¿Navidad laica?

 


Diario de Noticias


Parece imposible que seamos capaces de inventar una celebración laica de la Navidad, sin actividades, representaciones ni referencias religiosas. Pero al paso que vamos es posible que esto sea otro logro de la modernidad .

Por una parte está la presión de quienes quieren eliminar las referencias religiosas de la vida pública y construir una sociedad estrictamente laica, sin tiempos ni lugares para Dios. Una sociedad en la que todos hablemos, actuemos, vivamos y muramos como si Dios no existiera. Dicen que esto es lo que requiere la modernidad, que es lo propio de un Estado aconfesional, la condición indispensable para que podamos vivir en paz en una sociedad pluralista. Pero yo me pregunto ¿qué pluralismo es éste que nos impide vivir a cada uno según nuestras propias creencias? Es el pluralismo del rodillo, de la uniformidad, del silencio preventivo. Si no nos dejan ser diferentes ya no hará falta ni que seamos tolerantes.

Luego están los pequeños caciquismos de quienes quieren aplicar estas ideas para ser más progresistas que nadie. En la escuela no se cantan villancicos porque hay veinte niños que no son cristianos, para eso estamos en un Estado aconfesional. Vamos a ver ¿tan difícil es dejar que los niños cristianos hagan su fiesta cristiana en la escuela, dejando a los no cristianos que vengan si quieren o que se queden en casa? ¿Qué dificultad hay en que los niños musulmanes celebren su fiesta otro día, ilustrando y entreteniendo a sus compañeros cristianos? ¿No es ésta la verdadera educación para la convivencia?

Porque invocar la no confesionalidad del Estado es del todo impertinente. Primero que la aconfesionalidad del Estado significa que el Estado no tiene religión propia, precisamente para poder proteger y fomentar la religión o las religiones que libremente quieran profesar y vivir los ciudadanos. Ocurre que, si el Estado es aconfesional, la sociedad no lo es, porque los ciudadanos no quieren serlo, y es obligación del Estado aconfesional respetar y apoyar las manifestaciones religiosas que los ciudadanos quieran tener, sin agravio de nadie, en ejercicio del derecho sagrado de su libertad religiosa. El Estado es para la sociedad, no la sociedad para el Estado. Y la escuela es para los niños, no los niños para la escuela. ¿O no es así?

Pero hay todavía otra grieta importante por donde se nos mete el laicismo de la Navidad. Es el resultado de la fiebre del consumismo y la debilidad de la fe religiosa de muchos cristianos. Las fiestas de Navidad se van en regalos, cenas, viajes y comilonas. Se juntan las familias, cosa que está muy bien, se juntan los amigos, santo y bueno también, se lo pasan muy bien, pero no van a misa, ni rezan, ni dan gracias a Dios, ni hay un gesto o una sola palabra que invite a vivir religiosamente la Navidad. ¿Será posible que los primeros inventores de las Navidades laicas hayamos sido los mismos cristianos? Las primeras víctimas son los niños y los jóvenes.

El pluralismo real de la calle y las discusiones sobre laicismo o no laicismo, nos están ayudando a ver las cosas con más claraidad. En nuestra sociedad democrática nadie es juzgado ni discriminado por sus creencias o no creencias religiosas. Hay libertad para todos, con tal de que sepamos ejercerla de manera tolerante y respetuosa. Esta libertad no tiene que servirnos para imitarnos unos a otros, o para inhibirnos ante las posibles diferencias con los demás. Libertad significa tener la capacidad de manifestarse y actuar públicamente según las propias convicciones y los propios deseos. Libertad religiosa sólo para dentro de casa es una libertad mutilada.

En este contexto, para lo cristianos, vivir la Navidad correctamente, significa dedicar un tiempo para dar gracias a Dios por habernos enviado a su Hijo Jesucristo, nacido de María Virgen, como Salvador nuestro y Salvador de todos los hombres. Significa celebrar con los demás cristianos el gran misterio del nacimiento de Jesucristo, cantar su grandeza y meditar sus admirables consecuencias, mostrar y comunicar la alegría de poder contar con esta gran esperanza, celebrarlo alegremente con los familiares y amigos, con canciones, con regalos, con una buena mesa, pero sin olvidar nunca qué es lo que estamos festejando y por qué lo estamos haciendo.

Tal como van las cosas, las familias católicas, tienen que plantearse cómo quieren celebrar la Navidad, si la quieren celebrar como cristianos de verdad o prefieren dejarse llevar del modelo laicista y consumista que lo está devorando todo. Y luego sacar las consecuencias. Si queremos seguir siendo cristianos tendremos que vivir de acuerdo con esta determinación. Y si vivimos como los paganos, ¿qué sentido tiene seguir llamándonos cristianos?

Para celebrar cristianamente la Navidad, hay que comenzar con el Adviento. Las misas de los cuatro domingos de Adviento, con sus lecturas, sus cantos, sus símbolos propios, van poniendo poco a poco nuestro espíritu en sintonía con la Navidad. El día de la fiesta hay que ir a misa, y si se puede ir a la Misa del Gallo mejor. Conviene montar en casa un Belén, pequeño o grande. Mucho mejor que la figura de Papá Noël o el árbol de Navidad. Una cosa no quita la otra, pero en una casa cristiana no debería faltar el Nacimiento, grande o pequeño. En la cena de Nochebuena o en la comida de Navidad, hay que rezar un poco, dando gracias a Dios por el misterio de la Encarnación de su Hijo que viene a salvarnos, hay que tener un recuerdo para María y José, cantando villancicos y repartiendo los regalos que queramos. Con mucho cariño y mucha alegría.

Navidad es una fiesta digna de ser bien celebrada, con conocimiento, con piedad y gratitud, con gran alegría y una sincera y dilatada fraternidad. En un mundo abierto y polivalente, cada uno tiene que afirmar con claridad y sin conflictos su propia identidad. No es hora de diluir nuestro cristianismo, sino de afirmarlo y vivirlo con tranquilidad y alegría, dando gracias a Dios por lo mucho que nos ha dado y ofreciéndoselo a los demás por si quieren asomarse a conocer la fuente de nuestra alegría. Esto es lo moderno, conservar nuestra fe, conocerla y vivirla mejor, y ser capaces de dar testimonio de ella con tranquilidad y espontaneidad, sin molestar a nadie, ni tener miedo de nada ni de nadie