FORMACIÓN LITÚRGICA DE LOS FUTUROS PRESBÍTEROS
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SUMARIO: I. Introducción - II. La nueva "Instrucción" - III. Problemas abiertos: I. El seminario, comunidad litúrgica; 2. La liturgia, "culmen et fons"; 3. Un problema de fondo - IV. Formación para la presidencia litúrgica.


I. Introducción

Toda educación cristiana debe considerar la -> formación litúrgica como uno de sus componentes fundamentales (cf GE 2; SC 19): no por una moda pasajera o por una opción facultativa, sino porque la liturgia, especialmente la eucaristía, es "culmen... et fons" de la vida de la iglesia y en la iglesia (SC 10). Este principio, que poco a poco está readquiriendo entre los educadores cristianos el sentido obvio y profundo que tenía en la más antigua pedagogía de la iglesia, sirve a fortiori para las comunidades de formación sacerdotal. No nos parece fuera de lugar reconsiderar y profundizar el discurso sobre la formación litúrgica separadamente para los futuros sacerdotes, si bien las acciones litúrgicas "pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan y lo implican" (SC 26).

Hoy estamos muy lejos de aquel tiempo en que las cuestiones litúrgicas se consideraban "reservadas al clero y a los religiosos", con la preocupación "de evitar toda injerencia indiscreta de los laicos en las cosas del culto, de mantener una separación muy clara entre santuario y nave"'.

Por mucho que puedan diferenciarse los planteamientos de los seminarios y como quiera que se organice en el campo de la iglesia local la preparación de los futuros presbíteros, pensamos que se debe hablar de una especial formación litúrgica de aquéllos al menos por tres razones: por la particular necesidad de una formación cristiana integral en ellos (OT 8); por la peculiar función que está destinada a tener la liturgia en la vida y ministerio de los futuros sacerdotes (LG 28; PO 13); porque ellos no podrán llegar a ser guías y maestros de los fieles en la vida litúrgica si no están "impregnados totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia" (SC 14).

Por eso el concilio recomienda que se imparta a los alumnos de los seminarios y de los estudios religiosos "una formación litúrgica de la vida espiritual por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea con otros ejercicios de piedad penetrados del espíritu de la sagrada liturgia..." (SC 17).

Sería exagerado afirmar que estas normas han sido desatendidas en estas dos décadas después del Vat. II; por todas partes se han estudiado, discutido y en gran medida llevado a la práctica', gracias también al hecho consolador de que ha ido creciendo el número de profesores de liturgia formados según las prescripciones de SC 15. Pero enmuchos ambientes eclesiásticos, incluida España, no han faltado retrasos, faltas de cumplimiento, incertidumbres, quizá incluso involuciones, mientras que en varias naciones se proyectaba toda una serie de desarrollos y de nuevos problemas de la situación litúrgica sobre la formación de los futuros sacerdotes.


II. La nueva "Instrucción"

En este contexto adquiere gran significado la Instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios', que tiene la finalidad de "presentar indicaciones y normas para hacer la vida litúrgica y el estudio de la sagrada liturgia en los institutos de formación sacerdotal más acorde con las actuales necesidades".

No han faltado en el pasado orientaciones oficiales sobre la formación litúrgica en los seminarios 4; pero la de 1979 es ciertamente el documento más completo y de más amplias miras que nunca haya emanado la iglesia al respecto. Son dos los motivos indicados por la nueva instrucción, que exigen en la iglesia de hoy "un mayor compromiso por la formación litúrgica en los seminarios": la actuación de la reforma litúrgica exige que los futuros sacerdotes sepan "comprender la índole y la fuerza de la liturgia renovada para insertarla en la propia vida y para transmitirla adecuadamente a los fieles" (n. 3); "los nuevos problemas pedagógicos derivados de la creciente secularización de la sociedad", que "ofuscan en las mentes la genuina naturaleza de la liturgia, haciendo al hombre menos capaz de vivirla con intensa participación" (n. 4).

Tras una introducción sobre la "preeminencia de la liturgia en laformación sacerdotal" y sobre la finalidad del documento, la instrucción se divide en dos partes, dedicadas, respectivamente, a la vida litúrgica y a la enseñanza de la ciencia litúrgica en los seminarios, completadas por un apéndice, en el que se propone "un índice de argumentos que se pueden tratar oportunamente en la enseñanza de la liturgia en los seminarios".

La primera orientación que nace del documento, desde la introducción, es "la importancia de la liturgia en la formación sacerdotal" (n. 1), con la exigencia de una formación tanto teórica como práctica: una formación mistagógica que "se alcanza principalmente por medio de la vida litúrgica de los alumnos, hacia la que son conducidos con profundidad creciente por medio de las celebraciones litúrgicas comunitarias" (n. 2).

La formación litúrgica, se dice en la primera parte, deberá comenzar con una "breve y adecuada iniciación" de carácter preliminar y global desde el primer año (n. 8), y desarrollarse en todo el arco de la formación sacerdotal, profundizando las bases bíblico-teológicas de la vida litúrgica, valorando plenamente la misma celebración litúrgica que se realiza en los seminarios y armonizando oportunamente la vida espiritual de los particulares y de la comunidad con la participación litúrgica (nn. 9-10).

La asamblea litúrgica, que reúne lo más frecuentemente posible en torno al mismo altar a superiores y alumnos, animada por el ejercicio de los ministerios y abierta constantemente a la iglesia local, contribuirá considerablemente a "fundir en la unidad la comunidad del seminario y formar en los alumnos el espíritu comunitario" (n. 12). La celebración litúrgica en el seminario "debe ser un modelo, sea por los ritos, sea porel tono espiritual y pastoral, sea por la observancia debida tanto a las prescripciones y textos de los libros litúrgicos cuanto a las normas dadas por la Santa Sede y por las conferencias episcopales" (n. 16). En ella se favorecerá "una sana variedad (sana varietas) en el modo de celebrar las acciones litúrgicas y de participar en ellas" (n. 17), sin renunciar al constante esfuerzo por que haya "una profunda e íntima asimilación de aquellos elementos de la sagrada liturgia que pertenecen a su parte inmutable, en cuanto que son de institución divina" (n. 18).

Esta formación litúrgica, prolongada durante años, deberá tender a preparar a los futuros sacerdotes "para su oficio de pastores y presidentes de la asamblea litúrgica", no con experiencias puramente exteriores, sino con una experiencia litúrgica bien dirigida y con un gradual ejercicio de los ministerios (nn. 20-21). Para los actos litúrgicos concretos se da después una serie de normas concretas, que ciertamente están hechas a medida de las situaciones particulares y de las exigencias pedagógicas de los alumnos, pero que constituyen una buena base orientativa para la vida litúrgica de un seminario (nn. 22-42).

La parte segunda de la, instrucción está dedicada a la enseñanza de la liturgia, de la que subraya sobre todo los aspectos teológicos, pastorales y ecuménicos (nn. 43-44). Se delinea a continuación el ámbito de la ciencia litúrgica, su método, su particular función en el diálogo interdisciplinar, su apertura a las aplicaciones y a los problemas de la pastoral (nn. 45-61).

Sobre todo es en la liturgia —subraya la conclusión del documento— donde los alumnos de los seminarios "adquieren una más profunda y plena experiencia del sacerdocio y de sus exigencias", pues ellos "son invitados a imitar lo que conmemoran": "el estudio asiduo y el ejercicio de la sagrada liturgia recuerdan continuamente a los futuros sacerdotes la finalidad a que tienden todas las actividades pastorales y, al mismo tiempo, hace que todos sus esfuerzos en los estudios, en las prácticas pastorales y en la vida interior sean cada vez más conscientes y consigan una profunda unidad" (n. 62).

También se refiere a la liturgia el reciente documento de la CEE sobre La pastoral litúrgica en España. Dedica el n. 8 a la formación litúrgica de los pastores y de las comunidades, diciendo: "No es necesario insistir mucho en la importancia de la preparación litúrgica de los futuros pastores y de los ya entregados al ministerio... Se hace necesario un trabajo más profunda para asimilar la riqueza de contenido bíblico, teológico, pastoral y espiritual de la liturgia renovada. Ha de procurarse una formación integral y vital, teológica y pastoral, no meramente nocional. El mayor esfuerzo deberá hacerse en las facultades de teología, en los seminarios, noviciados y comunidades de religiosos/as, sin descuidar a los seglares, llamados a desempeñar los diversos ministerios que les competen en la asamblea litúrgica" `.


III. Problemas abiertos

Más que analizar los distintos aspectos de la instrucción, que está al alcance de todos, preferimos volver sobre algunos temas, situándolos en la realidad concreta de muchas comunidades de formación sacerdotal.

1. EL SEMINARIO, COMUNIDAD LITÚRGICA. La instrucción asume como fundamental un principio que refleja la más antigua tradición eclesial y responde a la naturaleza particular de la comunidad seminarística: la formación litúrgica "se alcanza principalmente por medio de la vida litúrgica de los alumnos, a la que son conducidos con creciente profundidad por medio de las celebraciones litúrgicas comunitarias" (Instr., cit., n. 2). Hoy, con el desarrollo de la reforma, mientras por una parte se constata la eficacia formativa de una enseñanza litúrgica más seria y de una visión más unitaria y más económica de toda la teología centrada en el misterio de Cristo (SC 15-16), sigue siendo primaria e inalienable la exigencia de que "en los seminarios e institutos religiosos la vida esté totalmente informada de espíritu litúrgico" (SC 17). Y esto no sólo por la eficacia, reconocida en cualquier pedagogía, del ejemplo, del actuar juntos según determinados principios, de la temperies espiritual que caracteriza y anima, casi sin darse cuenta, un ambiente educativo, sino porque la misma liturgia es una realidad viva y mistérica, y no se la comprende verdaderamente sino participando en ella: ninguna lección de teología o de pastoral litúrgica puede sustituir a la experiencia habitual de la celebración eucarística sentida y vivida como centro de la vida cotidiana, en un clima de fe y de gozoso compromiso comunitario, bajo la guía de celebrantes que sepan ser modelos en la no fácil tarea de presidir la eucaristía [-> infra, IV].

Desde un punto de vista litúrgico, el seminario es indudablemente una comunidad especializada, dotada de particulares finalidades formativas, y esto puede también significar que allí se adopten formas de celebración y de participación diversas de las apropiadas para la pastoralcomún. De todas formas, a nosotros nos parece que hoy es cada vez menos oportuno diferenciar demasiado la liturgia del seminario de la que los alumnos celebran en las parroquias, y de la que deberán, el día de mañana, hacerse animadores y responsables. Nos parece más fructífero que se realice comúnmente una buena liturgia que sea decididamente pastoral, estrictamente unida a la vida y a la oración cotidiana, preparada con una habitual seriedad y con la aportación de todos, escogiendo y experimentando formas diversas de celebración y de participación.

A quien tiene el cuidado de la vida del seminario le incumbe por tanto una notable responsabilidad formativa y pastoral, puesto que a partir de la experiencia cotidiana del seminario es como madurará en los futuros sacerdotes un profundo sentido pastoral y teológico de la liturgia, gracias al cual sabrán después armonizar una sincera y consciente fidelidad a la tradición de la iglesia y a sus disposiciones concretas con un valiente espíritu de adaptación y renovación (que exige sólidos criterios pastorales, capacidad de intuición y de elección y no poca fantasía).

Es normal que también en los seminarios se reflejen los aspectos más prometedores, y a la vez las dificultades y las tensiones de la actual situación litúrgica de la iglesia. Pero una parte considerable de estas dificultades —permítasenos subrayarlo—, antes que de los jóvenes y del influjo de la secularización y de la actual crisis de los valores tradicionales, proviene de los mismos responsables de la vida del seminario: no siempre se ha logrado adquirir una verdadera formación litúrgica a través de un replanteamiento profundo de toda una venerable tradición teológica yespiritual, que ya no está totalmente en sintonía con la vida y las orientaciones de la iglesia actual. Esto se descubre fácilmente en ciertos ambientes en el planteamiento general de la vida de piedad y en el modo de promover y de celebrar las acciones litúrgicas, donde se preocupan más de reconstruir un nuevo rubricismo que de realizar una liturgia viva. También la falta de armonía y de entendimiento en el seminario se hace sentir indefectiblemente en la liturgia, que es un momento particularmente sintomático de la vida de la comunidad. No sólo aparecen con frecuencia divergencias de ideas y de concepciones teológicas y espirituales entre los diferentes profesores, sino que en el plano concreto se verifican, por ejemplo, diferencias no despreciables entre el planteamiento litúrgico y el musical, y surgen delicados conflictos de visión y de competencias entre el rector, responsable de la formación de los seminaristas, el padre espiritual y el mismo profesor de liturgia. Con frecuencia es este último el que, en la compleja situación actual, tendría la preparación, la sensibilidad y la disponibilidad necesarias para asumir la comprometida tarea de animar o inspirar la vida litúrgica de la comunidad seminarística, de pleno acuerdo con todo el équipe educativo y con la colaboración responsable de un grupo litúrgico.

También la participación en las celebraciones litúrgicas de la catedral, en las parroquias o en los grupos eclesiales puede resultar a veces poco formativa: sea que se trate de liturgias formalmente ejemplares, pero carentes de todo esfuerzo de interpretación o de adaptación; sea que se trate de liturgias descuidadas, poco preparadas o bien encaminadas a una creatividad salvaje, carente de un auténtico sentido eclesial.

Los jóvenes de nuestros seminarios, abiertos y sensibles a las instancias más profundas que brotan en la iglesia de hoy, pero que con frecuencia también simpatizan fácilmente con aspectos más discutibles y superficiales de la situación actual, necesitan, en el estudio y en la práctica de la liturgia, guías iluminados, pero también firmes, capaces de comprender y de favorecer soluciones y experimentos necesarios y fructíferos, y a la vez de dar orientaciones concretas y decididas, fundadas en sólidos principios teológicos y pastorales, más allá de las recetas fáciles y las modas pasajeras.

Una verdadera formación litúrgica no puede referirse solamente a las acciones litúrgicas, sino que debe inspirar y orientar toda la vida espiritual de los futuros presbíteros. En la línea de la enseñanza de SC 13 se está efectuando en la piedad cristiana un lento y profundo proceso de renovación, del cual ya se sienten en nuestros seminarios los primeros frutos, y a la vez las incertidumbres y las dificultades. Algunas formas de piedad, felizmente replanteadas desde el espíritu de la liturgia, han vuelto a cobrar vigor y eficacia espiritual, mientras que otras, pese a los esfuerzos de los educadores, no tienen ya ninguna incidencia sobre las nuevas generaciones, formadas en la familiaridad con la biblia y la liturgia, en una temperies eclesial muy diferente de aquella en que han nacido ciertas devociones. Es en los años del seminario cuando los futuros sacerdotes deben saber madurar una profunda unidad entre liturgia y oración personal y entre liturgia y vida cotidiana, creciendo cada vez más en la verdadera devotio, o sea, en aquella actitud profunda y total de adhesión a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo, que debe expresarse en todos los aspectos de la vida cotidiana, pero que tiene sus momentos fuertes en la participación en la liturgia.

2. LA LITURGIA, "CULMEN ET FONS". La instrucción, al repetir que "es sumamente necesario que la celebración eucarística cotidiana... sea el centro de toda la vida del seminario y que los alumnos participen en ella conscientemente" (n. 23), cita la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, n. 52, que continúa así: "El sacrificio eucarístico, más aún, toda la sagrada liturgia, debe ocupar un puesto tal en el seminario, que aparezca verdaderamente como `la cumbre a la cual tiende la actividad de la iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza' (SC 10)",.

Es necesario profundizar a esta luz la concepción, que evidentemente subyace al texto citado, del seminario como comunidad eclesial: no sólo como "grupo de personas en comunión permanente de vida" en la iglesia, sino también como componente importante de la vida de la diócesis, en estrecha relación con el obispo y con su presbiterio.

En los seminarios mayores pensamos que no se puede renunciar a una realidad tan constitutiva de la vida sacerdotal como la eucaristía, incluso cotidiana, y que se debe llevar a cabo un serio compromiso personal y comunitario por una consciente y total participación, superando valientemente las innegables dificultades de la rutina. Esa celebración cotidiana nunca deberá ser apresurada y minimalista. Si de hecho pueden realizarse celebraciones más excepcionales y raras con un mayor contenido festivo, otras celebraciones más frecuentes y ordinarias pueden asumir un carácter más íntimo y contemplativo, como expresión de un compromiso constante y fiel, de acuerdo conmodalidades celebrativas más sobrias y ritualizadas.

La reciente instrucción (n. 17) recomienda una sana varietas, que debe significar, ante todo, una mayor valoración de las celebraciones dominicales y de las solemnidades. Sólo que la inserción de los estudiantes en las parroquias, los domingos y en los momentos fuertes del año litúrgico, en muchos ambientes crea el problema de la coincidencia entre las celebraciones en el seminario y las de la comunidad local. Nos parece una solución demasiado simple y pedagógicamente inoportuna la de una doble participación. Es más oportuno que, en tales casos, la celebración en el seminario del domingo y de otros días litúrgicos festivos o solemnes pueda tener sus momentos fuertes en laudes y vísperas, mientras que para la eucaristía con frecuencia se preferirá la inserción en una comunidad eclesial más amplia.

Se han experimentado varias formas de preparación comunitaria de la liturgia dominical, generalmente el sábado por la tarde: celebraciones de la palabra con breves presentaciones de los temas principales; meditaciones comunitarias o revisiones de vida para cursos particulares o grupos; encuentros de profundización o de reflexión, frecuentemente con los laicos; preparación de la homilía con alguno de los superiores, etc.

En algunos seminarios se elige un día de la semana, menos cargado de compromisos pastorales, para realizar una verdadera missa communitatis celebrada por todos los superiores con la participación de toda la comunidad del seminario, que encuentra así la posibilidad de expresarse de la manera más completa como comunidad eclesial, sobre todo cuando es el mismo obispo quien preside la asamblea litúrgica.

Esta particular celebración semanal, colocada en las horas más oportunas, preparada con cuidado, por ejemplo por un curso cada vez, podrá constituir en el arco de la semana no sólo una notable variatio en absoluto inútil para favorecer la participación, sino un medio eficaz de formación litúrgica y pastoral (y, por otra parte, no desbanca a la misa dominical).

Especialmente allí donde la comunidad seminarística —según las indicaciones del OT 7— se articula en grupos pequeños, es legítimo y deseable que estas unidades menores puedan hallar, por lo menos una vez a la semana, su expresión sacramental en la celebración eucarística presidida por el animador del grupo o por el mismo rector, según las perspectivas teológicas y las directrices de la Instrucción sobre las misas para grupos particulares ". Esta praxis suscitará ciertamente menos problemas si se apoya en los grupos en los que de hecho se articula la comunidad, más que en el origen geográfico o en la pertenencia a diversos movimientos eclesiales.

La celebración comunitaria de laudes y vísperas es otro elemento de la vida litúrgica de la comunidad seminarística, sobre todo en los días festivos. La formación para la liturgia laudis de cada día, misión fundamental del sacerdote como cabeza de una comunidad cristiana y representante suyo, exige ciertamente una notable "instrucción litúrgica y bíblica" (SC 90): también aquí la experiencia espiritual y pastoral hecha en el seminario tiene una función determinante para la comprensión de esta oración pública de la iglesia, con la que se prolongan a las principales horas del día la alabanza y la acción de gracias que tributamos a Dios en la eucaristía (cf PO 5), y que es fuente y alimento de la piedad personal del sacerdote (cf SC 90).

3. UN PROBLEMA DE FONDO. La reciente reforma promovida por el Vat. II ciertamente ha favorecido, sobre todo en ambientes preparados como los seminarios, una participación consciente, piadosa y activa en el misterio de Cristo celebrado en las acciones litúrgicas (SC 14; 48), realizado ahora a través de los signos mismos de la liturgia. Sin embargo, en la situación actual aparece, creo, también en los seminarios una dificultad nueva, que deben tener muy en cuenta los responsables de la formación litúrgica. La forma de participación de otros tiempos —nos referimos sobre todo a la misa—, aun siendo imperfecta desde el punto de vista de la comunidad y del signo, llevaba al individuo a una implicación muy personal con la ayuda de pequeños misales y de otras ayudas muy útiles. En la actual forma de participación, que hace prácticamente superfluo el recurso a una ayuda individual, la escucha ha ocupado el lugar de la lectura silenciosa, el canto y la oración comunitaria llenan los largos silencios y dejan poco espacio para la oración... personal, la participación activa y diferenciada sustituye a las prácticas individuales que se sobreponían a la acción litúrgica.

Todo esto lleva a una piedad más objetiva y eclesial, alimentada con los grandes pensamientos de la biblia y de la liturgia, pero puede comportar también el peligro de una participación puramente exterior, en la que el individuo se deja afectar sólo superficialmente, sin aportar verdaderamente a la acción litúrgica su contribución de fe y de profundo compromiso personal. El problema ha sido estudiado por Joseph Pascher con fina sensibilidad la formación litúrgica debe llevar al fiel particular a un constante esfuerzo de inserción en la comunidad eclesial, que se realiza plenamente en la participación en el misterio pascual de Cristo, y a un consciente compromiso de apropiación de los diversos elementos —lecturas, oraciones, cantos, ritos— que componen la celebración litúrgica. Todo esto exige un nivel espiritual no común y un uso continuo de los "medios comunes o específicos, tradicionales o nuevos, que el Espíritu Santo no deja nunca de suscitar en el pueblo de Dios, y la iglesia recomienda, y hasta manda también algunas veces para la santificación de sus miembros" (PO 18). Entre ellos sigue siendo fundamental para nosotros la meditación cotidiana sobre todo de la palabra de Dios, que un documento posconciliar recomienda a los religiosos precisamente para que puedan participar "más íntimamente y con mayor fruto en el sacrosanto misterio de la eucaristía y en la oración pública de la iglesia" (Ecclesiae Sanctae [1966] II, 21).


IV. Formación para la presidencia litúrgica

La nueva concepción de la liturgia, el desarrollo de la reforma, la nueva maduración eclesial y la aportación de las mismas ciencias humanas han dado mayor importancia y dimensiones más significativas al ministerio, propio del presbítero, de ser animador y presidente de la celebración litúrgica, acentuando por tanto la necesidad de una formación específica para esta importante tarea eclesial. El futuro sacerdote debe habituarse a preparar la celebración litúrgica: conocimiento de las normas litúrgicas, de los textos y de los ritos; valoración de las -> adaptaciones previstas; elección de un hilo conductor, de un tema en que converjan los diversos elementos litúrgicos. Debe saber programar y poner en acto la celebración: respeto de la estructura y de las leyes propias de la celebración; proporción entre los diversos elementos y partes; atención a la celebración en cuanto a la duración, sucesión y equilibrio de los diferentes momentos; promoción de la asamblea como sujeto de la celebración con una adecuada formación y ejecución de todos los servicios que exige la naturaleza de la celebración y de la misma realidad eclesial. Sobre todo el sacerdote debe presidir la celebración (sacerdotem oportet praeesse): estas palabras del viejo Pontifical indican claramente el ministerio propio del sacerdote, que participa del poder de Cristo, cabeza y pastor de la iglesia, su cuerpo y su pueblo.

En otro tiempo el papel del celebrante absorbía prácticamente todos los aspectos de la celebración, pero comprometía menos; era una tarea más ejecutora e individual, casi desligada de la comunidad. Hoy, quedando intacto el compromiso de fe y de participación, el presidente debe ser continuamente consciente del misterio celebrado y del sentido de la asamblea que preside: está llamado a ser guía, intérprete, animador, director y speaker. Por eso:

Se puede hablar de una verdadera y propia técnica de la presidencia, porque el ejercicio de este ministerio está unido a una multitud de factores humanos y técnicos que no se deben minimizar y tampoco se pueden improvisar:

• ante todo, el conocimiento de la asamblea y el impacto con su realidad humana, social y sobre todo de fe, con un profundo sentido de compartimiento y participación;

• en segundo lugar, el estilo: sobriedad, cercanía, conciencia del propio papel y de la propia misión;

• la disposición y funcionalidad del ambiente, sobre todo en la zona presbiterial, facilita mucho las cosas;

• un problema importante es el del peso calibrado que el que preside debe dar a sus actitudes y sobre todo a las intervenciones habladas, empezando por la oración que el presidente eleva en nombre de todos, cuya marcha y tono deben estar bien construidos y sostenidos (evidentemente son otra cosa las didascalías, que se distinguen por un tono más simple, discursivo y familiar);

• finalmente, en el ejercicio de su función deberá estar atento al diverso funcionamiento de una asamblea pequeña y homogénea y de una asamblea grande y heterogénea: ésta exige una mayor formalización en los papeles, un estilo celebrativo menos creativo, una presidencia más activa, etc.

Presidir una asamblea litúrgica -- concluimos con L. Brandolini "—se ha hecho una tarea difícil, exige atención a las ciencias humanas y de la comunicación, además de sentido pastoral. Para crear la mentalidad nueva que exige la misión de presidir, no bastan las indicaciones de las rúbricas: hace falta reflexión, espíritu de oración, aplicación constante. Es una tarea —un ministerio—difícil, pero necesaria para hacer de la liturgia una acción viva para un pueblo vivo.

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D. Sartore

BIBLIOGRAFÍA: Carmona García M., La formación litúrgica en el Seminario de Jaén, en "Phase" 112 (1979) 321-326; González Cougil R., La liturgia en el Seminario de Orense, ib, 327-336; Martín Patino J.M., Liturgia y formación sacerdotal, ib, 21 (1964) 211-233; Martín Pindado V., Los futuras presidentes de la celebración y su sentido actual de la liturgia, ib, 112 (1979) 313-320. Véase también la bibliografía de Estilos celebrativos, Formación litúrgica, Ministerios y Sacerdocio.