Martes

13a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Amós 3,1-8; 4,11ss

1 Escuchad esta palabra que el Señor pronuncia contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que yo saqué de Egipto:

2 De todas las familias de la tierra
sólo a vosotros os elegí,
por eso os castigaré
por todas vuestras maldades.
3
¿Van juntos de camino
dos que no se conocen?
4 ¿Ruge el león en la selva
sin haber hallado presa?
¿Gruñe el leoncillo desde su guarida
sin haber cazado nada?
5 ¿Cae el pájaro en tierra
si no le han tendido una trampa?
¿Salta la trampa del suelo
sin haber cazado nada?
6 ¿Suena la trompeta en la ciudad
sin que el pueblo se alarme?
¿Sobreviene una desgracia a la ciudad
sin que la envíe el Señor?
7 Nada hace el Señor sin revelárselo
a sus siervos los profetas.
8 Ruge el león: ¿quién no temblará?
Habla el Señor: ¿quién no profetizará?

4,11 Os desbaraté como hice
con Sodoma y Gomorra;
erais como un tizón
sacado de un incendio;
pero no habéis vuelto a mí.
Oráculo del Señor.
12
Por eso te voy a tratar así, Israel,
y porque así te voy a tratar,
prepárate, Israel,
a comparecer ante Dios.


La alianza entre el Señor e Israel, que es «salida» y «liberación» de Egipto, no puede ser motivo de exoneración de su compromiso para el pueblo de Israel, que no puede sentirse asegurado a ultranza por un Dios indiferente o cómplice. El Dios de Israel se preocupa de su pueblo y lo libera para que se vuelva semejante a él, a fin de que le imite y le siga. Es Padre, no padrino; es aliado, no protector; es madre, no suplente. Las siete preguntas retóricas del texto preparan la clarificación de la necesidad que tiene Dios de hablar y el profeta de profetizar. Lo que sale a flote es, sin embargo, la verdad de la relación de alianza entre el Señor y su pueblo. Este último está subordinado a la elección, y no viceversa: Dios es fiel a sí mismo, corresponde a sí mismo y, eligiendo a Israel, lo compromete a asumir una responsabilidad superior. Por todo ello, el encuentro con su propio Señor es para Israel -tanto para el antiguo como para el nuevo Israel- siempre maravilloso y siempre terrible, al mismo tiempo turbador y apasionante.


Evangelio: Mateo 8,23-27

En aquel tiempo, 23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron. 24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido. 25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole:

-Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Él les dijo:

-¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?

Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma. 27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: ¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?


La Iglesia es una barca en medio de la tempestad, y Jesús duerme. La experiencia del abandono del Señor -de la Iglesia que abandona a su Jesús y de Jesús que deja a su Iglesia- marca hasta el fondo esta página evangélica. Rogar al Señor, acercarse a él y despertarlo
(Despiértate, Señor, ¿por qué duermes?»: cf. Sal 44,24) e implorarle: «Señor, sálvanos, que perecemos», significa volver a encontrarnos a nosotros mismos como creyentes, como fieles, como discípulos, y encontrar a Jesús como Señor y como Cristo. La tempestad de la pasión, el triunfo de la muerte, quedan dispersados por la presencia de quien recompone con autoridad el orden de la gracia.

De modo diferente a los paralelos de Marcos y de Lucas, sin embargo, aquí Jesús reprocha a los discípulos su poca fe antes de calmar las olas. El señorío de Jesús y la fe de los discípulos se reclaman recíprocamente, aunque no puede haber entre ellos una perfecta reciprocidad.

El hecho de que Jesús duerma indica, al mismo tiempo, el drama de la muerte del Hijo del hombre, que es un desafio para la fe de la Iglesia, y la serena confianza en el Padre por parte de aquel que «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (F1p 2,8).


MEDITATIO

Las espléndidas preguntas con que está tejido el pasaje tomado del libro de Amós conducen, idealmente, desde la sabiduría a la profecía, desde la observación atenta de la realidad natural a la irrupción de una palabra y de una acción que expresan su sentido y verdad. Al final, la profecía, la necesidad de profetizar, aparece como una nueva evidencia, como una impelente necesidad para Israel: «Habla el Señor: ¿quién no profetizará?». La Palabra de Dios y la del hombre, la del Señor del cielo y la tierra y la del pastorprofeta, llegan de inmediato a un acuerdo: el mismo acuerdo que se ha vuelto accesible a cada hombre en Jesús.

El nuevo Israel, la Iglesia engendrada también por el Espíritu de Cristo, no puede dormir, no puede morir. Está confusa y desconcertada por el silencio profundo desde el que su Señor hace subir su Palabra autorizada y su gesto resolutorio. La fe que falta a la Iglesia es la confianza en su Señor, la misma confianza que el sueño de Jesús anuncia dramática y serenamente.


ORATIO

Oh Señor, tú fuiste capaz de dormir, fuiste capaz de morir. Enséñanos a descubrir en tu obediencia el secreto de nuestra libertad, en tu muerte el secreto de nuestra vida, en tu sueño el misterio de nuestra vigilancia.

Oh Espíritu del Resucitado, ayúdanos a prestar oído a la voz de la profecía que se eleva desde los lugares más inesperados de la tierra, desde el mar, desde el cielo; estos lugares repiten inconscientes las notas más profundas de tu indefectible solicitud.

Oh Padre de todos nosotros, concédenos una palabra firme en las incertidumbres y una mirada clarividente entre las olas, a fin de que la autoridad de tu Hijo pueda hacerse presente en el Espíritu, que visita y anima siempre a tu Iglesia.


CONTEMPLATIO

Por tanto, también el sueño de Cristo es signo de algún misterio. Los navegantes son las almas que pasan este mundo en un madero. También la nave aquella figuraba a la Iglesia. Cada uno, en efecto, es templo de Dios y cada uno navega en su corazón. Si sus pensamientos son rectos, no naufragará. Oíste una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Soplando el viento y encrespándose el oleaje, se halla en peligro la nave, peligra tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Te vengaste y, cediendo a la injuria ajena, naufragaste. ¿Cuál es la causa? Porque duerme en ti Cristo. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de él, esté despierto en ti: piensa en él (Agustín, Sermón 63, 1 ss [traducción española de Lope Cilleruelo y otros, BAC, Madrid 1983]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Habla el Señor: ¿quién no profetizará?» (Am 3,8b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Consideremos el insomnio [...]. El insomnio se caracteriza por la conciencia de que esta situación no acabará nunca, esto es, que no existe ya ningún medio para salir de la vigilancia a la que estamos obligados. Una vigilancia sin objeto [...]. Con todo, es preciso que nos preguntemos si la conciencia se deja definir por la vigilancia, si la conciencia no es, más bien, la posibilidad de sustraernos a la vigilancia; si el sentido propio de la con-ciencia no consiste tal vez en ser una vigilancia puesta al abrigo de una posibilidad de dormir; si el particular modo de ser del yo no consiste en el poder de salir de la situación de la vigilancia impersonal. La conciencia participa ya, en efecto, en la vigilancia. Sin embargo, lo que la caracteriza de modo particular es el hecho de reservarse siempre la posibilidad de retirarse «detrás», para dormir. La conciencia es el poder de dormir. En esta fuga plena consiste, en cierto sentido, la paradoja misma de la conciencia (E. Lévinas, II Tempo e I'Altro, Génova 1997, pp. 22-25 [edición española: El tiempo y el otro, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 1993]).