PROFUNDIZAR EL SENTIDO DEL ADVIENTO

PEDRO FARNÉS

1. Qué significa la palabra «Adviento»

Adviento, como casi todo el mundo sabe, es una palabra latina que significa venida o llegada. Lo que quizá no todos saben -y saberlo ayuda a comprender mejor lo que significa esta palabra en el lenguaje litúrgico- es que la palabra Adviento es la versión latina no de una sino de dos vocablos griegos: parusía y epifanía.

Parusía y epifanía son dos términos bastante frecuentes en el lenguaje habitual de la época en que nace el cristianismo. El significado de ambas palabras esta emparentado, pero no se trata con todo de conceptos totalmente sinónimos. El Nuevo Testamento incorporó estos dos vocablos al vocabulario cristiano, adoptándolos a la nueva realidad evangélica. Posteriormente, cuando la Iglesia occidental pasó del griego al latín (s. III), tanto la palabra parusía como el término epifanía, se vertieron con un único vocablo: adventus. Es esta palabra la que aún hoy sirve para designar, entre otras realidades cristianas, las cuatro semanas que preceden al nacimiento humano de Cristo. La palabra epifanía por su parte se conservó parcialmente en su griego original para designar, como todos saben, una de las fiestas del ciclo navideño.

Para los antiguos paganos de la época apostólica -cuya lengua común era el griego1- la palabra epifanía se usaba para designar la entrada solemne -la aparición pública si se prefiere- del emperador cuando visitaba las ciudades de su imperio; parusía a su vez se usaba para designar la presencia del emperador, rodeado de su séquito, ante el pueblo. Los cristianos, pues, no sólo tomaron del lenguaje popular ambos términos, sino que los adaptaron a la nueva realidad evangélica. Con la mayor naturalidad empezaron a hablar de la parusía del Verbo de Dios que se hizo presente en la humanidad y puso la tienda de su presencia entre nosotros (Ju 1, 14) y de la epifanía del Hijo de Dios que, hecho carne, manifestó de modo visible la presencia del Dios invisible. Parusía y epifanía -adviento en la versión latina- empezaron, pues, a significar en el mundo cristiano -y continúan significando en nuestra liturgia- tanto la venida o visita del Señor como su presencia en medio del pueblo.

2. Qué es el tiempo de Adviento

Partiendo del significado cristiano y de la cristalización del vocablo en el uso cristiano posterior de la palabra Adviento, el tiempo que lleva este nombre puede describirse diciendo que es: 1) uno de los tiempos fuertes del ciclo litúrgico; 2) un tiempo fuerte menor que otros tiempos fuertes; 3) un tiempo fuerte bastante distinto de los otros tiempos también fuertes; 4) un tiempo litúrgico sin caracteres que sean exclusivos de este tiempo; 5) un tiempo fuerte que es el más reciente de los tiempos litúrgicos; 6) un tiempo fuerte que en la práctica de las comunidades queda fácilmente desfigurado, confuso o empobrecido. Veamos cada una de estas características del Adviento.

3. El tiempo de Adviento, un «tiempo fuerte»

Cuando cada año al finalizar las largas semanas del tiempo ordinario se inaugura el ciclo de Adviento pronto se descubre que las celebraciones, tanto dominicales como feriales, tanto de la misa como del oficio divino, cambian de ambientación. Todo ello fácilmente evidencia y hace comprender que se inaugura uno de los «tiempos fuertes» del ciclo litúrgico.

En los aspectos más externos el paso al tiempo de Adviento aparece, por ejemplo, en el color morado o en la sobriedad de los adornos2. En ámbitos bastante más importantes -y que por ello deberían cuidarse con mayor fuerza- los cambios aparecen principalmente en: a) el sistema de lecturas'3 (en la misa y en el oficio de lectura de la última semana de este ciclo) se pasa de la lectura continuada a la antología de textos bíblicos seleccionados; b) los himnos de Vísperas, Laudes y Oficio de lectura que, de muy variados y apropiados sólo a la hora, pasan a ser más repetitivos y propios del tiempo (IGLH 173)4; c) los cantos de la misa tal como los propone la liturgia en latín (cuando se trata como es el caso hoy casi exclusivo de cantos en lengua vulgar hay que velar este extremo y mejorar la celebración seleccionando cantos, sobre todo los de entrada de la misa y los himnos del oficio, que, aunque sean más pocos, deben resultar verdaderamente apropiados al tiempo de Adviento).

4. El tiempo de Adviento un tiempo fuerte «menor» que otros tiempos fuertes

Dividir el ciclo litúrgico en tiempo ordinario y tiempos fuertes es habitual y correcto. Pero puede tener también sus inconvenientes. El primero de ellos -de hecho harto frecuente- es el de establecer una cierta igualdad entre los diversos ciclos: todos son «tiempos fuertes», todos con sus propias peculiaridades, a cada uno de ellos, por tanto, hay que darles simplemente la atención que requiere un «tiempo fuerte».

Dos peligros acechan especialmente en este ámbito. El de subrayar exageradamente el Adviento y el de no jerarquizar debidamente los cuatro tiempos fuertes del ciclo litúrgico.

El hecho de que Adviento es el primero de los tiempos fuertes del año y el que además sigue a unas muy largas semanas de tiempo ordinario -que algunos sin razón llegan a tildar de «monótonas» - introduciendo una innegable «novedad» celebrativa frente a las semanas transcurridas invita a subrayar el comienzo de Adviento por encima de la inauguración de otros ciclos más importantes.

El segundo riesgo -emparentado con el anterior- es olvidar que el tiempo fuerte por excelencia no es Adviento, ni Cuaresma, sino la Cincuentena pascual. Tanto desde un punto de vista espiritual como en el campo de la tarea pastoral no deben agotarse, pues, todos los recursos al inicio del Adviento; es más, si junto al inicio de Adviento se subraya el comienzo del nuevo ciclo, no debería olvidarse alguna alusión al término del camino que no es la presencia -o encarnación- del Señor sino su triunfo y el triunfo de la humanidad que empieza su camino con la presencia del Señor y lo culmina con la sublimación de la humanidad en la persona del Mesías llevado a la gloria. Sería subrayar excesivamente el tiempo de Adviento, por ejemplo, pretender variar el mismo número de detalles que se varían en le Cincuentena pascual: si por Pascua, por ejemplo, se propone una respuesta propia a las peticiones de la Oración universal -v. gr. Rey victorioso, escúchanos- pretender variar esta respuesta también en los restantes tiempos fuertes5.

5. El tiempo de Adviento un tiempo fuerte «distinto» de los otros tiempos fuertes

El tiempo de Adviento se distingue de los demás tiempos fuertes por dos razones: es un ciclo que no tiene ni su inicio ni su fin con fronteras claramente marcadas. En efecto, por lo que al tiempo que precede al Adviento -al paso del «tiempo ordinario» al «tiempo de adviento»- hay que decir que, si bien es verdad que al llegar las semanas de Adviento aparecen toda una serie de «novedades», también lo es que las últimas semanas del tiempo ordinario están ya muy emparentadas con la espiritualidad propia de la venida -adviento- del Señor.

Las lecturas escatológicas de Daniel (Misa años impares. Oficio de lectura años pares), del Apocalipsis (misa años pares) y del anuncio de la destrucción de Jerusalén o de los profetas Ezequiel y Jeremías, que la profetizaron o lloraron sobre sus ruinas (Oficio de lectura años pares e impares respectivamente) nos sitúan ya en la órbita de los últimos tiempos y de la venida del Señor. Lo mismo cabe decir de los evangelios de los dos últimos domingos del año litúrgico en los tres ciclos y de los que se leen en las misas feriales durante las dos últimas semanas del tiempo ordinario; todos ellos son textos cargados de sentido escatológico. Otro tanto debemos decir de la solemnidad de Cristo Rey del universo, cuyo significado de «fin del tiempo presente» resulta claro en los textos de los tres ciclos dominicales.

Por otra parte históricamente la misma enumeración de las semanas de Adviento ha variado incluso en tiempos bien recientes: la liturgia ambrosiana y la hispana empiezan el Adviento dos semanas antes que la romana (tienen seis semanas de Adviento); por lo que respecta a nuestra liturgia romana, si bien hay cuatro domingos en que se usa el morado... del Adviento que aparece en los textos quizá habría que decir -como hemos notado en el párrafo anterior- que empieza ya en las últimas semanas del ciclo ordinario.

Por lo que se refiere al final del tiempo de Adviento en cierta manera por lo menos puede decirse que es el único ciclo que propiamente no termina. Podríamos decir que el tiempo de Navidad más que concluir el tiempo de Adviento lo intensifica con las fiestas de Navidad y Epifanía, presencia y manifestación más plena de Adviento, Parusía o Epifanía del Señor. Cuaresma termina con la nona del Jueves Santo y por la noche de este día se inaugura el Triduo pascual. La Cincuentena pascual tiene su inicio y conclusión festivos y solemnes en la Noche pascual y en el domingo de Pentecostés respectivamente; adviento, en cambio, tanto en su sentido de «parusía» (presencia) o «epifanía» (manifestación) al llegar el tiempo de Navidad se intensifica pero no desaparece. Con el nacimiento del Señor su presencia (parusía) es más intensa, su manifestación (epifanía) más clara.

Bastaría recordar, por ejemplo, como las lecturas más típicas del Adviento -Isaías- continúan leyéndose en el tiempo de Navidad o como una de las mayores fiestas de este ciclo se llama precisamente Epifanía que, como hemos visto más arriba, es la palabra que la tradición latina traduce por Adviento. El magnífico canto de entrada de la misa del día 6 de enero es también un índice claro de la identidad temática que une el tiempo de Adviento con las semanas de Navidad: «Mirad que llega (en latín advenit-adventus) el Señor del señorío»

6. El tiempo de Adviento, un tiempo cuyas características más propias no son exclusivas de este tiempo

Al decir que el tiempo de Adviento y su espiritualidad no tiene nada exclusivo queremos significar que la espiritualidad de Adviento es común a todos los ciclo litúrgicos, a toda la vida cristiana. La principal característica de este tiempo es, en efecto, la espera del Señor que llega y la vivencia del Señor presente. Es el tiempo de subrayar la esperanza cristiana. Ahora bien la esperanza no se puede reducir a unas semanas. La esperanza junto con la fe y la caridad- es uno de los pilares imprescindibles de la vida cristiana en su etapa de peregrinación. Sin esperanza no hay posibilidad de vida cristiana ni en las semanas que preceden a Navidad ni en ninguna otra época del año litúrgico.

Lo propio del Adviento es, pues, más que la esperanza el subrayado de la esperanza. Seguramente porque la esperanza del Señor que viene es un elemento esencial a todos los días de la vida cristiana, por ello la antigüedad no sintió la necesidad de introducir un tiempo de Adviento. El Adviento lo vivía en cada celebración y, si cabe, de una manera más marcada en la celebración de la noche pascual. ¿No es aún esto lo que vivimos también en la liturgia de nuestros días? ¿No decimos cada día venga a nosotros tu reino, ven Señor Jesús, bendito el que viene, te ofrecemos el sacrificio vivo y santo mientras esperamos su venida gloriosa? Y en la noche pascual, al bendecir el cirio ¿no rogamos al Señor que nuestra llama «arda sin apagarse y que el lucero matinal lo encuentre ardiendo (mientras velamos esperando) el salir del sepulcro de Cristo resucitado»?.

Parafraseando lo que dice Hipólito de la viuda consagrada cuya vocación particular es la oración que es el rol común a todos (edic. Botte, n. 10), podríamos decir que la finalidad del Adviento es la esperanza, que es común a todos los tiempos.

7. El tiempo de Adviento el tiempo litúrgico más reciente

Una de las pruebas de que el Adviento es menos antiguo que los otros ciclos es el hecho de que San León Magno (+460) no lo conoció. Este papa, en efecto, predicador célebre de los misterios del año litúrgico, tiene sermones para Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pascua, Pentecostés e incluso para las grandes fiestas del santoral, pero nunca en cambio se refiere al Adviento; ello es una de las pruebas de que la celebración de este tiempo es posterior a él. Los antiguos Sacramentarios por su parte no inician tampoco el año litúrgico con el tiempo de Adviento sino con las celebraciones de Navidad. El sacramentario gregoriano (s. VI-VII) es uno de los primeros códices que contiene ya algunas alusiones al tiempo de Adviento: unas pocas oraciones para este ciclo, pero situadas no al inicio del año sino casi como a manera de apéndice al final del ciclo. Seguramente se trata de los primeros conatos de organizar un tiempo litúrgico que, en sus orígenes por lo menos, se orienta como conclusión del ciclo litúrgico que revive la historia de la salvación desde el nacimiento de Cristo hasta su venida -su adviento- al fin de los tiempos. Es precisamente con esta misma visión -más de conclusión y final del ciclo que de preparación a la fiesta de Navidad- como presenta nuevamente el tiempo de Adviento el Vaticano lI: «En el ciclo del año se desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento (Navidad) hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor -Adviento- (Sacr. Conc. 102).

8. ¿Qué hacer para vivir el Adviento?

Después de haber visto el origen y sobre todo el significado teológico y espiritual del tiempo de Adviento, indiquemos brevemente unas pistas que puedan ayudar a la vivencia y profundización de lo que significa este tiempo. Las resumiríamos con las siguientes afirmaciones:

1) El tiempo de Adviento nos invita a vivir el hoy de la vida cristiana. La vida cristiana hoy se fundamente en la fe, la esperanza y el amor. Fe y esperanza no tendrán ya cabida en el mañana definitivo cuando nada ni nadie podremos esperar porque todo lo poseeremos (Cf. 1 C 13,13). Pero en el hoy de peregrinos la esperanza es uno de los pilares imprescindibles de la vida cristiana, del hoy de nuestra Iglesia y de cada uno de sus fieles, y el tiempo de Adviento sirve para avivar esta necesidad permanente.

2) Conviene subrayar las expresiones habituales de la esperanza cristiana que se contienen en la liturgia de todos los días y que nuestros labios repiten, quizá de manera casi inadvertida habitualmente («Venga tu reino», «Ven, Señor Jesús», «Mientras esperamos tu venida», «Bendito el que viene en nombre del Señor», etc.). Porque el cristiano dejaría de serlo si no esperara y pidiera la venida del Señor -del Mesias, del Cristo- y su presencia cada vez más intensa: por ello la liturgia cristiana repite cada día -no sólo en Adviento- diversas expresiones de esperanza. Pero no siempre estas expresiones se viven con la intensidad que tienen en sí mismas. El Adviento es una buena ocasión para revitalizarlas.

3) El esperar cristiano no significa confiar. Confiar en la ayuda de Dios es ciertamente necesario, pero constituye algo diverso -y menos importante- que lo que significa la esperanza, centrada no en la ayuda del Señor sino en su venida y presencia personal. La esperanza cristiana es una actitud muy parecida a la de Israel que, derrocado el reino por la cautividad de Babilonia, esperaba y pedía la pronta llegada de un nuevo Mesías o Cristo, es decir de un nuevo rey consagrado que rigiera los destinos de Israel. La esperanza cristiana se distingue únicamente por la figura de la persona y del reino que esperamos, pero no por su naturaleza. En nuestro contexto esperar no es, pues, sinónimo de confiar.

4) Otra de las finalidades de las semanas de Adviento es hacer que germine -o se acreciente- nuestro amor o añoranza por la venida del Señor, amar el Adviento, como dice el apóstol. Se trata de aquella actitud espiritual que hacía decir a Pablo: «Aguardo la corona merecida con que el Señor premiará no sólo a mí sino a cuantos anhelan su venida (2 Tm 4, 1).

5) Hay que habituarse, pues, a leer y contemplar la venida del Señor en las expresiones con las que Israel expresaba, en las diversas épocas de su historia, la venida del rey sucesor de David -del Mesías que esperaba. Las lecturas proféticas de Adviento -y muchos de los salmos- son a este respecto muy expresivos para nuestra esperanza en la realidad del hoy cristiano. Nosotros no repetimos la esperanza como la vivieron los profetas que esperaban un mesías que no había venido sino como el que ya está presente pero ha de venir cada día -sobre todo en el último día- de una manera más manifiesta.

6) Para esperar nuestro Mesías puede ser eficaz vivir la verdadera pobreza de la Iglesia: la Iglesia, que es santa por lo que tiene de Jesús, es también verdaderamente pobre y por ello necesitada de una presencia del Señor más intensa y manifiesta. El papa, los obispos, cada uno de nosotros somos pobres y por ello esperamos que venga Cristo -el que ama a la Iglesia pobre- el único que enriquecerá nuestra pobreza. El Adviento nos invita, pues, a no escandalizarnos por la «pobreza» de la Iglesia sino a orar para que venga (adviento) el Señor y con su presencia (epifanía) nos muestre el remedio. La firme esperanza de que el Señor vendrá -y la súplica intensa para que adelante su venida- no permitirá que nos desconcierten las deficiencias visibles de una Iglesia que, a causa y en muchos de sus miembros la vemos pobre. Cristo amó a la Iglesia pobre y nosotros debemos también amar a esta Iglesia pobre de todo, incluso de cualidades en nosotros y en muchos de sus miembros. Cristo ha venido -parusía- y vendrá de manera más manifiesta -epifania- y su deseado adviento curará nuestras llagas.

9. ¿Qué hay que evitar para no desfigurar el Adviento?

Hemos tratado de dar unas orientaciones positivas para vivir el auténtico sentido del Adviento cristiano. Estas orientaciones pueden iluminarse y reforzarse añadiendo dos puntos negativos, es decir, dos cosas a evitar y que con demasiada frecuencia aparece acompañado el Adviento. Hay que poner sumo cuidado en:

1) No confundir la esperanza con la confianza. La esperanza cristiana no espera bienes, ni dones, sino la venida del dador, del Mesías o Cristo definitivo. La certeza de que él nos aportará los bienes de Dios, de que confiamos en él y en su acción forma más bien parte de lo que el Nuevo Testamento llama fe. Tenemos fe en el Señor, como el enfermo tiene fe en su médico, es decir, confía en que con su ciencia le procurará la salud. La fe que describe el Nuevo Testamento tiene, en el fondo, mucho de aquella fe fiducial de que hablaba Lutero; su error no era referirse a la fe fiducial sino reducir toda la fe cristiana a esta fe-confianza. El cristiano tiene, pues, como fundamento de su vida la fe-confianza, la esperanza en que el Señor vendrá y la caridad con la que lo ama por encima de todo. Estas son las tres virtudes teologales, fundamento de toda vida cristina durante la peregrinación. Pero no debe confundirse esta «fe-confianza» con la «espera» del Señor. La confianza, pues, pertenece más bien a la fe y, en todo caso, no puede confundirse con la esperanza

2) Hacer de las diversas esperanzas humanas el tema de la espiritualidad de Adviento sería desvirtuar el sentido genuino de este tiempo, caer de nuevo en un horizontalismo tanto más peligroso cuanto es menos trascendente. Este esperar que Dios nos otorgará la justicia, el bienestar, el progreso de los pueblos desfavorecidos y otros bienes visibles resulta ciertamente más fácil que esperar la venida del Señor. La llamada «teología de la liberación» va por estas sendas: librarse de las injusticias, de la pobreza, de las esclavitudes humanas como la que Israel sufrió en Egipto es ciertamente bueno, es confiar en la ayuda de Dios; pero la esperanza cristiana como tal, la espiritualidad subrayada en Adviento, espera y pide algo mejor aún: al mismo Señor, no a sus dones; la libertad de la muerte y del pecado, no la liberación de las esclavitudes más inmediatas y limitadas.

10. Dos conclusiones prácticas

Para mejorar las celebraciones de Adviento proponemos dos cosas concretas: a) examinar el contenido de los cantos -sobre todo de los cantos de entrada de la misa y de los himnos del Oficio Divino. Muchos cantos populares modernos tienen acentos más de confianza horizontal de obtener bienes deseados tangibles que de esperar la venida de nuestro Mesías, la llegada de un futuro que podríamos llamar «absoluto» y definitivo; b) examinar también los formularios de la oración universal. Esta plegaria, precisamente por ser universal, no puede olvidar los bienes visibles y limitados que necesitan muchos de nuestros hermanos. Pero el lenguaje deber ser claro: una cosa es subrayar el Adviento como espera del Señor, otra pedir los bienes que necesita el mundo. Una cierta confusión de planos que no resulta demasiado educativa -ni de cara al significado propio del Adviento ni de cara a la función de la plegaria universal- es substituir la plegaria de intercesión «Te lo pedimos, Señor» o «Escúchanos, Señor» por una súplica escatológica de Adviento «Ven, Señor Jesús». Esta invocación tiene su lugar propio en la anámnesis de después de la consagración e incluso en algunas preces de la Liturgia de las horas, pero es menos adecuada y menos expresiva como respuesta de intercesión por diversos bienes -no siempre escatológicos- de la Oración de los fieles.

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1 En griego fueron escritos, por ejemplo, la carta a los romanos y el evangelio de san Marcos escrito en Roma.

2 Adviértase al respecto que la nueva normativa litúrgica no prohibe como la anterior el uso de los instrumentos musicales ni de las flores sino que se limita a recordar que se usen «con tal moderación» que pueda resulte clara la diferencia entre el que pudiera llamarse tiempo festivo de Adviento y tiempo más festivo de Navidad (Cf. Ceremoniale Episcoporum, 236).

3 En el Oficio de lectura hasta el 17 de diciembre la lectura bíblica continúa como en el tiempo ordinario el sistema de lectura continuada sea Isaías al que, en los años impares, se añade Rut y Miqueas.

4 Nos referimos a los himnos de la edición típica latina. Por lo que se refiere a los himnos de nuestras ediciones en lengua popular su conjunto es extremadamente pobre y hasta nos atrevemos a decir desequilibrado y urgentemente necesitado de una seria revisión. No se puede continuar usando en la liturgia lo que ya la propia IGLH excluye como «canciones populares carentes de todo valor artístico y no consentáneas verdaderamente con la dignidad de la liturgia» (178).

5 Bajo este aspecto la liturgia preconcilar era mucho más expresiva de la singularidad del tiempo pascual: en no pocos detalles había la distinción en tiempo pascual y fuera del tiempo pascual; este último abarcaba tanto el tiempo ordinario como Adviento, Navidad y Cuaresma.