Sábado

lª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Samuel 9,1-4.10.17-19;10,1

9,1 Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afíaj, benjaminita; un hombre de buena posición. 2 Tenía un hijo llamado Saúl. Era un buen mozo; no había entre los israelitas ninguno más esbelto que él, pues sobrepasaba a todos de los hombros para arriba. 3 Un día que se le perdieron las asnas a Quis, éste dijo a su hijo Saúl:

- Llévate a uno de los criados y vete a buscar las asnas.

4 Recorrieron las montañas de Efraín y la región de Salisá, pero no las encontraron; recorrieron la región de Salín, y nada; luego la de Benjamín, y tampoco las encontraron. 10 Entonces fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios.

17 Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó:

18 Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad y le dijo:

comeréis conmigo y mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que tienes en tu corazón.

10, 1 Entonces Samuel tomó la vasija de aceite, derramó el aceite sobre la cabeza de Saúl y le besó diciendo:

- En verdad, el Señor te unge como jefe de su heredad. Tendrás poder sobre el pueblo del Señor y le librarás de las manos de los enemigos que lo rodean.


En el centro de la perícopa de hoy encontramos a Saúl. Con el capítulo 9 comienza para Israel una nueva historia. La historia de la monarquía comienza con la aparición de Saúl, hijo de Quis. ¿Por qué se presenta su genealogía? ¿Qué puede significar? ¿Por qué tantos nombres que nada nos dicen a nosotros? ¿Qué importancia puede tener la genealogía de Saúl? Sin embargo, las genealogías tienen siempre una gran importancia en los libros del Antiguo Testamento. El personaje del que nos habla el libro es el término de toda una historia, que, aunque sea privada, es siempre historia de Israel. La historia empieza con la búsqueda de las asnas perdidas. Quis, el padre de Saúl, ha perdido sus asnas, y su hijo va a buscarlas. Así actúa el Señor. Los comienzos de la historia son de una humanidad que desconcierta, aunque nos parezca que no dicen nada. Dios convierte la vida del hombre en una continua sorpresa. Saúl va en busca de las asnas y regresa siendo rey de Israel. No tiene nada que llevar al vidente. Saúl va a casa del vidente para saber si alguien ha encontrado las asnas. Encuentra a Samuel y éste le consagra rey. Así actúa Dios. Su vida tiene la dimensión del amor gratuito de Dios. Saúl vivirá la tragedia de tener que vivir una realeza que el pueblo de Dios no estaba preparado para recibir, a pesar de haberla reclamado. El pueblo querrá volverse atrás, pero no podrá hacerlo. Dios debe realizar su plan en contra de la voluntad de los que ahora se le resisten. Abandonarse a la voluntad de Dios no es fácil. Queremos que Dios actúe, pero cuando lo hace y nos pide sumisión y obediencia, nos rebelamos; pretendemos que Dios siga nuestra voluntad, no que nosotros sigamos la suya.


Evangelio: Marcos 2,13-17

En aquel tiempo, 13 Jesús volvió a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. 14 Al pasar, vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo:

15 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos, pues eran ya muchos los que le seguían. 16 Los maestros de la Ley del partido de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:


En el pasaje de hoy se entiende la fe como seguimiento de Cristo. Se cuenta que Jesús
«al pasar vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y le siguió» (v 14). Leví se encuentra con Jesús y se hace cristiano en pleno ejercicio de su profesión «mundana». En todas las profesiones se puede «seguir» a Jesús, hacer lo que él hace. No pensaban así los fariseos, que reprocharon a Jesús que comiera «con publicanos y pecadores» (v 16).

Para los fariseos, ciertas profesiones eran incompatibles con la religiosidad judía, porque impedían observar el sábado y otras leyes. Para Jesús, en cambio, no hay profesiones que excluyan del discipulado cristiano. Lo que impide ser discípulo de Cristo es creerse «justo» y «sano», esto es, no sentirse necesitado de salvación. «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (v 17).

La cura que les aplica es estar con ellos, no excluirlos, no condenarlos, no juzgarlos. Esa es la cura del mal interior del hombre. Esta paciencia, esta misericordia, esta longanimidad, es lo que constituye su cura. Es hermoso contemplar esta imagen de Jesús como médico; su terapia puede durar toda una vida, es decir, no puede ser excluida nunca, porque la terapia es su presencia, su estar con nosotros. El Señor parece querer decirnos que la conversión más dificil es la del justo o la de los que se consideran como tales.


MEDITATIO

La Palabra del Señor actúa de manera eficaz. Penetra en nuestro corazón, lo pone al desnudo, lo juzga. Esta Palabra corresponde, sin embargo, al Hijo, que es capaz de compadecerse de nuestras debilidades y quiere presentarse como nuestro intercesor.

La eficacia y la misericordia aparecen en el obrar de Dios en la vida de Saúl. El texto pone de relieve el proyecto gratuito de Dios, que precede a toda iniciativa por parte de Saúl. Pone de manifiesto cómo se despliega su acción utilizando situaciones normales, casi triviales, en la vida de las personas. Saúl no recibe un cargo honorífico, sino la habilitación para un servicio. La gracia sólo nos hace sentir su acción en nosotros cuando nos habilita en concreto para algún ministerio. Todo tiene lugar en lo escondido, sin clamor alguno. La eficacia de la Palabra no tiene nada que ver con el clamor mundano.

Esto mismo aparece con más fuerza aún en el episodio narrado por el evangelio. La llamada de Leví anuncia la fuerza de la Palabra. También en este caso se despliega la total gratuidad del amor divino que llama: no hay ningún mérito, ninguna preparación por parte del elegido. También él se encuentra inmerso en el laborío de la vida, un laborío marcado, además, por la negatividad. Esta vez, no obstante, el signo de la misericordia suscita clamor. Este tipo de fama no ayuda al Señor, que debe dar cuentas de su misericordia.


ORATIO

Dame, Señor, un corazón atento y límpido; un corazón deseoso de encontrarte allí donde me encuentre, y de seguirte, es decir, de imitarte, desde el lugar en el que me encuentre. Un corazón atento para poder reconocer tus pasos en mi historia; en la pequeña, en la de todos los días, y en la grande, la que lleva los colores fuertes de la alegría o del dolor, de la esperanza que nos hace volar o de la desesperación que nos aplasta. Un corazón límpido, porque sólo la mirada de quien es profundamente puro y libre es capaz de ver..., de verte. Un corazón deseoso de encontrarte, porque ése es el camino seguro para descubrirte ya presente... Un corazón que quiera seguirte, porque sólo el camino del Evangelio, que eres tú, conduce a la vida plena y verdadera.


CONTEMPLATIO

Pasa el Señor... ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones temporales. ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones transitorias. Considerad con mucha atención cuántas acciones suyas han pasado.

Nació de la Virgen María, pero ¿acaso nace continuamente? Fue amamantado cuando era niño, pero ¿acaso está chupando la leche continuamente? Fue pasando por las distintas edades hasta la juventud, pero ¿acaso creció de continuo físicamente? También los mismos milagros por él realizados pasaron: nosotros los leemos y los creemos. Tales hechos fueron escritos para que puedan ser leídos y, en consecuencia, pasaban una vez realizados. Por último, y para no detenernos en muchos otros hechos, fue crucificado, pero ¿acaso está colgado de continuo en la cruz? Fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo; ahora ya no muere más... su divinidad es permanente y la inmortalidad de su cuerpo ya no tendrá fin. Sin embargo, y a pesar de ello, todas las acciones que llevó a cabo Jesús en el tiempo pasaron, pero fueron escritas para ser leídas y son anunciadas para ser creídas. Por consiguiente, Jesús pasó a través de todas esas acciones...

Jesús pasa también ahora... Me explicaré: cuando se leen los hechos que llevó a cabo el Señor mientras pasaba, siempre se nos presenta al Jesús que pasa... ¿Comprendéis, hermanos, lo que digo? No sé, efectivamente, cómo expresarme, pero todavía sé menos cómo callar. Pues bien, esto es lo que digo, y lo digo de manera abierta. Porque temo no sólo al Jesús que pasa, sino también al Jesús que permanece, por eso no puedo callar (Agustín de Hipona, Sermón 88, 10.9 y 14.13).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Señor, el rey se alegra por tu fuerza» (de la liturgia).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús «pasa»: en el carácter opaco y al mismo tiempo transparente de las cosas que acaecen. Pasa: en la superposición de las inspiraciones, que iluminan el corazón. Pasa: en la pobreza y en la desesperación del hombre. «Pasa»: por la rendija del egoísmo humano encerrado en sí mismo. Pasa: en la decepción de las cosas que se prometen y no se cumplen. Pasa: en la seguridad del bienestar y en la fatua satisfacción del llamado «nuevo rico».

Pasa y vuelve: como la lanzadera de un telar. Como el amante encarnizado que no se resigna a la renuncia de su propio amor. Pasa cuando menos te lo esperas: así atraviesa el Señor tu vida. Pasa y se va; pasa y se queda, al mismo tiempo. De todos modos, deja huellas visibles y sensibles de su paso: la atracción de una invitación persistente, el clamor de una Palabra que no es posible callar, el tormento de un deseo que renace, la alegría de un compromiso que agota las fuerzas del hombre...

Jesús pasa. Es uno de los muchos transeúntes con los que nos cruzamos en la calle. Son incontables los que nos «pasan» a derecha e izquierda, los que saltan, obstaculizan, cortan la calle, nos observan con una perfecta indiferencia. Muchos, demasiados, no se dan cuenta de nada. Pasan y no ven. Jesús pasa y «ve»... Se da cuenta de nosotros. De mí. Ve: en el corazón. A través de los deseos y las aspiraciones profundas. Ve: no tanto los rasgos de nuestra fisionomía y las actitudes de nuestro comportamiento. Ve: la dimensión interior del hombre: pensamientos, deseos, afectos, intenciones, disponibilidad, propósitos. La pureza del corazón ve y hace ver. Ve: la verdad entera que hay en el hombre. Me ve a mí... Jesús necesita encontrar en nosotros al hombre. Al hombre es a quien dirige su Palabra divina (E Berra, lo ho scelto voi, Roma 1990, pp. 41-43).