va dirigido hacia un punto de maduración, a partir de este momento nos encontramos con una nueva visión en profundidad de la historia. No sólo el conjunto de los acontecimientos encuentran su cumplimiento en Cristo, sino que cada acontecimiento clave halla una respuesta en profundidad en el acontecimiento salvador que es Cristo. De este modo, Cristo no es sólo el acontecimiento central de la historia en su orden cronológico, sino que cada acontecimiento histórico está ya referido a Cristo y en él encuentra su respuesta, su solución y su plenitud. Utilizando una imagen geométrica, diríamos que hasta aquí la historia ha sido presentada como una línea recta, cuyos dos extremos son la creación del hombre y la parusía, y cuyo centro y punto culminante es la venida de Cristo y su obra, especialmente su muerte salvadora. A partir de ahora, sin abandonar totalmente esta perspectiva, se utiliza, más bien, otra imagen. La historia sería como una línea curva, como una espiral, cada uno de cuyos puntos está referido al centro geométrico de esa línea, a Cristo.

En esta obra maestra de teología de la historia, conseguida casi exclusivamente a base de textos bíblicos,49, la figura central es Adán: Adán, el primer hombre; Cristo, segundo Adán; la nueva situación en que queda el hombre, heredero de Adán, tras la obra salvadora de Cristo. Al mismo tiempo, la Historia de la Salvación va siendo descrita desde distintas perspectivas, con lo que su comprensión queda notablemente enriquecida.

De la antigua creación a la nueva creatura.—La primera perspectiva, articulada fundamentalmente en tres planos diversos como todas las demás, se expresa mediante los siguientes textos bíblicos: Dios modela al hombre con lodo de la tierra, honrándole con su imagen (cf. Gen 2:7); el Hijo de Dios, esplendor de su gloria e impronta de su sustancia, el que sustenta todas las cosas con la fuerza de su palabra (cf. Heb 1:3), el que es Dios desde antes de los siglos (cf. Bar 3:38), toma la forma de siervo y se hace conforme a nuestra

pequeñez (cf. Flp 2:6-7); de este modo nos hace a nosotros conformes a la imagen de su gloria (cf. Flp 3:21; Rom 8:29).

Este conjunto de citas está unido por una doble referencia a la creación y a la imagen, los dos temas que aquí se entrelazan inseparables. El tema de la imagen se expresa mediante una variada terminología: el hombre es modelado (πλασσεΤν) y honrado con la imagen (είκών) divina: el Hijo de Dios es el esplendor, el reverbero o reflejo (απαύγασμα) de la gloria divina, la impronta o imagen fiel (χαράκτηρ) de su sustancia, es decir, del mismo ser de Dios; toma forma (μορφή) de siervo y se hace conforme (σύμμορφος) a la pequeρez del hombre; de esta manera, el hombre llega a ser conforme (σύμμορφος) a su gloria o, como subraya la adiciσn posterior a la revisión basiliana, conforme a la imagen (είκών) de su gloria.

El tema de la creación se expresa también con variado vocabulario: el hombre es plasmado (πλασσεΤν) por Dios; el Hijo de Dios es presentado en un primer momento como anterior a la creaciσn (θεός προαιώνιος) con un tιrmino probablemente de San Basilio50; después, como aquel por quien todas las cosas han sido hechas (ποιεΤν) y como el que las sostiene (φέρων) en su ser con la potente palabra de Dios; en un segundo momento es introducido como el eterno, que aparece en el espacio y el tiempo (επί της γης ήφθη) y se hace (γενόμενος) pequeño como el hombre. De esta manera, el hombre es hecho (ποιεΐν) conforme a la gloria divina.

No se afirma expresamente, al contrario que en la anáfora de Santiago, que el hombre pierda la imagen de Dios por el pecado, ni tampoco que por Cristo el hombre es ya una nueva creación. Pero ambas ideas están en la lógica de esta presentación. En efecto, que el hombre se haga por Cristo conforme a la imagen de la gloria divina es efecto de la kénosis de Cristo, el cual se hace conforme a la imagen del hombre, cosa humillante para él, que es Dios. Esta kénosis se ha vuelto necesaria a causa del pecado del hombre, por el cual éste ha perdido su imagen divina, es decir, su participación en la misma vida divina, su comunión con Dios, a la que estaba ligado el privilegio de su incorruptibilidad, expresada aquí mediante los términos "inmortalidad de vida" y "goce de bienes"51. Ahora bien, lo que hace Cristo no es simplemente una restauración de la imagen antigua, sino que procura una participación más profunda, una asimilación a sí mismo, que es esplendor de la gloria del Padre. Por tanto, el ser humano por la redención, participa de la imagen de esa gloria, reflejada en el Hijo; en este sentido, ya no es como la antigua creatura, que participaba de la imagen de Dios por la creación sólo, sino una nueva criatura, que participa de la imagen de Dios por Cristo.

La Historia de la Salvación es así presentada en un proceso de tres tiempos fundamentales: el primer Adán, criatura a imagen de Dios, no ha sabido guardar este honor, y ha perdido, consecuentemente, sus prerrogativas de inmortalidad y felicidad; Jesús, el segundo Adán, siendo increado y creador, se hace criatura; siendo fiel imagen de Dios, se conforma a los hombres; de esta manera logra que el hombre, heredero de Adán, por Cristo, segundo Adán, participando de la imagen de su gloria, llegue a ser nueva criatura en él.

De la muerte a la vida.—Una nueva perspectiva del proceso histórico de la salvación se afronta ahora desde el tema de la muerte como efecto .del pecado de Adán, opuesta a la vida conquistada por Cristo. También aquí el modo de expresión es un mosaico de citas bíblicas difícilmente separables.

La tragedia del primer Adán, descrita en la conmemoración veterotestamentaria como una violación del mandato de Dios, una desobediencia que le acarrea la muerte, con los textos base Gen 3:17-19 y Ef 2:1.5, es reasumida en la conmemoración del NT, con todas sus amargas consecuencias para todos los seres humanos, mediante una clásica cita paulina que expresa la solidaridad de todos los hombres en el pecado y en la muerte: por un hombre había entrado el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (cf. Rom 5:12). De este modo queda expresada la situación de Adán. Había sido gratificado con la inmortalidad por benevolencia divina; por el pecado perdió esta inmortalidad, comunicando a todos sus sucesores la triste herencia de la muerte, secuela inevitable del pecado. La doctrina expresada es puramente paulina, poniendo claramente de relieve la solidaridad de todos los hombres con el primero en el pecado y la muerte (cf. Rom 5:12.17; 1 Cor 15:21). Desde ese momento, todos mueren en Adán (cf. 1 Cor 11:22), hasta el punto de que se puede hablar de un reinado de la muerte en el mundo (cf. Rom 5:14).

A la actitud de Adán, que siendo criatura, y, por tanto, mortal, no ha sabido apreciar el don de la inmortalidad y lo ha perdido, se opone ahora la de Cristo, segundo Adán, que siendo por naturaleza inmortal, pues está desde siempre en el seno del Padre (cf. 1 Jn 1:18), participando así de la naturaleza de Dios, nace de una mujer (Gal 4:4), sometiéndose de este modo voluntariamente a la condición mortal del ser humano. De esta manera, Cristo se hace solidario con el ser humano, como dice Rom 8:3, de donde toma también la anáfora una frase: "Dios envió a su propio Hijo en una condición como la nuestra pecadora para el asunto del pecado, y en su carne mortal sentenció contra el pecado." Ésta solidaridad se acentúa aún con el añadido posterior, que completa la cita de Gal 4:4: "nacido bajo la ley," con lo que Cristo aparece como solidario no sólo de toda la raza humana (nacido de mujer), sino también particularmente de su pueblo (nacido bajo la ley). Está aquí sintetizada la concepción paulina de la destrucción del pecado y de la muerte por Cristo. Según San Pablo, Dios ha hecho a su Hijo pecado por nosotros (cf. 2 Cor 5:21; Gal 3:13), de modo que el castigo merecido por el pecado humano debía recaer sobre él. Por eso, su muerte fue una "muerte al pecado" (Rom 6:10), aunque él fuera inocente, pues asumió hasta el fin la condición de los pecadores, "gustando la muerte" como todos ellos (cf. Heb 1:18; 2:8-9; 1 Tes 4:14; Rom 8:34).

La consecuencia de esta solidaridad de Cristo con Adán es que todos los descendientes del primer hombre, que éramos solidarios con él por el pecado y la muerte, somos solidarios ahora del nuevo Adán, de modo que "los que estábamos muertos en Adán" somos ahora "vivificados en Cristo" (1 Cor 15.22).

Habrá podido observarse la riqueza de citas bíblicas que son usadas, a veces sólo sugeridas, en esta exposición de la anáfora. De este modo, la Historia de la Salvación es presentada como una historia de solidaridad en el pecado y la muerte de Adán, en la redención y vida de Cristo, como un paso de la muerte a la vida. Y, al igual que en el apartado anterior, no se trata aquí de recobrar el estado primitivo de inmortalidad, sino de participar en la misma vida de Cristo, superando así incluso la misma situación primitiva, pues "donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia; así, mientras el pecado reinaba, dando muerte, la gracia reina, concediendo un indulto que acaba en vida eterna gracias a Jesucristo, Señor nuestro" (Rom 5,20-21).

Del error al conocimiento.—La anáfora alejandrina primitiva presentaba la Historia de la Salvación desde la perspectiva de una progresiva iluminación del ser humano, oscurecido por el error-engaño del primer viviente. En esta perspectiva, la venida de Cristo como iluminación, epifanía de Dios, era el punto culminante de un proceso que se había ido desarrollando a lo largo del AT.

Algunos reflejos de esta presentación han quedado también en la revisión bizantina de esta anáfora, pero desconexos entre sí y sin formar la unidad global que tenían en la fuente primitiva. Así, tras recoger la versión del primer pecado como consecuencia del engaño de la serpiente (cf. Gen 3.1-5), las ayudas para superar este error no se reducen a la tarea iluminadora de los profetas, como en la recensión alejandrina, sino que además se enumeran el auxilio de la ley, los milagros de los antiguos hombres santos, la custodia de los ángeles. Jesús es presentado, ciertamente, como la palabra definitiva de Dios, que en la plenitud de los tiempos nos habla mediante su Hijo, pero desaparece la descripción de la encarnación como manifestación iluminadora de los que estaban en tinieblas. Esta idea es recogida algo más tarde al hablar de Jesús como el que, siendo Dios desde antes de los siglos, se hizo visible (ώφθη) en la tierra; pero aquν juega más la contraposición del Dios oculto que es Jesús con la kénosis de su venida a la tierra como hombre visible, que no su misión iluminadora.

Sin embargo, no solamente no es ajena a la anáfora una presentación de la Historia de la Salvación en categorías intelectuales, sino que toma un cariz particular, con especiales indicios que evidencian la intervención personal de San Basilio y en un contexto que es siempre el general de la anáfora: la teología de los dos Adán.

El punto de partida es siempre la historia del primer hombre, en este caso, la referencia al error o engaño de la serpiente, que induce la muerte en los seres humanos por sus propias culpas. Frente a este hecho trágico, la obra de salvación de Jesús es descrita en cuatro breves frases, pero densas de significado:

Jesús, habiendo tomado carta de ciudadanía (έμπολιτευσά-μενος) en este mundo, promulgando preceptos de salvación y apartando del engaño de los ídolos, nos condujo al conocimiento del Dios verdadero.

 

Lo primero que notamos en este conjunto es la escasez de citas bíblicas directas que refleja este texto. Se puede apenas hablar de una amplia semejanza entre el primer verso y 1 Tim 1:15 ("Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores") y de una leve coincidencia de dos términos del final de la última frase con Col 1:10 (.".. dando fruto creciente en toda actividad gracias al conocimiento de Dios"). Dom Engberding en su edición ha debido de considerar estas coincidencias tan leves, que ni siquiera las anota. Como, por otra parte, este párrafo cambia notablemente el texto primitivo de la recensión alejandrina ("nos mostró caminos de salvación"), hemos de suponer que la labor revisora puede reflejar en este caso el vocabulario y la mentalidad del revisor.

El verbo έμπολιτεύω no se usa en el NT ni, en cuanto he podido ver, en otras anáforas griegas. El más cercano, πολι-τεύω, es escasamente usado en el NT52, pero lo encontramos en el símbolo bautismal del libro VII de las Constituciones Apostólicas y en la anáfora del libro VIII, así como en el símbolo de San Eusebio de Cesárea53. Significa convivir con los hombres y generalmente se aplica a Jesús de su vida santa entre ellos. El lugar en que aparece es siempre después de haber mencionado la encarnación (y el nacimiento) de Jesús. Un verbo con significado semejante es συναναστρέφω, que es usado para indicar la estancia de Jesϊs en la tierra, que no solamente vive entre los hombres, sino además como verdadero hombre. En este sentido es usado por la anáfora de Santiago, y también por la bizantina de San Basilio al recoger la cita de Bar 3:3854.

Ahora bien, si la idea de convivencia del Hijo de Dios como hombre entre los hombres ya ha sido expresada, ¿qué significado tiene el verbo έμπολιτεύω? ΏEs acaso una nueva repetición? Dom Capelle ha demostrado que este verbo es bastante usado por San Basilio en escritos de todas las épocas. De los nueve ejemplos que él selecciona desde antes de ser elevado al episcopado hasta el 377, ni una sola vez es aplicado el verbo a personas, sino siempre a ideas, costumbres, normas o valores morales "que han tomado carta de ciudadanía," es decir, que se han introducido en alguna parte y se han hecho norma habitual55. Aplicando este significado a nuestra anáfora, Jesús sería presentado no sólo como aquel que se ha insertado plenamente en el mundo, que ha tomado carta de ciudadanía entre los hombres, sino también como aquel cuya vida y enseñanza se ha hecho norma para los hombres. El contexto favorece plenamente este matiz, pues se sigue hablando de él como promulgador de preceptos de salvación; probablemente, en contraposición a la ley antigua, incapaz de salvar (cf. Rom 3:20-28; Gal 2:16-21)56.

En consecuencia, Jesús es descrito como aquel que ha superado la radical impotencia de la ley para salvarnos. Es lógico que ahora se nos diga cómo él pudo lo que la ley fue incapaz de conseguir, a saber, librarnos del pecado57. Este es el contenido de la frase siguiente, que hace referencia al "error" o "engaño" del primer pecado:

 

“apartando (άποστήσας) del engaρo (πλάνης) de los νdolos, nos condujo (προσήγαγεν) al conocimiento (έπιγνώσει) del Dios verdadero.”

 

El vocabulario de esta frase, bellamente construida a base de verbos y sustantivos correlativos y contrarios, ha sido ampliamente estudiado por dom Capelle en los escritos de San Basilio58. En ellos se pone de relieve ese apasionado de la verdad que fue Basilio, incesante estigmatizador del error engañoso allí donde se encuentra. Son particularmente notables en sus escritos las contraposiciones entre error y conocimiento, testimonios que reflejan claramente la preocupación del santo Padre por combatir las doctrinas heréticas, que desde Eunomio hasta los pneumatómacos estuvieron vivas en su tiempo. Por eso, una descripción semejante de la obra de Cristo no solamente encuentra muchas coincidencias de vocabulario en sus obras, sino que responde plenamente a la situación espiritual en que Basilio vivía, frente a la anarquía doctrinal reinante en Capadocia durante su tiempo.

Todo el significado de la obra salvadora de Jesús se encierra, pues, aquí en la contraposición existente entre el error engañoso y el conocimiento del Dios verdadero. Pero la profundidad de esta acción de Jesús sólo puede percibirse desde el sentido que estas palabras tienen tanto en San Basilio como en la Escritura, de donde están tomadas. En efecto, el error (πλάνη) no es, para Basilio, la mera ignorancia de un hecho, la equivocaciσn inculpable, sino que consiste, ante todo, en la actitud de rechazar conscientemente la verdad; así, en su tratado contra Eunomio presenta a los disidentes a causa del error sobre los ídolos como opositores a la unidad del conocimiento59; error es el paganismo, que aparta de la fe cristiana60, y abandonar la idolatría es abandonar el error y encaminarse hacia el conocimiento del Hacedor61; él mismo, dice, ha sido liberado del error de los paganos hacia el conocimiento de la verdad62.

Ya de esta contraposición de textos aparece claro que pasar del error al conocimiento no es, para San Basilio, una simple operación intelectual; hay de por medio todo un cambio de vida, pues se trata de pasar de la incredulidad a la fe. Por eso, cuando quiere hacer el elogio de Gregorio el Taumaturgo, no encuentra mejor manera de caracterizar su acción que como un conducir (προσάγειν) al pueblo fiel en un mundo pagano hacia Dios por medio del conocimiento63.

En realidad, este modo de hablar, es sólo un calco de la Escritura; concretamente, del lenguaje del NT. Así, San Pablo utiliza este lenguaje para describir las consecuencias de la idolatría, las cuales son toda clase de pecados, incluso los pecados contra naturaleza, a los que Dios entregó a los idólatras en pago de su extravío (πλάνη), porque juzgaron inadmisible seguir con el conocimiento (έπιγνώσις) de Dios; los que obran asν son por ello reos de muerte (cf. Rom 1:27-32). En Ef 4:13-14 se oponen la unidad propia de la fe y del conocimiento de Cristo, que suponen la madurez del adulto y el desarrollo pleno en Cristo, y la situación de los que son como niños, zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de individuos tramposos, consumados en las estratagemas del error. Al comienzo de esta misma carta, San Pablo explica el conocimiento profundo de Dios como un saber y una revelación interior que tiene iluminados los ojos del alma para comprender qué esperanza abre su llamada y qué tesoro es la gloriosa herencia destinada a sus consagrados (Ef 1:1 ΤΙ 8). Y en el texto reflejado en las frases de la anáfora (Col 1:9-10), Pablo pide a Dios que dé a los colosenses conocimiento de la voluntad de Dios, con todo el saber e inteligencia que procura el Espíritu; de esa manera será posible vivir "como el Señor se merece, agradándole en todo, dando fruto creciente en toda actividad gracias al conocimiento de Dios."

El tema es, pues, amplio y recoge toda una gran corriente de pensamiento bíblico que parte de los primeros libros de la Escritura y que no podemos desarrollar aquí64. San Juan lo ha resumido magistralmente en una frase lapidaria: "ésta es la vida eterna, que te conozcan (Ί”να γινώσκωσιν) a ti, el ϊnico Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17:3; cf. 1 Jn 5:20-21).

A partir de esta base interpretativa, podemos comprender ahora cuál es la profundidad de la obra de Cristo encerrada en las frases de nuestra anáfora y cuál es la concreta perspectiva bajo la que es aquí propuesta la Historia de la Salvación.

El primer Adán ha sido inducido al error, es decir, al pecado, que lleva consigo la muerte, por la serpiente, el príncipe del mal, el engañador por excelencia; este engaño y sus trágicas consecuencias se han continuado por la infidelidad, el extravío constante del ser humano, que se ha vuelto a los ídolos65.

Cristo, el segundo Adán, ha tomado carta de ciudadanía entre los hombres como norma y maestro auténtico; sus preceptos no son como los de la ley, incapaces de vencer al pecado y a la muerte, sino que son preceptos de salvación, y su obra ha sido apartar de los sers humanos el extravío —el pecado— a que estaban sometidos, así como la muerte, que era su resultado, conduciéndolos al conocimiento del verdadero Dios, que es participación de su propia vida.

A partir de este momento, los herederos de Adán podemos llegar al conocimiento de Dios y salvarnos (cf. 1 Tim 2:4), porque conocer a Dios es poseer ya la vida eterna (cf. Jn 17:13). O como dice San Pedro, el divino poder de Cristo, "al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó con su divino esplendor y potencia, nos ha concedido todo lo necesario para la vida y la piedad. Con eso nos ha concedido también los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, que nos permiten escapar de la ruina que el egoísmo causa en el mundo y participar de la naturaleza de Dios" (2 Pe 1:3-4).

La vuelta al paraíso. A partir del párrafo que acabamos de estudiar, las aportaciones del revisor son prácticamente un enriquecimiento de citas bíblicas con pocas aportaciones personales66. El párrafo que describe la actividad de Jesús después de su muerte merece, sin embargo, una especial atención. Mientras que el texto alejandrino, tras la frase, de sabor bíblico, "y descendiendo por la cruz al hades" (cf Hech 2:31; Ef 2:16), sigue prácticamente un esquema semejante al de los símbolos, el revisor ha añadido una frase a ésta y varias a la conmemoración de la resurrección. Su cometido es claramente explicar el sentido del descenso a los infiernos y de la resurrección.

En primer lugar se explica el descenso de Jesús al Hades 67 con la aclaración "para llenar consigo mismo el universo entero."

La frase, excepto la expresión "consigo mismo," está tomada de Ef 4:10:

 

"Cada uno hemos recibido el don en la medida en que Cristo nos lo dio. Por eso dice la Escritura: "Subió a lo alto llevando cautivos, dio dones a los hombres" (Sal 68,19). Ese "subió" supone necesariamente que había bajado antes a lo profundo de la tierra; y fue el mismo que bajó quien subió por encima de los cielos para llenar el universo" (Éf 4:7-10).

 

San Pablo, que está hablando de la diversidad de dones que hemos recibido por Cristo para la construcción de su cuerpo, utilizando una exégesis targúmica del salmo 68, que habla de Moisés subido al cielo para recibir el don de la ley, interpreta este versículo de la ascensión de Jesús y de la concesión de bienes por él: Jesús subió al cielo, y desde allí distribuye los dones maravillosos del Espíritu, llenando con ellos el universo68. El cambio de sentido e interpretación de este pasaje por la anáfora es notable. Ya no es desde el cielo desde donde Cristo llena todo, sino ya en el mismo descenso a los infiernos; y no lo llena con sus dones, sino consigo mismo 69.

A continuación, la afirmación de la resurrección de Jesús al tercer día se explica como la apertura a toda carne de un camino, que es especificado, con posterioridad a San Basilio, como el camino de la resurrección de los muertos.

Con estas dos acciones victoriosas de Cristo, su descenso al hades, para que nada del universo se sustraiga a su acción salvadora, y su resurrección, que abre de nuevo el camino de la vida, el que es "autor de la vida" (Heb 13:15), y, por tanto, no puede ser dominado por la corrupción (cf. Hech 2:24), se convierte en primicias de los que habían muerto (cf. 1 Cor 15:20), en primogénito de los muertos, en el primero en todo (cf. Col 1:18). Este triunfo definitivo sobre la muerte muestra claro que Cristo es el primero, el verdadero Adán, mientras que Adán era sólo la figura del que tenía que venir (cf. Rom 5:15).

Sin embargo, no parece que éste sea el solo significado de este pasaje de la anáfora. En efecto, el triunfo de Jesús lleva consigo el triunfo de los redimidos. Para ellos él ha abierto un nuevo camino, un nuevo paraíso. Mientras que Adán, por el pecado, había de volver a la tierra de donde había salido, es decir, a la corruptibilidad, a la muerte, Cristo, el autor de la vida, y, por tanto, no señoreado por la corrupción, gustando la muerte, libera de esa corruptibilidad a todos los que le siguen. Mientras que Adán por su pecado ha sido expulsado del paraíso, que se ha cerrado tras de él, Cristo, descendiendo a los infiernos y resucitando, ha abierto un nuevo camino a la vida, al paraíso definitivo. Así se cierra el ciclo de los dos Adán con la última y definitiva victoria sobre la muerte, con la apertura de par en par del nuevo paraíso. La obra de Cristo se ha completado. Todo ha sido hecho de nuevo.

Un bello texto de una antigua homilía pascual resume, con extraña fuerza y concisión, esta epopeya de Cristo, nuevo Adán, que ha rehecho todo lo que el primer Adán había destruido: "Soy yo quien he destruido a la muerte y quien he triunfado del enemigo, y quien he puesto el infierno a los pies, y quien he sujetado al fuerte, y quien he arrebatado a los seres humanos hacia las alturas de los cielos. Soy yo, dice él, Cristo"70.

 

Y con el mismo impulso hímnico se expresa este pregón pascual de la tradición bizantina, que cierra admirablemente cuanto acabamos de decir:

 

"Que ninguno tema a la muerte, pues la muerte del Señor nos ha librado. El ha apagado a la muerte, él que había sido retenido por ella. El ha encadenado al infierno, él que allí había descendido. El lo ha afligido, él que le había hecho probar su carne. El infierno había atrapado un cuerpo, y se encontró ante Dios; había atrapado tierra, y se encontró con cielo; había atrapado algo visible, y se encontró lo que es invisible. ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, infierno, tu victoria? Cristo ha resucitado, y tú has sido aniquilado. Cristo ha resucitado, y la vida triunfa. Cristo ha resucitado, y ya no hay en los sepulcros muertos. Porque Cristo se ha convertido en primicias de los que duermen, pues ha resucitado de entre los muertos. A él la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén"71.

 

d) Resumen: una visión horizontal en profundidad de la Historia de la Salvación.

Recogiendo ahora sumariamente todo lo que acabamos de decir, podemos concluir que la conmemoración de la anáfora bizantina de San Basilio nos da la siguiente visión de la Historia de la Salvación:

 

Una visión desde la dialéctica misericordia-pecado-justicia-misericordia. Una visión de la historia en camino hacia Cristo por diversas etapas hasta encontrar en él su cumplimiento, la salvación. Una visión en profundidad, mostrando cómo la historia adquiere en cada momento su verdadero sentido en Cristo. Este modo de presentar la Historia de la Salvación se lleva a cabo mediante una confrontación dialéctica entre lo operado por Adán y lo operado por Cristo, segundo Adán, para presentar siempre al final la situación histórico-salvífica del hombre de hoy.

Por medio de cuatro profundizaciones se logra esta visión de la historia:

De la antigua criatura, modelada a imagen de Dios (Adán), se pasa a la nueva creación inaugurada en Cristo, impronta perfecta de la sustancia del Padre. Tanto esta nueva creación como la perfecta imagen divina son participadas hoy por los que creen en él.

De la muerte, fruto del pecado de Adán, se pasa a la vida, conquistada por Cristo, de la cual todos sus seguidores participan ya hoy.

Del engaño del pecado, que sumió en el error a Adán y a su descendencia, se pasa a la derrota del engaño y al conseguimiento del conocimiento verdadero de Dios, operados por Cristo y comunicados como fuente de vida a los cristianos.

Finalmente, del destierro de Adán y su incapacidad de reconquistar el paraíso para sus seguidores y descendientes, se pasa a la apertura por Cristo, vencedor de la muerte en la resurrección, de un nuevo camino hacia la nueva patria para todos los que le siguen.

 

 

Presencialización de la Salvación: La Dimensión Vertical.72

 

Recensión alejandrina.

 

"El nos dejó este gran sacramento (μύστηρ) de veneraciσn:

 

 

 

cuando iba, en efecto (γαρ),

a entregarse a sí mismo a la muerte

 

 

para la vida del mundo, P. Creemos.

tomó pan en sus santas, inmaculadas y puras manos,

levantando los ojos a lo alto de los cielos,

hacia ti, Padre suyo, Dios nuestro y Dios de todas las cosas, dando gracias, P. Amén. bendiciendo, P. Amén. santificando, P. Amén. partiéndolo,

lo repartió a sus santos discípulos y apóstoles, diciendo:

"Tomad, comed; esto es mi cuerpo, partido por vosotros y por muchos j entregado para perdón de los pecados.

Haced esto en memorial mío."

 

Del mismo modo, el cáliz después de cenar, mezclando agua y vino, dando gracias, P. Amén. bendiciendo, P. Amén

probándolo73

lo dio de nuevo a sus santos discípulos y apóstoles, diciendo:

"Tomad, bebed todos de él; ésta es mi sangre, ¡a de la nueva alianza, derramada por vosotros y por muchos

para perdón de los pecados.

Haced esto en memorial mío.

Cuantas veces, en efecto (γαρ),

comáis este pan

y bebáis de este cáliz,

anunciáis mi muerte y confesáis

mi resurrección y ascensión

hasta que yo vuelva."

P. Amén. Amén. Amén.

Tu muerte, Señor, anunciamos,

y confesamos tu santa resurrección

y ascensión.

Recordando, pues, también nosotros

sus santos sufrimientos,

 

y su retorno a los cielos,

y su sesión a tu derecha, Oíos y Padre,

y la gloriosa y tremenda segunda venida,

 

te ofrecemos74 lo que es tuyo de tus dones75;

en todo y por todo y en todas las cosas,

P. Te alabamos, te bendecimos,

(te damos gracias, Señor, y te rogamos,

Dios nuestro).

Y te rogamos76 y suplicamos,

Amigo de los hombres, bueno, Señor,

nosotros los pecadores e indignos

siervos tuyos11;

y te adoramos (προσκυνοΰμεν):

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

con el beneplácito de tu bondad venga (έλθεΐν) tu Espνritu Santo sobre nosotros,

tus siervos, y sobre estos dones

tuyos presentados; y santifique

y haga aparecer (άναδειξαι)

santos entre lo santo, P. Amén.

y haga que este pan se convierta (γίγνεσθαι) en el cuerpo santo del mismo Señor, Oíos y Salvador nuestro, Jesucristo,

para perdón de los pecados

y para vida eterna de todos los participantes en él.

 

P. Amén.

Y este cáliz en ¡a sangre preciosa

de la nueva alianza

del mismo Señor, Dios y Salvador

nuestro, Jesucristo,

para perdón de los pecados

y para vida eterna de todos

los participantes en él.

P. Amén. Señor, ten piedad (tres veces).

Y júzganos dignos, Soberano,

 

de participar en tus santos misterios1

para santificación del alma, y del cuerpo,

y del espíritu,

a fin de que ('ίνα) lleguemos a ser un cuerpo

y un espíritu y consigamos parte y tengamos heredad.

 

 

 

 

con todos los santos que en el correr de los siglos te fueron agradables. (Sigue el memento de vivos.)

A. aquellos cuyas almas recibiste dales allí el descanso

y júzgales dignos del Reino de los cielos; y a nosotros, los que aún habitamos aquí, consérvanos en tu fe guanos a tu Reino concediéndonos continuamente tu paz; para que en esto, como también en todo, sea glorificado, y ensalmado, y alabado, y bendecido, y santificado tu santísimo, glorioso y bendito Nombre con Jesucristo y el Espíritu Santo. P. Como era (es y será por generación de generación y por los siglos de los siglos. Amén).1''

Recensión bizantina.

 

"El nos dejó estos recuerdos (ύπομν-

νήματα)

de su pasión salvadora,

que hemos presentado (προτεθείκαμεν)

según sus mandatos:

cuando iba, en efecto (γαρ),

a ir a su voluntaria, celebrada j vivificante

muerte,

la noche en que se entregó a sí mismo

para la vida del mundo

tomó pan en sus santas e inmaculadas

manos;

mostrándotelo (άναδείξας) a ti, Dios y Padre; dando gracias, bendiciendo,

santificando, partiéndolo,

 

 

lo dio a sus santos discípulos

y apóstoles, diciendo:

"Tomad, comed;

esto es mi cuerpo,

partido por vosotros

para perdón de los pecados."

 

Del mismo modo, el cáliz con el zumo de la vid, mezclándolo, dando gracias, bendiciendo,

santificando,

 

lo dio a sus santos

discípulos y apóstoles,

diciendo:

"Bebed todos de él;

ésta es mi sangre,

derramada por vosotros y por muchos

para perdón de los pecados.

Haced esto en memorial mío.

Cuantas veces, en efecto (γαρ),

comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis mi muerte,

confesáis mi resurrección."

 

 

Recordando, pues, también nosotros,

oh Soberano,

sus sufrimientos salvadores,

su cruz vivificante,

su sepultura de tres días,

su resurrección de los muertos,

su retorno a los cielos,

su sesión a tu derecha, Dios y Padre,

y su gloriosa y tremenda segunda

parusía;

ofreciéndote lo que es tuyo

de entre lo que es tuyo

en todo y por todo.

P. Te alabamos, (te bendecimos,

te damos gracias, Señor;

te rogamos, Dios nuestro).

Por esto, Soberano,

Santísimo, también nosotros

los pecadores e indignos

siervos tuyos,

a quienes has juzgado dignos

de servir (λειτουργεΐν) α tu santo altar

no por nuestras acciones justas,

 

pues nada bueno hemos hecho sobre la tierra,

sino por las misericordias y benevolencias

que tú has derramado abundantemente sobre nosotros,

nos acercamos confiados a tu santo altar;

y presentando (προθέντες) los sνmbolos (αντίτυπα)

del santo cuerpo y sangre de tu Cristo,

te rogamos y suplicamos,

Santo de los santos,

que, con el beneplácito de tu bondad,

venga (έλθεΐν) tu Espνritu Santísimo

sobre nosotros

y sobre estos dones presentados;

y los bendiga y santifique

y haga aparecer (άναδείξαι)

 

a este pan

como el mismo precioso cuerpo

del Señor, Dios y Salvador nuestro,

Jesucristo;

 

 

Amén.

a este cáliz, como la misma preciosa

sangre

del Señor, Dios y Salvador

nuestro, Jesucristo;

Amén.

la cual ha sido derramada

para la vida del mundo.

Amén.

Y a todos nosotros,

 

que participamos de un solo pan

y de un solo cáliz, únenos los unos a los otros en la comunión (κοινωνίαν)

del único Espíritu Santo;

y haz que ninguno de nosotros participemos

del santo cuerpo y sangre de tu Cristo

para juicio o condenación,

antes bien que encontremos misericordia y gracia.

 

con todos los santos que en el correr de los siglos te fueron agradables: (Siguen las intercesiones.)

 

Y concédenos

que con una sola voz

y un solo corazón

glorifiquemos y alabemos

tu Nombre, digno de todo honor

y grandeza;

del Padre, y del Hijo,

y del Espíritu Santo

ahora (y siempre y por los siglos de

los siglos).

Amén.

El establecimiento del texto primitivo de la recensión alejandrina queda indudablemente mejorado tras la publicación del texto copto del siglo VI. No obstante, para alcanzar aún una mayor exactitud hemos de quitar las particularidades que este texto, con bastante probabilidad, ha heredado de la tradición egipcia, así como las influencias que en él se noten de otras tradiciones. Igualmente hay que tener en cuenta aquellos datos que parecen claramente arcaicos, y, por tanto, deben preferirse como base de estudio 80.

En cuanto al texto bizantino, parece claro que algunas de las partes no existentes en la recensión armenia serían posteriores a San Basilio81; por otro lado, las secciones coincidentes con la anáfora de San Juan Crisóstomo plantean un problema particular, y en general no parecen provenir de San Basilio, sino, más bien, de la tradición bizantina posterior a él82.

Teniendo en cuenta estos datos acerca del texto de la anáfora de San Basilio, podemos intentar un estudio teológico desde la perspectiva de la Historia de la Salvación en este tercer gran bloque de la plegaria eucarística.

 

a) El paso al memorial cultual.

La conmemoración de la Historia de la Salvación que hemos estudiado en la sección anterior, se engarza con el relato institucional, y más en general con todo el bloque relato-anamnesis-epiclesis, mediante una frase de transición paralela a la de algunas otras anáforas83.

La frase transicional de la anáfora alejandrina está tomada de 1 Tim 3:16; pero en esta carta "el gran misterio de veneración" se refiere a toda la obra redentora de Cristo. Este misterio, en efecto, consiste en que "él se manifestó como hombre, lo rehabilitó el Espíritu, se apareció a los mensajeros, se proclamó a las naciones, se le dio fe en el mundo, fue elevado a la gloria." En la anáfora, sin embargo, la frase ha adquirido un nuevo significado. Se trata del gran rito mistérico o sacramento de veneración que Cristo nos ha dejado la noche de su última cena, tal como se deduce del contexto y de expresiones paralelas en otras anáforas84.

El revisor de la anáfora bizantina ha cambiado sensiblemente este pasaje. Dom Capelle da una posible razón para atribuir este cambio a San Basilio. En efecto, para el obispo bizantino, el gran misterio de veneración es todo el misterio de la Iglesia; así interpreta él esta expresión y el correspondiente texto escriturístico. Era natural que encontrase la expresión en el contexto de la anáfora inexacta. Por eso precisa en su revisión de la plegaria eucarística que lo que realmente Jesús nos ha dejado la noche de la cena ha sido el memorial de su pasión salvadora; concretamente, el pan y el vino presentados como memoria de la pasión85.

En todo caso, ambas frases tienen como misión la de señalar que lo que ahora sigue ya no es una mera conmemoración literaria de la Historia de la Salvación, sino algo muy distinto. Hemos pasado de la conmemoración literaria a la acción sacramental, o, como precisa la anáfora bizantina, al memorial cultual. El relato institucional y la anamnesis (e incluso la epiclesis) no son ya conmemoración o recuerdo de la salvación pasada, sino actualización sacramental en el presente del misterio salvador de Cristo, y especialmente de su pasión salvadora .

De un modo particularmente intenso está subrayado este dato en nuestras dos anáforas al colocar bajo la frase introductoria de esta sección anafórica todo el bloque relato-anamnesis-

epiclesis.

 

Recensión alejandrina

 

"El nos dejó este sacramento de veneración. En efecto, cuando iba a entregarse,instituye la Eucaristía y manda: "Haced esto en memorial mío";nosotros,haciendo el memorial de su pasión, resurrección, etc.,ofrecemos lo que es tuyo de tus dones: el pan y el vino87,y rogamos inclinados 88:venga tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre estos dones y santifique y haga aparecer santos entre lo santo.Y seamos dignos de participar en tus santos misterios para santificación de alma y cuerpo,y así seamos un cuerpo y un espíritu y consigamos unirnos a los santos."

 

Idéntica construcción gramatical evidencia este hecho:

 

Recensión bizantina

 

"El nos dejó este memorial de su pasión salvadora. En efecto, cuando iba a la muerte instituye la Eucaristía y manda: "Haced esto en memorial mío";por eso, nosotros, haciendo el memorial de su pasión,de su cruz, etc.;ofreciéndote lo que es tuyo de entrelo tuyo,te alabamos en todo y por todo.Y nosotros, pecadores e indignos, nos acercamos a tu santo altar y,presentando los antitipos del cuerpo ysangre de Cristo.te rogamos:venga tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre estos dones y los bendiga y santifique y haga aparecer: a este pan, el cuerpo de Cristo; a este cáliz, la sangre de Cristo. Y los que participamos en la Eucaristíaseamos unidos en la comunión del Espíritu,y esta participación sea para nosotros no condenación,sino gracia y misericordia con los santos."

 

Este resumen en paralelo que hemos hecho intenta mostrar, conservando los tiempos de los verbos, la conexión existente entre todo el bloque a que se refiere. Según esto, para la anáfora alejandrina, "este gran sacramento de veneración," la Eucaristía, consiste en lo siguiente: fundados en las palabras y gestos de la última cena de Jesús, es decir, celebrando el memorial de su misterio pascual (muerte-glorificación), ofrecemos el pan y el cáliz eucarísticos; y por la acción del Espíritu

Santo, estos dones y nosotros somos santificados y podemos aparecer santos entre Jos santos 89. Es verdad que aquí aún no se expresa explícitamente la identidad del pan y del vino eucarísticos con el memorial de la muerte del Señor90. Pero el sentido de esta ofrenda no puede ser otro sino que lo ofrecido es algo más que pan y vino, es decir, es Cristo mismo muerto y resucitado. El paso que permite identificar ambos términos, y que en esta anáfora está aún implícito, sólo es posible hallarlo en la noción de memorial objetivo o memorial cultual: el memorial de la pasión gloriosa de Cristo hace presente sacramentalmente esa pasión gloriosa mediante los signos del pan y del vino, y por eso la ofrenda de estas realidades eucarísticas es la ofrenda misma, hecha por la Iglesia, de Cristo muerto y resucitado.

Esta precisión se hace explícita en la anáfora de San Basilio bizantina en dos momentos concretos: en la introducción, donde lo presentado sobre el altar, alusión litúrgica evidente al pan y al vino, es denominado υπομνήματα en razσn de lo que sigue, y en la plegaria introductoria a la epiclesis, donde al pan y al vino se les designa como αντίτυπα del cuerpo y la sangre de Cristo91.

La unión del bloque relato-anamnesis-epiclesis se pone aún más de manifiesto al subrayar el significado consagratorio del verbo άναδείξαι. en la epiclesis. Este verbo, empleado ya en la epiclesis del texto antiguo de la recensión alejandrina, y, por tanto, no original de San Basilio, es usado por la anáfora bizantina en tres ocasiones: en el relato institucional, en la epiclesis y al final de las intercesiones, en la plegaria por el pan de la Iglesia 92. En la epiclesis, su sentido consecratorio parece hoy plenamente probado 93. Por otra parte, en el uso litúrgico se emplea también este verbo para designar la "elevación" o "consagración" de personas a una función o ministerio94. En este sentido parece que esta "manifestación" o "consagración" se refiere, al menos en la recensión alejandrina, también a los fieles y no sólo al pan y al vino. En todo caso, el sentido unitario de todo el bloque es patente: "Esta elevación del pan y del vino en la Eucaristía de la última cena se perpetúa en la memoria de la Iglesia en cada eucaristía realizada en memorial del Señor, en la ofrenda de los dones al Padre y en la súplica que pide el descenso del Espíritu de santificación sobre los dones y sobre los fieles"95.

 

b) Con la fuerza del Espíritu.

Es evidente con lo que llevamos dicho que el proceso consecratorio no puede dividirse en varios momentos, como si dijéramos: primero, la consagración por la repetición de las palabras de Jesús y la realización del memorial de su muerte gloriosa; después, la confirmación de esta consagración por la fuerza del Espíritu; o concebido de otro modo: primero, el fundamento de la consagración mediante la repetición de las palabras de la cena y la actualización del memorial del Señor; después, la consagración por la venida del Espíritu. Es, más bien, un todo, una unidad lo que se expresa en estos distintos momentos litúrgicos: fundados en las palabras y gestos de Jesús, que son memorial de su muerte gloriosa, y siguiendo su mandato al celebrar ese memorial, ofrecemos al mismo Jesús, muerto y resucitado por nosotros, mediante la ofrenda de los símbolos del pan y del vino, que, por la fuerza santificadora del Espíritu, son transformados en su cuerpo y su sangre.

J. M. Tillard ha descrito con profundidad esta simultánea acción consecratoria del relato-memorial y de la epiclesis, situándola en el contexto más exacto: en el de la salvación que se realiza en ese momento concreto de la historia, es decir, en su contexto histórico-salvífico. Como presencialización y manifestación de la salvación en el hoy de la Iglesia, el acto eucarístico es referido por toda la tradición griega, al igual que las otras manifestaciones de la obra salvífica, la creación y la conducción de la historia, al Espíritu Santo como δύναμης του θεού. Como acto del señorío de Cristo resucitado, en virtud del cual el Señor prolonga en el presente de la Iglesia el acontecimiento histórico pasado de su muerte-resurrección renovando su eficacia salvadora, puede ser llevado a cabo por Jesús sólo en el Espíritu, εν πνεύματι,97.

Esta salvación, que se hace actual por la presencia de Cristo en las especies de pan y de vino (la "res et sacramen-tum" de la teología tradicional) en virtud del memorial celebrado por el sacerdote "in persona Christi," y en la fuerza del Espíritu se extiende ahora a todos los participantes (la "res sacramenti"), es expresada por cada una de nuestras anáforas con diversos matices: por la participación en la Eucaristía se construye la unidad de la Iglesia y se camina hacia la unidad definitiva, según la recensión alejandrina98; por ella se entra en comunión con el Espíritu, es decir, se participa ya de la misma vida divina99 y se tiene una prenda de aquella misericordia y gracia de la que ya han participado los santos, según la recensión bizantina.

Con esto se pone de relieve otro aspecto histórico-salvífico que no debe ser dejado de lado: la celebración eucarística hace presente ya la salvación definitiva que emana de la muerte y resurrección de Cristo y a la vez es garantía de la plena participación en esa salvación, que todavía no poseemos definitivamente. Entre ese ya y ese todavía no corre la vida del cristiano, la vida de la Iglesia, a lo largo de la historia. De esta manera, la Eucaristía contribuye no sólo a la construcción de la Iglesia presente y a su unidad, sino también, como es lógicamente consecuente de ello, a la edificación de la Jerusalén celestial, definitiva Iglesia de los redimidos, en donde podremos glorificar y alabar plenamente al nombre de la Trinidad con una sola voz y un solo corazón 10°.

 

1 Cf. la lista de documentos en J. Doresse-E. lanne, Un témoin archatque de la liturgie copte de S. Basile (Lovaina [Bilbl. du Muséon 47] 1960) 7-10. Añádase el códice Karmarcik (siglo xhi), publicado por W. F. macomber, The Greek Text of the Coptic Mass and of the Anaphora of Basil and Gregory according to the Karmarcik Codex: OChP 43 (1977) 308-334. Esta anáfora es hoy la ordinaria en el rito copto; cf. J. M. hanssens, Institutiones itturgicae III 572.

2 Cf. la lista de documentos en brightman, lxxxi-xcvi; H. engberding, Das Eucharistische Hochgebet der Basileiosliturgie, en Theologie des Christlichen Ostens. Texte und Untersuchungen fase. 1 (1931) XXVH-XXXIV. Puede consultarse también, aunque en muchas cosas está ya atrasado, P. de meester, (Grecques) Liturgies: DACL VI 1643-1956. Sobre el uso actual de esta anáfora en el rito bizantino, cf. J. M. hanssens, Institutiones ¡iturgicae III 569.

3 Pueden encontrarse en H. lietzmann, Messe und Herrenmahl 3-6 (ed. ingl. 2-4); J. M. hanssens, o.c., 574-576. Sobre el testimonio del Pseudo-Proclo cf. p.173 nt.12.

4 H. engberding, Das Eucharistische Hochgebet LXXXIV-LXXXIX.

5 Institutiones Itturgicae III 576-578.

6 B. capelle, Les liiurgies "basiliennes" et saint Easile, anexo a J. doresse-e. lanne, o.c., en nt.123 45-74; La procession du Saint Esprit /aprés la liturgie grecque de saint Basile: L"Orient Syrien 7 (1962) 69-76. En la misma línea, aunque anterior y algo menos de rigor científico, M. J. lubatschiwskyj (Des hl. Basilius liturgischer Karapf gegen den Arianismus: Zeitschrift für Katholische Theologie 66 [1942J 20-38). Sobre las partes de la anáfora no estudiadas por dom Capelle, intenta demostrar, aunque sin mucha fuerza probativa, la intervención de San Basilio B. bobrinskoy (Liturgie et ecclésiologie trinitaire de Saint Basile: EOO II 197-240). De la misma opinión que H. engberding y D. capelle son L. maldonado (La plegaria eucarística 414-415) y A. Hous-SIAU (La anáfora alejandrina de San Basilio, en Las nuevas anáforas [Barcelona (Col. Escucha, Israel 2) 1969] 63-86, esp. 64). A. raes, en un primer artículo, pone sus dudas a la solución de engberding, y propone, en la línea de hanssens, una intervención de San Basilio en ambas recensiones, alejandrina y bizantina; cf. L"authenticité de la liturgie byantine de Saint Basile: Revue des Études Byzantines 16 (1958) 158-161; tras el trabajo de dom capelle en 1960, se muestra más inclinado por la solución de éste, pero afirma que todavía no se han resuelto todas las dificultades, elencando algunas concretas; cf. Un nouveau document de la liturgie de S. Basile: OChP 26 (1960) 401-411, esp. 404-405. En la línea de Hanssens y Raes se sitúa. L. bouyer (Eucharistie 281-282).

El articulo de W. E. pitt (The Origin of the Anaphora of the Liturgy of St. Basile: The Journal of Ecclesiastical History 12 [1961] 1-13) es más bien un ejercicio de imaginación, hecho sin tener en cuenta estudios tan fundamentales como el de engberding y con un desconocimiento total de toda bibliografía que no sea de lengua inglesa.

7 Para la recensión alejandrina sigo, hasta el relato institucional inclusive, el texto crítico de H. engberding (Das Eucharistische Hochgebet 2-24); a partir de este lugar sigo la edición griega del MS París griego 325 (siglo XIV según la edición de renaudot (I 62-71), pero subrayando aquellas partes que no se encuentran en el original copto del manuscrito de Lovaina (siglo VIl), editado por doresse-lanne (Un témoin archatque 14-33), y que, por tanto, es seguro que no pudo conocer San Basilio. El texto griego y la traducción latina de renaudot se encontrarán cómodamente en PE 347-357. Para esta segunda parte se tiene en cuenta también la traducción crítica francesa de la recensión armenia hecha por A. renoux (L"anaphore ármenteme de Saint Grégoire Fuluminateur: EOO II 83-108); la anáfora que bajo este nombre ha conservado la liturgia armenia no es otra que la antigua recensión armenia de San Basilio, usada en parte también por engberding en su edición crítica. Se debe distinguir de una anáfora armenia más tardía influida por la liturgia bizantina, y que la tradición armenia llama expresamente "de San Basilio." Igualmente, tengo en cuenta las variantes importantes del códice Karmarcik.

La traducción de la recensión bizantina se hace a base del manuscrito Barberini griego 330 de la Biblioteca Vaticana (siglo ix), según la edición de brightman, 321-337; junto con una traducción latina, se hallará también en PE 230-243. Como siempre, se prescinde del diálogo introductorio y las intercesiones.

8 Cf. A. houssiau, La anáfora alejandrina 65.

9 Cf. B. capelle, Les liturgies "basiliennes" 50.

10 La expresión "el que eres, Soberano, Señor" la encontramos en el prefacio de la recensión melquita de la anáfora de San Marcos (PE 102), pero coincide aún más con la recensión bizantina de San Basilio, por lo que habría que pensar, más bien, en una influencia bizantina en Egipto. Cuál sea el origen de esta expresión es, sin embargo, desconocido. Podría pertenecer al fondo primitivo de la anáfora, en contra de lo que piensa dom Engberding, pues no se explica de otro modo que San Basilio en su revisión haya conservado este inctpit, que no se encuentra en ninguna otra anáfora conocida (cf. R. J. ledogar, Acknowledgment 16).

La expresión "Dios de verdad" se encuentra casi igual en la epiclesis II de la anáfora de Serapión (PE 131). La mención de la creación del "cielo, la tierra y el mar y cuanto en ellos hay" parece haber sido asimilada al modo de exponer este hecho en el prefacio egipcio (cf. anáfora de San Marcos: PE 102; papiro de Estrasburgo: PE 116; Cirilo Alejandrino; PE 135), pero no coincide plenamente con él, por lo que la idea puede no proceder de Egipto y ser, en cambio, original, como supone Engberding; la calificación de Jesús como "Señor, y Dios, y Salvador nuestro Jesucristo" se repite constantemente en la anáfora de San Marcos en su recensión melquita (PE 102.112.113) (epiclesis y anamnesis), así como en el papiro de Manchester (PE 120-122) y en la anáfora del papiro Der-Balyzeh (PE 124.126); sin embargo, los documentos más antiguos de la anáfora de San Marcos omiten el calificativo de "Dios"; así el papiro de Estrasburgo (PE 116.118) y la tablilla copta (cf. p.146 de este trabajo, aparato crítico). En consecuencia, esta expresión podría ser original de la anáfora de San Basilio y haber sido asimilada por el texto melquita de la anáfora de San Marcos. La mención de la mediación del Hijo en la creación puede ser un añadido de influencia egipcia.

11 Cf. H. engberding, o.c., 2-6, primera columna. Sobre el carácter egipcio de esta sección cf. ibid., LXXVII-LXXVIII.

12 El sentido de alabanza de esta celebración divina resalta en el texto, tal y como esta en la recensión bizantina, del predominio de los verbos de alabanza, así como de 1* importancia que el último verbo tiene sobre los demás: "glorificarte" (δοξολογειν); probablemente, el verbo mαs antiguo de todos, teniendo en cuenta las recensiones siríaca y armenia; cf. R. J. ledogar, Acknowledgment 26,15-16, donde discute la opinión diferente de engberding, o.c., 29-30.

13 Este planteamiento de la alabanza lo encontramos también, probable eco de esta anáfora bizantina, en la anáfora siríaca de Severo de Antioquía (PE 281), la anáfora calde de Nestorio (PE 388-389) y la anáfora del katholikos Sahak (PE 333). Sobre todo esto cf. L. ligier, Célébration divine et anamnese, o.c., 237-242 ( EOO II 156-163).

14 Siguiendo esta anáfora, insertarán también una alabanza trinitaria en esta sección la anáfora de Santiago de Sarug I (ed. H. W. codrington, en AS II 1 [1951] 12-13) y la caldea de Nestorio (PE 388).

15 Les liturgies "basiliennes" 51-56.

16 Cf. Homilia in Mt 11,27: MG 25,217BC. Es especialmente significativa la frase σ “ρραγις ίσότυπος, “impronta igual a su modelo," que encontramos también en la obra de San Basilio De Spiritu Soneto 64: MG 32.185C; ed. B. pruche, en SC 17 (París 1946)

17 Cf. B. capelle, La procession du Saint Esprit, nt.128.

18 He aquí una selección de citas, principalmente de San Pablo, empleadas: "Espíritu de verdad" (Jn 16,13), "Espíritu de adopción" (Rom 8,15), "prenda del Espíritu" (2 Cor 1,22; 5,5), "prenda de nuestra herencia" (Ef 1,14), "primicias del Espíritu" (Rom 8,23), "fuerza del Espíritu Santo" (Rom 15,13), "espíritu vivificante" (1 Cor 15,45). Nótese cómo San Basilio ha cambiado, a veces, el sentido de la cita.

19 Estas ideas se encuentran especialmente repetidas en el tratado de San Basilio sobre el Espíritu Santo. Algunos ejemplos: "La doxología que hacemos en el Espíritu no es una confesión de su dignidad, sino, más bien, una admisión de nuestra debilidad. Nosotros ponemos de manifiesto que por nosotros mismos somos incapaces de glorificar, pero que podemos hacerlo en el Espíritu" (De Spiritu Sancto 53ίγ ed. pruche, 230). "¿Cómo podrían los ángeles decir "Gloria a Dios en las alturas" si no hubieran recibido el poder del Espíritu? Pues nadie puede decir: "Jesús es Señor," si no es en el Espíritu Santo" (ibid., 52d; pruche, 178). Otros textos cf. en la obra y página citadas en la nt.15, así como en B. bobrinskoy, Liturgie et ecclésiologie trinitaire de Saint Basile 204-207.

20 Se trata de la Historia eclesiástica, cuya primera redacción puede atribuirse al patriarca Germán I de Constantinopla (715-730); cf. R. bornert, L"anaphore dans la spiritualité liturgique de Byzance. Le témoignage des commentaires mystagogiques du Vil" au XV" siécle: EOO II 240-263, aquí 246-247. Para un conocimiento más amplio del tema cf. la obra del mismo autor Les commentaires byantins de la divine liturgie du Vil" au XV siécle (París 1966).

21 Texto griego en F. E. brightmann, The Histórica Mystagogica and other greek commentaries on the byzantine Liturgy; JTS 9 (1908) 248-267.387-397. El pasaje citado se encuentra en el c.59 de la Historia eclesiástica, o.c., 393.

22 La Mystagogia fue compuesta por San Máximo el Confesor hacia los años 628-630. En ella trata acerca "de que las ceremonias de la sinaxis celebrada en la santa Iglesia son símbolos," pero de la anáfora sólo comenta "la glorificación del trisagio"; cf. R. bornert, L"anaphore dans la spiritualité 243-246.

23 Mystagogia c.19: MG 91,696BC.

24 Cf. L"anaphore dans la spiritualité 244-245.

25 Cf. ibid., 245.

26 Mystagogia c.13: MG 91.692C; cf. c.23: MG 91,700C-701B; c.24: MG 91,704C.

27 Mystagogia c.24: MG 91.704A.

Santo, santo, santo eres en verdad, Señor Dios nuestro,

que nos modelaste!"

28 Las adiciones más importantes según H. engberding (o.c., 10-24) serían las siguientes:

El verbo “abandonaste” (άπέρριψας): en la recensiσn siríaca tendríamos el equivalente a παρεΐδες, mientras que en la bizantina άπεστράψης. La idea viene a ser la misma en todos los casos, aunque no conozcamos la construcciσn primitiva.

La cita bíblica "que estábamos sumidos en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,79; cf. Is 9,1; 42,7). La cita parece haber sido atraída por el verbo principal επεφάνης, que aparece tambiιn en Le 1,79. Pero el sentido principal de "iluminar" que tiene en el texto bíblico no es aquí el apropiado. Esto bastaría, junto con la literalidad de la cita, para considerarlo como añadido posterior.

La expresión "Señor, y Dios, y Salvador nuestro Jesucristo" (cf. Tit 2,14) puede ser influencia egipcia, como ya hemos visto, aunque no está del todo claro.

Más difícil de decidir es la expresión "concediéndonos la regeneración de lo alto por el agua y el Espíritu" (cf. Jn 3,5). En todo caso, la reelaboración de San Basilio en la anáfora bizantina podría ya haber conocido un texto parecido, pues habla de la purificación por el agua y la santificación en el Espíritu en el mismo contexto.

La expresión άντίλυτρον podrνa haber sustituido a la más primitiva, conservada en las otras recensiones, αντάλλαγμα. El sentido cambia poco.

29 El hecho de que los elementos esenciales de este esquema se dan conexos solamente en el Seder Abodah de Kippur, como hemos visto (cf. p.242-246), nos hace pensar que, directa o indirectamente, también la recensión alejandrina de Basilio depende de esta fuente. Ahora bien, como esta presentación sólo se da en anáforas sirias, tendríamos aquí un nuevo argumento sobre el origen de esta anáfora.

30 Cf. B. capelle, Les liturgies "basiliennes" 71.

31 Cf. más adelante p.330ss.

32 En 1 Pe 2,7, los cristianos son llamados "pueblo adquirido por Dios"; tanto el ser ahora "pueblo" (v.10) como el haber vuelto a nacer (1,23) se hacen depender del hecho de que hemos sido rescatados de nuestro vivir antiguo por la sangre de Cristo (cf. 1,17-23).

33 A. houssiau, La anáfora alejandrina de San Basilio 72-73; el autor cita en apoyo de su afirmación el De incarnatione, de San Atanasio, 8-9 y 20-24: MG 25,109-112.129-137 (trad. franc. de P. Th. camelot en S.C 18,221-224 y 243-254); cf. también J. quasten, Patrología II 73-74; H. strater, Oie Erlosungslehre des hl. Athanasius (Friburgo Br. 1894); J. B. berchem, L·"incarnation dans le plan divin d"apres saint Athanase: Echos d"Orient 33 (1934) 316-330. Otros testimonios patrísticos pueden encontrarse en lampe, 155 (άντίλ-υτρον) y 150 (αντάλλαγμα).

34 La descripción del misterio de Cristo como una "epifanía" aparece también en San Atanasio (De incarnatione \ γ 19: MG 25.97A y 129C): έπεφάνιζε.ΡεΓο no es exclusiva de ιl. Baste ver la riqueza de testimonios recogida en lampe, 538-359 (επιφάνεια, esp. apartados B, C, D, E, G); todas las dimensiones del misterio de Cristo se expresan prácticamente con este término.

35 En este caso estamos seguros de que se trata de un añadido al texto primitivo, pues la expresión no se encuentra en el texto copto del siglo vn (cf. ed. doresse-lanne 14-15).

36 En el texto revisado por San Basilio se habrían ido introduciendo posteriormente algunas adiciones relativamente sobrias, que no cambian el sentido fundamental de la conmemoración. Siguiendo a H. engbkrding (Das Eucharistische Hochgebet 10-23), las principales serían:

"Con estas potencias bienaventuradas... decimos": omitido por la recensión armenia ( arm) y la siria ( sir). Se trata en este caso de una probable fórmula tradicional en la zona antioqueña, con la que gustaba de reemprenderse la plegaria eucarística tras el Sanctus, pues se da, además de en las dos anáforas bizantinas, con pequeñas variantes, en la anáfora siró-oriental de Teodoro y de Nestorio; cf. H. engberding, Die Angleichung der byantinischen Chrysostomus-liturgie an die byantini-scht Easiliusliturgie: OstkS 13 (1964) 117-118.

"Y santo eres en todas tus obras": om. arm. Es una cita literal de Sal 145,13.

"Cuando (...) desobedeció": om. arm, que coincide en su versión con la recensión alejandrina: "cuando violó tu mandato." El cambio de este verso pudo haber sido hecho por asimilación a Rom 5,19 ("por la desobediencia de un solo hombre") y para unir, ya desde la presentación del AT, al primero con el segundo Adán.

"no rechazaste (...) ni olvidaste la obra de tus manos": en cuanto al primer verbo, cada recensión da uno distinto, pero todas coinciden en el sentido. La idea de que Dios no rechaza la obra de sus manos tras el pecado del hombre, podría, sin embargo, ser original en la anáfora bizantina, pues coincide con una idea de la anáfora de las Const. apost. en su conmemoración veterotestamentaria y casi literalmente con una recensión de la anamnesis del Seder Abodah de Kippur (cf. L. ligier, Autour du sacrifiee eucharístique 88 nt.46).

"por boca de tus siervos los profetas... que vendría": om. arm y sir; cita tomada de Le 1,70-71 (cf. Hech 3,18). Probablemente añadido, pues es una repetición de la mención de los profetas y en un estilo personal ("nos hablaste"), que no es el propio de esta sección de la anáfora. Podría ser un resumen de la idea que se encuentra en el Benedictos y que viene sugerida ya desde el verbo "visitó."

"Dios y Padre": las distintas recensiones son muy cambiantes en cuanto a. esta expresión, que aparece tres veces: 1) "y Padre"; om. arm y sir; 2) "Dios y": om. arm y sir; 3) "y Padre": om. arm, que lo sustituye por el pronombre "nuestro." Esta variabilidad y el hecho de que la expresión "Dios y Padre" es muy usada por San Basilio podría aconsejar el considerarla original de San Basilio; así dom capelle, Ies liturgies "basiliennes" 64-65.

"se anonadó a sí mismo": om. arm y sir. Probable completamiento de la cita de Flp 2,7; no cambia el sentido del original, sino que lo completa y explícita.

"la santa Madre de Dios y santa Virgen María": om. arm y sir. Claramente añadido.

"naciendo bajo la ley": om. arm. Podría ser un complemento de la cita de Gal 4,4 en el texto.

"desató los lazos de la muerte": om. arm y sir; se trata de una cita de Hech 2,24 que explícita el sentido del descenso de Jesús a los infiernos.

"de la resurrección de los muertos: om. arm; la frase no es bíblica. En realidad no hace más que explicar el sentido del verbo "abrir el camino."

37 H. lietzmann, Messe und Herrenmahl 136-138 (ed. ingl. 111-112). Este autor señala las siguientes cuatro coincidencias: la colocación del primer hombre en "el paraíso de delicias," el "engaño de la serpiente," la "expulsión del paraíso en justicia," la decisión de Dios de llamar al hombre a la "regeneración." Se pueden añadir: la decisión de Dios de no rechazar definitivamente al hombre, criatura suya según Const. apost., obra de sus manos según esta anáfora; la "ayuda de la ley"; el envío de los profetas; el establecimiento de ángeles guardianes.

38 L. ligier, Anaphores orientales et prtéres juives. 1. Du Sanctus jusqu"a la consécration: l"anaphore de Saint Easile: POrCh 13 (1962) 3-20.

39 Cf. o.c., en nt.38, 18-20.

40 Véase la explicación de las diferencias existentes entre la anáfora de las Const. apost. y la bizantina de San Basilio en relación con el texto judío base en el artículo de Ligier, cit. en nt.38, 16-17.

41 Cf. B. capelle, Les ¿iturgies "basiliennes," o.c., 57-60, donde se aducen textos de las obras de este santo Padre, especialmente los cuatro siguientes: Regúlete fusius tractatae II 3: MG 31,913C; De Spiritu Sancto 39 (ed. pruche, 180); Carta 261: MG 12,969A; Homilía V in Hexaemeron: MG 29,108C.

42 Una idea sobre quiénes pueden ser estos "varones santos" la da Eclo 44, un texto que probablemente tenga relaciones muy estrechas con la conmemoración del Seder Abodah de Kippur (cf. C. roth, Ecclesiasticus in the Sjnagogue Service: Journal of Biblical Literature 71 [1952] 171-178). En efecto, este himno final del Eclo se presenta desde sus comienzos como una alabanza rememorativa de los "ilustres varones" y de "nuestros padres según las generaciones" (44,1); a continuación califica a todos los que seguirán como "hombres de bien" (44,10). En la continuación de la alabanza se habla de los prodigios de Aarón (45,19), se describen los obrados por Josué (46,1-6) y otros; se recuerdan, en general, los prodigios de Elias (48,4) y de Elíseo (48,14), etc. Lo importante aquí no son sólo las coincidencias verbales, sino el contexto semejante.

43 έπισκέπτω es usado aquν en el sentido de que Dios visita a los hombres con un cuidado providente ; cf. lampe, 531.

44 Cf. p.251ss.

45 El único pasaje en que este pronombre aparece no tiene correspondencia con el texto primitivo y probablemente es posbasiliano. Se trata de la frase "por boca de tus siervos los profetas nos hablaste, preanunciándonos la salvación que vendría"; cf. sobre ello nt.36.

46 Es probable que en este planteamiento de la acción de Dios se refleje la preocupación antimaniquea, que San Basilio manifiesta en su sermón sobre el tema "Dios no es autor de los males que nos afligen" (cf. MG 31,329-354). De hecho, dom Capelle ha señalado la semejanza entre el planteamiento de la solicitud de Dios para con los hombres a lo largo de la historia en este sermón (cf., sobre todo, el párrafo MG 31,434-345) y en la sección veterotestamentaria de la anáfora bizantina de San Basilio (cf. B. capelle, Les liturgia "basiliennes" 58). Es notable el cambio de perspectiva de la anáfora bizantina de San Basilio con respecto a la recensión alejandrina: mientras que en la anáfora alejandrina la santidad de Dios resplandece en la tierra por medio de la salvación, casi identificándose de ese modo santidad y gloria de Dios, en la anáfora bizantina la santidad de Dios se entiende, más bien, en un sentido moral: Dios es tan perfecto, que manifiesta su bondad y su justicia en todas sus obras; cf. A. houssiau, La anáfora alejandrina de San Basilio 71.

47 MG 29.400C; cf. B. capelle, Les liturgies "basiliennes" 63-64.

48 En la frase que comentamos nótese la alusión a la creación del cosmos: "por quien habías hecho todos los siglos" (Heb 1,2). Aunque la anáfora bizantina de San Basilio no enumera entre los hechos de la conmemoración veterotestamentaria a la creación —cosa que sí sucede en la anáfora de las Constituciones—, el hecho de estar citada en este contexto sugiere que la creación del cosmos encuentra también su plenitud, su "madurez," en Cristo. La preposición "por" traduce aquí Sidc, e indica mediación: el mundo ha sido creado por Dios mediante el concurso de su Hijo.

49 Dom B. Capelle ha individuado unas cuarenta citas del NT en esta sección, tomadas en su mayoría de los escritos de San Pablo; cf. Les liturgies "basiliennes" 60-63 Sobre el modo de usar la Escritura el revisor de esta anáfora, cf. L. bouyer, Eucharistie 282-283.

50 El cambio operado con relación a la anáfora alejandrina refleja, probablemente, la actitud de San Basilio contra Eunomio, defendiendo la preexistencia del Verbo. Dom B. Capelle señala varios testimonios con expresiones semejantes a las de la anáfora; o.c., 65-66.

51 Sobre la incorruptibilidad como íntimamente unida a la participación de la vida en el pensamiento de los Padres griegos, cf. I. H. dalmais, Divinisation, en Dictionnaire deSpiritualité III 2,1376. Sobre el lazo entre el hombre-imagen de Dios y su divinización en la tradición teológica oriental, cf. P. evdokimov, L'orihodoxie (Neuchátel 1959) 83; VI. lossky, Essai sur la théologie mystique de fÉglise dOrient (París 1944) 119. La doctrina del hombre como imagen de Dios ha sido profundizada principalmente por San Gregorio de Nisa, que precisamente compuso su obra De hominis opificio con el fin exclusivo de completar la de su hermano sobre la creación, contenida en las nueve homilías /" Hexaemeron; la doctrina de San Gregorio de Nisa sobre este tema ha sido estudiada por R. leys (L'image de Dieu chez Saint Grégoire de Njsse, esquisse d'une doctrine, Bruselas-París [Museum Lessianum, Sect. Philol. 49] 1951). San Gregorio emplea el término "imagen" (είκών) como la expresiσn adecuada de los dones divinos con que fue dotado el ser humano, es decir, como la expresión de su condición original de perfección (cf. J. quasten, Patrología II 306-307, con bibliografía)

52 Hech 23,1; Flp 1,27; en voz media y con el significado de "comportarse como ciudadanos."

53 Cf. DS 40.

54 Cf. lampe, 1301; anáfora de Santiago (PE 247). Probablemente, éste es también el sentido de la expresión de la anáfora nestoriana del siglo vi: "et cum esset Deus de Deo conversatus est ínter nos..." (PE 401).

55 Así, se habla de la verdad del Evangelio, que ha tomado carta de ciudadanía en el mundo (In Psalmum 32: MG 29,341 B); de la costumbre, que ha tomado carta de ciudadanía en las Iglesias (Carta 54; ed. Y. courtonne, Saint Basüe, Le/ires. Texte établie et traduit [París 1957] I 131); de las normas habituales introducidas en la vida (Carta 73,3; ed. courtonne, 171); de las cosas malas introducidas en la vida (Carta 101: MG 32,508A); de la fe introducida en nuestra Iglesia (Carta 140,2: MG 32.538B); de la idea del pecado que no se introdujo entre los paganos (Carta 160,8: MG 32.625B); de las ceremonias sacramentales introducidas sin documentos escritos (De Spiritu Sancto 71; ed. pruche, 245); de la voz introducida en las Iglesias (ibid., 75; ed. pruche, 253); de la denominación de cristianos, introducida por primera vez en Antioquía (Carta 258: MG 32.950C-952A). Cf. B. capelle, Les liturgies "basiüennes" 66-67. La expresión castellana "tomar carta de ciudadanía," que, aplicada a una cosa, significa que ella se ha introducido en un ambiente y se ha hecho habitual, me parece una buena traducción del έμπολιτεύω, usado en este sentido.

56 La expresión "promulgando decretos de salvación" parece ser una modificación de la paralela de Basilio Alejandrino: "nos mostró caminos de salvación." En el NT no hay ningún paralelo con esta frase; dom Capelle tampoco parece haberlos encontrado en San Basilio, pues ni siquiera la comenta.

57 Para San Pablo, la ley, aunque sea santa y espiritual (cf. Rom 7,12.14), es, sin embargo, por sí misma impotente para salvar al hombre carnal, vendido al poder del pecado (cf. Rom 7,14); lo más que hace es dar el conocimiento del bien, pero no la fuerza para cumplirlo (cf. Rom 7,16-25); da el conocimiento del pecado (cf. Rom 3,20; 7,7; 1 Tim 1,8), pero no el poder de sustraerse a él, pues los judíos que la poseen son pecadores al igual que los paganos (cf. Rom 2,17-24).

58 Cf. Les liturgies "basiliennes" 69-70.

59 Adversas Eunomium II 19: MG 29,612C.

60 Adversas Eunomium II 22: MG 29,620C; también De Spiritu Sancto 47 (ed. pruche, 198); Carta 189,4: MG 32.688C; Carta 226,4: MG 32.849C.

61 In Psalmum 59: MG 29,464B, exégesis del título.

62 De ludido Dei \: MG 31.653A.

64 Para una primera mirada de conjunto véanse los artículos Conocimiento, Error, Mentira, del VTB.

65 No olvidemos que en el NT la idolatría no es sólo la adoración de los dioses falsos, sino toda actitud que lleve a no servir al Señor y convierta al ser humano en esclavo de las cosas creadas. Así, son descritos como ídolos el dinero (Mt 6,24), el vino (Tit 2,3), la voluntad de dominar al prójimo (Col 3,5; Ef 5,5), el poder político (Ap 13,8), el placer, la envidia, el odio (Rom 6,19; Tit 3,3), el pecado (Rom 6,6) e incluso la observancia material de la ley (Gal 4,8-9). Todo esto conduce a la muerte (Flp 3,19). 3 De Spiritu Sancto 74 (ed. pruche, 251).

66 Dom Capelle ha observado el cambio del χαρισάμενος del texto primitivo por κτησάμενος (“adquiriendo”), verbo muy usado por San Basilio; la graduaciσn, quizá intencionada, de las acciones de Jesús: adquiriendo, purificando, santificando, se entregó a la muerte, y la corrección del empleo inexacto de Rom 5,14, lo que lleva a San Basilio a suprimir la frase del reinado de la muerte sobre los hombres; cf. Les liturgies "basiliennes" 70-71. La frase "abriendo a toda carne un camino" no es bíblica y no la he encontrado ni en las obras que he examinado de San Basilio ni en otras anáforas. Dom Capelle tampoco dice nada al respecto. La cita de Rom 3,20 que este autor aduce como referencia, se refiere solamente a la construcción "toda carne," pero en un contexto totalmente distinto del de la frase de la anáfora.

67 El hades equivale aquí al seol, el lugar donde estaban los justos del AT. Una notable y breve introducción a la concepción judía del seol se encontrará en el artículo 68 Cf. X. LÉON-DUFOUR, Resurrección de Jesús j mensaje pascual (Salamanca 1973) 74.

69 El revisor posterior a San Basilio parece haber entendido este pasaje de un modo algo diverso: "y descendiendo por la cruz al Hades para llevar a cumplimiento todo por sí mismo, desató los lazos de la muerte." Esta traducción es posible por el doble significado de πλερ06): llenar, llevar a cumplimiento. Con ello este revisor ha adelantado la idea que sigue como explicación de la resurrección. "Infierno, Infiernos" de J. guillet, en VTB 375-377.

70 El texto es del Perí Pascha, de Melitón de Sardes, 102.780-786 (ed. de O. perler, Méliton de Sardes, Sur la Vaque [París (SC 123) 1966] 122).

71 san juan crisóstomo, Sermo catecheticus in Sanctum Pascha; MG 59,723-724

72 Cf. nt.7 anterior. Establezco el texto conforme a las siguientes normas: para la anáfora alejandrina traduzco del texto de Renaudot. Subrayo las partes no existentes en el "xto copto, según la edición de Doresse-Lanne. Otras variantes interesantes van en notas. El códice Karmarcik no aporta variantes notables a esta parte.

Para la anáfora bizantina sigo el texto de Brightman, subrayando los puntos no existentes en la recensión armenia, según la traducción de Renoux. De esta manera se obtiene, al menos aproximadamente, una base para establecer los añadidos posbasilianos. Suprimo en todo caso las intervenciones del diácono en ambas recensiones, por ser evidentemente tardías.

73 "probándolo"] "santificando"; texto copto.

74 "ofrecemos"] "hemos ofrecido": texto copto.

75 "de tus dones"] add "este pan y este cáliz"; texto copto.

76 "y te rogamos"] add "Dios nuestro"; texto copto.

77 "siervos tuyos"] "y miserables"; texto copto.

78 "santos misterios"] "cosas santas"; texto copto.

79 La conclusión doxológica del texto copto es notablemente diferente: .".. por Jesucristo y el Espíritu Santo.

El Padre en el Hijo,

el Hijo en el Padre con el Espíritu Santo

en tu santa y única católica Iglesia."

La conclusión doxológica de la recensión armenia es también muy diferente de la que

tiene la recensión bizantina.

80 A. Raes señala como particularidades egipcias en el texto copto de San Basilio las siguientes: la introducción del relato institucional con la partícula causativa γαρ; la repeticiσn del mandato memorial ("haced esto en conmemoración mía") tras las palabras sobre el pan y sobre el cáliz (otros paralelos: papiro Manchester; PE 120; anáfora copta de Cirilo Alejandrino: PE 137; alejandrina de San Gregorio Nacianceno: PE 364; armenia del katholikos Sahak: PE 334); el aoristo "te hemos ofrecido" y la construcción "de tus dones" en la anamnesis; la peculiar doxología con que termina la anáfora (cf. Un nouveatf document 402-404).

Como datos arcaicos señala el mismo autor los siguientes: en el relato institucional, su factura, en general muy sobria; la ausencia de cualificativos acerca de las "manos" del Señor (paralelos: anáfora de Hipólito y papiro copto Lonaina 27, más la anáfora de Serapión y la siró-oriental de Teodoro); la ausencia de "dio gracias" sobre el pan; la no mención de la resurrección en la frase, de origen paulino, "cuantas veces comáis..." En la anamnesis, la mención expresa de los dones ofrecidos "este pan y este vino" (únicos paralelos: anáfora de Hipólito y tablilla copta de la anáfora de San Marcos; cf. p.147 de este trabajo) y la ausencia de la expresión κατά πάντα και δια πάντα. En la epiclesis, la ausencia de la secciσn en que expresamente se pide la transformación de los dones (único paralelo: anáfora de Hipólito). La fórmula "te hemos ofrecido lo que es tuyo de tus dones" es juzgada por Raes como probablemente de origen no egipcio; cf. para todo esto Un noiaieau document 406-407.403.

De todas estas notas, sin embargo, parece discutible la apreciación de que el γαρ que introduce a la institución eucarística en la anáfora copta sea de origen egipcio; la razón es que encontramos la misma construcción en la recensión bizantina de San Basilio, así como en las Constituciones Apostólicas (PE 92); por tanto, podría pertenecer al texto original.

81 No todas, sin embargo. Así, p.ej., el adjetivo apuesto a la muerte de Jesús, "celebrada (άοίδιμον) parece reflejar el vocabulario de San Basilio (cf. B. capelle, Les Íiturgies "basiliennes" 73) y la supresión del participio "mezclando" en el relato institucional es siempre sospechosa en una anáfora armenia, dada la discusión sobre tal punto en esta Iglesia (cf. sobre esta discusión J. M. hanssens, Institutiones liturgicae II 250-265). Por supuesto, es siempre preferible aquella lectura en que la recensión bizantina coincide con la alejandrina en contra de la armenia.

82 Engberding considera como probable que la expresión "ofreciéndote lo que es tuyo de lo que es tuyo en todo y por todo" pertenezca a la anáfora de San Basilio bizantina; sobre ella habría sido redactada e "igualada" la anáfora de San Juan Crisóstomo en este punto (cf. Die Angleickung áer byzaníinischen Chrysostomas liturgie 118-119). No obstante, este dato aún no nos dice si la fórmula proviene o no de San Basilio; el hecho de que no se encuentre en la recensión armenia parece indicar que ha sido añadida posteriormente. La ekfónesis, sin embargo ("te alabamos, te bendecimos," etc.), parece provenir de una tradición muy antigua del Patriarcado de Antioquía (cf. R. J. ledogar, Acknoívledgment 30-32). En cuanto a la doxología final, parece que se debiera seguir la misma sentencia que sugiere Engberding para la frase de la anamnesis comentada en primer lugar de esta nota, pues es común a las anáforas de Basilio y de Crisóstomo, pero no se encuentra en la recensión armenia.

83 Un procedimiento semejante observamos en la anáfora clementina (cf. PE 93), en la anáfora persa del siglo vi (PE 401) y en la anáfora siró-oriental de Nestorio (PE 390).

84 Así en Addai y Mari: "glorificando, exaltando, conmemorando y celebrando este misterio (raza) grande y tremendo de la pasión, de la muerte y de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo" (cf. p.114 de este trabajo). En la anáfora de Teodoro: "qui cum apostohs suis, ea nocte qua traditus est, celebravit mysterium (raza) hoc magnum..."; "sicut praeceptum nobis est... celebramus mysterium magnum... per quod facta salus est magna universo humano generi" (PE 383). Anáfora clementina: "éste es el misterio de la nueva alianza" (Const. apost. VIII 12,36; cf. el texto en p.256 de este trabajo; además, cf. VIII 5,7). Muy interesante es también el texto de Eusebio en su tratado sobre la Pascua (c.9: MG 24,704A; TEP 1,206-207), donde presenta a la Eucaristía como el nuevo y saludable misterio del NT, el cual él entregó a sus discípulos la noche en que Jesús celebró la Pascua y por el cual todos los hombres habían de celebrar la Pascua.

85 Cf. B. capelle, Les liiurgies "basiliennes" 72; A. raes, Un nouveau document 407-410. Con ejemplos concretos subraya también dom Capelle dos rasgos de vocabulario basiliano en esta pequeña frase: el sustantivo υπομνήματα y el calificativo de "salvadora" dado a la pasión.

86 Con muy buen acierto, A. Raes compara la función de este engarce con la función que tiene la primera epiclesis en la anáfora de San Marcos, seguida del δτι, que la une con el relato institucional (cf. Un nouveau document 410). L. Ligier, comentando este cambio en relación con la anterior conmemoración de la historia salvífica, subraya cómo ahora se sitúa a la Eucaristía en su relación sacramental respecto a la pasión y a la economía anteriormente conmemoradas, y nota cómo este aspecto es puesto particularmente de relieve por la anáfora de Nestorio: "et reliquit nobis commemorationem salutis nostrae, mysterium hoc quod offerimus coram te" (PE 390); cf. Célébration divine et anamnése 249-252. Compárese todo esto con lo dicho sobre la anáfora de las Const. apost en p.258-260.

87 Tanto en este caso como en todo este resumen de Basilio Alejandrino seguimos el texto más primitivo. En cuanto a la interpretación de la conclusión "en todo y por todo," cf. A. raes, Kata panta kai punta. En tout et par tout 216-220.

88 El texto original dice: "y te rogamos... nosotros los pecadores e indignos... y te adoramos, con el beneplácito de tu bondad, venga tu Espíritu Santo..." A. Raes ha dado buenas razones para puntuar de este modo la frase: "y te adoramos: que con el beneplácito de tu bondad venga tu Espíritu Santo." Asimismo sugiere, aduciendo también buenas razones, que el verbo "adorar" (προσκυνεΐν) probablemente deba ser aquν interpretado en su sentido material de "inclinarse en adoración"; cf. Un nouveau document 410-411.

89 La frase άγια αγίων no es mαs que un superlativo de άγιος, tιrmino normalmente usado en el siglo IV para designar entre otras cosas, las realidades eucarísticas; cf. lampe, 18, άγιος, B.2.b. La construcción gramatical de esta frase en Basilio Alejandrino permite, sin embargo, aplicar este apelativo, así como los verbos "santificar" y "poner de manifiesto," también a los fieles. Sobre este hecho y el significado de "poner de manifiesto" (άναδείξαι) vιase más adelante.

90 Así lo subraya, con razón, A. houssiau, La anáfora alejandrina de San Basilio 79-80.

91 La noción de "antitipo" aparece ya en Heb 9,24 y 1 Pe 3,21; en el primer caso, el templo era "antitipo" (figura) del templo verdadero, Cristo; en el segundo, el bautismo es "antitipo" (contrafígura), realidad prefigurada por el agua, mediante la cual se salvó Noé con el arca. La Tradición Apostólica de Hipólito usa el término, referido a la Eucaristía, en dos ocasiones (c.21; ed. botte [Münster] 54-55; c.38; ibid., 84-85); en ambos casos tiene un sentido realista y no simbólico. El sentido que le da aquí la anáfora es también realista. En el mismo sentido se encuentra en San Cirilo de Jerusalén (Cat. mist. V 20; cf. IV 3; ed. piedagnel, 170 y 136), San Gregorio Nacianceno (Oratio 8,18 y 17,12: MG 35.809C y 972), Constituciones Apostólicas (V 14,7; ed. funk, 273) y otros textos de la época. Posteriormente, y de un modo especial en la época de la controversia iconoclasta, será usado sólo en sentido simbólico; cf. para todo esto lampe, 159; B. bobrjnskoy, o.c., en nt.128 218-219. Sobre si la frase "presentar los antitipos del cuerpo y la sangre de Cristo" pertenecería a San Basilio o no, A. raes muestra sus dudas (Un nouveau document 411) y B. bobrjnskoy, en el trabajo citado, no presenta ningún texto de San Basilio que se pueda poner en paralelo con la frase de la anáfora.

92 En las tres ocasiones con distinto matiz, pero con un aspecto común. Así, en el relato institucional significa "mostrar el pan," "elevarlo," pero usado en un contexto claramente consecratorio: "dando gracias, bendiciendo, santificando, mostrando...," lo que daría como significado "mostrar" lo que verdaderamente el pan es tras la acción sacramental. En la epíclesis, este contexto es muy semejante: bendecir, santificar. En la intercesión final por la paz de la Iglesia se dice: "Fac ut cessent schismata Ecclesiarum... suscipe nos omnes in regnum tuum filios lucís ac diei, manifestans (άναδείξας) nobis pacem tuam, et dilectionem tuam largire nobis, Domine" (PE 243); el sentido, claramente, es que esa paz se haga presente.

93 Recordemos, en primer lugar, consecratorio de αναδεικνυμι cf. G. atchley, On the Epiclesis of the Eucharistie Liturgy and in the Consecration of the Font (Oxford 1935) 134-137; los testimonios cristianos aducidos por este autor para probar la legitimidad de este significado han sido recogidos por lampe, 101.

94 Así, p.ej., Le 10,1 y Hech 1,24 lo usan para la designación o "elevación" al ministerio apostólico. Eusebio de Cesárea lo usa para designar la elevación de Melquise-dec al sacerdocio (Historia ecclesiastica I 3,17; ed. velasco [BAC 349], 22); cf. otros textos en lampe, 101.

95 B. bobrinskoy, Liturgie et ecclésiologie trinitaire 216-217.

96 L"Eucharistie et le Saint Esprit: NRT 100 (1968) 363-387.

97 Cf. ibid. El doble fundamento de la acción del Espíritu Santo en la Eucaristía en cuanto que el acto eucarístico es actualización hoy de la obra salvífica de Dios por el Espíritu como "fuerza de Dios" y en cuanto que es un acto del señorío de Jesús "en Pneumati," es ampliamente descrito por este autor, que concluye del siguiente modo: "Le Seigneur Jesús demeure done, on le voit, le foyer de cette mystérieuse apparitíon de sa Chair et de son Sang dans le sécret des signes sacramentelles. L"intervention de l"Esprit ne s"ajoute pas á la sienne; elle y est par tout elle-méme intégrée. II n"y a done pas simple parallélísme, voir opposition, entre ce qui á ce niveau du fait eucharistique releve de l"étre glorifié de Jesús et ce qui y releve de l"Esprit. II s"agit d"une unique et seule realité: l"exercise en acte de la Seigneurie de Jesús Christ. On pourra l"aborder soit sous l"angle plus immédiat de l"énergie qu"y déploire l"Esprit, soit sous l"angle de l"engagement personnel du Seigneur Jesús lui méme. II reste que de fait l"efficacité de l"Esprit et celle du Seigneur relévent alors d"une unique et infrangibie mystére. Ce qui explique pourquoi dans quelque ligne d"explicitation théologique que Γόη se situé on en arrive toujours aux mémes effets" (ibid., 385).

98 La expresión de Basilio Alejandrino: "a fin de que llegemos a ser un cuerpo y un espíritu," se refiere aquí a la realidad misteriosa de la Iglesia; cf. A. houssiau, La anáfora alejandrina de San Basilio 82-83. Esta dimensión eclesial de la Eucaristía, menos acentuada en la epiclesis bizantina, es, sin embargo, ampliamente desarrollada en las intercesiones de la misma anáfora; cf. B. bobrinskoy, Liturgie et eulésiologie trinitaire 232-240.

99 La expresión "comunión (κοινωνία) del Espνritu Santo" en la epiclesis parece exclusiva de las liturgias bizantinas. Estudiando esta noción en San Basilio, en cuyo tratado sobre el Espíritu Santo representa una noción clave, B. Bobrinskoy llega a la siguiente conclusión: este término es empleado, por una parte, en relación con la vida divina intratrinitaria y, por otra parte, para describir la intimidad del hombre, renovado por el bautismo, con Dios por la acción del Espíritu Santo. En el primer sentido, el término κοινωνία indica la plena participación del Espíritu Santo en la vida divina intratrinitaria; es una afirmación de la divinidad del Espíritu Santo. En el segundo, la "comunión del Espíritu Santo" designa la participación de los fieles en la vida divina por la acción santificadora del Espíritu. Aunque no se puede demostrar que esta expresión de la anáfora se deba a San Basilio, sí parece legítima una conexión entre el significado que ella tiene en el tratado basiliano sobre el Espíritu Santo y el que debe tener en la anáfora; cf. Liturgie et ecclésiologie trinitaire 222-231. Sobre la teología neotestamentaria de la κοινωνία, que estα en la base de las reflexiones de San Basilio, puede consultarse L. S. thornton (The Common Life in the Body of Christ, Londres 1942), donde se subraya cumplidamente la dimensión pneumatológica de la koinonía en las epístolas paulinas y joaneas.

100 Esta tensión entre el ya y el todavía no de la Historia de la Salvación ha sido estudiada en la anáfora de San Basilio, dialogando constantemente con O. Cullmann, por E. lanne (L"Histoire du Salut dans la liturgie byzantine, en Oikonomía. Heilgeschichte ais Thema der Theologie. O. Cullmann . Geburtstag [Hamburgo 1967] 140-154).

 

 

 

4. La Anáfora Alejandrina de San Gregorio Nacianceno.

 

Contexto y Documentación.

De las tres anáforas actualmente usadas por la Iglesia copta, hemos estudiado ya dos1, y vamos a dedicar ahora un detenido estudio a la tercera, la atribuida a San Gregorio Nacianceno, actualmente usada en las fiestas del Señor; concretamente, en Navidad, Epifanía, Pascua y domingo de Ramos2. De ella han llegado hasta nosotros dos recensiones: una griega, conservada en dos manuscritos 3, y otra copta4. La redacción original de esta anáfora parece haber sido hecha en griego, lengua de la que se tradujo a los distintos dialectos coptos5. Su origen hay que ponerlo, sin duda alguna, en Siria o, al menos, en una zona influenciada por la liturgia siria6. La época de composición parece poder situarse entre los años finales del siglo IV y los comienzos del siglo V7. Sobre su autor, prácticamente, nada sabemos. No parece que se pueda afirmar la autoridad de San Gregorio Nacianceno (330-390 d.C.), cuyo nombre lleva; pero ciertamente conocía los escritos de este Padre el que compuso la anáfora, pues, como veremos, hay bastantes coincidencias entre ellos y la plegaria eucarística que estudiamos8.

La estructura de la anáfora es claramente siro-antioqueña, aunque con no pocos rasgos egipcios, los cuales probablemente no serían originales. Para facilitar el estudio de ella la dividimos en tres grandes secciones, como hemos hecho ya con otras anáforas de parecidas características 9.

 

La Liturgia Celeste y la Liturgia Terrena.

 

"Digno y justo. Digno y justo. (Digno y justo.)

Pues en verdad es digno y justo alabarte,

bendecirte10, adorarte, glorificarte;

el único verdadero Dios,

el amigo de los hombres (φιλάνθρωπο ν),

el inefable, invisible,

infinito, sin principio; el eterno,

atemporal, inconmensurable; el inmutable, el incomprensible;

Creador de todo, Redentor de todos;

que otorgas gracia a todas nuestra iniquidades,

que curas todas nuestras enfermedades11,

que liberas nuestra vida de la corrupción,

que nos coronas de amor y de ternuras.

El que eres, Dios, Señor verdadero de Dios verdadero;

que nos has mostrado el resplandor del Padre,

que nos has concedido

el conocimiento verdadero del Espíritu Santo,

que nos has manifestado este gran misterio de la vida,

que has establecido un coro de seres incorpóreos

entre los hombres,

que has entregado a los que están en la tierra

el himno de los serafines,

acoge, junto con el de los seres invisibles,

también nuestro canto;

únenos a las potestades celestes,

alabemos también nosotros con ellas;

desechando todo pensamiento vano,

clamemos como ellos con voces sin fin aclaman;

con voces incesantes cantemos himnos a tu grandeza.

Pues en torno tuyo asisten los serafines12,

de seis alas cada uno:

con dos alas ocultan sus rostros,

con dos los pies

y con las otras dos vuelan,

mientras uno a otro se gritan

el himno triunfal de nuestra salvación

con espléndida voz, con voz clara 13,

entonando himnos, cantando,

clamando, glorificando,

gritando y diciendo: "Santo, santo, santo,

Señor Sabaoth. Lleno está el cielo

(y la tierra de tu santa gloria.

Hosanna en las alturas.

Bendito el que ha venido

y viene en nombre del Señor.

Hosanna en las alturas)."

 

Toda la celebración divina está claramente estructurada según el siguiente esquema: exposición de la alabanza divina con diversos verbos, títulos divinos, continuación de la alabanza con palabras bíblicas (Sal 103:2-3), alabanza celeste, súplica para ser agregados a la alabanza celeste, alabanza de los serafines, que introduce el Sanctus, sanctus.

El tono general, prescindiendo de cuáles pudieran ser los verbos primitivos, es de alabanza; falta la referencia a una acción de gracias. La alabanza va dirigida a Dios, de quien se predican varios títulos. Estos reflejan la teología tradicional del siglo IV sobre la incomprensibilidad de Dios. En efecto, no se trata de describir la esencia de Dios, porque ésta es incognoscible al ser humano y a los ángeles, sino de subrayar la inabarcabilidad de la esencia divina mediante apelativos negativos referentes a Dios y de confesar la existencia divina y su obra en favor de los hombres, únicos datos que de Dios se pueden conocer14. Esto último se pone de relieve al subrayar que la alabanza se dirige al único Dios verdadero existente, al Dios filántropo (término que anuncia ya el tema dominante de la anáfora), al Dios creador y al Dios redentor.

La mayor originalidad de esta sección y la clave para interpretar el proceso de ideas que en ella se expresan reside en la súplica para ser agregados a la alabanza celeste. Engberding ha subrayado que se trata de un pasaje de neta factura egipcia,

pues es el único que acentúa la unión de los fieles con la liturgia celeste en el cántico de alabanza, aspecto este común a las liturgias egipcias, mientras que, a continuación, el cántico del Sanctus es referido sólo a los ángeles, según la tradición siria15. La función de esta súplica es, en efecto, muy semejante a la que encontramos en el mismo lugar de la anáfora del eucologio de Serapión16; se ha subrayado la necesidad de alabar a Dios y, a la vez, la imposibilidad de conocerle como se debe; se deja por eso la alabanza a la Escritura revelada (palabras del salmo) y a los ángeles; y se pide, finalmente, que nuestra alabanza sea unida a la de los ángeles. Esta petición se dirige a Cristo, el que ha hecho posible nuestra alabanza, porque nos ha mostrado al Padre, nos ha dado a conocer el Espíritu, nos ha manifestado el misterio de la vida en su pleno sentido, nos ha dado en compañía a los ángeles y ha entregado a los seres humanos el cántico celeste de alabanza de los serafines 17. Cristo hace, por tanto, posible que en la liturgia el cántico de los participantes en ella sea ya un cántico común con el de los ángeles, es decir, que sea ya un anticipo en el presente de la liturgia celeste llevada a cabo constantemente por los coros angélicos; un anticipo de la salvación definitiva. En este sentido hay que entender el apelativo que se adjudica al Sanctus, al que se llama himno triunfal "de nuestra salvación." La traducción más exacta sería "de nuestros acontecimientos salvadores." El Sanctus es así visto como el cántico de victoria, proclamado en unión con los ángeles, por los acontecimientos que han contribuido a la salvación, de la que el cántico litúrgico es ya un anticipo gozoso, como lo es la celebración en la que se entona18.

 

"Santo, santo eres, Señor y santísimo. Extraordinario es el resplandor de tu ser, inefable la fuerza de tu sabiduría; ningún discurso es capaz de abarcar el mar de tu filantropía.

Me hiciste a mí, como amigo de los hombres que eres,

no como si tú necesitases de mis servicios,

que, más bien, yo era el necesitado de tu señorío;

a mí, que no era nada, por tus entrañas de misericordia me

creaste.

Para mí colocaste el cielo como techo,

para mí afirmaste la tierra como suelo,

por mí embridaste el mar,

por mí hiciste surgir la gama de los animales.

Todo lo has sometido bajo mis pies,

ni una sola has omitido de las obras de tu filantropía para

conmigo.

P. Señor, ten piedad.

Tú me modelaste

y pusiste tu mano sobre mí;

dejaste impresa en mí la imagen de tu potencia:

infundiste el don de la razón19,

para mi deleite abriste el paraíso,

me entregaste la enseñanza de tu conocimiento,

me mostraste el árbol, el leño de la vida me hiciste ver,

me descubriste el aguijón de la muerte,

de una planta me prohibiste probar,

de esa sola me dijiste: "No comerás."

Comí20,

infringí la ley21,

desprecié el mandato a sabiendas22,

arrebaté la sentencia de muerte yo mismo.

Tú, para mí, ¡oh Soberano!, cambiaste la sentencia23;

como buen pastor, corriste tras el extraviado;

como verdadero Padre, te condoliste conmigo, el caído;

de todas las medicinas necesarias para la vida me rodeaste.

Tú mismo para mí24 enviaste profetas;

por mí, el enfermo25, diste como ayuda la ley.

Tú mismo a mí me procuraste lo necesario

para sanar aquello en que había prevaricado;

como luz para los extraviados surgiste;

para los ignorantes, el siempre presente, acudiste,

a un seno virginal viniste .

Siendo Dios infinito,

no te aferraste al ser igual a Dios como al botín de una rapiña,

sino que te anonadaste a ti mismo,

tomando forma de siervo;

en tu naturaleza hiciste bendita la mía,

por mí cumpliste la ley,

me indicaste cómo he sido levantado de mi caída;

diste la remisión a los que estaban sometidos en el Hades,

hiciste desaparecer la maldición de la ley,

en carne destruiste el pecado.

Me mostraste la fuerza de tu poder:

devolviste la vista a los ciegos,

resucitaste de los sepulcros a muertos,

con la palabra restauraste la naturaleza.

Me mostraste la obra de tu misericordia entrañable:

soportaste la violencia de los malvados,

tus espaldas ofreciste a los latigazos,

tus mejillas sometiste a las bofetadas,

por mí ni siquiera apartaste tu cara

de la ignominia de los escupitajos.

P. Señor, ten piedad.

Como un cordero viniste al sacrificio27,

hasta la cruz28 demostraste la solicitud para conmigo;

en tu sepultura hiciste morir mi pecado,

hiciste subir al cielo mis primicias,

me declaraste la parusía de tu venida,

cuando vendrás a juzgar a vivos y muertos

y a retribuir a cada uno según sus obras.

 

a) El esquema salvífíco general.

La exposición que se hace de la Historia de la Salvación en general no nos resulta nueva en este texto29. Se estructura claramente según el esquema que ya hemos estudiado en este tipo de anáforas: Introducción:

 

resplandor del ser divino; su inefable sabiduría; su

inabarcable filantropía. Misericordia divina:

creación gratuita del hombre por amor; creación de la

naturaleza por el hombre; plasmación del hombre, su

situación en el paraíso, comunicación de la "enseñanza

de tu conocimiento." Pecado del hombre:

el hombre viola el mandato divino en el paraíso. Justicia divina:

con ello se gana la sentencia de muerte. Misericordia divina:

la salvación a lo largo del AT; encarnación, vida y

pasión de Cristo; muerte y resurrección; anuncio de la parusía.

 

Las fuentes últimas de este esquema ya las hemos estudiado en otra parte 30. Como en las anteriores anáforas, predomina en toda esta sección el amor de Dios sobre su justicia, aquí particularmente subrayado mediante la insistencia en la filantropía divina y mediante la dramática relación "tú-por mí"31. Sin embargo, no se agota aquí la riqueza histórico-salvífica de esta anáfora. Una serie de peculiaridades merecen ser estudiadas, pues no son indiferentes a una concreta visión de la Historia de la Salvación.

 

b) La acentuación cristocéntrica y la relación "tú-por mí."

A primera vista se observa que toda la conmemoración va dirigida a Cristo; incluso los mismos acontecimientos de la creación y del AT son referidos a él. Como hemos apuntado, este hecho ha sido interpretado en la línea de un signo de monofisismo32. Sin embargo, con sólo esta apreciación no se puede explicar la manera tan viva y concreta de subrayar los aspectos humanos de Jesús al describir su pasión y su muerte. Por eso, con más acierto a mi modo de ver, Hammerschmidt pone en relación este dato con la constante referencia de todos los acontecimientos al sujeto orante, al "yo" que recita la plegaria, y halla el origen de este modo de orar en una profunda piedad cristocéntrica surgida como reacción apologética contra el arrianismo, que sería un reflejo de la piedad y las luchas antiarrianas 33. Hammerschmidt nota asimismo que únicamente en este pasaje de la anáfora encontramos una masiva referencia al sujeto que dirige la oración. Las expresiones "tú-por mí," "tú-para mí," "tú-a mí," se repiten casi en cada línea. Este autor no puede dar razón de tal hecho. Todo lo más, afirma, en caso de que se pueda determinar una fuente concreta de ello, habría que buscarla siempre en el contexto de la reacción antiarriana34.

Precisamente una respuesta a estas cuestiones puede encontrarse, a mi juicio, en los escritos de San Gregorio Nacianceno, y concretamente, dadas las características de la plegaria que analizamos, en aquellos que puedan poner de relieve los dos aspectos particularmente originales de esta conmemoración salvífica: la acentuación cristocéntrica, llevada a cabo incluso mediante una plegaria dirigida directamente a Jesús, y la polémica antiarriana. Estos escritos son, sin duda, los poemas, en los que Gregorio manifiesta más explícitamente su piedad personal, y aquellos discursos u homilías predicados durante la época en que fue obispo de Constantinopla, adonde fue llamado precisamente para combatir a los arríanos35.

Con respecto a los poemas de San Gregorio, F. Rudasso ha estudiado ampliamente la figura de Cristo que tiene prevalentemente el Nacianceno36. Este autor ha podido llegar a la conclusión de que en los poemas no es usado nunca el nombre de "Jesús" para designar al Señor, pues para él este nombre indica la exterioridad de la persona histórica determinada, aunque naturalmente no excluya una referencia a la realidad total del Señor 37. Ni siquiera el compuesto "Jesucristo" se encuentra en los poemas, donde predomina absolutamente el nombre de "Cristo"38. Este uso abundante del apelativo "Cristo" se debe a que San Gregorio ve en él contenidas una serie de nociones diversas que no están en el nombre Jesús y, sobre todo, porque en él ve un aspecto de la divinidad del Señor, que él expresa según esta progresión: Cristo Ungido Rey Dueño y Señor del universo Dios. "Esta es la razón, quizá, por la cual encontramos en sus obras tal apelativo en circunstancias y acontecimientos en los que verdaderamente no nos lo esperaríamos. De hecho, para San Gregorio, las equivalencias Cristo Jesús, Cristo Dios, Dios Cristo, son completamente normales. Y así se encuentra, no raramente, eí término "Dios" donde debería estar el nombre "Jesús," o el apelativo "Cristo" donde nos hubiésemos esperado "Dios"39.

De un análisis bastante completo de los títulos de Jesús, concluye el mismo autor, es necesario subrayar cómo San Gregorio no niega efectivamente la humanidad de Cristo, pero prefiere dirigir su mirada hacia la esfera trascendente de su divinidad 40. Hasta tal punto es esto constante en la oración de San Gregorio, que son situados en ella al mismo nivel la Trinidad, Dios y Cristo, a quienes él se dirige indistintamente. "Cristo y Dios están en el mismo plano, no en cuanto al número de las invocaciones (predominan las dirigidas a Cristo), sino en lo que se refiere a la concepción que de ellos tiene Gregorio. Se ve claramente cómo la plegaria a Cristo sea una plegaria que termina en él y no una ascensión al Padre por medio de él; aquí se puede claramente constatar cómo los invocados son Cristo y Dios y no Dios, por Cristo"41.

Preguntándose después por la causa de esta actitud del Nacianceno, actitud que no era tradicional en la Iglesia de entonces, pues la plegaria debía dirigirse preferencialmente al Padre por Cristo42, encuentra la respuesta en la actitud de este santo Padre y sus contemporáneos frente al arrianismo de la época43. Tal actitud es constatable con claridad en sus discursos homiléticos 44 y es la única que explica su modo de hablar en las oraciones y poemas45.

La conclusión de este estudio es que tanto los poemas como las homilías de San Gregorio, sobre todo los primeros, por ser expresión más libre de su sentir personal, tienen una clara impronta cristológica, más aún, cristocéntrica, en la cual se notan las trazas de la lucha antiarriana, que no pudo dejar de afectarle. De aquí, que al hablar de Cristo, cuando no se plantea en términos estrictamente teológicos su realidad constitutiva integral, insista con particular fuerza en su divinidad. "Ni siquiera una vez ruega Gregorio al Padre por Cristo, ni siquiera una vez aparece que el Verbo encarnado lleve las oraciones de los seres humanos a Dios, y los favores de Dios a los hombres. Gregorio ruega al Padre y ruega a Cristo. El y el Padre son considerados como unidos al mismo nivel"46.

Este modo de orar no es, sin embargo, algo seco, ocasional, teológico, conceptual. Entre Gregorio y Cristo se nota una relación continua, serena, amical. Y, en consecuencia, la presentación que hace del Verbo encarnado, sobre todo en sus poemas, pero también en sus homilías, es una presentación viva, dinámica, siempre en relación con el hombre. Como afirma Rudasso, el cristocentrismo de San Gregorio se compendia en pocas y breves expresiones: "Para ti vivo, para ti hablo, para ti me ofrezco"47.

 

c) Reflejos del cristocentrismo de San Gregorio Nacianceno.

Con estas premisas, la atribución que se hace de esta anáfora a San Gregorio Nacianceno adquiere, sin duda, una nueva luz. La hábil construcción de las dos primeras partes de esta anáfora según las reglas de la prosa poética, el cristocentrismo dominante en ellas, y sobre todo en esta segunda parte, así como la relación "tú-por mí" que hemos descrito, apuntan, sin duda, a un ambiente en que las obras del Nacianceno eran conocidas y estimadas. Si en alguna sección de la anáfora podían llevarse a cabo todas estas circunstancias unidas, era precisamente en la conmemoración del AT y NT. En este sentido merece la pena intentar una aproximación de esta sección a las obras del santo Padre. Naturalmente, es imposible hacer aquí una aproximación sistemática, pues esto supera el marco de nuestro trabajo. Pero una cala en las obras de San Gregorio teniendo como guía las ideas expresadas en esta sección de la plegaria eucarística, puede ser útil para ayudar a interpretar los contenidos teológicos de la exposición de la Historia de la Salvación que en ella se encierra. Y además nos puede dar útiles indicaciones sobre la fuente concreta de que se sirvió el redactor para revestir un esquema histórico-salvífico tradicional de las anáforas de origen siro-antioqueño.

Dejemos aparte la breve sección introductoria, que más bien parecería dirigida al Padre si no fuera por su unión con lo que sigue 48, y comencemos nuestra comparación con el párrafo que habla de la creación, unido inequívocamente a los párrafos subsiguientes mediante el estilo personal "tú-por mí."

La atribución de la creación al Verbo es constante en San Gregorio. El Verbo es el fundador y vencedor del universo49, el hacedor y gobernador de todas las cosas, además de ser su salvador50. Junto con el Espíritu Santo, el Verbo es el creador de todo51; como sabiduría divina que es, ordena todo lo creado52; él es quien prescribe a los astros su camino y por él se rigen los tiempos de los astros y su luz53. Con relación al hombre, se afirma que el Verbo es el artífice (τεχνίτης) que lo crea (δεμιουργεΐ)54 y quien ha insuflado el espíritu de vida en el primer hombre55.

Un segundo grupo de textos que tienen un parentesco sorprendente con la anáfora son los referentes a la creación del primer hombre y a su caída. Que el hombre haya sido creado en último lugar, dice, no debe causarnos admiración: como rey que es de lo creado, había que prepararle antes el palacio en el que habitase. De este modo se indica el orden de la creación y su subordinación al hombre. Pero además el Nacianceno repite constantemente que el hombre fue "creado con la mano de Dios y adornado con su imagen". Junto con el paraíso y Ja primera ley que recibió Adán, ésas son las tres cosas de que fue hallado digno el primer hombre57. Es más, la imagen divina infundida en el ser humano es identificada con el alma intelectual, con el don de la razón, aduciendo la Escritura como argumento58. Por otra parte, para Gregorio, el árbol de la ciencia se identifica con la ley dada a Adán, y el hecho de comer de este árbol, con el hecho de quebrantar la ley; la consecuencia de este quebrantamiento es que perdimos el poder acceder al árbol de la vida, no pudiendo llegar a ser lo que aún no éramos, sino que, al contrario, nos ganamos la muerte59. Las descripciones de la creación y del pecado del primer hombre son a veces tan vivas, que el orador se siente conexo con aquellos hechos: somos nosotros los que fuimos creados entonces, los que pecamos 60; de aquí que se sienta plenamente solidario con Adán en todas sus acciones, y, en consecuencia, también con el "celeste Adán," con Cristo; pues si con el primero, comiendo del árbol de la ciencia, participamos en su mismo pecado ("con el mismo Adán participamos"), el segundo logró para nosotros el poder llegarnos al árbol de la vida61.

Estas precisiones nos permiten interpretar con más seguridad algunas frases oscuras de esta sección de la anáfora. Así, la plasmación del ser humano es seguida de los dones que Dios le regala: ser modelado con su misma mano ("tú me modelaste y pusiste tu mano sobre mí"); recibir la imagen divina al recibir el don de la razón ("dejaste impresa en mí la imagen de tu potencia: infundiste en mí el don de la razón"); haber recibido el paraíso de delicias ("para mi deleite abriste el paraíso"); recibir, finalmente, la primera ley al ser puesto en el paraíso frente al árbol de la vida ("me entregaste la enseñanza de tu conocimiento, me mostraste el árbol [de la ciencia]; el leño de la vida me hiciste ver"). Entregar la "enseñanza de tu conocimiento (γνώσεως)" es, pues, una alusión a la primera ley dada a Adán, representada en el árbol de la ciencia (γνώσεως), segϊn el modo de pensar de San Gregorio62.

También en la descripción de la historia salvífíca a lo largo del AT encontramos algunos textos en la obra de Gregorio Nacianceno que resultan interesantes. Así cuando describe los medios arbitrados por Dios para vencer el mal del pecado antes de la venida de Jesús, señalando, naturalmente, entre ellos la ley y los profetas, pero subrayando que la máxima medicina fue el mismo Verbo de Dios, necesaria para las gravísimas enfermedades que a consecuencia del pecado azotaban a los hombres63. Y cuando Gregorio quiere dar una prueba de la divinidad de Cristo contra los calumniadores que la negaban, acude a la obra salvadora que él ha llevado a cabo entre los hombres, humillándose entre ellos y viniendo, como buen pastor, a buscar a las ovejas descarriadas. Tal empequeñecimiento no es una prueba de la no divinidad de Cristo, sino, al contrario, de su amor "por ti," por quien él ha hecho eso para salvarte64. Hay un dato además que no deberíamos pasar por alto. Varias veces San Gregorio aplica a Cristo las intervenciones en favor del pueblo de Israel, que se atribuyen en la Biblia a Dios. Por ejemplo, suplica en uno de sus poemas a Cristo para que sea misericordioso, él que acogió a nuestros progenitores después de que comieron del fruto prohibido, él que perdonó el pecado de David, él que salvó a Nínive de la destrucción 65; e incluso llega a afirmar en otro poema que fue Cristo quien dio la ley a Moisés66. En un contexto semejante no podemos extrañarnos de que un discípulo del Nacianceno haya modificado el contenido tradicional de una anáfora siro-antioqueña, atribuyendo toda la obra de salvación, sin mayores problemas, a Cristo. Con ello cumplía una de sus finalidades: subrayar la divinidad y la preexistencia de Cristo67.

Llama la atención en nuestra anáfora el modo tan completo corno están expuestos los efectos de la encarnación enumerados tras la cita de Flp 2:6-7. En efecto, la encarnación es presentada como la contraposición del primer pecado; una contraposición buscada incluso literariamente y que hemos querido guardar en la traducción aun a pesar de forzarla un poco: "arrebaté (ήρπασα) la sentencia de muerte yo mismo” (pecado); “no te aferraste al ser igual a Dios como al botνn de una rapiña (άρπαγμόν).” Asν, todas las proposiciones adquieren una luz que las clarifica notablemente: "en tu naturaleza hiciste bendita la mía," que había sido maldita por el primer pecado (cf. Gen 3:16-19; Gal 3:8-9); "por mí cumpliste la ley"; es decir, el mandato que Adán no había cumplido68; "me indicaste cómo he sido levantado (literalmente: "el levantamiento," άνάστασιν) de mi caνda," es decir, cómo aquella caída ha sido superada con la encarnación; "diste la remisión a los que estaban sometidos en el hades," frase difícil de interpretar, pero que parece significar la liberación de los primeros padres, que se habían ganado la muerte, y estaban por eso en el hades, mediante la encarnación de Cristo (cf. Ap 1:18); "hiciste desaparecer la maldición de la ley": es decir, del pecado y de la muerte, consiguiéndonos la salvación, que la ley sola no podía lograr; la frase, que en sí se refiere a la ley del AT (cf. Gal 3:10-14), parece aplicada aquí también al mandato desobedecido por Adán y a sus consecuencias; "en carne destruiste el pecado": frase eco, sin duda, de Rom 8:3, y en la que el término "pecado" tiene el mismo significado cósmico que posee en el pasaje de San Pablo.

En consecuencia, la encarnación del Verbo está presentada, a partir del texto paulino de Filipenses, como una contraposición al pecado de Adán, cuyos efectos destructores son superados por Cristo, el cual aparece, por tanto, en una notable síntesis teológica, como el nuevo Adán restaurador. Si tenemos además en cuenta el estilo personal de primera persona en que estos párrafos son expuestos, la síntesis se enriquece aún con el aspecto de doble solidaridad del orante, representación de toda la comunidad, con el primer Adán y con el segundo.

Teniendo en cuenta estas características, es notable observar que también la encarnación es presentada por San Gregorio desde la misma perspectiva. Así, en la continuación del discurso, en el cual se narran las intervenciones de Dios a lo largo del AT y que ya hemos citado, se describe la encarnación como la obra de Dios que une en Cristo dos cosas contrarias: la carne y el espíritu; de éstas, la segunda deifica, la primera es deificada. Para explicar ahora este hecho se recurre al pasaje de Flp 2:6-7, explicándolo por medio de dos contraposiciones, en las cuales encontramos la identificación del "yo," que habla con Adán y con Cristo; así, Cristo toma la carne de mi pobreza para quejo consiguiese la riqueza de su divinidad; anonada su gloria para quejo pueda participar de su plenitud;yo recibí la imagen divina y no la guardé; él se hizo partícipe de mi carne, de modo que yo recibiese la salvación en la imagen (en la razón) y la inmortalidad en la carne69. En este contexto adquieren toda su fuerza de coincidencia con la anáfora aquellas expresiones en que se presenta al Verbo en el pesebre "bajo la ley"70 y asumiendo la carne como el nuevo Adán para rescindir la sentencia pronunciada contra la carne71.

Los hechos de la vida de Jesús y los acontecimientos de su pasión y muerte que siguen en la anáfora son presentados por San Gregorio desde la misma perspectiva que en la plegaria eucarística: como acontecimientos que son, cada uno de ellos, salvadores para mí; que tienen como finalidad restaurar en mí la perfección del primer Adán72. Esta conciencia de que los hechos de Jesús son cada uno de ellos salvadores y cada uno de ellos para y por mí, lleva a Gregorio a glosar el símbolo de fe bautismal en esta línea personal, casi convirtiéndose, de profesión dogmática que es, en una emocionada exposición del amor de Cristo por mí, amor que está pidiendo no sólo la adhesión de la inteligencia, sino la entrega total de la persona entera:

 

"Cree en el Hijo de Dios...,

que en estos últimos días se ha hecho

Hijo de hombre por ti (δια σε),

... por todo hombre herido,

para que, suprimida toda condenación del pecado,

te consiguiera en todo la salvación

para ti; aquel que por nuestras iniquidades

fue llevado a la cruz y padeció la sepultura

para que gustase la muerte;

pero al tercer día volvió a la vida

y subió a los cielos para llevarte a ti, que yacías en la

tierra, consigo; y finalmente volverá glorioso

y luminoso y juzgará a los vivos y a los muertos..."73

 

La alusión en este texto a la resurrección y a la ascensión con Cristo confirma la interpretación más probable de la oscura frase "hiciste subir al cielo mis primicias," quizá basada en 1 Cor 15:20: "Cristo ha resucitado de la muerte como primicias de los que duermen." La frase significaría, por tanto, que con la resurrección de Cristo ha resucitado y subido al cielo las primicias de la humanidad; la resurrección y la ascensión de los demás seres humanos está, pues, asegurada, ya que Cristo ha resucitado y ascendido para llevar consigo al hombre, "a ti," que yacías en la tierra postrado. El primero, después los demás; pero, de alguna manera, ya ha sido en él glorificado anticipadamente el ser humano74.

En resumen, aunque los testimonios aportados no son en verdad lo suficientemente numerosos y coincidentes como para establecer una dependencia directa entre el texto anafórico y los escritos de San Gregorio, parece que sí se da una serie de coincidencias básicas que permiten aproximar ambos textos y afirmar que la presentación encerrada en esta anáfora acerca de la Historia de la Salvación, partiendo de una base común a las anáforas siro-antioqueñas, ha sido, sin embargo, modelada por un cristocentrismo y una visión personalista de la misma que tienen más probabilidades de encontrar su origen en la teología y la espiritualidad de San Gregorio Nacianceno que en otra fuente cualquiera. Las coincidencias doctrinales en la presentación y en la explicación del pecado de Adán y de la encarnación del Señor entre uno y otro texto refuerzan esta suposición, que se ve además todavía fortalecida por algunas expresiones coincidentes, aunque éstas no son excesivamente numerosas.

 

d) Visión cristocéntrica de la Historia de la Salvación.

El análisis que acabamos de hacer nos pone ya en la pista de las perspectivas en que la Historia de la Salvación es presentada en esta anáfora, las cuales pueden resumirse en su cristocentrismo y su antropocentrismo.

En cuanto a la primera, no es la única vez que la Historia de la Salvación es presentada desde la perspectiva de Cristo en las anáforas. Más bien, al contrario, una presentación de ella centrada en la persona de Cristo la encontramos ya en uno de los textos más clásicos y más antiguos: el de la anáfora de Hipólito. Por otra parte, un cierto cristocentrismo de la Historia de la Salvación es claramente perceptible en todas las conmemoraciones histórico-salvíficas de las anáforas, como hemos ido viendo a lo largo de nuestro estudio: todo converge hacia Cristo, todo encuentra su culminación en Cristo.

La novedad de esta anáfora es, sin embargo, otra: Cristo es no sólo el signo orientador que aglutina y da sentido, sino el punto final en el que se concentran todos los hechos salvadores acontecidos en el tiempo y del que parte una nueva y definitiva etapa de la historia. Cristo es, según nuestro texto, aquel que desde el principio dirige y orienta la historia. Hablando con un cierto lenguaje actual, podríamos decir que Cristo está desde el principio "comprometido" en cada acontecimiento histórico, dándole ya desde ese momento un claro sentido salvífico centrado en su persona. Como hemos acabado de ver, una tal presentación de Cristo se encuentra ya en los escritos de San Gregorio Nacianceno, y su origen hay que ponerlo en una exaltación de la divinidad de Cristo, y, por tanto, de su preexistencia, frente a los ataques del arrianismo. Desde el punto de vista de nuestro estudio, la constatación que acabamos de hacer nos lleva a concluir que, por muy poco tradicional que sea esta presentación de Cristo en una anáfora, no puede decirse que manifieste una desviación o corrupción de la línea tradicional a causa de una piedad hipersensibilizada en una dirección sola, sino, más bien, una afirmación consciente del señorío de Cristo sobre la historia, frente a aquellos que hacían de él, ciertamente, un protagonista de la historia, pero sujeto a los límites de ella.

En cuanto Señor de la historia, es, pues, presentado Cristo, a lo largo de ella, como creador de la naturaleza; como plasmador y artesano del ser humano, a quien rodea de especiales atenciones; como protagonista y dispensador de la obra veterotestamentaria tras el pecado del hombre; como consumador de la salvación definitiva en el tiempo de su vida entre los seres humanos y de su muerte y resurrección. Se evidencia así, con una fuerza especialmente intensa, la unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuyo protagonista es para este texto él mismo. Y, lo que es más notable todavía, se pone de relieve la unión de todo el tiempo existente: desde la creación de los primeros seres hasta el momento de la parusía. Es ésta una amplia visión de la historia que abarca consigo los tiempos prehistóricos y metahistóricos, todos ellos unidos a los tiempos históricos del AT y NT mediante un doble lazo: quien los domina y rige es siempre Cristo; hacia donde se dirigen y para quien existen es siempre el ser humano. Y en este sentido se dibuja una concepción de la historia grandiosa y de dimensiones no ya cósmicas, sino aun superadoras de este mismo concepto.

Dentro de esta concepción global de la Historia de la Salvación se perfila un doble esquema paralelo, que revela el sentido de cada etapa de la historia. En cada esquema hay un punto central, precedido de una etapa preparatoria y seguido de un enlace diferente:

 

Esquema 1.°: etapa preparatoria: la creación para el hombre; punto central: plasmación del hombre y asignación de un elevado destino para él;

desenlace: fracaso del hombre.

 

Esquema 2.°: etapa preparatoria: economía veterotestamentaria;

punto central: encarnación del Verbo; desenlace: por su vida y por su muerte gloriosa, Cristo nos consigue el destino perdido, llevándonos con él a la gloria.

 

Es notable cómo la encarnación del Verbo, cuyos lazos con la etapa central, lazos que son incluso literarios, hemos ya subrayado, es situada en el centro del segundo esquema. La concepción de la Historia de la Salvación que aquí se revela parece depender de la doctrina de San Gregorio Nacianceno, tal como hemos querido mostrar anteriormente. En el fondo subyace la teología de los dos Adán, que este Padre con tal ocasión explícitamente elabora, dentro de unos cánones que son tradicionales desde San Pablo. La pasión-muerte-resurrección de Cristo (la muerte gloriosa) son así presentados como la manifestación suprema de la misericordia divina y como la consumación de lo comenzado con la encarnación del Verbo. Y su vida entre los hombres sobre la tierra, como una acción pedagógica que explícita el sentido de su venida al mundo y prepara a la consumación de sus últimos misterios.

Dentro de esta perspectiva es interesante notar cómo cada etapa y acontecimiento de la vida del Señor es interpretada en clave salvífica: la encarnación, como superación definitiva del fracaso del primer hombre; los acontecimientos de la vida histórica de Jesús, como manifestación de su εξουσία, de su poder regenerador; los sucesos de la pasiσn, como expresión de su economía misericordiosa; la cruz, como prueba de su solicitud; la sepultura, es decir, la muerte, como expresión de la muerte del pecado; la resurrección-ascensión, como primicia de la victoria del ser humano; la parusía, como garantía de la permanencia de esta victoria.

Sin embargo, tan acentuado cristocentrismo ha conducido a una casi anulación de la perspectiva trinitaria, que en otras anáforas, y especialmente en la bizantina de San Basilio, había sido integrada tan equilibradamente en la presentación de la economía salvadora. La breve alusión al Padre y al Espíritu en la súplica de la celebración divina antes del Sanctus, la mención del Espíritu Santo en la epiclesis y la glorificación final en la doxología que cierra la anáfora nos muestran ciertamente que el autor de la anáfora se mueve en la ortodoxia, pero no logran disipar la impresión adquirida de que estamos en el límite de un camino, el cual, con un poco más, llevaría a formulaciones aberrantes.

 

e) Visión antropocéntrica de la Historia de la Salvación.

Se trata de una visión integral, que comprende desde la creación hasta la parusía y que está centrada en Cristo y en el hombre. Este último aspecto es insistentemente subrayado mediante el estilo de primera persona en que se desarrolla toda esta sección: "para mí," "por mí," "a mí," "me," "yo." El hombre se presenta así como el centro del amor de Dios en la obra de la creación y en el camino hacia la salvación.

Pero los datos más sobresalientes de esta manera de expresarse son el de la solidaridad y el de la personalización; con ambos se califica de una manera especial en esta anáfora a la Historia de la Salvación. Algo semejante ocurría en la anáfora alejandrina de San Basilio, y es digno de notar que sea precisamente en un texto que pertenece al mismo contexto humano y espiritual que este otro. Sólo que aquí esta solidaridad es más insistente aún y toma acentos dramáticos: la creación ha sido llevada a cabo "por mí"; el primer pecado lo he cometido "yo"; es "a mí" a quien se buscaba salvar a lo largo del AT; y soy "yo" el salvado por la vida-muerte-resurrección de Cristo, llevada a cabo en el tiempo neotestamentario. La Historia de la Salvación no es, según esto, una mera sucesión de tiempos y espacios en un lugar y un momento determinado de los cuales yo aparezco para participar en ella. Más bien, toda entera se hace presente en mí, toda ella me concierne desde su primer momento hasta el último. El ser humano de hoy es presentado así como el ser solidario con el primer Adán, y, en consecuencia, también con el segundo.

Podría pensarse que se trata simplemente de la expresión literaria de una piedad determinada; una piedad que lleva en esta anáfora a sus últimas consecuencias la afirmación de la divinidad de Cristo. Pero la doctrina básica de San Gregorio que hemos repasado, sobre todo en esos dos momentos cruciales del primer pecado y de la encarnación de Cristo, nos debe hacer pensar, más bien, que por debajo de las fórmulas hay una reflexión consciente acerca de la solidaridad del hombre con Adán y con Cristo, un desarrollo de la doctrina paulina, expresada en textos como Rom 5:12-21; 6:1-7.

De esta manera se prepara el camino a una comprensión de la Eucaristía como sacramento, en el cual la consumación de la salvación por Cristo mediante su muerte-resurrección no son más que la continuación en el tiempo de la Iglesia de esa historia salvífica, que ya desde el principio es dirigida hacia mí. Y también se prepara el camino a una comprensión más exacta de esa dimensión vertical de la Historia de la Salvación que el sacramento actúa. Es más, la noción de tiempo en un texto como el que tenemos delante queda superada por la vivencia de esa solidaridad personal, en que el participante de esta eucaristía se ve sumergido. Y la razón de esta superación de la noción de tiempo se basa en la identificación con Adán y con

Cristo: en ellos hemos vivido ya cada uno de nosotros la peripecia de la salvación; en Cristo la revivimos hoy mediante la Eucaristía. Esto es, a mi modo de ver, el resumen de la dimensión antropocéntrica de la salvación que presenta esta anáfora.

Una pregunta se nos viene, sin embargo, inmediatamente: una visión como la expuesta, ¿no presenta a la salvación como algo ya realizado, como algo completo ya ahora? ¿No cerrará la puerta a la perspectiva de un "cumplimiento" de esta salvación que no es aún realidad acabada?

Evidentemente, la insistencia de esta anáfora, como por lo demás sucede en casi todas las otras anáforas orientales, acentúa el hecho de que ja hemos sido salvados. Pero hay también en ella una conciencia bastante clara de que todavía no hemos sido salvados, no hemos adquirido la salvación completa. El tono de súplica de la plegaria de la celebración divina antes del Sanctus, la cual pide ser agregados a la liturgia celeste, y la mención en la conmemoración salvífica del dato de la parusía como algo que nos ha sido revelado como juicio, al cual habremos de someternos, están indicando que, a pesar de todo el optimismo por la salvación ya realizada en Cristo, optimismo justo por lo demás y con hondas raíces bíblicas, sin embargo, se tiene conciencia de que aún no hemos sido agregados definitivamente a la liturgia celeste, de que todavía no hemos pasado el momento del juicio definitivo.

La tensión tan característica entre el ya y el todavía no es así fundamentalmente respetada en esta presentación de la Historia de la Salvación. Y las intervenciones del pueblo, aunque quizá sean en gran parte más tardías que el texto de la anáfora, subrayan esta convicción, expresando como en una cadencia constante, con su "Señor, ten piedad," a la vez la conciencia de nuestra salvación, aún no consumada, y la confianza en la misericordia, en la filantropía divina, que llevará, sin duda, en nosotros a término la obra comenzada.

 

f) A la conquista de la vida perdida.

Si tuviéramos que resumir ahora la idea rectora o la perspectiva central bajo la cual la Historia de la Salvación es delineada en esta conmemoración, lo haría con el título de este párrafo, o quizá, personalizando al estilo de la misma anáfora, con esta pequeña variante del mismo: "A la conquista de mi vida perdida."

En efecto, basándonos en la interpretación que hemos hecho de los textos de la anáfora ayudados por la doctrina de San Gregorio, toda la historia del ser humano es presentada en un primer momento como la obra de Cristo Dios para que el hombre pueda conquistar libremente el "árbol de la vida," la vida superior a la que desde el principio ha sido llamado. Cuando el hombre fracasa en esta empresa y lo que conquista para sí es una "sentencia de muerte," todos los esfuerzos de Cristo Dios a lo largo del AT van encaminados a preparar de nuevo al hombre el acceso a esta vida perdida. En este sentido hemos interpretado el denso pasaje de la anáfora referido a la encarnación. La diferencia ahora es que la vida, perdida por Adán en representación mía, y conmigo de todos los hombres, me es ahora conquistada por Cristo, que se hace como yo y en quien mi naturaleza es bendita, y las primicias de todo hombre son ya introducidas en la vida gloriosa, mientras que el pecado, origen de la muerte, es aniquilado en su misma muerte.

Esta peripecia, acontecida ya en el lapso de tiempo que va desde la creación hasta la resurrección, es una peripecia a la que yo no soy ajeno, pues de algún modo he participado en ella; y es también mi peripecia personal en este momento concreto de mi vida. Pero yo puedo afrontarla con confianza, porque tengo el testimonio de la filantropía de Cristo, el mismo que ahora se me hace presente en la Eucaristía.

 

Dimensión Vertical de la Historia de la Salvación.

"Te ofrezco los signos (σύμβολα) de esta liberaciσn mía, a tus palabras adscribo el cumplimiento de los hechos.

Tú me entregaste a mí esta mística participación de tu carne en pan y vino75. P. Creemos.

En efecto (γαρ), la noche en que tϊ a ti mismo te entregaste por tu propio poder,

P. Creemos16. tomando pan en tus santas, e incontaminadas,

e irreprensibles 77 manos,

levantaste la cabeza hacia arriba,

a tu propio Padre, nuestro Dios y Dios de todas las cosas;

diste gracias, bendijiste, santificaste, lo partiste,

lo distribuiste entre tus santos discípulos y apóstoles,

diciendo:

"Tomad, comed;

esto es mi cuerpo,

partido por vosotros y por muchos

y entregado para perdón de los pecados.

Haced esto en memorial mío."

Igualmente después de cenar,

tomando un cáliz,

mezclaste en él zumo de la vid y agua,

diste gracias, bendijiste, santificaste78,

lo distribuiste entre tus santos discípulos y apóstoles,

diciendo:

"Bebed todos de él;

ésta es mi sangre,

la de la nueva alianza,

derramada por vosotros y por muchos

para perdón de los pecados.

Haced esto en memorial mío.

Cuantas veces, en efecto, comáis este pan

y bebáis de este cáliz

anunciáis mi muerte

y confesáis mi resurrección79

hasta que venga."

Así, pues, Soberano, recordando

el81 descenso (συγκαταβάσεως) a la tierra,

y la muerte salvadora,

y tu sepultura de tres días,

y la resurrección de los muertos,

y el retorno a los cielos,

y la sesión a la derecha del Padre,

y tu futura segunda, y tremenda, y gloriosa parusía de los

cielos,

(En νοζ alia) ofreciéndote 82 lo que es tuyo de tus dones

en todo, y por todo, y en todas las cosas,

P. Te alabamos, te bendecimos, [te damos gracias, Señor, y te rogamos, Dios nuestro] 83.

D. Inclinaos ante Dios con temor.

Tú mismo, pues, Soberano,

transforma (μεταποίησαν) con tu voz los dones presentados;

tú mismo, que estás presente (παρών),

perfecciona esta misma liturgia;

tú mismo conserva en nosotros

la memoria (μνήμην) de tu culto (λατρείας);

tú mismo envía a tu Espíritu Santísimo84,

para que, viniendo, con su santa, buena y gloriosa presencia 85

santifique y transforme

estos preciosos y santos86 dones presentados

en el mismo cuerpo y sangre de nuestra redención

D. Estemos atentos.

P. Amén.

y haga que este pan se convierta (γένηται)

en tu santo cuerpo 87,

Señor Dios, y Salvador, y Rey universal nuestro, Jesucristo,

para perdón de los pecados

y para vida eterna de los participantes en él;

P. Amén.

y que este cáliz (se convierta en)

tu preciosa sangre de la nueva alianza 88,

Señor Dios, y Salvador, y Rey universal nuestro, Jesucristo,

para perdón de los pecados

y para vida eterna de los participantes en él.

P. Amén89.

(Siguen las intercesiones.)

... Para que en esto como en todo

sea glorificado, y exaltado, y alabado,

y bendecido, y santificado

tu santísimo y precioso y bendito Nombre

con tu inmaculado Padre y Espíritu Santo.

P. Como era, y es, y será [por generación de generación y por los siglos de los siglos. Amén]™."

 

Con respecto al texto base para nuestro estudio, digamos que de nuevo podemos elaborar nuestra reflexión fundándonos en el texto griego, que parece mejor conservado y menos evolucionado, aunque en él se notan claros indicios de la tradición egipcia91.

 

a) Del memorial literario al memorial cultual

El primer problema de interpretación nos lo plantea la frase de enlace entre la conmemoración neotestamentaria y el relato institucional. Aunque por el estilo literario, sobre todo por la redacción en ese estilo personal que ya conocemos, pertenece al pasaje anterior, por el contenido se refiere al relato institucional, al que introduce.

Este tipo de introducciones al relato institucional lo conocemos ya en cierto modo. Se da frecuentemente en aquellas anáforas cuya conmemoración salvífica ha sido prolongada más allá del momento histórico "antes de la pasión." Hemos estudiado ya varios ejemplos: la anáfora de las Constituciones Apostólicas, las recensiones alejandrina y bizantina de la anáfora de San Basilio; otros los estudiaremos en seguida: las anáforas siró-orientales de Nestorio y del fragmento persa del siglo VI. En los tres casos estudiados hemos podido llegar, con pequeñas variantes de contenido, a la conclusión de que estas frases de enlace tienen la misión de situar el relato institucional y lo que sigue en su exacto contexto teológico y litúrgico: indican el paso del memorial literario al memorial cultual, introduciendo el relato institucional en el contexto teológico de este memorial cultual92.

A mi modo de ver, éste es también el significado fundamental de la introducción al relato institucional en esta anáfora. Pero para decidirlo con seguridad hemos de establecer el significado exacto de la frase, significado que no es inmediatamente perceptible.

Ya la primera frase necesita una explicación: "Te ofrezco (προσφέρω) los signos (σύμβολα) de esta liberación (ελευθερίας) mνa." El término clave es "símbolos de mi liberación." J. Betz, estudiando el significado de "símbolo" en los siglos III-IV aplicado a la Eucaristía, llega a la conclusión de que las especies eucarísticas, el pan y el vino, son llamados símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo en cuanto que "presentan en imagen la obra salvadora de Jesús, el destino de su cuerpo y de su sangre. Así, en lo que sucede con los elementos eucarísticos se presencializa lo que ya ha sucedido una vez en y con el cuerpo y la sangre de Jesús"93. Los "símbolos de mi liberación" son, por tanto, el pan y el vino, en cuanto que presentan en imagen la obra salvadora de Jesús, recordando a su cuerpo, su sangre y su destino; es decir, la muerte-resurrección que Jesús unió a estos elementos, y que son la causa de mi liberación.

La segunda frase es más difícil todavía. En griego dice: τοις ρήμασί του επιγράφω τα πράγματα. Según Hammerschmidt, la frase, en unión de la anterior, habría de ser glosada así: yo te ofrezco esta oblación, pero el cumplimiento de tu promesa de hacerla aceptable, convirtiéndola en el cuerpo y la sangre de Cristo, debo yo dejarlo a tus palabras, que van ciertamente a ser pronunciadas ahora 94. Engberding, sin embargo, no acepta esta interpretación, y propone otra, a mi juicio más aceptable por más ajustada al significado de las palabras griegas: la realización del rito de la cena (τα πράγματα) acontece segϊn la primitiva indicación de Jesús (τοος ρήμασί σου); por eso επιγράφω, es decir, lo “adscribo a tus palabras." Cuáles sean esas indicaciones o palabras de Jesús viene explicitado a continuación: "tú me entregaste a mí esta mística participación de tu carne en pan y vino. En efecto..."95; es decir, este modo de realizar el rito me ha sido entregado por Cristo mismo, y mediante él yo participo sacramentalmente (mistéricamente, μυστικήν) en su carne participando del pan y del vino.

En resumen, el sentido de toda esta difícil introducción parece ser el siguiente: después de haber recordado toda la obra salvadora de Cristo, presento ahora el pan y el vino, que son los símbolos de esa obra salvadora, en cuanto que, siguiendo el modo de actuar de Jesús en su última cena y repitiendo sus palabras, yo participo sacramentalmente de su carne y de su sangre mediante la participación en el pan y en el vino. De esta manera, el relato institucional queda perfectamente situado no en el terreno de los hechos históricos que se recuerdan, sino en la categoría de las acciones sacramentales; porque el sacerdote, al repetir las palabras y gestos recibidos de Jesús, hace del pan y del vino símbolos que presencializan mi salvación-liberación por Cristo, haciéndome participar sacramentalmente (mistéricamente) en su carne.

El relato institucional queda así inserto también en la anamnesis, como imbricado en ella. Y la anamnesis litúrgica no hace más que expresar esta realidad: haciendo memoria, o mejor, celebrando el memorial cultual de los misterios salvadores de Cristo, ofrecemos el pan y el vino, que son ya la presencialización de su cuerpo y sangre, y, a la vez, de mi salvación.

Desde el punto de vista formal, la anamnesis, con respecto a las ya estudiadas del mismo tipo, añade sólo un nuevo detalle: en ella queda integrada también la encarnación, la "synkatábasis" de Cristo a la tierra; tal rasgo añadido está en perfecta lógica con una anáfora que da tanta importancia a la encarnación de Cristo y muestra palpablemente cómo toda la obra salvadora de Cristo, presencializada en la Eucaristía, encuentra su unidad en el misterio pascual de su muerte-resurrección

 

b) La acción del Espíritu

La interpretación que hemos dado a la unidad relato institucional-anamnesis plantea ahora la siguiente pregunta: si la unión de ambas partes litúrgicas expresan y hacen presente en la celebración el cuerpo y la sangre de Cristo y la salvación a ellos conexa, ¿cuál es la función de la epiclesis? ¿Puede hablarse aún de su fuerza consagratoria, aunque lo exprese gramaticalmente?

Una vez más, hemos de decir que esta pregunta está planteada desde una lógica occidental excesivamente preocupada por el "momento de la consagración." El pensamiento oriental no se mueve, sin embargo, en estas coordenadas. Un análisis un poco profundo de la epiclesis de esta anáfora nos lo vuelve a mostrar97.

En primer lugar, encontramos intervenciones del pueblo que son paralelas a las encontradas en el relato institucional (sobre todo en la versión copta), y que muestran la veneración ante lo que se cree que sucede en la epiclesis. Pero además tropezamos con la expresión "tú mismo, que estás presente (παρών), perfecciona esta mνstica liturgia." El texto copto precisa: "tú que estás aquí entre nosotros." Ahora bien, ¿cómo puede explicarse que se pida la realización de la presencia eucarística en la epiclesis y a la vez se confiese esta presencia? Toda lógica falla, y solamente podemos encontrar una solución sin forzar el texto interpretando la expresión de una presencia genérica de Cristo totalmente fuera de contexto, si, como dice Hammerschmidt, dejamos lejos de esta expresión toda interpretación demasiado sistemática, según el modo de pensar occidental, y admitimos que el relato institucional con la anamnesis y la epiclesis componen "un todo orgánico, en el cual no se puede precisar cuándo exactamente acontece el cambio" 98.

Lo que hemos dicho a propósito de la acción del Espíritu Santo en la epiclesis de la anáfora de San Basilio," puede bastar para explicar este modo unitario y global de entender la realidad sacramental como una acción de Cristo εν πνεύματι, sin que debamos intentar una disección de momentos, que ciertamente nos haría perder de vista el interno dinamismo unitario, según el cual la anáfora oriental concibe y expresa la realidad sacramental eucarística.100

 

 

1 La anáfora de San Marcos en la recensión que nos ha llegado bajo el nombre de San Cirilo y la anáfora de San Basilio.

2 Cf. E. hammerschmidt, Die koptische Gregoriosanaphora. Sjrische und griechische Einflüsse auf eine agyptische Liturgie (Berlín [Berliner Byzantinische Arbeiten 8] 1957) 1-2. Existen también otras anáforas en otros ritos puestas bajo el nombre de San Gregorio Nacianceno: varias en el rito etiópico (cf. O. LOFGREN-S. ÉURINGER, Die beidert geivohnlicheη athiopischen Gregarias-Anaphoren: Orientalia Christiana 30 [1933] 63-142), una en el rito siro-antioqueno (cf. brigthman, LVIII-LIX; J. M. hanssens, Institutiones Íiturgicae III 604), una en el rito armeno (cf. P. ferhat, Denkmaler altarmenischer Messliturgie. 1. Eine dem hl. Gregor νοη Ναζίαηz zugeschriebene Liturgie: OCh N.S. 1 [1911] 204-214; trad. lat. en PE 327-331). Ninguna de ellas tiene nada que ver con la que estudiamos.

3 Se trata del París gr. 325, de la Biblioteca Nacional de París, editado por renaudot (I 92-104), con trad. lat. ( MG 36,699-734), reproducido con trad. lat. en PE 358-373, y del códice Karmarcik, colacionado en relación al anterior por W. F. macomber (The Greek Text 327-332), que aporta pocos cambios al texto anterior.

4 Ha sido editada por E. hammerschmidt (cf. nt.2 anterior); en esta edición podrá encontrarse una buena selección de manuscritos y ediciones anteriores (p.3-6). A esta lista habría que añadir las señaladas por H. engberding en su recensión a esta obra (OCh 42 [1958] 134-142, esp. 140) y el fragmento copto del Monasterio Blanco, editado por E. lanne (Le Grand Euchologe du Monastere Blanc: Patrología Orientalis 28 [París 1958] 289-291). Una traducción latina de esta anáfora en MG 36,677-700 y en renaudot (I 23-34). E. hammerschmidt ha completado su edición en un nuevo artículo: Koptisch - bohairische Texte %ur ágyptischen Gregoriosanaphora: OCh 44 (1960) 88-111; pero ninguno de los nuevos fragmentos editados se refiere a la anáfora propiamente dicha. Una traducción francesa, con breves notas sobre el uso actual de esta anáfora, en S. de beaurecueil (La friere eucharistique dans la liturgie égyptienne de Saint Grégoire: Les Cahiers Coptes 7-8 [1954] 6-10); una traducción española de la recensión copta de la anáfora en GOE 189-198.

5 H. lietzmann creyó que la versión bohaírica provenía de una más antigua sahídica; cf. Sahidische Bruchstücke der Gregorios- und Kyrillosliturgie: OCh N.S. 9 (1920) 1-19. . hammerschmidt se muestra indeciso en este punto (Die koptische Gregoriosanaphora 104-108). H. engberding, sin embargo, cree, con buenas razones, que la versión bohaírica actual pudo ser directamente traducida del griego, sin pasar por una versión sahídica anterior; cf. OCh 42 (1958) 139-140.

6 La estructura fundamentalmente siríaca de esta anáfora ha sido claramente demostrada por hammerschmidt en su edición de la recensión copta, poniendo en evidencia no pocas dependencias de esta anáfora con respecto a la de Santiago. engberding, en su recensión a la anterior obra, ha mostrado aún más dependencias sirias, hasta el punto de preguntarse si en el título no hubiera sido mejor hablar de una anáfora siria con influjos egipcios, y no al contrario, como hace el editor; cf. OCh 42 (1958) 136-139. Según Hammerschmidt, la anáfora habría nacido en el monasterio egipcio de Escete, habitado por monjes sirios (cf. Die koptische Gregoriosanaphora 179); Engber-ding, en el lugar antes citado, duda de esta afirmación. Sobre este monasterio cf. H. leclercq, Seeté: DACL 994-1004.

7 Así hammerschmidt (Die koptische 178-179) contra J. A. jungmann, que cree ver una influencia monofisita en esta anáfora, y la sitúa, por tanto, en el siglo VI; cf. Die Stellung Christi 36-38.46-48.201-203; El sacrificio de la misa, o.c., 62-63; La liturgie des primieres siécles jusqu"a l"époque du Grégoire le Grand (París 1962) 348. engberding parece aceptar la opinión de hammerschmidt; cf. OCh 42 (1958) 139.

8 A. baumstark piensa que sería la antigua anáfora de Nacianzo, la cual, revisada por San Gregorio, habría pasado de Capadocia a Egipto; cf. Die Chrysostomusliturgie und die syrische Liturgie des Nestorius, en Chrysostomika 846-848. Para Hammerschmidt, se trataría de la obra de un teólogo sirio, quizá monje del monasterio de Escete; cf. Die koptische 189-190. H. engberding, tras analizar la prosa poética de la recensión griega de esta anáfora, la pone en relación con la de San Gregorio; sin embargo, afirma, esto no es un argumento para la autenticidad de su atribución, sino más bien lo contrario: un redactor que quisiera poner en circulación un formulario con el estilo retórico que éste tiene, no podría encontrar para ello mejor autoridad que la de este celebrado orador, escritor y poeta; cf. Die Kunstprosa des eucharistischen Hochgebets der griechischen Gregoriosliturgie, en Mullus. Festschrift Theodor Klauser, edit. por A. STUiBERT-A. hermann ( Jahrbuch für Antike und Christentum, Ergánzanngsband 1) (Münster W. 1964) 100-110, esp. 110 nt.28.

9 Traduzco del texto griego editado por renaudot. Como siempre, suprimo el diálogo inicial y las intercesiones. He procurado conservar, dentro de lo posible, las estructuras de prosa poética, que Engberding ha estudiado tan profundamente en la parte de la anáfora que llega hasta el relato institucional. Señalo en nota las variantes más interesantes del texto copto según la edición de Hammerschmidt. Los pasajes entre paréntesis, no dados por el texto griego, son completados con la versión copta.

10 "bendecirte"] add "servirte": texto copto.

11 "que-curas todas nuestras enfermedades"] om: texto copto.

12 "los serafines"] add "los querubines": texto copto.

13 "con espléndida voz, con voz clara"] om: texto copto. De los verbos de alabanza que siguen, el texto copto da sólo cinco.

14 Sobre la incomprensibilidad de Dios en la teología de San Gregorio Niseno, San Basilio y San Juan Crisóstomo, cf. J. daniélou, Uincompréhensibilité de Dieu d"aprés saint Jean Chrysostome: RSR 37 (1950) 176-194. San Gregorio Nacianceno comparte exactamente las mismas ideas; cf. Oratio 18 (theologica secunda) 4-9: MG 36,29C-37B; sin embargo, no se puede decir que los apelativos negativos de esta anáfora tengan como fuente a San Gregorio. En efecto, consultando varios pasajes de este autor (el citado; Oratio 38 in Theophania 7-8.13: MG 36,317CD-320AB 325B; Oratio 40 in sanctum Baptisma 5: MG 36,364B), he logrado recoger 21 apelativos negativos de Dios, de los cuales sólo tres coinciden con la anáfora: αόρατον, άναρχον, άιώνιον; tampoco hay grandes coincidencias con otras anαforas: dos con Basilio bizantina, tres con Crisóstomo bizantina, uno con Serapión, uno con Constituciones Apostólicas. En cuanto al término άιώνιον, aunque no es propiamente negativo, pertenece al contexto de lo que se quiere subrayar, lo máximo de Dios, se haga o no con terminología negativa.

15 Cf. OCh 42 (1958) 137-138. También es de factura egipcia la triple introducción "Digno y justo," esta vez tomada de Basilio alejandrina.

16 "Te suplicamos: haznos hombres vivientes, danos el Espíritu de la luz para conocerte a ti, el Verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Danos el Espíritu Santo para que podamos narrar y exponer tus inefables misterios. Hable con nosotros el Señor Jesús, y el Espíritu Santo, por nosotros, te celebre en himnos"; cf. p.153.

17 No he encontrado ninguna referencia sobre las fuentes inspiradoras de esta plegaria. San Gregorio suele nombrar frecuentemente a Dios luz, pero usa casi siempre la palabra φως (p.ej.: Orado 40,5: MG 36.364B; Orado 44,3: MG 36.609BC). Que Jesús nos haya dado a conocer al Espíritu, puede ser un reflejo de Jn 14,15-17; según San Gregorio, de Cristo hemos recibido el espíritu racional y el Espíritu Santo, y por eso le llamamos vida: "Vita quia lux, totiusque ratione praeditae naturae coagmentatio et procreatio: In ipso enim vivimus et movemur et sumus, secundum duplicem illam inspirationis (cf. Gen 2,7) facultatem. Nam et illinc omnes vitalem spiritum accipimus et Spiritum Sanctum quotquot ipsius capaces sumus et quatenus os mentís aperuerimus" (Oratio 30,20: MG 36,129C). La manifestación de este "gran misterio de la vida" es difícil saber a qué se refiere en la anáfora; posiblemente sea un reflejo de 1 Jn 1,1-2, en que la vida se identifica con el Verbo y con la vida eterna manifestada en Cristo.

18 Nótese de paso que sin esta súplica toda la celebración teológica podría estar dirigida a Dios en vez de a Cristo. Sólo el término "redentor" (λυτρώτην) no suele ser aplicado a Dios, sino a Cristo; pero el verbo λυτρόω sν se aplica a Dios (cf. lampe, 815-816, ad verba). ¿Indicaría esto que la última redacción de la anáfora ha tenido lugar en Egipto, aunque sea en algún ambiente sirio, y no en Siria? Junto con los otros datos ofrecidos por hammerschmidt para apoyar la hipótesis de que esta anáfora haya surgido en el monasterio de Escete (cf. Die koptische 179-180), éste podría ser uno más. Ahora bien, no se trataría, según esto, de una redacción totalmente nueva, sino, más bien, de la reelaboración de una anáfora siria, que podría estar en su base muy cercana a la anáfora de Santiago. hammerschmidt ha señalado las relaciones de la celebración teológica de esta anáfora con la de Santiago (o.c., 110-114) y euringer ha mostrado la misma relación en la anamnesis y la epiclesis (OrCh 42 1958 136-137). Naturalmente, esto es sólo una hipótesis, que debe ser controlada mediante un estudio detallado de las influencias.

19 "razón"] add "en mi corazón": texto copto.

20 "comí"] add "según mi apetito": texto copto.

21 "ley"] add "a sabiendas"; texto copto.

22 "a sabiendas"] om: texto copto.

23 "sentencia"] add "en salvación": texto copto.

24 "para mí"] add "el enfermo": texto copto.

25 "el enfermo"] om: texto copto.

26 "A un seno virginal viniste"] "Tú, que eres eterno, viniste a nosotros en la tierra, viniste al seno de la Virgen": texto copto.

27 "sacrificio"] add "hasta la cruz"] om: texto copto.

28 "hasta la cruz"] om: texto copto.

29 Para la exposición teológica podemos basarnos en el texto griego, sin más. Las variantes del texto copto que aporta la edición de Hammerschmidt pueden explicarse como secundarias respecto al texto griego, que está además claramente estructurado en esta sección según las normas de la prosa poética, como ha mostrado Engberding. El texto copto editado por Lanne tampoco ofrece variantes notables, como el códice Karmarcik.

30 Cf. p.238ss.

31 Así, se comienza hablando de la "inabarcable filantropía" divina; sigue: "me hiciste hombre como amigo de los hombres (filántropo)"; me creaste "por tus entrañas de misericordia"; "ni una sola has omitido de las obras de tu filantropía"; somos salvados por Cristo, que se porta con nosotros como "buen pastor," como "verdadero padre"; la pasión es calificada de "economía de tu misericordia entrañable": "hasta la cruz mostraste tu solicitud para conmigo." Sobre la relación "tú-por mí" hablaremos a continuación.

32 Cf. p.311 nt.7 A. tarby sigue también la sentencia de jungmann; cf. La friere eucharistique de l"Église de Jérusalem 95-96.

33 Cf. también la misma nota 7.

34 "Es ist noch nicht móglich, eine endgültige Antwort auf diese Frage zu geben. Für die Annahme, dass der Redaktor dieses Stück der Liturgie von woanders hergenomen und hier eingefügt hátte, fehlen alie Anhaltspunkte. Doch müsste auch in einem solchen Falle die Entstehung der Oratio oeconomiae veteris testamenti" und der Oratio christologica" im antiarianischen Gedankenbereich zu suchen sein" (Die koptiscbe Gregorios-anaphora 122).

35 Cf. sobre la obra de San Gregorio J. quasten, Patrología II 251-260, con bibliografía.

36 F. rudasso, La figura di Cristo in San Gregorio Nazianzeno (Roma 1968).

37 Ibid., 77-78, donde se encontrará una lista bastante completa de los títulos con que es designado Cristo por San Gregorio.

38 En los poemas, "Cristo" es usado 367 veces, contra ninguna vez el nombre "Jesús"· cf. ibid., 80.

39 Ibid., 81.

40 Ibid., 96.

41 Ibid., 132.

42 Sobre esta cuestión en general véase el trabajo, ya varias veces citado, de J. A. jungmann, Die Stellung Christi im liturgischen Gebet. Ejemplos de oraciones anteriores dirigidas a Cristo se encontrarán en la selección de A. hamman, Oraciones de los primeros cristianos (Madrid 1956).

43 Cf. F. rudasso, La figura di Cristo 133-160.

44 Ibid., 137-149; cf. M. serra, La carita pastorale in S. Gregorio Narianreno: OChP 21 (1955) 337-374.

45 Cf. F. rudasso, La figura di Cristo 149-160.

46 Ibid., 170.

47 Carmina II, I poema 38,29: MG 37,1327. Otros ejemplos significativos: "In te quiescimus, o Dei Verbum, manentes domi; tibí referimus otium.

Tua est consessio, tua exsurrectio, tua statio,

tua rursus profectio, tuis et nunc auspiciis

Viam inimus..." (II-I poema 3,1-5: MG 37,1020).

.".. Tibí vivo, tibí loquor, tibi sedeo, o rex Christe,

tibi moveo pedum vestigia..." (I-I poema 36,31-32: MG 37,520).

Véanse, además, los bellos ejemplos seleccionados por A. hammam, en los que aparece simultáneamente la oración dirigida a Cristo y el pathos concreto de confianza, amistad e intimidad personal con que San Gregorio se dirige a él, en Oraciones de los primeros cristianos n.247 249 252-255 257.

48 El mismo apelativo "resplandor" (φέγγος) es aplicado al Padre en la sϊplica inserta dentro de la celebración divina: "nos has mostrado el resplandor del Padre." Ya hemos dicho que San Gregorio llama frecuentemente "luz" a Dios y a Cristo, pero usa la palabra φως. La palabra “mar” (πέλαγος) es aplicada por Gregorio a Dios, pero no en relaciσn con su misericordia: "ut pelagus quoddam essentiae immensum et interminatum, omnem, tum temporis, tum naturae cogitationem, superans" (Oratio 38,7: MG 36,317). Esta introducción parece indicar todos los motivos por los cuales alabamos a Dios como santo de un modo progresivo: por su mismo ser, por la creación, obra de su sabiduría (cf. Sab 7,25: la sabiduría es un soplo del poder divino; Prov 8,27-31; Eclo 24,5; Sab 8,1); por la salvación, obra de su filantropía.

49 "Christi orbis conditoris ac victoris" (Oratio 18,17: MG 35,1006).

50 ..."quod cum salvator ipse, omniumque rerum Dominus et mundi huius opifex atque gubernator, ille magni Patris Filius et Verbum..." (Oratio 4,78: MG 35,603).

51 Oratio 41,14: MG 36,448AB.

52 Oratio 32,7: MG 36.181B.

53 "Ac stellae quidem suam percurrant viam quam eis praescripsit rex Christus, igneae, stare nesciae, immotae, tum quae errantes et cursum reflectentes..." (Carmina 1,1 poema 5,65-67: MG 37,429; cf. 1,11 poema 1,172-177: MG 37,535-536).

"Per te enim, o rex, sol ille sublimis astra obscurat..., per te vivit et occidit alternis vicibus lumen noctis, luna, rursus pleno lumine lucens revertitur" (11,1 poema 38,15-18: MG 37,1326). Casi equivalentes palabras en este último verso se dicen de Dios en 1,1 poema 30,7-14: MG 37,509.

54 Oratio 38,11: MG 36,321CD.

55 Oratio 30,20 (cf. nt.17 anterior); Oratio 40,2: MG 36,361 A.

56 "Quod si homo postremus creatus est, idque cum Dei manu atque imagine ornatus est (ανεδείχθη, και ταύτα χεφϊ θεού, και εϊκόν τετιμημένοις), nemini mirum videri debet. Construendum enim prius, tamquam regí, palatium erat, atque ita rex introducen-dus, omni íam suo satellitio stipatus... Quos si quod eramus permansissemus, ac praecepto paruissemus, effecti utique fuissemus quod non eramus, atque ad lignum vitae post scientiae lignum accesissemus." A continuación sigue diciendo que, por desgracia, hemos actuado de otro modo y nos hemos ganado la muerte (Oratio 44 4: MG 36.612AB.)

.".. homo creatur divina manu et imagine ornatus (χειρί θεοΰ τιμηθείς και είκόνι)” (Oratio 39,13: MG 36.348D).

57 "Adam Dei manu ac deliciaium paradisi, et prima lege dignus habiius csi, illc tamen, ne quid debitae parenti nostro reverentiae contumeliosum dicam, praeceptum minime servavit..." (Oratio 43,30: MG 36.592A).

58 Oratio 38,11: MG 36,321 C-324A.

59 "Ac legem (νόμον) quasi materiam, libero arbitrio tradit. Lex autem illa praeceptum (εντολή) erat, quo praescribebatur, tum quibus arboribus ei utendum esset, tum a qua manus abstinendae. Et porro erat scientiae arbor (το ξύλον της γνώσεως). ... accepti mandati memoriam abiecit, et ab acerba esca victus est; tum vero simul et a ligno (ξύλος) vitae et a paradiso et ab ipso Deo propter peccatum expellitur..." (Oratio 38,12: MG 36.324BC; cf. también 325A).

60 "Cread sumus, ut beneficio afficeremur; beneficium accepimus, postquam cread sumus; paradisus fídei nostrae commij-is est, ut deliciis frueremur. Mandatum accepimus, ut, eo servato, gloriam assequeremur; non quod Deus id quod futurum erat, ignoraret, sed quod arbitrio legem praescriberet. Decepti sumus (ήπατήθημεν), quoniam commodis nostris invisum est. Excidimus (έκπεπτώκαμεν), quoniam commodis nostris invisum est. leiunavimus, quoniam non ieiunavimus, ligni nimirum scientiae suavitate definite ac devicti..." (Oratio 45,28: MG 36,661BC).Gregorio afirma explícitamente que, comiendo nosotros del árbol de la ciencia, perdimos el árbol de la vida, manchamos y desfiguramos la imagen que Dios había puesto en nosotros; y, pues nos negamos a obedecer su mandato, fuimos entregados a la licencia del error; cf. Oratio 39,7: MG 36.341BC. Véase también el aspecto de solidaridad expresado en el primer texto de la nt.56 anterior.

61 Cf. Oratio 33,9: MG 36,225B. Según este texto, toda la creación y la obra de salvación le es común a Gregorio con los antiguos hombres, y por eso también el pecado de Adán y la muerte, su consecuencia; pero también la salvación, que nos ha conseguido el "celeste Adán," Cristo, quien nos ha abierto el camino hacia el árbol de la vida.

62 hammerschmidt ha visto la dificultad de interpretación de esta frase, proponiendo cuatro soluciones, entre ellas la que hemos acabado de dar, aunque él lo deduce sólo del contexto; cf. Die koptische Gregoriosanaphora 101. Me parece que la solución ofrecida desde la mentalidad de los escritos de San Gregorio es la más adecuada, y muestra, una vez más, la dependencia de estos textos de la anáfora con relación a los escritos y teología de San Gregorio Nacianceno.

63 "Multis autem prius, ob multa peccata, quae ex vicii radice pullularunt, secundum diversas causas et témpora castigatus, sermone (λόγω), lege (νόμω), prophetis, beneficiis, (εύεργεσίαις), communicationibus, plagis, aquis, incendiis, bellis, victoriis, cladibus, signis e cáelo, signis ex aere, ex térra, ex mari, hominum, urbium, gentium insperatis mutationibus; quae omnia eo tendebant, ut malitia conteretur. Validiori tamen medicamento (φαρμάκου) propter graviores morbos opus habere coepit, nimirum ob mutuas caedes, adulteria... Quae quoniam maius auxilium requirebant maius etiam acceperunt. Istud autem erat ipse Dei Verbum, ille saeculis antiquior, ille invisibilis... illud ex principio principium, illud ex lumine lumen... ille per omnia similis imago, ille Patris terminus et ratio" (Orado 18,13: MG 36,325AB).

64 "Quid ad haec nobis sycophantes ( calumniatores) dicunt, acerbi inquam, isti divinitatis expensores, verum laudandarum reprehensores, circa lumen tenebrosi, circa sapientiam imperiti, pro quibus Christus gratis mortuus est, ingratae creaturae, diaboli figmenta? Siccine Deo beneficium ut crimen obiicis? An propterea parvus" est, quia propter te humilis, quia bonus ille pastor, qui animan suam pro ovibus ponit, ad errantem ovem venit, ad montes et colles, in quibus sacrificabas, et vagantem invenit, et inventam iisdem humeris, quibus et crucis lignum sustulit, sublatamque ad suprema reduxit, reductamque eodem quo eas quae nunquam a grege aberrarunt, loco numeroque habuit?" (Oratio 38,14: MG 36,328A); nótese cómo San Gregorio une aquí Jn 10,11 y Le 15,3-4.

65 ..."A te autem, Christe,

et pura vita est, et vita ex mortuis.

Quis progenitorem nostri vitii et generis

suscepit, postquam gustum ploravit et fraudem?

Quis nefarium regem gemitibus expurgavit Manassem?

Quis Davidem magno exsolvit scelere?" (Carmina 11,1 poema 46,37-42: MG 37,1380).

66 "Nec legem expavescentes, quam olim rex Christus littera veritatem adumbrans, lapidéis tabulis, ac postremo cordibus nostris Spiritus Sancti splendore insculpsit" (11,1 poema 45,177-180: MG 37,1366).

67 F. Rudasso comenta así estos pasajes: "Gregorio, con questo modo di agiré, vuol rimarcare la divinitá del Cristo non solo atribuendo a lui fatti e prerogative proprie di Dio come il perdonare i peccati, ma anche, trascendendo il tempo, atribuendogli interventi e fatti avenuti prima che il Cristo nella sua realtá completa esistesse" (La figura di Cristo 135).

68 Este dato parece confirmar la interpretación que hemos dado de los dones que Dios dio a Adán, siguiendo a San Gregorio, en p.323.

69 ..." progressus autem Deus humanitate, unum ex duobus Ínter se contrariis, carne nimirum et spiritu; quorum alterum deiñcavit, alterum deificatus est... carnis enim meae paupertatem subiit, ut ego divinitatis ipsius opes consequar. Qui plenus est, exinanitur (κενουται): sua enim gloria nonnihil exinanitur, ut ego plenitudinis ipsius particeps efficíar. (...) (divinam) imaginem accepi, nec custodivi: ille carnis meae particeps fit, ut, et imagini salutem, et carni immortalitatem afferat" (Orado 38,13: MG 36.325C, continuación de la cita de nt.63). Otros textos complementarios: el Verbo asume lo que no era por su amor a los hombres (φιλάνθρωπος γαρ) (Oratio 39,13: MG 36.349A); el Verbo se une a un alma intelectual en la encarnación "por mi alma, para purificar lo semejante por lo semejante" (Oratio 38,13: MG 36,3256); "se anonadó por nosotros (κενοΰται δι” ημάς)” (Oratio 37,3: MG 36,285).

70 Oratio 38,17: MG 36.329C.

71 "Ideo ipse (Christus) quoque carnis praetextu inescatur, ut, dum quasi in Adamum impetum facit, in Deum incurrat, atque ita novus Adamus pristinae salud et incolumitati veterem asserat, sententiaque adversus carnem pronuntiata rescindatur, morte nimirum a carne oppressa et interempta (και λυθή το κατάκριμα της σαρκός, σαρκί του θανατωθεντος)” (Oratio 39,13: MG 36.249B).

En los mismos poemas se expresa también con frecuencia la misma doctrina sobre la encarnación. Así, el Verbo vino al mundo encerrándose en el seno de la Virgen para rescatar su heredad (Carmina 1,11 poema 1,140-149: MG 37,533);

para salvar al hombre (1,1 poema 9,37-54: MG 37,449-450);

para llevar a su primitivo esplendor la imagen divina del hombre (1,1 poema 10,19-23: MG 37,466-467; 1,1 poema 35,5-9: MG 37,517);

para revestir al hombre de la inmortalidad de Dios (1,1 poema 11,7-8: MG 37,471).

72 En la Oratio 38,16 hay una bella descripción de la vida de Jesús en este sentido; nótese, p.ej., el siguiente giro: "Ac quidem paulo post, et lesum, purgationis meae causa, in lordane purgari videbis"; cf. también algunas expresiones en paralelo con las de la anáfora: .".. et morbos ac languores curare, et mortuos ad vitam lucemque revocare... et in crucem tolli, ac peccatum meum cruci secum afligere; ut agnum offerri (προάγειν)... ut hominem sepultura affici, et ut Deum resurgere, ac postea in caelum ascenderι, tandemque cum gloria sua venturum esse." Y la finalidad de todo esto: "Quorum omnium unum hoc caput est, atque unus hic scopus, nimirum mea perfectio et instaurado atque ad primum illum Adamum reditus" (MG 36.329BC). Otros datos sobre Jesús yendo como cordero a la muerte los tenemos en los poemas: el discípulo de Cristo debe imitar la mansedumbre del Salvador, el cual, a pesar de ser Dios y Señor de los relámpagos, "tanquam agnus sine voce ducebatur ad necem" (1,11 poema 25,240: MG 37,830). En otro lugar se dice que Cristo ha muerto como cordero "por mis propios crímenes" (1,1 poema 6,78: MG 37,136). Sobre los pecados míos, crucificados en la cruz de Cristo, cf. también Oratio 43,64: MG 36,581 A: “nec crucem recusasse, ut peccatum meum afligeret (ίνα προσήλωση την έμήν άμαρτίαν).”

73 Oratio 40,45: MG 36,424BC.

74 Tal me parece la explicación más clara de este pasaje. Parecida solución da hammerschmidt (Die koptische Gregoriosanaphora 102). La otra frase difícil de entender, "con la palabra restauraste la naturaleza," por el contexto puede referirse a la enseñanza de Jesús o a los milagros obrados con sólo su palabra (cf. Mt 8,16; Jn 4,50-53; pero aquí se usa λόγος, mientras que en la anáfora el término es ρήμα). “Te ofre2co los signos (σύμβολα) de esta liberaciσn mía, a tus palabras adscribo el cumplimiento de los hechos. Tú me entregaste a mí esta mística participación de tu carne en pan y vino75. P. Creemos. En efecto (γαρ), la noche en que tú a ti mismo te entregaste por tu propio poder, P. Creemos16. tomando pan en tus santas, e incontaminadas, e irreprensibles 77 manos,

75 "Tú me entregaste... vino"] "Tú me entregaste esta liturgia llena de misterio (μυστήριον), tϊ me has dado parte (μετάληψις) en tu carne (σαρξ) medνante pan y vino": texto copto.

76 "Creemos"] om: texto copto.

77 "irreprensibles"] add "bienaventuradas y salvadoras": texto copto. "manos"] add: "P. Creemos que así es en verdad. Amén": texto copto. El texto copto introduce una serie de intervenciones del diácono y el pueblo a lo largo del relato institucional y de la epiclesis, todas provenientes de la tradición egipcia, y, por tanto, no pertenecientes al original. Las dos más interesantes en el relato institucional, por el significado dogmático que pueden tener, son las situadas tras las palabras sobre el pan ("Así es en verdad. Amén") y sobre el cáliz ("De nuevo así es en verdad. Amén"); cf. el texto en E. hammerschmidt (Ote koptische Gregoriosanaphora 34s), así como el juicio de engberding en OCh 42 (1958) 13878 "santificaste"] add: "probaste": texto copto.

79 "resurrección"] add: "y hacéis mi memorial": texto copto.

80 "confesamos"] add: "Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias, Señor, y te rogamos, Dios nuestro": texto copto.

81 "el"] "tú"; en toda la anamnesis, el texto copto usa siempre "tú" en lugar del artículo "el."

82 "ofreciéndote"] "te ofrecemos"; texto copto.

83 "Te alabamos... nuestro*] om: texto copto.

84 "Tú mismo... santísimo"] "Envía tú sobre nosotros la gracia de tu Espíritu Santo": texto copto.

85 "viniendo... presencia"] om: texto copto.

86 "preciosos y santos"] om: texto copto.

87 "cuerpo"] add: "P. Creo": texto copto.

88 "alianza"] add: "P. Creo": texto copto.

89 "Amén"] add: "Amén. Amén. Señor, ten piedad": texto copto.

90 El texto copto ha colocado esta conclusión delante de la doxología; falsamente; cf. H. engberding, en OCh 42 (1958) 140. El códice Karmarcik tiene el orden correcto.

91 La variante copta de la frase de enlace muestra que no ha sido bien entendida por el que la tradujo del griego. En cuanto a las intervenciones del diácono y del pueblo en el relato institucional y en la epiclesis, ya hemos dicho que son fundamentalmente de procedencia egipcia. Egipcia parece también la doble repetición del "Haced esto en memorial mío" (cf. nt.80 del cap. anterior). En cuanto a la anamnesis, la falta del pronombre "tú" en algunas proposiciones es la lectio difficilior, aunque el sentido es sustancialmente el mismo en uno y otro texto. El final de la anamnesis en el texto copto coincide plenamente con la recensión copta de San Basilio (cf. p.300). En ambas recensiones encontramos la clásica variante egipcia "de tus dones."

92 Cf. p.258-259.303-307.

93 J. betz, Die Eticharistie in der Zeit 219. betz llega a esta conclusión tras un estudio de varios pasajes de Eusebio de Cesárea en los cuales se pone de relieve el carácter memorial conmemorativo de esta expresión y su relación con la obra salvadora de Jesús. El pasaje más interesante se encuentra en la Demonstrada Evangélica 8,1: .".. él (Cristo) entregaba a sus discípulos los símbolos de la obra profetizada, mandando que fuera hecha la imagen (εικόνα) de su propio cuerpo. Porque... ya no aceptaba los sacrificios cruentos, ni las inmolaciones de diferentes animales prescritos por Moisés en la ley, sino que les confiaba el usar el pan como símbolo de su propio cuerpo..." (cf. el texto y su contexto en MG 22,593C-596B; TEP I 201-203). En este texto aparece claro que "símbolo del cuerpo" está puesto en contraposición a los sacrificios del A Τ y en estrecha relaciσn con la economía salvadora de Jesús. Así, el mismo Eusebio puede hablar del símbolo del cuerpo y sangre de Cristo como de los "símbolos inefables de la pasión salvadora" (Historia ¡eclesiástica X 3,3; ed. A. velasco, II 594; TEP I 210). La conclusión de todo el estudio de betz sobre este término en el siglo iv es la siguiente: "Symbole heissen die liturgischen Handlungen, aber auch die Elemente. Sie heissen so, weil durch sie das Gedá"chtnis oder die Wirkung der einstigen Heilstat Christi zustande kommt. Das, was jetzt mit und an den Elementen geschieht, ist also die ontische Grundlage für die Anamnesis, für die Gegenwart der vorgegangen Heilstat. Die Symbolen-Aussagen der Váter weisen in die Richtung der relativen und symbolischen Gegenwartsweise" (o.c., 222).

No he encontrado en San Gregorio la expresión "ofrecer los símbolos" referida a la Eucaristía, pero sí la expresión "ofrecer los antitipos," y precisamente con la misma connotación salvífica que encontramos aquí referida a los símbolos; así, cuando afirma que sólo es digno del gran sacrificio del Cristo el que antes se ha ofrecido a sí mismo a Dios como hostia viva y santa; sólo entonces, continúa, puede uno atreverse a "ofrecerle el sacrificio externo, antitipo de los grandes misterios (es decir, de los acontecimientos salvadores) de Cristo" (Oratio 2,95: MG 35,497 AB; TEP I 411). En otra ocasión, San Gregorio califica el pan y el vino que están sobre el altar como "tipos de mi salvación (τύπους της έμής σωτηρίας), que yo realizo (τελώ) con la misma boca con que te presento estas sϊplicas, es decir, el misterio (μυσταγογία) sagrado y que nos lleva al cielo” (Oratio 17,12: MG 35.980AB; TEP I 413-414).

94 "Die Erfüllung deiner Verheissung muss ich deinen Worten, die nun gleich zu sprechen sind, überlassen" (Die koptische Gregoriosanaphora 103). La explicación podría apoyarse en la importancia que San Gregorio concede a las palabras del sacerdote, como realizadoras del sacrificio (cf. el último texto de San Gregorio citado en la nota anterior y aquel otro en que San Gregorio subraya cómo el medio que causa la presencialización del acontecimiento salvador de Jesús son las palabras del sacerdote, el cual en la misa "atrae al Verbo con la palabra (λόγω) cuando con secciσn incruenta corta el cuerpo y la sangre del Señor, usando como espada la voz" (Epístola 171: MG 37.280C-281A; TEP I 421-422). Nótese, sin embargo, que en la anáfora no se habla de las palabras del sacerdote, sino de las palabras de Jesús.

95 “Der Vollzung (πράγματα) des Ritus (des Abendmahles) geschieht auf des Herrιn ureigenste Weisung (ρήμασί σου) hin.Daher επιγράφω: ich schreibe es deinem Worte zu.” Daher auch der sofort anschliesssende Satz...” (OrCh 42 [1958] 135).

96 Salvo este rasgo, todo lo demás de la anamnesis muestra una estrecha dependencia de la anamnesis de la anáfora de Santiago; cf. E. hammerschmidt, Die koptische 177-178; H. engberding, en OCh 42 (1958) 137.

97 La epiclesis de esta anáfora, salvo las frases introductorias, depende, en gran parte, de la anáfora de Santiago. B. Botte, que ha mostrado este hecho, afirma, sin embargo, que la frase "Tú mismo envía tu Espíritu Santísimo [para que, viniendo,] con su santa buena y gloriosa presencia santifique y transforme estos preciosos y santos dones presentados," habría sido introducida en Santiago a partir de la anáfora de Gregorio, excepto lo puesto entre paréntesis (cf. L"épiclése dans les liturgies syriennes orientales: Sacris Eudiri 6 [1954] 56). Engberding cree, sin embargo, que esto no es cierto, pues dadas todas las influencias existentes en la anáfora de Gregorio por parte de Santiago, la presunción está por lo contrario. Por eso, aunque esta frase sea un doblete en Santiago, su origen habría que buscarlo en otro lugar distinto de la anéfora de Gregorio, la cual ya la habría recibido de la misma anáfora de Santiago. De este modo, además de permanecer en la regla común (dependencia de Gregorio respecto a Santiago), se explicaría también cómo la frase "para que viniendo," que ciertamente pertenece a Santiago, se habría introducido también en Gregorio (cf. cita en nota anterior). Semejante conclusión en B. D. spinks, The Consecratory Epiclesis 33.

98 Die koptische Gregoriosanaphora 135. El autor añade: "Zwischen den Texten dieser Stellen besteht ein lebendiges Hin und Wieder, Auf und Ab, das eine gewisse Spannung enthált, der Wanderung nicht zulásst. Wenn der Liturg den Einsetzungsbericht gespro-chen hat, verweilt er gleichsam nochmals und lásst das Geschehen erneut durch die Gnadenwirkung des heiligen Geistes sich vollziehen."

99 Cf. p.307-309.

100 Una confirmación de la unidad relato institucional-epiclesis podría también aducirse a partir de la extraña frase: "Tú mismo conserva en nosotros la memoria de tu culto," sobre todo si entendemos por “culto” (λατρεία) el culto eucarνstico; y más concretamente, la cena celebrada por Jesús, cuyos gestos y palabras hemos repetido en esta Eucaristía. En este sentido, la petición podría tener dos sentidos: que permanezca en nosotros el recuerdo (psicológico) de la celebración de Jesús y su repetición litúrgica en la Eucaristía celebrada, o quizá, más probablemente, que permanezca en nosotros el memorial celebrado, mediante el cual se hace presente sacramentalmente la salvación que Cristo nos trae. En ambos casos estamos pidiendo que Cristo consolide en nosotros algo ya realizado, y que, sin embargo, el Espíritu Santo va a realizar ahora, como pedimos en la epiclesis.

La interpretación de λατρεία referida al culto eucarνstico encuentra fundamento en la anáfora de San Marcos, papiro de Estrasburgo, donde la Eucaristía es denominada άναίμιχκτον λατρείαν (ΡΕ 116; cf. tambiιn la versión griega melquita, ibid., 102).

Además, la unidad de acción entre Jesús y el Espíritu está claramente expresada en esta epiclesis cuando se pide la transformación de los elementos con el mismo verbo a uno y a otro: "tú mismo transforma con tu voz los dones presentados"; "tú mismo envía tu Espíritu Santísimo para que... santifique y transforme estos preciosos y santos dones presentados."

 

 

5. La Anáfora de las Homilías de Teodoro de Mopsuestia.

 

Contexto y Documentación.

En las dos últimas homilías catequéticas de la serie de dieciséis que Teodoro de Mopsuestia pronunció para instrucción de los catecúmenos y recién bautizados, nos ha conservado este autor, amigo y compañero de estudios de San Juan Crisóstomo, una exposición detallada de su pensamiento sobre la Eucaristía y del ritual seguido en su Iglesia. Compuestas originariamente en griego, han llegado íntegras hasta nosotros en una buena traducción siríaca llevada a cabo bastante pronto1. Los autores que han estudiado las catequesis no se llegan a poner de acuerdo sobre el lugar y la fecha en que fueron pronunciadas 2. En todo caso, parecen ser posteriores al concilio Constantinopolitano I, del año 381, que es citado varias veces en la homilía 9.3 Si refleja la liturgia de la misma ciudad de Antioquía o una variante tal como era usada en Mopsuestia, sede episcopal de Teodoro, es muy difícil decidir. Ciertamente, la anáfora que refleja en sus escritos pertenece a la tradición siro-antioqueña por su estructura; no debemos, sin embargo, olvidar, al igual que cuando hablamos sobre la anáfora de San Juan Crisóstomo, que en esta época todavía no existían formularios normativos fijos, sino unas líneas tradicionales de construcción y un contenido tradicional, aunque variable, sobre todo en lo que se refiere a las partes recitadas sólo por el sacerdote; todo lo más que podría haber existido serían diversos formularios a elegir4.

No es nuestro objetivo aquí describir y analizar la doctrina eucarística de Teodoro, ni tampoco hacer un análisis detallado de toda su liturgia eucarística. Limitándonos a la anáfora en sentido estricto, trataremos de poner de relieve la Historia de la Salvación tal y como en ella se perfila tanto en su dimensión horizontal como vertical, así como también las consecuencias que de ello se derivan para una comprensión de la Eucaristía. El método para ello será el mismo de Teodoro, es decir, la mistagogia: de los ritos y sus plegaria pasar al contenido en ellos expresado, intentando iluminar éste, naturalmente, también con otros textos de las mismas catequesis5.

 

 

El Sacrificio de Alabanza: Liturgia Celeste y Liturgia Terrena.

Tras haber recogido el diálogo introductorio a la plegaria eucarística y haber explicado su sentido, Teodoro inicia la explicación de la anáfora con una nota general sobre su sentido:

 

"Entonces, estando todos de pie, guardando silencio con gran temor, "el sacerdote comienza a ofrecer la oblación (qurab qurbana) e inmola el sacrificio de la comunidad."

Y un temor general, por él mismo y por todos nosotros, cae sobre él a causa de lo que tuvo lugar: que nuestro Señor aceptó la muerte, cuyo memorial va a ser realizado en este sacrificio."6

 

La celebración eucarística se presenta, por tanto, como un sacrificio, en cuanto que en él se realiza el memorial de la muerte del Señor. Pero este dato no pertenece a la primera sección, sino que afecta a toda la celebración, y principalmente a toda la anáfora, como veremos más adelante. El contenido propio de esta parte comienza a exponerse a continuación:

 

"Como el sacerdote en este instante es la lengua común de la Iglesia, usa en esta grandiosa liturgia palabras convenientes — éstas son las alabanzas a Dios —, confesando que todas las alabanzas y todas las glorificaciones convienen a Dios: a él convienen adoración y liturgia por parte de todos nosotros; y antes que todas las otras (liturgias), ésta de ahora, que es el memorial de esta gracia que nos ha sido hecha, y cuya descripción es incomprensible a (toda) la creación."7

 

El tono predominante de esta sección es, por tanto, la alabanza a Dios, su glorificación. En este sentido, este mismo servicio litúrgico de la Eucaristía es, en primer lugar, alabanza y glorificación, que convienen a Dios más que a ningún otro ser, pues que se trata del memorial de nuestra redención. A continuación expone Teodoro a quién van dirigidas estas alabanzas y quiénes deben expresarlas:

 

"Y como hemos sido instruidos y bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y de aquí debemos esperar el cumplimiento de lo que se lleva a cabo, (el sacerdote) dice: "Grandeza del Padre," y añade también "del Hijo," pues lo mismo que a aquél es debido a éste, que es verdadera y realmente Hijo, semejante al Padre en la misma Ousía" divina. Entonces dice (que) a esta naturaleza divina que (existe) desde toda la eternidad, toda la creación, y antes que todos los demás las potencias invisibles, presentan en todo tiempo alabanzas y glorificaciones. Menciona entre todos a los serafines, que elevan (hacia Dios) esta alabanza, que aprendió el bienaventurado Isaías por revelación divina, y que él transmitió mediante la Escritura, la que todos nosotros hacemos en voz alta. De esta manera, lo mismo que dicen las naturalezas invisibles también lo decimos nosotros: "Santo, santo, santo, Señor Sabaoth, de cuyas alabanzas están llenos el cielo y la tierra" (Is 6:3). Pues el bienaventurado Isaías también, habiendo visto de una manera anticipada, mediante una operación espiritual, los bienes que serían hechos al género humano, escuchó en esta misma visión que los serafines dicen esta misma palabra. Por revelación conoció el profeta una especie de grandiosa liturgia, en visión, porque es demasiado sublime para la naturaleza humana y que con mucho temor y reverencia miran las potencias inteligibles; por esto bajan su mirada y cubren con sus alas sus pies y sus rostros..."8

 

La alabanza iniciada por el sacerdote es una alabanza a la Trinidad, en continuidad con toda la vida espiritual del cristiano, con su iniciación y su bautismo, de los que la Eucaristía es su plenitud. Una alabanza que compete a toda la creación, y, antes que a nadie, "a las potencias invisibles," a los ángeles, que presentan esta alabanza sin interrupción. De entre estas "potencias invisibles" se subraya a los serafines, pues la alabanza que ellos proclaman en la liturgia celeste ha sido revelada a Isaías, el cual, mediante la Escritura, nos la ha transmitido a nosotros. Resulta así que el Sanctus es la misma alabanza cantada en la liturgia celeste; es lógico, por tanto, que sea ésta la alabanza de la liturgia terrestre,la nuestra; pero ¿cómo podemos nosotros en la tierra cantar la alabanza celeste? Esto es lo que explica Teodoro a continuación:

 

"Por tanto, necesariamente el sacerdote también en esta liturgia, tras haber mencionado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, dice: "Alabanza y adoración sea ofrecida por toda la creación a la naturaleza divina." Pero menciona también a los serafines, porque se encuentran en la divina Escritura cantando esta alabanza que todos nosotros los asistentes decimos, gritando en alabanza divina la plegaria que hacemos con todas las potencias invisibles para dar nuestro culto a Dios. Y nosotros tenemos la misma intención que ellos y hacemos una confesión semejante a la suya, porque es aquella (naturaleza divina) también la que nos dio la obra (realizada) por Cristo nuestro Señor: poder llegar a ser inmortales e incorruptibles y presentar nuestro culto, junto con las potencias invisibles cuando "seamos arrebatados en las nubes en el aire ante nuestro Señor, y así seamos en todo tiempo con nuestro Señor" (1 Tes 4:17), según la palabra del Apóstol; como tampoco es mentirosa la palabra de nuestro Señor, que dijo: "Serán como los ángeles de Dios y son hijos de Dios, pues son hijos de la resurrección." (Lc 20:36) 9

 

Este pasaje es particularmente interesante desde nuestro punto de vista, pues establece las relaciones entre la liturgia celestial y la liturgia terrestre. Efectivamente, los participantes en la celebración eucarística no entonan una alabanza cualquiera, sino la misma de los serafines en la liturgia celestial y en unión con todas las potencias invisibles. La liturgia de la tierra es así como una anticipación de la liturgia perenne del cielo, y esto en virtud del plan salvador de Cristo, que nos ha destinado a estar como ángeles de Dios constantemente en su presencia. Cierto, aún no lo somos. Pero en virtud de esta obra podemos ya tomar parte en la liturgia celeste mediante esta liturgia, esperando el día en que esta participación será plena. Aunque aquí Teodoro de Mopsuestia no lo explica, tal cosa es posible, porque la liturgia sacramental es ya imagen de la realidad celeste, como veremos más adelante. Se da, pues, una anticipación de nuestra participación escatológica en el culto divino; una participación real, aunque sacramental, y por eso aún no perfecta. La tensión entre el "ya" y el "todavía no" de la Historia de la Salvación adquiere aquí una primera y clara formulación, coincidente en gran parte con la idea que del Sanctus tiene San Juan Crisóstomo 10.

Una confirmación de esta interpretación se obtiene al leer lo que Teodoro añade sobre el temor reverencial: el temor reverencial, que nos hace permanecer ante esta grandiosa liturgia con los ojos bajos, se explica porque estamos ante la tremenda liturgia celeste, en la cual incluso los serafines ocultan su rostro; de aquí el que nosotros nos sirvamos no de nuestras propias palabras para alabar a Dios, sino de las palabras angélicas. Incluso el mismo sacerdote celebrante "se asocia plenamente con su voz a las potencias invisibles; también él ora y glorifica a la divinidad; también él hace esto con temor, pues es justo que él no sea menos que los otros. Pero él está obligado más que todo el mundo a estar en el temor y temblor de lo que se hace, porque una tal liturgia tan tremenda es él quien la realiza por todo el mundo."11

En consecuencia, desde un punto de vista estructural, la anáfora comentada por Teodoro de Mopsuestia consta claramente en la primera parte de una celebración divina centrada en la alabanza de toda la creación, visible e invisible, a la Trinidad, seguida del Sanctus2; desde el punto de vista de una teología histórico-salvífica, esta celebración divina es un sacrificio de alabanza ofrecido en la tierra, pero en unión con la liturgia celestial y perenne de los ángeles en el cielo, de la cual es su anticipo en figura sacramental y el anuncio de su plena realización.

 

Conmemoración de la Historia de la Salvación: La economía.

Siguiendo la descripción de Teodoro, la plegaria eucarística se continúa mediante unas palabras que enlazan esta sección con el Sanctus proclamado por el pueblo; a ellas sigue una exposición de la economía de nuestra salvación:

 

"Poco después de que todos los presentes han aclamado "Santo, santo, santo, Señor Sabaoth," y de que han vuelto al silencio poco a poco, el sacerdote entonces prosigue la liturgia sagrada, diciendo en primer lugar: "Santo es el Padre, y Santo también el Hijo, y Santo también el Espíritu Santo"; de manera que hace una profesión (de fe) en esta naturaleza, que existe desde la eternidad y es santa, y también (de manera) que hace ver que ha expuesto claramente el sentido de la alabanza de los serafines, que escuchó el profeta y nos transmitió mediante la Escritura.

Inmediatamente expone también la misericordia inefable (derramada) sobre nosotros, a causa de la cual (Dios) manifestó la obra (medabranuta) por Cristo; el cual, existiendo en la forma de Dios, quiso, sin embargo, tomar la forma de esclavo (Flp 2:6-7); el cual asumió un hombre perfecto y completo para la salvación de todo el género (γένος) humano, aboliσ las cosas antiguas y crueles que el yugo de la ley (νόμος) antiguamente nos imponνa, y el dominio de la muerte (sobre nosotros) desde antiguo; y él dio bienes inefables y más elevados que toda comprensión humana; (bienes) por los cuales nuestro Señor, el Cristo, aceptó padecer a fin de operar por su resurrección la abolición perfecta de la muerte; y a nosotros nos prometió el estarte asociados (sautep κοινόω) en el gozo de este porvenir.”13

 

Como puede observarse, la anáfora se continúa con un enlace tradicional en las anáforas antioquenas, si bien no es formulado siempre trinitariamente, como lo es aquí14. Tras esta fórmula de transición se expone el contenido propio de esta sección: una conmemoración de la obra salvadora llevada a cabo por Cristo. El tono de esta conmemoración es de acción de gracias, como se deduce de la explicación dada anteriormente al verso del diálogo introductorio de la anáfora "Demos gracias al Señor":

 

"En efecto, por tales cosas (encarnación, muerte, resurrección de Cristo, según el párrafo anterior), que fueron hechas para nosotros y de las que vamos a realizar el memorial en esta liturgia, debemos, antes que nada, una acción de gracias a Dios, causa de todos estos bienes..."15

 

La exposición de esta conmemoración, aun ateniéndose a unos cánones tradicionales de exposición y contenido, refleja claramente el lenguaje y la teología de Teodoro en sus catequesis, y por ello debe ser interpretada desde esta fuente.

 

a) La "economía."

Teodoro de Mopsuestia usa con mucha frecuencia este término en sus catequesis. La economía es el plan de salvación llevado a cabo por Cristo, decidido desde antes de la formación del mundo por Dios como manifestación de su sabiduría oculta16. Mediante la obra de Cristo, Dios concluye la nueva alianza con el género humano, aboliendo todas las cosas antiguas y mostrando en su lugar otras nuevas 17. La obra, el plan de salvación, es iniciativa de Dios Padre, pero la lleva a cabo Cristo; de aquí que Teodoro use habitualmente la expresión "obra de Cristo" o también "obra de su humanidad," pues fue por medio de su humanidad como la realizó18.

La obra de Cristo se resume, como en su principio y su fin, en esta afirmación del credo: "nació de la Virgen María y fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato," "porque lo uno es el comienzo de su obra por nosotros y lo otro su fin; y ellos (nuestros Padres bienaventurados) incluyeron entre estos dos extremos todas las cosas, una detrás de otra, que nos enseña el libro del Evangelio."19 ¿Quiere esto decir que la resurrección ya no pertenece a la obra? No, porque, para Teodoro, la muerte de Cristo en la cruz está íntimamente unida a la resurrección, en cuanto que en esta última venció a la muerte y nos conquistó una vida nueva: "Nosotros nos acordamos, en efecto, de haber dicho a Vuestra Caridad que es una regla de las Escrituras indicar por la mención de la cruz toda la obra de Cristo, porque por la cruz él llegó a la muerte; ahora bien, por la muerte abolió la muerte y manifestó abiertamente la vida nueva, inmortal e inmutable."20 Es más, "a todas las maravillas operadas en la obra de Cristo, la resurrección pone el sello. Porque el cumplimiento también de toda la obra de Cristo es la resurrección, y el asunto principal entre todos los enderezamientos que él ha operado en aquel mediante el cual fue destruida la muerte y disuelta la corrupción..."21 Por lo demás, a la resurrección de Cristo, que opera nuestra resurrección, hay que añadir también la ascensión, realizada "para mostrarnos que es al cielo adonde seremos conducidos," y su sesión a la derecha del Padre, anticipo de nuestra estrecha comunión con él22.

Estas últimas precisiones ponen de manifiesto un nuevo aspecto de la obra de Cristo. No se trata solamente de lo que él hizo desde su encarnación a su muerte gloriosa, sino además de que él lo hizo por nosotros y por nuestra salvación llevado de su misericordia. Esta es la suprema razón de toda la obra de Cristo, la causa de la obra de su humanidad; por eso vino hasta nosotros, porque se cuidaba de nuestra salvación, y por eso asumió la forma de esclavo: "él vino para salvar a los seres humanos, a fin de que los que estaban perdidos y entregados al mal, por una gracia y una misericordia inefables, él los vivificase y los librase del mal. He aquí por qué dicen (los Padres en el Credo): descendió del cielo."23

 

b) Las etapas de la "economía."

Teniendo en cuenta esta perspectiva de Teodoro, comprendemos por qué, en su exposición de la obra salvífica, la anáfora se reduce prácticamente a dos acontecimientos históricos: la encarnación y la muerte-resurrección. Para él está resumida aquí toda la acción, toda la Historia de la Salvación. Pero no solamente en este punto se refleja la personalidad del autor en el contenido de la anáfora, sino que en cada una de sus formulaciones está reflejada su manera de pensar.

Así, la encarnación es descrita mediante dos rasgos concretos: la alusión a Flp 2,6-7 y su teología del "assumptus homo." En efecto, el pasaje paulino es fundamental para él, como expresión de su cristología y, sobre todo, de la doble naturaleza, divina y humana, de Cristo24. Dicho de otro modo y con sus propias palabras, "forma de hombre" no indica otra cosa sino que él se hizo hombre," llegando a establecer esta ecuación: forma hombre25.

La segunda afirmación con que es descrita la encarnación refleja aún más claramente el pensamiento de Teodoro; y concretamente, su polémica antiapolinarista. En primer lugar, el obispo de Mopsuestia es claro sobre un punto concreto: no es Dios el que se ha hecho carne, sino que por nosotros, por nuestra salvación, ha sido asumido el hombre26; en segundo lugar, no ha sido asumido un cuerpo, sino un hombre, el hombre caído, compuesto de cuerpo y un alma inmortal y racional27. No se trata de una simple disquisición sin consecuencias, sino de algo fundamental, pues si Cristo asume al hombre, es para salvarlo. Ahora bien, quien ha de ser salvado es aquel que por el pecado se ha perdido, y quien se ha perdido no es el cuerpo, sino el hombre entero, cuerpo y alma. Así, citando Rom 5:12.15 y 1 Cor 15:21-22, razona del siguiente modo: "No fue, por tanto, un cuerpo lo que (el Hijo) debía asumir, sino también un alma inmortal e inteligente. Y no fue la muerte del cuerpo la que importaba abolir, sino (la) del alma, que es el pecado."28 "Ahora bien, es evidente que la inclinación al pecado tiene en la voluntad del alma su principio, pues incluso en Adán (fue) el alma primero (quien) aceptó el consejo de extravío y no su cuerpo."29 El principio que está en juego es, pues, el de la misma finalidad de la redención de Cristo: "quod non est assumptus non est sanctus," o dicho con palabras de Teodoro: "él se revistió de un hombre semejante a Adán, el cual, después de haber pecado, había recibido una sentencia de muerte, a fin de que por un (ser) semejante fuese extirpado de nosotros el pecado y abolida la muerte."30

Según este principio, Cristo, asumiendo la ley, nos libró de la ley31, y, asumiendo nuestra muerte, por su resurrección abolió definitivamente la muerte32, concediéndonos los bienes inefables de la inmortalidad, de la incorruptibilidad, la inmutabilidad, la libertad, la amistad, la vida nueva33, bienes todos ellos que ya empezamos a gozar ahora por los sacramentos, pero que tendremos plenamente cuando seamos asociados con Cristo en el gozo futuro34.

 

c) Una Historia de la Salvación cristocéntrica y universal.

En conjunto, pues, Teodoro nos da aquí una visión sintética de la Historia de la Salvación concentrada en la obra de Cristo, y, más concretamente, en los dos hechos capitales que son como su sumario: la encarnación y la muerte gloriosa. Ahora bien, aunque aquí no se nombra para nada al AT, haríamos mal en suprimirlo de la visión salvífica que él nos da. Sería incomprensible la presentación que hace de la encarnación si no tenemos en cuenta que Cristo, según él, asume al "hombre-Adán," es decir, al hombre sujeto por el pecado a la muerte y a la ley, realidades del AT. Cristo inaugura la segunda y definitiva época, la segunda "catástasis" como él la llama; y ésta es incomprensible sin una referencia a la primera, que comienza en Adán. La figura de Adán, como símbolo que resume la antítesis de Cristo, está, por tanto, reflejada indirectamente en su visión de la historia salvífica y le da una dimensión universal, si bien desde la perspectiva de una obra centrada en la obra de Cristo35.

Cristo, que viene a salvarnos, y el ser humano, por quien se realiza esta salvación, son, pues, los dos centros que abarca esta Historia de la Salvación, la cual comienza en Adán y alcanzará su final en la plena convivencia con Cristo glorioso en el cielo. Cómo ya desde ahora podemos participar de esta gloria conquistada por Cristo, se dice al explicar en qué consisten los sacramentos, y concretamente el sacramento de la Eucaristía. Las secciones siguientes de la anáfora que él comenta están centradas en este punto: ya participamos de los bienes futuros, pero todavía no "en realidad," sino "mediante figuras." Esta teoría sacramentaría está en la base, como vamos a ver inmediatamente, de su explicación de toda la sección restante de la anáfora. Aquí ya, de alguna manera, comenzamos a participar de la segunda "catástasis"; la Historia de la Salvación no es sólo una evocación, un memorial literario, sino una participación "en figura," un memorial cultual.36

 

El Memorial de la Muerte del Señor: La Eucaristía, "Tipo" de la Salvación Definitiva.

La explicación del contenido de la anáfora continúa ahora de la siguiente manera:

"Por tanto, es muy necesario que (Cristo) nos diese este misterio que es apto ( ίκανώς) para conducirnos allí (al gozo futuro). Por él nacemos de nuevo en la figura (τύπος) del bautismo, (por ιl) hacemos conmemoración de la muerte de nuestro Señor mediante esta liturgia tremenda.

Tomamos el alimento inmortal y espiritual que (es) el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, (nosotros) para quienes nuestro Señor, en el momento de dirigirse a su pasión, hizo la entrega (de ellos) a sus discípulos, de manera que mediante ellos nosotros los recibiéramos y los hiciéramos, todos nosotros, los que creemos en Cristo.

Seguidamente hacemos conmemoración de la muerte de nuestro Señor, Cristo, y mediante ésta recibimos un alimento inefable, de donde tenemos una esperanza capaz de atraernos la comunión de los (bienes) futuros.

Esto y (otras) cosas semejantes dice el sacerdote en esta liturgia sagrada; y conmemorando lo que tuvo lugar, es el don mismo de Cristo lo que él nos prepara a todos a mirar por medio de estas oblatas (syama πρόθεσις τα προκείμενα?).”37

Hemos dividido la sección intencionalmente en cuatro párrafos para facilitar la explicación inmediata. El primero es claramente una introducción a toda la sección. Hemos expuesto toda la obra de Cristo, que termina con su glorificación en el cielo, de la cual esperamos participar. Ahora bien, el medio para participar nos lo proporcionan los sacramentos o misterios; concretamente, el del bautismo y el de la Eucaristía que ahora celebramos, y que es la conmemoración de la muerte del Señor. Es posible que esta introducción no sea sólo una explicación de Teodoro, sino que refleje una posible formulación litúrgica al estilo de las que ya conocemos en otras liturgias 38. En todo caso, la función de esta introducción en la mente de Teodoro es la misma que la de esas liturgias: indica un cambio del memorial literario al memorial cultual; entramos en el ámbito de la realidad sacramental, en la dimensión vertical de la Historia de la Salvación. A la vez, la alusión al relato institucional que sigue se encuentra englobada en la anamnesis, expresión del memorial cultual.

El relato institucional se encuentra aludido en la expresión "Nuestro Señor, en el momento de dirigirse a su pasión, hizo la entrega (de ellos) a sus discípulos." La expresión "entrega," en siríaco "talnuduta," equivale a la palabra griega παράδοσης y evoca 1 Cor 11:23; otros reflejos tendrνamos en las expresiones "los recibiéramos" (quizá eco de λάβετε) y “los hiciιramos" (posible eco de τούτο ποιείτε), segϊn sugiere Lietzmann.39 Probablemente, Teodoro no nos da más ampliamente el relato institucional, porque lo que es importante para él ahora es expresar cómo nuestra acción es un memorial de la muerte del Señor, al igual que lo fue la cena de Cristo; por otro lado, la fuerza consagratoria es puesta por él, como veremos en seguida, fundamentalmente en la epiclesis.40

La alusión a la anamnesis litúrgica la ve Lietzmann en el tercer párrafo, llamando la atención sobre el hecho de que solamente se conmemore la muerte del Señor, dato que no encuentra correspondiente más que en la liturgia galicana y que puede ser una acomodación tardía literal a la cita de Pablo (1 Cor 11:26). F. J. Reine discute esta opinión, y propone identificar la anamnesis, más bien, con el párrafo siguiente, donde se habla, más en general, de una conmemoración "de lo que tuvo lugar." La razón, de nuevo, es que Teodoro califica en otros distintos lugares a la Eucaristía como memorial de la muerte y resurrección de Cristo.41 La realidad es que resulta difícil precisar en un comentario de este tipo "dónde" se encuentra precisamente una referencia exacta a la anamnesis. A mi modo de ver, no hay por qué precisar estrictamente los límites de una y otra sección litúrgica en este texto. Se debería hablar más bien, según la perspectiva de Teodoro, de relato institucional englobado en la anamnesis, y desde esta perspectiva unitaria interpretar el pasaje teniendo en cuenta, a la vez, el trasfondo doctrinal sacramental de Teodoro. Es lo que vamos a intentar hacer a continuación.

 

a) La teoría sacramental de Teodoro de Mopsuestia

Teodoro nos ofrece su teoría general sacramentaría en su homilía 12, párrafos 1 al 11, homilía primera sobre el bautismo. Comienza con una definición que nos sitúa inmediatamente en el mundo de los signos: "Todo sacramento (raza μύστη ριον), en efecto, es la indicación en signos ("ata "· σημείον) y sνmbolos de cosas invisibles e inefables."42 Seguidamente establece una triple división: los judíos conocían las realidades futuras del cielo sólo en sombras, nosotros en imágenes (είκών) ο en figura (τύπος). Distingue asν las realidades, que son lo que Cristo nos ha conquistado, y que existen como tales sólo en el cielo, donde un día podremos gozar de ellas; las sombras, que son simplemente un reflejo inexacto de esa realidad, y era lo que conocían en el AT; mediante las figuras se conoce exactamente lo representado y se puede ya participar de ello, aunque sólo "en figura."43

Lo que solamente eran sombras en el AT, Jesucristo lo ha convertido en realidad mediante su encarnación, muerte, resurrección y ascensión; mediante estos hechos, él nos ha conseguido los bienes celestes. Por eso nosotros celebramos los sacramentos, porque contienen los signos de la obra realizada por Jesús, y por eso esperamos con razón que tengan frutos semejantes.44 Este principio se aplica a continuación a la Eucaristía con estas palabras:

 

"De la participación de los misterios sagrados, él (Cristo) dice: "Cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, conmemoráis la muerte del Señor hasta su venida" (1 Cor 11:26); y dice también nuestro Señor: "Esto es mi cuerpo, partido por vosotros, y ésta es mi sangre, derramada por muchos para la remisión de los pecados" (Mt 26:26-28). De esta manera es manifiesto que, sea (participar en) esta liturgia, sea recibir la oblación, es conmemorar la muerte de Cristo y su resurrección, por la cual esperamos todos ser asociados a él; de manera que en este misterio cumplimos, por tanto, los signos ("ata) de lo que tuvo lugar respecto a nuestro Señor Cristo, a fin de que, por medio de estos signos, la unión con él afirme nuestra esperanza."45

 

La causa de todos estos misterios y signos se encuentra en la economía de Cristo. Cristo, venciendo al pecado y a la muerte, fue como el legado de nuestra raza, a fin de que todos los hombres fuésemos asociados a su victoria. El nos ha conquistado los bienes imperecederos e inmutables, como es inmutable la victoria de Cristo desde que por la resurrección él ha sido inmutablemente unido a la naturaleza divina. Por eso, nosotros, conmemorando estos hechos de Cristo, y sobre todo su muerte y su resurrección, tenemos ya acceso, mediante los sacramentos, a los bienes que él nos ha conquistado: "He aquí por qué nos acercamos al sacramento, en el cual nosotros hacemos los signos, que disipan los males de los que, una vez sin esperanza, hemos sido librados, y que nos hacen participar de tales bienes nuevos y grandiosos, los que recibieron su principio de nuestro Señor Cristo."46

 

b) La Eucaristía, tipo del alimento futuro y memorial salvífico.

Toda la explicación del contenido de la Eucaristía y de su significado se hace ahora mediante esta noción de "tipo" o figura47. Así, pues, si hemos nacido en el bautismo mediante figuras y signos, es necesario que recibamos ahora también en las mismas figuras un alimento en relación con lo que hemos llegado a ser. Estas figuras no son sólo una imagen, sin más, de lo que hizo y consiguió Cristo, sino que además son la conmemoración objetiva de su muerte y resurrección y, por tanto, el medio a través del cual nos apropiamos "en figura," es decir, sacramentalmente, de los bienes que de estos hechos derivan.48

Pero no solamente el pan y el vino son tipos de un alimento de inmortalidad; también la acción litúrgica de la Eucaristía es tipo de una realidad superior y celeste: del sacrificio de Cristo. Las palabras del ritual que Teodoro comenta son las siguientes: "Es necesario, antes de nada, saber esto: que esto de lo que nosotros hacemos nuestro alimento es una especie de sacrificio que nosotros realizamos." La explicación que se da a esta frase es que, "si bien en el alimento y la bebida nosotros hacemos memoria de la muerte de nuestro Señor; si bien pensamos que estas cosas son el recuerdo de su pasión, pues él ha dicho: "Esto es mi cuerpo, partido por vosotros, y ésta es mi sangre, derramada por vosotros" (Mt 26:26), está claro que en la liturgia es como un sacrificio lo que realizamos." Un sacrificio, por otra parte, "sin que sea algo nuevo, ni que sea el suyo (del sacerdote) propio el que haga él, sino que es un memorial de esta verdadera inmolación. Puesto que efectivamente son los signos de (realidades) del cielo lo que en figuras realiza, es (así) necesario que este sacrificio sea también su manifestación, y el sacerdote hace una especie de imagen (είκών) de la liturgia que (tiene lugar) en el cielo, pues no hubiera sido posible que nosotros fuιsemos sacerdotes, (nosotros) que cumplimos este oficio fuera de la ley (antigua) si no tuviéramos la imagen de las (realidades) celestes."49

Estas afirmaciones de Teodoro son del máximo interés y pueden reducirse a las siguientes proposiciones: la celebración eucarística es un sacrificio, pero un sacrificio especial; no es un sacrificio nuevo, un sacrificio del sacerdote celebrante, sino que es el sacrificio único de Cristo al ser el memorial de su muerte, de su verdadera y única inmolación; a continuación se explica por qué es un memorial, y la respuesta consiste en que realiza en imagen50, es decir, sacramentalmente, la liturgia del cielo.

Esta última identificación deja un poco perplejo. Pero se entiende perfectamente cuando a continuación descubrimos la base exegética que la apoya: Ja carta a los Hebreos. En efecto, para Teodoro, como buen exegeta, Cristo no ha sido sacerdote en la tierra, pues hubiera tenido que ser un sacerdote de la antigua ley, sino que "ejerce ahora el sacerdocio en el cielo y no en la tierra porque él ha muerto, resucitado y subido al cielo a fin de resucitarnos también a todos y de hacernos subir al cielo."51 Es allí, una vez subido al cielo, donde Cristo es verdadero sacerdote52; y lo es a justo título, ofreciéndose como único sacrificio a sí mismo.53 Cristo es así el pontífice de las cosas celestes, de las que nosotros participaremos plenamente en tiempo oportuno; mientras tanto participamos de ellas "en figura."54 Por eso, los sacerdotes de aquí son "figura" del sacerdocio celeste de Cristo y ofrecen "en figura" el único sacrificio de Cristo55 celebrando el memorial de su muerte gloriosa, es decir, de su muerte-resurrección-ascensión: "todos nosotros en todo lugar, en todo tiempo y continuamente hacemos el memorial de este mismo sacrificio, porque cada vez que comemos este pan y bebemos de este cáliz es la muerte de nuestro Señor de la que hacemos memoria hasta que él venga. Cada vez, pues, que se realiza la liturgia de este sacramento tremendo, que es manifiestamente la semejanza de las realidades celestes (...), nos es necesario representar en nuestra conciencia, como en "fantasmas," que nosotros estamos como quien está en el cielo; por la fe, nosotros trazamos la visión de las realidades celestes en nuestra inteligencia, considerando que Cristo, que está en el cielo, él mismo es también ahora quien por medio de estas figuras es inmolado; de manera que, considerando con nuestros ojos por la fe estos recuerdos que se realizan ahora, somos llevados a ver aún (hoy) que él muere, resucita y sube al cielo —lo que tuvo lugar antaño por nosotros."50

En resumen, la liturgia eucarística es tipo o figura de la liturgia celestial, del sacrificio único, eterno y perenne que Cristo ofrece al Padre en el cielo. Este sacrificio se ha consumado en el círculo muerte-resurrección-ascensión-, es decir, en la muerte gloriosa de Cristo. Y se hace presenté con toda su carga de salvación mediante el "tipo," la "figura" de esa liturgia u ofrenda celeste que es la celebración eucarística.

La salvación conseguida por Cristo se hace, pues, presente en la Iglesia durante el momento de la celebración. Ya participamos de los bienes de esa salvación, pero todavía no plenamente, sino "en figura," es decir, sacramentalmente. La unidad relato-anamnesis, momento litúrgico en que ese sacrificio celeste viene conmemorado, señala esa presencialización en el curso de la celebración eucarística. No se debe hacer cuestión de la discusión sobre si en la anamnesis se conmemora sólo la muerte de Cristo, como afirma Lietzmann, o también los otros misterios, como sugiere Reine. Aparte que es prácticamente imposible deducir del comentario de Teodoro el texto concreto de la anamnesis, es evidente que, para él, la Eucaristía conmemora la muerte del Cristo, sentado ahora a la derecha del Padre, pues sólo en ese momento se consuma el sacrificio de Cristo. Podemos, pues, afirmar que es todo el misterio pascual, como resumen de toda la obra de Cristo y su cumplimiento pleno, lo que es conmemorado. Y que es este misterio pascual y los bienes que él implica los que son presencializados como realidad sacramental y como promesa escatológica de plenitud en la Eucaristía.

Ahora bien, todo esto no puede hacerse realidad sin la acción del Espíritu Santo. La epiclesis, fundamental en la concepción eucarística de Teodoro, no es un momento subsecuente a la anamnesis, sino concomitante. Con ello, Teodoro se sitúa en la misma línea de la tradición oriental que ya hemos observado. Pero antes de sacar conclusiones demos una ojeada a las mismas explicaciones del obispo de Mopsuestia.

 

La Epiclesis: El Espíritu Resucitador.

Teodoro comenta el siguiente texto del ritual:

 

"Pero es necesario desde entonces que nuestro Señor, Cristo, resucite de entre los muertos por la virtud de esta acción y que él extienda su gracia sobre nosotros."

 

Su explicación comienza del siguiente modo: "Lo que no puede ser de otra manera que por la venida de la gracia del Espíritu Santo. También por ella antiguamente él lo resucitó, como lo enseña el bienaventurado Pablo, que por una parte dice: "y él fue conocido como Hijo de Dios en el poder y el Espíritu Santo por la resurrección de entre los muertos de Jesucristo, nuestro Señor" (Rom 1:4); y por otra parte: "si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos muertos a causa de su Espíritu, que habita en vosotros" (Rom 8:11). También dice nuestro Señor: "es el Espíritu el que vivifica; el cuerpo no sirve para nada." (Jn 6:62).

 

De estas premisas saca la conclusión de la necesidad de la epiclesis, cuyo contenido se resume ahora:

 

"Por tanto, es muy necesario que el sacerdote, siguiendo la ley del sacerdocio, presente petición y súplica a Dios para que tenga lugar la venida del Espíritu Santo, y que la gracia venga de allá (arriba) sobre el pan y el vino presentados, a fin de que se manifieste que verdaderamente es el cuerpo y la sangre de nuestro Señor el memorial de la inmortalidad.

Porque el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que es también de nuestra naturaleza, era al principio mortal por naturaleza, pero mediante la resurrección pasó a una naturaleza inmortal e inmutable. Así, pues, cuando el sacerdote dice que este (pan y este vino) son el cuerpo y la sangre de Cristo, revela claramente que lo han llegado a ser por la venida del Espíritu Santo y que por él han llegado a ser inmortales — porque el cuerpo de nuestro Señor también, cuando fue ungido y recibió el Espíritu Santo, se ha mostrado claramente así.

De la misma manera, también ahora, cuando viene el Espíritu Santo, es como una especie de unción sobrevenida por la gracia la que, pensamos nosotros, recibieron el pan y el vino presentados. Y desde entonces nosotros creemos (que son) el cuerpo y la sangre de Cristo inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables por naturaleza, como sucedió al cuerpo de nuestro Señor por medio de la resurrección."57

 

Hasta aquí el texto de Teodoro que describe y justifica la primera parte de la epiclesis, o epiclesis sobre los dones. Propiamente, el texto correspondiente a esta sección de la epiclesis es solamente el primero de los tres últimos párrafos traducido. Se habla en él de "venida" del Espíritu y de la gracia sobre el pan y el vino, así como de "manifestación" de los dones como cuerpo y sangre de Cristo. Nos hallamos, pues, ante una epiclesis de consagración dentro de la tradición siro-antioquena.58

Este carácter de la epiclesis es confirmado por Teodoro en otros lugares diversos59. Pero lo más peculiar es la razón con que explica la transformación del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo por la venida del Espíritu Santo. A esto van dedicados todos los restantes párrafos. Teodoro parte de un supuesto teológico que ha expuesto ya en otra parte60: el cuerpo de Cristo era mortal hasta que por la resurrección, efectuada mediante el Espíritu Santo, ha adquirido la inmortalidad; por eso es ahora necesario también que el Espíritu Santo con su gracia descienda sobre el pan y el vino para convertirlos en el cuerpo inmortal y la sangre inmortal de Cristo61.

¿Se puede hablar en Teodoro de conciencia de un momento concreto de la consagración? Como ya he dicho otras veces, estas determinaciones del momento consagratorio suponen una problemática posterior al siglo IV. Teodoro no se ha planteado esta cuestión. Para él, la liturgia eucarística en su desarrollo es un "tipo," una figura de la liturgia celeste, un memorial del accionar de Cristo que abarca desde su muerte hasta su glorificación. Pero, a su vez, dentro de este rito hay unos momentos que presencializan de una manera especial un aspecto de ese misterio de salvación. Así, Teodoro ve en la presentación de las ofrendas una manifestación en figura de la muerte, pasión y sepultura de Cristo; en la epiclesis y en todo la sección que va hasta la comunión ve él una manifestación de su resurrección. J. Betz ha notado este aspecto alegorizante, entremezclado con una exposición más unitaria y de orientación histórico-salvífica. Y él mismo ha rechazado una explicación exclusivamente alegórica en Teodoro, dada su adhesión a una escuela teológica no precisamente amiga de la explicación alegórica. Teodoro, siempre según Betz, ha situado el momento en que se presencializa la salvación histórica en la anamnesis y lo ha expresado a través de la categoría de memorial. Pero no se ha limitado a esto, sino que a la vez ha señalado momentos concretos de esta historia salvífica en conexión con momentos concretos del rito. Ha sucedido con él algo parecido a lo que acaeció con las fiestas litúrgicas: se comenzó con la Pascua, que conmemoraba el íntegro misterio pascual, pero luego se fue ampliando el número de festividades con otras que conmemoraban diversos aspectos de ese único misterio pascual62.

No se puede, pues, hablar de la epiclesis, como del momento de la consagración, tampoco en los escritos de Teodoro. Más bien deberemos hablar de una conexión de la epiclesis con la anamnesis anterior, y en general con toda la conmemoración de la Historia de la Salvación, en la liturgia eucarística. La epiclesis es así el momento en que se expresa un acontecimiento esencial de la economía de Cristo: su resurrección por la acción del Espíritu; una acción que, como ya hemos explicado en otra parte, no se añade a la de Cristo, sino que se integra profundamente en ella, formando en realidad una sola: es el Señor el que actúa, en la resurrección y en el sacramento eucarístico, con la fuerza del Espíritu63.

Pero la epiclesis tiene una segunda parte, que explícita la venida del Espíritu sobre los fieles. Así lo explica Teodoro:

 

"Pero el sacerdote pide también que sobre todos los que están reunidos venga la gracia del Espíritu Santo, a fin de que como por el nuevo nacimiento (en el bautismo) han sido hechos perfectos en un solo cuerpo, sean ahora también consolidados en un solo cuerpo por la comunión en el cuerpo de nuestro Señor; y que en la concordia, la paz y la aplicación al bien vengan a constituir solamente uno, a fin de que todos nosotros, mirando así hacia Dios con un corazón puro, no sea para nuestro castigo para lo que recibimos la participación del Espíritu Santo, por estar divididos en nuestras maneras de ver e inclinados a discusiones, a disputas, a la envidia, a los celos, despreciando las buenas costumbres; sino que nos mostremos dignos de recibir(le), porque en la concordia, la paz y la aplicación al bien y con un corazón puro, el ojo de nuestra alma mira hacia Dios. Y así nos uniremos en la comunión de los santos misterios, y por ellos seremos agregados a nuestra cabeza, Cristo nuestro Señor, del cual, nosotros lo creemos, obtenemos comunión en la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1:14)."64

 

La idea central es muy sencilla: la participación en el cuerpo de Cristo por la gracia del Espíritu Santo debe consolidar en nosotros el cuerpo de Cristo que formamos65. La Eucaristía, Cristo hecho cuerpo y sangre para nuestro alimento, construye la Iglesia con la fuerza del Espíritu. De este modo, la Iglesia avanza cada día asimilándose más al que es su cabeza, Cristo, y la salvación sigue realizándose a lo largo de la historia en la vida misma de la Iglesia bajo el impulso del Espíritu 66.

 

1 La serie de 16 homilías (sobre el credo, el padrenuestro, el bautismo y la eucaristía) fue editada en su texto siríaco con traducción inglesa por primera vez por A. mjngana (Commentary of Tbeodore of Mopsuestia on the Nicene Creed [Cambridge (Woodbrooke Studies 5) 1932]; Commentary of Tbeodore of Mopsuestia on the Lord"s Ρ rayer and on the Sacraments of Baptism and the Eucharist, Cambridge [WSt 6] 1933). Una reproducción fotográfica del manuscrito con traducción francesa ha publicado R. tonneau y R. devreesse (Les homélies catéchetiques de Théodore de Mopsueste, Ciudad del Vaticano [Studi e Testi 145] 1949) (reprod. anastática 1966).

2 Opinan que fueron pronunciadas en Mopsuestia durante los años de su episcopado (392-428), y que, por tanto, reflejan la anáfora de esta ciudad, H. lietzmann (Die Liturgie des Theodor von Mopsuestia: Sitzungsberichte der preussischen Akademie der Wissenschaften, Phil.-Hist. Klasse 23 [Berlín 1933] 915-936, aquí 915) y F. J. reine (The Eucharist Doctrine and Liturgy of the mystagogical Catecheses of Theodor of Mopsuestia [Washington 1952] 3-4). Ninguno de los dos da argumentos para probarlo. R. devreesse por su parte, fundándose en algunos datos del ritual del bautismo presentado, opina, más bien, que fueron compuestas en Antioquía antes del 392, si bien las dos catcquesis sobre la misa habrían sido posteriormente completadas para que sirviesen no sólo a los catecúmenos, sino como exposición más completa; cf. R. tonneau-r. devreesse, Les homélies XVI. A esta opinión se adhiere J. quasten (Patrología II 427); igualmente opina B. altaner (Patrología 281), el cual las sitúa entre los años 381-382.

3 Cf. tonneau-devreesse, Les bomélies XVI nt.2.

4 Cf. una comparación concreta entre el modo de proceder de San Juan Crisóstomo y de Teodoro en F. van de pavero, Zur Geschichte der Messliturgie 276.

5 Sobre la doctrina eucarística de las catequesis de Teodoro cf. la obra de reine antes citada; sobre el método más apropiado para estudiar este tipo de escritos, cf. J. lécuyer (La théologie de l"anaphore selon les Peres de l"École d"Antioche: L"Orient Syrien 6 [1961] 387-388.411-412), donde critica el método seguido por reine en su obra. La liturgia eucarística de esta anáfora ha sido expuesta también por H. lietzmann en la obra citada en nt.2, donde selecciona los pasajes que se refieren a ella, reproduciéndolos en siríaco con traducción alemana; una traducción latina de los pasajes referentes a la liturgia del bautismo y de la Eucaristía en A. rücker, (Ritus baptismi et missae quem descripsit Theadorus Episcopus Mopsuestanus in sermonibus caiecheticis, Münster W. 1933); reproducido en lo referente a la Eucaristía, con algunas correcciones, en PE 214-218. Otra exposición, breve, de la liturgia eucarística en R. devreesse (Les instructions catéchétiques de Théodore de Mopsueste: RScRel 12 [1933] 425-436, esp. 431-435). Un amplio comentario bien hecho desde la perspectiva catequética, en G. vavanikunnel, Ote euchartstische Katechese 29-70. La traducción de los textos que presento está hecha sobre la traducción francesa de R. tonneau, cuya numeración en la división de las homilías sigo, teniendo siempre presente el texto siríaco editado por mingana. Una selección de las dos homilías eucarísticas (15 y 16), traducida al castellano, se encontrará en TEP II 84-105; desgraciadamente, no hay ningún párrafo dedicado a la anáfora propiamente dicha. Véase también el sugestivo estudio de O. casel, desde la perspectiva de la teología de los misterios, Neue Zeugnisse für das kultmysterium: Jahrbuch für Liturgiewis-senschaft 13 (1935) 99-171.

6 Cat. 16,5 (ed. tonneau, 541). Las comillas son de esta edición e indican los posibles pasajes literales del ritual o las citas bíblicas. El texto siríaco de toda la sección aquí estudiada, 16,5-9, en la edición de mingana, 238-240. A continuación, en las sucesivas notas daré sólo la cita de la catcquesis según la edición de tonneau, y entre paréntesis, las páginas de la traducción francesa de esta misma edición; para los textos principales citaré también las páginas del texto siríaco.

7 16,5 (541-543).

8 16,6 (543-545); sigue explicando cómo en esta ocasión fue revelado el misterio trinitario al decir los ángeles tres veces "santo" y una sola vez "Señor." Sobre la pertenencia de los ángeles a la creación y el orden de las alabanzas a Dios, cf. la coincidencia de este pasaje con el comentario que Teodoro hace del salmo 148 según el De api/icio mundi, de Juan Philopon (testimonio en R. devreesse, Essai sur Théodore de Mopsueste [Ciudad del Vaticano, Studi e Testi 141] 8-9).

9 16,7 (545-547).

10 Cf. los testimonios en F. van de pavero, Zur Geschichte de Messliturgie 276-287; una interpretación coincidente con la nuestra en J. lécuyer, La théologie de l"Anaphore 396-

11 16,9 (549); cf. también los párrafos 8 y 9 enteros.

12 La anáfora de Teodoro se situaría así en la línea de las de San Basilio bizantina y Nestono; tiene cierta semejanza con la Cat. mist. V 6 de San Cirilo de Jerusalén; pero en este caso, como en el de Santiago, no existe aún formulación trinitaria. Es difícil saber si coincide con la anáfora descrita por San Juan Crisóstomo, pues el carácter fragmentario de sus explicaciones no permite separar celebración teológica de conmemoración salvífica, como ha mostrado van de pavero (o.c., 362-363). F. reine es inexacto al calificar a esta sección de acción de gracias (cf. The Eucharistic Doctrine 128); y J. lécuyer debería haber subrayado más este aspecto en su artículo citado en nt.5. Sobre las características del Sanctus cf. H. lietzmann, Die Liturgie des Theodor von Mopsuestia 932.

13 16,10 (549-551); texto siríaco ed. mingana, 242.

     

  1. Enlaces semejantes de carácter trinitario en la anáfora de los Doce Apóstoles, I (PE 266), Santiago griega y siríaca (PE 246 y 270), etc. Véase, p.ej., la serie de anáforas siríacas en PE 264-309. Coincide también con Crisóstomo bizantina, y en cuanto al enlace mediante la palabra "santo," con Basilio bizantina y Constituciones Apostólicas. Con las anáforas de Crisóstomo bizantina y Santiago griega en la referencia a la "misericordia" de Dios; con Crisóstomo bizantina en la orientación neotestamentaria de la conmemoración. Todas estas coincidencias se refieren, pues, al esquema general de la anáfora siro-antioquena y no indican, de suyo, ninguna conexión especial con ningún texto. En cuanto *1 contenido de esta conmemoración según los escritos de San Juan Crisóstomo, las coincidencias serían mínimas, al menos si nos atenemos a los resultados del trabajo de van de pavero (Zur Geschicbte der Messliturgie 362-363); dicho de otro modo, es probable que entre la anáfora reflejada por San Juan Crisóstomo y la de Teodoro de Mopsuestia existiesen poco más o menos, en este punto, las semejanzas y desemejanzas Sue hemos notado antes respecto a otras anáforas.

     

15 16,4 (541); cf. 16,3 (539-541).

16 ... "habiendo querido (Dios) desde el primer momento y desde antes de la formación del mundo (Jn 17,24) hacer aparecer, por el accionar de nuestro Señor Jesucristo, la sabiduría en él..." (1,2 [3]).

17 (Hay que cantar una alabanza nueva) ..." porque es la alianza nueva la que será objeto de nuestros discursos, la que (Dios) concluyó con el género humano por la obra de nuestro Señor Jesucristo, aboliendo todas las cosas antiguas y en su lugar mostrando nuevas" (1,3 [5]).

18 Cf. 5,7 (109-111); 7,1 (159); 7,6 (169); etpassim, especialmente las homilías 6, 7 y 14. Claramente explicando el artículo del credo "descendió del cielo": tras afirmar que ese descenso no es un cambio de lugar, pues el Verbo está en todas partes, sino que se trata de la asunción de la naturaleza humana, añade: "Eso que llaman descenso del Altísimo es la economía de su humanidad" (5,4-5; 105-106). En realidad, la enseñanza y predicación de la "obra," es decir, del misterio de Dios hecho hombre, forma, junto con la de la "teología," el misterio de la vida y relaciones de las tres personas divinas, el doble polo de la doctrina de Teodoro de Mopsuestia; cf. R. devreesse, Essai sur Théodore 94.

19 6,8 (145-146). A continuación, después de exponer en los párrafos 9-14 toda la historia de Jesús, desde la encarnación a la resurrección, y cómo de esta manera nos ha conquistado la inmortalidad, concluye: "tal es la obra de la gracia que realizó Cristo, nuestro Señor; para alcanzarla nos acercamos al bautismo. Y con todo derecho nuestros bienaventurados Padres nos han transmitido la profesión de fe, presentando el sumario de ella, en el cual encerraron todo lo necesario, diciendo: que nació de la Virgen María y fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato" (6,15 [159]; cf. también 7,1 [161-163]).

20 7,1 (163).

21 7,4 (167).

22 7,6-8 (169-173).

23 Tanto el párrafo literal como las ideas anteriores en 5,3 (103).

24 Cf. 6,5 (139-141); 8,1 (187). Un resumen de la cristología de Teodoro en devreesse, Essai sur Théodore 110-113.

25 5,7 (109).

26 8,16 (209-211).

27 5,10 (113); cf. también 5,17 (123): "un hombre perfecto"; 5,19 (127): "un hombre perfecto," "todo el hombre." La polémica antiapolinarista comprende 5 9-21

28 5,10(115).

29 5,11 (115).

30 5,17 (125); cf. también 8,13 (205-206); 6,7 (143).

31 Cf. esp. 6,2-13 (133-155).

32 7,1 (163); 7,4 (167).

33 "A los que se van a acercar a estos misterios tremendos, la gracia de Dios les ha llamado ahora; se van a acercar a bienes no mediocres ni comunes, sino que se van a convertir totalmente en otros y van a adquirir una gran variedad de virtudes por el don de la gracia divina que van a recibir. Se van a convertir, en efecto, de mortales, en inmortales; de corruptibles, en incorruptibles; de pasibles, en impasibles; de cambiantes, en inmutables; de esclavos, en libres; de enemigos, en amigos; de extranjeros, en hijos; y no serán ya estimados como de la parte de Adán, sino de Cristo; no llamarán ya a Adán su cabeza, sino a Cristo, que les ha renovado... No reinará ya la muerte sobre ellos, sino que ellos mismos reinarán en la vida nueva..." (1,4 [91; cf. 12,10 [337-339]· 5 19-20 [127-129]; 7,13 [181]).

34 Cf. 5,21 (129-131); 7,7 (171-173); 7,10 (175-177). Que estos bienes no los poseemos aún plenamente, es algo claro para Teodoro, que expresa la tensión de la Historia de la Salvación entre el "ya" y el "todavía no" con su teoría de las dos "catástasis": la primera es el mundo que pasa, la vida presente y el marco en que se desarrolla; la segunda es el estado futuro y nuestra conformación a Cristo. Pero no hay una separación absoluta entre las dos, sino una continuidad. En cierto modo, ambas el momento en que Cristo lleva a cabo su obra "catástasis" se mezclan en un momento;, como afirma expresamente en un fragmento del Comentario al libro de Jonas: "(Dios) había decidido desde el principio desvelar el estado futuro, del que él ha niostrado el comienzo en la economía de Cristo" (cf. R. devreesse, Essai sur Théodore 90, con texto griego del fragmento y traducción francesa; en p.89-91 y 100-103 de esta misma obra se expone ampliamente la teoría de las dos "catástasis" de Teodoro).

35 Cf. la nota anterior.

36 Como nota al margen, permítaseme añadir aquí una breve observación. El hecho de que la conmemoración de la Historia de la Salvación en la anáfora comentada por Teodoro sea un reflejo tan fiel de su doctrina, como hemos mostrado, nos lleva a añadir un argumento más a la verosímil suposición de que en el siglo iv en Antioquía y alrededores aún no existe un texto anafórico normativo. Teodoro está comentando aquí una anáfora que se ajusta a unos esquemas tradicionales, pero cuyo contenido, al menos en esta parte, ha creado él mismo o al menos ha modificado. Esto nos lleva a subrayar la conclusión de van de pavero en su estudio sobre los escritos de San Juan Crisóstomo acerca de la anáfora antioquena: es inútil buscar un texto unitario, una "anáfora de Antioquía" completa y elaborada tras la exposición de Teodoro de Mopsuestia, como es inútil buscar lo mismo tras los escritos de San Juan Crisóstomo. van de pavero deduce esto de la vaguedad de indicaciones en los escritos del Crisóstomo (cf. Zur Geschicbte der Messliturgie 362); nosotros podemos deducir lo mismo del hecho contrario: la precisión con que la conmemoración salvífica de esta anáfora refleja el pensamiento de Teodoro, la cual nos lleva a concluir que no está comentando un texto anterior a él.

37 16,10-11 (551); texto siríaco en mingana, 242.

38 Basilio bizantina: "El nos dejó estos recuerdos de su pasión salvadora, que hemos presentado, según sus mandatos" (cf. PE 234); "Recordando las cosas que soportó por nosotros... cumplimos su mandato" (Cansí, apost.; cf. PE 92); "Tú me entregaste a mí esta mística participación de tu carne en pan y vino" (Gregorio Nacianceno gr.; cf. PE 362); "Y nos dejó un memorial de nuestra salvación, este misterio que ofrecemos ante ti" (Nestorio; cf. PE 390); "Y nos dejó este misterio tremendo y nos encomendó esta semejanza buena, para que, como él hizo, hagamos siempre y tengamos vida por sus misterios" (anáfora persa siglo VI; cf. PE 402). Véase lo dicho al estudiar estos pasajes en las anáforas anteriores.

39 Die Lifurgie des Theodor 921 (trad. alem. del texto de Teodoro).

40 La razón de la disciplina del arcano, como propone ljetzmann (o.c., 932), no parece válida, y es criticada con razón por F. J. reine (The Eucharistic Doctrine and Liturgy 135-137), pues Teodoro nos da las palabras de Jesús en otros lugares: 12,7 (333); 15,6-7 (471); 15,10 (475); Fragmento sobre Mateo 26,26: MG 66.713B; ed. J. reuss, mathaus-Kommentare aus der griechischen Kirche [Berlín 1957] n.106 p.133-134). Apoyándose en este fragmento, J. lécuyer habla del poder consecratorio del relato institucional en leodoro, y, en consecuencia, habla también de su epiclesis como "posconsagratoria" (La théologie de ΐAnaphore 399.408), apoyándose en M. jugie (De forma Eucharistiae, de Epiclesibus Eucharisticis [Roma 1943] 42-43). La opinión no me parece del todo exacta. He aquí el texto en discusión: "No dijo: "Esto es el símbolo de mi cuerpo"; sino: "Esto es mi cuerpo y mi sangre," enseñándonos a no mirar la naturaleza de lo que aparece presente, sino a que, por medio de la acción de gracias hecha, se cambia en cuerpo y sangre (άλλα δια της γενομένης ευχαριστίας εις σάρκα και αίμα μεταβάλλεσθαι)” (trad. de TEP Π 79). La transformación se hace mediante la ευχαριστία hecha; es, sin duda, una alusiσn a la plegaria eucarística, no a las palabras del relato institucional.

41 Cf. H. lietzmann, Ote Liturgie des Theodor 933; F. J. reine, The Eucbaristic Doctrine and Liturgy 137-140.

42 12,2 (325).

43 Cf. 12,2-5 (325-329).

44 "Por eso, reconociendo ahora, sin duda, que esto (lo que Cristo nos ha conquistado) tendrá lugar también para nosotros, realizamos este sacramento (ra%a) tremendo, inefable, que contiene los signos ("ata) incomprensibles de la economía (divina) respecto a Cristo nuestro Señor; de lo cual nosotros esperamos que tenga (frutos) semejantes también para nosotros. En efecto, es evidente para nosotros, según la palabra del Apóstol, que sea el bautismo, sea el servicio de la mesa de nuestro Señor, lo realizamos por esto: en recuerdo de la muerte de nuestro Señor Cristo y de su resurrección lo hacemos, a fin de que por esto sea reforzada en nosotros la esperanza" (12,6 [331]).

45 12,7 (333).

46 12,10 (337); cf. los párrafos 8-9. A continuación se expone la idea de la Iglesia como "tipo" de las realidades celestes en este mundo, por lo que es a ella a la que hay que dirigirse cuando se quiere recibir el bautismo. Se trata de la idea de la Iglesia como sacramento primordi?" idea que aquí no puedo desarrollar; cf. 12,11-13 (339-343).

47 Cf. sobre este tema J. betz (Ote Eucharistie in der Zeit 227-239), quien después de un estudio de la noción de tipo en Teodoro concluye: “Para Teodoro de Mopsuestia, el τύπος, usado en contexto eucarístico, es una realidad cúltica, la cual, en virtud de su función de memorial, de su fuerza simbólica y de su explicitación por la palabra, se refiere a y realiza la presencia del acontecimiento pasado salvífico de Jesús. Esta presencia es causada por él y está conectada con él." En otra esfera intelectual totalmente distinta se sitúa W. de vries al analizar la teoría sacramentaría de Teodoro en Der "Nestorianis-mus" Theodors von Mopsuestia in seiner Sakramentenlehre: OChP 7 (1941) 91-148; este autor intenta interpretar a Teodoro en categorías de "causalidad" y "realidad," resultándole por ello imposible comprender la terminología del obispo de Mopsuestia cuando éste habla de "símbolo," "figura," "signo"; para De Vries hay una contraposición entre simbólico y real, figura y realidad, que es imposible superar; cf. especialmente las p.106-107 y 112ss, donde discute ampliamente las opiniones de O. casel (Neue Zeugnisse für das Kultus-mysterium: JLW 13 [1935] 109-123). Véase también la crítica a De Vries hecha por I. oñatibia (La vida cristiana, tipo de las realidades celestes. Un concepto básico de la teología de Teodoro de Mopsuestia: Scriptorium Victoriense 1 [1954] 100-133), el cual capta mucho mejor la sintonía en que habla Teodoro, mostrando claramente el contenido real de la tipología del obispo tanto desde la terminología como desde el contexto teológico en que se insertan sus afirmaciones.

48 Así, San Pablo (1 Cor 11,26) "muestra que tomar la oblación y participar en los misterios es conmemorar la muerte de nuestro Señor, que nos procura la resurrección y el gozo de la inmortalidad; porque nosotros, que por la muerte de nuestro Señor Cristo hemos recibido un nacimiento sacramental, conviene que recibamos por la misma muerte el alimento del sacramento de la inmortalidad" (15,16 [471]). Lo mismo, se dice, nos atestigua Cristo según Mt 26,26-28: "Por su muerte él nos dará el mundo futuro, en que tendrá lugar la posesión de los bienes futuros con la remisión de los pecados. Por tanto, el alimento de los misterios sagrados tiene una tal virtud y está en relación con el nacimiento de los que (de él) se alimentan, pues es en signos ("ata) y en figuras (τύπος) como nosotros tomamos en el presente, en este mundo, un alimento espiritual" (16,7 [471-473J). Sobre el texto de 15,10, paralelo al que hemos traducido en la nt.40 anterior (In Mata. 26,26), y que parece rechazar la noción de símbolo y tipo para describir la condicior óntica de los elementos consagrados como cuerpo y sangre de Cristo, véase la explicación de J. betz (o.c.), 221.

49 15,15 (485); sobre este tema, además de las páginas de betz citadas, cf. J. F. reine (The Eucharistie Doctrine and Liturgy 56-69) y O. casel (Neue Zeugnisse für das kultmysterium 121-123). Los párrafos claves de la catcquesis 15 de Teodoro para establecer las relaciones entre el sacrificio eucarístico y el memorial van del 15 al 24.

50 Sobre la identidad entre las nociones de figura (τύπος), imagen (εΐκών) y signo ( ata σημείον), usadas en contexto eucarνstico y sacramental en Teodoro, cf. J. betz, P"t Eucharistie in der Zeit 227.

51 15,15 (487); los textos de Heb que él comenta a lo largo de su exposición son 10,12-14S 8,5; 8,1-2; 8,4.

52 "Pero pontífice a justo título lo es a causa de esto: porque en el cielo él desempeña (la función) del sacerdocio, allí donde él no tiene comunicación alguna con las cosas terrestres" (i.e., con el sacerdocio de la antigua ley y sus sacrificios) (15,17 [491]).

53 "Ahora bien, él realiza una especie de sumo sacerdocio efectivamente; y como sacrificio no es otro, sino él mismo, el que ofrece a Dios; sacrificio en el que él se entrega a la muerte por todos" (15,16 [487]).

50 Cf. 15,18 (493).

55 "Necesariamente, por tanto, era preciso también que fuese realizada una cierta imagen del sumo sacerdote; a causa de lo cual existen los que son propuestos para la liturgia de estas figuras" (15,19 [495]).

56 15,20 (495-497); cf. también 15,24 (501-503). Ahora se pueden entender bien las palabras con que comenta la invitación del sacerdote: "¡Arriba vuestros espíritus!," al comienzo de la anáfora: Esto se dice "para mostrar que, aunque se piensa que nosotros cumplimos esta tremenda liturgia inefable aquí en la tierra, es allá (arriba), sin embargo, hacia el cielo, hacia donde es preciso mirar, y hacia Dios dirigir la intención de nuestra alma, porque hacemos un memorial del sacrificio y la muerte de nuestro Señor Cristo, que por nosotros ha padecido y ha resucitado, fue unido a la naturaleza divina, está sentado a la derecha de Dios y está en el cielo. Nos es preciso, por tanto, a nosotros también dirigir allá la mirada de nuestra alma y, mediante este memorial, trasladar allá nuestro corazón" (16,3 [539-541]). Las expresiones de 15,20 parecen indicar que este memorial sucede sólo en nuestra conciencia; sin embargo, no es así. Primero, porque Teodoro habla, como hemos visto, de este memorial y sus efectos de presencialización del sacrificio de Cristo, sin connotaciones intelectuales; segundo, porque las relaciones entre la "figura" y la "realidad" no son cosas que directamente se parezcan, sino que han de ser puestas en relación mediante la palabra; en este caso, la palabra de Cristo, y esto sólo se puede aceptar con la razón movida por la fe; cf. sobre esto J. betz, Die Eticharistie in der Zeit 237-238; cf. también en la misma obra (p.236-237) cómo se insertan en este contexto las explicaciones alegorizantes que Teodoro da del ofertorio y de la epiclesis.

57 16,11-12 (551-153); texto siríaco en mingana, 103-104.

58 Lietzmann nota que las palabras más parecidas a esta epiclesis son las de San Cirilo en su catcquesis mistagógica V 7; pero observemos que en este texto se habla de "envío" del Espíritu Santo y no de "venida"; además no se habla de "gracia" y se usa el verbo "transformar” (μεταβάλλειν), mientras que aquí el verbo griego equivalente al siríaco sería, más bien, el de la anáfora de las Constituciones Apostólicas: αναδείκνυμι, ο el Basilio Alejandrino: άποφαίνειν; precisamente en esta ϊltima anáfora encontramos también la petición por la "venida" del Espíritu Santo. En cuanto a la petición por la nida de la "gracia" junto con el Espíritu, encontramos varios testimonios equivalentes n los escritos de San Juan Crisóstomo: In coement. appellatio 3 (MG 49,397-398): "venida 1 Espíritu Santo"; De S. Pentecosie 1,4 (MG 50,459): "la gracia del Espíritu Santo"; cf.

59 turgie des Theodor 933ί F· J· reine, The Eucharistic Doctrine and Uturgy 143-146. .".. Único es el pan y único el cuerpo de Cristo nuestro Señor, en el que se ha transformado el pan que ha sido presentado —el cual, por la sola venida del Espíritu 571 sobrescribe una tal transformación y del cual todos tomamos igualmente..." (16,24 [569- . bl sacerdote al dar la comunión dice: "Cuerpo de Cristo," con lo que, según Teodoro, ivitaal fiel a no mirar lo que aparece, "sino a figurarte en tu corazón lo que ha llegado (hva γίγνομαι), aquello que había sido presentado, y que por la venida del SP

60 Santo es el cuerpo de Cristo" (16,28 [579]; cf. también 15,10 [475]; 15,11 [477]).

61 foletamente en su catcquesis sobre el Espíritu Santo (10,11-12 [263-265]).

Cf. la amplia exposición que de este argumento hace F. I. reine, The Eucharistic υ°( trine and Liturgy 19-24.

62 Cf. J. betz, Die Eucharistie in der Zeit 235-237. Betz ve en este hecho una influencia del concepto aristotélico de "tipo" en Teodoro.

63 Cf. las explicaciones dadas a propósito de la anáfora de San Basilio en p.307-3 Me parece, por tanto, inadecuada la expresión usada por F. J. Reine al calificar a la epiclesis de Teodoro como la "forma" del sacramento; cf. The Eucharistic Doctrine ana Liturgy 16. Más exactos B. bobrinskoy, Quelques reflexión! sur la pneumatologie du cuite 29-38; G. vavanikunnel, Die eucharisíische Katechese 53-58; A. P. siman, Die pneumatiscnt Dimensión der Eucharistie nach der Überlieferung der syrischen Kirche: OChP 60 (1976) 141-14"· "" 16,13 (555); texto siríaco en mingana, 104-105.

65 La idea de Iglesia como cuerpo de Cristo y de que todos llegamos a ser un solo cuerpo en virtud del Espíritu Santo es expuesta claramente por Teodoro en su homilía 10,17-18.

66 Teodoro termina su comentario a la anáfora, en sentido estricto, hablando de las intercesiones y sin señalar la existencia de una posible doxología. He aquí el texto traducido, que, como es habitual, cae fuera de la mirada de nuestro estudio: "Así, el sacerdote perfecciona la liturgia divina presentando una súplica por todos aquellos de los que nos es regla hacer memoria en la Iglesia en todo tiempo. Y seguidamente pasa a la memoria de los difuntos, porque este sacramento nos concede el ser protegidos también en este mundo, y, después de la muerte, a los que murieron en la fe les da esta esperanza inefable, que desean y hacia la que tienden todos los hijos del misterio de Cristo" (16,14 [555]; texto siríaco en mingana, 104).

 

 

6. Las Anáforas Siró-Orientales, Armenias y Etiópicas.

Estudiamos ahora aquellas anáforas que, sin tener el espíritu de originalidad y creatividad de las grandes composiciones clásicas del siglo IV y en dependencia del esquema siro-antioqueno, presentan, sin embargo, un cierto interés como confirmación de los hallazgos que hasta ahora hemos hecho. En este capítulo se analizan las anáforas de la Iglesia siró-oriental, excepto la de Addai y Mari, ya estudiada; en el siguiente, algunas creaciones de las Iglesias armenia y etiópica. Con ello podremos ofrecer un cuadro más completo de la plegaria eucarística en Oriente.

Todas ellas coinciden en los siguientes aspectos: de una forma u otra han sido influidas por las grandes creaciones siro-antioquenas del siglo IV, muestran signos de ser compilaciones teológicas más o menos logradas y hacen una presentación de la Historia de la Salvación con relativa amplitud. En lo sustancial confirman cuanto hemos dicho sobre las anáforas de esta parte y pueden hacerse remontar, al menos en sus estadios más primitivos, a una época que no supera el siglo VI. El método de estudio que a continuación sigo será más sintético y con referencias a los puntos ya desarrollados.

En cuanto a la tradición siró-oriental, además de la ya estudiada anáfora de los Apóstoles (Addai y Mari), siguen en uso otras dos anáforas, puestas bajo la advocación de Teodoro de Mopsuestia, "El Intérprete," y de Nestorio, patriarca de Constantinopla. Conocemos también una anáfora contenida en un manuscrito del siglo VI proveniente de Persia, así como las catcquesis de Narsés, el fundador de la Escuela de Nísibe, en algunas de las cuales se ofrecen interesantes datos sobre el tema 1.

 

La Anáfora de Teodoro: La Eucaristía, Plenitud y Memorial de la Cruz.

a) Nota sobre el autor.

Que Teodoro de Mopsuestia haya compuesto una anáfora, nos lo asegura Leoncio de Bizancio (ca. 531) en una polémica toma de posición contra Teodoro, el cual, según él, habría llenado de blasfemias esta anáfora2. La anáfora que ahora estudiamos y que ha llegado hasta nosotros bajo el nombre del obispo de Mopsuestia, ¿se trata efectivamente de la mencionada por Leoncio? Así parecerían sugerir algunos manuscritos de la anáfora al afirmar que Mar Abba y su compañero Tomás de Edesa tradujeron del griego esta anáfora en un viaje que hicieron a Constantinopla en el segundo cuarto del siglo VI3.

No es fácil, sin embargo, poner en relación ambas noticias, por lo que los distintos autores no están de acuerdo en señalar la atribución de la paternidad de la anáfora atribuida a Teodoro4. Brightman recogió una serie de expresiones de la anáfora coincidentes con los escritos de Teodoro de Mopsuestia, sosteniendo la tesis de que tanto el pensamiento como la lengua de la anáfora reflejaban la mente de Teodoro5; pero sus resultados no son lo suficientemente convincentes como para hablar de que Teodoro sea el autor de esta anáfora, y su opinión no fue generalmente admitida. Por otra parte, la publicación de las homilías catequéticas de Teodoro pareció poder dar una nueva luz sobre este punto. Las posiciones, sin embargo, siguen igualmente indecisas6. Tampoco el reciente estudio comparativo entre ambos textos llevado a cabo por G. Wagner es definitivamente probativo de la identidad de ambas anáforas, a pesar de que parecen claras las influencias de la doctrina de Teodoro en la anáfora que lleva su nombre 7. Pero estas influencias se manifiestan exclusivamente en la conmemoración histórico-salvífica tras el Sanctus, como veremos, no en el resto de la anáfora.

En conclusión, parece que la opinión más aceptable hoy confirmada por mi propia observación personal, sería que se trata de una anáfora que es el resultado probable de una compilación de varias fuentes desconocidas, entre las cuales podría estar, o bien la posible anáfora original de Teodoro, o simplemente algunos rasgos de su doctrina, especialmente en lo relativo a su concepción del misterio de la redención.

 

b) La conmemoración salvífica

La estructura de la anáfora es la clásica siró-oriental, con la epiclesis después de las intercesiones8. Tras el diálogo inicial, se comienza una acción de gracias trinitaria, que se convierte en alabanza en virtud del Espíritu Santo; una alabanza que se realiza principalmente en la liturgia celeste, y a la cual nosotros, "nuestra débil especie de hombres mortales," se une, por la gracia de Dios, en el cántico del Sanctus, que aquí tiene claro carácter trinitario9. Lo dicho sobre la conjunción de la liturgia celeste y la liturgia terrestre en las anáforas tratadas en la sección anterior vale también para ésta.

Sigue a continuación del Sanctus, tras la segunda kusapa, la conmemoración histórico-salvífica:

 

"Verdaderamente, Señor, eres santo

y digno de alabanza por los siglos de los siglos. Santo eres tú,

Dios Padre verdadero;

santo también tu Hijo unigénito, Señor nuestro Jesucristo,

santo en verdad también el Espíritu Santo: naturaleza divina,

no creada; creador de todas las cosas,

que es por naturaleza plena y verdaderamente santo;

y santo es su nombre y santa su morada,

él que verdaderamente santifica

a todos los que son dignos de recibir el don de su gracia.

Te dirigimos alabanza, y gloria, y acción de gracias, y adoración

a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo,

ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Amén.

Te adoramos, Señor,

y te damos gracias y te glorificamos

por todos tus beneficios en favor nuestro:

porque nos creaste de la nada

y nos hiciste dignos del gran honor de la libertad y la

inteligencia,

y te tomas el cuidado de conservar la vida

de cada uno de nosotros.

Ante tu nombre grande y tremendo doblamos las rodillas

y adoramos, y con nosotros te alaban

y te dan gracias también todos los ejércitos de seres celestes.

Porque, por tu gracia (misericordia tyabuta) inefable

en favor de nosotros los hombres

y por nuestra salvación (puryana),

el Unigénito, el Dios Verbo, siendo imagen de Dios,

no consideró como botín de rapiña el ser igual a Dios,

sino que se anonadó y tomó la forma (demuta) de siervo;

y descendió del cielo

y se revistió de nuestra humanidad,

un cuerpo mortal y un alma racional, inteligente e inmortal,

de la Virgen santa, por la virtud del Espíritu Santo.

Y por ella (la humanidad asumida)

realizó y llevó a término toda esta economía (medabranuta)

grande y admirable,

que ya había sido preparada por tu presciencia antes de la fundación del mundo.

Tú la llevaste a término después de los últimos tiempos

por tu Hijo unigénito, Señor nuestro Jesucristo,

en quien habita la plenitud de la divinidad corporalmente;

él es la cabeza de la Iglesia

y el primogénito de los muertos,

él es la plenitud de todo

y por quien todo es llevado a la plenitud.

El, por el Espíritu eterno, se ofreció (raíz qrb) a sí mismo

inmaculado a Dios

y nos santificó por la oblación (qurbana) de su cuerpo,

hecha de una vez para siempre;

y pacificó por la sangre de su cruz

lo que está en el cielo y lo que está en la tierra.

El fue entregado por nuestros pecados

y resucitó para justificarnos."10

 

La conmemoración histórico-salvífica de esta anáfora comienza reasumiendo la naturaleza trinitaria del Sanctus, al igual que indica Teodoro en su homilía XVI que se debe hacer; además subraya, como el mismo doctor indica, el carácter de la naturaleza divina π. Α continuaciσn se introduce una acción de gracias por la creación y conservación de la naturaleza creada, que no tiene paralelo en la homilía citada de Teodoro y que parece, más bien, haber sido tomada de una alabanza que introdujese al Sanctus. Seguidamente se expone la obra de la encarnación, mediante la cual se realiza la obra prevista por Dios desde antiguo. Las ideas y el lenguaje parecen estar aquí tomados sustancialmente de Teodoro de Mopsuestia12.

La unión entre el párrafo que habla de la obra realizada por la encarnación y el cumplimiento de la obra realizada por Cristo "en los últimos tiempos" no está bien lograda: se repite de nuevo el verbo "llevar a término" y se añade la frase "en los últimos tiempos," frase que en el NT no se refiere a la muerte de Cristo. En efecto, lo que ahora se introduce es una exposición de la plenitud lograda por Cristo, el cual lleva a término la economía; todo ello mediante una serie de citas paulinas: Col 1:19; 2:9-11; Col 1:18; Ef 1.22; 3:19; 4:13. Esta plenitud y término de la economía se logra mediante la muerte de Cristo, presentada ahora en un contexto plenamente sacrificial (mediante dos citas de la carta a los Hebreos: 9:14 y 10:10-14), porque es la oblación definitiva, que logra la pacificación total entre Dios y los hombres (cf. Col 1:20). En fin, toda la obra de Jesús se resume con un verso de la carta a los Romanos: Cristo ha sido entregado a la muerte por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación (Rom 4:25).

En resumen, esta conmemoración centra, como el texto paralelo de la homilía XVI de Teodoro, toda la Historia de la Salvación en la encarnación y la muerte gloriosa de Cristo, pero añade dos notas características que allí no estaban: la creación-conservación pertenece también a la Historia de la Salvación, y la muerte de Cristo es presentada desde una perspectiva fuertemente sacrificial. La idea dominante es que Cristo ha llevado a plenitud la obra ya decidida desde toda la eternidad, y la ha llevado a plenitud mediante su propio sacrificio.

 

c) La salvación se hace presente

La presencialización del sacrificio de Cristo en el misterio eucarístico es el tema del bloque relato institucional-anamnesis, unido a la plegaria por la aceptación de la ofrenda. Veamos estos textos:

 

"El cual con sus santos apóstoles,

la noche en que era entregado,

celebró (raíz Ibd) este misterio (raza) grande, santo y divino;

tomando pan en sus santas manos,

bendijo y (lo) partió y dio a sus discípulos y dijo:

"Esto es mi cuerpo,

que es partido por la vida del mundo

para el perdón de los pecados."

E igualmente sobre el cáliz

dio gracias y se lo dio y dijo:

"Esta es mi sangre de la nueva alianza,

que es derramada por muchos

para el perdón de los pecados.

Tomad, pues, todos vosotros;

comed este pan y bebed de este cáliz.

Y haced así cada vez que estéis congregados

en memorial mío."

Y como nos fue ordenado,

así nos hemos congregado nosotros también,

tus pobres servidores, débiles y míseros,

para celebrar (raíz ibd), con la benevolencia de tu misericordia

(tibuta),

este misterio (raza) grande, tremendo, santo y divino,

mediante el cual se realizó (raíz hwa )

la gran salvación (purqana) de todo el género humano,

(Kanuna) mientras te presentamos alabanza,

y gloria, y acción de gracias, y adoración,

Padre, Hijo y Espíritu Santo,

ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

 

A continuación se recita la tercera kusapa, y comienza después la tercera gehanta, cuyo inicio es una plegaria por la aceptación de la ofrenda; por su temática está íntimamente unida a la anamnesis:

 

"Te adoramos, Señor (Repite),

y te damos gracias y te glorificamos, pues,

aunque indignos por nuestros pecados,

nos permitiste acercarnos a ti por tus muchas misericordias,

y nos renovaste y santificaste por la gracia (tibuta) del Espíritu Santo,

y nos hiciste dignos de ejercer ante ti esta liturgia (tesmesta)

tremenda y divina para salvación (purqana)

de nuestra vida, mientras cantamos ante ti con inmensa acción de gracias

por la gran salvación que nos ha sido concedida a todos nosotros por tu Hijo amado,

Jesucristo nuestro Señor.

Y ofrecemos (raíz qrb) ante tu Trinidad gloriosa,

con corazón contrito y espíritu humillado,

este sacrificio (debhta) vivo, y santo, y aceptable,

que es el misterio (raza) del Cordero de Dios

que quita los pecados del mundo,

mientras te pedimos y te suplicamos

que sea agradable, Señor, a tu adorable divinidad,

y por tu misericordia (raíz rbm] sea aceptada

esta oblación (qurbana) pura y santa,

mediante la cual has sido aplacado y reconciliado

por los pecados del mundo."13

 

Es difícil, por no decir imposible en la práctica, establecer puntos de contacto entre este relato institucional con su anamnesis y la correspondiente referencia de la homilía catequética del XVI de Teodoro, que hemos estudiado en las páginas anteriores. Prácticamente, todo se reduce a unas pequeñas coincidencias que no significan gran cosa, por ser más bien comunes a todas las liturgias. Llama la atención especialmente la expresa mención en la homilía XVI de la conmemoración de la muerte del Señor según el texto paulino14, expresión habitual en muchas liturgias y que aquí falta completamente.

Parece, más bien, que en esta anáfora haya predominado una tradición siró-oriental, manifestada por algunos datos peculiares: la expresión "celebrar (o hacer) este gran misterio"; el mandato de comer y beber tras las palabras institucionales; la variante del mandato memorial del Señor "haced así cada vez que estéis congregados en memorial mío"; la conexión de la breve anamnesis con esta frase, sin mención sacrificial directa alguna.

Sin embargo, para una recta comprensión del contenido de este bloque relato-anamnesis debemos tener en cuenta dos presupuestos: que en la base de ellos está la concepción de "misterio" que hemos encontrado en Teodoro de Mopsuestia en sus homilías y que la plegaria por la aceptación de la ofrenda forma parte, al menos temáticamente, de la anamnesis. Lo primero es bastante posible en esta anáfora, pues ya hemos visto que en la conmemoración salvífica hay indicios claros de una influencia del pensamiento de Teodoro en su composición, cosa no extraña si tenemos en cuenta la gran veneración por este teólogo en la Iglesia siró-oriental. Lo segundo parece admisible, porque los temas de esta súplica son fundamentalmente los temas de la anamnesis clásica, salvo el del memorial, ya formulado anteriormente: la acción de gracias, el acercarse a Dios y poder servir en esta liturgia, la ofrenda sacrificial15; además es muy posible, según ha probado Macomber en su edición de la anáfora de Addai y Mari, que todas las kusapas sean más tardías que las anáforas en las que se encuentran, con lo que habría incluso una continuidad literaria entre la actual anamnesis y esta plegaria por la ofrenda.

En cuanto a la concepción de "misterio" según Teodoro, en siríaco "raza," "es la indicación en signos y símbolos de cosas invisibles e inefables"16. Sabemos ya lo que Teodoro entiende por signos y símbolos en contexto eucarístico: la celebración del misterio hace presente en figura, sacramentalmente, las realidades celestes; la celebración del misterio eucarístico "es conmemorar la muerte de Cristo y su resurrección, por la cual esperamos ser asociados a él (a Cristo); de manera que en este misterio cumplimos, por tanto, los signos de lo que tuvo lugar respecto a nuestro Señor Cristo, a fin de que, por medio de estos signos, la unión con él afirme nuestra esperanza."17

Por tanto, cuando el relato institucional de nuestra anáfora comienza afirmando que Jesucristo, la noche de la traición, "celebró este misterio grande, santo y divino," se quiere afirmar que Jesús realizó e hizo presente en figura, mediante signos sacramentales, el sacrificio de su muerte en la cruz; sacrificio que él, después de la resurrección y ascensión, presenta constantemente al Padre como Pontífice celeste sentado a su derecha.18

Cuando él nos ordena: "haced así cada vez que estéis congregados en memorial mío," nos está mandando simplemente que, como él hizo aquella noche, también nosotros en nuestras reuniones eucarísticas "celebremos este misterio," es decir, conmemoremos su muerte y resurrección. Solamente tras esta identificación se entiende la continuación de la anamnesis: mediante este misterio, es decir, mediante la muerte y resurrección de Cristo, ahora presentes en figura, "se realizó la gran salvación de todo el género humano." Esta salvación se hace presente ahora, en esta liturgia, como afirma la plegaria que sigue a la anamnesis: "nos hiciste dignos de ejercer ante ti esta liturgia (tesmesta) tremenda y divina para salvación de nuestra vida." Teodoro de Mopsuestia, en la misma lógica, afirma: "Por tanto, es muy necesario que (Cristo) nos diese este misterio, que es apto para conducirnos allí (a la salvación definitiva del cielo); por él... hacemos conmemoración de la muerte del Señor mediante esta liturgia (tesmesta) tremenda."19

"Celebrar este misterio" es, pues, conmemorar la muerte y resurrección de Cristo, hacer presente en signos sacramentales su misterio pascual, su salvación: he aquí la dimensión vertical de la Historia de la Salvación, su irrupción en el momento cultual de la vida de la Iglesia.

Evidentemente, se halla implícita aquí toda la dimensión sacrificial de la Eucaristía, puesto que se trata de la presencialización del sacrificio de Cristo mediante el rito sacramental. Pero ésta se encuentra incluso explícitamente formulada en la súplica por la aceptación del sacrificio y además en la misma lógica del pensamiento que acabamos de exponer. Para comprenderlo debemos comparar una frase del final de la conmemoración después del Sanctus con la frase final de esta súplica.

La primera dice así:

 

"El (Jesús), por el Espíritu eterno, se ofreció (raíz qrb) a si mismo inmaculado a Dios y nos santificó por la oblación (qurbana) de su cuerpo, hecha de una vez para siempre."

 

La segunda es como sigue:

 

"Y ofrecemos (raíz qrb) ante la Trinidad gloriosa este sacrificio (debhta)..., que es el misterio (raza) del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, mientras te pedimos... que sea aceptada esta oblación (qurbana) pura y santa, mediante la que has sido aplacado y reconciliado por los pecados del mundo."

 

Fijándonos ahora en el último párrafo, descubrimos que la Eucaristía es un sacrificio (debhta), porque es el misterio del Cordero de Dios, es decir, porque hace presente en figura el sacrificio del Cordero por los pecados del mundo; dicho de otra manera, porque es un memorial20. Comparando después este párrafo con el anterior, observamos la identidad de lenguaje:

 

Cristo se ofrece a Dios y nos santifica por la oblación de su cuerpo, hecha de una vez para siempre; nosotros ofrecemos este sacrificio-memorial de Cristo, que constituye nuestra oblación.

 

Nuestra oblación en la Eucaristía no está, por tanto, formada de un sacrificio nuevo, sino que es la presentación del único y definitivo sacrificio; y esto es posible porque en signo, en figura, presentamos el mismo sacrificio de Cristo a Dios. Dicho de otra manera, la Eucaristía es sacrificio porque es la celebración del memorial de la muerte de Cristo y de su resurrección, de su misterio pascual salvador, hecho presente sacramentalmente en la liturgia eucarística. Más brevemente, la Eucaristía es sacrificio por ser la plenitud y el memorial de la cruz gloriosa de Cristo21.

 

La Anáfora de Nestorio: Una Armonización Teológica.

 

a) Nota sobre el autor.

Al igual que de la anáfora de Teodoro, también de ésta se nos dice que fue traducida por Mar Abba y Tomás de Edesa en su viaje a Constantinopla22. Qué signifique en este caso la palabra "traducción," nos lo descubre una observación atenta de esta anáfora23, que se muestra inmediatamente como una armonización, mejor o peor lograda según los momentos, de las anáforas bizantinas de San Basilio y San Juan Crisóstomo, sin que aparezcan argumentos definitivos para atribuirla a Nestorio.24 Se trataría, por tanto, de una anáfora, probablemente elaborada en siríaco, basándose en fuentes siró-occidentales teniendo como base las anáforas bizantinas indicadas y adaptada por el compilador al esquema estructural de la liturgia "eucarística siró-oriental.

 

b) Alabanza y conmemoración salvífíca.

Nada nuevo descubrimos en la primera sección de alabanza y acción de gracias en este caso.25 En efecto, el carácter de armonización de toda la sección anterior al Sanctus es evidente: comienza con una alabanza a Dios, a quien se califica con los adjetivos de la teología negativa, todo ello tomado de Crisóstomo bizantino; sigue una súplica al Dios trinitario, que es quien posibilita nuestra alabanza al Dios incomprensible; los elementos están tomados de Basilio bizantino y ampliados con algunas consideraciones dogmáticas; a continuación se vuelve a Crisóstomo bizantino, enumerando la creación y la redención como motivos ahora de acción de gracias; concluye con una confesión de nuestra incapacidad radical de alabar a Dios, inspirada esta vez en la anáfora bizantina de San Basilio. De esta manera se hace la transición al Sanctus: nuestras voces todas juntas, las de los seres humanos, serían incapaces de estar a la altura de la alabanza de los ángeles, que en torno al trono de Dios cantan el trisagio. La sección que sigue tras el Sanctus, dejando aparte la kusapa recitada por el sacerdote, expresa la idea de que, a pesar de la incapacidad radical del hombre para alabar a Dios, éste, sin embargo, nos ha concedido el asemejarnos, por medio del canto del Sanctus, a los que le glorifican en los cielos.

En realidad, como puede apreciarse, ningún elemento nuevo y de interés para nuestro estudio: la alabanza, la incomprensibilidad divina, la posibilidad de alabar a Dios que nos concede la revelación de la Trinidad, la acción de gracias por la creación y la redención, la unión de los fieles con los ángeles en el canto del Sanctus, todos son temas ya estudiados. Aquí los volvemos a encontrar, un tanto desordenadamente expuestos y no siempre bien coordinados los unos con los otros, pero el tesoro tradicional ha sido conservado, y no se debe pedir demasiada "lógica" a una celebración litúrgica.

Algo parecido sucede con la conmemoración de la Historia de la Salvación que sigue. Aquí la fuente principal es la anáfora bizantina de San Basilio, probablemente porque la de San Juan Crisóstomo no desarrolla esta sección. Observemos ya desde el comienzo, antes de leer el texto traducido, que el compilador ha suprimido todo lo relativo al AT y ha ampliado de vez en cuando las consideraciones dogmáticas. Estamos ante un texto en que la catequesis domina sobre la fuerza hímnica. Sin embargo, aquí la síntesis ha sido lograda mejor que en el pasaje anterior:

 

"Y con estas potestades celestes (Repite), también nosotros,

Señor bueno y Dios Padre misericordioso, clamamos y decimos:

Santo eres en verdad y digno de gloria en justicia,

y excelso y sublime, pues a los que te adoran

sobre la tierra les concediste ser iguales a los que te glorifican en los cielos.

Santo también tu Hijo unigénito,

Señor nuestro Jesucristo, con el Espíritu Santo,

que está contigo desde siempre

y es consustancial contigo y creador de todas las criaturas.

Bendecimos, Señor, al Verbo Dios,

al Hijo escondido, que de tu seno (proviene);

el cual, existiendo en tu imagen (demuta),

esplendor (que proviene) de ti, imagen de tu sustancia,

no consideró como botín de rapiña el ser igual a ti,

antes bien se anonadó a sí mismo y tomó forma de siervo;

un hombre perfecto, compuesto de alma racional, inteligente e

inmortal,

y del cuerpo mortal de los humanos,

y lo unió a sí mismo;

y lo unió consigo en el poder, en la gloria y en el honor;

pasible por naturaleza,

formado, por la virtud del Espíritu Santo, para salvación de

todos;

nacido de mujer, nacido bajo la ley,

para redimir a los que estaban bajo la ley

y vivificar a todos los que habían muerto en Adán.

Y destruyó el pecado en su carne,

y abolió con sus propios preceptos la ley de los preceptores,

y abrió los ojos a los que estábamos ciegos,

y nos facilitó el camino de la salvación,

y nos iluminó con la luz de la ciencia divina.

A los que le recibieron

les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios;

nos purificó, y expió por nosotros mediante el bautismo del

agua santa,

y nos santificó con su gracia mediante el don del Espíritu

Santo.

Y a los que con él fueron consepultados por el bautismo

los resucitó y los llevó y colocó consigo

en el cielo, según su promesa.

Y como amase a los suyos que estaban en este mundo,

los amó hasta el extremo,

y se hizo sustituto de la pena debida por los pecados de nuestra

especie

por la vida de todos,

y se entregó a sí mismo por nosotros a la muerte,

que reinaba sobre nosotros,

bajo cuyo poder estábamos sujetos en servidumbre,

vendidos a ella por nuestros pecados;

y por su sangre preciosa nos redimió y nos salvó,

y descendió a los infiernos

y rompió los lazos de la muerte voraz.

Pero como era justo

y no podía ser retenido por la muerte en los infiernos,

él, que es el príncipe de nuestra salvación,

resucitó al tercer día.

Y así se convirtió en primicias de los que duermen,

para que fuese el primero en todo.

Subió al cielo

y está sentado a la derecha de tu majestad, Dios."26

 

Esta conmemoración salvífica comienza recogiendo el Sanctus cantado por todo el pueblo, dándole un sentido trinitario, como es común en la tradición siro-antioquena27, y expresando la unión de la liturgia terrestre con la celeste, como ya hemos dicho.

A continuación conmemora la encarnación del Verbo con textos paulinos, que encontramos todos en la anáfora bizantina de San Basilio, pero con un añadido de sabor nestoriano: la expresión "tomó un hombre perfecto" es ciertamente inexacta, y por la insistencia en este aspecto parece reflejarse la doctrina de la doble personalidad en Cristo, aunque podría interpretarse quizá también en clave antiapolinarista.

Los temas que siguen han sido ya comentados en la anáfora bizantina de San Basilio: la victoria sobre el pecado, sobre la ley, sobre la muerte; la contraposición entre Adán y Cristo y el tema del bautismo, aquí tratado con mayor amplitud e introducido mediante una cita de Jn 1:12.

En la continuación, nuestro texto se acerca algunas veces más a la versión alejandrina de la anáfora de San Basilio que a la bizantina, p.ej.: la cita de Jn 13:1, el imperio ilimitado de la muerte sobre los hombres, la aparición del pronombre "nos" en varios momentos. Otras veces refleja más la versión bizantina, como en el caso de la explicación del descenso a los infiernos, al hades. Estos datos nos hacen sospechar que el autor quizá utilizó una versión de la anáfora basiliana a medio camino entre la alejandrina y la bizantina, aunque también podría ser que la cita de Jn 13:1 hubiese sido tomada de Crisóstomo bizantino. Termina enumerando la resurrección, la ascensión y la sesión a la derecha del Padre.

En resumen, ningún tema nuevo; confirma los ya conocidos como integrantes de una exposición de la Historia de la Salvación, si bien la conmemoración es exclusivamente cristo-lógica. A pesar de una no innegable grandeza, esta exposición carece, sin embargo, del equilibrio y la mutua correspondencia entre los temas que ya hemos visto en la anáfora bizantina de Basilio.

 

c) Presencialización de la salvación

La introducción del relato institucional no deja de tener originalidad:

 

"Y nos dejó un memorial de nuestra salvación, este misterio (raza) que ofrecemos (raíz qrb) ante ti. Pues cuando llegó el momento en que iba a padecer y a acercarse a la muerte, la noche en que iba a ser entregado por la vida del mundo, después que celebró con sus discípulos la Pascua, según la ley de Moisés, entonces instituyó su Pascua antes de morir, mediante la cual, como él mismo nos enseñó, hacemos su memorial hasta que se manifieste de nuevo desde el cielo. Porque Cristo es nuestra Pascua, que por nosotros ha sido inmolada.

Así, después de comer la Pascua de la ley de Moisés, tomó pan en sus santas, inmaculadas e irreprensibles manos..." 28

 

La primera frase introductoria_podría ser una síntesis de la introducción al relato institucional de las anáforas bizantinas y alejandrinas de San Basilio. En todo caso, es una constatación de lo que hemos dicho hablando de la anáfora de Teodoro: el misterio que ofrecemos, es decir, el sacramento de la Eucaristía, es un memorial de Cristo. Todavía se nos ofrece oportunidad de precisar un poco más, si atendemos ahora a lo que sigue: en realidad, lo que Cristo celebró y nos deja es la nueva Pascua. Esta Pascua de Cristo consiste, como precisa la anáfora usando una cita de 1 Cor 5;7, en Cristo inmolado por nosotros; y al celebrar nosotros esta Pascua, celebramos su memorial, es decir, el memorial de Cristo inmolado por nosotros. Esta precisión es importante, pues sitúa todo el relato institucional en un contexto anamnético y a la vez explícita el carácter sacrificial de este memorial.

Así, la celebración sacramental de la Eucaristía ("este misterio") es la celebración de la Pascua de Cristo, de su sacrificio por nosotros para la vida del mundo, por ser el memorial cultual de su Pascua, de su sacrificio salvador.

Esta idea es subrayada un poco más adelante, al comienzo de la anamnesis propiamente dicha:

"También nosotros, Señor poderoso, Dios Padre, conmemoramos esta salvación realizada por nosotros."29

Sigue, más que una anamnesis, una confesión de fe paralela a los símbolos de fe, trinitaria, en la que la parte mayor es una conmemoración de la obra realizada por Cristo en favor nuestro.

Resumiendo todos los datos, podemos decir que en esta anamnesis se mantienen las constantes ya observadas: el conjunto relato-anamnesis indica el comienzo del memorial cultual, en el que la salvación que Cristo nos ha conseguido por su muerte gloriosa viene actualizada sacramentalmente mediante un memorial sacrificial. La novedad aquí es la alusión directa a la Pascua nueva, que celebró Cristo por primera vez en la última cena y que celebra sacramentalmente la Iglesia en cada Eucaristía. Así, AT y NT se encuentran concentrados en Cristo y en la celebración eucarística. Y la salvación de la nueva Pascua se hace presente y actuante al celebrarla nosotros mediante este memorial. La dimensión sacrificial de la Eucaristía y su dimensión vertical de actualización de la salvación se hacen presentes en este momento simultáneamente. La Eucaristía es así el sacramento que hace presente la Pascua de Cristo, su misterio pascual, y con él toda la Historia de la Salvación, concentrada en este instante privilegiado.

El aspecto sacrificial de la Eucaristía es puesto también de relieve por el comienzo de las intercesiones, que se enlaza sin solución de continuidad con la anterior anamnesis, así como por la introducción a la epiclesis, ambos textos muy semejantes a la oración de la oblación de la anáfora de Teodoro que ya hemos visto.30 La epiclesis, que pide la consagración de los dones y la concesión de los bienes derivados de la Eucaristía mediante la acción del Espíritu Santo, desemboca en una petición por la realización de la unidad de la Iglesia; aspecto este al que la anáfora de Nestorio es muy sensible, pues es también insistentemente pedido en las intercesiones, otro punto de coincidencia con la anáfora bizantina de Basilio. Por lo demás, no añade nada especial a los aspectos ya estudiados: acción del Espíritu sobre el pan y el vino, unidad y "simultaneidad" real del bloque relato-anamnesis-epiclesis en cuanto a la consagración de los dones y la doble relación, ya estudiada, entre la Iglesia, que hace la Eucaristía, y la Eucaristía, que hace a la Iglesia.

Resumiendo, pues, todo lo dicho, la anáfora de Nestorio no aporta prácticamente ningún dato nuevo en cuanto a la presentación horizontal de la Historia de la Salvación, pero confirma, si bien con menos garra y genialidad, los temas mayores de las anáforas bizantinas de San Juan Crisóstomo y de San Basilio. Presenta una formulación relativamente original de la Eucaristía como memorial, sobre todo en lo que se refiere a su descripción como nueva Pascua, es decir, corno memorial de la Pascua única de Cristo. Además manifiesta en todas sus secciones una concepción profundamente trinitaria de la Historia de la Salvación tanto en su dimensión horizontal como vertical, si bien esta presentación trinitaria pierde gran parte de su fuerza originaria, para convertirse en una catequesis, cosa que especialmente se pone de manifiesto en la anamnesis.

 

Anáfora Persa Fragmentaria: La Bondad de Dios.

 

a) Documentación y características generales.

Una nueva anáfora perteneciente al rito siró-oriental nos ha llegado en un manuscrito, cuya escritura parece poder datarse con cierta seguridad en el siglo VI31. Su estructura es semejante a la de las dos anáforas, la de Teodoro y la de Nestorio, que acabamos de estudiar. El carácter sobresaliente de ella es que aumenta la carga de conceptualización aún más que en las anáforas anteriores. Todo tiene que ser explicado, con una insistencia que a veces llega a resultar incómoda. La sobriedad de la línea histórico-salvífica de las anáforas clásicas se ha perdido, ahogada en la doctrina, y la alabanza y acción de gracias por los acontecimientos de la salvación están a punto de perecer, sofocadas por las digresiones doctrinales. Pero aún se ve y se percibe.

El manuscrito que nos ha conservado esta anáfora comienza en la introducción al Sanctus. Es probable que precediese una plegaria de alabanza, cuyo contenido desconocemos. Interesa subrayar en este punto la expresa mención de la unión de los fieles en el canto del Sanctus con las potencias angélicas32, subrayando así una tradición casi general en la Eucaristía oriental.

 

b) La conmemoración salvífica

Cantado el Sanctus, se inicia la conmemoración salvífica, que conduce al relato institucional. Hanssens piensa que desde el comienzo hasta la doxología existente antes de mencionar la obra de Cristo se trataría de una prolija kusapa, y, por tanto, no directamente de lo que él llama "oratio christologica."33 Es difícil decidir. La alabanza de la esencia divina que en ella se hace y el tema central de la benignidad y bondad de Dios le dan un cierto parecido con la correspondiente kusapa de las otras anáforas siró-orientales en este lugar,34 pero no aparecen los aspectos de indignidad sacerdotal ante la divinidad tremenda y sus misterios que son típicos de estas composiciones. Por otra parte, en ella se hace el relato de la creación del mundo y del hombre, lo que me hace dudar de tal apreciación. He aquí una traducción del texto en cuestión:

 

"Santo eres, y glorioso y grande es tu nombre, Señor de todo y Dios y Hacedor de todo; Rey de reyes, Señor de señores, Juez de jueces, que das órdenes, sin que nadie te las dé; que juzgas a todos, sin que nadie te juzgue, Rey absoluto (literalmente: del Reino), sobre cuyo poder nadie prevalece;

Señor único, a quien ningún señorío iguala; Dios, Ser, cuyo poder nadie resiste.

Tú eres uno solo, naturaleza santa y esencia adorable;

tú que eres como eres y nadie conoce tu modo de ser;

tú cuyo nombre es estupendo,

cuyo recuerdo es tremendo,

de quien el discurso es admirable,

la exposición de cuya esencia es formidable.

Tú que eres bueno de verdad,

y tu bondad no tiene semejanza;

nada semejante se aproxima a tu bondad,

pues tu bondad es verdaderamente inmutable.

Tú eres la causa de tu bondad (tibuta);

de ti surge y se extiende sobre todos

el rico manantial de tu misericordia;

no recibes de otros lo que a otros das,

pues nadie es tan rico como tú para prestarte algo,

ni tú necesitas que te presten,

porque en ti y cabe ti están reunidas las riquezas de toda vida.

Tú que has sabido sólo hacer beneficios

y animar a tus obras para que reciban tu bondad,

llamas a tus obras para recibir tus dones.

Esta es, en efecto, tu costumbre:

dar a los demás, sin pedir nada a cambio;

tú das a todos tu gracia (tibuta) porque eres bueno...

... porque bastas para todos;

y todo lo diriges ocultamente con tu poder."35

 

A partir de este momento, tras haber considerado largamente la bondad de Dios casi al estilo de una disquisición académica, se especifica la manera como se ha manifestado esta bondad en la creación del universo y, sobre todo, en la creación del ser humano. Dos cosas son dignas de señalar: la confesión trinitaria, de carácter predominantemente dogmático, y la explicación de lo que el autor entiende por creación del hombre "a imagen y semejanza" de Dios; en este último caso se trata de una participación en el dominio divino por parte del ser humano, con lo que éste se convierte en Señor de la creación y, a la vez, Siervo de Dios, a quien debe tributar su alabanza:

 

"Tú, Dios, que siendo único, sin que haya otro igual en esencia contigo,

salvo el Hijo, que (procede) de tu esencia, y el Espíritu,

que (procede) de tu naturaleza, creaste los seres vivos y las potencias espirituales,

y afirmaste los mundos inferiores y adornaste los superiores,

y tu mandato dirige ocultamente todos los mundos.

Derramaste principalmente tu gracia (tibuta)

sobre la débil especie de nuestra humanidad.

De polvo, nos hiciste imagen tuya,

de barro, nos diste tu semejanza,

y el gran poder de tu esencia lo pusiste

cabe nosotros en tu imagen por tu bondad,

para que todos obedeciesen a tu imagen

y prestasen servicio a tu semejanza.

Por eso ha sido impuesto sobre todas las cosas

el yugo del reinado del hombre mortal,

pues tú lo quisiste,

y todas las obras (creadas) obedecen a su señorío,

porque ha sido puesto por tu bondad sobre todos

para que fuese señor de todos.

Y según tu poder (?),

en el mundo fue elevado del polvo a este nombre glorioso

para que te diese honor,

y prestase servicio a tu semejanza,

y fuese tu servidor...

y te demos gloria a ti,

Padre, Hijo y Espíritu Santo por los siglos

y en los siglos de los siglos. Amén y amén."36

 

Inmediatamente, y como respondiendo al deber del ser humano de alabar a Dios, se reanuda explícitamente la alabanza, y, tras evocar nuevamente la gracia y la bondad divinas, se presentan éstas como causa de la Creación y la Redención, centrándose principalmente en la segunda:

 

"Te adoramos, digno de adoración, y te glorificamos, digno de gloria,

y te santificamos, santo por naturaleza, y alabamos,

aunque no demos abasto en tu alabanza, tú que das abasto para todos.

Porque tú eres tesoro desbordante que alimentas a todos,

porque tu bondad se ha extendido sobre toda criatura;

y eres clemente, y la clemencia de tu misericordia

se ha extendido sobre todas las cosas;

y en todo tiempo de todos modos eres fuente de todos los

auxilios,depósito de todas las riquezas espirituales.

Todo es tuyo, y a nosotros nos hiciste, junto con todos, para que seamos tuyos;

y nos pusiste un nombre según tu nombre,

y nos hiciste crecer, y nos diste honor,

y nos ensalzaste, y nos purificaste, y nos santificaste;

y por ti la malicia y fealdad de nuestra voluntad fue embellecida,

y la amargura de nuestra libertad se hizo dulce gracias al fruto

que nos enviaste por tu amor para conseguir el injerto en tu árbol vivificante.

Pues enviaste de tu esencia un fruto vivo a nuestra región para darnos la vida,

que quiso darnos tu voluntad, (Siete líneas ilegibles)

... para sí mismo nos asumió, y vino y se hizo hombre de una virgen.

Y, a pesar de ser Dios de Dios, convivió entre nosotros

y nos visitó en todas nuestras circunstancias.

Y para hacernos conocer su gran amor se entregó a la pasión y a la muerte,

para con su sufrimiento librarnos de nuestros sufrimientos

y con su muerte darnos la vida eterna; y en su resurrección resucitarnos consigo de entre los muertos,

mediante su gloriosa ascensión llevarnos gloriosamente al reino celeste." 37

 

A partir de este momento podemos ya obtener una visión completa de la Historia de la Salvación, tal como esta anáfora nos la presenta, mediante una selección de hechos y a la vez un peculiar modo de hacerlos presentes desde un ángulo propio de visión. Los acontecimientos expresamente mencionados son: la creación del universo, la creación del hombre, la encarnación de Cristo y todo el misterio de su muerte gloriosa hasta la subida al cielo. Notamos en primer lugar que en este esquema no se menciona expresamente el pecado. Sin embargo, no se le omite, sino que se le considera como algo con lo que Dios cuenta desde el principio y, desde la perspectiva de la redención, como algo englobado en ella. Tal es el sentido qué tiene la descripción de lo que Dios ha hecho por nosotros. En efecto, nos ha creado para que seamos suyos desde el principio y desde el principio nos ha dado ya un nombre según su nombre, lo que lleva consigo toda una obra de crecimiento (más interior que fisiológico) de los hombres; toda una obra de enaltecimiento, de purificación y de santificación. Pero esto es sólo posible sanando aquello que por el pecado se había maliciado: nuestra voluntad y libre albedrío. Hay aquí encerrada una alusión al primer pecado, alusión que se refuerza por el modo de presentar en un primer momento la venida de Cristo, a saber, como fruto del árbol de la vida, que nos posibilita el injertarnos en él. La alusión es evidente: por un fruto perdimos el árbol de la vida y fuimos lanzados a Ja muerte; por otro fruto, Cristo, somos de nuevo conectados al árbol de la vida.

Este es el sentido de la encarnación de Cristo y de su convivencia con todos los seres humanos. Después se expresa el sentido salvífico de los demás actos de Cristo: por la pasión nos libra de nuestros sufrimientos, por la muerte nos consigue la vida, por su resurrección la nuestra, y con él ascendemos a la gloria. Todos son bienes mesiánicos y escatológicos ya conquistados, aunque aún no plenamente participados.

Junto a este contenido concreto de la historia salvífica es interesante subrayar en esta anáfora la perspectiva en que aquélla es presentada o, mejor, el clima que la envuelve. Todo lo dicho y narrado es, en efecto, fruto de la bondad divina. La palabra que más se repite en todo este largo pasaje tras el Sanctus es tibuta; se trata de la bondad de Dios, que se convierte en gracia, en don para nosotros, y, de hecho, unas veces se puede traducir por bondad (la causa), otras por gracia (el efecto de la bondad divina en el ser humano). Cierto, no encontramos ya la presentación dinámica, integrada bellamente en la Historia de la Salvación, que hacen las grandes anáforas clásicas de la "filantropía" divina. Pero un eco se deja todavía sentir; un eco que va in crescendo hasta el momento de la muerte de Cristo, que se introduce con unas palabras que recuerdan el pasaje de Jn 13:1, ya encontrado en este mismo lugar en la anáfora alejandrina de San Basilio, en la bizantina de San Juan Crisóstomo, en la siro-antioqueña de los Doce Apóstoles y, naturalmente, en la anáfora de Nestorio, perteneciente a la misma tradición que la que estamos estudiando.

En resumen, a pesar de la notable carga de conceptualismo, esta anáfora conserva los grandes temas que componen la Historia de la Salvación: la creación universal, y dentro de ella la del ser humano; la primera ordenada a éste y éste ordenado al servicio divino; el pecado del hombre; la obra divina, centrada en la encarnación y la muerte gloriosa de Cristo, que vienen a rehacer desde sus cimientos a este ser humano, injertándolo en el nuevo y definitivo árbol de la vida que es Cristo. Todo ello nace de la bondad gratuita de un Dios que por esa bondad se hace ser humano como nosotros, y, como si eso no bastase, para mostrar hasta dónde llega su amor, se entrega a la muerte y nos hace partícipes de su gloria.

 

c) Presencialización de la salvación

Particularmente interesante en esta anáfora es el modo de presentarnos el relato institucional de la Eucaristía, así como la introducción que lo precede:

 

"Y como estaba a punto de marcharse de nuestro lugar y de ser llevado al lugar de los seres espirituales, de donde había descendido, dejó entre nuestras manos las arras de su santo cuerpo, para estar así por su cuerpo, desde esta cercanía, junto a nosotros y en todo tiempo mezclarse con nosotros por su poder. En efecto, antes del momento de la cruz y en la hora en que se preparaba su glorificación, tomó pan y vino, que su misma voluntad había creado, y los santificó con una bendición espiritual; y nos dejó este misterio (raza) tremendo y nos encomendó esta semejanza (demuta) buena, para que, como él hizo, hagamos siempre, y tengamos vida por sus misterios (raza)."38

 

El relato institucional es introducido como movido por la voluntad de Cristo de permanecer con los seres humanos mediante los signos sacramentales del pan y del vino, descritos como las "arras" o la prenda de su cuerpo. Tal voluntad fue manifestada por Cristo en la última cena mediante la institución eucarística. Esta no es descrita detalladamente en la anáfora; sin duda, preludiando ya la creciente importancia de la epiclesis, y, a mi juicio, como he intentado demostrar39, en claro antecedente a la supresión total del relato institucional en la versión de la anáfora de Addai y Mari hecha por Isoyab III, donde el relato institucional será suprimido y sustituido por unas frases que nos dan su sentido, pero enfocando la eficacia sacramental hacia la epiclesis.

En todo caso, estas frases-resumen de nuestra anáfora tienen cierta semejanza con el comentario que Teodoro de Mopsuestia hace a esta sección, sobre todo en lo que se refiere a la entrega que el Señor nos hizo de este misterio para que hiciésemos como él.40

Desgraciadamente, el manuscrito no nos ha conservado la posible anamnesis que seguía a este resumido relato institucional41, con lo que tampoco poseemos elementos de comparación para establecer el uso de la palabra "misterio" en ella. Pero un dato concreto puede conducirnos sobre la pista de lo ya descubierto en textos pertenecientes a la misma tradición litúrgica y que acabamos de estudiar. Se trata del efecto de la muerte de Cristo, que es la vida eterna, y del efecto de la celebración de estos misterios, que es, asimismo, que tengamos vida por ellos. Se da así una aproximación entre la muerte gloriosa de Jesús y el misterio que él nos deja, la "buena semejanza" o memorial que él nos encomienda. De este modo, la Eucaristía sería la imagen, semejanza o, empleando la palabra de Teodoro, el "tipo," la figura de la muerte gloriosa de Cristo, la cual, actualizando sacramentalmente esa muerte y resurrección, actualiza también la salvación que nos trae: la vida.

Una interpretación de este tipo, aunque en la anáfora presente no es tan segura como en las dos anteriormente estudiadas, tiene la ventaja de usar el mismo criterio de interpretación que para las otras anáforas siró-orientales, y en esto reside su fuerza.

Para terminar, de lo poco que el manuscrito nos ha conservado sobre la epiclesis, podemos deducir con seguridad que se trata de una epiclesis consagratoria sobre los dones y de una petición sobre los fieles para que participen de los beneficios eucarísticos. La epiclesis, por lo demás, enlaza directamente con una doxología trinitaria que cierra la anáfora.42

 

Las Anáforas Contenidas en las Homilías Litúrgicas de Narsés.

 

a) Cuatro Anáforas Distintas.

Narsés de Nísibe, llamado por sus enemigos monofisitas "el leproso" y por sus amigos nestorianos "el arpa del Espíritu Santo," fue primero maestro en la Escuela de Edesa (437-457) y después fundador con Barsauma de la Escuela de Nísibe (457). Escribió numerosas homilías, entre las cuales A. Mingana publicó una serie de cuarenta y siete43 y R. H. Connolly tradujo cuatro al inglés, escogidas por su particular interés litúrgico.44 La fecha de su muerte hay que situarla entre el 502 y el 507

En estas homilías, Narsés nos da referencias de cuatro anáforas distintas. La primera, en el amplio comentario a los misterios, que constituye el tema de la homilía XVII. La segunda, en esta misma homilía, en un pasaje introducido bajo la autoridad de Teodoro de Mopsuestia. La tercera, en su homilía XXI, sobre los misterios de la Iglesia y el bautismo. La cuarta, finalmente, en la homilía XXXII, que trata acerca de la Iglesia y el sacerdocio.

La segunda de las anáforas señaladas ha sido ya estudiada en el curso de esta exposición.46 Nos vamos a detener ahora en la primera, la más interesante, añadiendo algunas notas acerca de las dos últimas.47

 

b) La Anáfora de la Homilía XVII.

En su homilía sobre los misterios explica Narsés el desarrollo de la liturgia eucarística, a partir de la presentación de los dones, con un estilo catequético semejante al que ya conocemos por Cirilo de Jerusalén y Teodoro de Mopsuestia. A pesar de todas las discusiones, parece tratarse de una auténtica obra suya48.

La misa de los fieles que comenta se corresponde estrechamente con la liturgia de Addai y Mari, menos la anáfora propiamente dicha, la cual, entre otras cosas, se diferencia de aquélla en que posee un relato institucional y una epiclesis que pide claramente la consagración del pan y del vino. La estructura de esta anáfora, por otra parte, se corresponde bastante estrechamente con la de las anáforas siró-orientales de Teodoro y Nestorio49.

Comienza presentando y comentando brevemente el diálogo introductorio, tras del cual el sacerdote, en nombre de todos, como "lengua de la Iglesia" que es, inicia la plegaria eucarística con una alabanza al Dios incomprensible, causa de los seres inteligentes y sensibles, cuyo Nombre alaban los ángeles en lo alto y los hombres aquí en lo bajo, el cual por Moisés dio a conocer que "El es" y por el Señor Jesús nos reveló y manifestó la Trinidad50. Sigue la introducción al Sanctus, donde presenta las alabanzas de los coros angélicos, a las que el pueblo congregado responde: "Santo, santo, santo, Señor, de cuya gloria están llenos los cielos y toda la tierra."51 El Sanctus es explicado a continuación trinitariamente, pero no se dice de un modo expreso que la Iglesia terrestre participe de algún modo en la liturgia del cielo.

Se continúa la plegaria con la conmemoración de la Historia de la Salvación:

 

"El sacerdote comienza a comunicar con Dios. Da gracias por la misericordia y la gracia que ha sido realizada en nosotros por la revelación del Verbo, manifestado mediante un cuerpo (tomado) de nosotros. El Creador, adorable en su gloria, tomó un cuerpo de entre nosotros, mediante el cual pudo renovar la imagen de Adán, que había sido deteriorada y desgastada. El Espíritu Santo edificó en el seno de María un templo racional, y (así) concurrió, por su benevolencia, la Trinidad entera."52

 

Por tanto, toda la obra de la salvación es una acción conjunta de la Trinidad, y consiste fundamentalmente en la restauración de la imagen divina, perdida en Adán, mediante la encarnación, en la que Padre, Hijo y Espíritu Santo participan.

Lo que sigue refleja, sin duda, la posible continuación de la anáfora, pero parece también ser, tal y como hoy lo leemos, una elaboración del mismo Narsés53. Se trata, primero, de una digresión dogmática sobre la única persona y la doble naturaleza de Cristo, seguida después de una larga serie de contraposiciones antitéticas, en las que se recorre toda la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su ascensión, señalando lo que Cristo hizo como Dios y como hombre. El tono, sin embargo, es más el de una confesión de fe que el de un himno de alabanza y acción de gracias. Así parece confirmarlo el mismo Narsés, que califica a todo este conjunto de "confesión de los apóstoles y los padres," centrada en la humanidad y divinidad verdaderas de Cristo.

Un dato interesante, que sitúa esta anáfora en la línea de las grandes anáforas siró-orientales, y, más en concreto, con aspectos y expresiones muy parecidas a las de la anáfora persa del siglo VI, es la introducción al relato institucional, que por ello parece reflejar el texto litúrgico comentado:

 

"Nuestro Señor Jesús marchó de entre nosotros al lugar de allá arriba para que en su vuelta pueda llevarnos con él al Reino de lo alto. Y porque retornó al lugar que está fuera del alcance de nuestra vista, le plugo confortarnos con su cuerpo y con su sangre hasta su venida. Pero como no era posible que él diera a su Iglesia su cuerpo y su sangre, nos mandó realizar este misterio (raza) con pan y vino. ¡Dichoso el pueblo de los cristianos! ¿Qué no posee y qué esperanza (no) le aguarda en las alturas sin fin?."54

 

La Eucaristía se presenta así como el misterio prenda del cuerpo y la sangre de Cristo, el cual posibilita la satisfacción espiritual por la cercanía del mismo Señor. Las ideas son, como hemos dicho, prácticamente las mismas de la anáfora persa en el lugar correspondiente.

El relato institucional es presentado a continuación como la razón de ser de esta esperanza, la esperanza de que Cristo permanezca con nosotros:

 

"Porque, cuando hubo llegado el momento de la pasión del Dador de vida, él comió con sus discípulos la pascua legal. Tomó pan y bendijo y lo partió y dio a sus discípulos, y dijo: "Esto es mi cuerpo en verdad, sin duda alguna." Y tomó el cáliz y dio gracias y bendijo y lo dio a sus discípulos, y dijo: "Esta es mi verdadera sangre por vosotros." Y les mandó tomarlo (y) beber de ello a todos ellos, de modo que pudiese hacerse expiación por sus pecados para siempre."55

 

El relato une la alusión a la pascua, encontrada ya en el mismo lugar en la anáfora de Nestorio, y el orden del relato propio de la anáfora de Teodoro (palabras institucionales, mandato de comer y beber). Acentúa el aspecto de presencia real del Señor en la Eucaristía, pero no faltan expresiones sacrificiales: "por vosotros," para expiación de los pecados.

A continuación se explica en qué consistió la acción de gracias de Jesús durante la cena; explicación que da ocasión al autor para insertar una probable anáfora más antigua, sin Sanctus, paralela a la de Hipólito, y que ya hemos estudiado. En todo caso, no forma parte de la anáfora que Narsés está explicando. Después de este inciso se acentúa el tema de la presencia del Señor en la Eucaristía con una breve explicación, en la que se subraya cómo Jesús no nos dio una imagen o semejanza mediante sus palabras, sino su cuerpo real y su sangre verdadera56.

Las palabras que siguen ahora merecen una gran atención. Son una explicación del sentido que tiene el mandato de celebrar este misterio dado por Jesús, llevado a cabo por los apóstoles y transmitido por ellos a nosotros hasta hoy:

 

"El mandó a sus amigos íntimos comer su cuerpo y advirtió a los de su casa (i.e. a los suyos), que bebían su sangre.

Bendito el que cree y asiente a su palabra, porque, si está muerto, vivirá y, si está vivo, no morirá en sus pecados.

Con todo cuidado cumplieron sus apóstoles el mandato de su Señor y con diligencia lo transmitieron a los que venían tras ellos. Y así hasta ahora ha sido observado su (mandato) en la Iglesia y es observado (hoy) hasta que él haga cesar su misterio con su vuelta gloriosa y su manifestación.

A este efecto da gracias el sacerdote ante Dios y eleva su voz al final de esta plegaria para hacerla audible al pueblo. Hace sonora su voz y con sus manos signa los misterios (la misma rúbrica en este lugar en la anáfora de Teodoro y Nestorio) que están colocados (sobre el altar). Y el pueblo concurre con el "Amén" y da su aquiescencia a la plegaria del sacerdote."57

 

Hemos dividido el texto en tres párrafos a propósito. El primero es una explicación del mandato memorial de Jesús; el segundo dice cómo la Iglesia realiza el mandato memorial de Jesús; el último es una doxología pronunciada en voz alta por el sacerdote. Esta estructura, inmediatamente después del relato institucional, tiene una gran semejanza con la estructura de la sección correspondiente en la anáfora de Teodoro. En ésta el esquema sería el siguiente: relato institucional, con el mandato memorial del Señor anexo; cumplimiento del mandato por la comunidad; doxología en voz alta, a la que responde el pueblo con el "Amén."58 Parecidamente, Narsés nos refiere el relato institucional, la explicación del mandato memorial de Jesús, la realización de éste por la comunidad, la doxología en voz alta del sacerdote y el "Amén" final del pueblo. La probabilidad de que Narsés esté aquí comentando un texto equivalente a la anamnesis litúrgica de la anáfora de Teodoro es, pues, bastante grande. En efecto, según Narsés, lo que podríamos denominar anamnesis litúrgica en la anáfora que comenta consistiría en el cumplimiento del mandato del Señor, que es igual a "celebrar su misterio" "hasta que él lo haga cesar con su vuelta y su manifestación."58

Tras este conjunto relato-anamnesis siguen las intercesiones, "para que sea aceptado graciosamente por su amor (de Dios) este sacrificio viviente que le es ofrecido"; por la Iglesia, la jerarquía, etc.59 Inmediatamente, Narsés continúa con la siguiente explicación:

 

"Después de esto, el sacerdote hace confesión ante Dios, de acuerdo con el mandato enseñado por Jesús a sus Doce: "Mirad: nosotros representamos —dice el sacerdote— y conmemoramos la pasión y muerte, y también la resurrección de nuestro Señor Jesús." El invoca al Espíritu para que descienda y habite en el pan y vino y les haga el cuerpo y la sangre del Rey Mesías. Invoca al Espíritu también para que quiera iluminar a la asamblea reunida, de modo que por su carisma pueda ser digna de recibir el cuerpo y la sangre. El Espíritu desciende sobre la oblación sin cambio (de lugar) y hace habitar el poder de su divinidad en el pan y en el vino y completa el misterio de la resurrección de nuestro Señor de la muerte."60

 

Según Ratcliff, en el primer párrafo de este comentario se encontraría la anamnesis, seguida inmediatamente de la epiclesis, con lo que obtendríamos una plegaria estructurada al estilo de la de Addai y Mari, con el siguiente orden: intercesiones, anamnesis, epiclesis61. A pesar de esta opinión, me inclinaría, más bien, a pensar que el primer párrafo comentado por Narsés es solamente una introducción a la epiclesis; una introducción que, siguiendo de cerca las mismas ideas presentadas por Teodoro en su catcquesis XVI,62 quiere explicar cómo, si la presentación de los dones y lo que sigue es símbolo de la muerte del Señor, la venida del Espíritu solicitada en la epiclesis realiza ahora la resurrección de su cuerpo en los misterios. Las explicaciones subsiguientes de Narsés parecen confirmar esta manera de ver las cosas:

 

"El Espíritu desciende no a causa de la dignidad del sacerdote, sino a causa de los misterios que han sido colocados sobre el altar. Tan pronto como el pan y el vino han sido colocados sobre el altar, ponen de manifiesto un símbolo de la muerte del Hijo, así como de la resurrección. Por lo cual, este Espíritu, que le resucitó de entre los muertos, desciende ahora y celebra (realiza) los misterios de la resurrección de su cuerpo."63

 

El hecho queda más confirmado por las explicaciones con que el comentarista continúa: después de haber subrayado cómo no es el sacerdote el que realiza esta transformación del misterio, sino el Espíritu, aunque éste lo hace siempre y sólo mediante el sacerdote, al igual que en los demás sacramentos, continúa diciendo que el sacerdote signa tres veces sobre la oblación, perfeccionándola y completándola; esta triple asignación es una imagen de la resurrección: como Cristo resucitó al tercer día, así, por esta triple asignación, resucita ahora en gran gloria. La misma explicación da a continuación de la triple inclinación y genuflexión que hace el sacerdote.64

No parece necesario, por consiguiente, suponer una anamnesis después de las intercesiones. La concepción que Narsés tiene de la realización del misterio eucarístico podría explicarse de esta otra manera: para él, "la Iglesia representa los gloriosos misterios, y como mediante una imagen, muestra a todos los hombres estas cosas que han sucedido. Las cosas que han sucedido en la muerte del Hijo las conmemora ella mediante los misterios; también su resurrección de la muerte la muestra ella ante todo."65 Ahora bien, en el ofertorio especialmente, "el pan sobre la patena y el vino en el cáliz son el símbolo de su muerte"66. Por otra parte, Jesús con sus palabras en su última cena nos dejó en el pan y el vino no un símbolo, sino su verdadero cuerpo y sangre.67 Y nosotros, siguiendo su mandato, celebramos el mismo misterio de Jesús. ¿Cómo lo hacemos? Invocando al Espíritu para que él descienda sobre el pan y el vino, símbolos hasta ahora de la muerte y resurrección del Señor, y para que, haciendo habitar en este pan y este vino su poder, en virtud de las palabras y acciones de Jesús, realice este misterio, el misterio de la resurrección de Jesús de entre los muertos, celebrando o realizando no ya en imagen o símbolo, sino realmente los misterios de la resurrección de su cuerpo.

La frase del sacerdote: "Mirad, nosotros representamos y conmemoramos la pasión y muerte, y también la resurrección de nuestro Señor Jesús," puede, por tanto, a mi juicio, ser interpretada del siguiente modo: en la misa, de acuerdo con el mandato de Jesús, conmemoramos y representamos la pasión, muerte y también la resurrección de nuestro Señor Jesús. Ahora bien, ya hemos conmemorado y representado la pasión y muerte (en el ofertorio, mediante el pan y el vino puestos sobre el altar, símbolos de la pasión y muerte de Cristo); pero después de las palabras de Jesús, pronunciadas por el sacerdote en la institución eucarística, este pan y este vino ya no son un mero símbolo, sino Cristo mismo, que padeció y murió; finalmente, en la epiclesis, por la fuerza del Espíritu, se representa y conmemora realmente la resurrección, completándose así el ciclo pascual de Cristo, conmemorado y representado a lo largo de la celebración eucarística.

En apoyo de esta interpretación, nótese cómo en todas las expresiones de Narsés hay una acentuada separación entre la conmemoración de los misterios, o de la pasión y la muerte, y la conmemoración también de la resurrección. Así, en esta introducción a la epiclesis, Narsés parece que quiere decirnos: además de conmemorar la pasión y muerte del Señor, cosa ya hecha, conmemoramos también la resurrección, lo que va a suceder en la epiclesis. Como ya hemos notado, Narsés parece moverse aquí en el mismo plano que Teodoro de Mopsuestia cuando en sus catcquesis subraya este aspecto representativo de toda la celebración eucarística.

Toda la fuerza de la celebración se concentra, pues, en esta venida del Espíritu, en la epiclesis, mediante la cual se hace presente la resurrección de Cristo de una doble manera: en el pan y el vino, convirtiéndolos en el cuerpo y sangre de Cristo, muerto por nosotros, y en los participantes, haciéndoles dignos de participar en este misterio.

Una vez más, si bien aquí el acento recae muy claramente, como tantas otras veces, en la epiclesis, es el conjunto relato-anamnesis-epiclesis el que expresa simultáneamente la actualización del misterio pascual, la muerte-resurrección de Cristo, en medio de la Iglesia celebrante. Es el momento cultual mediante el cual la Iglesia expresa la irrupción vertical de la salvación en la asamblea litúrgica.

 

c) La Anáfora de la Homilía XXI.

En su homilía XXI nos encontramos con una nueva explicación de la plegaria eucarística y, probablemente, con una nueva anáfora tras ella. La Eucaristía se celebra inmediatamente después de la celebración del bautismo; concretamente, después de que los neobautizados han sido revestidos con las vestiduras blancas.

Ratcliff, al estudiar esta anáfora, afirma que nos encontramos ante una estructura del siguiente tipo: diálogo introductorio, celebración teológica, epiclesis; y aduce como paralela la estructura de la anáfora comentada por San Cirilo en su catequesis mistagógica quinta 68. Prescindiendo de que ésta sea o no la estructura de la anáfora comentada por el obispo de Jerusalén, una lectura atenta de la homilía de Narsés parece conducir a una conclusión diferente de la que saca el sabio liturgista inglés. Veámoslo.

Tras exponer las distintas frases del diálogo introductorio y su significación, Narsés nos describe el contenido de la celebración teológica, con su anexa introducción al Sanctus, del siguiente modo:

 

Con la oblación, el sacerdote hace subir la plegaria del pueblo y lo santifica mediante la participación en el misterio vivificante. Con gran celo ruega por sí mismo y por todos los hombres, para que su palabra sea un sacrificio aceptable ante el Altísimo. Imita a los seres espirituales con sus palabras, mientras hace la súplica y santamente enseña al pueblo a clamar "Santo." Recita a los hombres el himno de santificación de los seres celestes para que ellos puedan clamar: "Santo, santo, santo, Señor."69

 

El sacerdote se presenta aquí como la "boca de todas las bocas," como "el mediador que interpreta lo secreto con su voz," respondiendo al deber del pueblo, para quien es digno, y justo, y conveniente alabar y proclamar la grandeza del Señor, que ha dado en sus misterios un grande poder a sus débiles criaturas, por lo que éstas deben "pagar su deuda de alabanza" para con él70. Y los introduce, como un pedagogo mediador, a participar del canto de los ángeles en la liturgia celeste. De hecho, aquí la idea de comunión litúrgica entre el cielo y la tierra, aunque no expresamente mencionada, es más evidente que en la anáfora anteriormente estudiada.

Narsés prosigue ahora su comentario, en el cual vamos a subrayar lo que, a nuestro juicio, corresponde a las distintas partes de la anáfora:

 

"Esa expresión ("Santo"), que los serafines proclaman tres veces, (es) la misma que él proclama (el sacerdote) a los oídos del pueblo en la hora de los misterios. (Continúa con una explicación del Sanctus según Is 6; no parece reflejar el texto litúrgico, sino ser una aclaración catequética. La idea es que Isaías fue purificado con el tizón encendido que tocó su boca; así, ahora el sacerdote, "con el tizón del misterio del cuerpo y la sangre" de Cristo, supera la iniquidad de los hombres alimentando su cuerpo y su alma, haciéndoles inmortales y librándolos del poder de la muerte y del Maligno. Y prosigue:) Con un alimento, el Maligno nos ocasionó la muerte y nos hizo esclavos, y con un alimento, el Creador ha querido ahora vivificarnos. Con la mano que tomó el fruto del Edén inicuamente, con la misma él (Dios) nos ha alargado el fruto de la vida sabiamente. En Adán él nos maldijo y nos entregó como alimento a la muerte voraz, y por el Hijo de Adán nos ha abierto él la fuente de su dulzura."71

 

La expresión que introduce este largo pasaje puede interpretarse como una explicación al Sanctus de tipo catequético. Sin embargo, el hecho de que se ponga en boca del sacerdote el triple Sanctus y no ya en boca del pueblo, como ha hecho antes, parecen indicar el comienzo del Post-Sanctus. Además, la alusión a la liberación de la condena por el pecado en Edén es un tema evidente de la conmemoración de la salvación tras el Sanctus en muchas anáforas. La presentación, acentuando el aspecto de la Eucaristía como alimento, confirma esta impresión, sobre todo si se tienen en cuenta las coincidencias ideológicas, y a veces casi terminológicas, con la anáfora persa del siglo VI: "alargar el fruto de la vida," "fuente de dulzura."72 Esta observación es aún más confirmada con lo que sigue, y que podríamos calificar de introducción al relato institucional, junto con la alusión al mismo:

 

"Con un alimento nos perdió el Malo y nos hizo esclavos, y con un alimento quiere ahora el Creador volver a salvarnos. Con la mano que en Edén tomó inicuamente el fruto, con la misma nos alarga el fruto de la vida. En Adán, él nos maldijo y nos entregó como pasto a la muerte perversa, y por el Hijo de Adán ha abierto para nosotros la fuente de su bondad (tibuta). En nuestra verdadera naturaleza él cumplió su voluntad y nos mostró su amor (cf. Jn 13:1), para que aquella palabra, por la cual él nos llamó su imagen, pueda ser confirmada (raíz srr) en nosotros. A nosotros él nos dio el poner la prenda de vida en nuestra mortalidad, para que, según nuestra voluntad, podamos servirnos a nosotros mismos mediante el poder de su voluntad."73

 

En cuanto a su última parte, el texto podría ser interpretado así: el Hijo de Adán (Cristo) toma nuestra naturaleza, cumpliendo así la voluntad divina y mostrándonos su amor; de esta manera podemos nosotros, los cristianos, ser de verdad imagen de Dios, según la palabra de Gen 1:26, pues Cristo hecho hombre es su perfecta imagen, y en él todos los hombres redimidos. Nosotros, gracias a esa obra de Cristo, recibimos ahora la "prenda de vida," es decir, esa imagen verdadera de Dios que es Cristo en la Eucaristía, para que podamos servirnos de ella a nuestra voluntad en la Eucaristía mediante el poder de la voluntad divina.

La alusión a Jn 13:1 con que se inicia este párrafo, la conexión del tema de la imagen (demuta) con la Eucaristía, la descripción de ésta como prenda o arras de vida que Cristo nos dejó, todo ello son expresiones que encontramos también en la anáfora persa del siglo VI, y precisamente al conmemorar la muerte del Señor y al introducir la institución eucarística con su relato. La expresión "para que, según nuestra voluntad, podamos servirnos a nosotros mismos mediante el poder de su voluntad," podría encerrar, y el contexto detectado así anima a pensarlo, una alusión a la realización del mandato-memorial de Jesús, sobre todo si interpretamos el verbo "servir" en sentido litúrgico, como "celebrar la liturgia." El sentido entonces sería el siguiente: que nosotros, de acuerdo con el mandato de Jesús, "con el poder de su voluntad," podemos, "según nuestra voluntad," "poner la prenda de vida" que él nos dio, es decir, realizar el misterio eucarístico, la "imagen" que él nos entregó de su cuerpo y su sangre. Es una interpretación que encuentra suficiente apoyo en el paralelo de la anáfora persa, lo cual hace pensar que Narsés está comentando una anáfora muy similar a ella, si bien de un modo muy resumido y rápido.

Siguen a continuación unas frases que unen lo anterior con la epiclesis, explicando el sentido de ésta y su significado en el rito litúrgico:

 

"Por el poder de su voluntad, el sacerdote distribuye vida en el pan, y aparta la iniquidad, y hace habitar al Espíritu en medio de los miembros (del cuerpo Iglesia). El poder del Espíritu desciende sobre un hombre mortal, y habita en el pan y lo consagra por la grandeza de su poder."

 

Y lo que podríamos considerar como reflejo de la epiclesis:

 

"Hacia lo alto extiende él (el sacerdote) sus manos junto con su mente; e invita a él (al Espíritu) a descender y realizar su petición. No desciende el Espíritu en su naturaleza, pues no se traslada; el poder de él desciende, visita (cf. Le 1,35) y completa todo. Su poder cubre con su sombra (ibid.) la mesa visible, y comunica poder al pan y al vino para dar la vida."74

 

Un poco antes, comentando el diálogo introductorio a la plegaria eucarística, Narsés afirma perentoriamente que "el poder del Espíritu cambia (el pan y el vino) en el cuerpo y la sangre (de Cristo)."75 El texto acabado de traducir no lo dice expresamente. ¿Lo decía la epiclesis de la anáfora comentada? Teniendo en cuenta el tipo de anáfora que parece reflejarse en este comentario, creo que sí.76 Es lo que pide todo el contexto: el sacerdote se sirve aquí del "poder de la voluntad" de Cristo, e, invocando al Espíritu según su propia voluntad, éste habita en el pan y lo consagra, completando la celebración. De esta manera, el pan se convierte en pan de vida, idea constantemente repetida por Narsés en este contexto, lo que es perfectamente lógico, pues está hablando a recién bautizados, los cuales, y aquí parece seguir Narsés nuevamente a Teodoro, si han recibido un principio de vida nuevo, necesitan también un nuevo alimento.

En resumen, Narsés presenta sintéticamente la Historia de la Salvación en esta anáfora como una contraposición entre las consecuencias del alimento que Adán tomó inicuamente en el paraíso y el nuevo alimento que Cristo, hijo de Adán, nos conquistó. El primero es un alimento de muerte; el segundo, de vida. Este alimento de vida y esta vida, la salvación, se presencializan mediante la acción del Espíritu, cuando el sacerdote realiza la "imagen" de lo que hizo Cristo por nosotros celebrando el misterio eucarístico, "prenda" de vida que él nos dejó en la última cena. En este resumen me parece estar centrado el contenido histórico-salvífico que encierra esta anáfora, tal y como podemos deducirlo de los pocos datos que el comentarista nos ha conservado. En cuanto a la teología eucarística, Narsés no añade aquí nada nuevo a lo dicho en la homilía XVII.

La última anáfora, contenida en la homilía XXXII, no aporta nada de particular a nuestro tema, sino que confirma lo hasta aquí dicho, por lo que no vamos a entretenernos en comentarla.77

 

Las Anáforas de la Iglesia Armenia.

La Iglesia armenia tiene sus orígenes en la evangelización y organización llevada a cabo por San Gregorio el Iluminador a finales del siglo III. Con la penetración del cristianismo en Armenia a través de las Iglesias del Ponto y de la Siria meridional, penetraron, casi simultáneamente a las lenguas griega y siríaca, las dos corrientes litúrgicas, bizantina y siro-antioqueña, que le dan su fisonomía particular.

La anáfora más primitiva de esta Iglesia, puesta bajo el nombre de San Gregorio el Iluminador, es una recensión a medio camino entre las anáforas alejandrina y bizantina de San Basilio. Entre los siglos V-VII la liturgia eucarística está representada por la anáfora de San Isaac el Grande, katbolikos armenio (389-439), la de San Cirilo de Alejandría, la de San Gregorio Nacianceno y la de San Atanasio Alejandrino, aunque no tenemos datos sobre su uso real en la liturgia.

Todas estas atribuciones son pseudoepígrafas y generalmente representan una mezcla ecléctica, mejor o peor lograda, de las tradiciones bizantinas y siró-occidentales en general. En esta época parecen también haberse traducido del griego las anáforas bizantinas de San Juan Crisóstomo y San Basilio. Posteriormente se hicieron recensiones de las anáforas siríacas de Santiago y de San Ignacio de Antioquía. Hoy, la única liturgia en uso es la de San Atanasio, una recensión ampliada de la antigua anáfora del mismo nombre en la que se ha logrado una síntesis de las anáforas de San Basilio y Santiago bastante aceptable.78

Desde el punto de vista de nuestro estudio, dos anáforas merecen ser destacadas: la del katholikos Sahak y la de San Cirilo de Alejandría, especialmente la primera.

Esta es un bello ejemplo de plegaria eucarística con una bien desarrollada conmemoración salvíflca. P. Ferhat, que nos ha dado una valiosa traducción latina, opina que se trata de una traducción armenia a partir de un origen griego, del que no conocemos otras versiones79. Muestra contactos con la anáfora de San Basilio, especialmente con su recensión alejandrina; con la anáfora de San Juan Crisóstomo bizantina y en algún punto con el Λόγος κατηχητικός de Gregorio de Nisa, lo que lleva a pensar al traductor que la fuente común de ambas obras podría ser una antiquísima liturgia de Cesárea. En todo caso, la mención de la mezcla de agua y vino en el relato institucional nos sitúa antes de las polémicas que sobre este punto surgieron en la Iglesia armenia en el siglo VI80.

La estructura de esta anáfora es plenamente siró-occidental, y precisamente muy cercana a la de las Constituciones Apostólicas, pues antes del Sanctus se conmemoran la creación del universo, la creación del hombre, el pecado del paraíso y la decisión de Dios en salvarlo. Esto, sin una verdadera celebración divina al comienzo, convierte toda la primera parte más en una acción de gracias que en una alabanza, como indica la singular expresión con que esta sección se inicia: "Es verdaderamente digno y justo glorificarte con eterna acción de gracias por las bondades con que nos has venido al encuentro, Señor y Padre de la verdad..."81

A continuación nos encontramos con el esquema histórico-salvífico, caracterizado por la dialéctica misericordia-pecado-justicia-misericordia, cuyo origen hemos ya individuado en la anáfora de la tradición siró-occidental. La introducción al Sanctus toma pie precisamente de esta bondad misericordiosa de Dios para con nosotros, utilizando un procedimiento parecido al de la anáfora bizantina de San Basilio:

 

"Por todo esto, ‘¿quién podrá expresar con palabras tu inefable bondad para con nosotros? ¿Y quién será capaz de celebrar lo bastante con alabanzas y cánticos espirituales tu divinidad?’ "82

 

La respuesta es confiar esta alabanza a los coros angélicos, con los que nosotros nos unimos, permaneciendo así fiel a la teología de la unión de la liturgia celeste y la liturgia terrestre, aunque aquí la expresión parece indicar, más bien, que son los ángeles los que cantan con nosotros, potenciando de esa manera nuestra pobre e incapaz alabanza, y no nosotros con ellos.

La conmemoración de la Historia de la Salvación que sigue al Sanctus recoge de nuevo los temas de la creación del hombre, de su pecado, su castigo justo y la misericordia divina, que se manifiesta, en primer lugar, en la economía del AT mediante la manifestación de Dios al hombre por medio de varones elegidos en los distintos tipos, por medio de la ley, de ángeles custodios y de profetas que anuncian la salvación futura.

Es de notar el comienzo de esta sección, claramente trinitario y con una serie de invocaciones a Dios que hubiésemos esperado encontrar, más bien, al comienzo de la anáfora.

 

La anáfora prosigue ahora:

 

"Cuando llegó la plenitud de los tiempos y la naturaleza entera, mortificada por el aguijón del pecado,

se arrastraba sobre la tierra sin encontrar clemencia;

cuando ni las leyes, ni los profetas, ni los ángeles,

ni criatura alguna existente

podía desatar las ataduras humanas

de la corrupción del pecado y de la muerte,

entonces enviaste a tu Hijo,

para visitar las criaturas y hacerlas nuevas."83

 

La cita de Gal 4:4 y el uso del verbo "visitar," más las alusiones a la carta a los Romanos, se encuentran todas en la anáfora de San Basilio, si bien parece reflejar, sobre todo porque se refiere a la cita del dominio universal de la muerte sobre los seres humanos un texto más primitivo que el de la recensión bizantina del siglo IX. Por lo demás, la incapacidad de todos los medios del AT para conseguir la salvación es un tema ya conocido por la anáfora clementina. Todas estas notas, junto con las ya señaladas en la sección previa al Sane fus, parecen indicar el género compilatorio al que pertenece esta anáfora, dos de cuyas fuentes parecen ser, con gran probabilidad, las Constituciones Apostólicas y la de San Basilio.

A esta última anáfora pertenece también el tema de los dos Adán, presentado aquí con fuerza y sobriedad:

 

"Pues como el primer Adán, al caer, fue apartado no de parte, sino de toda la gracia divina, así también el segundo hombre, unido al Verbo de Dios, se presentó no en imagen, sino plenamente, sentado en el trono del Padre, y, padeciendo en su cuerpo por nosotros todo, a saber, el hambre, la sed, la muerte, la resurrección, conquistó para el género humano la vida y la inmortalidad."84

 

La introducción al relato institucional que inmediatamente sigue es también casi una variante de la anáfora alejandrina de San Basilio:

 

"Porque desarticuló las potencias del infierno y para todos los que creen y conocen la verdad hizo nacer las armas con que someterlas sin miedo, dándonos este invencible y santo misterio presente."85

 

La confirmación de esto es la doble repetición del mandato "Haced esto en memorial mío" tras las palabras explicativas sobre el pan y sobre el cáliz, dato ya encontrado en varias anáforas de la tradición alejandrina.

En cuanto a la anamnesis, esta anáfora la divide en dos partes, separadas por la aclamación del pueblo, que ya conocemos por las liturgias siro-antioquenas. La primera corresponde al memorial y es prácticamente la misma de la anáfora de San Basilio. La segunda recoge todos los temas clásicos de la anamnesis y podría ser casi una glosa de la anamnesis de la anáfora clementina: el tema de la acción de gracias, del servicio sacerdotal ante el altar y de la ofrenda sacrificial.

Tampoco la epiclesis aporta novedades especiales, reflejando un parentesco bastante claro con la equivalente alejandrina de San Basilio.

En resumen, la anáfora armenia de San Isaac el Grande confirma todos los temas hasta ahora estudiados en las grandes creaciones anafóricas del siglo IV precisamente porque es una compilación o, mejor, una armonización de esas dos grandes obras que son la anáfora de San Basilio y la de las Constituciones Apostólicas. La primera podría ser la recensión que actualmente conoce la Iglesia armenia bajo el apelativo de San Gregorio el Iluminador.

Igualmente, aunque con menos amplitud y quizá no tanta belleza, la anáfora armenia de San Cirilo Alejandrino86 refleja claras influencias de la anáfora normativa armenia de San Atanasio, de San Basilio, de San Gregorio Nacianceno y de los escritos de este último Padre 87. Es difícil datar este texto y aún no existen los datos suficientes para hacerlo con seguridad. Sin embargo, confirma todos los temas de las grandes anáforas estudiadas y, como muestra la edición de Rücker, es evidente el carácter de armonización que presenta. Su estructura es más afín a la de la anáfora de San Basilio que a la del katholikos Sahak. Solamente la plegaria que sigue al relato institucional, y que contiene la ofrenda sacrificial, presenta la peculiaridad de estar situada antes de la sección conmemorativa de la anamnesis. Por lo demás, todo lo dicho para la anáfora anterior podría ser repetido aquí, como una confirmación más de los grandes temas de la anáfora relacionados con la Historia de la Salvación.

En la Iglesia etiópica siguen en uso hasta hoy unas veinte anáforas, de las cuales unas son adaptaciones de textos más antiguos; otras, creaciones en lengua etiópica88. La usada comúnmente, bajo el nombre de anáfora de nuestros santos padres los apóstoles, es una adaptación de la plegaria eucarística de Hipólito89; hay varias que son adaptaciones de otras ya conocidas, de la anáfora siríaca del Testamentum Domini, de la anáfora alejandrina de San Marcos, de la de San Basilio y de la de Santiago. Con relación al tema de nuestro estudio, vale, por tanto, lo dicho al tratar de los respectivos textos originarios. Las restantes parecen haber sido directamente escritas en lengua etiópica. La época de composición de estas últimas es incierta, y prácticamente no tenemos datos con que fijar siquiera aproximadamente la fecha en que nacieron. Por el modo como están compuestas, su gran prolijidad, la pérdida en muchos casos de la perspectiva exacta de lo que es una anáfora en el sentido clásico y por alusiones externas, parece poco probable que alguna de ellas pueda remontarse a tiempos anteriores al siglo VI.90

Aunque esta misma inseguridad de datación y la gran posibilidad de que superen en su mayoría los límites del siglo VI excluiría las anáforas etiópicas originales de nuestro estudio, permítasenos, sin embargo, decir unas palabras acerca de dos textos que muestran algún interés para este trabajo: la anáfora de San Epifanio y la de San Atanasio.

La primera, puesta bajo la advocación de San Epifanio, "obispo de la isla de Chipre," o, mejor, obispo de Constancia, en Salamina de Chipre (367-403)91, es una muestra de la libertad de composición de la Iglesia etiópica; en ella aún se han conservado algunos elementos fundamentales de la plegaria eucarística de la época clásica. Tras el diálogo inicial, se inicia la plegaria con una alabanza a Dios por su grandeza y sabiduría, manifestada especialmente en la creación. En este punto se introduce el Sanctus92, que parece interrumpir la alabanza divina, continuada seguidamente mediante una detallada descripción del Dios que todo lo ha hecho, absoluto Señor de todo. En un cierto punto se interrumpe esta alabanza y, sin mucha lógica aparentemente, comienza una introducción a la obra de Cristo:

 

"Y después de todo esto,

cuando vio que no bastaba para redimir al mundo la sangre de los justos y de los profetas —desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías—, nos envió a nosotros a su Hijo, Salvador y Redentor, para librarnos y redimirnos, para que podamos traer ante él la memoria de los vivos y los muertos."93

 

El comienzo recuerda la introducción a la conmemoración cristológica de la anáfora de las Constituciones Apostólicas, pero cambia en seguida de orientación mediante la cita de Mt 23;35, para hacer del conjunto una introducción a los mementos de difuntos y de vivos. Estos mementos, bastante breves, se sitúan así, en parte, de acuerdo con la tradición alejandrina, que pone las intercesiones antes del relato institucional; pero se diferencian de ella en que están después del Sanctus.

Seguidamente se conmemora la salvación procurada por Cristo:

 

"El mismo vino,

a pesar de que siempre estuvo aquí,

y fue enviado,

a pesar de que ya había sido abiertamente predicado.

Descendió sin moverse de su trono,

sin abandonar su puesto.

Fue concebido en el seno de una madre,

a pesar de llenarlo todo,

y nació sin romper el sello de su virginidad.

Fue amamantado como un niño de pecho

y paso a paso fue creciendo

hasta alcanzar la estatura de un hombre en treinta inviernos.

Fue entonces bautizado en el Jordán,

para, a través del baño de la regeneración,

limpiarnos a nosotros de nuestros pecados.

Fue tentado por el diablo, padeció el hambre y la sed,

recorrió los caminos y se manifestó públicamente

para anunciar el evangelio del Reino de los cielos.

Extendió sus manos sobre el madero de la cruz

para sufrir la pasión,

para curar las llagas de los enfermos

mediante el derramamiento de su sangre."94

 

Sigue el relato institucional95, con el mandato memorial de Jesús, expresado con las siguientes palabras:

 

"Y este mandato será para vosotros memorial de mi muerte y de mi resurrección."96

 

Una anamnesis, por lo demás, falta prácticamente en esta plegaria; el manuscrito católico añade una exclamación del pueblo que puede hacer sus veces, pero nada se encuentra en los dos manuscritos monofisitas usados por Euringer en su edición97, los cuales, a la frase que hemos traducido, hacen seguir inmediatamente una breve epiclesis consecratoria sobre los dones y una plegaria sobre la unidad de la Iglesia y la santificación de los participantes98.

En resumen, todavía se reflejan en este texto, no exento de belleza dentro de su gran ampulosidad, los grandes temas de las anáforas siro-antioquenas. Notemos, sin embargo, que la acción de gracias ha sido absorbida totalmente por la alabanza y que la anamnesis apenas si se deja entrever en el conjunto del relato institucional. No obstante, la Historia de la Salvación se presenta centrada en la obra salvadora de Cristo, y la institución eucarística queda claramente centrada entre la pasión y la glorificación del Señor, de las cuales es, como el mismo texto dice, su memorial. Un memorial que aquí encuentra una poco clara expresión litúrgica en la anamnesis, pero que es más bien expresado por todo el conjunto relato-epiclesis, pues es ésta la sección que expresa, en la intención de la anáfora, la realización sacramental del sacrificio glorioso de Cristo, sin que podamos especificar un momento concreto de consagración."

Por su parte, la anáfora atribuida a San Atanasio de Alejandría 100, especialmente destinada α la celebraciσn dominical, guarda aún menos orden y coherencia que la anterior, pero conserva algunos datos de interés. Su estructura es, fundamentalmente, la misma de la anáfora anterior, aunque el contenido, sobre todo el de la alabanza y la acción de gracias inicial, es menos lógico y está construido más a modo de himno o consideración poético-religiosa que siguiendo un plan lógico o cronológico de la Historia de la Salvación.

Tras el diálogo introductorio, la sección inicial es una monición presbiteral a todos los congregados para que asistan con devoción a la "misa del santo sábado de los cristianos," es decir, el domingo. Unas intervenciones del diácono dan paso a lo que podríamos llamar conmemoración de la creación y de la redención. En efecto, Dios ha creado al hombre y a toda la creación, que ha sido puesta a su servicio. Pero el hombre no ha respondido como debía, y ha sido justamente castigado con la muerte eterna, perdiendo todas las prerrogativas que poseía. Esta tragedia de los primeros hombres, Adán y Eva, afecta a todos los demás hombres, a los que la anáfora identifica claramente con los primeros padres en cuanto al pecado y sus consecuencias. Tal situación no ha permanecido inmutable: Adán y Eva han hecho penitencia, y han sido ciertamente redimidos por Cristo, y con ellos todos sus hijos, los que tienen fe en él. De este modo, las puertas del paraíso han sido nuevamente abiertas para aquellos que creen en Cristo y hacen penitencia de sus pecados. Así nos han precedido en este camino los habitantes de la Jerusalén de lo alto, a saber, los profetas y los apóstoles, los patriarcas, obispos, presbíteros y diáconos; todos los cuales, vestidos de carne como nosotros, han sido hechos, sin embargo, semejantes a los ángeles en su vida, y sus nombres están escritos en el libro de la vida con la sangre del Cordero. El texto continúa así:

 

"Y nosotros, que, como ellos, hemos nacido en la carne, como ellos tenemos tres nacimientos: uno es el bautismo santo,que nos hace semejantes a Cristo;otro es la carne y la sangre de Cristo,que expía la culpa y el pecado,y el otro, las lágrimas de la penitencia,que surgen de lo oculto, a semejanza del Jordán,y conducen lo purificado ante Dios, nuestro Señor."101

 

Así lavados y hechos semejantes a los ángeles mediante estos tres sacramentos, cantamos con ellos el Sanctus.

Esta primera parte, aunque con un estilo propio, sin excesivo orden "occidental," ha conservado los temas clásicos de las anáforas siro-antioquenas, insertando en ese esquema dialéctico, misericordia-pecado-justicia-misericordia, los tres sacramentos principales de la Iglesia; la eucaristía, el bautismo y la penitencia. El hallazgo no deja de ser original e interesante: la acción misericordiosa y salvadora de Dios se continúa hoy mediante los sacramentos de Cristo y de su Iglesia, que ya desde ahora nos hacen preguntar el paraíso al posibilitarnos la participación con los ángeles en la liturgia celeste mediante el cántico del Sanctus en la celebración eucarística.

Y precisamente el Sanctus delimita un nuevo tema de alabanza: la alabanza y glorificación del "sábado de los cristianos," el domingo, al que se califica de "primogénito de las fiestas," con evidente alusión al acontecimiento de la resurrección 102. En efecto, lo que sigue es un bello himno al día del Señor, día primero y último de la historia del hombre sobre la tierra; día ya manifestado a Abraham, revelado a Moisés en el Sinaí, conocido por los profetas, aunque oculto y escondido al pueblo de Israel; día en que lo antiguo fue abolido y lo nuevo instituido; día en el que, cuando señoreará definitivamente, todo será nuevo. Toda la Historia de la Salvación, o mejor, todos los efectos de la salvación a lo largo de la historia, se concentran en este sábado cristiano, que es cantado con acentos líricos, e incluso es personificado, sobre todo fuera de la anáfora, en el ritual de la comunión.103

Una breve intercesión o momento sigue a esta glorificación del sábado, y a ella se añade la tercera parte de esta gran alabanza, convertida ahora, además, en acción de gracias dirigida a Jesucristo, de quien se pondera largamente su divinidad. Sigue el relato institucional, donde se debe subrayar la clara conciencia que esta anáfora manifiesta de la presencia de Cristo tras las palabras sobre el pan y el vino 104.

La anamnesis, prácticamente, ha desaparecido en su formulación clásica; pero puede todavía reconocerse si tenemos en cuenta la introducción al relato institucional y la continuación de éste:

 

"No has escondido a tus discípulos el misterio de las maravillas de tu divinidad. (Sigue el relato institucional. Después de él:) Como no escondiste a tus discípulos el misterio de las maravillas de tu divinidad, tampoco éstos lo escondieron a nosotros, sino que instituyeron para nosotros patriarcas, arzobispos, presbíteros y diáconos para celebrar el rito de tu santa Iglesia."105

 

La Eucaristía es descrita como el misterio de las maravillas obradas por Dios en la Historia de la Salvación; la palabra "misterio" se identifica en el segundo párrafo con la celebración del rito de la santa Iglesia, es decir, con el sacramento de la Eucaristía. Aunque el término "memorial" no está aquí expreso, es evidente que se está tratando en este pasaje de un sacramento que celebra las maravillas de Dios, es decir, de un memorial cultual. En este sentido, se refleja aquí, aunque no aparezca a primera vista, la concepción de la Eucaristía, y especialmente de la sección relato institucional-anamnesis-epiclesis, como memorial presencializador de toda la Historia de la Salvación, según las mismas ideas ya estudiadas en la tradición anafórica siró-occidental a partir de la anáfora de las Constituciones Apostólicas.

En cuanto a la serie de plegarias que siguen, no tienen propiamente el carácter de una epiclesis, salvo la tradicional plegaria "Congrega en uno (a tu santa Iglesia)..."106 La epiclesis se encuentra, más bien, tras la rúbrica "Plegaria de la fracción (del pan)," y pide no el descenso del Espíritu Santo, sino la venida del Cordero de lo alto para que una su carne con el pan y derrame su sangre en el cáliz107.

En conclusión, nos encontramos ante una anáfora que, si bien de un modo disperso y, según los criterios clásicos, "desordenado," ha conservado aún los elementos sustanciales de la plegaria eucarística y confirma en lo fundamental las conclusiones de las grandes anáforas del siglo IV.

 

1 Sobre la Iglesia siro-oriental CF lo dicho i bibliografía al habla de anáfora de Addai y Mari p.108s.Sobre el carácter de las anáforas el Teodoro i de Nestorio EOO II 7-24, esp. 195, esp. 183. g Wthem theolom des anapbores orientales: EOO II 179-C.6. Anáforas siró-orientales, armenias y etiópicas

2 "Todavía se atreve (Teodoro) a otra maldad, no menor que las expuestas. Pues inventa otra anáfora distinta de la que ha sido transmitida a las Iglesias por los Padres, sin respeto para con la (anáfora) de los Apóstoles y sin estimar digna de ninguna estima la que Basilio el Grande compuso en el Espíritu Santo. En esta anáfora llenó de blasfemias no de plegarias— la celebración" (Contra Nestorianos et Eutychianos III 19: MG 86,1368C)

3 Así lo afirman algunos manuscritos de la anáfora de Teodoro, pero todos ellos muy tardíos; cf. texto y fuentes en J. M. hanssens, Institutiones liturgicae III 629-630.

4 Véase una relación de las posturas de los investigadores en el año 1930 en F. E. brightman, The Anapbora of Theodore: JTS 31 (1930) 160-161.

5 Cf. o.c. en nota anterior.

6 L. bouyer considera no coincidente la anáfora comentada en las homilías de Teodoro y la siró-oriental que lleva su nombre, pues ni siquiera hace alusión a las homilías cuando habla de la anáfora (cf. Eucharistie 295-297). Β. βοττε, tras valorar las coincidencias y divergencias, niega la identidad entre ambas anáforas, aunque admite la oibilidad de 1ue la anáfora original de Teodoro hubiese sido una de las fuentes de la compilación siró-oriental que lleva su nombre (cf. Les anaphores syriennes orientales 12-17).

7 G. wagner, Der Ursprung der Cbrysostomusliturgie 58-63.

8 G. Wagner sostiene que en un principio esta anáfora, que él identifica con la original de Teodoro y con la de sus homilías catequéticas, tenía una estructura siro-antioquena, con la epiclesis tras la anamnesis. El argumento empleado es la casi idéntica frase con que se introducen las intercesiones y la epiclesis: ..." pétenles a te et supplicantes tibí, ut complaceat, Domine, divinitas tua adoranda et per misericordiam tuam..." (PE 384); .".. rogamus te; Domine, et deprecamur et obsecramus te, ut complaceat divinitas tua adoranda et clementia tua..." (PE 385). Según este autor, comparando estas dos frases con la introducción a la epiclesis de las anáforas bizantina de Basilio y siria de Nestorio, es evidente que ambas son una introducción a la epiclesis, lo cual sería una prueba de que la epiclesis original estaba situada antes de las intercesiones y fue cambiada de lugar para adaptar la anáfora a la tradición siró-oriental (Der Ursprung 51-56). El hecho, sin embargo, de que ambas introducciones lo fuesen a una epiclesis, aunque fuese cierto, no probaría más que algo ya sabido: que los materiales de esta anáfora provienen de fuentes siro-antioquenas en gran parte y que el conjunto es una compilación de diversas fuentes bastante lograda, pero en la que a veces se notan las junturas, como, p.ej., la posible repetición de una introducción al Sanctus en el Post-Sanctus, como nota Β. botte (Les anaphores sjriennes orientales 17), o la posible repetición de una introducción a la epiclesis.

9 El texto que sigo en el comentario es el de J. E. Y. kelaita, The LitHrgy of toe Church of (he East (Mosul 1928). La anáfora de Teodoro se encuentra en p.59-75; trad. laten renaudot, II 611-615, repr. en PE 381-386

10 Esta alabanza introductoria se encuentra en kelaita, 64-66; PE 381-382. ό kelaita, 67-69; PE 382-383.

11 Comparar con homilía catequética 16,10 de Teodoro (cf. p.343-344).

12 Así, comparando con el texto de las catcquesis de Teodoro anteriormente estudiado, "la inexpresable misericordia" divina, la cita de Flp 2,6-7 como texto central, la plena humanidad de Cristo, acentuada con clara terminología antiapolinarista: "un cuerpo mortal y un alma racional, inteligente e inmortal." Cf. sobre esto otras confirmaciones en F. E. brightman, The Anaphora ofTheodore 162-163. La expresión "se revistió de nuestra humanidad" es cristológicamente más correcta que la de la homilía 16,10: "asumió un hombre perfecto"; pero la encontramos también en otro pasaje de sus homilías, y precisamente en conexión con Flp 2,6-7: "Es preciso que tengamos en cuenta esta unión indisoluble; que esta forma de esclavo jamás, en ningún instante, se pueda separar de la naturaleza divina, que de ella se ha revestido" (hom. 8,13; ed. tonneau-devreesse, 205). La economía se centra aquí también en la encarnación y la muerte del Señor, lo cual, como hemos visto, es una idea muy repetida por Teodoro.

13 kelaita, 69-71; PE 383-384

14 Cf. p.355.

15 Los tres temas se hallan, con formulaciones muy cercanas a las de está anáfora, en las anamnesis de Hipólito y Constituciones Apostólicas; el tema de la acción de gracias lo encontramos además, p.ej., en la anáfora siro-antioquena de los Doce Apóstoles y en Crisóstomo bizantino; el tema de la ofrenda sacrificial, aunque formulado de otras maneras, es lo normal en la anamnesis siro-antioquenas y, aunque quizá no primitivamente, en las alejandrinas.

16 Hora. 12,2; ed. tonneau-devreesse, 325.

17 Hora. 12,7; ibid., 333; cf. el texto más completo en la traducción de p.355.

18 Cf. p.355ss.

19 Hom. 16,10; ibid., 551; cf. texto completo en p.346-347.

20 Este aspecto ha sido notado por L. bouyer, Eucharistie 295-297.

21 Prescindimos en esta anáfora de tratar el tema de la Historia de la Salvación en la clesis, pues prácticamente no añade nada a lo descubierto en las anáforas estudiadas. ¡de el punto de vista textual,

22 cf. sobre ella B. Borre, L"épiclése dans les liturgies syriennes

23 48~72" Una traduccion castellana completa de esta anáfora puede verse en GOE, Cf. testimonios en J. M. hanssens, Institutiones liturgicae III 630-631. El texto siríaco en kelaita, 80-101; trad. lat. de renaudot, II 620-628, reproducida en PE 387-396.

24 La discusión en torno a la opinión, mantenida un tiempo por A. baumstark, de que la anáfora bizantina de Crisóstorno sería un resumen de la de Nestorio, puede verse en hanssens (Insiitutiones liturgicae III 631-632) y A. baumstark (Liturgte comparée 62-63). Una yuxtaposición de los textos de Basilio y Crisóstorno bizantinos con Nestorio en traducción inglesa puede verse en Β. Η, jones (The Formation of the Ν estarνan Liturgy. The great conflatían: The Anglican Theological Review 48 [1966] 27 306). En este mismo artículo se defiende que las intercesiones son una armonización de Basilio bizantino y Santiago griego. Tanto Baumstark como Jones consideran autor de la anáfora a Nestorio, quien realizó esta armonización. Este último, sitúa incluso su composición en los años 431-435, cuando Nestorio, desterrado de Constantinopla, pasa un año tranquilo en su monasterio de Antioquía. Confieso no haber encontrado argumentos definitivos para atribuir la paternidad de la anáfora a Nestorio, sino solo suposiciones (cf. p.ej., B. botte, Les anapbores syriennes orientales 11-12.18). La "ista completa de los artículos de B. H. jones puede verse en p.117, nt.39. Una complet exposición de las discusiones en torno a esta anáfora y un estudio de las partes tomadas de la anáfora bizantina de Crisóstorno por ella, en G. wagner (Der Ursprung 63-72).

25 Cf. texto en las fuentes señaladas en nt.23.

26 kelaita, 85-87; PE 389-390.

27 Quizá, como sostiene G. wagner, la inspiración haya sido tomada de Crisosto-mo bizantino, pero no es absolutamente necesario; cf. Der Ursprung 69-72.

28 kelaita, 87; PE 390.

29 kelaita, 29; PE 391. La anamnesis viene en esta anáfora tras una intervención diaconal y una kusapa de carácter apologético y penitencial que quizá sean posteriores a la anáfora, pues interrumpen el ritmo natural de la anáfora.

30 Comienzo de las intercesiones: "Y te ofrecemos (raíz qrb) este sacrificio (debhta) divino, santo, aceptable, tremendo, ilustre e incruento por todas las creaturas" (kelaita, 91; PE 392). Comienzo de la epiclesis: "Así, pues, nosotros, tus pobres servidores, débiles y míseros, que estábamos alejados de ti, y a los que, por la multitud de tus misericordias, nos has hecho dignos de estar ante ti y ejercer esta liturgia tremenda y gloriosa, rogamos también a tu divinidad adorable y renovadora de todas las criaturas venga, Señor, la gracia del Espíritu Santo..." (kelaita, 98-99; PE 395).

31 La mejor edición sigue siendo la de R. H. connolly (Sixth-century Fragmenis of an East-Syrian Anaphora, edited and translated u>ith critical notes: Oriens Christlanus N.S. 12-14 [1923-1924] 99-128); la anáfora había sido editada antes en 1873 por su descubridor G. bickel; sobre las distintas ediciones, aparte el artículo señalado, cf. J. M. hanssens, Institutiones liturgicae III 626. La traducción latina de Connolly puede consultarse también en PE 397-404.

32 "Ut etiam nos, quos gratia tua fecit sanctos, in similitudine eorum (i.e. angelorum) cum eis una concordia, anima pura et cogitatione fulgida, sancto clamemus et dicamus: Sanctus..." (connolly, 102-103; PE 397).

33 Cf. Institutiones liturgicae III 409-410.

34 Cf. PE 377.

35 La traducción está hecha siguiendo la reconstrucción de Connolly (102-107; PE 398-399). Los puntos suspensivos indican secciones ilegibles en el manuscrito.

36 connolly, 106-109; PE 399-400.

37 connolly, 108-111; PE 400-401.

38 connolly, 112-113: PE 401-402.

39 Cf. lo que hemos dicho sobre el posible origen y evolución de la anáfora de Addai y Mari en p.USs.

40 Cf. p.352ss.

41 Tras las palabras que hemos traducido hay una laguna de trece líneas en esta columna del manuscrito. Lo que sigue ha sido reconstruido por Connolly, ciertamente como formando parte de las intercesiones y posiblemente comenzando por la petición en favor de la Iglesia. Si la reconstrucción de Connolly fuese exacta, tendríamos el mismo esquema que en las anáforas de Teodoro y Nestorio: relato institucional, anamnesis y, enlazando directamente, la ofrenda del sacrificio eucarístico, seguida de la plegaria por la Iglesia, la jerarquía, etc. La reconstrucción de este autor es conjetural, pero parece que puede aceptarse en cuanto al contenido, aunque no estemos ciertos de la formulación (cf. o.c., 126).

42 Cf. texto en connolly, 116-117: PE 403-404.

43 A. mingana, Narsai Homiliae et carmina, 2 vols. (Mosul 1905). Sobre Narsés, cf. además el artículo de E. tisserant, Narsat: DTC, XI 1,26-30.

44 The "Liturgical Homilies of Narsai, translated into English with an Introduction by R. H. connolly. With an Appendix by E. Bishop: Texts and Studies VIII 1 (Cambridge 1909). Se trata de las homilías XVII, XXI, XXII y XXXII. Véanse también las traducciones al francés hechas por A. guillaumont, Tradttction de fhomélie XXII de Narsai: L"Orient Syrien 1 (1956) 162-206; P. brouwers Premier poéme de Narsai"sur le baptéme (memra XXI): Mélanges de l"Université Saint-Joseph 41 (1965) 179-

45 Datos y bibliografía en R. H. connolly, o.c., p.ix-xi. lxx-lxxi.

46 Cf. p.!93ss.

47 Sobre estas tres homilías cf. E. C. ratcliff, A Note on the Anaphoras described in the Litúrgica! Homilies ofNarsai, en Biblical and Patristic Studies in memory ofR. Casey (Friburgo B. 1963) 235-249.

48 mingan a (Narsai Homiliae I 19) da algunos testimonios que atribuyen esta homilía a otros, inclinándose por su autenticidad, aunque pudieran existir interpolaciones; Connolly ha estudiado a fondo este tema, y su conclusión es que se trata de una genuina homilía de Narsés (The Liturgical Homilies XII-XLIX). A la misma conclusión llega F. C. burkitt (The Mss. of "Narsai on the Mysteries": JTS 29 [1928] 269-275). No obstante, ha de tenerse en cuenta que la cuestión aún es discutida. Para un estudio catequético-litúrgico de esta homilía cf. G. vavanjkunnel, Die eucharistische Katechese 71 95.

49 Véase un cuadro comparativo en R. H. connolly, The Litúrgica/ Homilies p. l-lxiv; cf. también E. C. ratcliff, A note on the Anaphoras 236.

50 mingana, I 279-281; connolly, 11-13.

51 mingana, I 281; connolly, 13.

52 mingana, I 282; connolly, 13-14.

53 Cf. mingana, I 282-284; connolly, 14-16. Así también G. vavanikunnel, Die eucharistische Katechese 83-84.

54 mingana, I 284; connolly, 16.

55 mingana, I 284; connolly, 16.

56 Cf. mingana, I 285; connolly, 17.

57 mingana, I 286; connolly, 17-18.

58 Véase el texto traducido en p.369-370. La coincidencia de este esquema no es, sin embargo, tan plena con la sección correspondiente de la anáfora de Nestorio (cf. PE 390). En efecto, en ésta como en la de Teodoro coinciden la signación y la doxología, pero no encontramos una referencia al hecho de que, fundados en el mandato del Señor, nosotros ahora celebramos este misterio. El esquema de esta sección de la anáfora de Nestorio sería, por consiguiente, éste: relato institucional, con el mandato memorial del Señor anexo; comentario de los efectos de la comunión, doxología en voz alta, a la que responde el pueblo con el "Amén" final. Nótese además que esta doxología está un tanto artificiosamente unida con lo anterior, pues no enlaza con ello, y que esto no sucede en la anáfora de Teodoro. Es verdad que, hablando en absoluto, este pasaje podría ser interpretado, simplemente, como de la disciplina eucarística general establecida por los apóstoles con el fin de obedecer al mandato del Señor. Pero en contra de esta interpretación parecen estar los dos datos siguientes: a) la estrecha coincidencia con el esquema de la sección correspondiente en la anáfora de Teodoro; b) la terminación de esta sección con una doxología que a todas luces coincide con la de las anáforas de Teodoro y Nestorio en este lugar. Ahora bien, en Teodoro esta sección encierra claramente una anamnesis, aunque esté un tanto desfigurada o empobrecida, y el pasaje de Nestorio podría haber sido manipulado, como parece poder deducirse de la falta de conexión lógica entre la doxología final y el texto precedente, tal y como hemos observado en la nota anterior. Por eso no creo que se pueda aceptar, como dice G. vavanikunnel (Die eucharistische Katechese 85), que Narsés no menciona para nada la anamnesis.

59 Cf. mingana, I 286-288; connolly, 18-20.

60 mingana, I 288; connolly, 20.

61 Cf. A Note on the Anaphoras 237.

62 Cf. p.359ss.

63 mingana, I 288; connolly, 21.

64 Cf. mingana, I 290; connolly, 22-23.

65 Introducción general a la explicación, mingana, I 271; connolly, 2.

66 Explicación del ofertorio, mingana, I 272; connolly, 3. En el mismo lugar se explica cómo el colocar el pan y el vino en el altar y el cubrirlos significa el entierro y como el servicio de los diáconos equivale al servicio de los ángeles durante la pasión de Jesús. Cf. una explicación del ofertorio, mingana, I 272-273; connolly, 4-5.

67 Explicación de las palabras del Señor, mingana, I 285; connolly, 17.

68 A Note on the Anaphoras 237-242.

69 mingana, I 351-352; connolly, 57.

70 Cf. mingana, I 351; connolly, 56-57.

71 MlNGANA, I 352; CONNOLLY, 57-58.

72 Compárese con el texto de p.383.

73 mingana, I 352; connolly, 58. P. BRouwers (Premier poéme 203) traduce "alimentarnos" donde nosotros traducimos "podamos servirnos." Se trata de una traducción interpretativa de "bd, en el sentido de "poder servirnos como alimento."

74 mingana, I 353; connolly, 58-59.

75 mingana, I 351; connolly, 56.

76 Ratcliff piensa que se trata de una epiclesis de rasgos muy primitivos (cf. cita en nt.68), pero su suposición parte, fundamentalmente, de la estructura prefacio-Sanctus-epiclesis que él supone en esta anáfora, y que no me parece del todo sostenible.

77 He aquí cómo resume Narsés el contenido de esta anáfora según la traducción inglesa de Connolly: "The priest stands as a tongue to interpret: and his voice gives instruction about death and life to men. In the Bread and Wine he shows the Body and Blood of the king who died for the shake of all and lived and gave life to all by his cross. In fear the corporeal being stands to minister: and asks for mercy upon himself and upon his race, that it may be made worthy of mercy. And he calis to the Spirit to descend to him by the power which is from him: that he may give power to Bread and Wine to give life. In the visible Bread and Wine life dwells: and they become food for short-lived moríais. With the ñame of the Godhead, three Hypostases, he seáis his words: and teaches men to cry, Holy, Holy, Holy Power, hidden from all and revealed to all" (mingana, I 149; connolly, 67). Ratcliff sostiene que aquí estamos ante una anáfora en la que el Sanctus es empleado como fórmula consecratoria y que ésta sería la más primitiva anáfora que Narsés nos ha dejado (cf. A note on the Anaphoras 244-248), aportando posibles ejemplos de este hecho. Sin discutir que esto sea posible y haya existido en la Iglesia, el estudio que hemos hecho de las anáforas anteriores de Narsai me inclina más a seguir la opinión de Connolly: "The reference to the Invocation apparently ends here (en las palabras: he seáis his words), and the written turns back to mention the Sanctus which he has passed over. In such a general allusion to the Liturgy as this Homily contains this lack of order is no matter for surprise" (The Liturgicai Homilies of Narsai 67 nt.l). Todo esto ha sido confirmado últimamente por la crítica severa a que ha sometido las hipótesis de Ratcliff sobre esta anáfora B. D. spinks (A note on the Anaphora outlined in Narsai"s Homily XXXII: JTS 31 [1980] 82-93).

78 Sobre la historia religiosa de Armenia en general, cf. L. petit, Ármente: DTC, I 2 (París 1931) 1888-1968; G. amaduni, Armenia, en Enciclopedia Cattolica I (Ciudad del Vaticano 1949) 1960-1985. Sobre la historia, uso, contenido y fuentes de las distintas anáforas, cf. J. M. hanssens, Institutiones liturgicae II 317-321. 434-435. 449-451. 449-492; III 584-587. Las fuentes son ampliamente descritas en brightman (XCVI-CI), que da una traducción inglesa de la liturgia de San Atanasio en p.412-457. Una selección en su traducción latina de las más importantes anáforas armenias en PE 319-346. Sobre la actual liturgia eucarística armenia y su historia, cf. G. amaduni, La divine liturgie du rite arménien (Venecia 1957). Introducción y traducción francesa completa de la anáfora de San Gregorio el Iluminador por A. renoux, L"anaphore arménienne de saint Grégoire Plliumina-teur: EOO, II 83-108. El texto armenio de la mayoría de estas anáforas ha sido publicado por I. catergian, Die Liturgien bei den Armeniern. Fiinfehn Texte und Untersuchungen, herausgegeben von P. J. dashian (Viena 1897).

79 P. ferhat, Denkmaler altarmenischer Messliturgie. 2. Die angeblicbe Liturgie des hl. Katholikos Sahak: OCh N.S. 10 (1913) 16-31; es el texto que sigo. Reproducido en Prex Eucharistica 332-336; trad. cast. en GOE 274-283.

80 Cf. sobre estas polémicas J. M. hanssens, Institutiones liturgicae II 250-271; un brevísimo resumen en J. A. jungmann, El sacrificio de la misa 586-81 ferhat, 18; PE 332.

82 ferhat, 20; PE 333.

83 ferhat, 21; PE 334.

84 ferhat, 21-22; PE 334. ss ferhat, 22; PE 334.

86 A. rücker, Denkmaler altarmenischer Messliturgie. 4. Die Anaphora des Patriarcben Kyrillos von Alexandreia: OCh 3.S. 23 (1926) 143-153; reproducción en PE 337-341. Esta anáfora nada tiene que ver con las homónimas siria y copta.

87 Cf. o.c., 143-144 y las referencias a pie de página, tomadas en gran parte de la edición de catergian-dashian.

88 Sobre la Iglesia etiópica pueden consultarse: A. M. hvatt, The Church in Abyssinia (Londres 1929); E. hammerschmidt, Athyopien. Christliches Keich syvischen Gestern und Margen (Wiesbaden 1967). Sobre la liturgia etiópica cf. la clásica obra de S. A. B. mercer, The Ethiopic Jitury: its sources, development and present form (Londres 1915). Un estudio general sobre las anáforas etiópicas: E. hammerschmidt, Simia in the Ethiopic Anaphoras (Berlín [Berliner Byzantinischer Arbeiten 25] 1961). Traducciones de anáforas: J. M. Η arden, The Anaphoras of the Ethiopic Liturgy (Londres 1928); M. daoud, The Liturgf of the Etiopia" Churcb (Addis Abeba 1946; a.D. 1954); ambos dan traducción inglesa de varias anáforas. S. euringer ha editado críticamente y traducido al alemán varios textos en la revista Oriens Christianus, La Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales preparó, ad usum privatum, unas traduciones en latín: Liturgia-Etiopi. Revisione e ristampa del "Messale Etiópico." Plenaria seconda. Allégate I. Allégate II (Roma 1944); de esta fuente se reproducen, con pequeñas variantes, once textos en PE 142-203. Bibliografía sobre las anáforas etiópicas ha sido seleccionada por E. hammerschmidt, Zur Bibliographie athiopischer Anaphoren: OstkS 5 (1956) 285-290; reproducida abreviadamente en el libro, del mismo autor, Studies in the Ethiopic Anaphoras 167-171.

89 Puede consultarse, además de en las colecciones señaladas, en la traducción inglesa de brightman, 228-234, y en la latina de PE 144-149.

90 Cf. E. hammerschmidt, Studies 165-166.

91 Edición y traducción alemana de S. euringer, Die Athiopische Anaphora des hl. Epiphanius, Bischofs der Insel Cjpern: OCh c.s. 23 (1926) 98-142; traducción latina en PE 184-188; castellana en GOE 198-208. Otras traducciones y manuscritos y ediciones en E. hammerschmidt, Studies 28-29.

92 Cf. E. hammerschmidt, Studies 108, sobre la dificultad de traducción del Sanctus.

93 euringer, 110-111; GOE 205.

94 euringer, 112-115; GOE 205-206. He suprimido las intervenciones del diácono y del pueblo.

95 La extraña fórmula "este pan es participación de mi cuerpo" y "este cáliz es participación en mi sangre" debe ponerse en relación con 1 Cor 10,16-17, no con una posible teoría impanacionista; cf. E. hammerschmidt, Studies 145.

96 euringer, 116-117: GOE 207.

97 Cf. euringer, 118-119.

98 Sobre las dificultades de traducción del comienzo de esta plegaria, cf. euringer, 139; J. M. hanssens, Une formule énigmatique des anaphores éthiopiennes: OChP 7 (1941) 206-232; E. hammerschmidt, Studies 152-156.

99 Esta apreciación vale para todas las anáforas etiópicas, y se pondrá aún más de relieve en la de San Atanasio, que estudiamos a continuación; cf. sobre esto S. A. B. mercer, The Ethiopic Liturgy 255; J. tyciak, Heilige Theophanie-Kultgedanken des Margen/andes (Tréveris 1959) 48-50; E. hammerschmidt, Studies 152.

100 S. euringer, Ote Athiopiscbe Anaphora des bl. Athanasius: OCh 3.S. 24 (1927) 243-298. Traducción latina en PE 175-184.

101 euringer, 258-259; PE 178.

102 Cf. eüringer, 260-261: PE 179.

103 El origen judío de la personificación del sábado como idea y de algunos pasajes relativos al sábado tanto de la anáfora como del "ordo communis," parece asegurado; ya lo señaló euringer en su edición de esta anáfora (cf. p.243-244) y ha sido confirmado por E. hammerschmidt (Stellung und üedeutung des Sabbats in Athiopien fStutteart 1963] 61-75).

104 Las palabras institucionales de Cristo son: "Tomad, comed; este pan es mi cuerpo"; y se añade: "aunque no está separado de él"; igualmente, tras las palabras sobre el cáliz, se añade: "aunque no está dividido en él" (cf. euringer, 278-279; PE 183). La explicación de estos añadidos se da en la epiclesis: "Pero que nadie de nosotros piense, cuando come este pan, que sólo come la carne, sin la sangre y sin el espíritu; y que nadie de nosotros piense, cuando bebe de este cáliz, que sólo bebe la sangre, sin la carne y sin el espíritu, sino que una unidad son la carne, la sangre y el espíritu, como también su divinidad con su humanidad son una unidad, a saber, el Señor nuestro Dios" (EURINGER, 282-283; PE no considera esta oración como perteneciente a la epiclesis, quizá por venir después de la rúbrica "plegaria de la fracción del pan"; sin embargo, cf. euringer, 295). hammerschmidt subraya que esta anáfora concede gran importancia a la constatación de que, tras las palabras de Cristo, está entero, bajo las especies de pan y de vino, todo el cuerpo de Cristo; cf. Studies 145.

105 euringer, 278-281; PE 183.

106 Cf. sobre esta plegaria la literatura expuesta en la anterior nt.98. La versión latina de PE no puede dar una idea de la epiclesis, porque corta demasiado pronto la traducción del texto anafórico.

107 He aquí la traducción según euringhr, 283: "Und wiederum flehen wir an den Gott der Barmherzigkeit —ihm dienem wir ais Priester, der der Priester ist; ihm opfern wir, der das Opfer ist; ihm bringen wir dar, der der Darbringer (?) ist. Es komme das Lamm von der Hóhe der Hóhe, damit wir es mit den Augen sehen und mit den Hánden schlachten, um uns darán zu erfreuen! Es vereinige sich sein Fleisch mit diesem Brote und auch sein Blut ergisse sich in diesen Kelch!," y sigue con la oración que he traducido en la nt.104 (cf. las notas de euringer en p.295). Una epiclesis del mismo tipo se encuentra en la anáfora etiópica de San Dióscoro Alejandrino, también precedida por la plegaria de la fracción del pan y además por otra epiclesis dirigida al Espíritu Santo (cf. sobre esto E. hammerschmidt, Studits 161).