Jueves

20ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 36,23-28

Así dice el Señor: 23 Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre, que vosotros profanasteis entre las naciones. Así, cuando haga que por medio de vosotros sea reconocida mi grandeza en presencia de las naciones, sabrán que yo soy el Señor. Oráculo del Señor. 24 Os tomaré de entre las naciones donde estáis, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. 25 Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e idolatrías. 26 Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. 27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes. 28 Viviréis en la tierra que di a vuestros antepasados; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.


Jesús nos enseña en la oración del Padre nuestro a dirigirnos a Dios invocando: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9c). Aquí es el Señor mismo el que dice: «Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre» (Ez 36,23). En los versículos precedentes (16-22), él mismo cuenta que su nombre ha sido deshonrado entre los pueblos extranjeros a causa de Israel. Ahora va a darle la vuelta a la situación: liberará a Israel del yugo de sus enemigos, por amor a su pueblo y también por amor a su nombre, para manifestar su poder y su fidelidad ante todos los pueblos.

Dios hace saber también el modo como llevará a cabo su proyecto. Hará regresar a su pueblo del exilio: habrá como un nuevo éxodo, una nueva liberación. Purificará de manera radical a su pueblo, suprimiendo todo lo que hay de impuro en él. Pero, sobre todo, transformará al hombre por dentro, convirtiéndole en una criatura nueva. Esta transformación íntima está representada por el «corazón nuevo», una imagen que aparece también en Jr 31,31-34. El corazón es la sede del pensamiento, de la voluntad, del sentimiento, de la vida moral, de la decisión radical; el corazón es el yo profundo. Dios reemplazará en cada uno el «corazón de piedra» -duro, insensible, pesado- por un «corazón de carne», esto es, por un corazón capaz de amar y de ser amado, dócil, acogedor, vivo, en sintonía con su corazón. Ahora bien, el corazón nuevo puede envejecer aún y el corazón de carne también puede endurecerse; para garantizar la novedad perenne y la transformación continua, Dios infundirá dentro de cada hombre un espíritu nuevo. Como en la creación del primer hombre, también ahora el Espíritu da vida y mantiene siempre fresca y hermosa la relación entre el hombre y su Dios. Israel, animado por el Espíritu, será capaz de vivir las exigencias de la alianza del Sinaí, que no está no basada en la fría observancia de las prescripciones, sino en un principio interior de comportamiento religioso, en una inclinación de amor.

 

Evangelio: Mateo 22,1-14

En aquel tiempo, 1 Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:

2 —Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo. 3 Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. 4 De nuevo envió otros criados, encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda». 5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron unos a su campo y otros a su negocio. 6 Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron. 7 El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad. 8 Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos. 9 Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis». 10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala se llenó de invitados.

11 Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda. 12 Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado. 13 Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes». 14 Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.


Esta parábola está compuesta por dos fragmentos: los vv. 1-10 tienen como tema central el banquete nupcial, los vv 11-14 se detienen en el tema del traje. El Reino de Dios es alegre y gozoso; es semejante a un banquete de bodas, que, en la tradición bíblica, es la expresión más elevada de la fiesta. Además, el banquete ha sido preparado por el rey para la boda de su hijo. Todo hace esperar un desarrollo feliz. Sin embargo, surgen imprevistos: los invitados se niegan a participar en el banquete. En la perspectiva teológica de Mateo no es difícil leer en esta parábola la historia de Israel desde los comienzos a los tiempos del Mesías. El banquete, para el que ya está todo preparado, no queda cancelado por el repetido rechazo de los primeros invitados, sino que se abre a otros, a todos. Los nuevos comensales constituyen el nuevo Israel: la Iglesia, santa y siempre necesitada de conversión, siempre atenta para conservar impecable su vestido nupcial.

Sin embargo, la parábola interpela también a cada cristiano en particular. La invitación a la alegría del banquete es una gracia, un don que compromete la vida y lo hace seriamente; la transforma, la hace nueva. Frente a esta invitación, el hombre dispone de la libertad de aceptarla o rechazarla. Quien la rechaza, siempre encuentra excusas y justificaciones que le parecen buenas y razonables. En el fondo, se trata de autoengaños que emergen de las profundidades tenebrosas de la psique humana. Con todo, el que ha entrado en la sala del banquete no por ello debe pensar que tiene asegurada la salvación. A pesar de que la entrada sea gratuita y se ofrezca a todos, se exige a los comensales que lleven el traje de boda y la disposición correspondiente. Los cristianos deben «revestirse de Cristo» (Rom 13,14; Gal 3,27), tener sus mismos pensamientos y sentimientos (cf. F1p 2,5). El final del intruso que participa en el banquete sin el traje de boda es triste. Es el mismo destino de la cizaña (Mt 13,42) y de los peces malos (13,50). La frase conclusiva de la parábola es un grave aviso a los lectores: «Son muchos los llamados, pero pocos los escogidos» (22,14).


MEDITATIO

Corazón nuevo y traje de boda: todo habla de novedad. La salvación no consiste en reparar lo que está estropeado y ajustar lo que ha funcionado mal, sino en crear, en hacer nuevo. A YHWH le gusta presentarse en el Antiguo Testamento a su pueblo como un Dios vivo, dinámico, creativo, que proclama y lleva a cabo novedades sorprendentes: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19). El Exodo, la alianza, el retorno del exilio: todos los grandes acontecimientos de la historia de Israel son considerados desde esta perspectiva. La mayor novedad, la «buena nueva» por excelencia, es, a buen seguro, lo que ha llevado a cabo por medio de su Hijo, Jesucristo. Sin embargo, las novedades de Dios no son sólo las registradas en la historia. Dios continúa sorprendiendo al mundo cada día, hasta transformarlo en unos «cielos nuevos y una tierra nueva» (cf. Ap 21,1). «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5): este anuncio se realiza no sólo en los grandes acontecimientos clamorosos, sino también en la intimidad de cada corazón.

Frente a la novedad de Dios, mantenemos a menudo una actitud ambigua. Por una parte, deseamos lo nuevo, nos molesta el aburrimiento expresado drásticamente en el libro del Eclesiastés: «Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se hará: nada hay nuevo bajo el sol» (Ecl 1,9). Por otra parte, sin embargo, tenemos miedo a la novedad. Resulta más cómodo refugiarse en las antiguas costumbres, permanecer sobre terreno seguro, conocido. Frente a la invitación a la fiesta de la boda tenemos mil excusas para justificar nuestra pereza. Nos urge también una nueva evangelización y, sobre todo, un corazón nuevo.


ORATIO

Señor, te oramos con las palabras del salmo 51: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, afirma en mí un espíritu magnánimo» (vv. 12-14).

Te pedimos que vuelvas a enviarnos tu Espíritu, que, así como en la primera creación hizo pasar el mundo del caos al cosmos ordenado, pueda renovar todavía hoy la faz de nuestra tierra, marcada por la división, por la guerra y por la explotación. Tu Espíritu es como fuego que enciende y purifica, como agua que da vida y como el viento que sopla misteriosamente obrando prodigios. Que tu Espíritu nos haga firmes y generosos. Sin el sostén de tu Espíritu somos frágiles, permanecemos encerrados, inseguros, inestables, dispuestos a caer en compromisos. «Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento» (de la secuencia de Pentecostés). Que tu Espíritu nos haga saborear la alegría de estar salvados y salvadas, que nos enseñe a estar en tu presencia. Que impulsados por él nos atrevamos a llamarte «Padre» y nos atrevamos a hablarte con corazón de hijos. Que tu Espíritu nos prepare el traje nupcial para que, al final de nuestra peregrinación terrena, podamos ser recibidos en el banquete de bodas de tu Hijo.


CONTEMPLATIO

Los primeros invitados fueron los hijos del pueblo de Israel. En efecto, este último fue llamado -mediante la Ley- a la gloria de la eternidad. Los siervos enviados a llamar a los invitados son los apóstoles: su tarea consistía en volver a llamar a aquellos a quienes los profetas ya habían invitado. Aquellos que fueron enviados de nuevo con disposiciones establecidas fueron los varones apostólicos, o sea, los sucesores de los apóstoles.

Los becerros son la imagen gloriosa de los mártires, que fueron inmolados como víctima elegida para dar testimonio de Dios. Los cebones son los hombres espirituales, que son como pájaros alimentados por el pan celestial para emprender el vuelo y están destinados a saciar a los otros con la abundancia del alimento recibido. Una vez terminados todos estos preparativos, cuando la multitud reunida ha alcanzado el número agradable a Dios, se anuncia -como las bodas- la gloria del Reino celestial (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 238ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«La esposa está preparada: dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (cf. Ap 19,7-9).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En nuestros días lleva una vida dura el ángel del nuevo arranque. La atmósfera que se respira en nuestra época no es la del nuevo arranque, como sucedía, por ejemplo, cuando en los años sesenta, gracias sobre todo al Concilio Vaticano II, estaba difundida en la sociedad y en la Iglesia la sensación de un nuevo comienzo. Hoy, la atmósfera dominante es más bien la de la resignación, la de la autocompasión, la de la depresión, la del lloriqueo. Estamos inclinados a lamentarnos porque todo es difícil y no hay nada que hacer.

Por eso, precisamente hoy, tenemos necesidad del ángel del nuevo arranque. Necesitamos que nos dé esperanza para nuestro tiempo. Necesitamos que nos haga partir para nuevas orillas. Necesitamos, por último, que nos haga capaces de incitarnos en el viaje, a fin de que puedan florecer nuevas perspectivas asociativas, nuevas posibilidades de relación con la creación y una nueva fantasía tanto en la política como en la economía.

Por estas razones es preciso abandonar ciertas representaciones demasiado estructuradas e imágenes endurecidas. Hay que hacer saltar los bloqueos interiores, hay que suprimir una cierta discreción, es preciso abandonar las costumbres antiguas y las seguridades patrimoniales: todo eso abre la posibilidad de encaminarse hacia nuevos modos de vida hacia nuevas estaciones de la vida, más allá de nuestras dudas -porque no sabemos adónde nos conducirá este camino-. Tenemos, pues, como los israelitas, necesidad de un ángel que nos dé el coraje de ponernos en marcha, que levante su bastón sobre el mar Rojo de nuestra angustia, a fin de que podamos avanzar confiados y seguros a través de las olas de nuestra vida (Anselm Grün, 50 angeli per accompagnarti durante I'anno, Brescia 2000, pp. 36-38, passim [edición española: Cincuenta ángeles para comenzar el año, Sígueme, Salamanca 1999]).