II. FASES DE LA FORMACIÓN DE UN RITO LOCAL

 

 

Usamos el término rito restringiendo su significado a una de sus posibles acepciones: el conjunto de textos y disposiciones que una determinada iglesia produjo y organizó para sí misma al objeto de interpretar y llevar a efecto del mejor modo posible, según las exigencias del momento las normas de la tradición apostólica referentes a la vida sacramental de la iglesia. Así podríamos hablar de divergencias entre el rito romano y el rito ambrosiano, y de convergencias entre los ritos galicano e hispánico.

 

Nos limitamos a tratar de los ritos latinos, y más en particular del rito romano, aunque todo lo que diremos genéricamente de la formación y del desarrollo de los ritos se podría aplicar igualmente a los ritos orientales.

 

Los ritos que alcanzaron en plenitud su desarrollo debieron pasar por tres fases sucesivas: 1) un largo período de gestación; 2) el gran momento de la creatividad; 3) la hora de la codificación litúrgica.

 

1. PERÍODO DE GESTACIÓN. Sólo a posteriori se podrá establecer cuánta ha sido la duración de este período y cuáles los factores que lo han caracterizado. La creatividad, que inesperadamente estallará en un determinado momento, no vendrá de la nada. Peripecias humanas, cuestiones teológicas y logros culturales se han ido acumulando o estratificando, y condicionarán ciertamente el estilo y las ideas que emergerán en los productos de la futura escuela eucológica.

Lo que dio el impulso inicial, decisivo, al período de gestación puede haber sido el paso de una lengua a otra; por ejemplo, del griego al latín, en Roma. La adopción de una nueva lengua lleva consigo un intento de adaptación al nuevo contexto cultural, adaptación no reducible a un simple trabajo de traducción.

 

2. TIEMPO DE CREATIVIDAD. La aparición del nuevo rito demuestra que la comunidad cristiana en la que se produce tal fenómeno ha alcanzado un grado de madurez que le permite asimilar de modo peculiar la tradición sacramental apostólica. La celebración de la liturgia entraña ya, para tal comunidad, una revelación de sí misma en cuanto iglesia de Cristo, aplicada a ejecutar fielmente el mandato del Señor.

 

Aunque responde a una necesidad -a saber: para que la comunidad cristiana pueda encontrarse más perfectamente identificada con el modo de contemplar el misterio de la salvación-, la empresa de realizar una liturgia propia se concibe también implícitamente como una misión en el interior de la iglesia católica. Cada iglesia local que tenga posibilidades para hacerlo está llamada a enriquecer con las propias búsquedas y experiencias el tesoro de la doctrina litúrgica de la iglesia universal.

 

La verdadera creatividad tiene lugar cuando esa determinada iglesia puede contar con hombres particularmente dotados: escritores que sepan expresarse en un lenguaje noble y eficaz, y que sean al mismo tiempo pensadores capaces de redescubrir con ideas las verdades eternas. Su doctrina será fruto de estudio, de reflexión personal y de oración.

 

Sabedores de la dimensión pastoral de la liturgia, los grandes autores componen los textos litúrgicos pensando concretamente en una determinada comunidad cristiana y, al menos en una primera fase del período creativo, destinándolos para una fecha específica. No prevén que esos textos se empleen en otras partes y en tiempos sucesivos. Por eso la producción de los formularios litúrgicos es abundante y no está necesariamente vinculada a una programación global del año litúrgico.

 

3. CODIFICACIÓN. Totalmente diversa es la actitud de los compiladores de los libros litúrgicos. Estos últimos pretenden establecer para la posteridad el ordenamiento de las celebraciones litúrgicas y textos destinados a tales celebraciones. El que ordena un libro litúrgico demuestra tener la idea de una programación global de la distribución de los textos litúrgicos; de todos los textos, y no sólo de los que entran en la composición del libro que intenta compilar. Este plan de ordenamiento litúrgico presupone un conocimiento más o menos completo de las diferentes tentativas que se han hecho precedentemente para enriquecer las celebraciones locales con textos nuevos.

 

Tratándose de libros, por ejemplo, sacramentario, leccionario, antifonario..., estructurados según el orden del año litúrgico, la tarea esencial del compilador consiste en la distribución de los textos eucológicos -respectivamente: de las perícopas bíblicas o de los cantos- según un calendario preestablecido. Para la configuración de los libros cuyo orden no depende estrictamente del año litúrgico -por ejemplo, ritual, pontifical-, el compilador sigue una sucesión lógica de las partes, que obviamente será lógica según la mentalidad de su época.

 

Durante el período de creatividad, los autores componían varias misas para una misma fiesta, mientras que omitían componer, o quizá no conservaban, los textos para otras fiestas menores. El compilador debe colmar estas lagunas del fondo de los libelli. Se producen así los textos complementarios, derivados o adaptados de textos que estaban destinados a otras celebraciones.

 

Habitualmente, el compilador se atribuye el derecho-deber de corregir los textos que incluye en su libro. La revisión, que puede referirse al estilo (pero a menudo también a los contenidos), causa siempre graves daños literarios o doctrinales a los textos originales.