Martes

7a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 4,1-10

Queridos: 1 ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esas pasiones que os han convertido en un campo de batalla? 2 Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis, pero no podéis conseguir nada; os enzarzáis en guerras y contiendas, pero no obtenéis porque no pedís; 3 pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones. 4 ¡Gente infiel! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguno quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios. 5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: Dios ama celosamente al espíritu que ha hecho habitar en nosotros? 6 Aunque él da una gracia mayor y por eso dice: Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes. 7 Por tanto, someteos a Dios, pero resistid al diablo, que huirá de vosotros. 8 Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad vuestras manos; purificad vuestros corazones, los que lleváis doble vida. 9 Reconoced vuestra miseria; llorad y lamentaos; que vuestra risa se convierta en llanto y en tristeza la alegría. 10 Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.


Tras haber considerado, de manera general, los aspectos negativos que nos llevan a dividirnos, penetra Santiago de modo más profundo en el corazón de aquellos que se erigen en maestros de la comunidad. La incorrección de estos conduce a guerras y contiendas suscitadas por las pasiones de la codicia y de la posesión, que matan moralmente y suscitan la envidia. ¿Cómo es posible pensar que se va a obtener lo que se pide si hasta la más pequeña petición está hecha con estos sentimientos? A ésos sólo les corresponde el título de «¡gente infiel!» (v. 4), esto es, los que aman y son amigos de las cosas del mundo, mientras que odian y se hacen enemigos de Dios.

Para dar razón de lo que dice, cita el apóstol la Escritura y afirma que es Dios quien nos otorga el amor en su plenitud y totalidad. De este amor, justamente definido como «celoso», parte la llamada a la conversión. No más confusión, doblez de corazón, compromisos entre el mundo y Dios, sino transparencia y humildad, a fin de ser reconocidos ante los hombres por lo único que vale ante Dios. Éste sólo exalta a quien se le somete.


Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, 30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera, 31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía:

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

- El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 - El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.


Servir, en sentido bíblico, es servir a Dios, y por tanto también al prójimo, y tiene como consecuencia la liberación del pecado que domina todo corazón.

Dice Jesús que quien quiera ser el primero «que sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). En la predicción de su pasión, ofrece Jesús a sus discípulos una lectura -que no comprenden, a buen seguro, todavía- de humillación y entrega de sí mismo por los otros a través del sufrimiento y el dolor, pero, sobre todo, a través del amor oblativo y desinteresado. En consecuencia, el seguimiento del discípulo ha de tener estas características. Ahora bien, el Maestro prosigue aún con estas palabras: «El que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado» (v. 37). El que cree ser el primero no hace fructificar los talentos que ha recibido, sino sólo aquellos de los que presume; el último y el siervo saben, sin embargo, que todo les ha sido dado por Dios, por eso se ponen en actitud de acogida.

La acogida de un niño (vv. 36ss) es símbolo de sencillez, humildad y pobreza, de alguien que se confía del todo a la ayuda de Dios, de quien responde cuando le llaman y no hace razonamientos de grandeza porque no sabe hacerlos. Eso no equivale a callar por temor a pedir, sino al abandono confiado a quien se preocupa por él y a la certeza de que existe siempre Alguien que ve en su justa medida aquello de lo que tenemos necesidad.


MEDITATIO

Es muy grande la tentación de ser o hacerse líder. Se trata de una tentación que aparece de una manera sutil y en forma de bien: al comienzo, tal vez ni siquiera nos damos cuenta, pero poco a poco nos va sugiriendo cosas cada vez más alejadas de la verdad de Cristo.

Charles de Foucauld oyó un día esta frase durante una homilía del padre Huvelin: «Jesucristo ha tomado el último puesto de tal modo que nadie podrá quitárselo jamás». Estas palabras nos hieren y nos proporcionan consuelo al mismo tiempo, porque la experiencia humana de cada día nos lleva a decir que somos nosotros quienes debemos luchar con los condicionamientos y los bombardeos psicológicos que se nos presentan. Sin la humildad, esa virtud que nos permite reconocer a Otro fuera y por encima de nosotros, sólo conseguimos afirmar nuestras pasiones, que no conducen a la unión y al compartir, sino sólo a imposiciones que con el correr del tiempo no concuerdan ya con la sabiduría, don de Dios. Existe una sola pasión, y es aquella que sufrió Jesucristo por cada uno de nosotros, haciéndonos de nuevo niños en el espíritu, últimos en el mundo, pero grandes en su Reino. Jesús «rico como era, se hizo pobre por nosotros» y, de este modo, puso en tela de juicio la raíz del mal que reina dentro de nosotros: hacernos como él.

Imitar al Señor no significa repetir de manera servil los gestos que él realizó, sino confrontar lo que sale de nuestro corazón con lo que él dijo e hizo. La obediencia al Padre que lo envió le hizo libre de obrar por nosotros y en nosotros, para que no seamos esclavos de nuestras voluntades, sino libres de amar y de entregar a los otros lo que nosotros mismos recibamos.


ORATIO

Señor, estamos en deuda contigo por la vida que nos has dado con tu pasión, muerte y resurrección. No permitas que usemos los dones gratuitos que nos has dado para especular en perjuicio de los pobres o para hacernos grandes ante los otros.

Recuérdanos, cuando volvamos a ti humillados, lo que hemos tenido miedo de pedirte en los momentos de orgullo y de presunción. Ayúdanos a acoger y a dar antes de ser acogidos y recibir, para no presumir de hacer nuestra voluntad, sino la de nuestro Padre, tal como tú nos enseñaste.


CONTEMPLATIO

En esta vida y en toda tentación, luchan entre sí el amor del mundo y el amor de Dios; el que venza de estos dos amores arrastra con su peso al que ama. En efecto, no vamos a Dios caminando ni volando, sino con nuestros afectos buenos. Y, del mismo modo, nos quedamos cautivos de la tierra, no con cuerdas o cadenas, sino por nuestros malos sentimientos. Vino Cristo a hacer cambiar nuestros afectos y a hacer que se enamoraran del cielo antes que de la tierra. Se hizo hombre por nosotros el que nos creó e hizo hombres.

Y tomó él, Dios, la naturaleza humana para hacer a los hombres como dioses. Esta es la batalla a la que estamos llamados, ésta es nuestra lucha con la carne, con el diablo, con el mundo. Pero confiemos, puesto que quien pregonó esta justa no se queda mirándola sin darnos su ayuda, pues nos recomienda no presumir de nuestras fuerzas. [...]

«No améis al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Jn 2,15).

Dos son los amores: el del mundo y el de Dios; donde habita el amor del mundo, no puede entrar el amor de Dios. Si se va de allí el amor del mundo, habitará el amor de Dios en ese lugar: ¡que el afecto mayor obtenga el sitio de manera estable! Tú amaste el mundo; no lo ames más. Cuando hayas expulsado de tu corazón el amor terreno, acogerás en él el divino y empezará a habitar en ti la caridad, de la cual no puede derivarse ningún mal. Oíd, pues, las palabras de quien quiere reducir con discursos vuestros corazones para que den mejores frutos. Se ha puesto a tratarlos como campos. ¿Y de qué modo? Si encuentra todavía boscaje, lo elimina; si encuentra el campo limpio ya de maleza, planta árboles en él; y, precisamente, quiere plantar un árbol: la caridad. ¿Y de qué boscaje quiere quitar la maleza? Del amor del mundo (Agustín de Hipona).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (Sant 6,6b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dichosos los que saben reírse de ellos mismos: nunca acabarán de divertirse. Dichosos Ios que saben distinguir un monte del montoncillo de un topo: se ahorrarán gran cantidad de preocupaciones. Dichosos los que son capaces de reposar y de dormir sin necesidad de buscar excusas: llegarán a sabios.

Dichosos los que saben callar y escuchar: aprenderán muchas cosas nuevas. Dichosos los que son lo suficientemente inteligentes para no tomarse en serio: serán estimados por sus amigos. Dichosos vosotros si sois capaces de mirar en serio las cosas pequeñas y con serenidad las serias: llegaréis lejos en la vida.

Dichosos vosotros si sois capaces de apreciar una sonrisa y olvidar una burla: vuestro camino estará lleno de sol. Dichosos vosotros si sois capaces de interpretar siempre de manera benévola las actitudes de Ios otros, incluso cuando las apariencias son contrarias: pasaréis por ingenuos, pero ése es el precio de la caridad. Dichosos los que piensan antes de actuar y ríen antes de pensar: evitarán cometer gran cantidad de tonterías.

Dichosos vosotros si sois capaces de callar y sonreír cuando os interrumpen, os contradicen u os pisan los pies: el Evangelio empieza a entrar en vuestro corazón. Dichosos sobre todo los que sois capaces de reconocer al Señor en todos aquellos a quienes os encontráis: habéis hallado la verdadera luz, habéis hallado la verdadera sabiduría (J.-F. Six, Le beatitudini oggi, Bolonia 1986, pp. 195ss [edición española: Las bienaventuranzas hoy, Ediciones San Pablo, Madrid 1989]).