CAPITULO 7

 

LA ASAMBLEA

 

Indice

Introducción

Asamblea en el A. y N. Testamento

La asamblea celebra la obra de Cristo

Iglesia y asamblea

La Iglesia, sujeto de la acción litúrgica

La asamblea celebrante

Significado de la asamblea

Características de la asamblea:

• Es una reunión de creyentes

• Es un grupo unitario y diverso a la vez

• Es carismática y jerárquica

• Polariza sentimientos y los encauza

El papel activo de la asamblea litúrgica

El Espíritu y las funciones en la asamblea:

• El presidente

• El lector

• El monitor

• El animador de cantos

• El monitor

Cuestionario


Introducción

 

La palabra asamblea, hoy ya aceptada por todos, ha sido recuperada hace poco tiempo. Es un término que se usaba en los primeros siglos del cristianismo. Está en la Biblia y en la primera tradición. Después se perdió, como tantas otras cosas, y hasta el Concilio Vaticano II se hablaba de la "asistencia" de los fieles, dando a entender que el sujeto era otro y los fieles asistían a lo que realizaba el sujeto: el sacerdote.

La asamblea es la manifestación del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia. Así pues, comenzaremos a hablar de la asamblea en el Antiguo testamento, para pasar a tratar del papel que tiene la Iglesia (asamblea) en la celebración. Como habrás notado, Iglesia tomamos como pueblo reunido en asamblea.

A continuación, analizaremos la asamblea como manifestación de la Iglesia; las características de la asamblea litúrgica; y el papel activo de la asamblea litúrgica. Terminaremos por explicar los servidores o ministerios que ayudan a celebrar a la asamblea y cómo deben realizar dichos ministerios algunos de ellos.

Esta es una asamblea: un pueblo reunido alrededor de la Palabra y de la mesa-altar para actualizar la obra de Cristo.

Asamblea plural: hombres, mujeres, ancianos, niños, sacerdote, lectores, monitores, distribuidores de la comunión, etc.

 

Asamblea en el Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, el pueblo que se reunía para renovar la alianza se denominaba como "la asamblea del Señor", en hebreo "Qahal Yahvé ". Ahora bien, el término Qahal encierra una idea de convocatoria, encierra la idea de ser llamados.

Los israelitas tenían la conciencia de que no forman la asamblea por su propio impulso, sino más bien que era Dios el que convocaba, el que llamaba a la reunión. Esta palabra (Qahal) fue traducida al griego por ekklesía. De aquí pasó al latín ecclesia, al español Iglesia, y al euskera Eliza.

 

Asamblea en el Nuevo Testamento

Los Hechos de los apóstoles describen a las primeras comunidades reuniéndose "en un mismo lugar" y formando "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4).

 Conviene que nos quedemos con la unión estrecha entre el término Iglesia y el término Asamblea, unión tan estrecha que casi se puede hablar de palabras sinónimas. La Iglesia no es un ente abstracto, sino un misterio que se hace realidad y se manifiesta visiblemente en las "legítimas reuniones locales de los fieles presididos por sus pastores" (LG 26). A estas asambleas locales el Nuevo Testamento las llama Iglesias. Estas Iglesias son las que manifiestan la Iglesia de Cristo de la forma más clara (SC 41).

 

La asamblea celebra la obra de Cristo

¿Qué hace la asamblea? o ¿Qué celebra la asamblea? Celebra la obra de Cristo. Es decir, lo que nosotros reunidos, formando asamblea, celebramos en una iglesia no es algo nuestro, sino aquello lo realizó Jesús, el Señor. Por tanto, nadie, ningún otro puede celebrar algo que no es su obra. Con esto queremos decir que el sujeto de la acción, el sujeto de la celebración es siempre Cristo.

 

La Iglesia y asamblea

Cuando decimos Iglesia decimos la Iglesia local, es decir, pueblo de Dios con el Obispo. No nos referimos a la comunidad parroquial o la asamblea de la misa de doce. Cuando hablamos de la Iglesia que celebra, ora, ofrece, nos referimos a la Iglesia pueblo de Dios en su totalidad. La Iglesia como dice la Lumen Gentium "pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4) o como dice La Sacrosanctum Concifum "el Cuerpo de Cristo" (SC 26).

Asamblea, en sentido estricto, designa las legítimas reuniones locales de los fieles presididas por sus pastores (LG 26), pero también, en un sentido más amplio, la reunión de los cristianos de una comunidad en un lugar determinado y en un tiempo concreto para celebrar: la de la Misa de las doce, por ejemplo.

 

La Iglesia sujeto de la acción litúrgica

El sujeto o actor principal de la acción litúrgica, como hemos dicho, es Cristo, ya que es su obra la que se actualiza. Ahora bien, para realizar esta obra tan grande "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia" (SC 7). Por tanto, cuando afirmamos que la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica, decimos que la Iglesia es sujeto asociado a Cristo. Cristo no da el privilegio de ser actores de la celebración, sujetos.

Si la Iglesia (pueblo de Dios) es también sujeto de la celebración, el concilio Vaticano II concluyó tajantemente que las acciones litúrgicas, las celebraciones, no son obra de algunos privilegiados, sino obra de toda la Iglesia:

"Las acciones litúrgicas no son acciones privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan e influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros de modo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones participaciones actuales" (SC 26).

Esto que hoy día nos parece lo más natural, era una verdad que estaba olvidada en la teoría y en la práctica. La Iglesia no ha hecho más que recuperar una verdad que por diversas circunstancias había quedado en la penumbra desde la Baja Edad Media (s. XIII-XV). El estudio de los textos litúrgicos antiguos y de la teología bíblica han contribuido a restablecerla. Por tanto, no hay celebración ni reunión de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero esa acción no es de ellos solos, tendrán que acomodarla a ellos, pero es de todos.

Todos sus miembros están, deben estar comprometidos, implicados en la acción celebrativa. Esta tiene como sujeto protagonista a todo el cuerpo eclesial, es decir, a los reunidos en cuanto conjunto de personas y no sólo ellos sino todos los miembros de la Iglesia. Por ello, los nuevos textos no hablan del sacerdote como del "celebrante". Por ese motivo, los textos oracionales están en plural y con una estructura dialogal no sólo vertical (Dios-comunidad) sino horizontal (presidente-lector, cantor, pueblo).

¿De dónde brota este poder celebrar, digamos el poder concelebrar? En virtud del bautismo. Desde el bautismo "el pueblo cristiano es linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 Pe 2, 9). Por ello, el pueblo cristiano tiene "derecho y obligación de participar plena, consciente y activamente en las celebraciones litúrgicas" (SC 14). Lo exige "la misma naturaleza de la liturgia" (SC 14), que es acción del pueblo. De otra forma no sería acción litúrgica, sino devoción (1) de uno o varios.

(1) Devoción: La palabra devoción del latín devoveo, significa dedicarse con fervor, hacer votos, prometer, tener unos sentimientos de veneración a alguien. Devociones llamamos al Rosario, Ángelus, Vía Crucis, novenas, procesiones, medallas, etc. No todo es liturgia en la vida de los cristianos. Existen devociones tanto individuales como comunitarias. Son expresiones personales y populares de la fe. Surgieron cuando el pueblo no entendía el lenguaje litúrgico, sobre todo el latín y por su forma más espontánea y popular.

Por tanto, el sujeto integral de la acción litúrgica es siempre toda la Iglesia sin distinción, es decir, en cuanto compuesta de cabeza y de miembros.

Queda claro que la Iglesia es toda ella una comunidad. Ahora bien, este ser una comunidad, no quiere decir, que todos sean todo. Esta comunidad está estructurada, es decir, tiene ministros (así se llaman a cada uno de los que cumplen una función litúrgica: sacerdote, presidente, lector, etc.). Pero al celebrar, toda ella es sujeto de la celebración. Celebra tanto el presidente como el que aparentemente no hace nada relevante.

 

Consecuencia

La fiesta litúrgica no puede ser celebrada, realizada por uno o dos o por un sector de la comunidad mientras los demás asisten pasivamente como meros espectadores de lo que unos pocos ejecutan.

Para que esta realidad y verdad se manifieste con toda su fuerza y expresividad el Concilio sacó una conclusión clara: se prefieren las celebraciones comunitarias:

"Siempre que los ritos admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles (2), incúlquese que hay que preferirla a una celebración individual y casi privada " (SC 27).

(2) Sólo en el sacramento de la Penitencia se permite una forma individual. Sin embargo, se ha de preferir la segunda forma de la penitencia: "En esta segunda forma, los creyentes celebran la reconciliación mediante la confesión y la absolución individual, y se cumple mejor el deseo del Concilio Vaticano II de preferir a la celebración individual y casi privada, la celebración comunitaria de los sacramentos" (Carta Pastoral del Obispo de Bilbao, 1993, 30).

En ella cada uno (sacerdote, lector, monitor, pueblo, etc.) ha de desempeñar todo y sólo aquello que les corresponde (SC 28).

 

La asamblea celebrante

Analicemos ahora el papel de la comunidad reunida o asamblea que celebra. Al decir asamblea nos referimos principalmente a los que se han reunido para celebrar la Eucaristía o un sacramento.

"Como no es posible al obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda la comunidad, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las "parroquias" (SC 42). Las celebraciones de una parroquia son también asambleas. Una asamblea concreta es signo de la Iglesia local. Y la expresión más clara de esta asamblea la "Misa Mayor" (3).

(3) En liturgia la manera de manifestar o de expresar tiene mucho valor. Hoy día ya no nos fijamos tanto en si vale o no vale, sino en si expresa o no expresa. Y la Misa Mayor, la que reúne gente de todas las edades es la mejor expresión de una asamblea. Además, la Misa Mayor es la primera Misa de una comunidad.

 

Significado de la asamblea

Como primer símbolo, la asamblea tiene un significado. Significa la Iglesia, sacramento de salvación, que está ejerciendo una función sacerdotal en medio del mundo y en favor de los hombres (SC 2. 5. 26). La asamblea es necesaria a la Iglesia para reconocerse y para edificarse. La Iglesia responde a la llamada del Señor, escucha su palabra y participa en la obra de Cristo en una asamblea concreta.

Consecuencia de esta verdad: hay que cuidar mucho las asambleas: que no sean solo de niños, o de jóvenes o de grupos particulares sobre todo los domingos, día de la Asamblea. La razón es que un asamblea concreta debe manifestar lo más claramente posible a todos los miembros de la Iglesia o comunidad. Y, una Misa con niños no expresa lo que es en realidad la comunidad, que está compuesta de niños, jóvenes, mayores, ancianos, solteros, etc.

La movilidad de hoy día y la existencia de lugares de culto no unidos a comunidades parroquiales (iglesias de religiosos y religiosas), hacen posible la reunión de asambleas litúrgicas que no tienen relación con una comunidad estable (4). Estas asambleas, aunque congreguen a muchos cristianos, no ha sido erigidas expresamente por el obispo, sino permitidas, a no ser que el obispo encomiende a una comunidad de religiosos una parroquia. En este caso serán comunidades estables.

(4) Comunidad estable: La palabra estable es contraria a fija. Un colegio, por ejemplo, no es una comunidad estable, porque los que acuden a él, no acuden a ella más que para en el horario escolar. Pero también estable se toma como lugar donde el cristiano nace, crece, se desarrolla y muere. En este sentido las iglesias de los religiosos no son comunidades estables o establecidas por el obispo, a no ser que el obispo expresamente les haya establecido para ello. Hoy día hay muchas iglesias de religiosos que son parroquias, comunidades estables.

Los religiosos no han nacido para reunir al pueblo cristiano, para formar asamblea con los fieles. Otra cosa es que en una época determinada de la historia se haya introducido esta realidad. Este fenómeno tiene muchas implicaciones prácticas y teóricas. La práctica y la teoría se relacionan mutuamente. Si la vivencia (teoría) crea la expresión (práctica), a su vez la expresión (práctica) re-crea la vivencia (teoría). 

Ya lo dice el Concilio al afirmar que la expresión "influye en el cuerpo de la Iglesia y lo manifiestan" (SC 26). Esta práctica ha traído la idea (teoría) en nuestros fieles que es lo mismo celebrar en un lugar que en otro. Otros no ven razón para no celebrar el Bautismo, Comunión o Confirmación en un colegio. Esta pequeña aclaración ha sido con el objeto de distinguir la parroquia y otra comunidad distinta.

 

Características de la asamblea

La asamblea litúrgica es profundamente original. Está compuesta - por personas con mucho en común, pero también con sus diferencias, es decir, sin perder para nada su identidad particular de cada uno de sus miembros. Por ello, está atravesada por tensiones que son inherentes a este ser original. Enumeremos algunas de estas características y las tensiones que se producen:

 

1. Es una reunión de creyentes

La asamblea normalmente reúne a creyentes en el Dios de Jesucristo. Celebran la fe los que ya son creyentes. La liturgia exige una previa evangelización. Pero lo cierto es que hoy en nuestras celebraciones litúrgicas están también presentes cristianos de fe muy débil o apagada e, incluso, personas alejadas de la fe o no evangelizadas por nadie (funerales, bodas...). Por ello hemos de celebrar la liturgia en clave evangelizadora. No se trata de desvirtuar la celebración ni de instrumentalizarla para otros fines a la misma, sino de cuidar que esas celebraciones puedan ser anuncio evangelizador.

 

2. Es un grupo unitario y diverso a la vez

Es y debe ser un factor de unidad, que acoge por igual a todos los hombres a pesar de las diferencias. En la asamblea no debe haber distinción de sexo, origen, cultura, etc. (Gal 3, 28; Rm 10, 12). Tampoco acepción de personas (Sant 2, 1-4) en cuanto al poder económico o social, ni siquiera en relación a la fe: niños, adultos, pecadores, santos, etc. (1 Cor 11, 30; 1 Jn 1, 8-10).

La Iglesia reúne en asamblea no una élite de puros y perfectos, sino un pueblo de pecadores. Lo cual hace que cada miembro de la asamblea tiene que adoptar una actitud penitencial.

 

3. Es carismática y jerárquica

No es una amalgama de gentes anónimas e impersonales, sino una comunidad dotada de carismas y dones y estructurada al servicio de la unidad y caridad (1 Cor 12, 4-11; Ef 4, 11-16).

En la práctica esto se traduce en la unión de los diversos ministerios (presidente, lector, monitor, organista, etc. ) dentro de la celebración. Los diversos ministerios y funciones no tienen que "mortificar" la asamblea, sino que tienen la misión de vivificarla. Los ministerios no son un privilegio, sino un compromiso.

 

4. Es una comunidad

Con esta palabra lo que queremos decir en concreto es que se debe superar lo individual y llegar a lo comunitario, pasar del yo al nosotros; superarlo subjetivo y llegar a lo objetivo, es decir, pasar de lo que yo vivo en ese momento al contenido y al objeto de la celebración; superar lo particular y llegar a lo universal, porque no somos nosotros los de esta misa los únicos que celebramos, es toda la Iglesia la que celebra.

Ahora bien, la asamblea no anula lo individual, lo subjetivo y lo particular, sino que los integra en la comunidad. El yo y el tú se hacen nosotros

La celebración tendría que ayudar, no sólo a que cada uno se encuentre con el Señor, sino también a que vayamos creciendo en el sentido de comunidad. Ir pasando del "yo" al "nosotros". Esta es una de las tareas importantes.

"Las razones que empujen al cristiano a participar en la celebración del domingo no han de ser solamente de índole subjetiva e individual, sino también eclesial. Ha de moverlo también la necesidad y voluntad de tomar parte en una celebración que es de vital importancia y hondo significado para la Iglesia. Por desgracia, esta referencia a la Iglesia está frecuentemente ausente en quienes se manifiestan fieles a la práctica dominical ".

 

5. Polariza los sentimientos y los encauza

Los sentimientos de los presentes por contrapuestos que puedan ser, pueden y deben ser centrados. La asamblea es capaz de centrar todos los sentimientos de una persona en torno a un valor determinado: el misterio pascual.

No se trata de que cada uno escuche una palabra concreta para su situación particular, sino que desde su situación particular se centre en Cristo y en él encontrará la respuesta.

Las moniciones son precisamente para ello, para centrar la atención de los presentes y prepararlos a celebrar un único misterio que se hace actual en cada uno de ellos. 

La homilía debe tener en cuenta la situación de los fieles, fijándose sobre todo en los acontecimientos más relevantes que ha vivido la comunidad durante la semana.

Los medios para ayudar a pasar del "yo" al "nosotros" pueden ser éstos:

• Crear un clima amable de acogida, ya desde el principio de la celebración, desde el ambiente del local hasta la cara del presidente: una clima humano afable, de respeto a todos, de interés por todos.

• Dar prioridad en el conjunto de la celebración a lo que hace la comunidad; los que realizan ministerios que se note que están al servicio de la comunidad: no sobre ella, ni fuera de ella, sino dentro y para ella; cuidar los cantos, las aclamaciones, los diálogos, etc. Más importancia tiene un canto cantado por toda la asamblea, que un canto cantado por un coro, por ejemplo.

• Que la Eucaristía no se desentienda de lo que es la vida de estas personas y de la comunidad que esté fuera, es decir, del pueblo; que se note que el sacerdote ama esa comunidad, que se interesa por ella.

 

El papel activo de la asamblea litúrgica

El Concilio no quiere que los fieles asistan a la liturgia "como meros espectadores" (SC 48). En la asamblea litúrgica no hay espectadores, sino sólo actores. Por tanto, una vez descubierto el valor de la asamblea como expresión viva de la Iglesia, es necesario valorar también la práctica.

Para que la práctica sea adecuada a la teoría, el Concilio ha re-creado los acólitos, lectores, comentadores (monitores) y cuantos pertenecen a la "schola cantorum" (cantores) para que cada uno de ellos ejerzan su oficio con piedad y orden. (SC 29).

Además, fomentó las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales, juntamente con el silencio (SC 30).

Vamos a tratar de algunos de estos ministerios en concreto: presidente, lector, salmista, director de cantos y monitor. La participación de la asamblea se concreta así en unos, que realizan una función específica.

Pero antes, veamos el Espíritu que debe animar a todas estas funciones o ministerios. Sin Espíritu, todo queda en mero protagonismo.

 

El Espíritu y las funciones en la asamblea

La Iglesia y, por tanto, la asamblea es una comunidad mesiánica, es decir, ungida por el Espíritu como su fundador, su piedra angular. Por eso, toda ella es "sacerdotal, profética y real". Todos los miembros de la comunidad cristiana reunida en asamblea son sacerdotes, profetas y reyes. Están capacitados para celebrar acciones sacerdotales, proféticas y reales.

La actividad celebrativa, la participación sacramental, la implicación festiva de todos y cada uno de los miembros de la asamblea no es algo superficial ni accidental ni un requisito protocolario, meramente formal, discrecional ni una parte secundaria del conjunto de la acción festiva. Es el don del Espíritu, que nos hace (habilita) tener acceso al Padre fuente de toda sacralidad, sacerdocio o profecía.

Este sentido colectivo de la Iglesia y de la asamblea celebrante se debilita y se pierde en la Edad Media pues se pasa a una eclesiología de poderes, reducida no a Cristo sino del clero. Se olvida la eclesiología de comunión y santidad.

El Concilio Vaticano II, por medio de la Constitución SC y la LG ha recuperado para toda la Iglesia la concepción de la asamblea litúrgica como una comunidad servicial y de servicios (ministerios, funciones o tareas). La liturgia es ministerial. De una eclesiología de comunión y participación (SC 14), brotan los ministerios, diaconías, servicios, funciones comunitarias...

La asamblea litúrgica es un grupo estructurado. Es una comunidad reunida, pero nunca de modo masificado. No es masa ni público. Se articula en torno a diversas actividades repartidas entre sus diversos miembros. Son servicios diferentes que ejecutan los diferentes individuos o subgrupos del macro-grupo comunitario (asamblea) de acuerdo con el fin general y global de la celebración. Es un cuerpo con diversos órganos al servicio de diversas funciones que contribuyen al bien del conjunto corporativo. El Espíritu da unidad y hace que unos y otros estén al servicio del Cuerpo.

Son servicios porque han de ayudar a que la asamblea y la reunión alcance sus objetivos y consiga realizar la celebración en su plenitud y éxito. Gracias a ellos la asamblea tiene un carácter servicial, diaconal, porque pone en juego un dinamismo de servicio en el interior de ella misma con vistas a su plena autorrealización.

 

1. El presidente

Justino habla del "presidente" o encargado de presidir. 

Tertuliano menciona a los "presidentes" como los responsables principales de la celebración. 

Clemente de Roma específica que estos presidentes son los obispos y presbíteros. Les recomienda ejerzan su ministerio con "humildad, sosiego, calma, piedad y perfección".

 

Preside en nombre de Cristo

Según SC 33 el sacerdote preside "in persona Christi", es decir, no sólo por designación de la asamblea o por delegación de ella ni por sus méritos propios sino por imposición de las manos recibida en su ordenación que le ha conferido el obispo, sucesor de los apóstoles.

El ministerio de presidir es a la vez funcional y místico, es decir, (sacramental-simbólico). 

Es funcional, por cuando debe lograr que la asamblea reunida asuma lo más plenamente posible la acción litúrgica común; que los otros ministerios y servicios estén coordinados y así entre todos y a través de todos, circule el Espíritu uno de la celebración. 

Es místico (sacramental-simbólico) pues visibiliza a Cristo como cabeza de la Iglesia, servidor de los hermanos.

 

Preside en nombre de la Iglesia

El mismo artículo 33 de SC indica que el presidente realiza su servicio "in nomine ecclesiae", es decir, representando a la asamblea, recogiendo y aunando a todos.

El presidente es un miembro más de la asamblea, no se sitúa fuera de ella, sino dentro de ella, realiza el servicio de presidir.

 

El arte de presidir

El arte de presidir, es realmente un arte, para hacer lo que debe de hacer, dejar de hacer lo que no debe hacer, animar a que los miembros de la comunidad realicen los servicios que les corresponden y unificar todo en un único cuerpo.

El arte de presidir consistirá en el arte de conjugar con tino estos dos roles contrarios pero no contradictorios; uno ascendente y otro descendente. En el pulso para mantener esta tensión entre estas dos corrientes consiste el reto que plantea el ministerio de presidir la celebración.

 

Es buen presidente, quien suscita los ministerios laicales

Entre las muchas tareas y encomiendas que el presidente debe realizar para la buena realización de su ministerio, está la de impulsar, animar, coordinar los demás ministerios: 

el del servicio a la asamblea (acogida, monitor), 

el del servicio de la palabra (lector, salmista, oración universal), 

el del servicio a la mesa-altar (ministro de la comunión...) 

el del servicio del canto (organista, director, cantor...)

Cuantos más servicios haga surgir en la comunidad, mejor habrá realizado la presidencia como servicio a la comunión y la participación. No es el mejor presidente quien más hace, sino quien más "hace hacer" y sabe realizar lo que únicamente le compete.

Quien impulsa, anima, suscita y coordina los servicio litúrgicos con el ideal de la máxima participación es el mejor presidente.

 

Conclusiones

1.-  No se puede ser responsable de la asamblea si no se piensa la Iglesia como comunión y la presidencia como servicio.

2.-  El presidente es el responsable de que una comunidad sea ella misma y no "su" asamblea. El presidente busca siempre la común-unión. Su gran lema y ley, la ley de la fraternidad. La presidencia es un servicio fraternal que se traduce.

3.-  El partidista disgrega. Un presidente subjetivista es un factor de disgregación. Un presidente que no integra desfigura la imagen de Cristo a quien debe representar sacramentalmente. No es Cristo, trasparenta a Cristo. Es símbolo real de Cristo.

4.-  Debe saber aceptar lo carismas, promover la relación de los mismos, distribuir las funciones para que todos puedan intervenir. Es decir atento a evitar sectarismos y uniformismos. Servidor de la comunión es responsable de la catolicidad.

5.-  Atento a los más pobres y débiles y preocupado por la educación de toda la comunidad. Las presidencia comporta unos signos, hablar a los presentes como amigos, estar en medio como quien sirve.


El Lector

No nos referimos aquí al lector no como un ministerio ordinario, sino como ministerio de hecho. Es uno de los ministerios más importantes: proclamar la Palabra de Dios, presta la voz al Señor que habla a la asamblea. En el momento de proclamar todos, incluido el presidente, escuchan la voz del Señor. Ayuda a la comunidad cristiana a escuchar en las mejores condiciones la Palabra de Dios y a acogerla como dicha hoy y aquí para cada uno de los creyentes.

Seis normas para leer bien

1 Antes de empezar la lectura, coloque el micrófono a un palmo (más o menos) delante de la boca. No agache la cabeza.

2 Al empezar, no debe leerse lo que está en rojo (por ejemplo: no debe decirse "Primera lectura"). Lea con entonación el título de la lectura (por ejemplo: Lectura del profeta Isaías), mire a los asistentes y espere unos segundos antes de continuar.

3 Al leer, tenga en cuenta que lo más importante es no precipitarse. La mayoría de lectores corren demasiado. No se trata de terminar lo antes posible, sino de que los asistentes puedan seguir y enterarse de lo que se lee.

4 Por eso, es necesario hacer caso de las señales de tráfico de la lectura: las comas y los puntos. Las comas son como un "ceda el paso" (una leve pausa) mientras que los puntos son como un "stop" (pararse un par de segundos).

5 Si antes se ha leído la lectura (mejor un par de veces) sabrá mucho mejor cómo leerla bien, darle sentido. Facilitar que se entienda. Por ejemplo, en la frase: "Dios no salvó a un pueblo, sino a todos los pueblos de la tierra", subrayar con la voz estas dos palabras clave.

6 Al terminar la lectura, espere un par de segundos y diga mirando a los asistentes y con cierta solemnidad (es una aclamación): 'Palabra de Dios': No, "Es palabra de Dios", porque es una afirmación que no espera respuesta. Y, por último, espere la respuesta antes de irse, sin prisas.

Nueve consejos para mejorar el servicio de lector

1 Leerse antes la lectura. Mejor dos veces (una para saber qué dice; la segunda para fijarse en las palabras o nombres que nos puedan resultar más difíciles). Y, aún mejor, leerla en voz alta.

2 Es decisivo cómo comenzamos la lectura. Para el que lee y para quienes escuchan. Para quien lee, porque si empieza a acelerar desde el principio o empieza inseguro, la cosa irá empeorando. Para quien escucha, porque si el principio no se entiende, la atención cae en picado.

3 Para que se nos oiga y entienda bien, son importantes dos cosas: la primera es no bajar la cabeza, la segunda es abrir más la boca de lo habitual. Con la cabeza alta, la voz resultará más clara y el tono más elevado . Abriendo bien la boca, las vocales nos saldrán más redondas y las consonantes más contrastadas.

4 Durante la lectura, nos ayudará el mantener la ilusión en el servicio que estamos realizando (prestamos nuestra voz al Señor). Esta ilusión por hacer bien este servicio, hará que leamos con una tonalidad amable, no agresiva ni desganada. Toda lectura de la Palabra de Dios es una buena y alegre noticia. Hay lectores que llevan años y están cansados.

5 Conviene leer en el libro del Leccionario, no en hojas o Biblias pequeñas. La Palabra de Dios necesita un soporte más importante que unas hojas o librillos. Además para eso están los leccionarios, para dar nobleza a la Palabra de Dios. Y también porque la letra es más grande.

6 Si nos equivocamos en una palabra lo correcto es detenernos un momento y volverla a decir con calma.

7 Si hemos leído antes, sabremos si se trata de una narración, una exhortación, una reflexión, etc. Y nos hará ilusión saber atinar en el modo adecuado le leerlo. Por ejemplo, si es una narración saber distinguir el tono del narrador, el de los diálogos... Si es una exhortación saber leerla con convicción. Atinar en todo eso no es difícil: basta buen sentido y ganas.

8 Puede sorprender pero para una buena lectura son muy importantes los silencios. Los silencios -las pausas- dan luz a las palabras. El lector que sabe respetar los silencios y además los aprovecha para respirar, es casi seguro que hace escuchar.

9 En todo es bueno escuchar la opinión de los otros. Por eso, sería conveniente que las personas que leen habitualmente en cada iglesia, se encontraran para intercambiar opiniones, para hacer algún ejercicio de lectura, etc.

El salmista

El salmista es aquella persona, consciente de que pertenece a la comunidad cristiana, que se siente preparada y llamada a ayudar a sus hermanos a entrar en la dinámica amable y profunda de la salmodia, como respuesta a la lectura.

Esta noción implica que el salmista es cantor. Hay que hacer todo lo posible para recuperarlo en las misas parroquiales o en la misa mayor.

El salmo es una oración poética; lo cual implica que el salmista es guía y maestro de oración poética. El lector que recite el salmo tiene que cambiar de dirección. La lectura es proclamación, el salmo es oración.

Por lo cual, debe rezar él mismo. Debe introducirse en los sentimientos que provoca dicha oración. debe alegrarse, entristecerse, meditar, comprometerse, suplicar o aclamar gozosamente. Y así, con su voz, suave y decidida a la vez, invita al pueblo a que responda a la Palabra con sentimientos del salmo.

El salmo es Palabra de Dios

El salmo está tomado de la Biblia, es Palabra de Dios. Nos ayuda a hacer eco a la lectura. Así el mismo Dios nos guía en nuestra respuesta. No es un canto nuestro, moderno, como puede ser el de la entrada o el de comunión. Es voz de Dios, una página bíblica, coma la anterior, pero esta vez poética y lírica. Por eso el lugar más coherente de su realización es el ambón reservado a la Palabra de Dios, cosa que no debe suceder con los otros cantos de la Misa.

El salmo hace eco al mensaje contenido en la lectura. Si ésta nos invitaba a la alegría, el salmo prolonga esa actitud. O nos mueve a sentimientos de penitencia, alabanza, súplica, reflexión sobre la vida...

Así el salmo se convierte en un momento importante de la celebración de la Palabra, que nos ayuda a entrar en diálogo entre Dios que habla y la asamblea que escucha y responde. De esto se trata: que la asamblea y cada uno de sus miembros diga "sí" desde su interior a Dios, a la salvación que le ofrece, al proyecto de vida que ha presentado, a la Alianza que quiere pactar con su pueblo.

Consejos para un buen salmista 

• Ante todo, el salmista debería ser una persona distinta de la que ha proclamado la lectura. Se trata de otro elemento dentro del conjunto de la celebración de la Palabra.

• El salmo está pensado para que tenga una alternancia entre el salmista que recita las estrofas y la comunidad que escucha y responde la antífona. El salmo se llama "responsorial", no sólo porque responde a la Palabra escuchada, sino también porque se hace de tal forma que la asamblea va respondiendo a las estrofas dichas por el salmista.

• El modo ideal de realizar el salmo es que la asamblea cante la antífona, la propia del día a poder ser, y que el salmista recite las estrofas del salmo. Hay un libro publicado "El Libro del salmista" donde están todas las antífonas y salmos de los días de fiesta musicalizados. No todas las comunidades tienen la facilidad de tener uno que las ensaye, pero no cuesta mucho prepararlas.

• Habría que tener en cuenta que si se dice sin cantar, hay antífonas largas que son difíciles de repetir. Esos días habría que buscar una antífona más corta o que el salmista ayudara a la asamblea. Así no tiene que preocuparse la asamblea de aprender de memoria la frase.

• Una manera menos recomendada, pero no excluida, es la que durante un tiempo litúrgico se repita siempre la misma antífona. Así, por ejemplo, el que durante la Navidad se cante una misma antífona.

El animador de cantos.

Sabe liturgia. Sabe y conoce el sentido y la función que tiene cada uno de los ritos y el sentido y la función del canto que acompaña el rito.

Sabe música. No hace falta que haya realizado la carrera de música, pero sí que intenta mejorar su formación. Se apunta de vez en cuando a algún cursillo. Sabe que necesita ayuda.

Conoce bien su asamblea. Por tanto es capaz de saber qué cantos los canta mejor, qué posibilidades tiene de aprendizaje, de mejora. Así no impondrá cantos que no pueda seguir, pero también sin dejarse llevar por la pereza de ayudar a progresar.

Valora y estima su asamblea. Por ello procura ayudarla y servirla. Lo hace con mucho respeto. Evita todo lo que pueda parecer reñirla.

Es miembro de la asamblea. Y como tal ora con la asamblea, escucha las lecturas, está atento a la plegaria... y por tanto, no se dedica a buscar papeles durante las lecturas o en otro momento.

En los cantos hay que mirar

El contenido. Las palabras que decimos cantando penetran más a dentro, calan más. Por tanto tiene mucha importancia el contenido de la letra, más que la belleza de la música. No es necesario que sean siempre cantos de alta teología, pero sí es bueno e importante que lo que canten tenga sentido cristiano y litúrgico. Esto supone que el canto debe adecuarse lo más posible al tiempo litúrgico y al momento de la celebración.

La calidad literaria. Que no sólo lo que se diga esté bien, sino que además esté bien dicho. Con corrección de modo que pueda penetrar verdaderamente en el espíritu de los que lo canten.

La música. Que tenga calidad, que resulte agradable cantarla (lo cual se puede dar tanto en las músicas más lentas como más rápidas, más antiguas como más modernas). Y que la asamblea sea capaz de cantarla bien.

El clima que crean. Hay que mirar el todo inseparable que forman la letra y la música. En unos momentos hay que escoger un canto melodioso, en otros más alegre. Hay que saber escoger a cada momento lo que más pueda ayudar a aquella asamblea concreta a vivir y expresar su fe al ritmo de la liturgia de la Iglesia.

No a las celebraciones estandard

No cantar todos los días del año en los mismos momentos, en la misma cantidad y calidad los mismos cantos. El canto distingue unos días de otros lo mismo que unas lecturas los distinguen.

Los tiempos litúrgicos deben crear su propio clima. El canto puede utilizarse para crear distintos climas o para destacar aspectos distintos en días semejantes. Por ejemplo, algunos domingos durante la comunión se puede hacer simplemente en silencio o con música, favoreciendo el clima de oración y de interiorización. Algunos días se puede cantar sólo la estrofa del salmo, otros días el salmo entero.

Las distintas misas de una comunidad pueden ser, más o menos, especializadas. No es lo mismo una misa de las nueve de la mañana que la "misa mayor". Unas misas tendrán un estilo más juvenil, otras, más sentido más serio.

Si una parroquia tiene un coro, aprovecharlo. El coro anima, ayuda y favorece el ambiente de la asamblea. Hay días más solemnes que otros. Que canten algunos cantos sólo ellos (presentación de dones y comunión, por ejemplo) otros, en diálogo con la asamblea.

Determinados cantos tendrían que estar reservados para unos tiempos litúrgicos, y no cantarlos en otros tiempos. Expresan de manera más completa los sentimientos propios del tiempo.

Los días laborables hay que cantar menos que los domingos. Y dentro de los días laborables hay que resaltar, determinadas celebraciones y tiempos.

Destacar siempre la plegaria eucarística. El santo, la aclamación después de la comunión, el aleluya y el amén deben cantarse siempre los domingos.

Puede utilizarse la música grabada: para preparar el ambiente antes de comenzar la celebración, para el momento de la presentación de las ofrendas, para la comunión. Dos cualidades que debe tener la música grabada: que suene bien y que sea apta para ese momento.

Los cantos no tiene por qué cantarse necesariamente íntegros. Habrá que ver cuando un canto se tiene que hacer más breve o más largo. Evitar cantar siempre las mismas estrofas, casi siempre las primeras.

El presidente. En muchas iglesias el único que sabe cantar es el presidente. ¿Qué hacer? Hacer cantar. Sin muchas pretensiones, pero ayudando así a la mejor participación de la asamblea. El canto de entrada habrá que hacerse después de la monición de entrada, él tendrá que entonar la estrofa del salmo, la comunión se puede hacer en silencio, o entonar un canto muy conocido por la asamblea. Hay que acomodarse.

El monitor

Se ha hecho ya general en nuestras celebraciones la presencia de un monitor, además del lector. El Misal lo describe así: "entre los ministros que ejercen su oficio fuera del presbiterio está el comentarista (monitor), que es el que hace las explicaciones y da los avisos, para introducirlos en la celebración y disponerlos a entenderla mejor" (OGMR 68).

En nuestras celebraciones el monitor no se coloca fuera del presbiterio porque no hay posibilidad en muchas iglesias de tener un micrófono fuera de él y porque tal vez no sea visto por todos y esto hace que no se pueda seguir con atención.

Hay varias clases de moniciones, no todas son iguales: unas son "explicativas": ambientar o explicar alguna faceta histórica o contextualizar la lectura; otras son "exhortativas", éstas son para disponernos a participar con espíritu.

Moniciones del presidente

Algunas de estas moniciones parecen más propias del presidente: aquellas que contienen un mensaje espiritual. Son éstas:

La monición de entrada. Es su primer contacto con la asamblea, además del saludo inicial. Con palabras breves, humanas y espirituales a la vez, trata de motivar la celebración que empieza, conectarla con la vida, con el día que se celebra... No es una homilía adelantada. Se trata de una monición (junto con el canto y los otros elementos) para ayudar a conseguir una comunidad celebrante y que se preparen a lo que van a celebrar en común (OGMR 24).

Son moniciones del presidente: las invitaciones al acto penitencial, a la oraciones presidenciales (colecta, ofrendas, poscomunión), a la oración universal, a la Plegaria Eucarística, al Padre nuestro, a la comunión.

Moniciones del monitor

Excepto en aquellas moniciones que el Misal atribuye específicamente al presidente, las moniciones las puede realizar un  laico preparado, que asume este servicio a la comunidad. Son éstas:

A las lecturas. "Esta función pude ejercerla por medio de otros, por ejemplo, del diácono o del comentador" (OLM 42). Caben varios modos de realizar estas moniciones. Se puede hacer una en conjunto para todas ellas. O bien decir una a cada lectura y al salmo.

• Son de "gran ayuda para que la asamblea reunida escuche mejor la palabra de Dios, ya que promueven el hábito de la fe y de la buena voluntad" (OLM 42). Son, pues, para que la comunidad escuche con más atención, despertar el interés, situar la página que se va a escuchar.

• No son una homilía anticipada, ni se trata de adelantar el contenido o de resumirlo, sino preparar la escucha, motivar la actitud de interés y de obediencia de fe.

• Es útil presentar brevemente el contexto histórico de una lectura: una página profética se capta de un modo más concreto si se sabe que está escrita durante el destierro o después de la vuelta.

• También para el salmo. "También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el por qué de aquel salmo determinado y de la respuesta y su relación con las lecturas" (OLM 19). Sería para sugerir los sentimientos y el talante interior que están en la base del salmo.

Cualidades de una buena monición

Breves. Así lo repiten una y otra vez los documentos: "breves sólo en los momentos más oportunos, con las palabras prescritas u otras semejantes" (SC 35). " (El monitor) lleve bien preparados sus comentarios, con una sobriedad que los haga asimilables" (OGMR 68). Todos tenemos experiencia de cómo unas intervenciones largas dan al conjunto de la celebración un tono pesado y farragoso.

Sencillas. Se trata de ayudar a captar mejor el contenido de un rito o de una lectura. Se trata de aclarar, no de complicar más la cosa. Se logra con frases cortas.

Fieles al texto. Cada momento tiene su sentido. La monición debe ayudar a escuchar la lectura desde la actitud justa y a realizar el gesto simbólico dentro de su identidad y finalidad.

Discretas. En cuanto al número. No hacer todas las posibles, sino las más convenientes. Se debe evitar la tentación de la palabrería. A veces se nota una verdadera obsesión pedagógica a los que se apoderan del micrófono. Eso hace que las moniciones, en vez de ayudar y crear ambiente, lo que hacen es agotar la paciencia de los fieles.

Pedagógicas. Que produzcan el efecto deseado: despertar el interés por la lectura, suscitar la actitud para un canto determinado o para realizar el gesto.

Preparadas y elegidas. Bien preparadas y normalmente por escrito. Elegidas y corregidas (acomodadas) para la asamblea. Examinad las publicaciones con los criterios que hemos anotado aquí. No todas cumplen.

 

CUESTIONARIO

1. Cristo es el actor principal. Escribe algunas razones.

2. La Iglesia también es sujeto. ¿Por qué?

3. Lee 1 Cor 12, 12-27 y saca las conclusiones para la celebración litúrgica.

4. Escribe una monición de entrada para acoger a todos.

5. En la misa que haces de monitora resulta que cada uno se sienta en "su lugar" distantes unos de otros. Prepara una estrategia para que poco a poco se pongan formando una asamblea o grupo unido externamente.

6. Te vienen unos padres que quieren bautizar a su hijo/a un día señalado, distinto al día de los bautismos parroquiales. ¿Qué razones le darías para que acepten el día bautismal de la parroquia?

 

Capítulo. 8 La participación en la liturgia

 

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