Viernes

7a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 6,5-17

5 Una palabra dulce multiplica los amigos,
la lengua afable multiplica los saludos.

6 Puedes relacionarte con muchos,
pero amigo de verdad, uno entre mil.

7 Si te echas un amigo, hazlo con tiento
y no tengas prisa en confiarte a él.

8 Porque hay amigos de conveniencias,
que te abandonan cuando llega la adversidad.

9 Hay amigos que se vuelven enemigos
y para avergonzarte revelarán vuestra disputa.

10 Hay amigos que se sientan a tu mesa
y te abandonan cuando llega la adversidad.

11 Mientras van bien las cosas, estarán unidos a ti
y se mostrarán afables con los de tu casa.

12 Pero si eres humillado, se volverán contra ti
y evitarán hasta mirarte.

13 Aléjate de tus enemigos
y sé precavido con tus amigos.

14 Un amigo fiel es apoyo seguro,
el que lo encuentra, encuentra un tesoro.

15 Un amigo fiel no tiene precio,
no se puede ponderar su valor.

16 Un amigo fiel es bálsamo de vida,
los que temen al Señor lo encontrarán.

17 El que honra al Señor cuida su amistad,
porque su amigo será como sea él.


El sabio continúa su enseñanza tocando ahora un tema electrizante, el de la amistad. Puesto que «nadie es una isla» (Th. Merton), necesitamos relacionarnos con los otros. La amistad expresa un vínculo agradable y constructivo con los otros. El autor recurre una vez más al rico depósito de la experiencia humana y nos ofrece preciosas sugerencias, algunas de las cuales han llegado a convertirse en proverbios populares, como el que dice «quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro»
(cf. v 14). Al final concluye con un arranque teológico, confirmando que lo que persigue la literatura sapiencial bíblica es un «encuentro reconciliado» con Dios.

La primera sugerencia nos invita a hablar bien para conseguir amigos: todos sabemos que una persona irascible, huraña, criticona, no dispondrá de un amplio círculo de amigos. Viene, a continuación, una extensa recomendación sobre el modo de seleccionar a los amigos y sobre el justo discernimiento que debemos practicar para reconocer quién es verdaderamente digno de ese nombre. «Amigotes» hay muchos («Puedes relacionarte con muchos»: v. 6a), pero a los verdaderos amigos hemos de seleccionarlos («pero amigo de verdad, uno entre mil»: (v 6b) y comprobarlos («Si te echas un amigo, hazlo con tiento y no tengas prisa en confiarte a él»: v. 7). Tras el principio general, vienen una serie de minuciosas sugerencias, una especie de test selectivo.

Quien sólo es amigo de nombre estará a tu lado en las ocasiones que a él le convengan, como la de sentarse a tu mesa, o en situaciones de tranquila normalidad. En cuanto cambia el viento y estalla un litigio entre vosotros dos, o tú tienes un problema, enseguida vuelve la cara, te deja plantado o, peor aún, se transforma en enemigo. Por consiguiente, hay que tener cuidado a la hora de elegir y definir a alguien como «amigo»: hay que probarlo sobre todo en la fidelidad, que es la capacidad de permanecer al lado de alguien, siempre y de cualquier modo. Una vez que has encontrado al verdadero amigo, entonces posees de verdad un tesoro, y «no se puede ponderar su valor» (v 15).

Al final, la experiencia humana conecta con la religiosa: la persona amiga de Dios («El que honra al Señor») también «cuida su amistad» con su amigo (v 17); por consiguiente, podemos concluir diciendo: ama a Dios y busca a tus amigos entre aquellos que también le aman.

 

Evangelio: Marcos 10,1-12

En aquel tiempo, 1 Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán. De nuevo la gente se fue congregando a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso también entonces a enseñarles. 2 Se acercaron unos fariseos y, para ponerle a prueba, le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer.

3 Jesús les respondió:

—¿Qué os mandó Moisés?

4 Ellos contestaron:

—Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y separarse de ella.

5 Jesús les dijo:

—Moisés os dejó escrito ese precepto por vuestra incapacidad para entender. 6 Pero desde el principio Dios los creó varón y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo. 9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.

10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto. 11 El les dijo:

—Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera, 12 y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio.


La muchedumbre está deseosa de escuchar la Palabra de Jesús y él «calma su hambre» con un discurso que llega al centro de la verdad y de la voluntad de Dios. No todos le siguen con el corazón libre y sediento de verdad. Hay quien le provoca con preguntas capciosas: «Le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer» (v. 2). Se le hace una pregunta que no es positiva y, además, de sentido único: el comportamiento del hombre con la mujer, y no viceversa. El problema existe y, por consiguiente, es preciso afrontarlo. Ahora bien, todo problema tiene que ser iluminado a la luz de la Palabra, elemento primordial y fuente para conocer la voluntad de Dios y, en consecuencia, el plan de vida. Jesús se erige en intérprete autorizado de esa voluntad.

Acepta la provocación y responde con una contra-pregunta: «¿Qué os mandó Moisés?», el mediador de la voluntad divina (v. 3). Jesús pregunta sobre algo que también ellos consideran obligatorio. La respuesta se aparta de la pregunta porque los fariseos declaran lo que Moisés «permitió» (v 4). Están desencaminados, no están respondiendo de manera correcta. Jesús explica la razón de la concesión de Moisés, la sklérokardía de los hombres, es decir, la «dureza de corazón» o «incapacidad para entender», que es la falta de elasticidad a la hora de acoger la voluntad de Dios. El corazón es el centro de la persona, el conjunto armónico formado por la inteligencia, la voluntad y la afectividad. La máquina se ha atascado. La de Moisés fue una norma dada por la dureza de corazón. Por consiguiente, es una norma condicionada, ligada al tiempo y dependiente de una situación particular. No se trata de lo que es obligatorio, sino de lo que está permitido.

Es preciso remontarse a los orígenes, ,a la pureza primitiva, a la auténtica voluntad divina. Esta había establecido una distinción entre varón y hembra, en vistas a una comunión plena entre ambos. El v. 8 («De manera que ya no son dos, sino uno solo») recoge la cita de Gn 1,27 (cf v. 7) y confirma que estamos en presencia de una nueva realidad, única e irrepetible. Una vez establecido esto, se desprende como consecuencia el v 9: si tal unidad es expresión de la voluntad divina, nadie está autorizado a deshacerla. Llega perentorio el mandamiento, sin añadidos: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre».

La explicación de Jesús, lógica y esencial, no les parece fácil de comprender ni siquiera a los discípulos, que piden explicaciones en privado, una vez en casa. La dificultad se encuentra en el hecho de que es preciso cambiar de mentalidad, invertir la tendencia machista y posibilista alimentada por la praxis. Jesús no hace descuentos, no suaviza para nadie las severas exigencias de un amor verdadero. Confirma y clarifica, en los vv 1 l ss, su pensamiento. La ruptura de aquella unidad querida por Dios es adulterio. El verbo griego moicháomai no deja lugar ni siquiera a la más tenue duda: es adulterio, ruptura grave de una relación nacida para permanecer inoxidable en el tiempo. Jesús, al añadir que el compromiso de fidelidad vale para ambos, hombre y mujer, introduce una paridad de derechos y deberes desconocida en el mundo judío. El verdadero feminismo está dando sus primeros y sustanciales pasos.


MEDITATIO

Un fresco estupendo sobre la amistad, podría ser un título para las lecturas de hoy. La primera nos proporciona consejos prácticos al recordar que los verdaderos amigos no son tantos. Es preciso echar mano a un sano discernimiento para detectarlos. Son muchos los que se presentan y camuflan como tales, tejen relaciones, unas relaciones que en muchos casos son superficiales: amigos de viaje, amigos de mesa, amigos de juego, amigos de deporte... El verdadero amigo se manifiesta en las situaciones difíciles, cuando estás en crisis, cuando tienes una dificultad, cuando te sientes solo y abandonado, cuando no dispones de medios económicos ni de peso social. Cuando alguien se mantiene junto a ti incluso en esas situaciones en las que, hablando desde el punto de vista humano, no puede sacar ninguna ventaja, entonces merece el nombre de amigo. Puedes fiarte de él, puedes apoyarte en su persona.

Debemos achacar la fragilidad de muchas amistades al hecho de que no están construidas sobre bases sólidas, sino que están confiadas al carácter improvisado de un sentimiento o a la gracia de un momento. Otro criterio de verificación y de estabilidad lo tenemos en la dimensión de la fe. Una persona que ama a Dios se esfuerza en alimentar su vida con valores contrastados por la voluntad divina; por consiguiente, es de presumir que sea capaz de custodiar y cultivar también el valor de la amistad. Podemos interpretar aquí el dato de la experiencia de muchas amistades nacidas «a la sombra del campanario» o en el marco de grupos eclesiales. Sin llegar a realizar un discurso de «gueto», es verdad de todos modos que un sentimiento religioso común ayuda también a cimentar, construir y defender el valor de la amistad.

El evangelio nos ofrece en un primer momento una imagen de «enemigos»: son los que se acercan a Jesús para plantearle una pregunta envenenada, a fin de enredarle. A continuación, Jesús, al hablar del matrimonio indisoluble, nos proporciona una hermosa idea de la amistad, aunque específicamente en el marco matrimonial. El marido y la mujer constituyen un bello ejemplo de amigos: al unir sus inteligencias, voluntades ycuerpos, tienden a construir una unidad de vida. Contra el intento disgregador de construir una amistad matrimonial ad tempus («mientras dura, dura»), como hoy sostienen algunos, Jesús reacciona indicando la precisa e inequívoca voluntad divina. El la proclama y la vive. Jesús es alguien que «llama amigos» a sus discípulos (cf. Jn 15,15). Es el Esposo que está dispuesto a dar la vida por su Esposa (cf. Ef 5,25). Un amigo verdadero, un amigo para siempre.


ORATIO

La verdadera amistad con los hombres y las mujeres se funda en el terreno del amor de Dios: concédenos, oh Señor, ser leales contigo, para que yo sea sincero y desinteresado también con mis semejantes.

La amistad, oh Señor, condimenta con su suavidad todas las virtudes, sepulta los vicios con su fuerza, suaviza las adversidades, modera la prosperidad, de suerte que sin un amigo casi nada entre las criaturas humanas puede ser fuente de alegría»: haz que mis relaciones de amistad lleven la impronta de la caridad, como camino que tiende a tu perfección.

Concede, por último, Señor, a la amistad aspirar a la compleción de la entrega de sí mismo, que encuentra una imagen incomparable en el amor matrimonial: «El Amigo es el esposo de tu alma, y tú unes tu espíritu al suyo, comprometiéndote hasta el punto de tener que llegar a ser con él una sola cosa; te confías a él como a ti mismo, nada le ocultas ni nada tienes que temer de él. Si consideras que alguien es idóneo para todo esto, primero debes escogerle, después ponerle a prueba y, por último, acogerle. La amistad, en efecto, debe ser estable, casi una imagen de la eternidad, y permanecer constante en la entrega del afecto» (Aelredo de Rievaulx).
 

CONTEMPLATIO

Nos habíamos encontrado en Atenas como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios. En aquellas circunstancias, yo no me contentaba sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que aún no le conocían, para que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y le habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Este fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro.

Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ese fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud. Y aunque decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y así como otros tienen sobrenombres, recibidos de sus padres o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y la orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos y glorioso recibir este nombre (Gregorio Nacianceno, Sermón 43, 15-21 passim, en PG 36, cols. 514-523).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro» (cf. Eclo 6,14).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando amor te llama, sigue la señal,
aunque suba empinado el sendero.
Y cuando sus alas te envuelvan, abandónate,
aunque entre las plumas te hiera una cuchilla.

Y cuando el amor te hable, no tardes en creerle,
aunque su voz turbe tus sueños
como el viento del norte barre el jardín.

Porque el amor corona y el amor clava en una cruz [...].
Con sus manos te trabaja hasta tu extrema ternura,
después te expone a su sagrada llama,
para que seas pan sagrado en la sagrada fiesta de Dios.

Todo eso hará para que puedas conocer los secretos de tu corazón
y, así iluminado, llegues a ser un fragmento del corazón de la vida.

Mas si tienes miedo y buscas sólo paz y placer en el amor,
será mejor para ti que te cubras y te vayas de la era
al mundo desolado de las estaciones:
allí reirás, aunque no con toda tu risa;
allí llorarás, aunque no la última lágrima.

El amor no da otra cosa que a sí mismo,
y sólo de sí mismo toma.
El amor no posee ni quiere dejarse poseer:
porque al amor sólo le basta el amor
                                            (K. Gibran, L'amore, Cinisello B. 1997).