TEXTOS PARA NAVIDAD (II)

 

1. ALEGRIA/NV  /Jn/16/22 

"Concédenos llegar a la Navidad y poder celebrarla con alegría  desbordante" (Colecta). María es la "causa de nuestra alegría" (cf.  letanías) porque por ella "hemos recibido a tu Hijo JC, el autor de la  vida" (colecta del día 1 de enero). La alegría cristiana no es un  estado anímico, ni quiere decir que todas las cosas tengan que  salirnos como deseamos. En esta Navidad, por ejemplo, habrá  miembros de nuestra comunidad que se verán afectados por  situaciones esencialmente dolorosas: la muerte reciente de un hijo,  una enfermedad grave... La alegría cristiana no es un velo multicolor  que nos esconda los achaques y los sufrimientos: si así fuera, sería  evasión y escuela de inmadurez.

Cuando pedimos "poder celebrar la Navidad con alegría  desbordante" estamos hablando de aquella alegría que se instala en  lo más sensible de nuestro espíritu, allí donde éste entra en  comunión con el Espíritu de Dios y es movido por él. "Y nadie será  capaz de quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22). La Navidad trae a todo  el pueblo "una gran alegría" (evangelio de la noche" porque "ha  aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los  hombres..." (2.lect. id). Por eso, "si Dios está por nosotros, quién  contra nosotros?...ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor  de Dios (manifestado) en Xto Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 31.39).

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 23


2.TRI/DIALOGO:

Dios habla, Dios se expresa, aunque sea inexpresable. En Dios, la  Palabra es la expresión del ser. En el Principio existía la Palabra, en  ese principio que es el origen absoluto, puesto que es Dios mismo.  Dios existe hablando: Dios es diálogo, palabra intercambiada,  comunicación absoluta, comunión perfecta. Por haber aislado  nosotros al ser en una sociedad infranqueable, nos cuesta trabajo  concebir la Trinidad divina. Pero ésta, aunque sigue siendo un  misterio, no es un "problema" para el hombre que vive su propia  existencia en el cara a cara interpersonal que le permite hacerse. Dios  es palabra dinámica: existe actuando, hasta tal punto de que su  Palabra le es consustancial, su otro yo, por así decirlo. Lo de "dijo... y  fue hecho" hay que afirmarlo de Dios mismo, y no sólo de sus  acciones en el mundo. Dios es, porque él se dice en su Verbo eterno.  (...) 

El Verbo se hizo carne. Se hizo amor fraterno y amistad, capacidad  de perdón y ternura de una mirada. Por sus venas corre sangre de  hombre, y de su corazón brota agua viva. Fue a Caná y a la cruz:  conoció a Pedro y a Magdalena, a ti y a mí. Después de haber  hablado por medio de tantos profetas, Dios se puso a hablar por boca  de su Hijo eterno, que es el rostro de su gloria. Su palabra penetró en  el hombre, pero con la humildad de un rostro ofrecido, a través del  quejido de una voz que se apaga, en la pasión de un hombre que lo  arriesga todo, incluso a sí mismo. (...) 

Que la celebración de la Palabra y del Pan robustezca en nosotros,  cada día, la fe en el Dios hecho hombre, pero también la fe en el  hombre, que ha sido llamado a ser hijo de Dios. Un hombre de carne y  sangre. ¡Ese hombre eres tú! 

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 74


3. NV/FECHA 

«Ellos llaman a este día el del nacimiento del Sol invicto. Pero ¿qué  más invicto que Nuestro Señor, que ha destruido y vencido a la  muerte? Le denominan igualmente día del nacimiento del sol. Pero  ¿no es éste, Nuestro Señor, Sol de justicia, de quien escribió  Malaquías: Para vosotros que teméis a Dios se levantará su nombre  como sol de justicia y la salvación está bajo sus alas?».  (Autor siglo lll)



4. NV/POBREZA:

Navidad para el pobre 

La Navidad es amor 
al más pequeño y más pobre.
La Navidad es ser niño, 
hacerse pequeño y pobre.
Navidad es compartir 
con el pequeño y el pobre.
Y Navidad es servir 
al más pequeño y más pobre.
La Navidad es luchar 
contra el que oprime a los pobres.
Navidad es detectar 
las causas de que haya pobres.
La Navidad es cantar 
la libertad para el pobre.
La Navidad es construir
un mundo en que no haya pobres.
La Navidad es amar,
amar hasta hacerse pobre.
La Navidad es morir
para que vivan los pobres.
Navidad es acoger
a mi Dios, que se hizo pobre.
Navidad es descubrir
a ese Dios que está en los pobres. 

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 101 s.


 

5. 

En este día las tinieblas empiezan a disminuir y, al progresar la luz,  los límites de la noche retroceden. No es casualidad que esto ocurra  en la fiesta en que la vida divina se manifiesta a los hombres... Tú ves  a la noche que llega a su límite extremo -no puede ya ir más lejos-,  detenerse y retroceder. Entiéndelo, de la noche oscura del pecado.  Esta se había extendido... había alcanzado la cima... Tú ves los rayos  del sol más fuertes y al sol más alto que de costumbre. Hay que  entender esto de la aparición de la verdadera luz».

San Gregorio NISENO


6. Ofrenda de un hombre en paro

A tus plantas llego,
Niño adorado,
con la sangre quemada
de un hombre en paro,
de un hombre triste
y desesperado,
que busca y no encuentra
sentirse válido.
Llamo a mil puertas,
pido trabajo,
y nadie recoge
mi grito amargo. (...)

No quiero darte,
mi Niño santo,
esta mi amargura
como regalo.
Quiero ofrecerte,
esperanzado,
--pues nadie las quiere--
mis tristes manos. 

Ángel Barquilla Ramiro, O.S.A.


7. J/REVELADOR-DEL-H 

En Cristo se revela la humanidad de Dios y la divinidad del  hombre.

Apareció la benignidad y la humanidad de nuestro Salvador  (/Tt/03/04). Es el primer misterio que nos revela la Navidad: el misterio  de la humanidad de Dios.

La divinidad de Dios no es, pues, «una prisión en la que se  complazca en vivir en sí mismo y para sí mismo. Es, más bien, su  libertad de ser en sí y para sí mismo, pero al mismo tiempo con  nosotros y para nosotros. La libertad de afirmarse, pero también de  darse; de poseerse plenamente, pero también de hacerse pequeño.  Es todopoderoso, pero con la omnipotencia de la misericordia. Es  Señor y, al mismo tiempo, siervo; es el juez y, al mismo tiempo, el  acusado; el Rey del hombre en la eternidad y su hermano en el  tiempo» (25, 26). Cuando se mira a Jesucristo se descubre que Dios  no necesita la negación del hombre para ser afirmado. «En Jesucristo  se ha decidido de una vez para siempre que Dios no existe sin el  hombre, que no ha querido existir sin el hombre, sino con él y para  él». En Jesucristo se nos ha revelado que la verdad de Dios es su  filantropía, su amistad hacia los hombres. En Jesucristo se nos revela  la humanidad de Dios incluida en su divinidad» (28. 30). Se nos revela  «la bondad y humanidad grande de Dios» (Santa Teresa, Vida, 34,  8).

El segundo misterio revelado en la Navidad se refiere a nosotros.  La humanidad de Dios revelada en Jesucristo revela a su vez la  divinidad del hombre. Porque Dios no se ha quedado acantonado en  su divinidad, el hombre no se ve condenado a su humanidad. Porque  en Jesucristo Dios bajó de los cielos, el hombre pudo subir a los cielos  y estar sentado a la derecha del Padre. En su persona, Jesucristo es  el Dios del hombre y como hombre verdadero el fiel interlocutor de  Dios; él es a la vez el Señor que se baja hasta comulgar con el  hombre y el servidor elevado hasta la comunión con Dios... En su  persona Jesucristo es la alianza en su plenitud, el reino de Dios que  se ha acercado, en el que Dios habla y el hombre obedece; en el que  el honor de Dios brilla en lo alto del cielo... y la paz se hace un  acontecimiento en la tierra entre los hombres que él ama» (20, 22). La humanidad de Dios nos revela, por fin, la verdad, la misteriosa  verdad de todos los hombres nuestros hermanos, la dignidad de  nuestra condición y el valor de nuestras obras y de nuestra cultura. «Porque Dios es humano... el hombre se ve revestido de una  distinción enteramente especial. Todo ser dotado de rostro humano...  todo hombre, con sus obras y realizaciones, recibe por ese solo  hecho una dignidad particular. Desde el momento en que Dios se ha  hecho un Dios humano, le ha sido otorgada al hombre una dignidad  de la que no le debe privar ningún juicio pesimista, por bien fundado  que esté».

«Todo ser humano -incluso el más extranjero, el más despreciado y  el más miserable- debe ser considerado por nosotros bajo esta  perspectiva y debemos comportarnos con él en función de la decisión  eterna según la cual Jesucristo es su hermano y Dios su Padre. Si la  persona con quien nos encontramos lo sabe ya, debemos  confirmárselo. Si lo ignora o lo ha olvidado, nos corresponde  enseñárselo. A partir de la humanidad de Dios no existe otra actitud  frente al hombre. Tal actitud equivale al respeto de su derecho y de  su dignidad de hombre. Al rehusar tal derecho y tal dignidad a nuestro  prójimo, renunciamos a tener a Jesucristo por hermano y a Dios por  Padre». 

Basada en K Barth
L'humanité de Dieu


8.q       El misterio de la Encarnación –bien lo sabemos, al menos en el ámbito del conocimiento- significa ante todo: cercanía de Dios hasta el punto de experimentar lo que es ser humano, significa Amor loco de Dios hacia cada hombre y mujer, significa certeza de que todo tiene un nuevo sentido desde Él, significa que el mal inexplicable, la desazón y angustia de muchas personas, el pesimismo de otros, el dolor de la enfermedad o de la muerte –que a todos nos ha de alcanzar-, el sin sentido que algunos ven en sus vidas... todo esto y mucho más no tiene ni la última palabra, ni es la única realidad de la vida. Frente a esto está el Amor, la fraternidad, la mano tendida al hermano, el silencio que apoya en esos momentos de dolor, la alegría experimentada con la felicidad del otro, la ilusión, la esperanza, la salvación...
  
q       Por eso, a los 50 años de nuestro andar como Inspectoría de Santiago el Mayor, al mirar nuestra asamblea capitular, la cualificación de la misma, lo que significan nuestras personas en nuestras comunidades salesianas, en nuestras casas en general, en la relación con nuestros amigos y familiares... me reafirmo en mi convicción de que tenemos el deber y la capacidad de ser esperanza, la obligación y la posibilidad de ser suscitadores de esperanza para con todos.
 
Porque lo creo firmemente, porque siento que tenemos ese deber y esa gozosa responsabilidad  me permito  preguntar en voz alta:
 
§         ¿Nos atrevemos a decir que no tenemos futuro? ¿Nos atrevemos con mirada creyente, habiendo celebrado el misterio de la Encarnación de Dios en su Hijo, a decir que no tenemos futuro?
 
§         ¿Acaso nos atrevemos a decir desde la Fe, con Fe, que este no es el mundo en el que Dios nos quiere, y que los niños, adolescentes y jóvenes de hoy no son los que Dios quiere para nosotros?
 
§         ¿Es posible que con mirada creyente no veamos que Dios nos sigue acompañando al escribir nuestra historia, nuestra pequeña historia de salvación personal e inspectorial más allá de las circunstancias, los recursos, el número de los que hemos sido o somos?
 
§         ¿Es posible que a pesar de ser “hombres de religión” pensemos, y actuemos de hecho como si todo dependiera de nosotros y por eso vemos imposible esto, aquello, y lo otro...?
 
§         ¿Será posible que no haya motivos de esperanza a pesar de que uno se sienta con menos fuerzas físicas que antes, aumenten las medicinas y las operaciones quirúrgicas entre los hermanos de las comunidades, sea más difícil la tarea pastoral porque los jóvenes están más lejos de los valores que queremos transmitir, y el número de novicios sea menor de los que querríamos tener o creemos necesitar para los obras que ya tenemos...?
 
§         ¿Acaso desde la Fe pueden ser estos los datos que nos maten la esperanza, que nos hagan caer en la humana tentación de la supervivencia...?
 
 
Siempre me gustó un fragmento de un texto capitular que tiene ya la solera de los años. Se escribió en 1972, en el XX Capítulo General Especial Salesiano. En su mensaje final a todos los hermanos de la Congregación se decía: “Quizá nosotros nos sentimos como asustados ante el cúmulo de problemas que llegan hasta las mismas raíces de la Fe, de la Congregación, de la Iglesia. Pero no por ello ha de desvanecerse nuestra esperanza. Antes bien, es la hora de la verdadera esperanza. Lo cual no quiere decir que cerremos los ojos a las dificultades, sino que abramos el corazón a la Palabra de Dios, que no pasa, y bajemos al mundo con la seguridad de su presencia. Unidos pongamos esperanza y valor” (XXCGES, nº 770).
 
Mi invitación a cada uno de vosotros, hermanos, en los 50 años de vida como Inspectoría, en la celebración del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, y también en la realidad cotidiana de mañana y del día siguiente.., es la de ser portadores de esperanza –porque nuestra esperanza se fundamente en la Fe- y es también invitación, si ante el Señor lo creemos necesario, a convertirnos en lo que tengamos del:
 
-Escepticismo que mata cualquier sueño ilusionante.
-Horizontalismo  que nos hace vivir lo que no somos como consagrados.
-Laicismo, que es bien diferente del diálogo y del encuentro con el mundo y los jóvenes de hoy, desde lo que somos y vivimos.
-De la desesperanza, que es pérdida de lo que un día nos llenó, nos movió y nos trajo hasta aquí.
 
Si once seguidores de Jesús, pescadores o gentes de oficios, sin la filosofía, teología y estudios técnicos que nosotros tenemos hoy, temerosos de su entorno y con mensajes totalmente contraculturales a los de su momento y tiempo... fueron capaces de transmitir una experiencia de Fe que incluso ha prendido en nosotros, ¿qué no podremos hacer nosotros a la hora de despertar ilusión, esperanza, ganas de vivir, a la hora de acompañar a quien no tiene perspectiva alguna en su vida, a la hora de ayudar a crecer a ese adolescente o joven que incluso siente que no tenemos nada o casi nada que pueda interesarle...?
 
...Porque en una cosa estaremos de acuerdo: ¿En el caso de aquellos once y en el nuestro, el Señor Jesús, en quien hemos puesto nuestra confianza, por quien hemos comprometido nuestra vida, es el mismo, verdad?
Seamos pues portadores de esperanza, suscitadores de la verdadera Esperanza, la que hunde sus raíces en el Señor de la Vida.
 
   Quizá sin saberlo se espere de nosotros que seamos transmisores de esta convicción. Tenemos en nosotros toda la fuerza que nos da el vivir reunidos en el nombre del Señor y sentirnos guiados por el Espíritu, para seguir delineando estos caminos de fidelidad.
            Que así sea.

Homilía de clausura de la Inspectoría Salesiana 2004