RECIBIR LA COMUNIÓN EN LA MANO

Una mano abierta que pide, que espera, que recibe. Mientras los ojos 
miran al Pan eucarístico que el ministro ofrece y los labios dicen "amén". 
¿No es una actitud expresiva para recibir el Cuerpo de Cristo? 

Hay varios gestos simbólicos en torno a la comunión: la fracción del 
pan, la procesión hacia el altar cantando, el participar tanto del Pan como 
del Vino, el que el Pan sea consagrado en la misma celebración etc. 

El modo de realizar este rito debe ser expresivo de cómo entendemos 
el Misterio de la autodonación de Cristo, precisamente en el momento 
culminante del sacramento. 

Esta vez vamos a reflexionar sobre el "nuevo" -pero no tanto— modo 
de recibir la comunión: en la mano. 

La mano como un trono

Durante varios siglos la comunidad cristiana mantuvo con naturalidad la 
costumbre de recibir el Pan eucarístico en la mano. 

Hay testimonios numerosos de diversas zonas de la Iglesia: Africa, 
Oriente, España, Roma, Milán... Como el de Tertuliano, en su tratado 
sobre la idolatría, en que se queja de que algunos puedan con la misma 
mano recibir al Señor y luego acercarse a los ídolos; él comenta que 
estas manos "son dignas de ser cortadas". 

El más famoso de estos testimonios es el documento de san Cirilo de 
Jerusalén, en el siglo IV, que en sus Catequesis sobre la Eucaristía nos 
describe cómo se acercaban los cristianos a la comunión: 

"cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no te acerques con 
las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino 
haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se 
sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y 
responde Amén... " 

Naturalmente las pinturas y relieves de la época reflejan esta 
costumbre de recibir la comunión en la mano extendida. 

Y además durante un tiempo y en varias regiones se daba con igual 
espontaneidad la costumbre de que los.cristianos pudieran llevar el pan 
consagrado a sus casas, el domingo, para poder comulgar ellos mismos a 
lo largo de la semana. 

El cambio a la boca

Poco a poco, y por diversas razones, cambió la sensibilidad del pueblo 
cristiano respecto al modo de comulgar. 

El paso a recibir el Cuerpo del Señor en la boca no se hizo por decreto 
ni uniformemente. En algunos lugares a lo largo de los siglos VII-VIII ya se empezó a pensar que las mujeres era mejor que no recibieran la 
comunión en la mano directamente, sino que usaran un paño limpio sobre 
la misma. Otros lo extendieron pronto también a los hombres. Y por fin (y 
no precisamente empezando de Roma) se fue generalizando la 
costumbre de depositar la partícula consagrada del Pan directamente en 
la boca. 

Los motivos de tal cambio no son fáciles de concretar, porque tampoco 
fueron uniformes en las diversas regiones: 

* puede ser que en algunas influyera el miedo de profanaciones de la 
Eucaristía por parte de los herejes, o de prácticas supersticiosas, que 
disminuirían si la comunión se recibía en la boca (aunque estos hechos 
sacrílegos siguieron existiendo también siglos más tarde, con el nuevo 
modo), 

* otros pensaron que la nueva forma de comulgar ponía más de 
manifiesto el respeto y la veneración a la Eucaristía, en un periodo en 
que se fue acentuando progresivamente este aspecto de adoración y de 
misterio, 

* pero sobre todo parece que la razón de la evolución fue la nueva 
sensibilidad en torno al papel de los ministros ordenados, en contraste 
con los simples fieles; se fue acentuando la valoración de los sacerdotes 
y paralelamente el alejamiento de los laicos: estos ya en el siglo IX—que 
es cuando más decididamente se cambió el rito de la comunión—no 
entendian el latín, el altar ya estaba de espaldas, el pan se convirtió en 
pan ácimo, ya no participaban en el Cáliz... De ahí a considerar que las 
únicas manos que podían tocar la Eucaristía eran las sacerdotales no 
hubo más que un paso. 

Varios concilios regionales del siglo IX ya establecían como normativo 
que los laicos no podían tocar con sus manos el Cuerpo del Señor: así el 
de Paris (829), Córdoba (839), Rouen (878), etc. 

En Roma la nueva modalidad de la comunión en la boca entró hacia el 
siglo X (Ordo Romanus X, del año 915). 

Las pinturas y demás representaciones de la época ya empezaron a 
reflejar la nueva costumbre, proyectándola también al pasado: Jesús 
aparece con frecuencia dando la comunión a sus apóstoles en la boca... 

En conjunto, el nuevo rito de depositar la comunión en la boca fue una 
costumbre—y luego una norma—que respondía adecuadamente a la 
comprensión global del misterio eucarístico, y hay que considerar que 
sigue siendo un modo digno de celebrar el rito de la comunión, aunque 
no el único. 

Recuperación de la práctica antigua

Con ocasión de la reforma litúrgica conciliar fue creciendo el deseo de 
que los fieles pudieran recibir la comunión en la mano, restaurando así la 
vieja costumbre. 

Desde Roma se hizo a fines de 1968 una consulta al Episcopado de 
todo el mundo, que dió como resultado que más del tercio del mismo veía 
la posibilidad con buenos ojos. Ante la falta de unanimidad—los otros dos 
tercios preferían seguir con la comunión en la boca—apareció en 1969 la 
Instrucción "Memoriale Domini", donde, manteniendo la vigencia de la 
comunión en la boca, se establecía el camino a seguir: en aquellas 
regiones en que el Episcopado lo juzgue conveniente por más de dos 
tercios de sus votos, se podrá dejar a los fieles la libertad de recibir la 
comunión en la mano, salvando siempre la dignidad del sacramento y la 
oportuna catequesis del cambio. 

Así muchos Episcopados—ahora ya en mayor proporción favorable— 
fueron pidiendo y obteniendo esta facultad. El de España, por ejemplo, la 
pidió oficialmente a fines de 1975, y recibió la respuesta afirmativa en 
febrero de 1976. Ello sucedió, por cierto, después de un 
período—demasiado largo—en que la indecisión propia y la delantera 
que nos tomaron otros países vecinos engendrara no poca tensión en 
nuestras comunidades. 

El decreto de concesión dejaba en libertad a cada Obispo para 
introducir o no en sus respectivas diócesis el nuevo modo de comulgar. 

Va también relacionado este hecho con la otra "novedad" que se 
estableció en 1973: que también los laicos pueden ser llamados en 
determinadas circunstancias al ministerio de la distribución de la 
Eucaristía dentro y fuera de la celebración. 

Motivos de una preferencia

Los dos modos de recibir el Cuerpo del Señor tienen sentido, y los dos 
pueden expresar igualmente nuestra comprensión y nuestro respeto al 
misterio eucarístico.

Son varios, sin embargo, los motivos que han llevado a muchos a 
preferir la comunión recibida en la mano: 

* parece un modo más natural de realizar el rito; es más normal 
depositar lo que se ofrece en la mano que en la boca; 

* es más delicado y más respetuoso con la persona que va a comulgar, 
que así tiene también una intervención más activa en la comunión: la 
recibe del ministro eclesial, pero a la vez es él que "se comulga" a sí 
mismo; recibirla en la boca expresa bien que "recibimos" la Eucaristía por 
mediación de la Iglesia, pero hace menos transparente nuestra 
intervención activa en el rito; 

* es más fácil el diálogo que acompaña al gesto: "Cuerpo de Cristo", 
"Amén": no se dice mientras se tiene que abrir la boca, sino mientras se 
recibe en la mano; 

* expresa más claramente la dignidad del cristiano laico: por el 
Bautismo todos formamos parte del pueblo sacerdotal, todos somos hijos 
y hermanos en la familia de la Iglesia; esta modalidad "debe aumentar en 
él el sentido de su dignidad de miembro del Cuerpo Místico de Cristo, en 
el cual está insertado por el Bautismo y por la gracia de la Eucaristía, y 
acrecentar también su fe en la gran realidad del Cuerpo y de la Sangre 
del Señor, que él toca con sus manos" (carta anexa a la instrucción 
"Memoriale Domini"). 

El sentido de una mano extendida que recibe

Nuestras manos tienen evidentemente una gran fuerza expresiva. En 
muchas ocasiones se convierten en nuestro lenguaje más elocuente, 
junto con la mirada. Manos como signo de actividad, de trabajo, de 
fraternidad. Manos consagradas de sacerdote. Manos que se lavan antes 
de la Eucaristia como signo de purificación interior. Manos que se elevan, 
vacías hacia el cielo en gesto de oración. Manos que ofrecen o que 
reciben. Todo ello nos habla de unas manos que se convierten en un 
retrato simbólico de las actitudes interiores. Alguien ha dicho que la mano 
es la inteligencia hecha carne. 

Acudir a la comunión con la mano abierta quiere representar 
plásticamente una actitud de humildad, de espera, de pobreza, de 
disponibilidad, de acogida, de confianza. Ante Dios, nuestra postura es la 
del que pide y recibe confiadamente. Y la comunión del Cuerpo de Cristo 
es el mejor Don gratuito que recibimos a través del ministerio de la Iglesia. 

Esa mano tendida habla claramente de nuestra fe y de nuestra postura 
interior de comunión.

Las dos manos abiertas y activas: la izquierda, recibiendo, y la derecha 
apoyando primero a la izquierda, y luego tomando personalmente el 
Cuerpo del Señor: dos manos que pueden ser signos elocuentes de un 
respeto, de una acogida, de un "altar personal" que formamos 
agradecidos al Señor que se nos da como alimento salvador. 

No "coger", sino "recibir"

El decidirse por la mano o por la boca a la hora de comulgar no tiene 
excesiva trascendencia. Ambas maneras pueden ser respetuosas y 
expresivas. 

Pero hay un aspecto que sí vale la pena subrayar: no es lo mismo 
"coger" la comunión con la mano que "recibirla" del ministro. El recibir los 
dones de la Eucaristía, el Cuerpo y Sangre de Cristo, de manos del 
ministro (el presidente o sus ayudantes) expresa mucho mejor la 
mediación de la Iglesia. Los sacramentos no los cogemos nosotros, sino 
los recibimos de y por y en la Iglesia. La comunión no debe convertirse en 
un "self-service", sino una celebración expresiva no sólo del sentido 
personal del don sino también de su dimensión comunitaria. 

Parece que durante siglos, tanto en Oriente como en Occidente, la 
norma no fue que ni los mismos ministros concelebrantes "cogieran" la 
comunión con sus manos, sino que la recibieran del celebrante principal. 

Algunos ritos orientales, como el armenio o el nestoriano, todavía 
conservan la costumbre de que los presbíteros concelebrantes "reciben", 
y no "cogen" personalmente de la mesa del altar el Cuerpo del Señor. 

Incluso para los sacerdotes tiene más sentido que "reciban" la Eucaristía 
del ministro principal, como del mismo Cristo, expresando así más 
claramente que la Eucaristía, también para ellos, es un Don. Al igual que 
han escuchado la Palabra proclamada por otro ministro, sin proclamarla 
personalmente ellos. Entre nosotros la norma actual para la 
concelebración es que pueden o bien acercarse al altar y coger con 
reverencia el Cuerpo de Cristo, o bien permanecer en su sitio y tomar el 
Cuerpo de Cristo de la patena que el celebrante principal—u otro de los 
concelebrantes—sostienen (IGMR 197). 

No es, por tanto, un modo expresivo de realizar el rito de la comunión el 
que el sacerdote deje sobre el altar la cesta o la patena con el Pan 
eucarístico y se vaya a sentar, dejando que los fieles lo tomen ellos 
mismos. Es mucho más transparente de lo que es la Eucaristía el que él 
mismo—y si hace falta con la ayuda de otros ministros—distribuya la 
comunión. Es Cristo el que nos da su Cuerpo y Sangre. Y el presidente 
es en la celebración su signo visible, el que hace sus veces. 

Lo mismo se tiene que decir de la costumbre de pasar de uno a otro la 
cesta del pan: puede parecer que así queda bien expresada la 
participación personal y a la vez la servicialidad fraterna hacia los demás. 
Pero en el momento actual, y siguiendo la norma del Misal, es mejor 
subrayar la mediación eclesial de esta distribución por parte del ministro.

La Eucaristia no es un hecho meramente personal (cogerla cada uno) ni 
tampoco sólo un gesto de fraternidad (pasarla uno a otro): sino un 
sacramento de comunión eclesial que también incluye la mediación 
vertical por medio de sus ministros. 

Sea cual sea la forma exterior del rito, lo que de veras importa es su 
finalidad última: que el cristiano que comulga entre en sintonía 
agradecida con el Don de Cristo, que responda interiormente, con fe y 
amor, a la donación del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y que exprese que 
esto sucede en el ámbito de la acción eclesial, no sólo en clave de 
devoción personal. 

Otras observaciones prácticas

El gesto es libre. Una vez que el Episcopado ha decidido, es el fiel el 
que opta por un modo u otro de comulgar, no el ministro el que lo impone 
ni en un sentido ni en otro según su gusto o preferencia 

Una oportuna catequesis puede preparar a los fieles a entender la 
razón de ser del nuevo gesto, sobre todo las primeras veces que se 
realiza, y a partir ya de la preparación de los niños a la primera comunión. 

El cambio no se elige porque hace bonito o es moda, sino que se debe 
convertir en ocasión de manifestar más expresivamente la fe y la 
reverencia hacia la Eucaristía. Y eso depende en gran medida de la 
catequesis. 

El modo más expresivo es el de extender la mano izquierda, bien 
abierta, haciéndole con la derecha, también extendida, "como un trono", 
como decía san Cirilo, para luego con la derecha tomar el Pan y comulgar 
allí mismo, antes de volver a su lugar. No se "coge" el Pan ofrecido con 
los dedos—a modo de pinzas—sino que el ministro lo deposita 
dignamente en la palma abierta de la mano. No se coge: se acoge. 

Naturalmente que cuando se va a recibir el Vino por "intinción", 
mojando en él el Pan, no cabe dar en la mano el Pan ya mojado.

Hay que dar su importancia al diálogo: el ministro que distribuye la 
Eucaristía muestra el Pan o el Vino al fiel, dice "Cuerpo de Cristo", o 
"Sangre de Cristo", y espera la respuesta del "Amén" para entregar 
pausadamente la comunión. 

JOSÉ ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 198.Págs. 45-50