Satis cognitum

LEÓN XIII

 
Sobre la unidad de la Iglesia y el primado de Pedro

 

32. Otros deberes de la Iglesia

   Es, pues, sin duda deber de la Iglesia conservar y propagar la doctrina cristiana en toda su integridad y pureza. Pero su papel no se limita a eso, y el fin mismo para , el que la Iglesia fue instituida no se agotó con esta primera obligación. En efecto, por la salud del género humano se sacrificó Jesucristo, y con este fin relacionó todas sus enseñanzas y todos sus preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia que buscase en la verdad de la doctrina, fue la santificación y la salvación de los hombres. Pero este plan tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la fe sola; es preciso añadir a ella el culto dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad, y que comprende, sobre todo, el sacrificio divino y la participación de los sacramentos y, por añadidura, la santidad de las leyes morales y de la disciplina. Todo esto debe hallarse en la Iglesia, pues ella está encargada de continuar hasta el fin de los siglos las funciones del Salvador; la religión que por la voluntad de Dios, en cierto modo toma cuerpo en ella, es la Iglesia sola quien la ofrece en toda su plenitud y perfección; e igualmente todos los medios de salvación que, en el plan ordinario de la Providencia son necesarios a los hombres, sola ella es quien los procura.

33. No cualquiera es maestro. 

   Pero así como la doctrina celestial no ha estado nunca abandonada al capricho o al juicio individual de los hombres, sino que ha sido primeramente enseñada por Jesús,  después confiada exclusivamente al magisterio de que hemos hablado, tampoco al primero que llega de entre el pueblo cristiano, sino a ciertos hombres escogidos ha dado Dios la facultad de cumplir y administrar los divinos misterios y el poder de mandar y de gobernar.

   Sólo a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores se refieren estas palabras de Jesucristo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio... bautizad a los hombres... (Mc. 16, 15; Mat. 28, 19) haced esto en memoria mía (Luc. 22, 10). A quien perdonareis los pecados les serán perdonados (Juan 20, 23). Del mismo modo, sólo a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores les ordenó apacentar el rebaño, esto es, gobernar con autoridad al pueblo cristiano, que por ese mandato éste quedó obligado a prestarles obediencia y sumisión. El conjunto de todas estas funciones del ministerio apostólico, está comprendido en estas palabras de San Pablo: Que los hombres nos miren como a ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (I Cor. 4, 1).

   De este modo Jesucristo llamó a todos los hombres sin excepción, a los que existían en su tiempo y a los que debían de existir más tarde: para que le siguiesen como Jefe y Salvador, y no aislada e individualmente, sino todos en conjunto, unidos en un solo haz de personas y de corazones, para que de esta multitud resultase un solo pueblo, legítimamente constituido en sociedad; un pueblo verdaderamente uno por la comunidad de la fe, de fin y de medios apropiados a alcanzar a éste; un pueblo sometido a un solo y un mismo poder.

34. Libertad de la Iglesia

   De hecho, todos los principios naturales que entre los hombres crean espontáneamente una sociedad destinada a proporcionarles la perfección de que su naturaleza es capaz, fueron establecidos por Jesucristo en la Iglesia, de modo que, en su seno todos los que quieran ser hijos adoptivos de Dios puedan llegar a la perfección conveniente a su dignidad, y conservarla y así lograr su salvación. La Iglesia, pues, como ya hemos indicado, debe servir a los hombres de quía en el camino del cielo, y Dios le ha dado la misión de juzgar y de decidir por sí misma, de todo lo que atañe a la Religión, y de administrar, según su voluntad, libremente y sin cortapisas de ningún género, los intereses cristianos.

   Es, por lo tanto, no conocerla bien o calumniarla injustamente, al acusarla de pretender invadir el dominio de la sociedad civil, o de poner trabas a los derechos de los soberanos. Todo lo contrario; Dios ha hecho de la Iglesia la más excelente de todas las sociedades, tanto como la gracia divina sobrepuja a la naturaleza y los bienes inmortales superan las cosas perecederas.

35. Sociedad divina y humana.

   Por su origen, es pues, la Iglesia una sociedad divina; por su fin y por los medios inmediatos que la conducen es sobrenatural; por los miembros de que se compone, y que son hombres, es una sociedad humana. Por esto vemos que las Sagradas Escrituras la designan con los nombres que convienen a una sociedad perfecta. Llámasela, no solamente Casa de Dios, la Ciudad colocada sobre la montaña, donde todas las naciones deben reunirse, sino también Rebaño que debe ser gobernado por un solo pastor, y en el que deben refugiarse todas las ovejas de Cristo; también es llamada Reino suscitado por Dios y que durará eternamente; en fin, Cuerpo de Cristo, cuerpo místico, sin duda, pero vivo siempre, perfectamente formado y compuesto de gran número de miembros, cuya función es diferente, pero ligados entre sí y unidos bajo el imperio de la cabeza que todo lo dirige.

36. Un solo jefe.

   Ahora bien, es imposible imaginarse una sociedad humana verdadera y perfecta que no esté gobernada por un poder soberano cualquiera. Jesucristo debe haber puesto a la cabeza de la Iglesia un jefe supremo a quien toda la multitud de los cristianos es sometida y obediente, Por esto también, del mismo modo que la Iglesia, para ser una en su calidad de reunión de los fieles, requiere necesariamente la unidad de la fe, también para ser una en cuanto a su condición de sociedad divinamente constituida, ha de tener, por derecho divino, la unidad de gobierno, que produce y comprende la unidad de comunión. La unidad de la Iglesia debe ser considerada bajo dos aspectos: primero, el de la conexión mutua de los miembros de la Iglesia o comunicación que entre ellos existe, y en segundo lugar, el del orden que liga a todos los miembros de la Iglesia a un solo jefe.[i]

37. Gravedad del cisma.

   De ahí se comprende que los hombres no se separan menos de la unidad de la Iglesia por el cisma que por la herejía. Se señala como diferencia entre por la herejía y el cisma, que la herejía profesa un dogma corrompido y el cisma, consecuencia de una disensión entre el episcopado, se separa de la Iglesia[ii].

   Estas palabras concuerdan con las de San Juan Crisóstomo sobre el mismo asunto: Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la herejía[iii]. Por esto si ninguna herejía puede ser legítima, tampoco hay cisma que pueda mirarse como promovido por un buen derecho. Nada es más grave que el sacrilegio del cisma: no hay necesidad legítima de romper la unidad[iv].

38. No basta reconocer a Cristo como Jefe

   ¿Y cuál es el poder soberano a que todos los cristianos deben obedecer y cuál es su natu raleza ? Sólo puede determinarse comprobando y conociendo bien la voluntad de Cristo acerca de este punto. Seguramente Cristo es el Rey eterno y eternamente, desde lo alto del cielo, continúa dirigiendo y protegiendo invisiblemente su reino; pero como ha querido que este reino fuera visible, ha debido designar a alguien que ocupe su lugar en la tierra después que El mismo subió a los cielos.

   Si alguno dice que el único jefe y el único pastor es Jesucristo, que es el único esposo de la Iglesia única, esta respuesta no es suficiente. Es cierto, en efecto, que el mismo Jesucristo obra los Sacramentos en la Iglesia. El es quien bautiza, quien remite los pecados; es el verdadero Sacerdote que se ofrece sobre el altar de la cruz y por su virtud se consagra todos los días su cuerpo sobre el altar y, no obstante, como no debía permanecer con todos los fieles por su presencia corpórea, escogió ministros por cuyo medio pudiera dispensarse a los fieles los Sacramentos de que acabamos de hablar, como lo hemos dicho más arriba (cap. 74). Del mismo modo, porque debía sustraer a la Iglesia su presencia corporal, fue preciso que designara a alguien para que en su lugar, cuidase de la Iglesia universal. por eso dijo a Pedro antes de su ascensión: Apacienta mis ovejas[v].

39. Primado de Pedro

   Jesucristo, pues, dio pedro a la Iglesia por Jefe soberano, y estableció que este poder instituido hasta el fin de los siglos para la salvación de todos, pasase como herencia a los sucesores de Pedro, en quienes el mismo Pedro sobreviviría perpetuamente mediante su autoridad. Cierto es que al bienaventurado Pedro, y fuera de él a ningún otro se hizo esta insigne promesa: Tú eres Pedro.. y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia[vi]. Es a Pedro a quien el Señor habló; a uno solo a fin de fundar la unidad por uno solo[vii].

   En efecto, sin ningún otro preámbulo, designa por su nombre al padre del Apóstol y al apóstol mismo. (Tu eres bienaventurado, Simón, hijo de Jonás), y no permitiendo ya que se le llame Simón, reivindica para él en adelante como suyo en virtud de su poder, y  quiere por una imagen muy apropiada que se llame Pedro, porque es la piedra sobre la que debía fundar su Iglesia[viii].

40. Pedro, cimiento de la Iglesia. 

   Según este oráculo, es evidente, que por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el bienaventurado Pedro; como el edificio sobre los cimientos. y como la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar solidez y cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble. Pero, ¿cómo podría desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar, en una palabra, un poder de jurisdicción propio y verdadero? Es evidente que los Estados y las sociedades no pueden subsistir sin un poder de jurisdicción. El primado de honor, o el poder tan modesto de aconsejar y advertir, que se llama poder de dirección, son incapaces de prestar a ninguna sociedad humana un elemento eficaz de unidad y de solidez.

41. Pedro y la Iglesia una misma cosa. 

   Por el contrario, el verdadero poder de que hablamos está declarado y afirmado con estas palabras: y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mat. 16, 18.)

   .¿Qué es contra ella? ¿Es contra la piedra sobre la que Jesucristo edificó su Iglesia? ¿Es contra la Iglesia? La frase resulta ambigua. ¿Será para significar que la piedra y la Iglesia no son sino una misma cosa? Sí; esa es, según creo, la verdad; pues las puertas del infierno no prevalecerán, ni contra la piedra sobre la que Jesucristo fundó la Iglesia, ni contra la Iglesia misma[ix]. He aquí el alcance de esta divina palabra: La Iglesia apoyada en Pedro, cualquiera que sea la habilidad que desplieguen sus enemigos, no podrá sucumbir jamás ni desfallecer en lo más mínimo.

   Siendo la Iglesia el edificio de Cristo, quien sabiamente ha edificado "su casa sobre piedra", no puede estar sometida a las puertas del infierno, éstas pueden prevalecer contra quien se encuentre fuera de la piedra, fuera de la Iglesia, pero son impotentes contra ésta[x]. Si Dios ha confiado su Iglesia a Pedro, ha sido con el fin de que ese sostén invisible la conserve siempre en toda su integridad. La ha investido de la autoridad, porque para sostener real y eficazmente una sociedad humana el derecho de mandar es indispensable para quien la sostiene.

42. Poderes soberanos. 

   Jesús añade aún: y te daré las llaves del reino de los cielos, y es claro que continúa hablando de la Iglesia, de esta Iglesia que acaba de llamar suya y que ha declarado querer edificar sobre Pedro, como sobre su fundamento. La Iglesia ofrece, en efecto, la imagen no sólo de un edificio, sino de un reino; además, nadie ignora que las llaves son las insignias ordinarias de la autoridad. Así cuando Jesús promete dar a Pedro las llaves del reino de los cielos, promete darle el poder y la autoridad de la Iglesia. El Hijo le ha dado (a Pedro) la misión de esparcir en el mundo entero el conocimiento del Padre y del Hijo y ha dado a un hombre mortal todo el poder de los cielos al confiar la llaves a Pedro quien ha extendido la Iglesia hasta las extremidades del mundo y la ha mostrado más inquebrantable que el cielo[xi].

   Lo que sigue tiene también el mismo sentido:

   Todo lo que atares en la tierra será también atado en el cielo, y lo que desatares en la tierra también será desatado en el cielo (Mat. 16, 19.). Esta expresión figurada: atar y desatar, designa el poder de establecer leyes y el de juzgar y castigar. y Jesucristo afirma que ese poder tendrá tanta extensión y tal eficacia, que todos los decretos dados por PEDRO serán ratificados por Dios. Este poder es, pues, soberano y de todo punto independiente, porque no hay sobre la tierra otro poder superior al suyo que abrace a toda la Iglesia ya todo lo que está confiado a la Iglesia.

43. Pedro Pastor universal. 

   La promesa hecha a Pedro, fue cumplida cuando Jesucristo nuestro Señor, después de su resurrección habiendo preguntado por tres veces a Pedro si le amaba más que los otros, le dijo en tono imperativo:  Apacienta mis corderos. ..apacienta mis ovejas (Juan 21,16-17.).

   Es decir, que a todos los que deben estar un día en su aprisco, les envía a Pedro como a su verdadero pastor. Si el Señor pregunta lo que no le ofrece duda, no quiere, indudablemente instruirse, sino instruir a quien a punto de subir al cielo, nos dejaba por Vicario de su amor. ..y porque solo entre todos Pedro profesaba este amor, es puesto a la cabeza de los más perfectos para gobernarlos, por ser él mismo más perfecto[xii]. El deber y el oficio de pastor es guiar el rebaño, velar por su salud, procurándole pastos saludables, librándole de los peligros, descubriendo los lazos y rechazando los ataques violentos; en una palabra, ejerciendo la autoridad del gobierno. y como PEDRO ha sido propuesto cual pastor al rebaño de fieles, ha recibido el poder de gobernar a todos los hombres, por cuya salvación Jesucristo dio su sangre. ¿y por qué vertió su sangre? Para rescatar a esas ovejas que ha confiado a Pedro ya sus sucesores[xiii].

44. Pedro columna de la fe

   Y porque es necesario que todos los cristianos estén unidos entre sí por la comunidad de una fe inmutable, nuestro Señor Jesucristo, por la virtud de sus oraciones, obtuvo para Pedro que en el ejercicio de su poder no desfalleciera jamás su fe. He orado por ti a fin de que tu fe no desfallezca (Luc. 22,32).

   Y le ordenó además que cuantas veces lo pidieran las circunstancias, comunicase a sus hermanos la luz y la energía de su alma: Confirma a tus hermanos (Luc. 22,32). Aquel, pues, a quien designó como fundamento de la Iglesia, quiere que sea columna de la fe. A quien dio el reino por su propia autoridad no Podía afirmarle la fe dado que ya lo señaló como base de la Iglesia cuando lo llamó "Piedra"[xiv].

   De aquí que ciertos nombres que designan muy grandes cosas y que pertenecen en propiedad a Jesucristo en virtud de su poder, Jesús mismo ha querido hacerlas comunes a El y a Pedro por participación[xv], a fin de que la comunidad de títulos manifestase la comunidad del poder. Así, El, que es la piedra principal del ángulo sobre la que todo el edificio construido se eleva como un templo sagrado en el Señor (Efes. 2, 21), ha establecido a Pedro como la piedra sobre que debía estar apoyada su Iglesia. Cuando Jesús dice: Tú eres la piedra, esta palabra le confiere un hermoso título de nobleza. Y sin embargo, es la piedra, no como Cristo es la piedra, sino como Pedro puede ser la piedra. Cristo es esencialmente la piedra inconmovible y por esto es que Pedro es la piedra. Porque Cristo comunica sus dignidades sin empobrecerse... Es sacerdote y hace sacerdotes... Es piedra, y hace de su Apóstol la piedra[xvi].

45. Pedro jefe de la sociedad cristiana.  

   Es, además, el Rey de la Iglesia, que Posee la llave de David; cierra, y nadie puede abrir: abre, y nadie Puede cerrar (Apc. 3, 7), y Por eso al dar las llaves a Pedro le declara jefe de la Sociedad cristiana. Es también el Pastor supremo, que a sí mismo se llama el Buen Pastor (Juan 10, 11) y por eso también ha nombrado a Pedro pastor de sus corderos y ovejas.

   Por esto dice San Crisóstomo: Era el principal entre los Apóstoles; era como la boca de los otros discípulos y la cabeza del cuerpo apostólico... Jesús, al decirle que debe tener en adelante confianza, porque la mancha de su negación está ya borrada, le Confía el gobierno de sus hermanos. Si tú me amas, sé jefe de tus hermanos[xvii]. Finalmente, Aquel que confirma en toda buena obra y en toda buena palabra (II Tes. 2, 16), es quien manda a Pedro que confirme a sus hermanos.

   San León Magno dice con razón: Del seno del mundo entero, Pedro sólo ha sido elegido para ser puesto a la cabeza de todas las naciones llamadas, de todos los Apóstoles, de todos los Padres de la Iglesia; de tal suerte que, aunque haya en el pueblo de Dios muchos pastores, Pedro, sin embargo, rige propiamente a todos los que son principalmente regidos por Cristo[xviii]. Sobre el mismo asunto escribe San Gregorio Magno al emperador Mauricio Augusto: Para todos los que conocen el Evangelio, es evidente que por la palabra del Señor, el cuidado de toda la Iglesia ha sido Confiado al Santo Apóstol Pedro, jefe de todos los Apóstoles... Ha recibido las llaves del reino de los cielos, el poder de atar y desatar le ha sido concedido, y el cuidado y el gobierno de toda la Iglesia le ha sido Confiado[xix].

46. El Papa, continuación de los Poderes de Pedro. 

   Y dado que esta autoridad, al formar parte de la constitución y de la organización de la Iglesia, como su elemento principal, es el principio de la unidad, el fundamento de la seguridad y la duración perpetua, se sigue que de ninguna manera Podía desaparecer con el bienaventurado Pedro, sino que debía necesariamente pasar a sus sucesores y ser transmitida de uno a otro. La disposición de la verdad permanece; pues, el  bienaventurado Pedro, perseverando en la firmeza de la Piedra, cuya virtud ha recibido, no puede dejar el timón de la Iglesia, Puesto en su mano[xx].

   Por esto los Pontífices que suceden a Pedro en el episcopado romano poseen de derecho divino el poder supremo de la Iglesia, Nos definimos que la Santa Sede Apostólica y el Pontífice Romano poseen la primacía sobre el mundo entero, y que el Pontífice Romano es el sucesor del bienaventurado Pedro Príncipe de los Apóstoles, y que es el verdadero Vicario de Jesucristo, el Jefe de toda la Iglesia, el Padre y el Doctor de todos los cristianos, y que a él en la persona del bienaventurado Pedro, ha sido dado por nuestro Señor Jesucristo, el pleno poder de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal; así como está contenido, tanto en las actas de los Concilios ecuménicos, como en los Sagrados Cánones[xxi]. El cuarto Concilio de Letrán dice también: La Iglesia romana... por la disposición del Señor, posee el principado del poder ordinario sobre las demás Iglesias, en su cualidad de madre y maestra de todos los fieles de Cristo[xxii].

47. Así lo sintió la antigüedad.

   Tal había sido antes el sentimiento unánime de la antigüedad, que sin la menor duda ha mirado y venerado a los Obispos de Roma como a los sucesores legítimos del bienaventurado Pedro. ¿Quién podrá ignorar cuán numerosos y cuán claros son acerca de este punto los testimonios de los Santos Padres? Bien elocuente es el de San Ireneo que habla así de la Iglesia romana: A esta Iglesia por su preeminencia superior, debe necesariamente reunirse toda la Iglesia[xxiii].

48. San Cipriano

   San Cipriano afirma también que la Iglesia romana es la raíz y madre de la Iglesia católica[xxiv], la Cátedra de Pedro y la Iglesia principal aquella de donde ha nacido la unidad sacerdotal[xxv]. La llama "Cátedra de Pedro", porque está ocupada por el sucesor de Pedro; " Iglesia principal" a causa del principado conferido a Pedro y a sus legítimos sucesores; "aquélla de donde ha nacido la unidad", porque en la sociedad cristiana la causa eficiente de la unidad es la Iglesia romana.

49. San Jerónimo, San Agustín y San Cipriano

   Por esto San Jerónimo escribe lo que sigue a Dámaso I: Hablo al sucesor del Pescador y al discípulo de la Cruz... Estoy ligado por la comunión a Vuestra Beatitud, es decir, a la Cátedra de Pedro. Sé que sobre esa piedra se ha edificado la Iglesia[xxvi].

   El método habitual de San Jerónimo para reconocer si un hombre es católico, es saber si está unido a la Cátedra romana de Pedro. Si alguno está unido a la Cátedra romana de Pedro, ese es mi hombre[xxvii]. Por un método análogo San Agustín, que declara abiertamente que en la Iglesia romana estaba siempre en vigencia el Primado de la Cátedra apostólica, afirma que quien se separa de la fe romana no es católico. No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana[xxviii].

   Y  lo mismo San Cipriano: Estar en comunión con Cornelio es estar en comunión con la Iglesia católica[xxix].

50. El Abad Máximo

   El Abad Máximo enseña igualmente que el sello de la verdadera fe y de la verdadera comunión consiste en estar sometido al Pontífice Romano. Quien no quiera ser hereje ni sentar plaza de tal, no trate de satisfacer a éste ni al otro... Apresúrese a satisfacer en todo a la Sede de Roma. Satisfecha la Sede de Roma, en todas partes ya una sola voz le proclamarán piadoso y ortodoxo. Será en vano que se contente con hablar el que de ello quiera persuadir, si no satisface y si no implora al bienaventurado Papa de la santísima Iglesia de los Romanos, esto es, la Sede apostólica. y he aquí, según él, la causa y la explicación de este hecho. La Iglesia romana ha recibido del Verbo de Dios Encarnado y según los Santos Concilios, según los santos Cánones y las definiciones, posee, sobre la universalidad de las santas Iglesias de Dios que existen sobre la superficie de la tierra, el imperio y la autoridad, en todo y por todo, y el poder de atar y desatar. Pues, cuando ella ata y desata, el Verbo que manda a las virtudes celestiales, ata y desata, también en el cielo[xxx].

51. Algunos Concilios

   Era este, pues, un artículo de la fe cristiana; era un punto reconocido y observado constantemente, no por una nación o un siglo, sino por todos los siglos, y por el Oriente no menos que por el Occidente, conforme recordaba al Sínodo de Éfeso, sin que se levantase la menor objeción el Sacerdote Felipe, Legado del Pontífice Romano: No es dudoso para nadie y es cosa conocida en todos los tiempos que el Santo y bienaventurado Pedro, Príncipe y Jefe de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano, las llaves del reino, y que el poder de atar y desatar los pecados fue dado a ese mismo Apóstol, quien hasta el presente momento y siempre, vive en sus sucesores y ejerce por medio de ellos su autoridad[xxxi]. Todo el mundo conoce la sentencia del Concilio de Calcedonia sobre el mismo asunto: Pedro ha hablado... por boca de León[xxxii]; sentencia a la que la voz del tercer Concilio de Constantinopla respondió como un eco: El soberano Príncipe de los Apóstoles combatía al lado nuestro, pues tenemos en nuestro favor su imitador y su sucesor en su Sede... No se veía al exterior (mientras se leía la carta del Pontífice Romano) más que el papel y la tinta, y era Pedro quien hablaba por boca de Agatón[xxxiii]. En la fórmula de profesión de fe católica propuesta en términos precisos por Hormisdas en los comienzos del siglo VI, y suscrita por el emperador Justiniano y los Patriarcas Epífanio, Juan y Mennas, se expresó el mismo pensamiento con gran vigor: Como la sentencia de nuestro Señor Jesucristo, que dice: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", no pude ser desatendida, la que ha dicho está confirmado por la realidad de los hechos, pues en la sede Apostólica la religión católica se ha conservado sin ninguna mancha[xxxiv].

   No queremos enumerar todos los testimonios; pero no obstante, nos place recordar la fórmula con que Miguel Paleólogo hizo su profesión de fe en el segundo Concilio de Lyon: La Santa Iglesia romana posee también el soberano y pleno primado y principal sobre la Iglesia católica universal, y reconoce con verdad y humildad haber recibido este primado y principado con la plenitud del poder del Señor mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, príncipe o jefe de los Apóstoles y de quien el Pontífice romano es el sucesor. Y por la mismo que está encargado de defender, antes que las demás, la verdad de la fe, también cuando se levantan dificultades en puntos de fe, es, a su juicio, al que las demás deben atenerse[xxxv].

52. Poder soberano pero no único

   De que el poder de Pedro y de sus sucesores es pleno y soberano, no se ha de deducir, sin embargo, que no existen otros en la Iglesia. Quien ha establecido a Pedro como fundamento de la Iglesia, también ha escogido doce de sus discípulos, a los que dio el nombre de Apóstoles (Luc. 6, 13). Así del mismo modo que la autoridad de Pedro es necesariamente permanente y perpetua en el Pontificado romano, también los Obispos, en su calidad de sucesores de los Apóstoles, son los herederos del poder ordinario de los Apóstoles, de tal suerte que el orden episcopal forma necesariamente parte de la constitución íntima de la Iglesia. y aunque la autoridad de los Obispos no sea ni plena, ni universal, ni soberana, no debe mirárselos como a simples Vicarios de los Pontífices romanos, pues poseen una autoridad que les es propia, y llevan con toda verdad el nombre de Prelados ordinarios de los pueblos que gobiernan. 

   Pero como el sucesor de Pedro es único mientras que los de los Apóstoles son muy numerosos, conviene estudiar qué vínculos, según la constitución divina, unen a estos últimos al Pontífice Romano. Y desde luego la unión de los Obispos con el sucesor de Pedro es de una necesidad evidente y que no puede ofrecer la menor duda; pues si este  vínculo se desata, el pueblo cristiano mismo no es más que una multitud que se disuelve y se disgrega, y no puede ya en modo alguno, formar un solo cuerpo y un solo rebaño. La salud de la Iglesia depende de la dignidad del Sumo Sacerdote: si no se atribuye a éste un poder aparte y sobre todos los demás poderes, habrá en la Iglesia tan- tos cismas como sacerdotes[xxxvi].

53. Pedro independiente, los Apóstoles dependientes

   Por esto hay necesidad de hacer aquí una advertencia importante. Nada ha sido conferido a los Apóstoles independientemente de Pedro; muchas cosas han sido conferidas a Pedro aislada e independientemente de los Apóstoles, San Juan Crisóstomo, explicando las palabras de Jesucristo que refiere San Juan[xxxvii], se pregunta por qué dejando a un lado a los otros se dirige Cristo a Pedro, y responde formalmente: Porque era el principal entre los Apóstoles, como la boca de los demás discípulos y el jefe del cuerpo apostólico[xxxviii]. Sólo él, en efecto, fue designado por Cristo para fundamento de la Iglesia. A él le fue dado todo el poder de atar y de desatar; a él sólo confió el poder de apacentar el rebaño. Al contrario, todo lo que los Apóstoles han recibido en lo que se refiere a funciones y autoridad, lo han recibido conjuntamente con Pedro. Si la divina Bondad ha querido que los otros príncipes de la Iglesia tengan alguna cosa en común con Pedro, la que no ha rehusado a los demás, no se les ha dado jamás sino por El[xxxix]. El sólo ha recibido muchas cosas, pero nada se ha concedido a ninguno sin su participación[xl]

   Por donde se ve claramente que los Obispos perderían el derecho y el poder de gobernar si se separasen de Pedro o de sus sucesores. Por esta separación se arrancan ellos mismos del fundamento sobre el que debe sustentarse todo el edificio y se colocan fuera del mismo edificio; por la misma razón quedan excluidos del rebaño que gobierna el Pastor supremo y desterrados del reino cuyas llaves ha dado Dios a Pedro solamente.

54. Unidad de fe, gobierno y comunión

   Estas consideraciones hacen que se comprenda el plan y el designio de Dios en la constitución de la sociedad cristiana. Este plan es el siguiente: el Autor divino de la Iglesia al decretar dar a ésta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro ya sus sucesores para establecer en ellos el principio y como el cetro de la unidad. Por esto escribe San Cipriano: hay, para llegar a la fe, una demostración fácil que resume la verdad. El Señor se dirige a Pedro en estos términos: "Te digo que eres Pedro... " Es, pues, sobre uno sobre quien edifica la Iglesia. y aunque después de su Resurrección confiere a todos los Apóstoles un poder igual, y les dice: "Como mi Padre me envió... "no obstante, para poner a la unidad en plena luz, coloca en uno solo, por su autoridad, el origen y el punto de partida de esta misma unidad[xli].

   Y San Optato de Milevo escribe: Tú sabes muy bien, no puedes negarlo, que es a Pedro el primero a quien ha sido conferida la Cátedra episcopal en la ciudad de Roma,. es en la que está sentado el jefe de los Apóstoles, Pedro, que por esto ha sido llamado Cefas. En esta Cátedra única en la que todos debían guardar la unidad, a fin de que los demás Apóstoles no pudiesen atribuírsela cada uno en su Sede, y que fuera en adelante cismático y prevaricador quien elevara otra Cátedra contra esta Cátedra única[xlii].

   De aquí también esta sentencia del mismo San Cipriano, según la que la herejía y el cisma se producen y nacen, del hecho de negar al poder supremo la obediencia que le es debida: La única fuente de donde han surgido las herejías y de donde han nacido los cismas, es que no se obedece al Pontífice de Dios, ni se quiere reconocer en la Iglesia un solo Pontífice y un solo juez que ocupa el lugar de Cristo[xliii].

55. Toda autoridad debe estar unida a Pedro

   Nadie, pues, puede tener parte en la autoridad, si no está unido a Pedro, pues sería absurdo pretender que un hombre excluido de la Iglesia, tuviese autoridad en la Iglesia. Fundándose en esto Optato de Milevo, reprendía así a los donatistas: Contra las puertas del infierno, como la leemos en el Evangelio, ha recibido las llaves de salud Pedro, es decir, nuestro jefe, a quien Jesucristo ha dicho: "Te daré las llaves del reino de los
cielos, y las puertas del infierno triunfarán jamás de ellas". ¿Cómo, pues, tratáis de atribuiros las llaves del reino de los cielos, vosotros que combatís la cátedra de Pedro
?[xliv].

56. No basta una primacía de honor

   Pero el orden de los Obispos no puede ser mirado como verdaderamente unido a Pedro, de la manera que Cristo lo ha querido, sino en cuanto está sometido y obedece a Pedro; sin esto, se dispersa necesariamente en una multitud en la que reinan la confusión y el desorden. Para conservar la unidad de fe y comunión, no bastan ni una primacía de honor ni un poder de orientación; es necesaria una autoridad verdadera y al mismo  tiempo soberana, a la que debe obedecer toda la comunidad. ¿Qué ha querido, en efecto, el Hijo de Dios cuando ha prometido las llaves del reino de los cielos sólo a Pedro? Que las llaves signifiquen aquí el poder supremo; el uso bíblico y el consentimiento unánime de los Padres no permiten dudarlo. Y no se pueden interpretar de otro modo los poderes que han sido conferidos sea a Pedro separadamente o ya a los demás Apóstoles conjuntamente con Pedro. Si la facultad de atar y desatar, de apacentar el rebaño, da a los Obispos, sucesores de los Apóstoles, el derecho de gobernar con autoridad propia al pueblo confiado a cada uno de ellos, seguramente esta misma facultad debe producir idéntico efecto en aquel a quien ha sido designado por Dios mismo el papel de apacentar los corderos y las ovejas. Pedro no ha sido sólo instituido Pastor por Cristo, sino Pastor de los pastores. Pedro, pues, apacienta a los corderos y apacienta a las ovejas; apacienta a los pequeñuelos y a sus madres, gobierna a los súbditos y también a los Prelados, pues en la Iglesia fuera de los corderos y de las ovejas , no hay nada[xlv].

57. Nombres expresivos de S. Bernardo

   De aquí nacen entre los antiguos Padres estas expresiones que designan en especial al bienaventurado Pedro, y que le muestran evidentemente colocado en un grado supremo de la dignidad y del poder. Le llaman con frecuencia jefe de la Asamblea de los discípulos, príncipe de los santos Apóstoles, o corifeo del coro apostólico, boca de todos los Apóstoles, jefe de esta familia; aquel que manda al mundo entero, el primero entre los Apóstoles, columna de la Iglesia.

   La conclusión de todo lo que precede parece hallarse en estas palabras de San Bernardo al Papa Eugenio: ¿Quién sois Vos? Sois el gran Sacerdote, el Príncipe soberano. Sois el príncipe de los Obispos, el heredero de los Apóstoles. Sois aquel a quien las llaves han sido dadas, a quien las ovejas han sido confiadas. Otros, además de Vos, son también porteros del cielo y pastores de rebaños, pero ese doble título es en Vos tanto más glorioso cuanto que lo habéis recibido como herencia en un sentido más particular que todos los demás. Estos tienen sus rebaños que les han sido asignados a cada uno en particular, pero a Vos han sido confiados todos los rebaños, Vos únicamente tenéis un solo rebaño formado no solamente por las ovejas, sino también por los pastores, sois el único pastor de todos. Me preguntáis cómo lo pruebo. Por la palabra del Señor. ¿A quién, en efecto, no digo entre los Obispos, sino entre los Apóstoles, han sido confiadas absoluta e indistintamente todas las ovejas? Si tú me amas, Pedro, apacienta mis ovejas. ¿Cuáles? ¿Los pueblos de tal o cual ciudad, de tal o cual comarca, de tal reino? Mis ovejas, dice. ¿Quién no ve que no se designa a una o algunas, sino que todas se confían a Pedro? Ninguna distinción, ninguna excepción[xlvi].

58. Poder sobre el colegio de los Obispos

   Sería apartarse de la verdad y contradecir abiertamente a la constitución divina de la Iglesia, pretender que cada uno de los Obispos, considerados aisladamente, debe estar sometido a la jurisdicción de los Pontífices Romanos; pero que todos los Obispos, considerados en conjunto, no deben estarlo. ¿Cuál es, en efecto, toda la razón de ser y la naturaleza del fundamento? Es la de salvaguardar la unidad y la solidez más bien de  todo el edificio que la de cada una de sus partes.

   Y esto es mucho más cierto en el punto que tratamos, pues Jesucristo nuestro Señor ha querido para la solidez del fundamento de su Iglesia obtener este resultado; que las puertas del infierno no puedan prevalecer contra ella. Todo el mundo conviene en que esta promesa divina se refiere a la Iglesia universal y no a sus partes tomadas aisladamente, pues éstas pueden, en realidad, ser vencidas por el esfuerzo de los infiernos, y ha ocurrido a algunas de ellas que separadamente fueron, en efecto, vencidas.

   Además, el que ha sido puesto a la cabeza de todo el rebaño, debe tener necesariamente la autoridad, no solamente sobre las ovejas dispersas, sino sobre todo el conjunto de las ovejas reunidas. ¿Es acaso el conjunto de las ovejas que gobierna y conduce al pastor? Los sucesores de los Apóstoles, reunidos, ¿serán el fundamento sobre el que el sucesor de Pedro debería apoyarse para encontrar la solidez?

   Quien posee las llaves del reino tiene evidentemente derecho y autoridad, no solamente sobre las provincias aisladas, sino sobre todas a la vez; y del mismo modo que los Obispos, cada uno en su territorio, mandan con autoridad verdadera, no solamente a cada individuo, sino a toda la comunidad, así los Pontífices Romanos, cuya jurisdicción abraza a toda la sociedad cristiana, tienen todas las porciones de esta sociedad, aún reunidas en conjunto, sometidas y obedientes a su poder, Jesucristo nuestro Señor, según hemos dicho repetidas veces, ha dado a Pedro y a sus sucesores la misión de ser sus Vicarios para ejercer perpetuamente en la Iglesia el mismo poder que El ejerció durante su vida mortal. Después de esto, ¿se dirá que el colegio de los Apóstoles excedía en autoridad a su Maestro? 

59. Declaraciones de este poder. 

   Este poder de que hablamos sobre el colegio mismo de los Obispos, poder que las Sagradas Letras enuncian tan abiertamente, no ha cesado la Iglesia de reconocerlo y atestiguarlo. He aquí lo que acerca de este punto declaran los Concilios: Leemos que el Pontífice romano ha juzgado a los Prelados de todas las Iglesias, pero no leemos que él haya sido juzgado por ninguno de ellos[xlvii]. Y la razón de este hecho está indicada con solo decir que no hay autoridad superior a la autoridad de la Sede Apostólica[xlviii].

   Por esto, Gelasio habla así de los decretos de los Concilios: Del mismo modo que lo que la Sede primera no ha aprobado, no puede estar en vigor, así, por el contrario, lo que ha confirmado por su juicio, ha sido recibido por toda la Iglesia[xlix]. En efecto, ratificar o invalidar la sentencia y los decretos de los Concilios ha sido siempre propio de los Pontífices romanos. León Magno anuló los actos del conciliábulo de Éfeso; Dámaso rechazó el de Rimini; Adriano el de Constantinopla; y el vigésimo octavo canon del Concilio de Calcedonia, desprovisto de la aprobación y de la autoridad de la Sede Apostólica, ha quedado como todos saben, sin vigor ni efecto.

   Con razón, pues, en el quinto Concilio de Letrán, expidió León X este Decreto: Consta de un modo manifiesto, no solamente por los testimonios de la Sagrada Escritura, por las palabras de los Padres y de otros Pontífices romanos y por los Decretos de los Sagrados Cánones, sino por la confesión formal de los mismos Concilios, que sólo el Pontífice romano, durante el ejercicio de su cargo, tiene pleno derecho y poder, como tiene autoridad sobre los Concilios, para convocar, transferir y disolver los Concilios[l].

   Las Sagradas Escrituras dan testimonio de que las llaves confiadas a Pedro solamente, y también que el poder de atar y desatar fue conferido a los Apóstoles conjuntamente con Pedro; ¿pero dónde consta que los Apóstoles hayan recibido el soberano poder sin Pedro y contra Pedro? Ningún testimonio lo dice. Seguramente no es de Cristo de quien lo ha recibido.

   Por esto el decreto del Concilio del Vaticano que definió la naturaleza y el alcance de la primacía del Pontífice Romano, no introdujo ninguna opinión nueva, pues sólo afirmó la antigua y constante fe de todos los siglos. 

60. Jerarquía de autoridades. 

   No hay que creer que la sumisión de los mismos súbditos a dos autoridades implique confusión en la administración .

   Tal sospecha nos está prohibida en primer término por la sabiduría de Dios que ha concebido y establecido por sí mismo la organización de ese gobierno. Además, es preciso notar que lo que turbaría el orden y las relaciones mutuas, sería la coexistencia, en una sociedad, de dos autoridades del mismo grado y no se sometería la una a la otra. Pero la autoridad del Pontífice es soberana, universal y del todo independiente; la de los Obispos está limitada de una manera precisa y no es plenamente independientemente. Lo inconveniente sería que dos Pastores estuviesen colocados en un grado igual de autoridad sobre el mismo rebaño. Pero que dos superiores, uno de ellos sometido al otro, estén colocados sobre los mismos súbditos, no es un inconveniente, y así un mismo pueblo está gobernado de un modo inmediato por su Párroco, por el Obispo y por el Papa[li].

   Los Pontífices romanos, que saben cuál es su deber, quieren más que nadie la conservación de que lo que está divinamente instituido en la Iglesia, y por esto del mismo modo que defienden los derechos de su propio poder con el celo y vigilancia necesarios, así también han puesto y pondrán constantemente todo su cuidado en mantener incólume la autoridad de los Obispos.

   Y más aún; todo lo que se tributa a los Obispos en orden al honor ya la obediencia, lo miran como si a ellos mismos le fuere tributado. Mi honor es el honor de la Iglesia universal. Mi honor es el pleno vigor de la autoridad de mis hermanos. No me siento verdaderamente honrado sino cuando se tributa a cada uno de ellos el honor que le es debido[lii].

   .En todo lo que precede. Nos hemos trazado fielmente la imagen y figura de la Iglesia según su divina constitución. Nos hemos insistido acerca de su unidad, y hemos declarado cuál es su naturaleza y por qué principio su divino Autor ha querido asegurar su conservación.

61. A los hijos fieles. 

   Todos los que por un insigne beneficio de Dios tienen la dicha de haber nacido en el seno de la Iglesia católica y de vivir en ella escucharán nuestra voz Apostólica, No tenemos ninguna razón para dudar de ello. Mis ovejas oyen mi voz (Juan, 10, 27). Todos ellos habrán hallado en esta Carta medios para instruirse más plenamente y para adherirse, con un amor más ardiente, cada uno a sus propios Pastores, y por éstos al Pastor supremo, a fin de poder continuar con mayor seguridad en el aprisco único, y recoger una mayor abundancia de frutos saludables.

62. A los que están fuera de la Iglesia. 

   Pero fijando nuestras miradas en el autor y consumador de la fe, Jesús (Hebr. 12, 2), cuyo lugar Ocupamos y por quien Nos ejercemos el poder, aunque sean débiles Nuestras fuerzas para el peso de esta dignidad y de este cargo Nos sentimos que su caridad inflama Nuestra alma y emplearemos no sin razón, estas palabras que Jesucristo decía de sí mismo: Tengo otras ovejas que no están en este aprisco,. es preciso también que yo las conduzca y escucharan mi voz (Juan, 10, 16). No rehúsen, pues, escucharnos y mostrarse dóciles a Nuestro amor paternal, todos aquellos que detestan la impiedad, hoy tan extendida, que reconocen a Jesucristo, que le confiesan Hijo de Dios y Salvador del género humano, pero que, sin embargo, viven errados y apartados de su Esposa. Los que toman el nombre de Cristo es necesario que lo tomen todo entero. Cristo todo en- tero es una cabeza y un cuerpo, la cabeza es el Hijo único de Dios,. el cuerpo es su Iglesia: es el esposo y la esposa, dos en una sola carne. Todos los que tienen respecto de la cabeza un sentimiento diferente del de las Escrituras, en vano se encuentran en todos los lugares don- de se halla establecida la Iglesia, porque no están en la Iglesia.

   E igualmente todos los que piensen como la Sagrada Escritura respecto de la cabeza, pero que no viven en comunión con la autoridad de la Iglesia, no están en la Iglesia[liii].

63. A los que vacilan. 

   Nuestro corazón se dirige también con sin igual ardor a aquellos a quienes el soplo contagioso de la impiedad no ha envenenado del todo, y que, por lo menos experimentan el deseo de tener por Padre al Dios verdadero, creador de la tierra y del cielo. Reflexionen y comprendan bien que no pueden en manera alguna contarse en el número de los hijos de Dios, si no vienen a reconocer por hermano a Jesucristo y por madre a la Iglesia.

64. Dios por Padre y la Iglesia por Madre. 

   A todos, pues., Nos dirigimos con grande amor estas palabras que tomamos a San Agustín: Amemos al Señor, nuestro Dios, amemos a su Iglesia, a El cual padre, a ella cual madre. Que nadie diga: Sí, voy aun a los ídolos, consulto a los poseídos y a los hechiceros, pero, no obstante, no dejo la Iglesia de Dios, soy católico. Permanecéis adheridos a la madre, pero ofendéis al padre. Otro dice poco más o menos: Dios no lo permita, no consulto a los hechiceros, no interrogo a los poseídos, no practico adivinaciones sacrílegas, no voy a adorar a los demonios, no sirvo a los dioses de piedra, pero soy del partido de Donato: ¿De qué os sirve no ofender al padre que vengará a la madre a quien ofendéis? ¿De qué os sirve confesar al Señor, honrar a Dios, alabarle, reconocer a su Hijo, proclamar que está sentado a la diestra del Padre, si blasfemáis de su Iglesia? Si tuvieseis un protector, a quien tributaseis todos los días el debido obsequio, y ultrajaseis a su esposa con una acusación grave, ¿os atreveríais ni aun a entrar en la casa de ese hombre? Tened, pues, mis muy amados, unánimemente a Dios por vuestro padre, y por vuestra madre a la Iglesia[liv].

   Confiando grandemente en la misericordia de Dios, que pueda tocar con suma eficacia los corazones de los hombres y formar las voluntades más rebeldes avenir a El, Nos encomendados, con vivas instancias, a su bondad a todos aquellos a quienes se refiere Nuestra palabra. y como prenda los dones celestiales, y en testimonio de Nuestra benevolencia os concedemos, con grande amor en el



[i] S. Thom. 2, 2, q. 39 a. 1.

[ii] S. Jeron. Com. in Ep. ad Tit., c. 3, 10-11. P.L. 26, 598.

[iii] S. Crisost. Hom. 9 in Ep. Eph. n. 5. P.G. 62, 87.

[iv] S. Agust. contr. Epist. Parm., 1. II, c. 9n. 25. P.L. 43, 69.

[v] S. Thom. contra Gent. I, IV c. 76

[vi] Paciano, ad Sempr. C. III, 11 P.L. 13, 1071.

[vii] S. Cirilo Alej. in Ev. Joh. 1. II in 1, 42.

[viii] Orig. Com. in Mat., t. 12, n. 11. P.G. 13, 1003-06.

[ix] Orig. Com. in Mat., t. 12, n. 11. P.G. 13, 1003.

[x] Or. Com. in Mat., t. 12, n. 11 P.G. 13, 1003-06.

[xi] S. Crisost. 54 in Matth. n. 2. P.G. 58, 534-35.

[xii] S. Ambros. Expos. in Ev. Luc. I, X, n. 175-176. P.L. 1, 1818.

[xiii] S. Crisóst. De sacerd., 1, II. P.G. 48, 632.

[xiv] S. Ambr., De fide 1, IV, 56, P.L. 16, 628.1(AJ Apo. 3, 7.

[xv] S. León serm. IV, c. 2. P.L. 54, 150.

[xvi] Homil. de Poenitentia, n. 4 (in append. opp. S. Basil.). P.G. 31, 1483

[xvii] Crisóst. Hom. 88 in Joan, 1, P.G. 59, 178-79. 

[xviii] S. León M. Sermo IV, c. 11, P.L. 54, 149-50.

[xix] S. Greg. Eplst. 1. V. ep 20, P.L. 77, 745-46111

[xx] S. León M. Serm. III, c. 3. P.L. 54, 146.

[xxi] Conc. Florent. Decr. pro Graec..Denz-Unlb. n. 694

[xxii] Conc. Lat. IV (1215) cap. II De errore Abb Joach. Denz-Umb. n. 433.114

[xxiii] S. Iren. Adv. Haer. 1, III, 3 n. 2. P.G. 7, 849 

[xxiv] S. Cipr. Ep. 48 ad Corn. n. 3. P.L. 3, 710.

[xxv] S. Cipr. Ep. 59 ad Corn. n. 14. P.L.. 3, 732.

[xxvi] S. Jerón. Ep. 15 ad Dam. n. 2. P.L. 22, 355.

[xxvii] S. Jerón. Ep. 16 ad Dam. n. 2. P.L. 22, 359.

[xxviii] S. Agust. Ep. 43, 7; Serm. 120, 13. P.L. 33, 163. 

[xxix] S. Cipr. Epist. 55, n. 1. P.L. 3, 765.

[xxx] Abad Max Defloratio ex Ep. ad Petr. m. P.L. 129, 576.

[xxxi] Conc. Ephes. (431) Oratio Phil. Seg. Rom. Pont. in act. III; Denz-Umb. n. 112. Mansi 4, 1295. 

[xxxii] Conc. Calc. Actio II, Mansi 6, 971.

[xxxiii] III Conc. Const. Actio 18. Mansi 11, 666.

[xxxiv] Post. Epist. 26 ad omn. episc. Hispan. n. 1. P.L. 63, 460; Mansi 8, 467, Denz-Umb. nr. 466.

[xxxv] II Conc. Lión Actio IV Denz- Umb. nr. 466.

[xxxvi] S. Jerón. Dialog. c. Luclf. n. 9. P.L. 23, 165. 

[xxxvii] Juan 21, 15: "Cuando hubieron comido, dijo Jesús a Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

[xxxviii] S. Crisóst. Hom. 88 in Joan, 1. P.G. 59, 478.

[xxxix] S. León M. Serm. IV, c. 2. P.L. 54, 150. 

[xl] S. León M. Serm. IV, c. 2. P.L. 54, 150.

[xli] S. Cipr. De unitate Eccl. n. 4. P.L. 4, 498. 

[xlii] S. Optato de Milevo, De Schism. Donat. lib. II, 2. P.L. 11, 947.

[xliii] S. Cipr. Epist. 12 ad Corn. n. 5. P.L. 3, 802. 

[xliv] S. Optato de Mil. De Sehism. Donat. 1ib. II, n. 4-5. P.L. 955-56. 

[xlv] S. Bruno, epise. Signiens. Comm. in Joan, e. 21, n. 55.

[xlvi] S. Bern. De consid. 1. II, c. 8. P.L. 182, 751.

[xlvii] Hadriano II in Alloc, III ad Syn. Rom. an. 869-870, cfr. Action. VII Conc. Constantinop, IV; véase también Denz-Umb. n. 330 y n. 353.

[xlviii] S. Nicolás I (858-867) Epist. 84 ad Michael. Imp.: cfr. Epist. "Proposuera mus quidem", ad Michael. an. 865, Denz-Umb. n. 333. P.L. 119, 954.

[xlix] S. Gelasio I Epist. 26 ad episcopos Dardaniae n. 5. P.L. 59, 67.

[l] Conc. de Letrán (1512-1517) sesión IV c. 3; véase también ses. XI (1516) Denz-Umb. n. 740. .

[li] S. Thom. in IV Sent. dist. 17 a 4 ad q. ad 13. (volver)

[lii] S. Greg. Epist. 1, VIII, ep. 30 ad Eulog. P.L. 77, 933. i 146 Juan 10, 27.

[liii]S. Agust. Contra Donat. ep. sive de Unitate Eccl. c. IV, n. 7, P.L. 43; 395.

[liv] S. Agust. Enarr. in Psal. 88 serm. II, n. 14. P.L. 33, 1140.