17° domingo
del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 4,42-44

En aquellos días, 42 llegó un hombre de Baalsalisá trayendo al hombre de Dios el fruto de las primicias: veinte panes de cebada y espigas nuevas en su alforja. Eliseo ordenó:

43" Su criado le contestó:

44 Él se lo sirvió, comieron y sobró, según la Palabra del Señor.


Este pasaje pertenece al llamado «ciclo de Eliseo» (2 Re 4, 1-8.15; 9,1-13; 13,14-25), cuya primera parte recoge el relato de unos milagros realizados por el profeta en favor de algunos grupos de profetas, de personas extranjeras o israelitas, y hasta de todo el pueblo.

El milagro narrado en la perícopa litúrgica consiste en la multiplicación de veinte panes de cebada -que le habían sido ofrecidos a Eliseo en razón de su ministerio- en una cantidad más que necesaria para saciar el hambre de cien personas.

A la objeción planteada por el criado sobre la evidente imposibilidad de distribuir aquella poca cantidad de pan entre toda la gente que estaba presente, el profeta responde con la confianza firme en la Palabra del Señor que le ha sido comunicada, y que le ordena realizar esa acción. El milagro que se produce es la confirmación de la autoridad de Eliseo, una autoridad que le viene de la fe y de su obediencia a YHWH.

 

Segunda lectura: Efesios 4,1-6

Hermanos: 1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados. 2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor. 3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. 4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados; 5 un solo Señor, una fe, un bautismo; 6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.


El fragmento que nos presenta hoy la liturgia abre la segunda parte de la carta a los Efesios (4,1-6,20), en donde se deducen los principios morales que se desprenden de las afirmaciones doctrinales expuestas en la primera parte. La exhortación que Pablo, prisionero a causa de su servicio apostólico (v. 1), dirige a los creyentes tiene el propósito de confirmarlos en su vocación. Han creído en el único Dios, en el único Creador y Señor, y en virtud de la misma fe han recibido el único bautismo; forman así un mismo cuerpo (vv. 4-6). La unidad entre ellos es, por consiguiente, consecuencia directa de su nueva identidad cristiana.

Las actitudes que, coherentemente, deben marcar su relación con Dios y con el prójimo, manifiestan, por consiguiente, la verdad de lo que ellos son, siguiendo el ejemplo que tienen en Jesús. Humildad, amabilidad, paciencia, amor que se hace cargo de la debilidad de los otros, solicitud por la construcción de la paz: éstas son las virtudes que hacen visible y realizable la unidad de la comunidad y dan testimonio de que el Espíritu la anima, dado que son los frutos del Espíritu (cf. Gal 5,22).

 

Evangelio: Juan 6,1-15

1 Algún tiempo después, Jesús pasó al otro lado del lago de Tiberíades. 2 Le seguía mucha gente, porque veían los signos que hacía con los enfermos. 3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos. 4 Estaba próxima la fiesta judía de la pascua. 5 Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe:

-¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?

6 Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer. 7 Felipe le contestó:

Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco.

8 Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, diciendo:

9 -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?

10 Jesús mandó que se sentaran todos, pues había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres. 11 Luego tomó los panes y, después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces y les dio todo lo que quisieron. 12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:

-Recoged lo que ha sobrado, para que no se pierda nada.

13 Lo hicieron así, y con lo que sobró de los cinco panes llenaron doce cestos.

14 Cuando la gente vio aquel signo, exclamó:

-Este hombre tiene que ser el profeta que debía venir al mundo.

15 Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarle rey. Entonces se retiró de nuevo al monte, él solo.


El Leccionario dominical del ciclo B suspende, momentáneamente, la lectura del evangelio según san Marcos para presentar algunos fragmentos tomados del capítulo 6 del evangelio según san Juan. En particular, el episodio de la multiplicación de los panes es paralelo al que seguía en Marcos al pasaje que nos proponía la liturgia del domingo pasado.

Juan inaugura con esta perícopa la sección dedicada a la revelación de Jesús como alguien que da el verdadero pan y es él mismo «pan de vida»; el tema central y discriminador es la acogida o el rechazo de Jesús (cf. Jn 6,60-66). Jesús, en el marco de la pascua judía (v 4), sube al monte con sus discípulos, seguido por la muchedumbre, atraída por las obras extraordinarias que realiza Jesús. Es él quien toma la iniciativa de dar de comer a la muchedumbre (v 5), apareciendo de inmediato como el protagonista absoluto de la escena, consciente de sus acciones y de los motivos que la impulsan. Es asimismo él quien distribuye a la gente los panes multiplicados (v. 11), quien se pone a servir, siendo el primero en dar ejemplo para que sus discípulos aprendan a hacer lo mismo (cf. 13,14ss). Se puede captar aquí, como en una transparencia, la imagen de la última cena, la verdadera y definitiva pascua de Jesús, durante la cual tomó y distribuyó el pan después de haber dado gracias al Padre, escena que Juan no narra explícitamente en su evangelio.

Jesús, al multiplicar los cinco panes y los dos peces ofrecidos por un niño, da una respuesta resolutiva e innovadora a las objeciones de Felipe y de Andrés sobre la falta de dinero y la escasez de alimento para podersaciar el hambre de todos. Se trata de la respuesta del amor generoso, sobreabundante, del Padre, que a partir de poco, de la debilidad humana ofrecida del todo y compartida, sacia la necesidad de cada uno más allá de lo que es suficiente, con liberalidad, sin condiciones (vv. 11-13).

El gesto de Jesús, que, contado por Juan sobre la falsilla de los acontecimientos del éxodo, pretendía proclamar la plena liberación del pueblo y la constitución de la comunidad escatológica a través de la nueva economía de salvación, no hemos de comprenderlo sino como una acción prometedora desde el punto de vista de la supervivencia física y política. Por eso la gente acoge a Jesús como profeta y como rey (vv 14-15a). La retirada solitaria al monte es el modo como Jesús toma sus distancias frente a semejante mala comprensión (v 15b). Esta soledad es preludio de la que pronto seguirá a su discurso de Cafarnaún (cf. 6,66) y a la última de su pasión (16,32). Jesús declara de una manera tácita que su realeza «no es de este mundo» (18,36).


MEDITATIO

En nuestro opulento mundo occidental difícilmente llegamos a comprender lo que significa tener hambre y, a continuación, de modo sorprendente, vernos saciados de una manera abundante. En nuestro mundo presuntuoso estamos convencidos de disponer de respuestas técnicas y eficaces para cada problema, y por eso resulta más arduo saber apreciar los gestos gratuitos.

¿Estoy dispuesto a poner en juego mis «cinco panes y mis dos peces» en la lucha contra las realidades macroscópicas que, a pesar de tanto progreso, mantiene la gente que sufre bajo el umbral de la supervivencia física y de otros tipos -incluso (¿sobre todo?) en el mundo «rico»-, que jadea por falta de valores, de sentido, de una calidad de vida humana? ¿Tengo el valor necesario para perder mis panes y mis peces y entregárselos al Señor, para que puedan vivir muchos?

Se tratará de un gesto imposible mientras piense que tengo derecho a mantenerme bien atado a lo que poseo. Sólo conseguiré compartir si cambio de mentalidad y, por consiguiente, de mirada: si no veo en el otro a un rival, sino a un hijo como yo del único Padre; si comprendo que, juntos, formamos parte de un único cuerpo. Entonces comprenderé que lo que tengo -más aún, lo que soy- no me ha sido dado para que sólo yo lo goce, sino que me ha sido confiado para que muchos otros puedan participar. Alguien ha dicho que sólo poseemos verdaderamente lo que damos. El milagro de la «multiplicación de los panes» puede proseguir, si yo lo permito...


ORATIO

Jesús, con tus signos quieres hacerme conocer tu identidad de Hijo de Dios e introducirme en el misterio de tu persona y de tu misión.

Perdona mi pragmatismo, que se detiene en el interés inmediato, en la superficie de la realidad. No sé darte lo poco que poseo, pero, después, cuando con ese poco obras grandes cosas, me quedo arraigado en ello y no voy más al fondo, allí donde tú me quieres llevar. Un Dios que resuelve los problemas contingentes de la vida me va bien, pero un Dios que me propone ser siempre don total y gratuito para los otros me escandaliza. Tú me repites, Jesús, que, sin embargo, es precisamente ésa mi vocación de hijo del Padre.

Te pido, Señor, una vez más, aprender a amar en tu escuela.


CONTEMPLATIO

Para nosotros, el pan es el Verbo de Dios. Después de su resurrección ha saciado de pan a los creyentes, porque nos ha dado los libros de la Ley y de los profetas, antes ignorados y desconocidos, y ha concedido estos instrumentos a la Iglesia para nuestra enseñanza, para ser él mismo pan en el Evangelio.

El gusto, una vez que haya probado la bondad del Verbo de Dios, su carne y el pan que baja del cielo, no tolerará después probar otra cosa; cualquier otro sabor le parecerá al alma áspero y amargo, y por eso se alimentará sólo de él, puesto que encontrará todas las dulzuras que pueda desear en aquel que se hace apto e idóneo para todo (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1991, p. 143 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]; íd., Commento al Cantico dei cantici, Roma 1997, pp. 93ss [edición española: Comentario al Cantar de los cantares, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1994]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Hazme comprender, Señor, los signos que realizas».


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pienso en ti, muchachito de Galilea, de quien Juan no nos ha transmitido palabra alguna, pero ha inmortalizado tu gesto. Caía ya poco a poco la noche sobre la colina. Había allí una muchedumbre rumorosa y festiva a la que te habías unido para escuchar a aquel joven rabí llamado Jesús. Un rabí que no hablaba como los otros y que parecía incapaz de decir «no» a quien le pidiera que le curara. Estabais lejos de todos los pueblos. Y de repente te encontraste con Andrés, completamente inquieto y agitado, que parecía andar buscando algo. Tú te diste cuenta en seguida de que debía tratarse de comida. Tu alforja contenía aún cinco panecillos que tu madre te había cocido la víspera y dos pescados que había cogido tu hermano de noche. Y diste, a tu vez, todo lo que habías recibido. No diste de lo que te sobraba, sino todo lo que te hacía falta para alimentarte aquel día. ¿Te diste cuenta, después, de la relación que había entre los panecillos que diste a Andrés y aquellas cestas llenas de pan sobre las que se precipitó la multitud exuberante? ¿Notaste cómo se parecían extrañamente aquellos panecillos que no se agotaban nunca a los que tu madre te había preparado? ¿Quién se acuerda de ti hoy? Pero yo te bendigo, muchachito de Galilea.

Tú eres para mí como una pequeña imagen del mismo Señor. En esa otra pascua ahora cercana, será él el niño que ofrecerá «en su miseria cuanto tenía para vivir», su misma vida, para saciar el hambre de una multitud. Lo dará todo, sin cálculos, en la hora en que caerá la noche sobre un mundo desierto. Y el Espíritu, a través de las manos de otros Andrés y de otros Felipe, multiplicará el pan a lo largo de la noche de los tiempos. Ya no se morirá de hambre sobre las colinas desiertas y pobladas de muchedumbres hambrientas (D. Ange, Le nozze di Dio dove il povero é re, Milán 1985).