La liturgia de la Palabra en los
días feriales del Tiempo ordinario
(II)

 

1. Nuestro carácter ferial

Vamos a comparar, de manera breve, dos cuadros, casi dos iconos, de la dimensión ferial.

Veamos el primero: el hombre de hoy -cada uno de nosotros- en los días feriales. Nos encontramos inmersos en una febril e intensa actividad, en una carrera frenética y sin pausa. La dimensión ferial está marcada, para nosotros, por la «fiebre de la acción» y por el miedo a perder tiempo, por una doble y opuesta sensación: que nos roben nuestro tiempo y que nos coma el tiempo. Nuestra dimensión ferial está amenazada, está enferma.

Veamos ahora el otro cuadro: se trata de los primeros seis grandes días feriales en los que Dios está trabajando, hace ser y da forma a toda la creación (Gn 1,1-2,4). Viene, a continuación, el hombre, asociado a Dios en esta obra «ferial»: «el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara» (Gn 2,15). Aquí, la dimensión ferial es creativa; el tiempo aparece como un espacio de realización. La dimensión ferial se encuentra en estado de nacimiento y no conoce aún las turbaciones y los desgarros que vendrán después.

Nuestra dimensión ferial está enferma y necesita ser redimida. Esta enfermedad se ha originado por haber prestado oído a las voces del «enemigo»; la redención se llevará a cabo a través de la escucha del verdadero «Amigo». Escuchar a Dios en los días feriales es ponerse en marcha por el camino de la redención.


2. Escuchar a Dios en la vida ordinaria, en la condición ferial

La dimensión ferial, tiempo para custodiar, meditar y hacer fructificar la Palabra

Nuestra condición ferial encuentra su rescate y su victoria en la escucha de la Palabra. Al final de la celebración eucarística de cada domingo se nos remite a los días feriales. Tras haber sido espectadores y haber vivido los grandes acontecimientos de la salvación, el Espíritu nos impulsa a salir, a proclamar y a dar testimonio de lo que hemos escuchado y vivido en el misterio de la celebración, lo que ha sido depositado en nosotros como depósito que debemos custodiar, meditar y hacer fructificar. A fin de que podamos vencer las grandes tentaciones, a fin de que podamos hacer frente sin miedo a los múltiples desafíos, el Espíritu de Dios se encuentra junto a nosotros y nos recuerda la Palabra que libera y salva.

La Palabra que hemos oído en los diferentes domingos vuelve de nuevo en los días feriales, aunque dispuesta en nuevos contextos y en nuevas sucesiones: cada lectura está puesta en contacto con otras diferentes a las del domingo; cada acontecimiento de la historia de la salvación se conjuga con otros; conjuntamente nos hablan después a nosotros, hombres y mujeres de los días feriales, para hacernos «ver más allá», para hacernos descubrir la voluntad del Amigo escondida en el tejido de la vida cotidiana, para introducirnos en los secretos de un amor concreto, para hacernos pasar de la dispersión a la unidad y de la soledad a la comunión, para hacernos capaces de ofrecer, día a día, el sacrificio espiritual que Dios espera de sus hijos, para darle a toda la vida una impronta pascual.

Escuchar para ser capaces de «ver más allá»

Durante los días feriales vivimos inmersos en una historia cuya orientación y sentido, con frecuencia, no acertamos a entrever de modo claro. A veces puede presentársenos como carente de dirección, caótica y sin sentido. Es como si nos encontráramos ante algo opaco que no permite ver lo que hay más allá. Los israelitas que caminan por el desierto no consiguen entrever lo que hay delante de ellos, lo que les espera; sin embargo, a Balaán -el hombre que «oye las palabras de Dios», el oyente- le ha sido quitado «el velo de los ojos», ha recibido un «ojo penetrante» y «ve la visión». El es capaz de interpretar la historia y su orientación (Nm 24,3ss).

Si nos hacemos oyentes de las «palabras de Dios», tendremos el ojo penetrante; seremos capaces de interpretar con mayor facilidad la historia, y en particular nuestra propia vida, y, sobre todo, seremos capaces de intuir la presencia de Dios en los pliegues de la vida de cada día, hasta en los dolorosos. Incluso cuando la oscuridad sea tal que no podamos vislumbrar nada y seamos como ciegos, si escuchamos la Palabra de Dios, percibiremos el paso del Señor y tendremos la fuerza necesaria para decirle: «Que yo pueda ver» (cf. Lc 18,35-43).

Escuchar para descubrir la voluntad del Amigo

La capacidad de escucha -un don que Dios regala a cada hombre- nos lleva a descubrir su voluntad no como una fatalidad a la que no podemos sustraernos, sino como una manifestación de amor que encuentra su expresión en las cosas pequeñas de cada día. La familiaridad con la escucha diaria nos conduce a ser como el profeta que devora las palabras y hasta el libro (Jr 15,16), a convertir -precisamente como Jesús- la voluntad de Dios en nuestro alimento diario (Jn 4,34).

Escuchar para entrar en los secretos del amor

Si somos capaces de ponernos a la escucha, los días feriales no serán un tiempo de lejanía de Dios; de una manera gradual, nos llevarán a entrar en la intimidad más profunda con él. La escucha humilde y atenta, el estar pendientes de los labios del amado, nos introducirá en la bodega del amor (Cant 2,4). Si no fallamos a la cita, descubriremos las infinitas atenciones de Dios, los juegos misteriosos de su ausentarse para volver a presentarse a continuación, su continuo sorprendernos.

Estas palabras pueden parecer... exageradas, y así son para el que sigue aún en el umbral de la verdadera escucha.

Escuchar para pasar de la dispersión
a la unidad, de la soledad a la comunión

Los días feriales nos llevan a vivir «fuera»: fuera de casa y fuera también de nosotros mismos. De una manera extraña se insinúa el miedo de «volver a entrar en nuestra casa», en nosotros. En esta situación percibimos que algo -si no todo- se dispersa, se nos escapa. Sin esta vuelta, aunque estemos en medio de mucha gente, estaremos solos, nos será imposible encontrarnos con el otro, no llegaremos a la comunión.

Si decidimos ponernos a la escucha de Dios, nuestros días feriales se convertirán en el tiempo en el que nos recuperaremos a nosotros mismos, recuperaremos nuestra identidad más profunda y estableceremos relaciones profundas y verdaderas con los otros.

Escuchar para ofrecer el sacrificio espiritual

Aunque estamos situados en medio del «huerto», en el magno espacio del mundo, nosotros no debemos huir ni escondernos para no oír el paso de Dios. Dios pidió a los israelitas en el desierto que escucharan su voz porque sólo esto tenía valor de sacrificio: «Yo no prescribí nada a vuestros antepasados sobre holocaustos y sacrificios cuando los saqué de Egipto. Lo único que les mandé fue esto: Si obedecéis mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Jr 7,22ss).

Esta escucha de la Palabra de Dios convierte nuestros días feriales en el tiempo oportuno de nuestro sacrificio a Dios.

Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en «hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe 2,5) (Lumen gentium 34).

Escuchar para ser redimidos, celebrar la pascua

Los días feriales transcurridos escuchando la Palabra se convierten en días de «rescatados», «santificados», redimidos; se convierten en días «pascuales», de «paso» hacia la pascua eterna; son como los escalones de la escalera de Jacob (Gn 28,10-12).

 

3. La ordenación de las lecturas

En las ferias del tiempo ordinario hay dos ciclos anuales para la primera lectura: el ciclo I para los años impares, y el ciclo II para los años pares; para el evangelio hay un solo ciclo.

Ordenación de las lecturas evangélicas

La ordenación adoptada para los evangelios prevé que se lea primero Marcos (semanas i-ix), después Mateo (semanas x-xxi), a continuación Lucas (semanas xxii-xxxiv). Los capítulos 1-12 de Marcos se leen en su totalidad; se prescinde sólo de dos perícopas del capítulo 6, que son leídas en ferias de otros tiempos. De Mateo y Lucas se leen todos los pasajes que no se encuentran en Marcos. De este modo, algunas partes se leen dos o tres veces: se trata de aquellas que tienen características absolutamente propias en los distintos evangelios o son necesarias para entender bien la seguida del evangelio. El «discurso escatológico», en su redacción completa referida por Lucas, se lee al final del año litúrgico.

Ordenación de las primeras lecturas

En la primera lectura se van alternando los dos Testamentos, varias semanas cada uno, según la extensión de los libros que se leen.

De los libros del Nuevo Testamento se lee una parte bastante notable, procurando dar una visión sustancial de cada una de las cartas.

En cuanto al Antiguo Testamento, no era posible ofrecer más que los fragmentos escogidos que, en lo posible, dieran a conocer la índole propia de cada libro. Los textos históricos han sido seleccionados de manera que den una visión de conjunto de la historia de la salvación antes de la Encarnación del Señor. Era prácticamente imposible poner los relatos demasiado extensos: en algunos casos se han seleccionado algunos versículos, con el fin de abreviar la lectura. Además, algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos por medio de textos tomados de los libros sapienciales, que se añaden, a modo de proemio o conclusión, a una determinada serie histórica (OLM 110).

Proyectando una visión panorámica sobre los dos años, vemos que en los días feriales figuran casi todos los libros del Antiguo Testamento. Sólo se ha prescindido de los libros proféticos más breves (Abdías, Sofonías) y de un libro poético (Cantar de los cantares). Entre los libros narrativos con carácter edificante, que exigen una lectura más bien prolongada para ser entendidos como es debido, se leen Tobías y Rut; de los otros (Ester, Judit) se prescinde, aunque se leen algunos pasajes de los mismos en domingos o ferias de otros tiempos litúrgicos.

Las primeras lecturas de los años impares están tomadas de Hebreos (semanas i-iv); Génesis 1-11 (v-vi); Eclesiástico (vii-viii); Tobías (ix); 2 Corintios (x-xi); Génesis 12-50 (xii-xiv); Éxodo (xv-xvii); Levítico (xvii); Números (xviii); Deuteronomio y Josué (xviii-xix); Jueces y Rut (xx); 1 Tesalonicenses (xxi-xxii); Colosenses (xxii-xxiii); 1 Timoteo (xxiii-xxiv); Esdras, Ageo y Zacarías (xxv); Zacarías, Nehemías y Baruc (xxvi); Jonás, Malaquías y Joel (xxvii); Romanos (xxviii-xxxi); Sabiduría (xxxii); 1 y 2 Macabeos (xxxiii); Daniel (xxxiv).

A fin de facilitar la lectura de cada texto, se ha propuesto en el Leccionario un título «cuidadosamente estudiado (formado casi siempre con palabras del mismo texto) en el que se indica el tema principal de la lectura y, cuando es necesario, la relación entre las lecturas de la misa» (OLM 123).