Martes

20a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 28,1-10

Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, di al rey de Tiro: Esto dice el Señor:

Tu corazón se ha engreído,
y has dicho: «Yo soy un dios,
he asentado mi trono divino
en el corazón del mar».

Aunque eres un hombre y no un dios,
has querido igualar
en sabiduría a los dioses.

3 Te creías más sabio que Daniel,
ningún enigma se te resistía.
4 Con tu sabiduría y tu inteligencia
has conseguido riquezas,
has amontonado tesoros de oro y plata.
5 Comerciando hábilmente
has acrecentado tus riquezas,
y por ellas se ha engreído tu corazón.

6 Por eso, así dice el Señor:
Porque has querido igualarte a Dios,
7 yo haré venir contra ti a extranjeros,
los más feroces de las naciones,
que desenvainarán la espada
contra tu brillante sabiduría
y profanarán tu belleza.

8 Te harán bajar a la fosa
y perecerás de muerte violenta
en el corazón del mar.

9 ¿Podrás seguir diciendo
ante tus verdugos que eres un dios?
Para tus verdugos serás
un simple hombre y no un dios.

'° Muerte de incircunciso
te darán gentes extrañas.
Porque lo he dicho yo.


En los capítulos 25-32, segunda parte del libro de Ezequiel, encontramos una colección de oráculos contra los pueblos paganos de alrededor. Esos pueblos han mostrado sentimientos de orgullo frente a Dios y han representado una constante tentación para Israel, alejándolo de YHWH, su Dios.

La lectura litúrgica de hoy contiene los oráculos relacionados con el príncipe de Tiro y todo su Reino, que constituía una gran potencia marítima en aquel tiempo. El juicio está pronunciado con severidad e ironía. La culpa denunciada es el orgullo desmesurado que le llevan a usurpar prerrogativas divinas. El príncipe de Tiro pretende ser una divinidad, dominar no sólo sobre la isla, sino también sobre el extenso mar que la rodea. Se describe de manera perspicaz el proceso según el que ha llegado a este absurdo. Se ha exaltado, en primer lugar, en su inteligencia, prudencia y versatilidad en toda diplomacia; a continuación, se vanagloria de su capacidad para procurarse ingentes riquezas. Su autodivinización, además de ser una locura, constituye un grave atentado contra la gloria de YHWH, único Dios, Creador y Señor del universo, el único digno de la máxima alabanza y adoración. Por eso la sentencia de castigo es grave: morirá y su reino será aniquilado.

El orgullo, la autoexaltación, la autodivinización, son en el fondo «el pecado que acecha a tu puerta» (Gn 4,7) desde el principio. ¿Acaso no desobedecieron Adán y Eva y merecieron la condena por haber querido «ser como Dios (Gn 3,5)?

 

Evangelio: Mateo 19,23-30

En aquel tiempo, 23 Jesús dijo a sus discípulos:

-Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos. 24 Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

25 Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron:

-Entonces, ¿quién podrá salvarse?

26 Jesús les miró y les dijo:

27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo:

28 Jesús les contestó:

-Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.


Después de que el joven rico se hubiera ido triste, también Jesús, entristecido por el hecho, lo comenta con tono grave. Nadie puede «servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). El Reino de los Cielos es de los «pobres en el espíritu» (cf. 5,3): por eso difícilmente entran en él los ricos; primero tienen que hacerse pobres. La elocuente imagen del camello contribuye a dar un mayor énfasis a esta afirmación.

Se comprende que los discípulos se quedaran turbados y desconcertados. Jesús penetra con la mirada su corazón y se da cuenta de su perplejidad. Sí, no han comprendido mal. Seguir a Cristo de una manera radical es dificil, incluso imposible, cuando se cuenta sólo con las fuerzas humanas, pero deben recordar que el sujeto de la obra no son ellos, sino Dios, para quien «todo es posible». Llegados aquí, Pedro, con la franqueza y el carácter impulsivo que le caracterizan, descubre con sorpresa la diferencia de su situación con respecto a la del joven rico. Ellos han acogido el don divino, lo han abandonado todo para seguir a Jesús, ¿qué les espera? (v 27). El joven rico se fue triste porque había respondido «no», pero ¿qué le sucede a quien responde «sí»? Ya conocen el final de los que optan por el dinero, pero ¿qué obtendrán los que optan por Dios? Jesús no es un vendedor de mercancías y no necesita hacer una lista de todo lo que recibirán sus discípulos por el precio que han pagado. Sin embargo, como conoce la pequeñez del corazón humano, necesitado de seguridades y de alientos, nos asegura que la recompensa será grande tanto en este tiempo como en la eternidad. En efecto, «Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20); a cambio del poco al que hayamos renunciado por su amor, se nos dará «una buena medida, apretada, rellena, rebosante» (Lc 6,38).


MEDITATIO

«Poderoso caballero es don Dinero», «tener es poder»: son modos de decir y de pensar que forman parte del credo de muchos, pero no de los que quieren seguir a Jesús. El, rico, se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Cor 8,9) y proclamó bienaventurados a los pobres en el espíritu (cf. Mt 5,3). La riqueza lleva al orgullo, a la ilusión de ser omnipotente, como Dios, mientras que la pobreza se asocia con naturalidad a la humildad. La pobreza es el «vacío» que recibe, el «vacío» capaz de recibir la plenitud y lo absoluto.

Existe un relato popular que resulta muy iluminador a este respecto: la noche en que nació Jesús, los ángeles llevaron la buena noticia a los pastores. Había un pastor paupérrimo, tan pobre que no tenía nada. Cuando sus amigos decidieron ir al portal a llevarle algún regalo, también le invitaron a él. Pero el pastor pobre dijo: «No puedo ir: tendría que presentarme con las manos vacías, ¿qué puedo darle?». Los otros le convencieron de que se uniera a ellos. Llegaron así al lugar donde se encontraba el niño. María, la madre, lo tenía entre sus brazos y sonreía al ver la generosidad de los que le ofrecían queso, lana o algún fruto. Vio al pastor que no llevaba nada y le hizo una señal para que se acercara. El se adelantó embarazado. María, para tener libres las manos y recibir los dones de los pastores, depositó suavemente al niño entre los brazos del pastor... que había ido con las manos vacías.


ORATIO

Señor, tal vez nuestro orgullo no llega hasta ese punto tan exagerado de hacernos decir: soy un dios; sin embargo, por el hecho de haber renunciado a poner las riquezas materiales en el centro de nuestra vida y de querer seguirte como verdaderos discípulos, nos creemos santos y merecedores de premios. Aunque de manera sumisa y un poco embarazados, te hemos preguntado en distintas ocasiones: ¿Y tú que nos darás? ¿Qué recibiremos en compensación por lo que te hemos ofrecido? El apóstol Pablo nos lo reprocharía como hizo con los corintios: «Pues ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4,7).

Reconocemos, oh Señor, que todo lo que te hemos ofrecido proviene de ti. Todo lo que tenemos, todo lo que somos, son dones tuyos. Hoy no queremos pedirte nada, sino sólo darte las gracias. Acoge nuestro reconocimiento, que es el don tímido de quien sabe que no tiene nada.


CONTEMPLATIO

Las riquezas, el oro y la plata, no pertenecen —como creen algunos— al diablo. Está escrito, en efecto, que a quien tiene fe le pertenecen todas las riquezas del mundo y que al infiel no le pertenece ni siquiera un óbolo. En consecuencia, nada le pertenece al diablo, más infiel que el cual no hay nadie.

Dice Dios expresamente por boca del profeta: «Mío es el oro, mía la plata, y los doy a quien quiero». Basta con que hagas un buen uso del dinero: no te deshagas de él como de un mal; sólo cuando lo uses mal y se te pueda atribuir una mala administración, blasfemarás impíamente contra el Creador.

Con los bienes terrenos podemos obtener hasta la justificación, si el Señor puede decirnos: «Tuve hambre y me disteis de comer —con el alimento que procura el dinero—; estuve desnudo y me cubristeis —no nos cubrimos sin dinero—». Pero oye también esto: la riqueza puede convertirse en puerta del cielo; escucha: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos» (Cirilo de Jerusalén, Ottava catechesi battesimale, en íd., Le Catechesi, Roma 1993, 166 [edición española: Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En alemán, el verbo «agradecer» deriva de «pensar». El ángel de la gratitud querría enseñarte a pensar de manera justa y consciente. Si empiezas a pensar, puedes reconocer con gratitud todo lo que se te ha dado en la vida. No te quedes fijado en lo que podría irritarte. No empieces la mañana experimentando rabia de inmediato por el mal tiempo. No te sientas frustrado enseguida porque se te derrama la leche. Hay personas, en efecto, que se hacen la vida difícil porque anotan sólo lo negativo. Cuanto más ven lo negativo, tanto más ven confirmada su experiencia. Su modo de ver pesimista no les permite absorber las pequeñas desventuras de la jornada.

Quien mira con ojos agradecidos su propia vida estará de acuerdo con lo que ha sucedido en él mismo. Entonces abre los ojos y puede darse cuenta de que un ángel de Dios le ha acompañado a lo largo de toda su vida, de que un ángel de la guarda le ha preservado de algunas desgracias, de que su ángel de la guarda ha transformado en un precioso tesoro hasta las desventuras. Entonces serás capaz de mirar con ojos agradecidos la nueva aurora, serás capaz de darte cuenta de que te has levantado sano y puedes ver salir el sol. Darás las gracias por la respiración que te anima. Darás las gracias por los dones buenos de la naturaleza que puedes gozar comiendo. Vivirás de modo más consciente. La gratitud ensancha el corazón y lo pone alegre (Anselm Grün, 50 angeli per accompagnarti durante I'anno, Brescia 2000, pp. 61-64, passim [edición española: Cincuenta ángeles para comenzar el año, Sígueme, Salamanca 1999]).