ANIMACIÓN
NDL


SUMARIO: 1. Situación litúrgico-celebrativa actual - II. Naturaleza, necesidad, fundamento de la animación litúrgica: 1. Significado del término "animación
" y su naturaleza; 2. Fundamento: a) La liturgia es acción, b) La liturgia es acción simbólica, e) La liturgia es acción comunitaria - III. El servicio de la animación: sujetos, características, modalidades: 1. Lección de la historia; 2. Diversos niveles de responsabilidad en la animación litúrgica: a) Antes de la celebración, b) Durante la celebración, c) Rol de quien preside; 3. El "grupo" de animación y su preparación; 4. Disposiciones y actitudes necesarias en todo animador litúrgico.


1. Situación litúrgico-celebrativa actual

El problema de la animación litúrgica se ha venido planteando con insistencia en la pastoral de hoy, como consecuencia de la publicación de los nuevos  ->libros litúrgicos, con el compromiso de participación que ellos encierran y reclaman. Sorprendentemente, la animación, por más que esté estrechamente relacionada con la naturaleza misma de la liturgia —como veremos—, no entra en absoluto en su definición. En los manuales y rituales oficiales no se habla de ella, al menos directamente; sin embargo, está claro que el éxito de las  ->celebraciones depende en gran parte de cómo se animen, de la misma manera que el interés de los fieles y la calidad de su  ->participación no dejan de estar fuertemente condicionados por una buena animación.

Los antiguos libros litúrgicos, publicados después del concilio tridentino, por razones obvias de carácter teológico y pastoral no se ocupaban, en el minucioso conjunto de rúbricas que encabezaban los diversos ritos o se intercalaban en el cuerpo de los mismos, ni de la presencia ni de la participación delos fieles, que asistían generalmente como espectadores mudos y extraños, y mucho menos se ocupaban de los presupuestos culturales y de las implicaciones antropológicas de la acción ritual. Ello se debía a que la preocupación fundamental del legislador era inculcar a los ministros, y especialmente al sacerdote celebrante, una acción litúrgica digna, atenta y devota. La misma celebración significaba, prácticamente, leer los textos oficiales y cumplir con escrupulosa exactitud y, por consiguiente, con rigurosa uniformidad los ritos prescritos y establecidos con todo detalle por las rúbricas.

En cambio, los nuevos libros litúrgicos, publicados a tenor de los decretos del Vat. II, constituyen, aun desde este particular punto de vista, una verdadera revolución. En primer lugar, por el hecho de que centran su atención en la  ->asamblea litúrgica, que es a la vez la protagonista y la destinataria de la acción sagrada'. En efecto, sus Introducciones, así como las indicaciones que van apareciendo a lo largo de la celebración, ofrecen sugerencias y normas sobre la reunión de los fieles, sobre las actitudes externas o internas que éstos debían adoptar en cada caso, sobre los  ->gestos y movimientos que todos debían realizar, sobre la forma en que tenían que leerse los diversos textos, etc.' En segundo lugar, destacan y revalorizan el rol de. los diversos ministros', sobre todo el de quien preside, sugiriendo en ocasiones una praxis más persuasiva bajo el aspecto humano y pastoral (por ejemplo, cuando se habla de la acogida a los padres en el bautismo de los niños o a los esposos en la celebración del matrimonio; de la atención que se ha de tener para con quienes no son o sonescasamente creyentes y que, sin embargo, intervienen en una celebración sacramental), o estableciendo los criterios que han de seguirse en las opciones que tengan que hacerse, de suerte que los diversos elementos que 'integran el acto ritual estén en mayor consonancia con la naturaleza y las capacidades de las distintas asambleas, en orden a una participación plena, consciente y activa de los fieles.

Así es como una atenta e inteligente utilización de las nuevas formas cultuales, por parte de cuantos han tratado de descubrir y vivir su espíritu genuino, está haciendo brotar un cambio gradual de régimen.' del denominado régimen ritualista se está pasando a otro más atento a la experiencia religiosa. Es decir, van cambiando los puntos de referencia de una auténtica celebración y el criterio valorativo 'de su éxito o, mejor, de su eficacia pedagógico-pastoral. Más que el elemento espectacular, o la uniformidad rígida de la acción ritual, o la simple realización oficial de las palabras o los gestos, lo que se busca es la implicación personal de los distintos miembros de la asamblea, así como el valor efectivo de los signos rituales.

La misma sensibilidad de los participantes en la acción litúrgica se .va afinando cada vez más en relación con toda esta problemática. Los fieles, en número creciente, saben ya distinguir una celebración que sea una pura ejecución ritual de otra que esté bien animada y que les impliqué personalmente; lógicamente, eligen ésta y no aquélla, participando con interés en una, mientras que se aburren en la otra, hasta el punto de terminar abandonándola. Sin embargo, no pocos celebrantes mantienen aún la antigua mentalidad ritualista con que se les educó; por ello, se tiene la impresión, confirmada por rigurosas encuestas', de que se desconocen o, por lo menos, no se ha prestado atención a las indicaciones dadas para facilitar y hacer más viva la participación de los fieles, así como el compromiso ministerial de servicio y animación de la asamblea.

Así, en muchas de nuestras liturgias quien preside es todavía el factotum; suelen faltar los necesarios colaboradores en la celebración o no están técnicamente a la altura de su tarea; no existen para nada roles no formalizados, sencillos pero indispensables, como, por ejemplo, el de personas que acojan y acomoden a los participantes. A su vez, en muchas asambleas falta el toque unificador de la dirección, que no es ya el del ceremoniero —el garante de la fidelidad a las rúbricas, el que sugiere a los ministros lo que han de hacer , sino el unificador de quien preside y que es fruto de una sabia concordancia de todos en torno al acontecimiento y al misterio que se está celebrando, con las modalidades concretas de su realización.

Así pues, animar una celebración se ha convertido en una tarea difícil y compleja. Está estrechamente ligada a otras múltiples cuestiones que hoy se le plantean a la pastoral litúrgica: una participación "plena, consciente y activa" de los fieles (SC 14); el servicio que los distintos ministros están llamados a desempeñar; el significado y el alcance de la celebración litúrgica, así como la verdad y la ejecución de las palabras-gestos que convierten en ritual el acto.

Se trata, con todo, de una tarea indispensable para conseguir una liturgia viva realizada por hombres vivos.


II. Naturaleza, necesidad y fundamento de la acción litúrgica

1. SIGNIFICADO DEL TÉRMINO "ANIMACIÓN" Y SU NATURALEZA. En nuestras lenguas usuales, son múltiples los significados del verbo animar, que significa dar alma, dar expresión, dar movimiento, dar vitalidad, comunicar aliento vital tanto a acciones que se realizan como a personas que se encuentran en determinadas situaciones'. Dentro de la liturgia, esta vida y vitalidad son ante todo las de la asamblea congregada para celebrar el culto en espíritu y en verdad del NT. Pequeña o grande, homogénea (compuesta, por ejemplo, de muchachos [->Niños] o de  ->jóvenes) o diferenciada, regular o circunstancial, toda asamblea tiene un alma que es menester descubrir, hacer aflorar y vibrar, unificar en sus actitudes y movimientos. No se trata tanto de dar un alma a la asamblea cuanto de posibilitar que su va latente e inconsciente vitalidad se exprese efectivamente, valorando todas sus virtualidades y recursos. Lo cual será posible en la medida en que algunos —precisamente los animadores— se pongan al frente de los demás y se presten a ser su guía y sus servidores, de suerte que todos entren en acción y movimiento.

La celebración, además, es un conjunto ritual formado por palabras-gestos. También éstos tienen un alma, es decir, un significado que habrá que descubrir y poner de relieve; adquieren, pues, una connotación e importancia específicas dentro del dinamismo del acto ritual. También bajo este aspecto está confiada su animación a cuantos pronuncian las palabras o realizan los gestos y están al servicio de la asamblea.

2. FUNDAMENTO. Según se desprende de la descripción que nos da de la liturgia la constitución SC 7, y sobre todo de una reflexión sobre el significado etimológico del término leitourghia, tres son las realidades que integran su tratamiento: el ser la liturgia una acción; una acción dotada, además, de peculiares características y modalidades (acción simbólico-ritual); una acción, en fin, que implica al pueblo, es decir, a la asamblea litúrgica ya como destinataria (acción para el pueblo), ya como protagonista (acción del pueblo), según que se ponga de relieve en ella el sujeto invisible, mas siempre realmente presente y operante (Cristo resucitado), o el visible (la asamblea). Tanto si se considera la liturgia en cuanto acción como si se subraya su connatural dimensión popular, advertimos que la animación es su elemento cualificante y que, como tal, debe entrar en su misma definición. La necesidad de la animación litúrgica se apoya, pues, en un triple fundamento.

1. Ante todo, en el hecho de que la liturgia es acción. En efecto, como  ->historia de la salvación en acto en el hoy de la iglesia, la liturgia no es simple conocimiento o una idea, sino un drama; implica un movimiento, es decir, posee un dinamismo regido y guiado por unas leyes intrínsecas, que reflejan en el acto ritual, especialmente en el sacramental, la pedagogía aplicada por Dios en la historia para invitar y admitir a los hombres a la comunión con él, a fin de hacer de todos los hombres, alrededor de Cristo Señor, una comunidad de hermanos.

La celebración, pues, no es un simple conjunto de palabras-gestos yuxtapuestos o unidos de forma extrínseca y artificial, ni una sucesión insípida de elementos distintos,sino un gran movimiento que se desarrolla, se extiende, culmina y se concluye, igual que la historia salvífica de la alianza entre Dios y el pueblo, de la que es realización en el tiempo. Los elementos que la integran y se van sucediendo se organizan, pues, y se concatenan para constituir el gran ritmo, animado por un hálito y vitalidad interiores.

Esta concatenación se realiza en torno a tres ejes, que son otras tantas dimensiones o, mejor, fases sucesivas de la acción litúrgico-sacramental. Se captan ya en la celebración de la primera alianza entre Dios y los salvados establecida al pie del monte Sinaí (cf Ex 24,4ss); reaparecen cada vez que el pueblo la renueva, en circunstancias cruciales de su historia; se definen de modo más completo y preciso en la celebración de la nueva y eterna alianza sellada por Cristo con su sangre, con su sacrificio pascual. Dichos ejes son:

• La convocación de los creyentes en torno al Resucitado. Congregarse, en la fe, para celebrar el culto del Señor es un acto rico de significados y de compromiso. Distintos o separados, los cristianos están invitados a reconocerse unidos por una misma fe en un mismo Espíritu. Su reunión, además, está destinada a manifestar y proclamar, como acto profético, la palabra de Pablo: "Así, muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, y miembros todos los unos de los otros" (Rom 12,5).

Los ritos introductorios de la misa, como los de toda celebración litúrgica y sacramental (la acogida de los participantes, el canto, el saludo del celebrante con la oración siguiente, el eventual acto penitencial), son todos ellos elementos destinados a fomentar y expresar esta unanimidad y, por consiguiente, a introducir dinámicamente la celebración'. Los animadores deben tener en cuenta todo esto, valorando adecuadamente, según las circunstancias, uno u otro elemento y sobre todo armonizándolos entre sí, con lo que vendrá toda la celebración a beneficiarse de tal preparación; de lo contrario, adolecerá de pesadez y del hastío de una marcha lenta y penosa.

• El diálogo salvífico en torno a la palabra de Dios. Después del amén de la oración, la asamblea se sienta. No es una pausa o interrupción, sino un acto preparatorio de la liturgia de la palabra. "En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (SC 33).

La liturgia de la Palabra está organizada de tal modo que la asamblea tome conciencia de ser. el pueblo de la alianza (progresión del AT al NT), llamado a acoger la palabra como palabra de Dios y a darle hoy su respuesta (salmo, aclamaciones, profesión de fe, oración universal). En este largo diálogo la  ->homilía constituye el momento fuerte de la actualización e interiorización del 'mensaje; la  ->profesión de fe, el de la respuesta de adhesión y obediencia; y la oración universal, el de la invocación y de la súplica.

A diferencia de los ritos introductorios, el tiempo de la palabra es tiempo de escucha, meditación y contemplación. Propicia la respuesta de la asambles, que deberá ser de gozo, de adhesión, de oración. Tan importante es la palabra de Dios en la celebración litúrgica [->Biblia y liturgia, celebraciones de la palabra], que constituye una de sus principales articulaciones. Después del Vat. II, no hay acto litúrgico que no la tenga en cuenta o no la recomiende. Lo cual significa, desde el punto de vista de la animación, que, además de una buena presentación que actualice la palabra de Dios, se deberá hacer de ella uno de los elementos centrales de la celebración. Así que, a partir de la didascalía que viene prevista al comienzo de la misa, será conveniente evocar la palabra del día, pues es precisamente esa palabra la que indica el aspecto del misterio de la salvación que hoy se celebra. Las intenciones de la oración universal deberán igualmente tenerla en cuenta; la misma plegaria eucarística podría vitalizarse y actualizarse con una alusión a la palabra de Dios en forma de monición. Dígase lo propio para la introducción al Padrenuestro.

No obstante, se procurará evitar siempre el verbalismo, sin multiplicar las ideas ni prolongar demasiado este momento, a fin de no alterar las justas proporciones entre las distintas partes de la celebración.

• El tercer eje de la celebración está constituido por los signos con que se sella la alianza. Para comprender su sentido y su valor conviene meditar el episodio de los discípulos de Emaús (cf.Le 24,13ss). En su camino se encuentran con un desconocido; dialogan con él y entre sí, girando el diálogo en torno a la palabra de Dios, a cuya luz llegan a comprender su propia implicación en la alianza con Dios, cerrada en Cristo muerto y resucitado. Pero su camino desemboca en la fracción del pan. Desde la fe, reconocen en este signo al Cristo resucitado, se llenan de gozo y se convierten en sus testigos y anunciadores.

Sellar la alianza con Dios mediante los signos es un aspecto específico e importante de nuestras celebraciones; éstas no son una puesta de ideas en común, sino una inserción real, aunque sacramental, en el misterio de Cristo.

En la celebración de la eucaristía el signo con que se sanciona la alianza es la sangre de Cristo hecho presente en el gesto ritual de un banquete fraterno. La iglesia renueva en él la cena del Señor y actualiza su sacrificio pascual, en el que Jesús, tomando el pan y dando gracias, lo partió y lo distribuyó... (cf Mt 26,21s; Mc 14,22ss; Lc 22,15ss; 1 Cor 11,23ss). "De ahí que la iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes, que responden a las palabras y gestos de Cristo. En efecto: en la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos. En la plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el cuerpo y la sangre del Señor".

Hay en esta articulación de partes un movimiento que es necesario descubrir e iluminar, con un respeto total al significado y' valor de cada una.

Los ritos de presentación de los dones constituyen un momento preliminar, casi de paso y, en todo caso, funcional: se recogen las ofrendas y se preparan los dones'"; por consiguiente, no debe prolongarse indebidamente este momento. La celebración se convierte luego en acción de gracias con la plegaria eucarística, que posee por sí sola un gran ritmo, una granresonancia interior que, desde el diálogo inicial hasta el amén final, conduce a la asamblea presidida por el sacerdote a dar gracias, a hacer memoria y, por tanto, a actualizar el sacrificio pascual de Cristo, ofreciéndolo al Padre en el Espíritu e invocando su poder para la salvación de todo el mundo ". La plegaria eucarística, que es función propia y exclusiva del sacerdote, constituye a la vez el centro y núcleo de toda la celebración. Para que ella sea verdaderamente tal, es menester un esfuerzo especial para actualizarla. Se logrará plenamente cuando aparezca no como un gran texto en medio del cual se hace algo, sino como una gran acción en la que se expresa un texto. Hay varios elementos que le permitirán desempeñar su propio rol en el gran movimiento de la eucaristía: la belleza de los objetos, la simplicidad y la decoración sobria del altar, los gestos sencillos pero expresivos y una pronunciación perfecta (articulación impecable, voz alta, tono grave con un ligero lirismo, pero sin énfasis), ritmo sosegado con sus adecuadas respiraciones; conocimiento perfecto de las aclamaciones por parte de la asamblea, a fin de iniciarlas con decisión y sin titubeos.

La plegaria eucarística se concluye con los ritos de la comunión, por la que la eucaristía continúa siendo para nosotros, según la voluntad del Señor, banquete pascual o cena del Señor". La densidad de este momento es fruto de lo que se ha celebrado y del carácter sereno, atrayente y recogido de los ritos de la comunión.

La conclusión, breve y gozosa —que comprende los avisos, la monición conclusiva y la despedida—, en lugar de ser una terminación, pide su desarrollo en la vida ". Como acción ritual concreta, la celebración tiene su término; sin embargo, se convierte en algo auténtico cuando lleva a los participantes a abrirse al diálogo mutuo y al  ->compromiso de vida.

Cada parte de la celebración, pues, debe realizarse de tal modo que se constituya en apoyo dinámico para el momento subsiguiente, a fin de lograrse que la acción global progrese y se desarrolle toda ella sobre la base de los distintos ritmos y acentos que posee. Podemos aclararlo con una analogía: un drama no es una simple serie de secuencias o de cuadros, sino un conjunto organizado y concatenado y con un determinado ritmo; así es también la celebración litúrgica. La misma  ->catequesis deberá tenerlo en cuenta. En nuestra época, en la que el influjo de los medios de comunicación social [ ->mass media] es tan importante, urge más que nunca la coherencia armónica de movimiento en nuestras celebraciones.

2. La necesidad de la animación se basa, en segundo lugar, en el hecho de ser la celebración litúrgica una acción simbólica [ ->Signo/símbolo]. En efecto, se trata de una acción ritual que se traduce en actitudes, gestos y palabras; es un conjunto de signos a través de los cuales el Dios invisible se manifiesta y comunica su vida por medio de Cristo en el Espíritu y continúa así realizando su proyecto de amor para implantar o reavivar la nueva y eterna alianza. "En efecto, de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del Salvador se han hecho visibles al hombre, Dios quiere salvarnos y restaurar su alianza con nosotros por medio de signos visibles"'°. Optando por la vía sacramental, Dios se acomoda al hombre, espíritu encarnado, quien a través de los signos puede dar una respuesta defe a Dios, encontrándolo así y realizando con los hermanos una comunidad, un pueblo que lo reconozca en la verdad y le sirva fielmente.

Todo cuanto entra en juego en la celebración (la historia de la salvación, la fe, la comunión) está constituido por realidades invisibles que necesitan de signos para expresarse. Tales signos (palabras, gestos, cosas estructuradas concretamente en unos  ->ritos), aunque están tomados del contexto humano y vinculados a una determinada cultura, no significan algo útil y menos aún utilitarista: por encima de su visibilidad, remiten al Totalmente Otro, es decir, a realidades invisibles y trascendentes; son éstas las que les confieren su sentido pleno y total. Es, pues, en la palabra de Dios y en su referencia a la historia de la antigua y de la nueva alianza donde encuentran su significado y valor.

Todo esto nos ayuda a comprender y a valorar la importancia de los signos en la experiencia humana y cristiana. Los ritos tienen un gran relieve en la vida de cada día; no sólo le permiten al hombre expresarse y comunicar sus más profundos sentimientos; ayudan también a un grupo humano a reconocerse y a dar un sentido a su existencia. Los cristianos somos conscientes del peso que adquieren los ritos en nuestra experiencia religiosa; en efecto, a través de ellos podemos entrar en relación con Dios y reconocernos miembros de una comunidad. Hay más aún. "La actividad ritual —escribe J. Gelineau— no pone la mira en efectos puramente mundanos (de este mundo), sino en el advenimiento del reino. Así, en la liturgia no se come sólo para alimentar el propio cuerpo, no se canta sólo para hacer  ->música, no se habla sólo para enseñar y aprender, no se ora sólo para equilibrarel propio psiquismo. La liturgia es una actividad de tipo parabólico (que nos echa a un lado) o metafórico (que nos lleva a otra parte), alegórico (que habla de otra cosa) y simbólico (que une y junta).

Todo símbolo es ambivalente: oculta y revela —comunicándolo—el  ->misterio de que es signo. La revelación-comunicación del acontecimiento divino está ligada a la palabra de Dios y, por ello, a la fe y a la acción misteriosa del Espíritu; pero está confiada también a las mediaciones de la actuación humana de quien pone o acoge el signo. Son tan determinantes estas mediaciones, que pueden facilitar o comprometer dicha revelación-comunicación, haciéndola más difícil, cuando no imposible.

Hay todavía algo que subrayar: no puede confinarse el simbolismo en el marco del conocimiento. La liturgia, como cualquier otra actividad simbólica, no es únicamente noética, sino también pragmática: manifiesta y opera. Crea, pues, significados, pero también sentimientos, y por eso invita al hombre a tomar una postura. El orden del obrar es más importante que el del conocimiento, sobre todo en referencia a la fe.

Estas breves advertencias sobre la naturaleza simbólica de la liturgia tienen claras repercusiones y consecuencias en el plano de la animación litúrgica.

• "Puesto que la celebración eucarística, como toda la liturgia, se realiza por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se expresa, se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa yplena participación de los fieles"''. Aflora aquí, al programar y realizar la celebración, el problema de las selecciones, que han de hacerse no según los gustos de quien la anima, sino de manera que respondan al bien espiritual de la asamblea y con la aportación de todos los interesados directamente en ello.

• Todo responsable o animador litúrgico debe tener constantemente presente la naturaleza, el significado y la trascendencia de la acción ritual, sobre todo para el descubrimiento de los apoyos simbólicos de toda celebración, para una comprensión plena y sinfónica de la palabra de Dios y, finalmente, para evitar el dar a los ritos litúrgicos un sentido exclusivamente moralístico o ideológico: error éste en el que se suele caer, aunque sea con intenciones pastorales y catequéticas.

• Se habla con frecuencia de símbolos como si fuesen únicamente cosas: el pan, el agua, la luz... ¿Cómo evitar este modo unilateral de expresarse que se basa en el hecho de que el símbolo contiene siempre una realidad significante? Préstese la debida atención: el símbolo, más que una cosa, es siempre una acción humana, una acción de vida. No es, pues, cambiando la cosa (por ejemplo, sustituyendo el cirio pascual por una fuente de energía eléctrica) como resultará más fácil el paso del signo al misterio y, por tanto, a la vital inserción en él. No existen objetos en sí mismos simbólicos. Solamente pueden llegar a ser simbólicamente activos o en un determinado contexto cultural en el que un grupo concreto los considera tales, o en una situación particular en la que adquieren un sentido para el creyente. Nadie, pues, debe arrogarse el derecho a manejar los ritos a su gusto, ni a crear otros nuevos. La ->reforma litúrgica ha provisto ya a su simplificación, a la eliminación de algunos ritos que ya no responden hoy a la naturaleza más íntima de la misma liturgia o que son inoportunos, así como a un enriquecimiento de otros o a su revitalización, pues "deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves y claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones" (SC 34). Aun siendo precisa una catequesis —o, mejor, una mistagogia—, los signos lo son siempre del Totalmente Otro. Si sólo se pretendiese mantener en la liturgia palabras y gestos con un significado bien conocido, explícito y adquirido, toda función ritual se reduciría a cero. Los símbolos encierran siempre para los fieles un sentido que han de descubrir, un riesgo que han de aceptar, una promesa que han de mantener, una alianza que continuamente han de restablecer. Sería, pues, ilusorio creer que pudiera explicarse enteramente su significado; porque no son sólo palabras, sino una fuente inagotable de significados siempre nuevos y siempre posibles. Esta es su riqueza, como gran posibilidad que se ofrece a la fe de los creyentes en la celebración litúrgica. Ciertas celebraciones en las que prevalece como soberana la palabra del hombre son víctimas de ese espíritu ilusorio. Por consiguiente, quien trate de dar alma a los ritos, no debe 'pretender crear un efecto significativo preciso, determinado en principio por un símbolo concreto. Si por casualidad no se obtiene la animación deseada, ello no es necesariamente culpa del rito; puede depender de otros factores personales, ambientales o del  ->grupo que celebra la acción litúrgica.

• Aun siendo cierto todo lo dicho, pesa sobre quien se hace animador una gran exigencia: preocuparse siempre de la verdad en todo lo que se dice o se hace y en las cosas mismas que se utilizan en la celebración. A la verdad va también vinculada la belleza, que no es sino el esplendor mismo de la verdad y que está, a su vez, en estrecha conexión con la gloria de Dios, de la que los signos litúrgicos deben ser un reflejo y una epifanía. Aparece también aquí la estrecha relación existente entre  ->arte y liturgia: arte no sólo en los elementos materiales que componen el acto litúrgico, sino también en el decir mismo y en el hacer. Quien dirige las funciones rituales y quien, en general, es responsable de la acción sagrada no puede dejar de tenerlo en cuenta. Tampoco esta exigencia es de fácil actuación, dadas la educación ritualista y las estructuras rituales del pasado, que habían llevado a no pocos celebrantes a "actuar como si...", incluso sin ser conscientes de ello: se hablaba y (casi) nadie escuchaba; se leía en alta voz, mas pocos entendían; se exhortaba, pero nadie se entusiasmaba; hasta se presidía de espaldas.

El remedio ha sido restituir lo más posible verdad y belleza a palabras, gestos y cosas. La ley de la verdad de las cosas es una de las que han guiado la reforma posconciliar: pensemos, por ejemplo, en las nuevas disposiciones relativas al pan eucarístico para que aparezca como verdadera comida '8, en la posibilidad de la inmersión en la celebración del  ->bautismo 19, en los diversos gestos de toda celebración (saludos y diálogos, aclamaciones, movimientos procesionales, rito de la paz...), en los distintos elementos del edificio [ ->Arquitectura], en los vasos y ornamentos para la acción litúrgica" [-> Objetos litúrgicos/vestiduras], etc.

Pero lo que hace verdadera, viva y bella a la liturgia no son tanto las estructuras y los elementos que la constituyen, sino sobre todo el estilo, la manera de comportarse, el aliento interior que el celebrante consigue despertar en nosotros [ ->Estilos celebrativos]. Es el problema de la ->creatividad interior, la más sencilla pero muchas veces la más difícil de conseguir, porque exige un corazón inflamado por la caridad y vivificado por la fe. Tan verdad es esto, que con un mismo e idéntico programa ritual se puede llegar a resultados bien diferentes. En efecto, dicho programa es comparable a una partitura musical, la cual exige ser interpretada por el director y por los miembros de la orquesta; sólo entonces pueden obtenerse los resultados apetecidos.

El rito, pues, no funciona automáticamente. Si así fuese, estaríamos cayendo en la magia; pero es que el animador no es un mago. El rito pide ser personalizado, y ello supone la sensibilidad-capacidad para captar con fe su mensaje y adaptarlo a la asamblea.

3. La animación litúrgica, finalmente, se funda en un tercer hecho: la liturgia es acción comunitaria, que exige, como tal, la participación de todo el hombre y de toda la asamblea. "Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obipos" (SC 26). Implican, pues, a todo el cuerpo eclesial y exigen la participación plena de cada uno. Por consiguiente, deben reflejar el rostro armónico y total de la comunidad y manifestar la diversidad de miembros y funciones de todo elpueblo de Dios. Dentro de esta perspectiva se captan plenamente la naturaleza, las características, las finalidades y hasta los límites de la  ->participación en la celebración, que todo animador no sólo debe realizar, sino támbién promover, mantener y orientar en una dirección adecuada, etc.

• La participación que, la renovación litúrgica desea e inculca no debe ser sólo activa; debe ser también consciente, interior y plena (SC 14). El objetivo del animador no puede limitarse sólo a que los fieles actúen, es decir, cumplan los gestos y movimientos o pronuncien las palabras. Ello constituiría una simple forma de activismo religioso. Por el contrario, lo que el animador deberá buscar es que cuanto se dice o se hace dentro de la liturgia se cumpla conscientemente (de ahí la necesidad de la mistagogia), con convicción interior y con recta disposición de espíritu, de suerte que los fieles "pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano" (SC 11); tendrá que tratar de promover una participación ferviente de fe, de esperanza y de caridad, es decir, que lleve a los participantes a profesar la propia fe con los signos litúrgicos, así como a descubrir en ellos las motivaciones de la propia esperanza y a actuar a través de los mismos las exigencias de la caridad y del servicio a los hermanos. En una palabra, el animador ha de ayudar a los fieles a insertarse en el misterio de Cristo que celebra la liturgia, a participar en su obediencia sacrificial, a vivir el  ->sacerdocio del que participan mediante los  ->sacramentos de la  ->iniciación cristiana.

La inserción del fiel en el misterio que se celebra debe ser total. Se lo exigen la naturaleza de la liturgia —que es acción— y hasta la naturaleza misma del hombre, que es espíritu encarnado. "La experiencia litúrgica... afecta de manera singular a todo el hombre"27, es decir, implica a todas sus facultades, a su corporeidad y, por tanto, a sus actitudes interiores y exteriores. De ahí los grandes deberes de los animadores: valorizar la aportación que puede ofrecer el cuerpo al momento cultual, no como gimnasia gratuita e impuesta desde fuera, sino como signo destinado a expresar y favorecer los sentimientos de gozo, de gratitud, de adoración, de compunción y de escucha; manifestar visiblemente la salvación global (alma y cuerpo) que se le ha dado al hombre en Cristo Jesús; y, finalmente, fomentar el sentido de la comunión y de la unidad de la asamblea.

Otra de las atenciones de los animadores ha de ser la promoción y valorización del  ->silencio en la celebración; silencio que favorece la escucha y la contemplación y que, por consiguiente, ha de considerarse y vivirse como parte integrante de la acción y no como simple momento de espera y de paso entre un rito y otro.

• La dimensión comunitaria y la estructura jerárquica de la acción litúrgica no pueden reafirmarse como un dato puramente teológico: deben hacerse concretas y visibles en el plano celebrativo. Ante todo, es necesario que toda la celebración se desarrolle en su contexto natural, es decir, el de la asamblea litúrgica; teniendo presente que, cuando a la celebración le falta dicho contexto, queda privada no de un elemento accesorio, sino de un signo fundamental, dentro del cual adquieren su pleno sentido los demás signos. He aquí por qué laconstitución litúrgica recuerda que "siempre que los ritos... admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, se inculque que hay que preferirla... a una celebración individual" (SC 27) [ ->Concelebración]. No obstante los pasos que se han dado, queda todavía mucho camino por andar en esta dirección.

Siendo la celebración un acto de la iglesia, comunidad ministerial en su conjunto, se impone en ella una adecuada distribución de las tareas y funciones previstas para su realización. Problema éste de no fácil solución, entre otras razones porque son aún muchos los sacerdotes con una larga costumbre de hacer de factotum en la liturgia. Entre los servicios previstos hay que recordar el de la acogida, que resulta indispensable especialmente en algunas ocasiones y en determinadas situaciones; el de la lectura-proclamación de la palabra de Dios y del canto; el de la recogida de ofrendas; y, finalmente, el de la distribución —aun en forma extraordinaria—de la comunión. Se trata de servicios o ministerios alentados por la misma legislación litúrgica actual. Baste pensar cuán significativa novedad representa el capítulo "Ministerios y servicios" que se encuentra en las Introducciones de los nuevos libros litúrgicos.

Quien tiene en la comunidad, particularmente en la celebración, la función principal de la animación, es decir, el presbítero, deberá esmerarse en descubrir los carismas de los miembros de la asamblea, ayudándoles a expresarse, movido por una doble preocupación: que los servicios litúrgicos no sean funciones puramente rituales, sino índices de un servicio a los hermanos, que se extiende incluso al antes y al después de la función; que se salve siempre la distinción de losdiversos cometidos sin indebidas ingerencias o peligrosas confusiones (cf SC 28); y, finalmente, que se garantice a los ministros una adecuada formación bíblico-litúrgica, espiritual y técnica.

• Queda un último punto que subrayar. La participación de los fieles y su afectiva co-implicación en la acción litúrgica pueden verse condicionadas, cuando no comprometidas, por una serie de diversos factores. Convendrá tenerlos en cuenta para eliminarlos o al menos neutralizarlos, en la medida de lo posible. Podría tratarse de factores inmediatos y locales; por ejemplo, una disposición poco favorable de la asamblea en relación con el lugar de la celebración, inadecuado para estar y actuar juntos; o un deficiente dispositivo acústico; o un ritmo excesivamente lento o, por el contrario, muy acelerado del rito; un horario intempestivo, etc. Podría tratarse incluso de factores más hondos, ya de carácter personal, ya de índole cultural, cuyas causas es más difícil descubrir y, por tanto, eliminar.

Se deberá, por consiguiente, recortar el maximalismo ingenuo de quien apunta a una participación a toda costa, sin preocuparse demasiado de lo que puede significar concretamente para los presentes. La animación deberá respetar más y mejor el juego de las libertades personales, sin apoyarse sólo en la experiencia afectiva y comunional o en la atmósfera de.entusiasmo, para no convertir el rito en un medio de presión, aunque sea religioso. Deberá tenerse en cuenta también la cultura de las diversas asambleas, es decir, el conjunto de valores y modalidades expresivas propios de todo grupo de personas. La liturgia, afirma el decreto Ad gentes 19, es la celebración de la fe de unpueblo; para que sea auténtica, es necesario que se desarrolle conforme al carácter del pueblo, pues de lo contrario se reduce fácilmente a formalismo. De ahí el deber de la  ->adaptación, si bien dentro de unos límites determinados y con ciertas condiciones, reconocida por los documentos conciliares y por los mismos libros litúrgicos.


III. El servicio de la animación: sujetos, características, modalidades

La animación es un auténtico ministerio litúrgico. Pues quien se hace animador se pone al servicio de la asamblea para ayudarla a hacerse responsable de su oración y a entrar en el movimiento de la celebración. Lo cual exige no sólo un carisma del Espíritu, sino también unas capacidades específicas, incluso técnicas.

1. LECCIÓN DE LA HISTORIA. El rol del animador puede parecer nuevo, algo así como una necesidad surgida de las instancias que ha venido imponiendo a la  ->pastoral litúrgica la renovación reciente [ ->Reforma litúrgica]. Sin embargo, tiene sus raíces remotas en la historia y en la praxis de la liturgia. Ya la conocida Apología del mártir Justino (+ ca. 165) atribuye a quien preside una auténtica tarea de animación, cuando habla de la exhortación que él dirige a los presentes después de la lectura de los escritos proféticos y de las memorias de los apóstoles, o bien cuando afirma que él da gracias "como mejor se le inspire".

Como se desprende de algunos escritos patrísticos, confirmados por una antigua tradición litúrgica que han mantenido sobre todo las iglesias orientales, al diácono—como privilegiado intermediario que es entre la acción ritual y la asamblea— se le confía un verdadero servicio de animación. En la Didascalia apostolorum (primera mitad del s. ni) se registra la preocupación por el buen orden y por la "buena disposición" de los fieles. De todo ello son responsables, juntamente con el obispo, dos diáconos: uno aparece ocupado en velar por el perfecto desarrollo de la celebración, con el fin de que, en la atenta escucha de la palabra de Dios y en la prosecución celebrativa con el debido fervor, nadie se distraiga por culpa de alguien "que charla, se duerme, se ríe o hace cualquier ademán"; el otro, por su parte, presta su servicio a la entrada, acogiendo a cuantos llegan e indicándoles sus puestos respectivos".

La institución más tardía de las órdenes menores (ostiariado, acolitado, lectorado) nace de análogas preocupaciones.

2. DIVERSOS NIVELES DE RESPONSABILIDAD EN LA ANIMACIÓN LITÚRGICÁ. Desde el ángulo de la pastoral litúrgica actual conviene distinguir diversos grados y formas de asumir responsabilidades, habida cuenta no sólo de los distintos niveles de participación, sino también de la estructura y del dinamismo de la celebración.

a) Antes de la celebración. Antes de pensar en las responsabilidades que asignar en la celebración, es necesario prever y realizar todo aquello que la prepara o la hace posible: la preparación del ambiente y la disposición de los distintos elementos; la indicación de los subsidios; el orden de las intervenciones y de los cantos; la cordial acogida de los participantes, con atención particular a los turistas", a los ancianos v a los niños. Setrata de adoptar actitudes y ofrecer sugerencias útiles o necesarias, a fin de que los participantes se sientan cómodos, se encuentren en óptimas condiciones para la celebración y puedan, por tanto, vivirla fructuosamente.

b) Durante la celebración. Se procurará distribuir los roles previstos durante la acción litúrgica, teniendo en cuenta no sólo su movimiento y sus diversas partes, sino también las posibilidades-capacidades tanto de la asamblea como de los que están a su servicio. Unos, pues, harán de animadores para facilitar la convocación-comunión; otros proclamarán la palabra y ayudarán a los fieles a acogerla con fe y a prestarle su respuesta gozosa y orante (lectores, salmistas, cantores); otros, finalmente, .colaborarán para que• los signos de Cristo sellen fructíferamente la alianza entre Dios y el pueblo (presidente de la asamblea, diáconos, acólitos, etc.). Se presuponen, por tanto, varios tipos de animadores, que intervendrán complementariamente e,n momentos diferentes: el lector ofrecerá la palabra de Dios al corazón y espíritu de cada uno; el cantor velará por la unanimidad de las voces y las dirigirá; el organista despertará el gozo y el recogimiento, etc. [-> Asamblea, III, 2, c-d]. Cada uno habrá de buscar, como cumplimiento de su servicio, la manera de hacer avanzar 'la celebración, garantizando su ritmo, sus acentos, sus necesarias pausas o intervalos, el equilibrio entre la duración de sus distintas partes, etc.

c) Rol de quien preside. A quien preside la celebración le corresponde un puesto y un cometido particulares y específicos. Es tal vez el papel más importante y decisivo. Ante todo, porque hacesensible en medio del pueblo congregado la presencia de Cristo, cabeza del cuerpo o de la iglesia, y, en segundo lugar, porque está llamado a coordinar a todos los demás animadores y a desempeñar el ministerio de la síntesis. No es el amo de la celebración, sino el primer servidor del pueblo. En cuanto tal, tiene un cometido múltiple y articulado,. que exige un verdadero arte: vela por el buen funcionamiento de los ritos, está atento al dinamismo del conjunto (a diferencia de los otros animadores, que deben preocuparse más bien de cada parte o de determinados aspectos); se esmera en acercar los textos y los ritos a las personas congregadas para la celebración; está atento a que todo animador dé lo mejor de sí mismo en su servicio; y, finalmente, hace un poco de todo para fomentar la unidad y comunión entre todos los miembros de la asamblea. Estos cometidos exigen una técnica, que es fruto de empeño y ejercicio, y que exige competencia, buen sentido pastoral y una preparación seria.

3. EL "GRUPO" DE ANIMACIÓN Y SU PREPARACIÓN. Una animación seria y eficaz exige un trabajo concertado y de colaboración que no puede quedar a la iniciativa de cada animador. De ahí la importancia de un grupo de .animadores, organizado y funcional, en toda comunidad. Para su formación no hay receta. Deberá brotar de las necesidades y posibilidades de cada lugar. La iniciativa podrá partir del sacerdote, de religiosas o de seglares. Todos estos componentes del pueblo de Dios deberían normalmente participar en la tarea. Lo que cuenta es que se muestren todos y cada uno .dispuestos a trabajar en equipo, comprometiéndose, en particular, a reflexionar sobre la celebración para hacerse intermediarios de las realizaciones de los fieles, para transmitirles el eco de la vida y las preocupaciones de la gente, así como para garantizar un perfecto desarrollo de la misma celebración.

Todo esto requiere una seria preparación. Fundamentalmente, una preparación remota, la cual implica una sensibilidad habitual frente a la historia y la vida, para saber hacer de ellas una lectura desde la fe e introducirlas en la celebración, así como una atención a las distintas mentalidades y culturas y a los miembros —especialmente ocasionales— de la asamblea; pero lo que exige sobre todo es una profundización, fruto de un estudio incesante del sistema ritual, es decir, de la liturgia, de su naturaleza, de sus leyes, de sus dimensiones, de su carga teológica, pastoral y espiritual, y hasta del mismo sistema antropológico implicado en el rito. A ello pueden contribuir notablemente las ciencias humanas [->Antropología; ->Psicologíá; ->Sociología]. Se necesita también una preparación próxima, relativa al peculiar servicio de animación que se está llamado a prestar aquí y ahora, al significado que tiene, a las características, ámbitos, límites, etc.

Las modalidades concretas para garantizar la adquisición de tales competencias pueden ser múltiples. Garantizada siempre Ja indispensable gradualidad, la 1 formación puede recibirse mediante cursos sistemáticos, sesiones, fines de semana y subsidios adecuados.

4. DISPOSICIONES Y ACTITUDES NECESARIAS EN TODO ANIMADOR LITÚRGICO. El ejercicio del ministerio de la animación exige, en quienes se ponen al servicio de la asamblea, algunas disposiciones comunes a todos ellos, las cuales representan otras tantas condiciones para el éxito en el desempeño del propio rol. En primer lugar, es indispensable que los animadores se sitúen ante la asamblea, con el servicio que le prestan, en una actitud justa. Han de conocer ante todo su cultura, sus problemas, sus esperanzas y sus posibles tensiones, así como sus dimensiones numéricas y sus posibilidades concretas de expresión, para no exigir más de lo que los fieles pueden dar, para no ejercer ningún género de violencia moral y, por tanto, para tenerlos en cuenta a todos y no sólo a algunos con los que se simpatice más; y, sobre todo, para no separar el acontecimiento. salvífico, que se conmemora en la celebración, de su real presencialidad en la historia y en la vida de una comunidad con-creta de creyentes.

Dentro de esta perspectiva aparecen también otras exigencias. Ante todo, no se deberá hacer acepción ninguna de personas en la asamblea litúrgica (cf SC 32). No se trata de disimular eventuales diferencias, sino de reconocerlos a todos como iguales ante Dios. Siendo esto válido para los particulares, lo es igualmente para las minorías de índole social, cultural y hasta lingüística. Existe también el deber de respetar al máximo los caminos de fe individuales. Todos los que forman la asamblea están llamados a la santidad, a la plena confesión de la fe, al banquete del reino. Pero todos están en camino: hay quienes buscan a Dios con sinceridad; quienes, aunque bautizados, son escasa-mente creyentes; quienes, finalmente, tratan de vivir comprometida-mente su comunión con Dios y con los hermanos. En nuestro tiempo, con su pluralismo no sólo en la cultura, sino también en la adhesión a la fe y, por tanto, en la práctica religiosa, los animadores deberán estar atentos al estilo que han de adoptar y a la dosificación de las formas en la acción ritual, para no reclamar de todos un comporta-miento uniforme y, sobre todo, para no exigir idéntica intensidad en unas mismas opciones o actitudes. También esto es signo de respeto.

Los animadores, además, deben tener clara conciencia, tanto en el plano teórico como en el práctico, de sus propios límites personales, así como de los inherentes a la tarea que desempeñan; jamás tengan, pues, la pretensión de sustituir a los demás y mucho menos a la asamblea. Así, por ejemplo, un cantor canta para facilitar y apoyar el canto de todos y no para ahogar-lo con su voz o para humillarlo.

Cada animador, finalmente, deberá estar dotado de imaginación y fantasía para comunicar viveza y variedad a la celebración, para evitar un cierto mecanicismo que genere fácilmente rutina y tedio, así como para no repetir en una asamblea lo que se ha visto hacer en otra, tal vez muy distinta en su composición y naturaleza. Estará siempre atento a su adhesión personal a todo lo que dice y realiza, para ayudar a todos a hacer lo mismo, consciente de su papel mediador, que lo mantendrá aleja-do de un doble peligro: el de atraer más la atención sobre su persona y sus técnicas expresivas que sobre Aquel de quien es signo y sobre el acontecimiento de que es instrumento; y el de realizar gestos raros, impersonales, neutros y absoluta-mente nada incisivos.

Con estas condiciones, la acción litúrgica se convertirá en una verdadera profesión de fe actuante 3° y en una rica experiencia de comunión con Dios y con los hermanos.

[-> Asamblea; Creatividad, VII; Formación litúrgica de los futuros presbíteros, IV]

L. Brandolini

BIBLIOGRAFÍA: Borobio D., Ministerios laicales. Manual del cristiano comprometido, Madrid 1984; Participación y ministerios litúrgicos, en "Phase" 144 (1984) 511-528; Filthaut Th., La formación litúrgica, Herder, Barcelona 1963; Gelineau J., Liturgia para mañana. Ensayo sobre la evolución de las asambleas cristianas, Sal Terrae, Santander 1977; Laurentin A., Liturgia en construcción. Los gestos del celebrante, Marova, Madrid 1967; López Martín J., Para participar mejor enla liturgia, en "Imágenes de la Fe", PPC, Madrid 1985; Maldonado, Cómo animar y revisar las eucaristías dominicales, PPC, Madrid 1980; Margallo F., Para presidir la eucaristía. Encuentro de Dios y el hombre, PPC, Madrid 1975; Martín Pintado V., Liturgia y talante eelebrativo, en "Phase" 107 (1978) 443-458; Tena P., Las asambleas litúrgicas y su presidente, en "Concilium" 72 (1972) 185-197; Thurian M., La liturgie vivante, en "Notitiae" 8 (1972) 160; Vergote A., Gestos y acciones simbólicas en la liturgia, en "Concilium" 62 (1971) 198-211.