Miércoles

20ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 34,1-11

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza y diles: Esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No es el rebaño lo que deben apacentar los pastores? 3 Vosotros os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño. 4 No habéis robustecido a las flacas, ni curado a las enfermas, ni habéis vendado a las heridas; no habéis reunido a las descarriadas, ni buscado a las perdidas, sino que las habéis tratado con crueldad y violencia. 5 Y así, a falta de pastor, andan dispersas a merced de las fieras salvajes. 6 Mi rebaño anda errante por montes y colinas, dispersas mis ovejas por todo el país sin que nadie las busque ni las cuide.

7 Por eso, escuchad, pastores, la Palabra del Señor: 8 Por mi vida lo juro, oráculo del Señor: por falta de pastor, mis ovejas han sido expuestas al pillaje y han quedado a merced de las fieras; mis pastores no se han preocupado de mi rebaño; se han apacentado a sí mismos en lugar de apacentar mi rebaño. 9 Pues bien, pastores, oíd la Palabra del Señor: 10 Esto dice el Señor: Aquí estoy yo para reclamar mis ovejas a los pastores; no les dejaré apacentar más a mis ovejas y así no se apacentarán más ellos mismos. Les arrebataré mis ovejas de su boca para que no les sirvan de alimento. 11 Porque esto dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré.


Ezequiel actúa como anunciador del juicio inminente antes de la caída de Jerusalén. Cuando, a continuación, ya ha tenido lugar este juicio, el profeta asume la tarea de volver a encender la esperanza en el pueblo, exhortándolo a la confianza y a una fidelidad plena a Dios.

El pasaje que hemos leído hoy se inserta en esta nueva perspectiva. El oráculo encuentra su cima en la última frase: «Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré» (v 11). Este es el mensaje de esperanza. El rebaño estuvo sometido en el pasado a pastores malos. Los últimos gobernantes de Israel -reyes, sacerdotes, ancianos, etc.- no fueron fieles a la tarea que les había sido confiada. Su culpa fundamental fue el egoísmo, el abuso de poder, la explotación del pueblo y la búsqueda del propio interés. En la condena se repite una y otra vez la acusación: «Se han apacentado a sí mismos», cuando deberían haberse ofrecido a sí mismos al servicio del rebaño, deberían haber defendido a las ovejas de las fieras, guiarlas a buenos pastos, ir en busca de las perdidas y preocuparse de las más débiles (vv. 3ss). La reciente tragedia de Israel se debe en gran parte a estos malos pastores. Ahora, el Señor les pedirá cuentas de los daños causados y les quitará el poder sobre su pueblo.

La buena noticia para Israel no es tanto la eliminación de los gobernantes irresponsables como la promesa de que el Señor mismo se ocupará de su pueblo. Se trata de la promesa de la restauración y del retorno, la promesa de una nueva era. La imagen de YHWH pastor era muy familiar en la tradición de Israel. Los oyentes de Ezequiel saben bien lo que significa tener a Dios mismo como pastor. El autor del salmo 23 describe sus rasgos con una gran belleza. La imagen del pastor es posteriormente enriquecida en el Nuevo Testamento al aplicársela Jesús a sí mismo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11).

 

Evangelio: Mateo 20,1-16a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. 2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña. 3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4 y les dijo: «Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo». 5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo. 6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: «¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?». 7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». El les dijo: «Id también vosotros a la viña». 8 Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros». 9 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno. 10° Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más, pero también ellos cobraron un denario cada uno. 11 Al recibirlo, se quejaban del dueño, 12 diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor». 13 Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti, 15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?». 16 Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.


Hay muchas líneas que conectan el pasaje de hoy con los de los días precedentes. La parábola de los trabajadores de la viña, que concluye con la afirmación:
«Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos» (v. 16a), recuerda la frase final del evangelio de ayer: «Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros» (19,30). Jesús le había señalado al joven rico que «uno sólo es bueno»; ahora, en 20,15, la frase final del dueño ante un obrero de la primera hora suena de este modo: «¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

Esta parábola, contada de una manera vivaz, constituye una llamada dirigida no sólo al pueblo de Israel, llamado en primer lugar, para que goce de la liberalidad sorprendente que usa el Señor respecto a los «últimos» -ya sean éstos paganos, publicanos o pecadores-, sino también a los lectores cristianos para que se conviertan a los criterios de Dios, liberándose de la mezquindad de mente y de corazón, de las comparaciones y de los fáciles refunfuños, de la cerrazón egoísta. Debemos invertir nuestros modos de pensar y de obrar: Dios hace entrar en su Reino al pobre y no al rico, da la precedencia a los últimos y no a los primeros, dispensa gratuitamente sus dones no sobre la base de los méritos precedentemente adquiridos. Ya en el libro del profeta Isaías dice Dios de manera explícita: «Mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor. Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (Is 55,8-9).

Si al joven rico que ha observado desde siempre la Ley le pide Jesús que dé un salto cualitativo, aquí pide a todos que se desembaracen de sus propias justicias basadas en cálculos exactos, para gozar de la inmensa bondad de Dios y de su gracia sobreabundante. Dios dialoga, en efecto, con el hombre en los dilatados espacios del amor, no en los estrechos límites del derecho o de la contabilidad.

El amor no contradice la justicia, sino que extiende sus límites: «Dios, que tiene poder sobre todas las cosas y que, en virtud de la fuerza con que actúa en nosotros, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros pedimos o pensamos» (Ef 3,20). Nuestro Dios es un Dios de corazón grande y debe ser acogido con un corazón grande.


MEDITATIO

Los pastores malos se «apacientan a sí mismos». Puede haber egoísmo y búsqueda de sí mismo incluso en el ejercicio de ministerios nobles, sagrados. Ya Pablo ponía en guardia contra este peligro siempre actual; con modestia y verdad, compartía su experiencia de pastor: «No nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús» (2 Cor 4,5). «No me interesan vuestras cosas, sino vosotros [...], gustosísimamente me gastaré y me desgastaré por vosotros» (2 Cor 12,14ss).

El pastor bueno se da a sí mismo y todo lo que tiene con una generosidad semejante al dueño magnánimo del evangelio. Dios es grande, su amor rebasa la justicia y sus dones sobreabundan siempre. Constatamos esta característica en cada página del evangelio: nos sorprenden, por ejemplo, los milagros realizados por Jesús, que llevan todos ellos este signo de gratuidad y de sobreabundancia.

En Caná, el agua transformada en vino está más allá de toda mesura lógicamente necesaria. Multiplica los panes para saciar a la muchedumbre de una manera sobreabundante, de suerte que sobran doce canastos. En el milagro de la pesca habría bastado con unos pocos peces para que los apóstoles, tras haber faenado en vano toda la noche, hubieran reconocido al Señor, pero los peces fueron 153, muchos más de los necesarios. A este Dios de gran corazón debemos acogerlo con un corazón grande y anunciarlo con grandeza de corazón.


ORATIO

Señor, danos un corazón grande, abierto al infinito, dispuesto a ser invadido por tu amor, cuya anchura, longitud, altura y profundidad no conseguimos ni siquiera imaginar (cf. Ef 3,18).

Danos un corazón grande, capaz de descubrir tu grandeza en todo lo que has creado, capaz de encontrar belleza y sabor en todo, capaz de sentir estupor, de alabanza y de agradecimiento. Danos un corazón grande donde encuentren sitio las alegrías y los dolores de todos nuestros hermanos y hermanas, próximos y lejanos. Danos un corazón grande que pueda abarcar la historia y que sepa guardar los acontecimientos en la meditación, como la de María (cf. Lc 2,19). Danos un corazón grande en el que puedas encontrar cómodamente morada, tú que eres un Dios grande y generoso.


CONTEMPLATIO

La vida eterna y el Reino de Dios son, en cierto sentido, como lo que llamamos «cielo», por analogía. En el cielo están todas las estrellas, en el Reino de Dios estarán todos los fieles buenos. La vida eterna es igualmente eterna para todos. No habrá en ella uno que viva más y otro que viva menos, dado que todos viviremos sin fin. Es como el único denario que los obreros reciben como recompensa, tanto los que trabajan desde la mañana en la viña como los que llegaron a la undécima hora (cf. Mt 20,9ss). Ese denario representa la vida eterna, que es igual para todos. Pero observemos el cielo y recordemos también lo que dice el apóstol: «Una cosa es el esplendor del sol, y otro el de la luna y las estrellas» (cf. 1 Cor 15,40-42).

Por tanto, que cada uno, hermanos míos, se comprometa en la lucha durante este tiempo según el don que haya recibido, para gozar en el futuro (san Agustín, Sermón 343, 4, passim).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que el Padre nos conceda poder conocer la esperanza a la que hemos sido llamados» (cf. Ef 1,17ss).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La parábola de los trabajadores de la viña no cita a ninguna mujer. El mundo agrícola que en ella se describe de manera sucinta se presenta sin mujeres: están los jornaleros, el administrador y el dueño de la viña. Sólo hombres, en suma, aunque tampoco están todos los hombres. Sin embargo, la parábola habla de un propietario que hace primeros a los últimos, y entre éstos deberíamos incluir a los hombres desocupados, a las mujeres y a los niños, que permanecen invisibles. Ahora bien, el relato quiere animar también a los que fueron contratados al alba a romper con una concepción jerárquica del trabajo, y esto en nombre de la solidaridad. Es como la invitación a comprender y a dejarse implicar en el obrar de Dios, que trabaja por la justicia a partir de los más pequeños: «A quien es como los niños pertenece el Reino de Dios» (Mc 10,14) (L. Schottroff, «Die Letzten werden die Ersten sein», en E. R. Schmidt - M. Korenhof - R. Jost (eds.), Feministisch gelesen, Stuttgart 1988, vol. I, pp. 163ss).